miércoles, 23 de enero de 2019

Macrón en reacción



Macron en su torre de marfil
Rafael Poch
Eurasia .
A falta de respuestas contra la protesta social, el Presidente francés lanza una nueva campaña electoral que bautiza como “gran debate”, con la represión como incierta solución última.

 En Francia todo transcurre según lo previsto. En su mensaje a la nación de fin de año y con el show del “grand debat” organizado, Macron y sus aliados políticos y mediáticos, confirman su impotencia y su incapacidad para entender la situación.

Desde hace diez semanas, el movimiento nacional republicano de protesta en pro de una mayor equidad, contra la injusticia y la degradación de la vida -eso es lo que son los gilets jaunes– pide un cambio de política. El Presidente responde al clamor “Macron dimisión” reivindicando a fin de año los “logros” de su mandato entre los que incluye sin la menor vergüenza, la “acción para erradicar la gran pobreza”, la “reforma del subsidio de paro y del sistema de pensiones” y la “mejora de nuestros hospitales”. Confirma que no habrá cambio (“No vamos a deshacer lo que se ha realizado en dieciocho meses”) y tiene la desvergüenza de advertir a los ciudadanos que no olviden que, “no se construye nada sobre las mentiras”. Cada vez que abre la boca, aumenta el agravio.

Después de especular sobre el desinflamiento del movimiento, el corrupto complejo mediático recrudece su virulenta campaña. En su editorial del 24 de diciembre Le Monde denunciaba, “las violencias y actos antisemitas” de los gilets jaunes y apelaba a, “movilizar a partidos y sindicatos” contra ellos. Desde France-Info se ha llamado a prohibir las manifestaciones. Desde Radio Classique el ex ministro Luc Ferry anima a usar “el cuarto ejército del mundo” contra el movimiento y a los policías agredidos a hacer uso de sus armas contra los manifestantes. Le Parisien encuentra las “convergencias” de la izquierda con el Frente Nacional en el movimiento y comentaristas estrella como  Christophe Barbier llaman simplemente a la “detención de sus líderes”… No es de extrañar que los medios sean objeto de una creciente inquina popular que, simplemente, reconoce a sus enemigos entre los perros guardianes del (regresivo) orden establecido.

Manifestarse en Francia se ha convertido en algo verdaderamente peligroso y arriesgado. La actuación de la policía, de una violencia inusitada y que deja un balance de decenas de heridos y mutilados, no es objeto de informe ni mucho menos denuncia en los medios. Quien no participa directamente, no sabe de qué se trata. Pese a ello, el nivel de movilización, sin ser masivo, se mantiene. No presenta signos de agotamiento. Parece haber llegado para quedarse. Que la ola se convierta en inundación puede depender de circunstancias fortuitas, de chispas de indignación imprevisibles a las que la situación está enteramente abierta.

En este contexto Macron ha lanzado una frenética campaña de imagen. Lo que llama “gran debate” es una especie de campaña electoral y de imagen, con grandes reuniones con alcaldes, estrictamente organizadas desde arriba por el ministerio del interior y los prefectos, con varias sesiones maratonianas y televisadas en diversos puntos de Francia, diseñadas para lucir al personaje, complicar toda crítica, y  siempre rodeadas de impresionantes despliegues policiales para impedir todo contacto, protesta o acceso de los gilets jaunes. El testimonio del alcalde René Revol, define este show como una campaña electoral a cuenta del contribuyente. Con ella Macron espera concentrar el voto de la derecha de cara a las elecciones europeas.

En política exterior, otro show: la firma, el martes, de un fantasmagórico acuerdo con Merkel que incluye el compromiso francés de, “admitir a Alemania como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU” y hacer de ello una “prioridad” de su diplomacia, sin que nada de todo ello haya sido debatido siquiera por la Asamblea Nacional… Pero todo eso no cambia lo esencial: meras tácticas para ir tirando que evidencian la ausencia de estrategia.

A falta de cualquier veleidad de cambio político, a Macron solo le queda ese tacticismo y una deriva autoritaria que tiene un gran campo por delante, vía la redición del Napoleón le petit de Victor Hugo.

Según el diagnóstico del sociólogo Laurent Mucchielli, la irritación y el enfado de los gilets jaunes tiene que ver con, “una evolución a la vez económica (el retroceso o estancamiento de la capacidad adquisitiva), social (el aumento de las desigualdades, las dificultades de vivienda, de acceso a la universidad y la desaparición de los servicios públicos de proximidad), territorial (el desclasamiento real o así percibido de los habitantes de las periferias urbanas y de los rurales) y político”. El macronismo no tiene respuestas a eso, ni voluntad alguna de cambio. Por eso, si el movimiento se mantiene -y nada hace pensar en lo contrario- lo único que le queda es una represión de resultado más que incierto.

(Publicado en Ctxt)








martes, 22 de enero de 2019

La cultura del neoliberalismo .


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La revolución cultural del neoliberalismo



Cuando el reloj de la política latinoamericana parece que va a dar un nuevo giro, otra vez, hacia el neoliberalismo que dominó el mundo de los ochenta (Regan, la Thatcher, Juan Pablo II, los economistas de la escuela de Chicago y los ideólogos de la cultura del capitalismo tardío; vale la pena recuperar nuestro libro Referentes*, resultado directo de lo que, desde la disidencia, pensamos en esos duros tiempos. La primera edición fue hecha en el año 2000.

La idea básica fue una: el neoliberalismo no fue apenas una doctrina macroeconómica. Fue, además, una filosofía, una cosmovisión, una epistemología, una matriz de pensamiento que dominó casi todos los ámbitos del saber humano: la ciencia y las artes en primer término.

¿Cuál fue el denominador común de tal operación global? Uno solo y muy claro: la supresión de los viejos referentes que habían marcado el pensamiento totalizante del siglo XIX, la mayor parte del siglo XX y, sobre todo, el de los célebres años sesenta. Se trató de una muy bien programada “virtualización” del mundo real y su transformación en otro hecho de puras representaciones. Se trató de ocultar en la “realidad real” los verdaderos propósitos del nuevo orden global. Lo que llamaron “la nueva economía”. La supresión de referentes, viejos y nuevos, logrados por la humanidad a lo largo de su historia. Eso.

Para empezar, la ciencia económica suprimió el tema de las relaciones de producción, distribución y redistribución y se centró en los puros ejercicios monetaristas de oferta y demanda regidos por el dios de un mercado virtual, financiarizado, sobre todo bursátil. La filosofía, con Baudrillard a la cabeza, olvidó los eternos referentes del Bien y el Mal y de lo Verdadero y de lo Falso y ahogó el juego real del mundo en el solo espacio de las representaciones (La transparencia del mal). Los politólogos herederos de Daniel Bell (El fin de las ideologías), para quienes Norberto Bobbio sería una pieza desechable, proclamaron que ya no tenía sentido hablar de izquierda ni de derecha en el mundo posmoderno, algo que hoy, inútilmente, repitieron los jóvenes españoles de Podemos, mientras que la derecha ibérica los devolvíó al sitio real que pintaban en la sociedad con la acusación de que son, literalmente dijeron, “extremistas de izquierda”.

También los antropólogos célebres como García Canclini dejaron de lado lo que habían estudiado con tanto fervor, como las diferencias entre la cultura popular y cultura dominante y empezaron hablar de que Las culturas híbridas se habían vuelto hegemónicas y, por cierto, indiferenciables. De la mano de los economistas, los pensadores neoconservadores y posmodernos, con el inevitable Daniel Bell como capitán (Las contradicciones culturales del capitalismo), sentenciaron la muerte de las clases sociales y sus luchas porque, en el mundo universitario –así escribió−, como caso emblemático y ejemplificador, los estudiantes y profesores, generalmente uniformados con la ropa casual, ya nadie podría señalarlos como ricos o pobres.

Francis Fukuyama puso lo que creyó la estocada final a esa ceremonia planetaria de destrucción masiva de los referentes que orientaron y articularon nada menos que toda la Historia moderna y lo que había venido con ella como traído de contrabando del mundo antiguo. El fin de la Historia, había llegado por fin. El sueño de Hegel se había cumplido. Era ya obsoleto. El sentido de la historia había concluido. La Historia había muerto.

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En lo que concierne al arte había ocurrido una supresión más palpable: la de un referente fundamental: el artista. La figura del nuevo curador convertida en artista de artistas que no cura lo que ya ha sido sino lo que ha de ser, lo que debe ser, todo un comisario muy ideologizado que proclamaba su desideologización, desde luego, copó los museos y galerías del mundo.

La acometida neoliberal no se quedó en el campo de la alta cultura sino que, además, invadió ─todos pudimos constatarlo─, la música popular latinoamericana justamente a partir de 1980: el olvido o postergación de esa ars amatoria latinoamericana guardada en valses, tangos, boleros, sambas, rocola; descalificados como “setenteros” y (música disco y new age mediante), la “modernización” de un gusto masivo gracias al cual era fácil ver a multitudes de jóvenes que coreaban letras en un inglés que no sabían.

Aunque por otras razones y desde otros propósitos, en esta secuencia de autores y textos que dan cuenta del cambio epistemológico logrado, uno podría añadir coincidencias previas, al menos funcionales y convenientes de grandes pensadores de izquierda anteriores a 1980: la figura de Lyotard y su concepción de la postmodernidad como pérdida/fin de los grandes discursos (marxismo, psicoanálisis, religiones). Y, por desgracia, también deberíamos añadir al estructuralismo ─Lévi-Satrauss, Foucault, Althusser─ y el anti humanismo teórico que proclamó, nada menos, que la muerte del hombre. (Foucault, años después, ante los abusos del antihumanismo práctico neoliberal, se lamentaría: ¿Cómo podíamos defender los derechos humanos de un hombre muerto?).

En cuanto a la actitud neoliberal, vale la pregunta: ¿Qué hubo por detrás de esta avasallante destrucción de los referentes más caros de la historia social humana, de la memoria humana, en especial, como señala Bourdieu: de la destrucción metódica de los colectivos humanos?

