lunes, 30 de enero de 2017

La teoría económica convencional se ha divorciado de la realidad.

El sistema se rompe

En una nota de fin de año, el biógrafo de John Maynard Keynes, el economista Lord Robert Skidelsky   escribe: "Seamos honestos: nadie sabe lo que está sucediendo en la economía mundial en la actualidad. La recuperación del colapso de 2008 ha sido inesperadamente lenta. ¿Estamos en el camino a una plena recuperación o estamos sumidos en un "estancamiento secular?". ¿La globalización va o viene?
Y continúa: "Los políticos no saben qué hacer. Utilizan las palancas habituales (e incluso las inusuales) y no pasa nada. La flexibilización cuantitativa (QE) se suponía que produciría la inflación "prevista". No lo hizo. La contracción fiscal debía restablecer la confianza. No lo hizo".
Skidelsky echa la culpa de esto al estado de la macroeconomía - nos recuerda la ahora infame visita de la reina británica Isabel II a la London School of Economics en medio de la Gran Recesión en 2008, cuando preguntó a un grupo de eminentes economistas: ¿por qué no la vieron venir? (Véase mi libro, La Larga Depresión). Le respondieron que ¡no sabían lo qué no sabían!
Skidelsky pasa a considerar varias razones del fracaso de la economía dominante a la hora de ver venir la crisis o saber qué hacer con ella. Una de las razones podría ser la concentración de la enseñanza de la economía en modelos poco realistas y fórmulas matemáticas, en vez de comprender "la imagen completa". Cree que la economía se ha aislado de "la comprensión común de cómo funcionan o deben funcionar las cosas”. Este análisis sigue al que hizo recientemente Paul Romer, el nuevo economista jefe del Banco Mundial, que, tras renunciar a la academia, también criticó el estado actual de la macroeconomía.
La segunda razón de Skidelsky es que la economía dominante entiende la sociedad como una máquina que puede alcanzar el equilibrio de la oferta y la demanda a fin de que "las desviaciones de equilibrio son ‘fricciones’, simples ‘baches en el camino’; restringiéndolos, los resultados son pre-determinados y óptimos". Lo que esto no tiene en cuenta, dice Skidelsky, es que hay seres humanos que operan en un sistema económico y que no pueden entrar en los cálculos de un modelo de equilibrio. Las matemáticas se interpone en el camino de la gran imagen con todos sus impredecibles y cambios humanos. Lo que no funciona en la teoría económica, según Skidelsky es su falta de una "educación y visión amplias". Los economistas necesitan saber más cosas sobre la organización social, el comportamiento y la historia del desarrollo humano, no sólo de modelos y matemáticas.
Si bien los argumentos de Skidelsky tienen más de un punto de razón, en realidad no explican por qué la teoría económica convencional se ha divorciado de la realidad. No se trata de un error pedagógico o de una  falta de reconocimiento de las ciencias sociales más generalistas, como la psicología; se trata del resultado deliberado de la necesidad de evitar la realidad del capitalismo. 'La economía política' comenzó como un análisis de la naturaleza del capitalismo sobre una base "objetiva" por los grandes economistas clásicos Adam Smith, David Ricardo, James Mill y otros. Pero una vez que el capitalismo se convirtió en el modo de producción dominante en las principales economías y se hizo evidente que el capitalismo era otra forma de explotación de la mano de obra (esta vez por el capital), la economía se apresuró a negar la realidad. En lugar de ello, la economía convencional se convirtió en una apología del capitalismo, y el equilibrio general sustituyó a la competencia real; la utilidad marginal sustituyó a la teoría del valor trabajo; y la Ley de Say sustituyó a la teoría de las crisis.
Como Marx lo resumió: "De una vez por todas quiero aclarar que por economía política clásica entiendo la teoría económica, que, desde la época de W. Petty, ha investigado las relaciones reales de producción en la sociedad burguesa, a diferencia de economía vulgar, que se ocupa sólo de las apariencias, rumia sin cesar los materiales que desde hace mucho tiempo ha proporcionado la economía científica, y busca explicaciones plausibles de los fenómenos más abstrusos, para uso diario de la burguesía, pero para el resto, se limita a sistematizar de forma pedante, y proclamando verdades eternas, las ideas trilladas en las que cree la auto-complaciente burguesía con respecto a su propio mundo, que es para ellos el mejor de los mundos posibles".
El problema de la teoría económica convencional no es (solo) que los economistas actuales se centran demasiado en las matemáticas y los modelos económicos - no hay nada inherentemente malo en utilizar matemáticas y modelos - o que la mayoría de los economistas no tengan tanta "erudición y talentos múltiples" como los clásicos del pasado. El problema es que la economía ya no es "economía política", un análisis objetivo de las leyes del movimiento del capitalismo, sino una apología de todas las "virtudes" del capitalismo.
La asunción de la economía es que el capitalismo es el único sistema viable de organización social humana capaz de satisfacer los deseos y necesidades de las personas. No hay alternativa. El capitalismo es eterno y funcionará siempre que no haya demasiadas interferencias en los mercados de fuerzas externas como el gobierno o de monopolios "excesivos". De vez en cuando, la tarea es controlar los 'choques externos' del sistema (visión neoclásica) o intervenir para corregir los "problemas técnicos" en la producción y la circulación capitalistas (visión keynesiana). Pero el sistema en sí, funciona.
Veamos la reacción de Paul Krugman a la nota de Skidelsky. Lo que molesta a Krugman es la sugerencia de Skidelsky de que la economía dominante mantiene que la contracción fiscal (austeridad) era necesaria para "restablecer la confianza" después de la Gran Recesión. Krugman, como decano moderno del keynesianismo, no está de acuerdo con el biógrafo de Keynes. La economía dominante, al menos su ala keynesiana, sostienen lo contrario. Más gasto público, no menos, es lo que hubiera sacado a la economía capitalista de su depresión. Eso dice la macroeconomía básica, afirma Krugman.
A continuación, señala que la austeridad está "fuertemente correlacionada con las crisis económicas". En realidad, la evidencia de ello es realmente débil, como he demostrado en varias notas y en varios ensayos (publicados y futuros). Las grandes soluciones keynesianas de dinero fácil, tasas de interés cero y gasto fiscal no han sido capaces ni de lejos de acabar con la depresión cuando se han aplicado (y las tres se han probado en Japón). Krugman, por supuesto, nos dice que no se han intentado, o por lo menos no lo suficiente. Los políticos "se negaron a utilizar la política fiscal para promover el empleo; prefirieron creer en la hada de la confianza para justificar los ataques contra el estado de bienestar, porque eso es lo que querían hacer. Y sí, algunos economistas les dieron excusas. Pero eso es una historia muy diferente a la afirmación de que la economía no pudo ofrecer una orientación útil. Por el contrario, se ofrecieron orientaciones muy útiles, que los políticos, por razones políticas, prefirieron ignorar ".
En mi opinión, los políticos pueden haber decidido ignorar el gasto fiscal para resolver el "problema técnico" de la Larga Depresión en parte "por razones políticas". Pero también hay muy buenas razones económicas para defender que en una economía capitalista, el aumento del gasto público y el crecimiento del déficit fiscal no conseguirían la recuperación económica si la rentabilidad del capital es baja.
Skidelsky mencionó el otro gran punto ciego de la economía convencional: la afirmación de que la libre circulación de mercancías y capitales, la globalización, beneficia todos. Angus Deaton, ganador del Premio Nobel de Economía en 2015, es un defensor optimista de la globalización. El libro de Deaton La gran evasión (2013) defendió que el mundo en que vivimos hoy es más sano y más rico de lo que hubiera sido, gracias a siglos de integración económica. En una entrevista en el FT , Deaton cree que "la globalización no parece ser un mal importante en si misma y me resulta muy difícil no pensar en los miles de millones de personas que han salido de la pobreza gracias a ella".
He discutido los argumentos de Deaton en notas anteriores. Deaton representa lo mejor de la economía dominante actual cuando aborda los grandes temas: la globalización, los robots, la desigualdad, la salud humana y la felicidad. Ahora está preocupado por la amenaza de los robots a las rentas del trabajo, las crecientes desigualdades en la "búsqueda de rentas" y el deterioro de la salud de los estadounidenses por el uso abusivo de medicamentos con los que les bombardean las compañías farmacéuticas. Cree que "la felicidad alcanza su punto máximo cuando una persona gana el equivalente a 75.000 dólares al año".  Por supuesto, la mayoría no gana eso, como bien sabe Deaton. Pero él sigue confiando en que el capitalismo es el mejor sistema de organización social, ya que ha sacado a mil millones de personas "de la pobreza" en los últimos 250 años. Así que el capitalismo funciona, incluso si sus apologistas ignorar su funcionamiento y no pueden explicar como funciona.
El entrevistador del FT dejó a Deaton y se dirigió hacia su coche: "Hay una multa de aparcamiento mojada en mi parabrisas, una multa de 40 dólares. Sonrío. Recuerdo el consejo de Deaton cuando me senté con él y le mencioné mi temor de acabar con una multa. "Estoy seguro de que podrá evitar pagarla", me dijo el premio Nobel. "Simplemente dígales que el parquímetro no funcionaba".
Pues bien, el sistema se rompe y los economistas no pueden sacarnos de él.

