viernes, 30 de noviembre de 2018

Pensar el mundo: Spinoza el maldito.


Pensar el mundo: Spinoza el maldito

El Viejo Topo


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Nota de edición: Tal día como hoy [24.XI] en 1632 nacía en Ámsterdam Baruch Spinoza. Su obra fue uno de los más polémicos e influyentes proyectos de rebeldía, rechazo de todas las formas de trascendencia, confesional o metafísica, y reivindicación absoluta de la inmanencia.

Introducción
Spinoza: una filosofía materialista

Pensar el mundo: Spinoza el maldito
Todo pensar lo es en unas coordenadas: espaciales y temporales. Nadie piensa en el vacío y, por eso, el pensamiento se ocupa siempre de unos asuntos determinados a los que se enfrenta de una manera concreta. Esa determinada selección de asuntos y ese modo de enfrentarlos marcan una singularidad; una singularidad que, sin embargo, no se origina en la subjetividad del pensador entendida como originalidad fundante.
La filosofía de Spinoza se desarrolla durante el tercer cuarto del siglo XVII en el contexto de las polémicas y conflictos (religiosos, científicos, económicos, organizativos: políticos) que sacuden a la República holandesa de las Provincias Unidas.
La República holandesa de las Provincias Unidas presenta, como consecuencia de los avatares del proceso histórico, unas singularidades de funcionamiento tan específicas que permiten incluso a hablar –en expresión ya consagrada– de una cierta “anomalía” holandesa.
La larga y cruenta guerra en la que las Provincias Unidas conquistan su independencia (desde finales del XVI y durante toda la primera mitad del XVII) se ha desarrollado precisamente en paralelo al proceso de su conversión en el centro de esa misma relación global que está recomponiendo los espacios internacionales de poder e influencia y el desarrollo ciudadano, y la importantísima red de relaciones económicas que los comerciantes holandeses están tejiendo en prácticamente todo el planeta ha trastocado también la correlación de fuerzas entre las diversas élites que conviven en la naciente República: así, junto a la nobleza territorial (cuya cabeza visible son los sucesivos personajes que se encuentran al frente de la casa de Orange), la burguesía “industrial” y, sobre todo, financiera y comercial ha alcanzado tal importancia económica y política que es capaz de influir de manera decisiva en la orientación de las decisiones organizativas.
Por eso, a pesar de los intentos que los príncipes de la casa de Orange no dejaron de protagonizar para hacerse con el control político, mientras toda Europa se lanza por la senda de la centralización monárquica y del desarrollo de un poder absoluto, las Provincias Unidas se constituyen como una república que, además de excluir la figura de un rey, excluye también la centralización y opta por un desarrollo de corte casi federativo (que, además, permite la formulación de las primeras teorizaciones burguesas de la libertad de comercio y de una política de la libertad individual, en la obra de autores como Bodino, Hugo Grocio o Althusius). Por eso también, mientras en toda Europa los espacios estatales tienden a aglutinar ideológicamente la cohesión y la obediencia a partir de la adopción de una determinada confesión religiosa (poniendo en práctica el nuevo principio: cujus regio ejus religio), en Holanda se mantiene –y es el único lugar en Europa en el que sucede– una dificultosa pero abierta libertad religiosa.
Baruch Spinoza nació en Amsterdam en 1632, en el seno de una familia hebrea asentada desde hacía varias décadas en esa ciudad, procedente al parecer de Portugal.
La Comunidad hebrea de Amsterdam se había formado con la presencia de judíos sefarditas procedentes de la península ibérica (en diversas oleadas), recogiendo también judíos askenazíes procedentes de ciudades como Hamburgo y, a partir de 1635, de toda Alemania (como de Polonia-Lituania a partir de 1655). La Comunidad floreció al hilo del desarrollo económico holandés y algunos de sus miembros pudieron incluso participar en 1609 en la creación del Banco de Amsterdam (sin duda, la afluencia de capitales que se produjo con la llegada de exiliados judíos a Holanda tuvo una importante incidencia en el curso de la economía ciudadana) y, en todo caso, su prosperidad corrió en paralelo a los avatares históricos que convierten entonces a Holanda en el centro de la Economía-Mundo.
La distinta procedencia de los judíos que se reúnen en Amsterdam (y las distintas tradiciones de práctica religiosa que incorporan) provocó diversas e importantes polémicas en torno a cuestiones de rito y de ortodoxia, pero, además de estas cuestiones, la vida intelectual de la Comunidad se vio pronto atravesada por el mismo tipo de disputas que sacuden el mundo de los gentiles: no sólo porque existen tradiciones hebreas ciertamente heréticas (que discuten la inmortalidad del alma o el carácter de normatividad universal de los principios de la ley de Noé) que perviven y afloran con la “libertad de pensamiento” que se reconoce en la república holandesa, sino también porque algunos de los judíos que llegan a la ciudad desde el resto de Estados europeos conoce –y participa de– las principales líneas de discusión teórico-ideológica que se debaten en el continente, desde el escepticismo hasta el humanismo, pasando por el deísmo difuso e incluso el ateísmo de corte mecanicista.