Pues la necesidad de destruir, por sobre todo, la percepción de la política real, en función de la hegemonía de un discurso aviesa y artificialmente complejo y maquiavélico: el discurso neoliberal. Es decir: el discurso del capitalismo tardío. La utopía neoliberal que quiere un mundo hecho de muy pocos poderosos que dominen a una masa de pobres, incapaces de cuestionar, desde su ignorancia, cinismo o indiferencia, lo que Chomsky llama el nuevo orden mundial.

Ahora bien, todo ese tenaz cambio en el pensamiento, tenía que pasar obligadamente por el amparo mayor de la cultura en el más amplio sentido del término. El neoliberalismo se planteó, pues, como una revolución cultural. No deja de ser significativo que, en Chile, el modelo neoliberal por excelencia (autoritarismo, masacres, privatización de todo), se hable de “La revolución silenciosa” para referirse a los cambios económicos efectuados por la dictadura (el libro es del pinochetista Joaquín Lavín).

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Nada de extraño tuvo que nosotros, y hablo por mis colegas intelectuales, combatiéramos esa nueva mentalidad (ese episteme), que se expandía, como una plaga imparable por el mundo, desde ese territorio propicio: desde la cultura.

Vale señalar la paradoja de que el gran propósito de despojo global, y apropiación económica de las riquezas del mundo, del capitalismo tardío, como lo llama Jameson; es decir, del neoliberalismo, no podía afirmarse sino con el amparo de un cambio cultural que olvidara, para siempre -amén de los referentes que hemos anotado-, el gran pensamiento humanista que nació con la propia historia, desde el reinado de las mitologías, luego de las religiones y, ahora, de las ideologías.

Hay que aclarar que todas estas creencias mencionadas, alojaron siempre su contrario: los brotes del pensamiento mercantil más craso. Reductio absurdum: bajo esa luz no es incongruente entender que la historia de Judas no fue la historia de una traición: bien pudo ser la del 'intercambio de un Dios por 30 monedas', una simple transacción comercial exitosa, que transformó un valor de uso infinito en un valor de cambio minúsculo pero efectivo: las 30 monedas.

Y valga esta 'exitosa' conversión teórica para ilustrar bien lo que el capitalismo tardío y global, quiere lograr, en los hechos de hoy ─en una conversión práctica─, con el planeta entero (indudablemente, un valor de uso único y total) al transformarlo en capital (un valor de cambio precario pero efectivo).

En efecto, en un planeta Tierra, depredado, sobrecalentado, no sustentable ya, puesto que hemos rebasado la llamada “huella ecológica”, la atmósfera de las grandes ciudades sucia por el CO2 del “desarrollismo” de los países “desarrollados”; los mares, algunos casi saturados de desechos industriales, metales pesados y demás, y en donde, según los científicos más calificados, estamos al borde de la “sexta extinción”, la de la especie humana, el furor capitalista, que solo mide ganancias, y no calcula costos ambientales ni civilizatorios, convierte, sin tregua, cada vez con más velocidad y fuerza, en puro capital no solo el bienestar humano sino la propia naturaleza y su frágil equilibrio. Víctima no del ser humano sino de enajenaciones tales como el consumo desenfrenado y hasta ese absurdo de la “industria de la obsolescencia programada”, la conversión absoluta de los valores de uso en solo valores de cambio parece ser ya un desastre irreversible. Bolívar Echeverría nos hablaba de un mundo que se solaza consumiendo sus propios escombros.

Para que este cuadro de debacle se complete, hay que evocar un factor económico, por desgracia, acaso resultante de ese ímpetu devorador del mundo: la inequidad en la distribución de la riqueza. La velocidad depredadora va la par de la velocidad de concentración del capital. La ambición desmedida genera tanto el insaciable consumo de recursos como el crecimiento de la riqueza extrema. Lo uno y lo otro van de la mano. Hoy el planeta es más desigual que hace unas décadas. La Universidad de Zurich dice que ahora solo 147 grandes corporaciones controlan la economía global. El célebre estudio de Peter Phillips acerca de la exposición del 1% de la clase dominante del mundo, señala que ella tiene tanto dinero líquido o invertido como el 99% restante. Por si fuese poco, el último premio Nobel de economía, Angus Deaton, afirma que incluso las crisis económicas de hoy están hechas para beneficiar a los más ricos. Y el difundido estudio último de la Oxfam de Londres, apunta que hoy tan solo 62 personas poseen una riqueza igual a la de ¡3.600 millones de personas!

¿Después del consenso que dominó el mundo hasta los años sesenta, cuando los grandes movimientos sociales, políticos e intelectuales, habían tomado conciencia de su misión humanista, y revoluciones y movimientos independentistas cundían por todo lado ─aunque, en esa época, no se considerara aún, con fuerza, el tema ecológico─, y se pregonaba la revolución social y un cambio que no podía ser sino socialista y anticapitalista, cómo pudo llegarse al extremo de legitimar tanto la depredación del naturaleza como la inequidad (Tatcher se refería a la desigualdad como el mecanismo necesario para garantizar “el predominio de los mejores”)?

Ese propósito no pudo haberse logrado jamás sin la revolución cultural que hemos denunciado.

No es ninguna coincidencia, pues, que hayamos abordado, en nuestro libro Referentes, la arremetida neoliberal desde los variados temas de la cultura, con el claro propósito de que la ataquemos allí, en su más íntima estrategia: la destrucción de los referentes de la realidad más concreta que sostienen la vida social.


El "Estado obeso"

Eran los tiempos en los que intelectuales de nota como los mexicanos Octavio Paz, y su hijo putativo, Enrique Krause, denunciaban al Estado como el ogro filantrópico, idea que, en lo sustancial, iba mucho más allá del específico caso mexicano, al punto de que que hasta podía leérsela como una enorme metáfora. Sí: el referente expreso de la política moderna, el Estado, era un malhechor. Cómo dudarlo.

Ese fue el punto principal. Para el neoliberalismo, el Estado obeso, etc., fue el principal enemigo. Si la economía se reducía solo al mercado (dizque perfecto, que dizque se regulaba solo) el Estado sobraba: mientras menos Estado, qué mejor, decían. Reagan sentenció: El Estado ya no es la solución sino el problema.

Tantos autores, Emir Sader, entre ellos, han precisado los mecanismos de desmantelamiento del Estado mediante, en primer lugar, privatizaciones y ajustes que desconocen luchas sociales históricas. Hay que insistir que toda privatización es apropiación por parte de los grupos privados de los bienes públicos, fechorías amparadas por complejos discursos economicistas.

Hay una izquierda cándida que, recordando, con razón, los sangrientos orígenes del Estado como la maquinaria que propició la acumulación del capital con abusos y crímenes sin nombre, se adhieren al discurso anti estatal del neoliberalismo, si reparar que hemos heredado el Estado también, pero con su rostro evolucionado, actual, de regulador de la vida social y de los abusos del mercado, nacional y transnacional. Así, en el dilema, muchas veces falso de Estado/mercado, se obvia la realidad concreta de que el Estado es el único medio con el que contamos para defender las conquistas públicas frente a la desmedida ambición privada.

No es que el neoliberalismo quiera, más allá de sus proclamas, suprimir al Estado. Todo lo contrario: quiere devolverlo a su origen atroz: privatizarlo, y usar solo sus mecanismos represivos y de control social como hemos visto en Chile y México, España, Grecia etc.

Se trata, en el fondo, de economía: de la apropiación total de la riqueza social. El viejo sueño de los fisiócratas del siglo XVIII (el laissez faire, laissez passer) y el de los economistas victorianos de XIX, puestos en acción con un ropaje novedoso. De allí, la complejización deliberada del discurso neoliberal, su intrincada retórica, la necesidad de empujar una misma vieja idea muy concreta y aviesa, capitalista, individualista y codiciosa, en el seno de un discurso aparentemente nuevo, alojado en una ─así lo creyeron─ revolución cultural que demoliera todo pasado solidario y liberador.

Fander Falconí**, cuando leyó estas notas, tuvo a bien acotarme, con una gran precisión, que la pérdida de los referentes humanistas e históricos, solo pudo hacerse con el posicionamiento de los nuevos referentes trabajados por el pensamiento neoliberal: la globalización reducida al mercado, la supremacía del capital financiero, la construcción de “legítimas” barreras migratorias, la destrucción del medioambiente en aras del progreso y, entre otros, desde luego, la masiva homogenización cultural.
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El Bosco, artista de invenciones


Insuficiente, abreviado, aleatorio, a veces didáctico y simplificador, mi libro Referentes, en su modestia, quiso ser otro llamado de atención para que nuestros intelectuales, a veces confundidos con tanta flamante palabrería, a ratos muy académica, tornasen los ojos a los hechos de la realidad concreta y su verdad también concreta, aquella que reclamaron Rosa Luxemburgo, Brecht y Machado, Benjamin, Gramsci, Sartre y tantos más como Chomsky Wallerstein, Petras; Jameson, Harvey, cada quien a su manera.

Pero, entre tanto, poco después, y guiado por su propia dinámica, el orbe latinoamericano había dado un gran vuelco hacia la izquierda. Se había iniciado el cambio de época: el antineoliberalismo (o posneoliberalismo) comandado por líderes de excepción: Evo Morales, Hugo Chávez, Mujica, Lula, Néstor Kichner, Correa, entre otros, quienes habían privilegiado el rol del Estado como regulador del potro desbocado del mercado. Privilegiado lo público por sobre lo privado. Vale decir: lo social frente a la ambición de lucro, en especial, la financiera. La marea rosada la llamaron en muchos lados.

Acompañándolos, nació un formidable correlato intelectual latinoamericano: Teutonio dos Santos, Atilio Boron, Ernesto Laclau, Boaventura de Sousa Santos, Óscar Ugarteche, Brito García, García Linera, tantos más.

Pero ahora el ciclo antineoliberal se ha cumplido, en gran medida, con grandes fallos, terribles omisiones, incluso corrupciones aún oscuras, pérdidas de rumbo que empañaron sus grandes aciertos.

Pero no nos engañemos: los gobiernos llamados progresistas nunca fueron anticapitalistas, sino en momentos de excepción. Como bien ha señalado Frei Betto, no lograron cambios estructurales en el agro, la tributación y el consumo y no lograron apoyarse siempre en los movimientos sociales que, ciertamente, no vivían su mejor momento. Boaventura de Sousa Santos, por su parte, ha señalado el elevado costo político que han tenido que pagar algunos de ellos por sus pactos con la derecha. O su objetiva derechización.