es un reconocido economista marxista británico, que ha trabajador 30 años en la City londinense como analista económico y publica el blog The Next Recession.
Fuente:
https://thenextrecession.wordpress.com/2016/12/25/the-system-is-broken/
Traducción:





sábado, 28 de enero de 2017

La reorganización del Imperio



"American Carnage"... O la reorganización del Imperio (Primera parte)


La periferia parece demandar que el centro del capitalismo siga manteniendo el modelo económico neoliberal, a pesar de las atrocidades que ha causado en las sociedades desde hace tres décadas.

 

[I]

El viernes veinte de enero, Donald Trump juró el cargo de presidente de los Estados Unidos de América, convirtiéndose, de manera simultánea, en la principal línea de mando del enorme complejo financiero-militar a través del cual el excepcionalismo estadounidense (blanco, anglosajón y protestante), ha ejercido su imperialismo sobre el resto de las Naciones que habitan el mundo —y que ocho años de mandato demócrata al frente de la Casa Blanca sólo incrementaron: a través de la reproducción de conflictos sociales en el Magreb y Oriente Medio, del financiamiento y respaldo político de golpes de estado parlamentarios en América Latina, de la militarización de Europa del Este y el Sudeste asiático y, de la acumulación y concentración de capital a costa del barrido de los aparatos productivos de otras economías nacionales. Sin embargo, para la prensa que acostumbra a defender el status quo únicamente hasta que nuevas condiciones políticas presentan mayores rendimientos materiales, lo trascendental de la toma de protesta de Trump no es —como no lo ha sido desde que el empresario declarara sus aspiraciones presidenciales—, el potencial con el que el supremacismo de éste es capaz de profundizar el avasallamiento de la modernidad capitalista sobre todos aquellos cuerpos sociales que se resisten a su avance. Por lo contrario, para el discurso político mainstream lo que se encuentra en juego es justo la posibilidad de que la presidencia de Trump haga visible la cara oculta del progreso de la modernidad; es decir, la cara del colonialismo.

Así pues, si bien el debate público en torno a la presidencia de Trump gira, ininterrumpidamente, entorno a un conjunto definido de preocupaciones que van desde la cuestión racial hasta la distención del enfrentamiento con Rusia (pasando por la continuación de la guerra en contra del terrorismo, la profundización de las inequidades de género y del coartado ejercicio de las libertades que los estadounidenses consideran fundacionales de la identidad política liberal), lo cierto que es que todas ellas se ven dominadas por las posiciones que el hoy presidente de la Unión manifiesta en torno al orden comercial vigente.