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Con gran escándalo de la Comunidad –y a veces con un importante eco “externo”– en las décadas de 1630 y 1640 se han producido en relación con la Comunidad e incluso en su mismo seno importantes episodios que ponen de manifiesto la presencia de esa misma conflictividad doctrinal y/o interpretativa: así, las polémicas que enfrentaron a los principales representantes de la Comunidad, como el propio Saúl Leví Morteira con el anabaptista Jan Pietersz, que fue expulsado a gritos cuando, entre 1644 y 1645, pretendía encontrar aclaración racional sobre algunos extremos de la Escritura, o el famosísimo “caso” de Uriel da Costa (de origen portugués y activo propagador de la mortalidad del alma, negador de la autoridad interpretativa de los rabinos y defensor de la racionalidad necesaria en la lectura de los textos sagrados y, también, reivindicador del valor universal de los preceptos noaquitas como legislación superior incluso a la propia Ley de Moisés), cuya perniciosa influencia obligó a Menasseh ben Israel a escribir un tratado defendiendo el principio de la inmortalidad del alma y cuyas sucesivas “excomuniones” y cuya muerte supusieron un escándalo de primer orden.
El joven Spinoza conoció –no podía no conocerlos– aquellos escándalos que debían responder a disidencias bastante extendidas: al parecer, en la escuela Talmud Torá, el propio Spinoza puso a sus maestros en algún aprieto al pedirles la explicación racional de algunos pasajes de la Escritura. Conoció también, no cabe duda, las polémicas teológico-políticas que se produjeron en Holanda: desde 1649 empezó a ocuparse del negocio familiar y, por tanto, a relacionarse también con el mundo de los goyim. Y, sobre todo, tenía 18 años cuando en 1650 se produce (en alianza con la Iglesia calvinista) el intento de “golpe de Estado” de Guillermo de Orange, particularmente centrado en la ciudad de Amsterdam. Joven de su tiempo, desde 1652 establece contactos con cristianos de Amsterdam especialmente conocidos por sus posiciones “radicales” a partir del momento en que se acerca a las clases de latín de Franciscus van den Enden (católico y, al parecer, antiguo jesuita que participó en la guerra contra España, en cuya casa se reúnen para recibir una formación humanística de primer orden los hijos de las principales familias de la elite republicana) y, a partir de 1655, tiene también contacto directo con el judío deísta y escéptico Juan de Prado, que por su profesión ha recorrido Europa y es perfecto conocedor de la tradición libertina desarrollada en Francia y –al igual que Uriel da Costa– abierto defensor de la racionalidad frente a la ortodoxia y detractor de la Ley Oral en defensa de una legislación moral y política universalista que viene a poner en cuestión la necesidad “mediadora” de la Ley de Moisés y de la ortodoxia rabínica.
Independientemente de polémicas estériles sobre el origen de la suya, es claro que Baruch Spinoza conoció las principales heterodoxias de su tiempo y que desde su juventud se movió en unos ámbitos en los que los conflictos abiertos en materia ideológica, teológica y política formaban parte de la normalidad. Un tiempo convulso. Y en él tomó partido.
Sin que podamos determinar exactamente los motivos, en 1656 Spinoza fue apartado expresamente de la Comunidad con la más grave de las fórmulas de herem (de “excomunión”, podría traducirse) existentes: con apenas 24 años, por tanto, la Comunidad judía de Amsterdam le identifica como uno de los más peligrosos –y sin duda los hay en el mismo periodo: abandonos de la observancia de la Ley y conversiones al cristianismo están perfectamente documentados– propagadores de la heterodoxia: una heterodoxia que Spinoza no oculta. Algún testimonio afirma que las autoridades rabínicas le habrían sugerido mantener sus disidencias sin castigo (incluso, quizá alguna pensión) a cambio de que las mantuviera en el ámbito privado… sin obtener del joven disidente la respuesta buscada. Más aún: en alguna de sus biografías se especula con la posibilidad de que llegase incluso a escribir una “Apología para justificar su salida de la Sinagoga”. El herem parece, en todo caso, no preocuparle en absoluto ni, mucho menos, sumirle en la depresión que acabara llevando a Uriel da Costa al suicidio. Se trata de algo impensable si se leen las reconvenciones que incluye la fórmula utilizada (sobre todo porque impide al resto de los judíos tener relación con el anatematizado), pero parece como si, después del herem, Spinoza –incluso, durante un tiempo, en relación con el negocio familiar– hubiera continuado desarrollando su vida con total normalidad: persistencia en la heterodoxia misma.
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Así, mantiene sus contactos con los heterodoxos del ámbito judío (algunos “espías” de la Inquisición española declaran haberlo visto en Amsterdam en compañía de Juan de Prado y compartiendo con él actitud y opiniones: los señalan por “aber dado en ateístas”, por buscar la mejor religión para profesarla, por negar la inmortalidad del alma y por considerar falsa la Ley judaica) y profundiza sus relaciones con los heterodoxos del universo cristiano: hace estable su presencia en la casa de Van den Enden y comparte reuniones con los anabaptistas más activos (como, al parecer, Jan Pietersz o el doctor Galenus) y asiste a las discusiones de los grupos de “colegiantes”: un “círculo” de amistades y complicidades, de sintonías y de radicalismo (religioso y político) al que permaneció unido, incluso en la distancia física, hasta su muerte en 1677.
En lo vital y en lo teórico, una apuesta contra los sometimientos confesionales, por la racionalidad y el valor del conocimiento; una apuesta que se extiende (¿o que deriva de ellas?) a las consecuencias políticas del rechazo de los absolutos.
Toda la obra de Spinoza –pese a las diferencias que se evidencian en la simple lectura de sus distintos textos– está atravesada por esa afirmación de la libertad y, en consecuencia, por el rechazo activo (incluso militante) tanto de los Absolutos como de sus mediaciones. Toda su obra: desde los escritos iniciales (el Breve tratado y el Tratado de la reforma del entendimiento, ya entre 1660 y 1661: una época en la que nuevamente arrecia –en la forma de una disputa religiosa– la disputa política y organizativa entre las diferentes élites de la República) hasta las últimas líneas que escribiera: tanto en los Principios de la filosofía de Descartes (1663: el único texto suyo que publicó en vida –seguido por unas reflexiones que llamó Pensamientos metafísicos– firmado con su propio nombre), como en el Tratado teológico-político (1670), en la Ética (empezada en la década de los años 60 pero terminada en 1675) o en el inconcluso (por fallecimiento en 1677) Tratado político.
Desde sus primeros escritos, pues, la obra de Spinoza responde a la intención expresa de intervenir en las disputas de su tiempo y, de entrada, se adentra en la crítica de la primacía de lo confesional.
Antes de hacer estable la relación con la escuela de Van den Enden, el joven Spinoza había chocado ya de forma más o menos abierta con las enseñanzas rabínicas. Los biógrafos de Spinoza, así, señalan que para intentar resolver por su cuenta las incongruencias que encontraba en sus doctrinas, ya en la década de 1650 se había dedicado a la lectura de los grandes filósofos hebreos y de algunas de las principales intervenciones filosóficas desarrolladas en el Renacimiento: Ibn Ezra, Maimónides, Gerson, Crescas, pero también León Hebreo o Giordano Bruno. Con ese bagaje teórico y conceptual, que incorpora concepciones de origen neoplatónico e incluso derivaciones claramente místicas (cosa no del todo extraña si atendemos al importantísimo filón místico que se desarrolla como elemento fundamental de algunas de las investigaciones “científicas” del siglo XVI e incluso del XVII), en los primeros escritos de Spinoza vemos cómo se acomete un primer intento de puesta al margen de los supuestos confesionales. Así, frente a la superstición y su influencia práctica, con la pretensión explícita de “construir una sociedad tal como se requiere”, planifica la realización de una “reforma del entendimiento” en un escrito que tendría precisamente ese título (la redacción de este Tratado de la reforma del entendimiento –en adelante TRE– fue interrumpida en 1660) y en el que aborda por primera vez una problemática, la del conocimiento –cuyo análisis desarrollaremos más adelante–, y se adentra en la redacción de un tratado (el Breve tratado sobre Dios, el alma y su felicidad –en adelante BT–, escrito en neerlandés: cosa que, en sí misma, supone un claro índice de la intensidad de las relaciones que en ese tiempo mantiene con los grupos del radicalismo cristiano) que, desde un deísmo de corte casi panteísta (al estilo bruniano) presenta por primera vez (y será ésta, aunque con resultados diferentes tanto en la forma como en el fondo, una de las cuestiones que se presentan de manera recurrente –y no por casualidad– a lo largo de su obra) una apuesta por la negación de la trascendencia y por la afirmación de la inmanencia absoluta.
En lo personal, a partir de 1660, Spinoza se aleja –incluso físicamente– de la Comunidad hebrea y traslada su residencia, primero, a Rijnsburg y después a los alrededores de La Haya, cerca de los ámbitos en los que se desarrolla buena parte de la vida intelectual y política holandesa, y lleva desde entonces una vida tranquila y alejada de las polémicas: “ateo virtuoso” –según la fórmula que la tradición nos ha transmitido–, pasa su vida dedicado al pulido de lentes, a la escritura de sus diversos textos y, en los ratos libres, a contemplar las leyes de la naturaleza en acción: alguno de sus biógrafos se hace eco de la fruición con la que, al parecer, entretenía sus horas contemplando cómo una mosca era atrapada en una tela de araña.
Y sin embargo, diversas referencias sin confirmación documental le sitúan en las cercanías del poder como consejero, incluso, de Jan de Witt. También –en una circunstancia extraña y poco aclarada– visitando el cuartel general del gran Condé en medio de la invasión francesa. Poco conocemos de esas relaciones y esas actividades (precaución –“caute”– fue el lema que Spinoza impuso a sus intervenciones e incluso a la divulgación de sus obras), salvo que sin apenas haber publicado obras con su nombre (sólo los Principios de la filosofía de Descartes, en 1663), era conocido por todos los intelectuales europeos y refutado por personalidades ligadas a los más diversos marcos confesionales.
Sabemos que, cuando finalmente los hermanos de Witt fueron asesinados y la casa de Orange se hizo con el control de la República, salió a las calles, al parecer indignado, para fijar en los muros un manifiesto de protesta que hablaba de los ultimi barbarorum que acababan con la libertad e imponían la barbarie. Sabemos también que murió en 1677 en la habitación en la que pasó sus últimos años, acompañado por su médico personal, uno de los amigos colegiantes de su juventud.
Pero sabemos, sobre todo, que su obra fue –ya en vida– uno de los más polémicos e influyentes proyectos de rebeldía, un rechazo de todas las formas de trascendencia (confesional o metafísica) y una reivindicación absoluta de la inmanencia.
Primer apartado de la Introducción de Juan Pedro García del Campo a su libro Spinoza esencial