Este ciclo, cumplido a medias, en lo que fue posible, además por la presión de una real politik, mal que bien impuesta a los pequeños por los grandes poderes capitalistas −muy reales− que rigen el planeta de hoy, no siempre fue comprendido a tiempo, por una izquierda aséptica y escéptica, presuntamente radical, que se automarginó y perdió una oportunidad única para intervenir, desde adentro, en la 'realidad real' y no en el puro discurso: disputar un espacio, bien ganado, de poder real y posible. Como si el antecedente, en Ecuador, de la llamada Gloriosa del 44, no hubiese existido (En esta actitud, quizá no tan curiosamente, se remeda, se observa especularmente, el mismo desapego a la historia que profesa el neoliberalismo). A esa izquierda 'deslactosada', como bien la llamó García Linera, la historia no la absolverá. Y no es un vaticinio sino la simple conclusión de alguien que no ve cómo, en condiciones más duras, podrá remontar la poca adhesión que concita. En la política impuesta por el neoliberalismo, a saber, el sometimiento de los referentes concretos de la 'realidad real', a la mentirosa 'realidad virtual' de las solas 'representaciones', los vanidosos intelectuales de esa mentada izquierda, escogieron sin dudar la segunda, con un fundamentalismo equivalente al de los desarrollistas y extractivistas que tanto critican. El problema realidad/representación fue ignorado por ellos olímpicamente.

Por mi parte, trato de entender estos procesos que fueron históricos, necesarios y oportunos (en un aquí y ahora que no se podía desperdiciar), como una suerte de irrupción de una corriente de aguas claras, en la superficie de un río altamente contaminado y no humanizable: el del capitalismo.

No quiero terminar este prólogo sin aludir a hecho de que el ensayo dedicado a la democracia (ahora diríamos, en su modelo norteamericano) que está incluido en Referentes fue, en algún momento, solicitado por una distinguida revista académica, y rechazado luego por ella. Entendí que, en la democracia representativa, uno puede hablar en contra de todo, menos en contra de la democracia representativa. Como dijo un estudioso estadounidense: sustituyan la palabra democracia representativa por la palabra religión y todo será más claro en su discurso.

Mas, si en Latinoamérica, el neoliberalismo retorna; en los centros de poder mundial empieza a ocurrir lo contrario: a la crisis del capitalismo global se ha sumado su general desprestigio en los campos económico, ideológico y cultural. No hay espacios en donde no haya voces que lo denuncien. Y no hablamos de sus críticos habituales, que provienen de la izquierda. Las voces “desencantadas” del nuevo orden mundial provienen de grandes millonarios: capitalistas por antonomasia quienes, asustados por la estupidez vertiginosa de la acumulación del capital, proponen, como Bill Gates, Warren Buffet y los 16 más ricos de Francia según la revista Forbes, alzas de impuestos para los ricos y otras medidas que, in estrictu sensu, serían nada menos que antineoliberales. Voces autorizadas, como decía Bourdieu, entre las cuales podemos contar a célebres premios Nobel como Stiglitz y Krugman. Voces que saben que el neoliberalismo es el capitalismo a secas, sin los atenuantes y maquillajes que le impone la social democracia. En el campo de la alta cultura y del arte ese desprestigio es ya masivo y casi total. Bástenos decir que la Bienal de Venecia 2015, en palabras de su curador tuvo un tema: el anticapitalismo. A esa luz, el triunfo de Macri en la Argentina, no será sino una batalla perdida, precaria, además, en una guerra que se libra en un escenario global.

Notas:

* Si bien Referentes tuvo cuatro ediciones, una en forma de e-book, el autor creyó que el mensaje sustantivo suyo no había encontrado el eco que esperaba y decidió, en los siguientes cuatro años, escribir una novela, La Madriguera, que narrara, con ejemplos vívidos, porque ese es el poder del arte literario, lo que antes había querido decir con conceptos en su libro de ensayos. Era la historia de un pintor que, al filo del 2000, con un cambio cruel de siglo y de milenio, mientras su ciudad y su país se hundían en la debacle financiera de una arquitectura económica perversa y muy bien asumida por los organismos de Bretton Woods, que ya había destrozado la economía del México de Salinas de Gortari, de la Argentina de Menem y Cavallo o el Perú de Fujimori en esos mismos años, sin nada entre las manos para recibir al nuevo s XXI, pues hasta las premisas del arte moderno, en el que fue formado, habían colapsado en un hormiguero que perdía todas las diferencias, según lo dijo Octavio paz en Los hijos del limo, decide dejar de pintar, dejar el arte y volverse un hombre de la realidad real. Claro está que el propio nombre de la novela aludía al hecho que, desde los tiempos de Homero, el término Madriguera significaba: ética; una cueva para protegerse del inhóspito mundo. La Madriguera también se refiere a la caverna platónica. Es un lugar de protección en el cual solo se observan los reflejos −la sombra de la verdad— que no podemos alcanzar.

Digo esto para que se entienda que La madriguera y Referentes fueron las dos caras de una misma medalla. Pobres testimonios de una época maldita. Dos gritos angustiados en el seno de lo más profundo de 'la noche neoliberal'.

** Fander Falconí: Nuevos referentes Indispensables del capitalismo neoliberal. 1) Globalización: meta aparentemente deseable, pero no si es interpretada solo en función de crear un mercado global único y de establecer corporaciones independientes de los estados (transnacionales). La mejor crítica a este ‘ideal’ ha sido la del economista egipcio Amin en 1998 (1). 2) Supremacía del capital financiero: es decir, del que no se consume, sino que se invierte en las mismas transnacionales, cuyas juntas directivas muestran coincidencias de integrantes. Por otro lado, la mayor parte del dinero es virtual, está supuestamente en determinados bancos e instituciones financieras, pero en realidad está en manos de las transnacionales, como inversión. 3) Homogenización cultural, en detrimento de la diversidad. El ejemplo más claro de esa característica indispensable para la hegemonía del capitalismo supranacional está en la comida chatarra. Las nuevas generaciones, más expuestas al bombardeo mediático, beben la gaseosa preferida de Santa Claus y comen la misma (con M) hamburguesa, despreciando quizás la bebida (como la avena con fruta) y la comida (como el arroz con fréjoles) de su cultura. Un cambio muy malo, en términos nutricionales, y pésimo, en lo cultural. Un pueblo puede ser rico en cultura, hasta puede poseer una rica diversidad cultural, pero puede tener baja densidad cultural, algo que tiene que ver más con la población y su bagaje cultural. Sin embargo, un pueblo puede perder su densidad cultural, cuando es invadido por una cultura extranjera que satura el ambiente. La pérdida de densidad cultural, sin embargo, ocurre con más facilidad cuando un pueblo carece del suficiente bagaje cultural. México, rico y diverso en cultura, padece de este problema. Según una encuesta reciente (2), 48 % de los mexicanos no se interesa en la cultura. 86 % nunca ha pisado un museo. 57 % no ha entrado a una librería. 73 % no ha leído un libro el último año. Pero esa gente no ha dejado de informarse, simplemente ahora forman parte de la “cultura global” que ve los mismos programas de televisión y se nutre de una sola fuente: el sistema mediático del capitalismo neoliberal. 4) Las barreras migratorias, aunque suene paradójico, también son indispensables para que funcione el gran capitalismo. Impedir que muchos trabajadores de los países pobres entren legalmente a los países ricos beneficia al neoliberalismo. Así se mantienen bajos los salarios de los trabajadores ilegales y los agricultores (y algunos industriales, así como algunos servicios) obtienen grandes ganancias. 5) Destrucción del ambiente, estamos frente a una crisis civilizatoria de hondo calado. Hemos rebasado como humanidad los límites planetarios. La cultura del descarte y la obsolescencia programada. Hay sociedades y clases sociales que consumen más que otras y emiten contaminación en forma desproporcionada. En forma paradójica, muchas de las verdaderas riquezas del planeta (biodiversidad y recursos naturales), están aún en el Sur del planeta.//1-Amin, Samir. El capitalismo en la era de la globalización, Paidós, Barcelona, 1998.2.-Berman, Sabina Política cultural de México es una ‘basura’ Revista Proceso # 1783, México, 2010. 

Este texto es el prólogo del libro Referentes.

Abdón Ubidia: escritor y crítico literario ecuatoriano. Entre sus libros figuran novelas como Ciudad de invierno, Sueño de lobos, La Madriguera, Callada como la muerte y La hoguera huyente; cuentos como Divertinventos y ensayos como La Aventura Amorosa




  

domingo, 20 de enero de 2019

Sobre el Errejonazo .

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Sobre el Errejonazo .

 Texto del blog ..LDM.

Os acordáis de que en el PSOE, cuando, por decisión de los "barones" aprobaron abstenerse para dar la presidencia a Mariano Rajoy y su camarilla de corruptos... Los afiliados en masa protestaron varios días ante la sede, e incluso abrieron una sede alternativa cerca de Ferraz en protesta por tal decisión?.

Y que os voy a decir del PP.

Montan una trama de espionaje entre ellos, con detectives y escuchas telefónicas, para vigilar a los rivales internos.

Pillan a Espe Aguirre en directo diciendo "mejor que se lo lleve uno de IU que un hijo p*ta del PP".

La gurtel, destapada por un concejal del PP de Majadahonda, José Luis Peñas, al que le han amenazado incluso a su familia por chivarse.

Y el asesinato de Isabel Carrasco, dos mujeres del PP que asesinan a otra del partido de dos tiros..

Pues bien... En ninguno de esos casos la prensa dijo que el partido ESTABA AL BORDE DEL ABISMO, ni que se había roto... ni nada parecido.

Todo ello aderezado con las opiniones y predicciones de los periodistas, como si fueran realidades absolutas (Podemos es ya uno de los nuestros...se buscarán culpables y nadie saldrá bien... Si esa apuesta es solo coyuntural o Errejon está lanzando un nuevo espacio político... Iglesias lo quiere poner fuera... Puede tener consecuencias imprevisibles...Esto perjudica los presupuestos del PSOE ).