No es, por ello, azaroso que desde la derecha y hasta la izquierda, todo el espectro ideológico vuelva una y otra vez sobre el desprecio que Trump ha manifestado hacia el funcionamiento del mercado mundial; a grado tal que no faltan quienes ya comienzan a revivir el fantasma del comunismo, pero esta vez no recorriendo Europa o existiendo realmente en los herederos de la Unión Soviética, sino saturando las instituciones del Estado capitalista por antonomasia. Cada vez que Trump discurre en contra de los tratados de libre comercio, cuando señala al gran capital por haber abandonado a las clases trabajadoras y siempre que consigue que la industria se desplace de la periferia a suelo estadounidense las clases ilustradas del mundo no hacen más que vociferar que éstas son acciones que presagian el retorno a modelos económicos proteccionistas; comprobados en su inoperatividad.

En este sentido, el dogma a la acumulación de capital, a la valorización del propio valor se hace presente cada vez que los analistas de la alta diplomacia y las refinadas cuestiones de la política de los grandes poderes (Great Power Politics), se manifiesta acusando que la intervención del aparato de Estado en el funcionamiento del libre mercado es el primer paso para llevar a la humanidad, en palabras de Friedrich Hayek, por un camino de servidumbre; en donde el individuo ve perdida su más esencial condición existencial: la posibilidad de ejercer su libertad sin la intermediación de fuerza social alguna que no sea la de la oferta y la demanda.

El liberalismo económico, en particular, y el capitalismo, en general; de acuerdo con las interpretaciones dominantes en el imaginario colectivo global, se encuentra en peligro, en una fase en la que probablemente la humanidad esté asistiendo, por causa del proteccionismo comercial y lo impredecible del cuadragésimo quinto presidente estadounidense, al intento más próximo del que se tenga registro histórico de dar muerte al libre mercado. Pero al argumentar y aceptar estas interpretaciones, el mundo olvida que el capitalismo nació con la colonización europea en la periferia y que la riqueza de las Naciones centrales se debe a la explotación de esta periferia.

Y olvida, también, que en América Latina el neoliberalismo se instauró, como régimen de verdad e inevitable punto de tránsito hacia el progreso, acompañado por dictaduras militares que construyeron aparatos estatales omnipresentes; que en África la esclavitud y la guerra son las condiciones sine qua non para el desarrollo y mantenimiento de los regímenes extractivistas; y que en Asia el vuelo de los gansos sólo fue posible gracias a administraciones públicas autoritarias que industrializaron a la región sobre las ruinas de sus sistemas culturales tradicionales.

El mundo parece encontrarse en vilo sólo porque un par de armadoras automotrices trasladaron sus inversiones de la periferia a los Estados Unidos, o porque los tratados de libre comercio ya no son enunciados como la panacea de la escasez de recursos y de incremento cuantitativo de la riqueza social. Sin embargo, a pesar de la realidad de estos casos —que se presentan contrarios al credo de maximización de ganancias por abaratamiento de costos—, el discurso de Donald Trump no es el de una posición contraria al capitalismo, no lo es, ni siquiera, en contra del libre mercado.

Y es que Trump no está repatriando capitales, tampoco está exigiendo al capital financiero que abandone sus inversiones en las bolsas de valores de todo el mundo, no le pide a los bancos que restrinjan sus líneas de crédito al plano nacional, no arremete en contra de mineras, gaseras, eléctricas o empresas petroleras para que detengan la extracción de recursos naturales en las periferias globales. Trump tampoco ha detenido los flujos de mercancías, servicios y capitales desde o hacia su país. Las palabras y los hechos de la gestión pública de Trump, hasta ahora, se han enfocado en sectores muy específicos del espectro productivo global; no en la totalidad de las actividades productivas/consuntivas de las que está saturada la vida en sociedad.

¿A qué responde este comportamiento? Por un lado, la economía global no se ha recuperado de los estragos causados por la burbuja especulativa del sector inmobiliario. Al finalizar 2016 la tasa de ganancia del capital financiero aún no recobraba los niveles en los que se encontraba justo antes de que la burbuja estallara en 2008. De hecho, las estimaciones más conservadoras indican que la acumulación de capital se encuentra siete veces por debajo de su punto más alto, en 2007. En este sentido, ejercer controles de intervención estatal directa en la manera en la que se desarrolla la actividad industrial tiene un objetivo claro: si se parte de la premisa de que el capital financiero es, esencialmente, capital ficticio, la necesidad de respaldar ese capital por medio de una base material, esto es, a través de la producción industrial se tiene como consecuencia que lo que se busca es acelerar el proceso de recuperación de la tasa de ganancia sin tener que recurrir, como hasta ahora, a los instrumentos especulativos. Por el otro, el discurso de Trump se ha centrado reiterativamente en la promoción de la ética protestante como la fuerza vital que mueve al espíritu del capitalismo, y en ello, por consecuencia, no apela a una modificación de la manera en la que se encuentran organizadas las fuerzas productivas globales, no llega ni siquiera a insinuar que se requiera un cambio en la correlación de fuerzas entre las clases más adineradas y las más explotadas. Por lo contrario, afirma la posición de cada una de ellas, pero lo hace, además, forzando a las clases desposeídas a que acepten esa posición impulsando el desarrollo industrial del país; al tiempo que invisibiliza el rol que jugaron los grandes capitales (a los cuales él mismo pertenece) en el empobrecimiento de aquellas.

Por eso resultan absurdas las posiciones que afirman la muerte del capitalismo, del liberalismo y la globalización (a menudo tomando a las tres categorías como términos intercambiables). Porque no hay, ni en el gabinete de Trump —plagado de militares y economistas promotores del status quo neoliberal, blanco, protestante y anglosajón—, ni en el discurso del nuevo presidente un solo ápice de antiglobalización, anticapitalismo o antineoliberalismo. De hecho, Trump no es más proteccionista que el resto de sus predecesores (Reagan incluido). La cuestión es que Trump vocifera, tanto como puede, aquello que en otros contextos sólo era posible observar en acciones concretas, a posteriori.