Fuente: http://www.elviejotopo.com/topoexpress/pensar-el-mundo-spinoza-el-maldito/

jueves, 29 de noviembre de 2018

Brexit . - La venganza de Bruselas .

martes, 27 de noviembre de 2018

El escritor senegalés Cheikh Hamidou Kane

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 Entrevista al escritor senegalés Cheikh Hamidou Kane
“África ya no existe: le han arrebatado su espacio”

Umoya

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Esta es una de las paradojas de Cheikh Hamidou Kane. En su trayectoria de cincuenta y siete años, solamente ha publicado dos novelas: L’Aventure ambigüe ( La aventura ambigua ), en 1961, y Les Gardiens du temple ( Los guardianes del templo ), en 1995. Sus obras, ahora ya convertidas en clásicos, han sido traducidas a una decena de lenguas y están incluidas en los programas de numerosas escuelas y universidades. Relatan la insatisfacción de las élites africanas, desorientadas por la colonización francesa. Nacido en 1928 en Matam, a las orillas del río Senegal, Cheikh Hamidou Kane ha profundizado en la historia contemporánea del continente, esa historia que destaca por sus múltiples cuestionamientos y crisis de identidad.
La aventura ambigua sucede entre los Diallobé, un pueblo ficticio que parece guardar cierto parecido con Fouta Toro, región y antiguamente reino del norte de Senegal. Allí, a Samba Diallo, hijo de ilustres nómadas peuls y criado en la más absoluta tradición coránica propia del pueblo, le envían al «colegio de los blancos» para que aprenda a «vencer sin tener razón». Después de esta violenta experiencia interior, el protagonista acabará totalmente roto.
No cabe duda de que, todavía hoy, está en vigor el poder de esta novela filosófica, en parte también autobiográfica, ganadora del Gran Premio literario del África negra en 1962. La aventura ambigua se ha erigido como una obra de referencia para todo aquel que sigue cuestionándose la identidad africana y para todos los afrodescendientes que sufren el «choque» occidental. ¿Se puede realmente llegar a establecer una relación entre las culturas africanas y el legado colonial, y salir indemne? ¿Cómo sacar el máximo partido a este conflicto de identidad?
Testigo y actor privilegiado de la desmembración de las antiguas colonias francesas en virtud de las independencias africanas, Cheikh Hamidou Kane fue ministro durante los mandatos de Léopold Sédar Senghor y de Abdou Diouf. Además, también ostentó el cargo representativo más alto de UNICEF en diferentes capitales africanas. Retirado de la vida pública desde hace unas décadas, el escritor dedica ahora sus días a rezar, a escribir y a «educar moralmente» a sus nietos.
Ha sido en su mansión de Dakar donde nos ha recibido, para la entrevista de Le Monde Afrique. A sus noventa años, y a pesar de sus vacilantes movimientos, mantiene firme su visión sobre el mundo. Sigue centrado en una infancia marcada por el racismo, el interés por la cultura francesa y por sus sueños panafricanistas. Además, reconoce que Black Panther, la última entrega de los estudios cinematográficos Marvel, le ha encantado.