Más porquería mediática contra Podemos, que los menos críticos, menos convencidos y más veletas tragan alegremente. Junto a los becarios FAES que acuden a la carnaza desmoralizante que hace la prensa contra la verdadera izquierda.

Luego hay periodistas que siguen este rollo y se hacen los sorprendidos con el crecimiento de Vox



Por qué será que SIEMPRE, se trate de lo que se trate, acaba apareciendo Pablo Iglesias como el malo de la película? Yo se lo diré, , porque quitar de en medio a Iglesias es el paso imprescindible para quitar de en medio a PODEMOS y quitar de en medio a PODEMOS es el paso imprescindible para que su proyecto político, que representa un peligro cierto para el Régimen del 78, desaparezca. No me digan ustedes, que los periodistas bien informados, que no lo saben.
 A  todo esto en Madrid para la alcaldía , ni el PSOE tiene aun candidato y los demás  pesos ligeros .


 Obvian además .que ya el sábado  ."Carmena ofrece a Julio Rodríguez el número 5 de su lista y Podemos pide otros cuatro puestos de salida .

El partido de Iglesias lamenta que la alcaldesa no quiera situar más arriba en la lista al ganador de sus primarias, pero sostiene que lo relevante es garantizar cinco de los 20 primeros puestos para los candidatos de Podemos

IU Madrid asegura que negociará con "todos los actores", lo que incluye a Errejón, y asegura que no descarta ningún escenario: desde un pacto a tres hasta presentarse en solitario ",  
VER    http://cort.as/-E3A8...

 Sin embargo el domingo , la prensa incluida la digital progre   siguieron con  el mismo  rollo, al final incluso uno llega a pensar  ,que estaba  pactado . Aun no se dan por enterados de que Podemos no es un partido..ni tampoco un movimiento político típico. Ni tienen en cuenta la  desaparición de los  partidos políticos  tal como eran hasta ahora . Ni que hay crisis del sistema del 78 . Ni el macronismo en Francia nunca existiera .


Ahora los periodistas están intentando que expulsen a Errejon para que se les cumpla la profecía , por eso Ramón Espinar, líder de Podemos en Madrid, no ha adelantado qué estrategia van a seguir. Podemos enfrenta dos escenarios, concurrir como Unidos Podemos, la alianza con IU, o integrarse en la nueva plataforma  , que seguramente terminara haciendo . Carmena  ya tiene 74 años  y seria su ultimo mandato .
  Y  ya  se vera que apoyo tendrá Errejón para la  autonomía  sin bases ni democracia interna, en busca de una perdida transversalidad .
 Que por cierto , para disimularlo, como haciendose el tonto , confunden la alcaldía con la autonomía.
Si no hay  ,teoría de la ruptura  ,no hay  articulo y entonces el periodista , fantasea. 





El anticlericalismo en España



Resultado de imagen de mary thomas EL ANTICLERICALISMO EN ESPAÑA



La fe y la furia: un libro sobre el anticlericalismo en España

Ángel Viñas  

En el post de la semana pasada me referí a uno de los libros publicados por la granadina Editorial Comares. En este debo recomendar otro que aborda un tema parecido desde otro ángulo. La sempiterna cuestión del anticlericalismo en España. De todos es sabido que la SMICAR lleva años, curiosamente en el período en que ha florecido el movimiento en pos de la memoria histórica, reivindicando la suya. Numerosos son los integrantes del clero regular y secular asesinados en la guerra civil que han sido beatificados y, en algún caso, elevados a los altares. Muchos de ellos incluso encontraron acogida en las páginas del Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de la Historia. Por otro lado, con perspectivas históricas modernas la compleja relación de la SMICAR con la sociedad española ha dado origen a una abundante literatura que ha roto moldes tradicionales.

Entre los numerosos títulos publicados en los últimos años hay uno que quisiera destacar aquí porque tiene alguna relación con mi anterior post. Es la conversión en libro de la tesis doctoral de la profesora Mary Thomas. Le costó cuatro años de trabajo revisar una inmensa bibliografía, sobre un tema no menos inmenso, y acuñar un marco analítico para reabordarlo con nueva EPRE, obtenida en media docena de archivos y con las aportaciones desde campos tan diversos como la sociología, la psicología social y la antropología. El subtítulo explica de lo que se trata: la violencia y el iconoclasmo anticlericales y populares en la España de 1931 a 1936. Va prologado por Sir Paul Preston, que fue uno de los examinadores de la tesis.

En un plano de historia estrictamente política la aversión a la Iglesia católica (la única posible en la España del XIX y hasta 1931) se explica por su triple papel como soporte de la Monarquía, su apoyo a la oligarquía y su lucha más o menos abierta contra los embates del mundo moderno a la vez que predicaba la sumisión al orden establecido como si este hubiera sido un resultado del designio divino. Nadie tan cualificado como el Conde de Jordana en su segunda etapa de ministro de Asuntos Exteriores de la dictadura franquista al recordar que de lo que se trataba era de combatir los destrozos ocasionados por el comunismo alentando a las masas a apropiarse y disfrutar de los frutos de esta vida en vez de aguardar, esperanzados, las delicias de la vida eterna a la sombra del Señor. La SMICAR fue el basamento esencial que apoyó tales teorías.

Sin embargo, la historia política no explica suficientemente el tenor y la evolución del anticlericalismo en España que, tras la guerra de la Independencia, terminó estallando tras la muerte del rey felón por excelencia. Su duración de más de cien años no puede explicarse exclusivamente por variables políticas. Mary Thomas hace una disección precisa de las más importantes variables, de diversa naturaleza, que lo marcaron y condujeron a lo largo del XIX. A principios del siglo XX el asalto de la modernidad sobre la sociedad española se hizo imparable, aunque a trancas y barrancas. Los grilletes con los que la SMICAR la atenazaba empezaron a aflojarse. Se soltaron tras 1931 cuando la intelligentsia republicana, no anticatólica por naturaleza, pero deseosa de reducir el papel de la Iglesia sobre la sociedad ocupó los resortes del poder público, a nivel nacional, provincial e incluso local.

La obra de Mary Thomas explica, no obstante, los asaltos contra las propiedades y rituales eclesiásticos por parte de amplias capas del campesinado rural y del proletariado industrial por la desazón generada por la reticencia de los poderes públicos en contrarrestar el vasto poder político y social detentado por la SMICAR. Cuando el golpe de Estado, semivictorioso pero también semifrustrado, determinó el colapso de la autoridad republicana en la zona en que no triunfaron los rebeldes, las masas obreras y campesinas descargaron su furor sobre una institución que habían divisado siempre como el sustento y apoyo esencial del orden económico y social tradicional. El iconoclasmo contra los símbolos católicos y la violencia contra el clero (que generó más de siete mil víctimas entre el regular y el secular) dejó tras de sí innumerables destrozos de edificios religiosos. Nada parecido había tenido lugar durante los años anteriores, ciertamente un tanto convulsos. Es más, algunas investigaciones empíricas como las publicadas recientemente sobre la protección del arte religioso en la provincia de Ciudad Real muestran que entre 1931 y julio de 1936 apenas sufrió daños.

Habitualmente la furia anti eclesiástica de, sobre todo, la primera mitad de 1936 se ha explicado por motivaciones irracionales o acciones criminales, cuando las turbas (sic) se hicieron dueñas de las calles y plazas. Este libro muestra que durante las décadas precedentes de rápido cambio social, económico y cultural los actos anticlericales habían ido adquiriendo un claro significado político y fueron a su vez una manifestación de los cambios acaecidos en una España en la que la transformación estructural chocaba con la impavidez del sistema político y, en particular, de la propia Iglesia española.

En el fondo no es de extrañar que cuando llegaron al Vaticano oleadas de noticias sobre los desastres que se habían abatido sobre la Iglesia y el clero españoles el sustituto del secretario de Estado Giuseppe Pizzardo acudiera a una explicación antropológica de andar por casa, pero que a la vez representaba un fracaso de la dirección de la Iglesia en España: los españoles, no habían sido nunca realmente un pueblo católico en la plena acepción de este término. No habían alcanzado el ideal y la disciplina morales que constituían el corazón mismo de lo católico, a pesar de toda la devoción que prestaban a las formas externas y al ceremonial. La pregunta es, ¿quiénes habían sido los responsables? Sin duda a la Iglesia católica española le correspondía algún tanto de culpa.  La obra de Mary Thomas muestra hasta qué punto había sido responsable por no haber sabido afrontar, como en otros países europeos occidentales, los desafíos de la modernidad.  Y eso a pesar de todos los esfuerzos emprendidos.

Hasta el advenimiento de la República la SMICAR había registrado un fracaso total y absoluto en adaptarse a los cambios que tenían lugar entre las clases desposeídas, tanto en el campo como en las ciudades, y que habían pasado años y años tratando de enfrentarse al insoportable peso que ejercía sobre todas sus actividades. Las pequeñas actividades por atenderlos, bien intencionadas o no, habían incluso reforzado un anticlericalismo visceral que, tras la dictadura primorriverista, penetró en el ámbito político.

Ciertamente la receta que la SMICAR distribuyó a grandes cucharones tras la guerra fue la menos adecuada posible para conseguir un triunfo duradero. En cuanto, a partir de 1959, se abrió la espita de la emigración y se reanudó el proceso de cambio económico y social, el apartamiento de las masas de la jerarquía se acentuó. La transición y la consolidación democrática abrieron los repertorios de elección pública. La “descatolización” dio pasos de gigante. Hoy, según ha revelado EL PAÍS (27 de diciembre de 2018) con datos del Pew Research Center norteamericano, España es uno de los países en los que tres de cada cinco encuestados han dejado de considerar la religión católica como aportadora de una significación especial para la identidad nacional. En proporción al número de habitantes la caída de la fe católica en España es la más marcada en Europa occidental y solo va por detrás de la ocurrida en Noruega o Bélgica.

Cuando se examinen las relaciones entre la SMICAR y la sociedad española desde la perspectiva del largo plazo (la clásica longue durée) es posible que se advierta que la dictadura de Franco consagró un triunfo de la primera que, por lo impuesto con las armas y en buena medida ahistórico, ni fue sostenible ni pudo sobrevivir demasiado tiempo a un clima de libertad política y de pluralismo social, como el que bien o mal representó la Segunda República Española.