Hoy, el supuesto keynesianismo de Trump no es más intervencionista que el proteccionismo de la Unión Europea y los Estados Unidos en sus sectores agrícolas; en detrimento de los productos periféricos. Su pretensión de abandonar sus acuerdos comerciales no es más cínica que todos los casos de incumplimiento del NAFTA. Y sus amenazas arancelarias no son peores que las restricciones comerciales, embargos y bloqueos comerciales que el gobierno que hoy encabeza utiliza desde siempre como mecanismo promotor de la democracia procedimental y los derechos humanos entendidos a la American Way of

Y es que muy a pesar de los modelos ideales sobre los cuales la tradición monetarista (desde Walter Lippmann hasta Richard Posner, pasando por Friedrich Hayek, Milton Friedman, Louis Rougier, Gary Becker, Bruno Leoni y todo asociado a la Mont Pelerin Society), y contrario al dogma neoliberal reproducido por automatismo desde los centros geopolíticos del Saber, el mercado libre de toda intervención del Estado no es más que una falacia. En todo sentido, esa libertad del mercado tan defendida por la economía de la Escuela de Chicago (que en América Latina se conoció a sangre y fuego a través del Consenso de Washington), sólo es posible si se cuenta con un Estado garante de la propiedad privada, de la represión de las resistencias sociales, y de la permanente acumulación y concentración de capital.

No importa de la sociedad de la que se trate, la historia del capitalismo, en general, y del neoliberalismo, en particular; es la historia de los aparatos de Estado y sus sistemas jurídicos como los garantes de la reproducción de la riqueza. Las concesiones de los recursos naturales, las operaciones de un empresa, los regímenes de seguridad social, los límites salariales, la regulación de la competencia, la creación de mercados en espacios sociales en los que no existen, etcétera; son todos casos de intervención del Estado en el mercado para reproducir la lógica de valorización de ese mismo mercado.

De ahí que lo realmente preocupante no sea que Trump se perfile a profundizar esas condiciones para hacer avanzar al mercado a ritmos más rápidos, sino que el debate en torno a la política económica de Donald Trump en las periferias sea el que se incline por el mantenimiento del status quo; a pesar de las atrocidades que el neoliberalismo y la militarización de los mercados en sus sociedades han causado desde hace tres décadas. Porque en realidad, lo que se combate en la periferia al acusar a Trump de proteccionista no es el mercado y sus injusticias, sino que se prive a la periferia del crecimiento por goteo que desde hace quinientos años el capitalismo les prometió.

Antaño era la periferia la que señalaba las contradicciones del capitalismo, la que mostraba al mundo el reflejo del avance de la modernidad capitalista: con todas sus muertes, con todos sus saqueos, con la explotación insaciable de sus recursos naturales y con la edificación del progreso sobre las ruinas de sus culturas tradicionales . Hoy, parece que la periferia es la vanguardia que exige al centro del capitalismo seguir exportando ese modelo económico al mundo, no detener el flujo de capitales, las inversiones directas de sus empresas o la creación de empleos en sus fábricas. Porque incluso en la periferia el dogma al capital es que no existe otra vida que no se circunscriba a la manera capitalista de reproducir la socialidad, que la vida existe y que el ser humano es tal sólo dentro del capitalismo.

Blog del autor: http://columnamx.blogspot.mx/2017/01/american-carnage-o-la-reorganizacion.html


 Nota del bog  ..

El neoliberalismo hayekiano siempre fue autoritario 




"La paradoja de la tradición liberal de von Mises y Hayek es la yuxtaposición entre un laissez faire radical y un intervencionismo jurídico que postula la ley como la gestión despótica de las reglas del juego de la economía. Esta paradoja fue asumida como una corrección o, incluso, una contraposición al liberalismo clásico, como asimismo a la propia auto organización y orden espontáneo idealizada en un momento anterior por Hayek, que dio origen a un constructivismo social que alcanzó proporciones siempre excesivas. En este sentido, no existe una teoría más vulnerable a su propia agenda ideológica,  que la ideología del neoliberalismo hayekiano."






jueves, 26 de enero de 2017

Manuel Valls y la maleta de la Françafrique.



Faure Gnassingbé aurait donné 5 milliards à Manuel Valls

    Lors de son passage à Lomé, Faure Gnassingbé aurait offert 5 milliards CFA à Manuel Valls pour le soutenir dans le cadre de sa campagne électorale.
    Dans un communiqué rendu publique ce mardi et destiné à soutenir la grève de trois jours des enseignants, le Parti des travailleurs accuse le président Faure Gnassingbé d’avoir donné une valise de 5 milliards CFA à l’ancien Premier ministre  français.

    Manuel Valls et la malette de la Françafrique

    Cette somme destinée à soutenir le Premier ministre Manuel Valls pour sa candidature à la primaire socialiste puis à la présidentielle 2017.
    «C’est ainsi que des révélations de sources proches du régime, émanant de personnalités elles-mêmes écœurées par l’incroyable cynisme de Faure Gnassingbé à l’endroit de son propre peuple, indiquent que, lors de son voyage officiel de fin 2016 au Togo, Manuel Valls, alors qu’il était encore Chef du gouvernement français, aurait reçu un « cadeau » de 5 milliards de F CFA pour sa campagne en France en vue de l’élection présidentielle de 2017 dans laquelle il envisageait de s’engager », selon le communiqué du Parti des Travailleurs.
    C’est fort de cette « manne » que l’ex Premier ministre français a fait pression pour le retrait de l’actuel locataire de l’Elysée de la course à la présidentielle française.

    Détournements de fonds

    Selon Monsieur Claude Ameganvi, il s’agit d’un vrai détournement de fonds car c’est en prévision de ce soutien à M. Manuel Valls que Faure Gnassingbé a fait voter par l’Assemblée nationale un collectif budgétaire de 10 milliards CFA soit disant pour paiement de cinq hélicoptères dans le cadre de la «Conférence de la sécurité sur la navigation maritime».
    Des hélicoptères introuvables, d’après le Parti des Travailleurs, car « n’ayant jamais été achetés ».