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Coumba Kane.- Acaba de cumplir noventa años. ¿Qué tal se encuentra?
Cheikh Hamidou Kane.- Sufro los achaques de la edad. Ya no veo ni oigo tan bien como desearía, pero, gracias a Dios, todo lo demás está bien.
C.K.- Nació durante la colonización en Senegal. ¿De qué manera sentía la presencia de los colonos franceses durante su infancia?
C.H.K.- Durante mi infancia, sufrí la humillación que experimentaban todos los que querían alcanzar el mismo nivel de conocimiento que los blancos y se encontraban frente a personas que les menospreciaban. Los colonos trataron de hacernos admitir que éramos seres inferiores, seres incapaces de hacer nada mejor o, al menos, igual de bien que ellos. No se oponían a que los ‘indígenas’ asistiesen a sus clases, pero limitaban nuestras ambiciones. Estábamos programados para ser auxiliares, nada más; es decir, podríamos llegar a ser enfermeros, pero de ninguna manera lograríamos convertirnos en doctores.
C.K.- Sin embargo, usted no acató esas normas. En lugar de eso, soñaba con ser filósofo.
C.H.K.- Era mi sueño desde que comencé primaria. Para los blancos, era inconcebible, por lo que tuve que pelear mucho a lo largo de mi etapa educativa. En 1942 traté de entrar al instituto Faidherbe, en Saint Louis, reservado principalmente para los hijos de los colonos franceses. Solo algunos afortunados africanos podían mandar allí a sus hijos. No crecí en el seno de una familia adinerada, por lo que acabé en la escuela de Hijos de Jefes, conocida antiguamente como escuela de los Rehenes. Allí, estudiaban los hijos de los nativos más poderosos, con el objetivo de formar a los futuros líderes regionales al servicio del poder colonial.
C.K.- Fue uno de los primeros hijos de líderes religiosos que asistió a la escuela francesa. ¿Por qué su familia tomó esa decisión?
C.H.K.- Todo es gracias a uno de mis antepasados, Alpha Ciré Diallo, un hombre excepcional. Durante los episodios más tensos del debate entre defensores y detractores de la escuela francesa en su pueblo, él fue uno de los primeros que entendió que no se corría ningún riesgo al escolarizar a los niños. La única condición era que, previamente, hubiesen sido firmemente educados en el islam y en los valores del pueblo peul: el sentido del honor, la práctica religiosa y la solidaridad familiar ( Rewdé Allah, djokude endaam ). Creía que esta doble educación servía a su vez de protección y de armadura. De hecho, sus propios hijos acabaron en el ejército colonial o se convirtieron en intérpretes. Él confiaba plenamente en su herencia cultural y yo soy producto de la lucha de este antepasado tan visionario.
C.K.- En la escuela, usted llamó la atención.
C.H.K.- En mi promoción éramos siete “hijos de jefes”. Al acabar los estudios, teníamos que pasar por la granja para, después, convertirnos en jefes de cantón. Pero me negué a asistir a la granja, porque seguía soñando con el instituto Faidherbe. Ante este deseo, el director de la escuela, furioso, convocó a uno de mis tíos, que trabajaba como secretario judicial. Le explicó sin muchos miramientos, y con un tono ciertamente despectivo, que mis ambiciones eran pretenciosas… ¡que no me habían educado para eso! Pero me mantuve firme. Mi padre me matriculó en el instituto Van Vollenhoven, en Dakar. Allí, mis compañeros africanos me eligieron como representante estudiantil en la Comisión de disciplina del instituto, con mayoría de estudiantes blancos.
C.K.- ¿Cómo llegó a la Sorbona?
C.H.K.- Como siempre había soñado con llegar a ser profesor de filosofía algún día, la Sorbona era un claro objetivo, pero no tenía los medios para llegar a la capital francesa. Por eso, escribí al gobernador de Senegal en Francia, que por primera vez era un afroantillano, con el objetivo de conseguir una beca. ¡Y me la otorgó! Formé parte de una clase preparatoria en el instituto Louis-le-Grand, en París, y, poco después, comencé mis estudios de filosofía y derecho en la famosa universidad parisina.
C.K.- ¿Qué es lo que más le marcó de esa prestigiosa universidad?
C.H.K.- Descubrí las cualidades fundamentales de la civilización occidental, ocultas hasta entonces bajo la sombra del colonialismo. A pesar de que admiraba muchos aspectos, el comportamiento violento de los colonos en Senegal me inclinaba a dudar. Lo cierto es que mis compañeros y profesores franceses tenían ideas bastante abiertas. De hecho, mi fe musulmana también se aprovechó de los debates filosóficos de la época, especialmente el existencialismo de Jean-Paul Sartre y el pensamiento cristiano de Paul Ricoeur.
C.K.- París también era el corazón de las luchas independentistas y de movimientos literarios, como la negritud. ¿Dónde se situaba?
C.H.K.- En general, compartía las ideas de Ki-Zerbo: independencia africana, Estados Unidos de África y socialismo africano. Como todo estudiante africano que se preciase, tuve que posicionarme y militar en la lucha. Los líderes más populares eran los marxistas del Partido Africano de la Independencia (PAI), liderados por Majhemout Diop, y los nacionalistas agrupados en torno a Cheikh Anta Diop. No era partidario del marxismo, pues resultaba incompatible con mi fe religiosa. Me mostraba más cercano a las ideas de Cheikh Anta Diop, a quien conocía personalmente, pero su partido estaba poco estructurado por aquel entonces. Finalmente, fue Joseph Ki-Zerbo quien me convenció. Este profesor asociado de historia, católico y voltaico [originario del Alto Volta francés, antigua denominación de la actual Burkina Faso], era muy activo entre las juventudes cristianas de Francia y creó el Movimiento de Liberación Nacional. Yo compartía plenamente sus ideas en torno a los Estados Unidos de África, la independencia de Africa y socialismo africano.
C.K.- La negritud, corriente a la que se adherían grandes escritores como Aimé Césaire, Léopold Sédar Senghor y Léon-Gontran Damas, también era un movimiento dominante en ese momento, pero usted decidió distanciarse. ¿A qué se debió?
C.H.K.- Apoyaba la revolución que expresaba este movimiento. De hecho, las poesías de Césaire recogidas en Cahier d’un retour au pays natal ( Cuaderno de un retorno al país natal ) , que leí con 16 años, resultaron profundamente inspiradoras. Sin embargo, la posición de Senghor –que se mostraba menos radical en la denuncia del desprecio que sufrían los negros por parte de la población blanca– no acababa de convencerme.
C.K.- En La aventura ambigua, los habitantes del pueblo Diallobé temen que sus hijos pierdan la identidad al asistir a los colegios de los blancos y cuestionan si, «para aprender, valdrá la pena todo lo que olvidarán». ¿Tiene ahora mismo una respuesta para esta pregunta fundamental?
C.H.K.- Respondo a esta cuestión en mi segunda novela, Los guardianes del templo , que aunque se publicó en 1995, lleva escrita desde 1963. El protagonista, que representa de algún modo la resurrección de Samba Diallo, recibió una firme educación religiosa musulmana y se arraiga a los valores del pueblo Diallobé. Tras unos estudios sobresalientes en la escuela colonial francesa, llega a ser ingeniero agrónomo. Allí, el protagonista aprendió las técnicas modernas esenciales para construir un nuevo país independiente. Por lo tanto, consiguió aliar su cultura religiosa tradicional a lo que aprendió en contacto con la civilización occidental.