Obras como la de Mary Thomas están destinadas a durar y a explicar unos fenómenos sociales que la guerra y la dictadura bruscamente interrumpieron. De seguir al ritmo de los últimos años los cerebros que dirigen la Conferencia Episcopal tendrán du pain sur la planche (es decir, no los faltará curro). La reacción del señor obispo de Córdoba a los resultados de las recientes elecciones andaluzas quizá muestre que, como pasó en tantos otros países, al menos una parte de la jerarquía católica sigue sin aprender nada. Mientras tanto, seguiremos esperando años y años a que aparezcan los Teilhard de Chardin, los Mauriac, los Maritain y los Mounier que, tal vez, en alguna ocasión la SMICAR española regalará al mundo.

Ángel Viñas Historiador, economista, diplomático. Es catedrático emérito de la UCM.
Fuente:
http://www.angelvinas.es/?p=1666

viernes, 18 de enero de 2019

El pensamiento post moderno y la izquierda.

La izquierda se equivocó cuando se sumó al pensamiento post moderno
¿Regresa el sujeto histórico con los chalecos amarillos?

Krítika


Si alguien me preguntara el significado de la política, diría que se refiere a la disputa por el poder; es decir, la política es agonista, incluso antagonista. Y si esto es así, la política lo que debe cuestionar es el equilibrio de poder entre los diferentes intereses de clase. Como Marx reconoció, el propósito subyacente de las instituciones sociales, políticas, económicas e incluso legales de la sociedad capitalista es preservar el monopolio del poder que goza la clase propietaria del capital. Y, en consecuencia, cualquier intento de desafiar ese monopolio, en cualquier esfera, será contrarrestado, como lo están experimentando actualmente los chalecos amarillos en las calles de París.
Señalo esto porque la naturaleza de la política parece haber cambiado radicalmente en las últimas dos décadas. Me atrevo a decir que la política se ha vuelto más bien apolítica. Hoy se preocupa más por aliviar los excesos del capitalismo que desafiar al sistema en sí. Las protestas contra el capitalismo global que marcaron el fin del siglo se han convertido en una tregua no incómoda, a medida que han surgido nuevos actores “transnacionales” para llenar y “despolitizar” el espacio radical anteriormente ocupado por la clase obrera. Estos nuevos actores comprenden una serie de ‘Movimientos de Justicia Social Global’ (‘GSJM’) y ‘Organizaciones No Gubernamentales’ (‘ONG’) que imponen su agenda a una sociedad civil incipiente en todo el mundo.
Si bien el rango de sus intereses particularistas es vasto, en general están relacionados con el rechazo a una política independiente de la clase trabajadora. Estos movimientos tienden a ser manejados por personal de clase media occidental [1] y que muy a menudo son financiados, directa o indirectamente, por intereses corporativos occidentales [2], evitan las demandas de la política de clase, proponiendo, en cambio, un agenda “individualista” porque esta acción ejercería una autoridad moral superior. A los ojos de estos nuevos actores globales, la política “colectiva”, con sus demandas de representación, constitución e incluso democracia, son artefactos desacreditados de un sistema, que debe ser reemplazado por una forma más moral de gobierno global.
La rápida multiplicación de estos actores globales, conocedores de los medios de comunicación, que actúan de manera muy parecida a los cabilderos, al negociar concesiones en las cumbres capitalistas, no es simplemente una manifestación cruda de un capitalismo global expandido. No es extraño, entonces, que el Banco Mundial involucre a las ONG en sus programas para promover el “desarrollo en el tercer mundo”. También tienen una justificación filosófica para apuntalar el surgimiento de estos movimientos pospolíticos y la consiguiente sustitución del sujeto colectivo centrado en la política de clase por un socio “apolítico” más complaciente.
Mientras los neoconservadores se han empeñado en hacer retroceder al Estado (acogiendo la influyente obra del filósofo neoliberal John Rawls, que anunció la primacía del individuo autónomo [3]) lo que parece más sorprendente es que los nuevos socios del capitalismo global son, en gran medida, una creación de la izquierda.
Fue el abrazo de la izquierda del pensamiento posmoderno con su despreciación de las narraciones históricas lo que ha llevado al abandono de la clase obrera como sujeto histórico o, en términos marxistas, cuando la clase trabajadora se emancipa debe a la vez liberar al conjunto de la sociedad de la opresión de las clases dominantes.
Un corolario de esta supuesta evolución moral en la ‘política’ trans-global, es la depreciación de los objetivos políticos conquistados por el trabajo organizado y sus imperativos asociados de solidaridad y comunidad: términos que están notablemente ausentes de los nuevos movimientos ‘corporativos’ y su léxico moral.
De hecho, la difamación de la clase trabajadora, convertido en un meme cultural desde los años 80, ha demostrado ser una ayuda inestimable para el nacimiento de esta nueva élite apolítica. La otra anatema posmoderna es que la clase trabajadora es irresponsable. Deslegitimar las demandas de la clase trabajadora calificándola como codiciosa y egoísta, ha sido relativamente fácil para los medios capitalistas. Lo que ahora se promociona, por estos medios, es un pluralismo de intereses sociales y culturales, ninguno de los cuales tiene el poder político, ni la voluntad de desafiar el status quo.
El geógrafo urbano, Mike Davis, discute la revolución de las ONG bajo el título “Imperialismo suave”, y considera que es responsable de ”hegemonizar el espacio tradicionalmente ocupado por la izquierda” y “desradicalizar los movimientos sociales urbanos“. El activista de la vivienda, PK Das sostiene que el objetivo de tales movimientos es “subvertir, desinformar y desidealizar a las personas para mantenerlas alejadas de la lucha de clases. Al mismo tiempo que alienta la gente a pedir “favores por motivos compasivos y humanos, en lugar de hacer que los oprimidos sean conscientes de sus derechos“. [4] David Chandler describe a estos actores políticos como “antipolíticos y elitistas” [5]. Para Chandler “sus acciones replican a sus antepasados misioneros: aplacar a los nativos y despejar el terreno para la expansión de la explotación”.
Sin embargo, una breve mirada a las políticas progresistas de los años 70 demuestra que el consumismo compensatorio lanzado por los gobiernos neoconservadores, en los desregulados años 80, que ha llevado a niveles de deuda privada sin precedentes, fue la antítesis a los proyectos socialistas surgidos una década antes, cuando los trabajadores habían tratado de fundar una sociedad alternativa más allá de un capitalismo destructivo y derrochador.
Un análisis más preciso de esos años de disputa no es que los programas de izquierda se agotaron, sino que sus políticas nunca se implementaron. Ciertamente, en el Reino Unido, los trabajadores en huelga fueron engañados por sus propios representantes, tanto dentro como fuera del gobierno, pero también por el propio sistema político, que utilizó medios antidemocráticos para bloquear la implementación de un cambio, necesario, irrevocable y fundamental del sistema económico. Lo que unió todas las fuerzas de la reacción contra los trabajadores fue la demanda de una democracia más directa y la participación en el proceso político y económico, porque este era un desafío inaceptable, tanto para el control capitalista como para el clientelismo burgués.
Lo que ahora parece ser la ética gobernante que determina la política “izquierdista” es un cambio cultural que ha pasado de luchar por el cambio del capitalismo a aceptarlo sin cambios reales. Por lo tanto, parece oportuno reflexionar sobre la era anterior, no hace mucho tiempo, cuando una política de contestación dominaba el espacio público y estar “a la izquierda” era una postura socialista, indiscutiblemente vinculada con las demandas de la clase trabajadora y la construcción de una nueva sociedad.
En el Reino Unido, en la década de 1970, las huelgas, las sentadas y las ocupaciones de fábricas eran eventos comunes. Hombres grises enojados, acurrucados alrededor de los braseros, eran las noticias de la noche y todos parecían estar atrapados en un debate sobre el futuro económico y político del país. Cuando Ted Heath, el primer ministro del gobierno Tory en el poder, convocó una elección en 1975, (después de declarar 5 estados de emergencia), preguntó a la gente “¿Quién gobierna Gran Bretaña?”, el electorado respondió con decisión que no era él y le devolvió el gobierno al partido laborista.
Fue, de hecho, un momento de cambio. Y hubo un sentido real que un cambio fundamental era posible. Esto parece increíble ahora en una era que los reality shows son lo más destacado de la televisión del sábado por la noche. Que la silla usualmente ocupada hoy por los tipos Hollywood hubieran albergado al carismático dirigente comunista, Jimmy Reid, para promover los intereses de la gente común parece ahora bastante extraordinario. Pero así fue.
Lo que no es tan sorprendente, es que los medios de comunicación de ese tiempo hayan apodado “el invierno del descontento” una época en que el país estaba al borde del colapso económico. [6] Ansiosos por impulsar a Margaret Thatcher en la escena política como la gran gurú neoliberal, la prensa conservadora denigró a los trabajadores en huelga y presentó sus demandas como codiciosas y egoístas.
Sin embargo, lo que los trabajadores estaban pidiendo principalmente no era dinero, era poder y más participación en el proceso productivo. [7] Dado que muchas industrias manufactureras se están cerrando, debido a una combinación de mala gestión y falta de inversión, a pesar de los considerables subsidios del gobierno, los trabajadores podrían avizorar un camino a través de la producción de bienes socialmente útiles, tales como máquinas de diálisis y sistemas de calefacción eficientes para jubilados
En sus demandas de mayor participación, los trabajadores, a través de los Consejos de Trabajadores, presentaron estrategias industriales que reconocieron la importancia de la diversificación, los bienes sociales, la energía verde, las limitaciones ambientales, la cooperación y la responsabilidad de los trabajadores. En ‘Socialism and the Environment’, publicado en 1972 [8], varios años antes de la aparición de ‘Green Politics’, se reconoció la conexión entre la expropiación del medio ambiente y la del trabajador, así como la necesidad de poner fin al consumismo destructivo y derrochador que contaminaba el planeta y amenazaba con hacerlo inhabitable.
Para los jóvenes de hoy, la pasividad de los “apolíticos” en lugar de la contestación rebelde es la norma. Después de divisiones de clase, que promovió el poder en la década de 1970, el sistema las ha institucionalizado y empaquetado con trayectorias profesionales para “clases medias solidarias” o han pasado a ser exigencias del mercado, fuera del alcance del gobierno, ya que gran parte lo que la sociedad civil fue en ese momento, ha sido destruida o privatizado.
Margaret Thatcher es recordada por su papel en la desregulación del sector financiero y la venta de activos estatales y viviendas sociales, en un intento por crear una clase media expandida, pero su principal objetivo siempre fue la destrucción de la mano de obra organizada que reconoció como el principal desafío al monopolio capitalista.
Como víctimas del culto al individualismo que comenzó a estrangular a la sociedad en la década de los ochenta (y del “cuidado del consumidor”) hoy es muy difícil para cualquier persona que crece en el capitalismo postindustrial apreciar que hace muy poco tiempo los trabajadores llamaban a la solidaridad, a la justicia, la cooperación y a una nueva visión de la capacidad productiva en torno a un debate por la democracia en la industria, razón por la cual hubo una organizada oposición por parte de los intereses corporativos, los medios de comunicación, la administración pública y de los servicios de seguridad.
Los temores que la mano de obra organizada fuera capaz de efectuar un cambio histórico eran reales. Y la única manera de terminar con ese desafío y asegurar su monopolio era destruir el poder colectivo de la clase trabajadora utilizando todos los medios posibles.
Estructuralmente, eso significaba domeñar a los sindicatos y erradicar aquellos elementos de la sociedad civil que inculcaban nociones de comunidad y solidaridad. Culturalmente, significaba efectuar un cambio radical en la percepción que la sociedad tenía de la clase trabajadora. Se impuso un visión tan negativa y dominante que pocos, independientemente de sus circunstancias económicas, desearon ser identificados con las ideas y valores de la clase trabajadora.
Caricaturizados por medios implacables y reaccionarios, ser integrante de la clase trabajadora pronto se convirtió en sinónimo de ser parte de una “casta de privilegiados” o un “scrounger”. También se les imputó tener puntos de vista racistas y sexistas y, con la etiqueta “subclase salvaje” los jóvenes trabajadores fueron eliminados de toda influencia en la política.
