Por qué la UE cedió comercialmente ante Trump
Romaric Godin
Durante años, y en particular desde la elección de Donald Trump en octubre de 2024, la Unión Europea ha afirmado ser una potencia independiente, capaz de afirmar su soberanía. Los discursos en este sentido de los líderes europeos se han multiplicado en los últimos meses.
Apenas venció en las elecciones federales del 23 de febrero, el futuro canciller alemán Friedrich Merz proclamó que quería una "Europa independiente de los Estados Unidos". Incluso lo convirtió en una “prioridad absoluta” y se unió así a uno de los leitmotivs que Emmanuel Macron había estado repitiendo desde 2021 sobre la “soberanía europea”. En Bruselas, se aseguró que la UE estaba, esta vez, preparada para hacer frente a las presiones de Washington, a diferencia de 2017. Un equipo técnico especial incluso preparaba un plan para iniciar el tira y afloja.
La era de la ingenuidad parecía haber quedado atrás. Las revistas académicas y los “bruselogos” seguían repitiendo que “el momento europeo” había llegado y que “Europa se enfrentaba a su destino”. Atrapado entre una administración estadounidense hostil y brutal y el peligro del imperialismo ruso, el Viejo Continente debía levantarse como un actor geopolítico autónomo. Para ello, era necesario que Europa dejara de considerarse a sí misma sobre todo como un mercado y una simple zona económica.
Las negociaciones con Estados Unidos era la oportunidad perfecta para poner la primera piedra de esta evolución. Al negarse a colocar los intereses de los sectores exportadores por encima de sus intereses políticos, la UE podría iniciar un gran movimiento de transformación: para compensar las pérdidas en el mercado estadounidense, se podrían lanzar inversiones conjuntas en torno a un interés europeo. Era una oportunidad para invertir de forma real y masiva en los bienes de equipo de producción del continente, para crear una industria de defensa europea que respondiese a las necesidades de la UE, para construir una tecnología autónoma y para apoyar la demanda europea, anémica.
La construcción europea habría tomado entonces un nuevo camino: el de una zona que tiene que enfrentarse a desafíos considerables, existenciales, capaz de pensar una respuesta en interés de sus pueblos. En otras palabras, era una oportunidad para politizar esta guerra comercial para dar forma a esta famosa “independencia”. En esto, el argumento de que “Europa no puede permitirse una guerra comercial” es falaz. Por el contrario, era una oportunidad para poner en plano los límites actuales de la organización europea.
Negociaciones dominadas por el miedo
En realidad, nadie estaba dispuesto a tomar este camino. Como señala el Financial Times, quedó claro en abril de 2025, cuando la UE, bajo la amenaza de Trump, abandonó la hoja de ruta preparada por el equipo técnico y revisó a la baja sus posibles medidas de represalia. Durante las semanas siguientes, la Unión intentó discutir el peso de sus futuras cadenas con Estados Unidos, frente a una administración estadounidense que es fuerte con los débiles y débil con los fuertes.
La comparación con la actitud china es sorprendente. Después del “día de la liberación”, el 2 de abril, Donald Trump hizo de la República Popular su principal objetivo. Pero Beijing no cedió, cada anuncio de nuevos aranceles fue seguido por una réplica china, hasta que las cantidades vigentes ya no tenían sentido. China apuntó entonces al talón de Aquiles estadounidense limitando las exportaciones de tierras raras, esos metales indispensables para las tecnologías modernas que se producen principalmente en la República Popular.
Rápidamente, Donald Trump se encontró bajo una inmensa presión: los mercados financieros estaban preocupados por la ruptura de las relaciones comerciales con Beijing, y los industriales, especialmente los tecnológicos, temblaban. En mayo, los dos países decidieron levantar los aranceles más altos y las principales medidas de represalia.
Irónicamente, los dos países acordaron este fin de semana en Suecia, según el South China Morning Post, extender la tregua noventa días. Y, al mismo tiempo, el Financial Times anunció que Washington estaba suspendiendo las restricciones a la exportación de tecnología a China para no "perjudicar las negociaciones en curso".
El caso chino demuestra que la firmeza paga con Donald Trump. De hecho, este último actúa como un líder de pandilla en un patio de recreo: muestra sus músculos para extorsionar a quienes se dejan impresionar. Pero toca a retirada cuando realmente es necesario luchar. La Comisión Europea no quería correr este riesgo. Se asustó desde el principio y fue este miedo el que llevó al desastre del acuerdo del 27 de julio.
Sin embargo, la UE tenía los medios para presionar a Washington. La importancia del mercado europeo para los gigantes de la tecnología y las finanzas del otro lado del Atlántico abría la posibilidad de una respuesta enérgica, que podría haber pasado por la regulación o la fiscalidad. La fuerza de la economía estadounidense son sus servicios y era en este punto que había que golpear inmediatamente para influir en las negociaciones.
Esta opción, bautizada pomposamente como “bazuca comercial”, había sido mencionada en los Consejos europeos, en particular por Francia. Pero nunca ha sido creíble. En primer lugar, porque quienes la defendían hacían, al mismo tiempo, todos los esfuerzos para evitar derechos de aduana para algunas de sus exportaciones. Francia quería firmeza en público, mientras que entre bastidores negociaba para retirar los licores de las posibles medidas de represalia.