C.K.- Sin embargo, la aventura de Samba Diallo, que se debate entre su tierra natal y Occidente, no acaba bien. ¿Cómo podemos interpretar, desde un punto de vista simbólico, la muerte del héroe de su novela?
C.H.K.- Algunos lectores creyeron, por equivocación, que con esta muerte quería mostrar la imposibilidad de conciliar nuestras culturas africanas y la civilización occidental. Que el único resultado posible era un final trágico. En absoluto. Maté a Samba Diallo en manos de ‘el Loco’ para mostrar hasta qué punto era tortuoso el camino de los africanos hasta lograr el encuentro con la civilización occidental. Además, el camino está repleto de desafíos culturales y de extremismos religiosos. Por aquel entonces, yo ya sentía que algunos deseaban imponer a toda costa su manera de practicar la religión. Eso es lo que representa el personaje de ‘el Loco’ en La aventura ambigua.
C.K.- Usted mismo vivió esa aventura –en cierto modo- ambigua entre África y Francia. ¿Qué aprendió?
C.H.K.- Conseguí sobrevivir a ese periplo. Aprendí que, al contrario de lo que el colono racista se esforzaba por hacernos creer, las culturas africanas y europeas comparten muchos rasgos en común. Mi generación y la de Senghor me demostraron que se podía acceder a las esferas más elevadas de conocimiento de los blancos. Al acabar mis estudios, regresé a África con la esperanza de lograr un mundo justo y compartido. En la novela, eso es lo que simboliza el personaje del Caballero con dalmática: “Nosotros, los negros; nosotros, los árabes; nosotros, los asiáticos; es un mundo posible. Tenemos que construirlo. No debe ser un mundo imaginario, dirigido únicamente por Occidente”.
C.K.- Cerca de sesenta años después de las independencias de los países africanos, parece que ese mundo compartido todavía no ha llegado.
C.H.K.- Hay que seguir el trabajo empezado: ¡Roma no se construyó en un día! A África, como decía Ki-Zerbo, le arrebataron su espacio. De hecho, los imperios existentes quedaron desmembrados en una cincuentena de territorios en manos de los colonos. África ya no existe. Perdió su iniciativa política y su identidad endógena . En los colegios se enseñan las lenguas de los países colonizadores. Las leyes, la organización social y familiar se basan en los modelos occidentales. África tiene que reconvertirse en sí misma apoyándose en las estructuras anteriores a la colonización.
Por ejemplo, la Carta de Mandén, elaborada en 1236 en el imperio de Malí, puede redefinir nuestra organización e instituciones. Este documento regula las relaciones familiares, fomenta los valores de respeto y solidaridad, así como permite la diversidad. En ese imperio existía una verdadera ciudadanía en África occidental. Los ciudadanos podían cambiar de un territorio a otro cambiando su apellido. Un mandinga que se llamase Diarra, una vez llegado al territorio Wolofs tomaba el nombre de Ndiaye o Diatta. De este modo, se lograba una convivencia armoniosa entre las diferentes comunidades. Podemos retomar este modelo, ¡no hace falta buscar en otra parte!
C.K.- El pasado glorioso que describe ha desaparecido totalmente. ¿No resulta utópico querer recuperarlo?
C.H.K.- No defiendo que volvamos, sino, más bien, que recurramos el pasado. Debemos inspirarnos del legado de nuestros antepasados. Para apropiarnos, de nuevo, de nuestra identidad endógena, debemos pasar por esa fase. Por otro lado, esto es responsabilidad de los líderes africanos…
C.K.- ¿Qué peso puede ejercer el continente en la economía mundial si está dividido?
C.H.K.- Los jóvenes deben, cuanto antes, apoderarse de este aspecto. Deben luchar por crear un espacio geopolítico y económicamente autónomo en África Subsahariana. Tienen que imponérselo a los políticos actuales, que no entienden que sus poderes no son nada más que “chuches y piruletas”, tal y como decía Senghor cuando luchaba contra la balcanización. Pero ¿qué peso va a ejercer el continente en la economía mundial si está dividido? África es el continente más rico en recursos naturales, necesarios para la totalidad del planeta. ¿Cómo vamos a defenderlos o a comerciar con ellos –con precios justos- si estamos tan divididos? Si hubiese una autoridad común que gestionase, por ejemplo, los recursos petrolíferos, África gozaría de una posición privilegiada en el panorama internacional.
C.K.- Usted fue ministro en varias ocasiones. ¿Por qué su generación nunca consiguió crear esta unidad africana?
C.H.K.- Los colonizadores supieron cómo actuar. Por ejemplo, Félix Houphouët-Boigny, que se oponía severamente a los trabajos forzados antes de la independencia representaba una amenaza para Francia. Se había aliado con los comunistas franceses en el Parlamento, donde ocupaba su puesto como representante de Costa de Marfil. Comenzó una batalla que habría podido acabar en una guerra tan sangrienta como la de Argelia o la de Vietnam. Entonces, los franceses lo enviaron de vuelta a su país con la promesa de una Costa de Marfil autónoma. Recibió los primeros honores en París al aceptar un puesto de Ministro del Estado. Después, el colonizador acabó con las uniones que habrían podido servir de cimientos para construir los Estados Unidos Africanos, al otorgar la independencia a los trece territorios miembros de África Occidental Francesa (AOF) y de África Ecuatorial Francesa (AEF). Los africanos cayeron en la trampa.
C.K.- ¿Qué opina de la demoledora situación política senegalesa, marcada especialmente por la fuerte oposición al régimen del presidente Macky Sall?
C.H.K.- A pesar de las tensiones actuales, conviene reconocer los méritos de “la excepción senegalesa”. La convivencia entre el islam, el cristianismo y el resto de religiones es armoniosa, debido especialmente a que el islam está impregnado de valores tradicionales. Senegal goza de una amplia trayectoria democrática. Desde Blaise Diagne, el primer diputado electo en la cámara de diputados de Francia en 1914, en Senegal tenemos derecho a voto. Desde hace más de un siglo, los senegaleses saben qué es un partido político, qué son unas elecciones o qué significa escoger a los líderes políticos.
C.K.- ¿Sigue escribiendo?
C.H.K.- Ahora mismo estoy trabajando en un proyecto al que tengo mucho cariño. Sigo las huellas de la epopeya vivida por el imperio de Malí, fundado por Soundjata Keïta, que redactó la Carta de Mandén. Me gustaría recordar esta página de la historia a la juventud africana y al mundo. En torno al proyecto he reunido a artistas -como el cantante Youssou Ndour-, intelectuales, escritores e, incluso, griots tradicionales provenientes del territorio del antiguo imperio de Mali. Quiero crear una película de animación con efectos especiales para ilustrar el universo místico del emperador Soundjata Keïta. Dicen las leyendas que ostentaba poderes mágicos, como el don de la ubicuidad: podía estar en varios lugares a la vez. He visto algunas películas, de hecho recientemente he visto Black Panther , que me han hecho pensar que mi proyecto es factible.
C.K.- ¿Le gustó Black Panther ?
C.H.K.- Me encantó la idea de un poderoso reino africano con sus propias normas. La voz del cantante senegalés Baaba Maal se utiliza a la perfección. Ahora que me encuentro mejor, espero conseguir que mi proyecto vea la luz.
Entrevista realizada por Coumba Kane para el diario francés Le Monde.
 Texto original en francés
Traducido por Marcos Orcástegui (Universidad de Valladolid) para Umoya.
Fuente: https://umoya.org/2018/11/01/cheikh-hamidou-kane-entrevista/