Con el retiro del estado y la promoción del mantra neoconservador de “responsabilidad individual”, se hizo fácil presentar la pobreza y el desempleo como fallas personales. De este modo, se aseguró que las etiquetas ‘irresponsable’ y “no aspiracional” se impusieran, logrando en la práctica hacer desaparecer a los trabajadores de la escena política.
En “La clase social en el siglo 21” de Mike Savage, publicado en 2015, se da a conocer los resultados de la mayor encuesta de clase jamás realizado en el Reino Unido. Un dato importante es que con 161.000 participantes, no respondió ni un solo limpiador o trabajador en los servicios elementales’. [9] De esta manera Savage reconoce que hay “patrones reveladores” en los resultados de la encuesta, particularmente porque hubo una “excesiva representación de hombres de negocios y profesionales de las finanzas”, y que las respuestas recibidas de los CEOs son más de 20 veces del número esperado.
Desafortunadamente, él no explica cuál es “la proporción de encuestados que no creen pertenecer a una clase en una jerarquía de clases que desciende“. Solo una cuarta parte del “precariado” reconocen su estado de clase baja. Mientras esto ocurre con el precariado, la mitad de la élite está orgullosa que pertenecen a su “clase”.
Savage sugiere que esta es una ”inversión fascinante de la tesis de Marx. A saber; la conciencia de clase crece entre los proletarios, porque no tienen nada que perder, sino sus cadenas. ”Al contrario, dice Savage; ”de hecho, los que están al final son los que menos piensan que pertenecen a la clase trabajadora”. [10]
Aparte del hecho obvio que lo que la gente piensa y lo que dice es a menudo muy diferente, hay que decir que nadie quiere ser parte del equipo perdedor; por tanto no hay ninguna milagrosa inversión de la tesis de Marx con esta encuesta.
Una mejor explicación del porqué el proletariado no rompe sus cadenas es qué hay pocas posibilidades de perderlas en un momento en que su encarcelamiento se ha normalizado, es decir, despolitizado. En este momento, todo lo que se logra es recordarle su lamentable estado de olvido. La observación de Lenin sobre la “esclavitud cultural” de la clase trabajadora parece más cierta que nunca. [11]
El trabajo de Savage también es instructivo pues pone en evidencia la vulnerabilidad social de las clases medias y cómo la propia palabra clase ha adquirido un significado cultural: un significante de valor moral e intelectual. Sin embargo, la división de la encuesta en 7 divisiones de clase separadas oculta un panorama más amplio de ganadores y perdedores, dejando a la vista la actual incapacidad dramática de una respuesta social organizada.
Un análisis menos confuso de esa tendencia es quizás provisto por la simple distinción social hecha por Thorstein Veblen en “Los intereses adquiridos y el hombre común”. En el estudio de Veblen, el grupo de “Interés adquirido” de la clase capitalista tiene ”un margen relativamente estrecho de ganancia neta”. Pero a cambio de ese beneficio moderado, afirma Veblen, se “manipulan los sentimientos y las aspiraciones” para aumentar las ganancias.
En todo caso, en un momento en que el capital social y cultural ha alcanzado nuevos niveles de valor de cambio (tras la colonización del capitalismo en la esfera cultural) el análisis de Veblen es esclarecedor. Porque, en la era del capitalismo transnacional y la expansión de los movimientos sociales y culturales apolíticos que la acompaña, hay muchos más márgenes de ganancia.
El abandono de la clase obrera como sujeto histórico generalmente se remonta al surgimiento del pensamiento posmarxiano / posmodernista en Francia en los años 70, con su negación de las narrativas históricas de carácter general. El trabajo que ha proporcionado autoridad moral y política para ese abandono del marxismo es “Hegemonía y estrategia socialista: hacia una política democrática radical”, de Chantal Mouffe y Ernesto Laclau, publicado en 1985.
En ese texto post-marxista, Mouffe y Laclau argumentan que la clase trabajadora ya no es el sujeto histórico, esencialmente porque no existe un sujeto histórico y, por lo tanto, no se le atribuye ningún privilegio ontológico como una fuerza histórica efectiva contra el capitalismo. En cambio, sugieren que una gama de grupos de interés social (por ejemplo, feminismo, antirracismo, ambientalismo, etc.) pueden, a través de un liderazgo “moral e intelectual”, (en oposición a un mero liderazgo “político”) combinarse para lograr tal reto.
Los trabajadores siguen siendo importantes en esa amalgama de grupos de interés, pero solo a través de su experiencia concreta y vivida, y no debido a la historicidad de su posición. Es en esta nueva ‘unidad de un conjunto de sectores’ que una ‘relación estructuralmente nueva, diferente de las relaciones de clase, debe ser forjada. Y tal conjunto, afirman, se logrará con una “democracia radical”. [12]
Esto es lo que Mouffe y Laclau llaman la “transición decisiva” del plano político al moral / intelectual y es donde tiene lugar un nuevo concepto de hegemonía “más allá de las alianzas de clase”. La razón por la que se piensa que es necesario alejarse de lo político es porque ellos perciben la necesidad que un conjunto de ideas y valores deben ser compartidos por diversos de sectores: “que ciertas posiciones de los sujetos atraviesan una serie de sectores de clase.”
Para Mouffe y Laclau sólo abandonando una política de clase inadecuada y que tenga una “coincidencia coyuntural de intereses”, se podrá establecer un nuevo movimiento singular. Parte del razonamiento es la suposición de que la clase trabajadora no puede pensar por el resto de la sociedad: que no puede ir más allá de la “defensa estrecha de sus intereses corporativos”. [13] Sin embargo, la historia no lo confirma.
Como se vio anteriormente, en los años 70 en el Reino Unido: una época en que el poder de la clase trabajadora estaba creciendo, fue una época muy ilustrada. Se aprobaron resoluciones antirracistas y antisexistas y también hubo una legislación progresiva que protegía los derechos de los homosexuales, legalizaba el aborto y facilitaba el divorcio. Los trabajadores se declararon en huelga para exigir más dinero para los jubilados. De hecho, es difícil pensar en un área de la vida social que no se consideraba parte del plan socialista de transformación.
Reflexionando sobre el hecho de que estudiantes e inmigrantes, así como los trabajadores participaron en las huelgas masivas que se desataron en Francia en 1968, Mouffe sugiere que “una vez que se rechaza la concepción de la clase trabajadora como una clase universal, es posible reconocer la pluralidad de los antagonismos que tienen lugar en el campo de lo que se agrupa arbitrariamente bajo la etiqueta de “luchas de los trabajadores“. [14] Sin embargo, ¿qué es exactamente “arbitrario” sobre esta etiqueta? y, ¿qué beneficio se deriva abandonarla en favor de una pluralidad de etiquetas diferentes que no tienen importancia política en el contexto de una lucha obrera? En realidad, la disolución de la solidez de la clase obrera en una multitud de antagonismos parece encaminada a destruir la solidaridad; También parece un suicidio político.
En la famosa huelga de Grunwick en 1976, iniciada por mujeres asiáticas no sindicalizadas que trabajaban por una miseria en condiciones extremadamente pobres, los trabajadores enviaron un poderoso mensaje de solidaridad acusando al gobierno laborista en el poder. Los problemas de etnicidad y género desaparecieron mientras se realizaba la mayor movilización de solidaridad obrera jamás vista en el Reino Unido y más de 20,000 trabajadores se presentaron en la línea de piquete para apoyar a los huelguistas. La huelga incluso fue internacional: participaron los trabajadores de los Puertos en Bélgica, Francia y los Países Bajos, boicoteando los productos de Grunwick.
Fue precisamente la solidaridad generalizada del movimiento lo que aterrorizó al gobierno, ya que lo que entonces se hizo evidente fue que la solidaridad de los trabajadores podía transformar la sociedad, por lo que el gobierno recurrió a la vigilancia policial para romper la huelga (la misma táctica que haría el gobierno de Thatcher un par de años más tarde contra los mineros.)
Por otra parte Mouffe afirma que el pluralismo solo puede ser radical si no existe un “principio de fundamento positivo y unitario”. Pero es difícil actuar como una fuerza unificadora en las luchas anticapitalistas si la lucha común olvida la explotación. ¿A quienes podían haber llamado las huelguistas recién llegadas del este de África, si no a sus compañeros trabajadores explotados? ¿Y qué tan efectivas habrían sido sus acciones en ausencia de esa solidaridad?
En su intento por justificar este dramático cambio de la política de clase y de los intereses históricos de la clase trabajadora, Mouffe y Laclau se basan en la noción de Gramsci de la “voluntad colectiva”. El consideraba que un movimiento nacional y popular debería ser capaz de expresar los intereses compartidos de las masas, y también debería reconocer la importancia de un liderazgo moral e intelectual.
Sin embargo, con respecto a estos dos aspectos de su estrategia política, el pensamiento de Gramsci se basa en la historicidad de la clase trabajadora. Porque si bien reconoce la necesidad de alianzas (no ve a la clase trabajadora resistiendo en solitario) sí la reconoce como la fuerza dirigente. El punto central de una voluntad colectiva es que se requiere una voluntad única, enfocada, y no una variedad dispar de tácticas y objetivos.
De hecho, Gramsci opinó que lo que había bloqueado la formación de tal voluntad en el pasado era una serie de grupos sociales específicos. ”Toda la historia, desde 1815 en adelante, muestra los esfuerzos de las clases tradicionales para prevenir la formación de una voluntad colectiva de este tipo y para mantener el poder ‘económico-corporativo’ en un sistema internacional de equilibrio pasivo“. [15]
El hecho de que Gramsci Identificara la necesidad de un liderazgo moral e intelectual en la formación de tal voluntad no significa que pierda su base política / económica. Por el contrario, es evidente que Gramsci proponía un movimiento liderado por un partido basado en la política. [16] También afirmaba que las políticas morales e intelectuales no son nada sin un cambio estructural: “La reforma intelectual y moral debe vincularse con un programa de reforma económica; de hecho, el programa de reforma económica es precisamente la forma concreta en que la reforma moral se presenta”. [17]
Al elevar un liderazgo moral espureo por encima de la política de clase, se ha creado una plataforma para una pluralidad abierta de causas apolíticas. El efecto ha sido despolitizar radicalmente la democracia al eliminar las cuestiones definitorias de la contestación de la clase trabajadora. Si bien Mouffe sugiere que una identidad muy fragmentada y separada de estos “antagonismos” específicos produce una ”profunda concepción pluralista de la democracia“, la realidad ha sido todo lo contrario.
Como señala Ellen Meiksins Wood en “La democracia como ideología del imperio”, es precisamente la desaparición de las relaciones de clase definidas políticamente lo que hace que esta versión de democracia “des-socializada” sea tan atractiva para el capitalismo global. Porque, al poner las preocupaciones sociales y políticas anteriores de la política de clase más allá del alcance de la responsabilidad democrática, la política se subordina fácilmente al mercado. [18]
Claus Offe también reconoce que el ”proyecto neoconservador de aislar lo político de lo no político” se basa en una redefinición restrictiva de lo que puede y debe considerarse político, lo que permite a los gobiernos eliminar las demandas sociales problemáticas de sus agendas. Al mismo tiempo, observa que el surgimiento de nuevos movimientos sociales, que operan en esferas de acción no políticas, sirve para justificar esa despolitización.
La protesta de los chalecos amarillos es una respuesta a una versión de democracia cada vez más “desocializada” y al poder de las élites, que solo ha aumentado bajo Macron. Lo que comenzó como una protesta contra el aumento del impuesto sobre el combustible es ahora mucho más. Alentados por la solidaridad generalizada, los trabajadores exigen el fin del elitismo y la corrupción del gobierno y notifican que la clase trabajadora NO quiere migajas.
¿El derrocamiento de Macron, el fin de la corrupción política, una nueva república, el surgimiento de un nuevo partido político de la clase obrera? Es imposible pronosticar cómo terminará la protesta. El movimiento no habría durado tanto si no hubiera sido por la solidaridad generalizada que los trabajadores han demostrado. La solidaridad se basa en el amor a la justicia, que es la sangre vital de la política de la clase trabajadora y, por lo tanto, hasta que se termine la injusticia, la disputa debe continuar. Porque, como reconoció el padre de la filosofía política, ”siempre son los más débiles quienes buscan la igualdad y la justicia, mientras que los más fuertes no les prestan atención“. [19)

