La máquina infernal
Editorial, por Serge Halimi, noviembre de 2020
La sociedad francesa, que ya se enfrenta a angustias
sanitarias, ecológicas, económicas y sociales, está sufriendo una andanada de
golpes en forma de atentados terroristas. Debido a ello, se la quiere movilizar
para la “guerra”. Una vez más. Pero como el enemigo a menudo es indetectable,
su destrucción reclama un arsenal cada vez más potente que el anterior. No –o
todavía no– cañones y paracaidistas, sino nuevos ataques contra las libertades
públicas. Porque ¿quién se atreve a defenderlas tras un atentado o durante una
epidemia? Así pues, se imponen y aceptan restricciones sin debate. Nos dicen
que solo se trata de un paréntesis; que lo veremos cerrado en cuanto acaben con
el virus, o el terrorismo, y vuelvan los días felices. Pero los días felices no
vuelven. Y sometida a ese régimen, una sociedad puede estallar.
En semejante contexto, el crimen de un islamista fanático
que, basándose en un testimonio engañoso difundido en las redes sociales,
decapitó a un docente que no conocía, ha aturdido y sublevado a todo un pueblo.
Un checheno sin vínculo estrecho con una organización terrorista; cómplices
poco numerosos; apoyos casi inexistentes en el país: en otro tiempo, el
asesinato de Samuel Paty habría sido una tragedia provocada por un demente.
Pero se produce tras numerosos actos de terror islamista que una palabra o dos
los relaciona entre sí: Salman Rushdie, 11 de septiembre, Bali, Madrid,
Mohammed Merah, Charlie, Bataclan, Niza... Atentados sangrientos o amenazas de
muerte dirigidos contra escritores, judíos, caricaturistas o cristianos y que
también han acabado con la vida de musulmanes.
Por ello, resulta palmaria la irresponsabilidad de aquellos
que, en cuanto se dio a conocer la decapitación ocurrida en
Conflans-Sainte-Honorine, se sobrepusieron rápidamente al horror para pregonar,
erróneamente, que en materia de vigilancia y represión “no se ha hecho nada en
treinta años”, y exigir que el Estado adopte medidas de excepción contra los
musulmanes y los migrantes. La derecha habla de modificar la Constitución; el
ministro del Interior se preocupa por “estantes de cocina étnica” en los
supermercados; algunos periodistas reclaman que se silencie al Consejo de
Estado, al Consejo Constitucional o al Tribunal de Justicia de la Unión Europea
para que ya nada pueda obstaculizar las órdenes administrativas arbitrarias y
las encarcelaciones motivadas por una simple ficha policial. Estos mismos
añaden que hay que prohibir los “discursos del odio” en las redes sociales sin
percatarse de que propagan discursos igual de tóxicos, pero en cadenas de
información continua.
El horror de un crimen habría podido favorecer el apoyo por
fin unánime de la población a docentes a los que los sucesivos Gobiernos han
sometido a recortes presupuestarios y entregado a las presiones de padres de
alumnos menos preocupados por sus condiciones de trabajo que por el contenido
de sus clases. En lugar de eso, resurge el discurso del “choque de
civilizaciones”. Este solo podrá dividir todavía más a segmentos del pueblo
francés que son sistemáticamente redirigidos –y no solo los integristas
musulmanes o la extrema derecha– a su “comunidad”, su familia, su Dios (1). Es
contra esa máquina formal contra la que “no se ha hecho nada en treinta años”.
(1) Véase “‘Ahmadinejad, mon héros’”, Le Monde diplomatique,
París, agosto de 2016.
Serge Halimi ...Director de Le Monde diplomatique.
https://mondiplo.com/la-maquina-infernal
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