    Pays livré à l’étranger

    A côté de ce détournement, le gouvernement aurait totalement livré le pays à l’étranger en gageant des biens publics. Voici comment le communiqué détaille ces ventes déguisées de biens publics :
    Plus révoltant et aussi incroyable que cella puisse paraître, l’irresponsabilité et la gloutonnerie des membres du régime de Faure EYADEMA-GNASSINGBE les ont conduit à contracter – comme son représentant a dû l’avouer lors de la discussion sur le Collectif budgétaire, gestion 2016 – des prêts dénommés Sukuk d’un montant total de 156 milliards de F CFA auprès de certaines banques islamiques sur la période 2016-2026 en gageant des biens publics.


    Il s’agit des bâtiments suivants : le site de la Foire Togo 2000, le Commissariat général de l’OTR et son Commissariat des Impôts, le siège de Togo Télécom, le Garage central, le Ministère des Travaux publics, l’UTB, le siège de la LONATO, la CENI, le Ministère du Commerce, le siège de la SAZOF et la SAZOF-Zone portuaire.


    Il n’y a aucun doute que ces prêts, contractés dans l’opacité la plus totale et hors de tout contrôle par les institutions nationales de régulation du fonctionnement de l’Etat, ne s’inscrivent dans aucune logique rationnelle de développement comme celle des infrastructures et besoins scolaires, selon le même communiqué.

    Assez d’argent pour satisfaire les enseignants

    En conclusion, selon le Parti des Travailleurs, sans la « gloutonnerie » du régime, on pourrait satisfaire les revendications des enseignants et construire des infrastructures sociales.
    Difficile dans ce cas d’avancer le manque d’argent pour justifier la non-satisfaction des enseignants. Par conséquent, le Parti des Travailleurs soutient les enseignants et demande au peuple togolais de leur apporter son appui.

     Fuente: «Faure Gnassingbé aurait donné 5 milliards à Manuel Valls», Le Temps (Togo), 17 de enero de 2017.
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    Nota del blog . Si no me equivoco en la conversión de la moneda 5 millardos de francos centroafricanos  son 7 .6 millones de euros. En España los bancos prestaron al CS y al PSOE 7  millones a cada uno + - para las últimas elecciones y al PP  9 millones +- .

    miércoles, 25 de enero de 2017

    Los dilemas USA de los tratados de libre comercio.

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    Chau TPP, ¿hola Mercosur?

    Página/12


    El momento llegó: Donald Trump le puso fin a la participación de EEUU en el Acuerdo Transpacífico TPP, que su propio país capitaneaba. Fue a través de un decreto ejecutivo que empalma con su discurso proteccionista durante su asunción, días atrás. Cumple así una de sus principales promesas de campaña en el plano de la política exterior. La noticia tiene varias implicancias en concreto. En primer lugar, muestra que la estrategia anti China desplegada por la anterior administración norteamericana no ha dado sus frutos. El TPP, acuerdo cuyo objetivo principal era que Beijing no dictamine las normas del comercio internacional, tal como el propio Obama había afirmado, no existe más. China y los emergentes, aún creciendo por debajo de lo que lo hacían años atrás, siguen moviendo la economía internacional –que no logra aún remontar la crisis iniciada en 2008 en los países desarrollados–.
    Es probable que Xi Jinping esté notoriamente satisfecho con la noticia, que se da en la semana posterior a su participación en el Foro Económico de Davos, donde el dirigente del Partido Comunista Chino acaparó todas las miradas, por ser su primera vez allí. ¿Estamos asistiendo a un cambio del “hegemón” ante nuestros propios ojos, visto y considerando el nuevo escenario global que aquí describimos? Todo parece indicar que sí, aunque esto implicará resistencias parciales de EE.UU., que buscará una nueva estrategia de inserción internacional.
    Por otro lado, para América latina abre un marco de incertidumbre creciente sobre la posible sobrevida de instancias como la Alianza del Pacífico (AP), que dependían del contexto librecambista impulsado por EE.UU. El amesetamiento de instancias como Unasur y Mercosur deberá ser revisado a la luz del nuevo contexto, que debería fortalecer a estas herramientas integracionistas en un mundo que necesariamente deberá pensarse en torno a bloques en el corto y mediano plazo.
    Asimismo, la noticia muestra los límites del giro hacia la AP que encararon países como Argentina y Brasil durante 2016. Para Macri, quien durante todo el año pasado insistió en los beneficios de sumarse al bloque de países compuesto por México, Colombia, Perú y Chile, la noticia es un sinsabor de dimensiones, que habla de la poca pericia de las RRII del gobierno en curso: se preparó para un mundo que no es tal, movido por la ideología antes que por la cabal comprensión de los procesos en curso.
    Los errores en política exterior, a veces menos visibles en términos de la opinión pública de cada país, pueden ser tan costosos como los equívocos en la política doméstica. Todo parece indicar que el giro hacia la AP que encaró la Argentina durante 2016 fue un garrafal error de comprensión del momento histórico. ¿Se animará el gobierno de Macri a intentar fortalecer el Mercosur y la Unasur ante el derrotero del TPP y la AP? ¿Podrá rectificar a tiempo la errática política exterior que ha venido desplegando?
    Juan Manuel Karg. Politólogo UBA. Investigador CCC.
    Fuente: https://www.pagina12.com.ar/15880-chau-tpp-hola-mercosur

    ----------  Y VER ..

    Límites y contradicciones de las propuestas comerciales de Trump ( picar aquí)
    es muy importante este artículo y se entiende  la tensión con el pentagonismo militar ...