Notas
[1] Claus Offe, Nuevos movimientos sociales: desafiando los límites de la política institucional, investigación social 52: 4 (1985: invierno) 832 

[2] James Heartfield, La Unión Europea y el fin de la política (Zero Books: Winchester 2013) 117 

[3] John Rawls, Una teoría de la justicia (Oxford University Press: Oxford, 1972) 

[4] PK Das, ‘ Manifiesto de un activista de la vivienda’ citado en Planet of Slums de Mike Davis, (Verso: Londres, 2006) 

[5] David Chandler, Deconstruyendo la soberanía en la construcción de una sociedad civil global en Politics Without Sovereignty, (UCL Press: Londres 2007) 150 

[6] John Medhurst, esa opción ya no existe – Gran Bretaña 1974-76, (Zero Books: Winchester, 2014) 

[7] Intervención estatal en la industria: una investigación de los trabajadores (Russell Press Ltd .: Nottingham, 1980) 

[8] Ken Coates, Socialismo y medio ambiente , (Portavoz: Nottingham, 1972) 

[9] Mike Savage, clase social en la 21 st Century , (Pelican: Random House, 2012) 11 

[10] Ibid., 367. 

[11] VI Lenin Collected Works , vol. 27, (Moscú, 1965) 464 

[12] Chantal Mouffe y Ernesto Laclau, Hegemonía y estrategia socialista – Hacia una política democrática radical (Verso: Londres, 1985) 64 

[13] Ibid., 66. 

[14] Mouffe, ibid., 167. 

[15] Antonio Gramsci, Selections from the Prison Notebooks , editado y traducido por Quintin Hoare y Geoffrey Nowell Smith, (Lawrence y Wishart: Londres, 2003) 132 

[16] Gramsci, Ibid., 129. 

[17] Ibid., 133. 

[18] Ellen Meiksins Wood, La democracia como ideología del imperio en The New Imperialists (Publicaciones de Oneworld: Oxford, 2006) 9 

[19] Aristóteles, Política, traducción, Joe Sachs (Focus Publishing: Newburyport, 2012) 1318b 

Susan Roberts, historiadora británica.

Fuente original: https://kritica.info/regresa-el-sujeto-historico-con-los-chalecos-amarillos/

jueves, 17 de enero de 2019

El brexit en estado zombie ..


