La lengua de Abascal
Al referirse a las víctimas mortales del coronavirus no las
llamó "fallecidos", sino "caídos", una palabra de fuertes
resonancias guerracivilistas que la dictadura utilizaba para honrar a las
víctimas del bando nacional
Marco Schwartz
Hace más de siete décadas, en 1947, salió a la luz una de
las obras monumentales sobre la penetración del nazismo en la sociedad: La
Lengua del Tercer Imperio. Se trata de una especie de diccionario que analiza
las palabras y las expresiones que el nacionalsocialismo introducía
machaconamente en el lenguaje cotidiano con el fin de consolidar en el tejido
social el proyecto criminal que Hitler iba construyendo de modo implacable
mediante la fuerza bruta. El autor de La Lengua del Tercer Imperio, el filólogo
alemán de origen judío Viktor Klemperer, fue anotando sus observaciones desde
el momento en que Hitler ascendió al poder en 1933. Sufrió en carne propia el
nazismo (fue despojado de su cargo de profesor universitario y encerrado), pero
se libró por los pelos de ser enviado a un campo de exterminio porque estaba
casado con una aria. Esta circunstancia afortunada permitió que conozcamos su
obra.
El libro de Klemperer es hoy un referente en los estudios
sobre los totalitarismos, gracias a su novedoso enfoque, que ponía la lupa
sobre el lenguaje. Desde su publicación, las palabras y las expresiones, tanto
en los discursos públicos como en los textos administrativos, se han convertido
en materia prima imprescindible para el análisis de los fenómenos políticos y
su arraigo en las sociedades.
La intervención de este miércoles de Santiago Abascal en el
Congreso, con motivo de su moción de censura contra el Gobierno, nos dejó
numerosas expresiones interesantes que merecen atención en la medida en que
revelan el sustrato ideológico en el andamiaje de Vox, más allá de los alardes
de Abascal de ser un adalid de la democracia, la convivencia y el Estado de
derecho.
La propia frase con la que abrió el discurso no deja lugar a
equívocos. Acusó el presidente Sánchez de encabezar el "peor Gobierno de
España de los últimos 80 años". Es decir, incluyó en la comparación -lo
que constituye un claro intento de legitimación- a la dictadura de Franco,
responsable de un golpe de Estado y una Guerra Civil que dejó a España sumida
en la miseria y sembrada de cadáveres, miles de los cuales aún permanecen
tirados en las cunetas. ¿Puede alguien imaginar que en el parlamento alemán un
diputado acuse a Merkel de liderar "el peor gobierno desde 1933"? No
era la primera vez que Abascal pronunciaba esa frase, pero esta vez tenía un
valor especial por el contexto, ya que se estaba presentando oficialmente como
candidato a la Moncloa.
Al referirse a las víctimas mortales del coronavirus no las
llamó "fallecidos", sino "caídos", una palabra de fuertes
resonancias guerracivilistas que la dictadura utilizaba para honrar a las
víctimas del bando nacional. Súmese a ello que en más de una ocasión se refirió
al Gobierno como "Frente Popular" y ya está listo el cóctel explosivo
que el sedicente defensor de la convivencia quiere introducir en la
conversación cotidiana.
Otra palabra que repitió con insistencia Abascal fue "renegados"
para referirse a quienes cuestionan distintos capítulos de la Constitución con
la finalidad de implantar "el comunismo". Llegó al extremo de
proponer la retirada de la nacionalidad a quienes la hayan obtenido y critiquen
a la Corona, lo que abriría peligrosamente el camino al establecimiento de una
ciudadanía de segunda clase en materia de derechos. Lo que busca Vox es la
marginación, e incluso la extirpación social de cualquiera que -desde la
izquierda, por supuesto- plantee cambios en el modelo de Estado, pese a que la
propia Constitución consagra el derecho a la libertad ideológica y, más aun,
permite, bajo severísimos requisitos, la revisión de los títulos esenciales de
la Carta Magna.