lunes, 26 de noviembre de 2018

Francia: Los "chalecos amarillos" .


  Francia: Los "chalecos amarillos" son también el producto de una serie de fracasos del movimiento social
Annick Coupé, Patrick Farbiaz, Pierre Khalfa, Aurélie Trouvé 25/11/2018


La indignación social ha encontrado con el movimiento de los "chalecos amarillos" una expresión sin precedentes. El carácter neopoujadista y anti-impuestos que parecían dominar hasta una semana y los intentos de su instrumentalización por la extrema derecha y la derecha extrema se han visto relativizados por la dinámica del movimiento, que ha crecido considerablemente, y la conciencia de que el aumento de impuestos sobre la gasolina ha sido "la gota que ha colmado el vaso."

Algunos excesos homófobos o racistas, marginales pero no obstante detestables, y algunos incidentes, a veces graves, no empañan su sentido. Este movimiento de auto-organización popular es un punto de referencia y es una buena noticia.

El movimiento de los “chalecos amarillos" es ante todo síntoma de una crisis generalizada, la de la representación social y política de las clases trabajadoras. El movimiento obrero organizado ha sido durante mucho tiempo la fuerza que cristalizó el descontento social y le dio un sentido, un imaginario emancipador. El poder del neoliberalismo ha debilitado progresivamente su influencia en la sociedad, no dejándole otra función que la de acompañar la regresión social.

Una situación fluida

Más recientemente, el desarrollo de las redes sociales ha apoyado esta profunda transformación, permitiendo la coordinación informal sin pasar por las organizaciones. La arrogancia del gobierno Macron ha hecho el resto con el cinismo de quienes dominan y que siempre valoran a “los primeros de la cordada" contra "los que fuman cigarrillos y conducen vehículos de diesel”.

El movimiento se caracteriza por una desconfianza generalizada vis-à-vis el sistema político

Los “chalecos amarillos" son también el producto de una serie de fracasos del movimiento social. Estos fracasos se han multiplicado desde la batalla de 2010 sobre las pensiones hasta el movimiento contra la Ley del Trabajo o la huelga de los ferrocarriles, y tienen razones estratégicas todas ellas relacionadas con la incapacidad de refundarse política, organizativa e ideológicamente tras Guerra Fría, la globalización financiera y el rechazo de cualquier compromiso social de las clases dominantes. Todos somos responsables, activistas y líderes de la izquierda política, sindical y asociativa, de estos fracasos.

En esta situación fluida, la respuesta de la izquierda emancipadora debe ser la politización popular. Por ello hay que trabajar en la reconstrucción de una fuerza anclada en nuestros valores: la igualdad, la justicia fiscal, social y ambiental, las libertades democráticas, la lucha contra la discriminación. El movimiento de los “chalecos amarillos" se caracteriza por la desconfianza generalizada vis-à-vis el sistema político, en especial los partidos y sindicatos.

Anclar la izquierda emancipadora en las clases populares

No se puede luchar contra esta desconfianza, ni contra la instrumentalización por la extrema derecha o el riesgo de antifiscalismo, practicando la política de la silla vacía o culpando a los manifestantes. Se trata por el contrario de tener los medios para influir en él y ganar la batalla cultural y política dentro del movimiento contra la extrema derecha y las fuerzas patronales que quieren hacerse con él.

Este movimiento plantea dos cuestiones: la creciente miseria social, especialmente en los barrios populares de las áreas metropolitanas, los desiertos rurales y las regiones ultraperifericas; y el de la gravedad de la crisis ambiental y climática que amenaza las condiciones de existencia de una gran parte de la humanidad y principalmente de los pobres.

Debemos responder a estas dos preguntas con la conjunción de un proyecto, prácticas sociales y una perspectiva política que una indisolublemente la cuestión social y la cuestión ecológica, la redistribución de la riqueza y la lucha contra el calentamiento climático global. El anclaje de la izquierdo emancipadora en las clases populares es condición previa para alentar una coalición de la mayoría por la justicia social y ambiental.

Annick Coupé, Patrick Farbiaz, Pierre Khalfa, Aurélie Trouvé son miembros de Attac y de la Fundación Copernic.
Fuente:
Le Monde, 20 de Noviembre 2018
Traducción: G. Buster para  Sin Permiso.

domingo, 25 de noviembre de 2018

La banalización de los delitos de rebelión


La banalización de los delitos de rebelión y sedición


Más de 120 catedráticos y profesores de derecho rechazan las acusaciones de rebelión y sedición en el caso 'procés'

Ni los hechos del 20 de septiembre ni los del 1 o 3 de octubre de 2017 dan lugar a la violencia exigida por el delito de rebelión




Los firmantes,

 Profesores de Derecho de las Universidades españolas, una vez presentados por la Fiscalía General del Estado y la Abogacía General del Estado los escritos de Conclusiones Provisionales ante el Tribunal Supremo y Audiencia Nacional, nos vemos obligados a manifestar nuestra opinión jurídica debido a la trascendencia histórica que para la democracia española alcanza el proceso penal que se va a desarrollar.
La Fiscalía estima que ciertas conductas de integrantes de los Mossos d'Esquadra, del Parlamento y Gobierno catalán, así como de los líderes sociales de la Asamblea Nacional Catalana y Òmnium Cultural, dan lugar al delito de rebelión del artículo 472 del Código Penal. Sin embargo, tal delito exige un alzamiento público y violento. A ese respecto debe señalarse que en nuestra opinión es un error considerar que los hechos acaecidos los días 20 de septiembre y 1 de octubre de 2017, se integran en el concepto de violencia exigido por el artículo 472 del CP.