En segundo lugar, porque esta estrategia nunca ha sido defendida por la propia Comisión, que se ha contentado con una amenaza clásica dirigida a las importaciones de bienes estadounidenses. Por último, porque esta estrategia de firmeza nunca ha sido unánime en la UE. Para el campo de Trump, esta exhibición de debilidad fue una oportunidad para duplicar la apuesta y aumentar la amenaza de impuestos aduaneros del 20% al 30%. El miedo europeo se convirtió entonces en terror y abrió el camino a la capitulación.
Pero si Europa ha tenido miedo, es porque es incapaz de proyectarse fuera de su presente. No puede concebirse de otra manera que como una potencia exportadora dependiente de la protección geopolítica de los Estados Unidos. Podemos culpar a la Comisión Europea y a Ursula von der Leyen, pero también debemos entender que su estrategia correspondía al consenso mínimo de los gobiernos de la UE.
Así, los países del norte y este de Europa no diseñan su defensa independientemente del apoyo de Estados Unidos. Entrar en conflicto comercial con Washington era exponerse a medidas de represalia en defensa que, desde su punto de vista, habrían demostrado directamente su vulnerabilidad con respecto a Rusia. Esta visión demuestra que dentro de la propia UE, apenas se cree en la posibilidad de una defensa europea creíble fuera de la alianza con Washington. Pagar aranceles del 15% para seguir beneficiándose de la protección estadounidense parecía un buen compromiso para estos países.
A este grupo se suma otro: el de los Estados exportadores -Países Bajos, Italia y Alemania, en particular-, que habrían sido los más afectados por una guerra comercial. En estos países, los sectores exportadores tienen un peso político importante. Sin embargo, para ellos, lo esencial era mantener el acceso al mercado estadounidense: un impuesto del 15% podría compensarse con reducciones de costes y subvenciones o reducciones de impuestos. Y no importa si el acuerdo es asimétrico y abre el mercado europeo sin protección a los Estados Unidos.
Son estos intereses los que hicieron que en las décadas de 1990 y 2000 la UE fuera el “pavo” de la farsa de la globalización y se abriera a los cuatro vientos. Son ellos los que ahora abogan por la capitulación para preservar sus tasas de beneficio. No debería sorprenderse si algunos de sus exportadores se trasladan a los Estados Unidos para luego vender en Europa.
La ideología exportadora, fuente de la debilidad europea
Esto nos lleva a la principal debilidad estructural de la UE, que podría haber sido su fortaleza: su superávit comercial. En 2024, el superávit comercial europeo en mercancias con Estados Unidos alcanzó los 197.500 millones de euros. En teoría, este superávit debería haber sido una ventaja: es una prueba de que la economía estadounidense necesita más productos europeos que al revés. Al cortar, con gigantescos aranceles, el acceso a estos productos, la administración Trump corría el riesgo de desestabilizar su propio mercado.
Pero por la magia de la UE, esta fuerza se ha convertido en debilidad. Mientras que el crecimiento europeo está estancado y los europeos son incapaces de considerar alternativas, se ha vuelto crucial preservar las exportaciones y este superávit. Y para ello, estamos dispuestos a sacrificar el resto de la economía.
En realidad, no hay nada nuevo aquí. La obsesión de la UE por las exportaciones delata una visión distorsionada de la economía que deja al pairo la mayor parte de las actividades europeas. Es una estrategia llevada a cabo durante años por la UE; desde la estrategia de Lisboa en la década de 2000 hasta este acuerdo de 2025, pasando por las políticas de austeridad de la década de 2010, la lógica siempre ha sido sacrificar la demanda interna para promover la “competitividad” de las exportaciones.
El resultado ha sido desastroso. El PIB europeo fue una vez el primero del mundo, ahora está superado en más de 9 billones de dólares por Estados Unidos y está a punto de ser superado por China. Cuanto más conservaba Europa sus excedentes comerciales, más se debilitaba su economía. Esta protección acabó perjudicando a los propios exportadores, que han subinvertido en sus bienes de equipo de producción. En diez años, la participación de la UE en las exportaciones mundiales ha pasado del 15,8% al 14,5%.
La lógica económica europea es un fracaso. Pero los líderes europeos no conocen otra y continúan construyendo sus políticas en interés de los grupos industriales exportadores. Este es el verdadero obstáculo para el desarrollo de una política auténticamente europea, es decir, favorable a las poblaciones europeas.
El acuerdo del 27 de julio delata esta debilidad fundamental: obsesionada con su competitividad exterior, Europa está dispuesta a olvidar su interés general. Pero no hay que equivocarse: esta estrategia es el reflejo de las relaciones de poder social. La acumulación de capital se concentra en un puñado de sectores, mientras que el resto de la sociedad debe adaptarse mediante el ajuste a la baja de sus salarios y una reducción de la protección social. Y los que tienen el poder harán que el resto de la sociedad pague los efectos del acuerdo.
El ministro francés de Presupuesto y Cuentas Públicas, Laurent Saint-Martin, ya advirtió en un mensaje de reacción al acuerdo en LinkedIn: “Es urgente reforzar la competitividad europea para seguir ganando cuota de mercado."
La historia está escrita: quizás se haya evitado la guerra comercial, pero a costa de alentar la guerra social. Se ha perdido la oportunidad de construir otra Europa. Pero, la verdad es que esta opción nunca ha sido considerada seriamente por el consenso que dirige la UE y que se aferra, a pesar de los repetidos fracasos, a mantener un statu quo necrosante para el Viejo Continente.
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