    "Trump comprendió que el desequilibrio del libre comercio estaba a favor, ya no de Estados Unidos, sino de China y las llamadas “economías emergentes”. Paul Samuelson, economista galardonado con el Premio Nobel, un ardiente partidario del libre comercio, ya en 2004 (artículo en Perspectivas Económicas) sugirió que el creciente poder económico de China pone en duda si el libre comercio convierte en un ganador (winner) a Estados Unidos. El miedo de la superpotencia a la economía china ha transformado a este país de posible socio estratégico en una amenaza actual, que se enfoca principalmente, en palabras de Henry Kissinger, en “el debilitamiento psicológico del adversario”, por lo cual “el imperialismo militar no es el estilo chino”.
    Esta es una amenaza que tiene como sustento el espectacular aumento del poder económico de China, que asimismo cuenta con la población más grande del mundo, lo cual tendría un fuerte efecto desestabilizador. Esto ha llevado a que China sea ubicada en el centro de la globalización. A decir del keynesiano Thomas I. Palley, asesor Senior de Política Económica de la AFL-CIO, “la globalización se ha transformado gradualmente en un proyecto de “globalización centrada en China”. Este fenómeno tiene graves consecuencias económicas y geopolíticas para los Estados Unidos”[22]".
     
    y ver ...
      Las tensiones del bloque de poder en EEUU.
     http://www.alainet.org/es/articulo/182990

    martes, 24 de enero de 2017

    El fin del neoliberalismo progresista .

    Trump o el fin del neoliberalismo progresista

    Dissent Magazine / Socialismo21


    La elección de Donald Trump es una más de una serie de insubordinaciones políticas espectaculares que, en conjunto, apuntan a un colapso de la hegemonía neoliberal. Entre esas insubordinaciones, podemos mencionar entre otras, el voto del Brexit en el Reino Unido, el rechazo de las reformas de Renzi en Italia, la campaña de Bernie Sanders para la nominación Demócrata en los EEUU y el apoyo creciente cosechado por el Frente Nacional en Francia.

    Aun cuando difieren en ideología y objetivos, esos motines electorales comparten un blanco común: rechazan la globalización de las grandes corporaciones, el neoliberalismo y el establishment político que los respalda. En todos los casos, los votantes dicen “¡No!” a la combinación letal de austeridad, libre comercio, deuda predatoria y trabajo precario y mal pagado que caracteriza al actual capitalismo financiarizado. Sus votos son una respuesta a la crisis estructural de esta forma de capitalismo, crisis que quedó expuesta por primera vez con el casi colapso del orden financiero global en 2008.

    Sin embargo, hasta hace poco, la repuesta más común a esta crisis era la protesta social: espectacular y vívida, desde luego, pero de carácter harto efímero. Los sistemas políticos, en cambio, parecían relativamente inmunes, todavía controlados por funcionarios de partido y elites del establishment, al menos en los estados capitalistas poderosos como los EEUU, el Reino Unido y Alemania. Pero ahora las ondas de choque de las elecciones reverberan por todo el planeta, incluidas las ciudadelas de las finanzas globales.

    Quienes votaron por Trump, como quienes votaron por el Brexit o contra las reformas italianas, se han levantado contra sus amos políticos. Burlándose de las direcciones de los partidos, han repudiado el sistema que ha erosionado sus condiciones de vida en los últimos treinta años. Lo sorprendente no es que lo hayan hecho, sino que hayan tardado tanto.

    No obstante, la victoria de Trump no es solamente una revuelta contra las finanzas globales. Lo que sus votantes rechazaron no fue el neoliberalismo sin más, sino el neoliberalismo progresista. Esto puede sonar como un oxímoron, pero se trata de un alineamiento, aunque perverso, muy real: es la clave para entender los resultados electorales en los EEUU y acaso también para comprender la evolución de los acontecimientos en otras partes.

    En la forma que ha cobrado en los EEUU, el neoliberalismo progresista es una alianza de las corrientes dominantes de los nuevos movimientos sociales (feminismo, antirracismo, multiculturalismo y derechos LGBTQ) por un lado y, por el otro, el más alto nivel de sectores de negocios “simbólicos” y de servicios (Wall Street, Silicon Valley y Hollywood). En esta alianza, las fuerzas progresistas se han unido efectivamente con las fuerzas del capitalismo cognitivo, especialmente la financiarización. Aun sin quererlo, lo cierto es que las primeras le han aportado su carisma a las últimas. Ideales como la diversidad y el “empoderamiento”, que en principio podrían servir a diferentes propósitos, ahora dan lustre a políticas que han resultado devastadoras para la industria manufacturera y y para lo que antes era la clase media.

    El neoliberalismo progresista se desarrolló en los EEUU durante estas tres últimas décadas y fue ratificado por el triunfo electoral de Bill Clinton en 1992. Clinton fue el principal organizador y abanderado de los “Nuevos Demócratas”, el equivalente estadounidense del “Nuevo Laborismo” de Tony Blair.

    En vez de la coalición del New Deal entre obreros industriales sindicalizados, afroamericanos y clases medias urbanas, Clinton forjó una nueva alianza de empresarios, residentes de los suburbios*, nuevos movimientos sociales y juventud: todos proclamando orgullosos la honestidad de sus intenciones modernas y progresistas, a favor de la diversidad, el multiculturalismo y los derechos de las mujeres.

    Aun cuando el gobierno de Clinton respaldó esas ideas progresistas, también cortejó a Wall Street. Pasando el mando de la economía a Goldman Sachs, desreguló el sistema bancario y negoció tratados de libre comercio que aceleraron la desindustrialización. Lo que se perdió por el camino fue el Rust Belt (Cinturón del Óxido), otrora bastión de la democracia social del New Deal y ahora la región que ha entregado el Colegio Electoral a Donald Trump. Esa región, junto con nuevos centros industriales en el Sur, recibió un duro revés con el despliegue de la financiarización más desenfrenada durante las últimas dos décadas. Las políticas de Clinton -que fueron continuadas por sus sucesores, incluido Barak Obama- degradaron las condiciones de vida de todo el pueblo trabajador, pero especialmente de los trabajadores industriales.