Además, la interpretación que se realiza de la exigencia de violencia se separa de la doctrina que el Tribunal Constitucional ha establecido al analizar el delito de rebelión. Pues la STC 199/1987, al justificar constitucionalmente la extensión al delito de rebelión de las excepcionales medidas penales y procesales previstas en el artículo 55.2 de la Constitución para hacer frente a la actuación de las bandas armadas o elementos terroristas, considera que en la discusión parlamentaria del citado precepto "se constata una equiparación explícita, en cuanto ataque al sistema democrático y a la sustitución de la forma de Gobierno y de Estado elegida libremente por los ciudadanos, entre terrorismo y rebelión. Es cierto que el art. 55.2 no ha mencionado expresamente a los rebeldes, sino sólo a las bandas armadas o elementos terroristas [...], pero por definición, la rebelión se realiza por un grupo que tiene el propósito de uso ilegítimo de armas de guerra o explosivos, con una finalidad de producir la destrucción o aversión del orden constitucional". Y concluye: "Por ello a tales rebeldes en cuanto integran el concepto de banda armada del art. 55.2 CE, les resulta legítimamente aplicable la suspensión de derechos a la que habilita el precepto constitucional".
Tampoco creemos que concurra en este caso el delito de sedición del artículo 544 del CP, debido a que en ningún momento se ha aportado indicio alguno de que los imputados hayan inducido, provocado o protagonizado ningún alzamiento tumultuario con la finalidad de evitar el cumplimiento de la ley, salvo que se interprete que basta con incitar al derecho de manifestación, esto es, al ejercicio de un derecho fundamental. Sin que puedan atribuirse a los imputados aquéllos comportamientos individuales ocurridos con anterioridad, con posterioridad o realizados por otras personas distintas, ya que en Derecho Penal no rige el principio de responsabilidad objetiva sino el subjetivo por los propios hechos.
En cuanto al delito de rebelión del art. 472 CP, la Fiscalía sustenta que, desde el inicio, los procesados, con el objetivo final de lograr la independencia de Cataluña y la secesión del Estado Central, se plantearon el uso de la violencia. Cómo la llevaron a cabo, se pregunta, y responde: por medio de la actuación tumultuaria de miles de ciudadanos, instigados por aquellos, y la colaboración de los Mossos.
Para la Fiscalía, por tanto, el peligro reside en incitar a las movilizaciones, esto es, convierte en delito el ejercicio de derechos fundamentales. A mayor abundamiento, consideramos que la interpretación que se ha realizado de los tipos de rebelión y sedición abre la puerta a la banalización de unas figuras prácticamente inéditas en democracia y con un pasado de triste recuerdo, razón por la cual el legislador de 1995 las restringió para casos de una materialidad lesiva claramente superior al actual.
El resultado de un recurso inadecuado a estas figuras es el que estamos viendo, la petición de penas de muy larga duración, cuya consonancia con el principio de proporcionalidad –que debe guiar toda interpretación jurídica– es altamente cuestionable. Sólo conculcando muy gravemente el principio de legalidad penal puede llegar a afirmarse que los imputados, a la vista de los hechos que se les han atribuido, pudieron realizar este delito, o el de conspiración para la rebelión que requiere un acuerdo conjunto de llevarlo a cabo con esa misma violencia.
Sin embargo, lo único que hasta ahora ha demostrado la Fiscalía es que, con esa misma finalidad, todas las movilizaciones realizadas sólo pretendían un referéndum a través de medios pacíficos y democráticos. En esa idea pertinaz de configurar la existencia de violencia, la Fiscalía se centra, esencialmente, en los hechos ocurridos los días 20 de septiembre, 1 y 3 de octubre. Es más, llega a decir que el que no se planeara el uso de la violencia desde un inicio, no impide considerar que, tras los acontecimientos de aquellos días, adoptaran la decisión de seguir con la convocatoria, asumiendo el riesgo del ejercicio de actos violentos y otras confrontaciones.
Pues bien, ni los hechos del 20 de septiembre de 2017 ni los del 1 o 3 de octubre de 2017 dan lugar a la violencia exigida por el artículo 472 del CP. De otra parte, y por cuanto hace al delito de sedición, conviene recordar que se está recurriendo sistemáticamente al mismo (artículo 544) para reprimir y silenciar movimientos ciudadanos que practican, de modo pacífico, el derecho de manifestación, reunión, concentración.
En conclusión: no puede olvidarse además la cuestión no menor de la falta de competencia de la Audiencia Nacional que inició el proceso viciando de nulidad lo posteriormente actuado. Desde una perspectiva estrictamente jurídica (y sin entrar en consideraciones políticas), reclamamos el respeto al principio de legalidad penal y que investiguen todo lo que el Estado de Derecho autoriza y obliga, pero exclusivamente eso, porque sólo dentro de esos márgenes puede haber oportunidad, proporción y Justicia. La primera medida que debería adoptarse es la puesta en libertad de las nueve personas que permanecen en prisión preventiva por delitos inexistentes.

  y ver  comentarios ..


Dani Mateo y las esencias patrias.





Dani Mateo, again

“¡Cómicos! Duermen vestidos/viven desnudos/beben la vida a tragos./Son adorados/son calumniados/como dioses de barro”

Victor Manuel San José


Dani Mateo, otra vez, sí. Las batallas son duras y largas y no todas las mata el general invierno. Son batallas necesarias. Batallas que sólo libran los valientes y Dani lo es. Quizá un poco por inconsciencia, como casi todos, pero es que nadie dijo que el coraje fuera cosa de seres perfectos. En el último año hemos coincidido ambos aquí y allá para clamar contra la ofensiva evidente y organizada contra la libertad de expresión de unos, siempre los mismos, por parte de otros, también bien identificados. Durante los últimos años se produjo una tormenta perfecta represora que engarzaba a una policía que salía en búsqueda prospectiva -operaciones Araña-, una Fiscalía dirigida de forma tenaz contra determinados sectores y unos tribunales politizados -Audiencia Nacional y Tribunal Supremo- que cerraban el círculo. Dani Mateo fue atrapado por la borrasca con su broma sobre el Valle de los Caídos y, después de un periplo judicial, todo terminó en nada.

