Los números confirman que la pandemia ha matado a Trump
Iñigo Sáenz de Ugarte
Se acaba el tiempo para Donald Trump. La pandemia ha
reducido al mínimo sus posibilidades de reelección. Se encuentra en una
situación en la que ningún candidato ha sobrevivido en tiempos recientes.
Aquella en la que debe ganar en casi todos los estados en los que está unos
puntos por detrás o en empate técnico con su adversario. Ganará en varios de
ellos, pero no en todos.
Un indicio de esa derrota probable es su reacción de las
últimas semanas. «La pandemia acabará pronto», dijo el 20 de octubre. En los
mítines, comentó que la enfermedad no era para tanto y se presentó a sí mismo
como ejemplo, alardeando de que estaba mejor que antes de contagiarse. Desdeñó
las opiniones del doctor Anthony Fauci y sus pronósticos pesimistas. Dijo para
desprestigiar al candidato demócrata que «Biden escuchará a los científicos»,
como si fuera un defecto que descalifica a un político.
Este viernes, EEUU tuvo 100.233 nuevos casos contabilizados
en un solo día, según un recuento de Reuters, superando el récord anterior que
se había alcanzado justo 24 horas antes. Este mes se ha rebasado cinco veces en
los últimos diez días la cifra diaria más alta de contagios que se remontaba al
mes de julio. 230.000 personas han muerto por Covid-19 en EEUU desde el inicio
de la crisis.
La negación de la realidad es una estrategia electoral que
raramente suele funcionar.
La otra herramienta en la que confía el presidente es
reducir el número de votantes. Es una tradición de los republicanos, siempre
dispuestos a hacer que votar sea más difícil en aquellos lugares que no les son
propicios. El centro de sus mayores esfuerzos está en Pennsylvania, un Estado
sin el que no puede ganar las elecciones. La estrategia se centra en el voto
por correo, al igual que en otros estados. Por ley, esos votos no pueden ser
contabilizados allí hasta el día de las elecciones. Los republicanos han
bloqueado los intentos de agilizar el proceso antes del 3 de noviembre, por
ejemplo, sacando los votos de los sobres, comprobar que cumplen los requisitos
y tenerlos preparados para el recuento del martes. Eso hace que sea muy difícil
que los resultados de Pennsylvania se conozcan en la noche de ese día.
Pennsylvania contaba hasta junio con 8,6 millones de votantes
registrados. Hasta el pasado viernes, 2,2 millones ya habían votado, bien de
forma presencial o por correo. De estos últimos, 1,5 millones son votantes
registrados como demócratas y 520.000 son republicanos. Las cifras de voto
anticipado en todo el país son inmensas –90 millones hasta el sábado–, lo que
coloca al sistema electoral norteamericano ante una situación inédita (en Texas
ya han votado más personas que todas las que lo hicieron en 2016).
Trump ganó en Pennsylvania hace cuatro años por una diferencia
de 44.000 votos.
Primero, Trump realizó una serie de declaraciones para
desprestigiar el sistema de votación de su propio país. No hacía más que
insistir en que el fraude estaba muy extendido y que podían robarle la
victoria. Ahora ya no oculta que su gran esperanza pasa por la combinación de
demandas judiciales y la colaboración de Tribunal Supremo. En un tuit reciente,
recordó a sus jueces que «si ayudan a hacer posible» la victoria de Joe Biden,
el demócrata llenará el tribunal con jueces de la «izquierda radical».
En un mitin en Pennsylvania este fin de semana, Trump siguió
en esa línea con un toque sarcástico. «Si ganamos el martes, muchas gracias,
Tribunal Supremo, poco después…».
El único aspecto que pone en duda la victoria de Biden es el
porcentaje de nuevos votantes que se decida por uno u otro candidato. La
polarización política ha tenido una consecuencia quizá no inesperada. Puede ser
una de las elecciones con mayor índice de participación de las últimas décadas.
Un gran número de personas que no votaron en 2016 tiene la intención de hacerlo
ahora. Trump ha conseguido crear un nuevo tipo de votante, uno no especialmente
dispuesto a apostar antes por un candidato republicano. Pero los demócratas
también han aumentado de forma sustancial el número de personas que se han
registrado como votantes del partido y además confían en recibir un amplio
porcentaje de votantes independientes.
Una vez más, el destino de Trump depende de un apoyo masivo
en el Medio Oeste de los votantes blancos sin título universitario, no
necesariamente de clase trabajadora. En 2016, consiguió entre ellos una inmensa
ventaja de 32 puntos sobre Hillary Clinton en Pennsylvania, absolutamente
decisiva en su victoria final con un resultado apretado. Según la última encuesta
del NYT, Trump supera a Biden en sólo 13 puntos entre esos votantes.
La media de sondeos de RealClearPolitics concede a Biden una
ventaja de 7,8 puntos. El modelo de FiveThirtyEight sólo da a Trump un 10% de
posibilidades de ganar (con lo que su victoria no sería imposible, pero
altamente improbable). Si las encuestas se desviaran del resultado final tanto
como en 2016, incluso así ganaría Biden. Eso es así, porque Biden mejora los
números de Clinton de hace cuatro años y Trump no está a la altura de los suyos
entonces.
Quizá la clave no esté tanto en los números. La gran diferencia es que se ha producido una pandemia. Trump hizo como si no existiera y luego dijo que pasaría rápidamente. Y todos sabemos que eso no ha ocurrido.
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