    Para decirlo sumariamente: Clinton tiene una pesada responsabilidad en el debilitamiento de las uniones sindicales, en el declive de los salarios reales, en el aumento de la precariedad laboral y en el auge de las familias con dos ingresos que vino a substituir al difunto salario familiar.

    Como sugiere esto último, cubrieron el asalto a la seguridad social con un barniz de carisma emancipatorio, tomado prestado de los nuevos movimientos sociales. Durante todos estos años en los que se devastaba la industria manufacturera, el país estaba animado y entretenido por una faramalla de “diversidad”, “empoderamiento” y “no-discriminación”. Al identificar “progreso” con meritocracia -en lugar de igualdad-, se equiparaba la “emancipación” con el ascenso de una pequeña elite de mujeres, minorías y gays “con talento” en la jerarquía empresarial basada en la noción de "quien-gana-se-queda-con-todo" (validando la jerarquía en lugar de abolirla).

    Esa noción liberal e individualista del “progreso” fue reemplazando gradualmente a la noción emancipadora, anticapitalista, abarcadora, antijerárquica, igualitaria y sensible al concepto de clase social que había florecido en los años 60 y 70. Con la decadencia de la Nueva Izquierda, su crítica estructural de la sociedad capitalista se debilitó, y el esquema mental liberal-individualista tradicional del país se reafirmó a sí mismo al tiempo que se contraían las aspiraciones de los “progresistas” y de los autodenominados "izquierdistas". Pero lo que selló el acuerdo fue la coincidencia de esta evolución con el auge del neoliberalismo. Un partido inclinado a liberalizar la economía capitalista encontró a su compañero perfecto en un feminismo empresarial centrado en la “voluntad de dirigir” del "leaning in"** o en “romper el techo de cristal”.

    El resultado fue un “neoliberalismo progresista”, amalgama de truncados ideales de emancipación y formas letales de financiarización. Esa amalgama fue desechada en su totalidad por los votantes de Trump. Entre los marginados por este bravo mundo cosmopolita tienen un lugar prominente los obreros industriales, sin duda, pero también hay ejecutivos, pequeños empresarios y todos quienes dependían de la industria en el Rust Belt (Cinturón Oxidado) y en el Sur, así como las poblaciones rurales devastadas por el desempleo y la droga. Para esas poblaciones, al daño de la desindustrialización se añadió el insulto del moralismo progresista, que estaba acostumbrado a considerarlos culturalmente atrasados. Los votantes de Trump no solo rechazaron la globalización sino también el liberalismo cosmopolita identificado con ella. Algunos –no, desde luego, todos, ni mucho menos— quedaron a un paso muy corto de culpar del empeoramiento de sus condiciones de vida a la corrección política, a las gentes de color, a los inmigrantes y los musulmanes. Ante sus ojos, las feministas y Wall Street eran aves de un mismo plumaje, perfectamente unidas en la persona de Hillary Clinton.

    Esa combinación de ideas fue posible debido a la ausencia de una izquierda genuina. A pesar de estallidos como Occupy Wall Street, que fue efímero, no ha habido una presencia sostenida de la izquierda en los EEUU desde hace varias décadas. Ni se ha dado aquí una narrativa abarcadora de izquierda que pudiera vincular los legítimos agravios de los votantes de Trump con una crítica efectiva de la financiarización, por un lado, y con una visión emancipadora antirracista, antisexista y antijerárquica, por el otro. Igualmente devastador resultó que se dejaran languidecer los potenciales vínculos entre el mundo del trabajo y los nuevos movimientos sociales. Separados el uno del otro, estos polos indispensables para cualquier izquierda viable se alejaron indefinidamente hasta llegar a parecer antitéticos.

    Al menos hasta la notable campaña de Bernie Sanders en las primarias, que bregó por unirlos después de recibir algunas críticas del movimiento Black Lives Matter (Las vidas negras importan). Haciendo estallar el sentido común neoliberal reinante, la revuelta de Sanders fue, en el lado Demócrata, el paralelo de Trump. Así como Trump logró dar el vuelco al establishment Republicano, Sanders estuvo a un pelo de derrotar a la sucesora ungida por Obama, cuyos apparatchiks controlaban todos y cada uno de los resortes del poder en el Partido Demócrata. Entre ambos, Sanders y Trump, galvanizaron una enorme mayoría del voto norteamericano.

    Pero sólo el populismo reaccionario de Trump sobrevivió. Mientras que él consiguió deshacerse fácilmente de sus rivales Republicanos, incluidos los predilectos de los grandes donantes de campaña y de los jefes del Partido, la insurrección de Sanders fue frenada eficazmente por un Partido Demócrata, mucho menos democrático. En el momento de la elección general, la alternativa de izquierda ya había sido suprimida. Lo único que quedaba era la elección de Hobson ("tómalo o déjalo"): elegir entre el populismo reaccionario y el neoliberalismo progresista. Cuando la autodenominada izquierda cerró filas con Hillary, la suerte quedó echada.

    Sin embargo, y de ahora en más, este es un dilema que la izquierda debería rechazar. En vez de aceptar los términos en que las clases políticas nos presentan el dilema que opone emancipación a protección social, lo que deberíamos hacer es trabajar para redefinir esos términos partiendo del vasto y creciente fondo de rechazo social contra el presente orden. En vez de ponernos del lado de la financiarización-cum-emancipación contra la protección social, lo que deberíamos hacer es construir una nueva alianza de emancipación y protección social contra la finaciarización. En ese proyecto, que se desarrollaría sobre el terreno preparado por Sanders, emancipación no significa diversificar la jerarquía empresarial, sino abolirla. Y prosperidad no significa incrementar el valor de las acciones o los beneficios empresariales, sino mejorar los requisitos materiales de una buena vida para todos. Esa combinación sigue siendo la única respuesta victoriosa y de principios para la presente coyuntura.