Cambiadas las tornas, los jefes de las policías, los jefes de los fiscales y los tribunales, todavía queda la posibilidad de que te imputen (te investiguen, según la reforma de neolenguaje del PP) por un chiste. Sí, por un puto chiste. Un sarcasmo de dimensiones planetarias, porque si de algo se reía Dani, otra vez, en ese sketch era de los que consideran que la bandera es el valor a defender y no el símbolo de los valores. Un error que amenaza con convertirse en radicalmente divisor.

Sinarse la napia con el trapo haciendo una coña. He ahí el problema. Lo cierto es que una asociación policial que no tiene claras referencias políticas en la progresía precisamente ha encontrado quien le compre el material averiado. Y Dani está otra vez jodido, es decir, imputado.  Un juez de Madrid con historia, Adolfo Carretero, le ha llamado a declarar en calidad de investigado, aunque debería saber que no hay delito en su conducta. No encaja en el tipo, un tipo que además no debería existir. Leo a magistrados varios en las redes sociales recomendarle que no se queje ya que no habrá condena “sería disparatada, por ahora lo que hay es incomodidad para alguien que optó por colocarse en ese ámbito porque lo consideró oportuno a sus intereses y a los de su cadena”. Sí, ese disparate disparatado lo dice una magistrada. Afirma sin pudor que no habrá condena, pero le resulta adecuado que un juez de instrucción incomode a un cómico que hizo un chiste por arriesgarse en un terreno resbaladizo. Lo justifica porque le iba bien a él y a La Sexta para ganar audiencia. Bien les está a ambos, parece predicar. Así son las cosas. El poder omnímodo del juez instructor, un poder irresponsable la mayor parte de las veces y que no hay que dejar de denunciar, sobre todo cuando sus propios compañeros están de acuerdo en que se ha abierto una causa que no prosperará.

No es la primera vez que Adolfo Carretero hace una de estas. También mantuvo imputada a la periodista que difundió el video sobre el espionaje a Ignacio González y sus bolsas en Cartagena de Indias para al final tener que sobreseer por orden de la Audiencia Provincial. No contaba nada que su hermano Agustín fuera director general de Justicia de la CAM, nombrado precisamente por Nacho González. Lo de la periodista de la SER era atípico, pero no se libró ni del mal trago ni de pagar abogados. Supongo que le estaría bien empleado por incordiar, como parece que ahora le pasa a Mateo. El poder omnímodo del juez de instrucción. ¿Qué pasa si te imputa y te hace pasar las de Caín y luego resulta que, desde el principio, era obvio que los hechos no se ajustaban al tipo penal? Pues nada. Sale gratis. Así que no desestime Dani Mateo que le hagan pasar un mal rato, y a la libertad de expresión con él, durante una temporada. Lo cierto es que el juez sabe o debería saber que Estrasburgo ya nos dio un palo por pretender que quemar banderas fuera delito ¡cuanto menos dejarles unos moquitos!

No sé si se contempla en esta locura represiva del acto liberador y catárquico que es el humor, que no hay nada que contribuya más a esa desafección por los símbolos que muchos españoles tienen y que nos aleja cada vez más a unos de otros. No sé si salvarán sus trapos y sus notas musicales, pero puede que pierdan en el camino la posibilidad de unión de los ciudadanos que dicen que representan. Algo que los talibanes se deberían preguntar. No lo harán, claro, porque no es eso lo que les interesa. Lo de la unión es pura literatura. Lo de la uniformidad es puro objetivo.

 Quizá el problema inicial parta también de esa sacralización de los símbolos nacionales que responde a la experiencia pasada con el terrorismo de ETA y con todo lo derivado de él. Desde entonces se justifica bien esgrimirlos como garrotes. No es buena idea. Terminará por serlo peor. El hecho de incluir como delictivas “las ofensas y ultrajes” a España, a sus comunidades autónomas y a sus símbolos es de hecho un absurdo. En primer lugar, porque ambas palabras, ofender y ultrajar, sólo se refieren en puridad del lenguaje a personas y no a cosas u conceptos. El mero hecho de referirlas a símbolos es de por sí una toma de posición restrictiva o un tomar la parte por el todo que está en el origen de mucha de las diatribas que ahora nos ocupan. Dejaré aparte el hecho de que una organización sindical cuyo objetivo es defender las mejoras profesionales de policías se convierta en la guardiana de las esencias patrias. Todo forma parte del mismo mejunje sectario que consiste en asimilar una y otra vez la bandera con unas esencias, con unas ideas, con una política. Ese mismo que hace que se insulte, se menosprecie, incluso se amenace envuelto en unos colores que se pretenden de todos.

Son batallas simbólicas que esconden fallas profundas. Están secuestrando un símbolo que tenemos todo el derecho incluso a no usar. Eso no les concede el poder para darnos con él en la cabeza. Contra el vicio de imponer, la virtud de resistir. Eso es lo que ha hecho Dani Mateo, otra vez. Y no lo ha hecho sólo por él

Nota .- La razón  de titular "las esencias patrias"  , está citado en el texto , pero además  es este excelente  libro   , sobre la construcción  del nacionalismo español..y de su identidad aplicado a la historia antigua  española en este caso .Lo que hizo   Dani fue una sátira donde muchos  se vieron reflejados, no es el que se  limpie con la bandera, solo es el espejo, no solo de los políticos, sino en aquel momento de  algún juez.  El lee un prospecto  farmacéutico sobre un antigripal y estornuda...  y se limpia con la bandera y se suena  la nariz al final , Es una sátira de los que se envuelven en la bandera  , por eso lo tomaron como una provocación  y se picaron . Fue como si comieran un ajo crudo .  Además van buscando odio a la bandera por todas  partes .Como lo del metro que golpearon a uno no se sabe quien , pero la culpa se la llevo los indepes sin saber quien fue y dijeron porque llevaba una bandera y  la camiseta nazi  la taparon al dar la noticia .

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viernes, 23 de noviembre de 2018

España.-La única democracia europea no construida contra el fascismo-

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España es el único país democrático en el que se considera “revanchismo” enterrar a los propios muertos o borrar del callejero nombres de asesinos notorios
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Por Santiago Alba Rico



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