Vasco Gargalo en Rebelión 


El brexit nos aburre y vamos sonámbulos hacia el desastre

El diario

Esta semana alcanza su punto álgido pero los votantes están desconectando del tema. Esta indiferencia podría definir nuestra política
Justo antes de Navidad, pasé un día en Cowley, el barrio obrero de la periferia de Oxford donde una fábrica de BMW fabrica el Mini, ese gran símbolo británico. Todos los años, la planta cierra las puertas para un "período de mantenimiento" que por lo general coincide con las vacaciones de verano de las escuelas locales. Preocupada por la futura relación del Reino Unido con la Unión Europea (UE), la compañía ha previsto para este año un cierre más largo de lo habitual. También lo ha programado para que ocurra un día después de la fecha formal de salida de la UE . Según la empresa, para "minimizar riesgos de posibles interrupciones en el suministro de piezas a corto plazo si se produce un Brexit sin acuerdo".
Uno podría imaginar que en los alrededores de la fábrica la gente andaría preocupada por las calles y con una sensación de emergencia. No me sorprendió encontrar todo lo contrario. Después de que BMW rechazara mi petición de visitar la fábrica, pasé unas cuantas horas recogiendo testimonios por la calle. Mis preguntas sobre el Brexit eran recibidas con una indiferencia exasperante, como si el tema apenas despertara interés en la gente.
Los que sí hablaron de la fábrica me aseguraron que jamás se iría de Cowley. Un par de incondicionales del Brexit mencionaron a Winston Churchill y sugirieron que celebrar otro referéndum sería atentar contra la democracia. Pero la mayoría de los entrevistados confirmó lo que dicen las últimas encuestas: tanto los que quieren dejar la UE como los que quieren quedarse están aburridos del Brexit. Cuando les sacan el tema hacen muecas y ponen los ojos en blanco.
Un auténtico embrollo
"Es un incordio", me dijo uno. "Nadie parece saber qué está pasando; solo hablan de eso en todos los canales; ya estoy harto". También dijo que en 2016 había votado por salir de la UE. ¿Se le ocurría alguna forma de salir del embrollo actual? "Ya no sé cómo responder a eso", dijo. "Lo han complicado tanto". Durante un momento de la conversación, mi entrevistado pareció inclinarse por seguir en la UE. Luego derivó hacia la otra postura.
En esta semana que comienza es importante tenerlo en cuenta, con el drama parlamentario por el Brexit a punto de alcanzar su punto álgido. Por mucho que pataleen en Westminster, para millones de británicos el Brexit es algo que ocurrió hace dos años y medio. Desde entonces se ha convertido en un ruido indescifrable de divisiones del equipo de gobierno, uniones aduaneras y todo tipo de enigmas que hacen explotar Twitter pero dejan indiferente a la mayoría de las personas. Es la prueba de un enorme fracaso político, también para el supuesto partido de la oposición: el debate está tan lejos de la opinión pública que parece imposible encontrar una solución para el malestar del país.
Para los que lo ven de fuera, debe ser lo más parecido a una ridícula decadencia colectiva. El momento es decisivo, está repleto de riesgos gigantescos y definirá nuestro futuro durante las próximas décadas. Pero el ambiente es de aburrimiento público generalizado. En parte se debe, por supuesto, a que aún no se han materializado las consecuencias reales del Brexit, haya o no acuerdo. Pero hay cosas mucho más trascendentes en juego: rasgos ancestrales que en Inglaterra son especialmente profundos y cambios mucho más recientes en la forma en que la política llega a la ciudadanía.
Tanto para bien como para mal, durante mucho tiempo Inglaterra ha sido el país donde la revolución comienza cuando se termine la próxima cerveza. En su mayor parte, los políticos son vistos con escepticismo y el lema nacional perfectamente podría ser ‘Cualquier cosa mientras sea para una vida tranquila’. El voto por el Brexit pareció romper momentáneamente esas reglas, pero eso fue solo una equis en una papeleta. No hizo falta que pasara mucho tiempo antes de que la gente volviera a ser como siempre.
Ahora nos encontramos en el peor de los mundos, autolesionándonos porque se nos dice que esa es la voluntad de los votantes cuando millones de esos mismos votantes parecen haberse desconectado del tema por completo.
La falta de compromiso popular ha empeorado por la velocidad a la que circula hoy la información y por una cultura política en la que las noticias de todos los días se han convertido en una especie de ruido blanco: cualquier noticia, si no todas, puede ser falsa. Muy pocas informaciones parecen generar arrastre. Cada vez que un representante sectorial o profesional con mucho que perder por el Brexit aparece en televisión advirtiendo por las consecuencias de salir de la Unión Europea, la única y altamente predecible reacción es esta: ‘Es solo una opinión’. Cualquier persona que haya discutido con amigos o familiares por el tema del Brexit reconocerá la secuencia.
Dicen que la salvación para el acuerdo de Theresa May reside en los ‘aburridos del Brexit’ (también llamados ‘bobs’, por sus siglas en inglés). Cansados del tema y desconfiando de los que les advierten por los males del Brexit, los bobs podrían ser en efecto cruciales. Incluso si Theresa May pierde la votación parlamentaria del martes, un número suficiente de sus rivales en la derecha y en la izquierda podría entender que los votantes no comparten su pasión y darse por vencidos. Si eso sucede, el futuro inmediato de la política británica seguirá tan dominado por el Brexit como ahora. Con su constante charla tecnocrática sobre acuerdos comerciales y cosas por el estilo, Westminster seguirá profundizando la alienación de los votantes.
¿Otro referéndum?
Pero hay otras posibilidades, por supuesto. Si lo que termina ocurriendo es un Brexit sin acuerdo, tal vez el caos resultante sacuda por fin a Inglaterra de su aturdimiento. Si lo que viene es otro referéndum, y los partidarios de quedarse mejoran al fin la poco competente campaña que los llevó al desastre en 2016, esta vez la gente podría escuchar lo que se debería haber hablado desde el principio sobre el Reino Unido y su lugar en el mundo: los incuestionables beneficios de tener una economía abierta; los complejos y a menudo frágiles acuerdos comerciales que mantienen a la economía en marcha y a las personas con empleo; o el hecho de que la nuestra no es una historia de aislamiento con relación a Europa sino de estar en el corazón de su historia.
Escribo esas palabras y me doy cuenta de lo poco probable que es ver a cualquiera de nuestros políticos actuales haciendo que la gente lo escuche. Incluso si termina el gobierno de May y hay elecciones generales, podríamos seguir fácilmente con la sensación de que la política no conecta con los votantes ni se ocupa de las tensiones profundas de Gran Bretaña.
Los votantes que Jeremy Corbyn necesita de su lado son también los que lo ven con más escepticismo. Los líderes laboristas han evitado hasta ahora cualquier tipo de conversación seria sobre el tema del Brexit (por no hablar de sus complejas implicaciones sobre el tipo de país que Reino Unido quiere ser). Incluso si el Laborismo lograse ganar, los delirios y engaños que nos pusieron en este aprieto podrían seguir enconándose.
Cuando uno piensa en conceptos como un "desastre nacional" se imagina coches en llamas y muchedumbres violentas. Pero algo tan dramático es poco probable en una nación de sonámbulos, poco interesada en sus políticos y eternamente imperturbable por las advertencias. Más allá del ruido y la furia de la actualidad, una vieja letra de Pink Floyd cantada con el nítido acento del sudeste inglés resume el que podría ser nuestro destino: "Resistir mientras uno se desespera en silencio, esa es la manera inglesa".
Traducido por Francisco de Zárate
Fuente: https://www.eldiario.es/theguardian/Brexit-aburre-vamos-sonambulos-desastre_0_857065168.html


 y ver  .. https://blogs.publico.es/davidtorres/2019/01/15/el-brexit-con-marcha-atras/


Nota de blog .-   La conclusión, seria  el   explicar el  por qué el Parlamento dejo de ser pragmático... y la explicación es la crisis de la soberanía del estado  y que votar si votas equivocado no te lo aceptan en BRUSELAS...y están dispuestos a hacérselo pagar  caro, pero eso no se dice,  eso si es  memorable  la tenacidad de la primera ministra sosteniendo que lo votado vale , sino el país deja de creer en la democracia  .. si fueramos a analizar todas las votaciones que se hacen , bajo el prisma de ser  manipulado , no valdrían , ni la mitad de ellas , en democracia se supone que todos somos libres  y responsables, hasta que dejamos de serlo  , sino bajo sospecha se tambalea la misma democracia ,, como decía alguien, si con democracia se lograra algo verdaderamente importante estaría prohibida, de alguna  forma la democracia es solo   el intento de resolver conflictos pacificamente  ,sin  entrar a bombazos . El voto contra  May no deja de ser también a la Unión Europea y, en particular, a sus máximos dirigentes. Los gobiernos europeos se cuidarán muy mucho de rebajar sus exigencias a Gran Bretaña en cualquier futura negociación ante el auge  de los ultranacionalistas.



miércoles, 16 de enero de 2019

Europa , campo de batalla nuclear.





La Unión Europea acepta la instalación ‎de nuevos misiles nucleares ‎estadounidenses en Europa
  
Manlio Dinucci

Red Voltaire.

Los países miembros de la Unión Europea se alinearon unánimemente tras la estrategia ‎militarista de su “hermano mayor” estadounidense. Al hacerlo aceptan que Europa ‎se convierta en campo de batalla nuclear si Estados Unidos entra en conflicto ‎con Rusia.‎

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   Cerca del “Palacio de Cristal” de las Naciones Unidas, en Nueva York, puede verse una escultura ‎metálica llamada El Mal vencido por el Bien que representa a San Jorge atravesando un dragón ‎su lanza. Es un regalo de la URSS, que quiso celebrar así, en 1990, la firma del Tratado INF entre ‎Moscú y Washington, documento que eliminaba los misiles nucleares terrestres de corto y ‎mediano alcance (entre 500 y 5 000 kilómetros). Simbólicamente, el cuerpo del dragón nuclear ‎agonizante está hecho con pedazos de misiles balísticos estadounidenses Pershing-2 (que habían ‎estado desplegados en Alemania occidental) y de SS-20 soviéticos retirados de sus bases en la ‎URSS. ‎


Pero el dragón nuclear vuelve hoy a la vida, gracias a Italia y a los demás países de la Unión ‎Europea que han votado contra el proyecto de resolución sobre la Preservación y Aplicación del ‎Tratado INF propuesto por Rusia en la Asamblea General de la ONU, rechazado con 46 votos ‎en contra, 43 votos a favor y 78 abstenciones. ‎

La Unión Europea –que entre sus 27 miembros cuenta 21 miembros de la OTAN– adoptó así la ‎posición de la OTAN, que es a su vez la posición de Estados Unidos. Como antes lo hizo la ‎administración Obama, la administración Trump acusó a Rusia –sin presentar prueba alguna– de ‎haber realizado ensayos con un misil de la categoría prohibida y anunció que Estados Unidos va a ‎retirarse del Tratado INF. Simultáneamente, Estados Unidos ha iniciado un programa tendiente a ‎reinstalar en Europa misiles nucleares que apuntarán a Rusia, además de desplegar también ‎misiles nucleares, que apuntarán a China, en la región Asia-Pacífico. ‎

El representante de la Federación Rusa ante la ONU ya advirtió que «eso constituye el inicio de ‎una carrera armamentista abierta». En otras palabras, advirtió que si Estados Unidos instala ‎nuevamente en Europa misiles nucleares apuntando a Rusia (como los misiles estadounidenses ‎‎Cruise desplegados en [la región italiana de] Comiso en los años 1980, Rusia responderá ‎instalando nuevamente –en su territorio nacional– misiles similares que apuntarán hacia blancos ‎en Europa (aunque no alcancen el territorio de Estados Unidos). ‎

Ignorando todo eso, el representante de la Unión Europea ante la ONU acusó a Rusia de socavar ‎el Tratado INF y anunció el ya mencionado voto negativo de todos los países de la UE porque «la ‎resolución presentada por Rusia desvía del tema en discusión». Dicho claramente, la Unión ‎Europea dio luz verde a la posible instalación de nuevos misiles nucleares estadounidenses ‎en Europa, incluyendo Italia. ‎

Sobre este tema tan importante, el gobierno de Giuseppe Conte [el primer ministro de Italia], ‎renunciando –como hicieron sus predecesores– al ejercicio de la soberanía nacional, se alineó ‎tras la Unión Europea, que a su vez se alineó tras la OTAN, que a su vez actúa bajo las órdenes ‎de Estados Unidos. Y de todo el arco político [italiano] no se elevó ni una voz para exigir que ‎sea el Parlamento quién decida cómo votar en la ONU. Y en el Parlamento tampoco se hizo oír ‎ni una sola voz para exigir que Italia respete el Tratado de No Proliferación del armamento ‎nuclear, documento en virtud del cual Estados Unidos está obligado a retirar del suelo italiano ‎sus bombas nucleares B61 y abstenerse además de desplegar en Italia –a partir de principios de ‎‎2020– sus nuevas bombas atómicas B61-12, aún más peligrosas que las anteriores.‎

Así se viola nuevamente el principio fundamental de la Constitución italiana que estipula que «la ‎soberanía pertenece al pueblo». Y como el aparato político-mediático mantiene a los italianos en ‎la ignorancia sobre estas cuestiones de vital importancia, el derecho a la información se viola ‎doblemente, ya que se viola no sólo la libertad de informar sino también el derecho a que ‎nos informen.

Si no se hace algo ahora, mañana ya no habrá tiempo para decidir: un misil balístico de alcance ‎intermedio portador de una carga nuclear es capaz de alcanzar su objetivo y destruirlo en sólo 6 u ‎‎11 minutos. ‎

Manlio Dinucci
Fuente

Traducido al español por la Red Voltaire a partir de la versión al francés de Marie-Ange Patrizio