    A nivel personal, no derramé ninguna lágrima por la derrota del neoliberalismo progresista. Es verdad: hay mucho que temer de una administración Trump racista, antiinmigrante y antiecológica. Pero no deberíamos lamentar ni la implosión de la hegemonía neoliberal ni la demolición del clintonismo y su tenaza de hierro sobre el Partido Demócrata. La victoria de Trump significa una derrota de la alianza entre emancipación y financiarización. Pero esta presidencia no ofrece solución alguna a la presente crisis, no trae consigo la promesa de un nuevo régimen ni de una hegemonía segura. A lo que nos enfrentamos más bien es a un interregno, a una situación abierta e inestable en la que los corazones y las mentes están en juego. En esta situación, no sólo hay peligros, también hay oportunidades: la posibilidad de construir una nueva Nueva Izquierda.

    De que ello suceda dependerá en parte de que los progresistas que apoyaron la campaña de Hillary sean capaces de hacer un serio examen de conciencia. Necesitarán librarse del mito, confortable pero falso, de que perdieron contra una “banda de deplorables” (racistas, misóginos, islamófobos y homófobos) ayudados por Vladimir Putin y el FBI. Necesitarán reconocer su propia parte de culpa al sacrificar la protección social, el bienestar material y la dignidad de la clase obrera a una falsa interpretación de la emancipación entendida en términos de meritocracia, diversidad y empoderamiento. Necesitarán pensar a fondo en cómo podemos transformar la economía política del capitalismo financiarizado reviviendo el lema de campaña de Sanders –“socialismo democrático”— e imaginando qué podría  significar ese lema en el siglo XXI. Necesitarán, sobre todo, llegar a la masa de votantes de Trump que no son racistas ni próximos a la ultraderecha, sino víctimas de un “sistema fraudulento” que pueden y deben ser reclutadas para el proyecto antineoliberal de una izquierda rejuvenecida.

    Eso no quiere decir olvidarse de preocupaciones acuciantes sobre el racismo y el sexismo. Quiere decir demostrar de qué modo esas antiguas opresiones históricas hallan nuevas expresiones y nuevos fundamentos en el capitalismo financiarizado de nuestros días. Se debe rechazar la idea falsa, de suma cero, que dominó la campaña electoral, y vincular los daños sufridos por las mujeres y las gentes de color con los experimentados por los muchos que votaron a Trump. Por esa senda, una izquierda revitalizada podría sentar los fundamentos de una nueva y potente coalición comprometida a luchar por todos.

    Nancy Fraser es una intelectual feminista; profesora de filosofía y política en la New School for Social Research de Nueva York. Su último libro se titula Fortunes of Feminism: From State-Managed Capitalism to Neoliberal Crisis (Londres, Verso, 2013).

    Notas de la editora:

    * En el original "suburbanite"; se refiere a los habitantes de los suburbios de Estados Unidos, que son áreas residenciales en las que vive mayoritariamente gente blanca, con niveles de ingreso medios o altos.

    ** La frase "leaning in" procede del léxico empresarial y significa literalmente "inclinarse"; se refiere al gesto de enfatizar lo que se dice inclinando el cuerpo hacia adelante, al dirigirse a las personas sentadas alrededor de una mesa en una reunión de negocios. Surgió en 2013 y proviene del título de un libro de consejos para mujeres de negocios: Lean In: Women, Work, and the Will to Lead, escrito por Sheryl Sandberg, Jefa de Operaciones de Facebook, en colaboración con Nell Scovell.

    Traducción de María Julia Bertomeu
    Edición para Rebelión de Silvia Arana


    Artículo original en inglés: Disssent Magazine -The End of Progressive Neoliberalism: 
     https://www.dissentmagazine.org/online_articles/progressive-neoliberalism-reactionary-populism-nancy-fraser
    Fuente: http://socialismo21.net/trump-o-el-final-del-neoliberalismo-progresista/ 
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     Nota del Blog .-

     Bueno el neoliberalismo progresista , parece una confusión ,  se refiere  al neoliberalismo económico americano que  defiende los derechos civiles , pero no sociales ,en realidad  ya era una carcasa , no hay unos sin otros, como ya demostro Chris Hedges lo que se produjo ya mucho antes , fue la muerte de la "clase" liberal
     http://capitanswing.com/libros/la-muerte-de-la-clase-liberal/
     .Es la guerra de clases ,- como dijo aquel millonario americano
      "Hay una guerra de clases, y la estamos ganando los ricos"(Warren Buffett)...
    - y el racismo no solo el xenofóbico    , desplaza los conflictos capital trabajo al enfrentamiento de los trabajadores entre sí, autóctonos y  emigrantes, blancos y negros , cristianos y musulmanes ,  es lo que se denomina,  la guerra de los ( entre)  pobres,  Una salida a la crisis global imperial por la derecha  . . Un socialdarwinismo de mercado después de proletarizar  las  clases medias en su ocaso  ..- el fascismo como  carne de cañón-  pero además esto que lo habian producido en la periferia- oriente medio por ejemplo- ahora pasa al centro  y además como crisis del propio liberalismo progresista incapaz de separarse de su individualismo posesivo.
    Un viejo libro de Hannah Arendt de como el imperialismo racista en colonias luego salto al centro y surgio el nazismo tiene plena vigencia. Ahora bien la historia no está determinada y a veces se repite pero como farsa o como tragedia.
     Y no olvidemos que Trump no deja de ser un supremacista blanco neocon o aliado con los neocon .
    Y así lo que yo algunas veces  denomine " fascismo liquido”, se va transformando en "fascismo sólido”. Un paso más, cambiando el paso , al totalitarismo global.
     Y al revés de lo que dice Nancy Fraser no se ve como un "interregno" .
     Al igual también me llama la atención que el economista del PSOE  José Carlos Díez diga ,”Hillary Clinton ha tenido tres millones más de votos que Trump y el socialdemócrata sigue siendo un instrumento eficaz para trasformar la sociedad”. O sea Hillary es socialdemocrata como el PSOE ???
     Y aun peor, “La alternativa es Trump o Marinaleda”, suelta JCD a continuación. Y añade: “Y como diría San Agustín: cuando me analizado me deprimo pero cuando me comparo me ensalzo”.