En otro apartado de su intervención, Abascal exaltó el
crecimiento en Europa de las "fuerzas patrióticas" que pondrán en su
sitio a las "oligarquías degeneradas". Se refería, salvo que explique
lo contrario, a la proliferación en Europa de formaciones de ultraderecha,
xenófobas y racistas, la mayoría de las cuales, por fortuna, han visto frenarse
su crecimiento en los últimos tiempos, en contra de lo que sostiene Abascal. La
expresión "oligarquías degeneradas" bebe de las fuentes lingüísticas
más primarias del nazismo y el fascismo.
La intervención de Abascal daría material para un libro
sobre la lengua del neofascismo español. En este artículo de urgencia he dejado
para el final el tema del magnate Soros, a quien el líder de Vox dedicó
sorprendentemente un capítulo especial. Lo presentó como un "enemigo de
Israel" que "ha reconocido que hizo daño a las víctimas del
Holocausto" y dijo que, con la fortuna obtenida de sus
"especulaciones financieras que han dejado a millones en la miseria",
está financiando proyectos para "destruir la civilización
occidental", tras lo cual intentó establecer conexiones entre Soros y el
Gobierno de Sánchez. Al tiempo que intentaba mostrar simpatía por Israel y los
judíos, el líder de Vox omitió que justamente las grandes organizaciones judías
están preocupadas por la utilización del magnate Soros y la construcción de
teorías de conspiración en torno a su figura como "puerta" al
antisemitismo. Así lo describió hace apenas cuatro meses la Liga
Antidifamación, la organización más importante de seguimiento del
antisemitismo, cuando la ultraderecha de EEUU, azuzada por Trump, acusó a Soros
de estar detrás de las protestas raciales tras la muerte de George Floyd a
manos de la policía.
Soros, en efecto, construyó su fortuna con la especulación
financiera, como él mismo lo ha reconocido, incluso con orgullo. También es
cierto que financia proyectos y medios de comunicación progresistas en todo el
mundo a través de su fundación Open Society. Lo que calló Abascal es que Soros,
nacido hace 90 años en Hungría y hoy ciudadano estadounidense, es judío y tenía
tan solo 14 años cuando terminó la Segunda Guerra. La teoría de que hizo
"daño a las víctimas del Holocausto" parte de que en algún momento
fue mensajero del consejo judío en Budapest, una institución a la que los nazis
obligaron a colaborar con el envío de miembros de la comunidad a los campos de
trabajo a medida que los nazis lo requirieran. La filósofa germano-judía Hannah
Arendt calificó de "colaboracionistas" a esos consejos, lo que ha sido
utilizado tradicionalmente por el antisemitismo para probar que los judíos
ayudaron a los nazis en su propia aniquilación. Dicha afirmación de Arendt ha
sido fuertemente contestada, pues no tuvo en la menor consideración las
circunstancias extremas en que se hallaban los dirigentes de los consejos y que
estos ignoraban que la colaboración forzada desembocaría en el exterminio. En
todo caso, Soros era un niño. Acusarlo de colaborador es un disparate
malintencionado.
Es importante subrayar que Soros entró de lleno en el
argumentario de la extrema derecha europea por su vehemente oposición al
gobierno reaccionario de Viktor Orbán en Hungría, que hoy es motivo de
preocupación en las instituciones europeas por su discurso xenófobo y racista.
El magnate se retiró por completo de su país natal en 2018 después de que le
cerraran la universidad que mantenía en Budapest. Por esos días, en un discurso
en la conmemoración de la revolución húngara de 1847, Orbán se refirió a los
enemigos del país: "Ellos no pelean directamente, sino con sigilo; ellos
no son honorables, sino gente sin principios, ellos no son nacionales, sino
internacionales; ellos no creen en el trabajo, sino especulan con dinero; ellos
no tienen patria, pero creen que todo nuestro mundo es suyo. Ellos no son
generosos, sino vengativos, y siempre atacan al corazón -especialmente si este
es rojo, blanco y verde [los colores de la bandera húngara]-". No nombró
destinatarios del mensaje, pero blanco es y gallina lo pone.
Fuente .
https://www.eldiario.es/opinion/zona-critica/lengua-abascal_129_6310288.html
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