viernes, 1 de agosto de 2025

Las élites actuales rusas .

 Unas élites rusas divididas sobre el levantamiento de las sanciones estadounidenses

¿Por qué se muestra Putin tan inflexible sobre Ucrania?

Borís Kagarlitski, intelectual marxista, es una figura destacada de la izquierda rusa. Desde la cárcel en la que se encuentra por su oposición a la guerra contra Ucrania, sigue reflexionando sobre el orden internacional. En este artículo coescrito con Alexéi Sajnín, un activista exiliado en Francia, detecta en las esferas de poder del país unas divisiones que podrían acentuarse.

por Alexéi Sajnín y Borís Kagarlitski


 agosto de 2025   

Cuando Donald Trump, al poco de tomar posesión como el 47.º presidente de Estados Unidos, abordó el expediente ucraniano, formuló importantes concesiones en favor de Moscú, como renunciar al proyecto de integrar Ucrania en la OTAN o reconocer formalmente Crimea como territorio ruso. Seis meses después, el Kremlin mantiene sus reivindicaciones territoriales sobre cinco regiones del país vecino y confía en seguir imponiendo a Kiev restricciones en materia de garantías de seguridad. La intransigencia rusa —a menudo explicada por la huida hacia delante de un solo hombre, Vladímir Putin— se explica mejor a la luz de los debates que ha suscitado la apertura estadounidense hacia el país. Se perfilan dos tendencias, pero ambas coinciden en un punto: no ceder en nada en lo relativo a Ucrania.

La situación no carece de ironía: con la adopción de tandas de sanciones masivas tras la invasión de 2022, Washington y Bruselas esperaban fracturar las esferas de poder. Por entonces era imposible imaginar una ruptura de los lazos económicos entre Moscú y el mundo occidental: el 35% del comercio exterior ruso se efectuaba con la Unión Europea (UE), 2,5 veces más que los intercambios entre Rusia y China. Rusia constituía el tercer socio comercial de la UE (297.000 millones de dólares), solo por detrás de Estados Unidos (747.000) y China (466.000) (1). En 2016, más del 70% de las inversiones directas rusas en el extranjero se hallaban en un país de la Unión Europea (al margen de paraísos fiscales o territorios que concentran sociedades de cartera financieras); el porcentaje era aún mayor si se incluía Chipre, Luxemburgo o los Países Bajos, que servían de plataforma para que los capitales del país pudieran evadir impuestos. En cuanto a los países que invertían en Rusia (sin contar, una vez más, los paraísos fiscales), a la cabeza de los mismos se hallaban el Reino Unido, Alemania y Francia, que poseían en torno a 33.000 millones de dólares en activos en Rusia (2). Muchos oligarcas y altos funcionarios, así como sus cónyuges e hijos, vivían o estudiaban en Londres, París o Niza.

En esta época, la oposición liberal apostaba por una escisión dentro de la clase dirigente. En 2023, Leonid Vólkov, el colaborador más cercano de Alexéi Navalny (muerto en la cárcel en febrero de 2024), así como otros representantes de organizaciones hostiles a la política del Kremlin, reclamaron en una carta dirigida a Josep Borrell —por entonces jefe de la diplomacia bruselense— el levantamiento de las medidas restrictivas contra algunos oligarcas que no habían apoyado la invasión de Ucrania. “Tenía la sensación […] de que, al crear un precedente, sería posible desencadenar una reacción en cadena de condenas públicas de la guerra y de divisiones en el interior de las élites rusas”, explicó Vólkov (3). Pero, tras algunos titubeos, la mayoría de los multimillonarios rusos regresaron al país y confirmaron su lealtad al Kremlin.

Desde 2022, dos son los discursos que dominan en las esferas del poder para justificar la invasión de Ucrania. Según el primero, Rusia se enfrenta a un Occidente hegemónico que se sirve de Ucrania como una herramienta para someter al país. La expresión “mayoría mundial”, sinónima de “Sur global”, constituye el meollo de esta narrativa. Moscú se vale de una retórica antiimperialista que recupera acentos del periodo soviético, pero a la que se propone dotar de una orientación antioccidental. Forjada por intelectuales y politólogos leales al Kremlin —como Serguéi Karagánov, director del Consejo de Política Exterior y Defensa—, esta es la tesis que en gran medida comparte el ministro de Asuntos Exteriores ruso Serguéi Lavrov. Así, en los documentos programáticos publicados en 2023 en la revista oficial del ministerio, Lavrov opuso los intereses de una “mayoría mundial que representa al 85% de la población del globo” a las “políticas neocoloniales” de un “pequeño grupo de Estados occidentales dirigidos por Estados Unidos” (4). El prestigioso círculo de reflexión Club Valdái también ha dedicado numerosas sesiones a este tema, a las que han sido invitados dirigentes de Estados asiáticos y africanos.

Un segundo discurso presenta a Rusia como una especie de arca de Noé de los valores tradicionales y cristianos de la civilización europea, “traicionados” por los dirigentes de Europa y Norteamérica. Esta doctrina ha sido desarrollada por intelectuales de extrema derecha como Alexánder Duguin: “Hay dos Occidentes —afirmó en un foro dedicado al mundo multipolar celebrado en Moscú en febrero de 2024—. El Occidente ‘globalista’ de las élites liberales y el Occidente tradicional que sufre el todopoderoso influjo del primero […] y trata de rebelarse allí donde puede… La victoria no supondrá la derrota del Occidente colectivo, sino su salvación, el regreso a sus propios valores, […] a sus raíces clásicas grecorromanas y cristianas” (5). Este enfoque mesiánico es el que promueven los intelectuales y articulistas de extrema derecha que gravitan en torno al oligarca Konstantín Maloféyev, propietario de la cadena de televisión Tsargrad y financiador de una vasta red de laboratorios de ideas ultraconservadores. También dispone de representantes en el aparato del Estado. Cuatro gobernadores regionales, la comisionada para los Derechos del Niño María Lvova-Belova (que además es su esposa) y el propio ministro de Asuntos Exteriores participaron en su Foro del Futuro 2050, celebrado el 9 y 10 de junio de 2025. El vice primer ministro (y actual ministro de Defensa) Andréi Beloúsov lleva desde 2023 declarando que Rusia puede convertirse en el “salvavidas” de las élites conservadoras europeas y estadounidenses (6).

Hasta hace poco, ambas teorías coexistían pacíficamente. Todo responsable político o intelectual leal al Kremlin era libre de elegir sus argumentos —“antiimperialistas” o “mesiánico-conservadores”— o en qué proporción combinarlos. Pero la perspectiva de un deal (‘acuerdo’) entre Putin y Trump ha convertido esos matices en líneas de fractura.

Alexánder Duguin se expresa en nombre del segundo grupo al insistir en las convergencias ideológicas entre el presidente ruso y una parte de los seguidores de Trump (7), pero afirma que un entendimiento con Washington responde, asimismo, al pragmatismo geopolítico. También critica firme, aunque prudentemente, a China. Según el teórico nacionalista, “el proyecto chino ‘Un Cinturón, Una Ruta’ y las demás iniciativas a escala planetaria de Xi Jinping (principio de un destino común de la humanidad) pueden ser vistos como otra versión de la globalización, ya no tanto americanocentrista como sinocentrista” (8). Un acuerdo con los Estados Unidos de Trump, en cambio, le permitiría a Rusia dotarse de aún mayor independencia en el marco de un “orden mundial de grandes potencias”. Ahora bien, el punto esencial de esa alianza con Estados Unidos con la que sueña Duguin y Maloféyev no implica concesión alguna sobre Ucrania. “El señor Trump debe entender que Ucrania, o bien será nuestra, o dejará de existir —insiste Duguin—. Si nos entregara Ucrania (¿a él de qué le sirve?), Trump podría dedicarse a la anexión de Canadá o Groenlandia. Incluso creo que podríamos proveerle de metales raros” (9).

Ahora bien, la perspectiva de un acercamiento con Estados Unidos —incluso sin compromiso alguno sobre Ucrania— ha despertado preocupaciones entre los hombres de negocios y los burócratas implicados en la cooperación económica con China y otros países del BRICS (Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica). China, que representaba entre el 15 y el 20% de los intercambios de mercancías con Rusia antes de 2022, llegó a suponer el 34% en 2024 (236.300 millones de dólares) (10). Entre los principales sectores reorientados hacia el socio chino se cuentan el complejo industrial-militar, el automovilístico, el de la logística y las telecomunicaciones. Los sectores energético y agroalimentario también están llevando a cabo grandes proyectos enmarcados en el giro hacia el este. Los grandes oligopolios rusos han seguido el ejemplo de Rosneft (petróleo), Gazprom o Rosatóm (nuclear), y suministran a Pekín materias primas con la ayuda del banco VneshTorg Bank (VTB). En la actualidad, el conjunto de los países del BRICS concentra la mitad del comercio ruso. Simultáneamente, los intercambios comerciales con Europa se han dividido entre tres. La perspectiva de un levantamiento de las sanciones, así como el posible regreso de las empresas occidentales al mercado ruso, han desasosegado a algunos círculos de la élite económica. Varios miles de millones de dólares en activos occidentales hallaron nuevos dueños entre los hombres de negocios más fieles al Kremlin (11) tras una fase de control temporal por parte de la Agencia Federal de Gestión del Patrimonio Público (Rosimúschestvo). Ahora bien, el inesperado deshielo con Estados Unidos ha suscitado el temor a una restitución de parte de esos activos a sus antiguos propietarios. Putin, con el fin de tranquilizarlos, se dirigió a finales de mayo a un selecto grupo de dueños de empresas, a quienes prometió que el Estado “no tolerará presiones sobre las empresas nacionales”. El presidente también hizo un llamamiento a “sofocar” Microsoft, Zoom y otros servicios que “actúan en contra de Rusia”. El discurso antiimperialista, profundamente arraigado en la cultura rusa, puede que se convierta en el instrumento ideal para expresar unas inquietudes cuyo origen es, en realidad, económico.

Al menos a nivel de la retórica, esas divergencias han empezado a manifestarse con mayor fuerza: “No vais a dirigir el planeta entre dos. Vendidos y traficantes, dispuestos a abandonar al ‘Sur global’ en cinco minutos a cambio de que os acaricien la mejilla: ¿qué vais a dirigir vosotros, malditos lamebotas estadounidenses?”, se indignó contra los apologistas de Trump el escritor y diputado Zajar Prilepin, miembro del partido Rusia Justa, aliado del poder. Sentimientos similares dominan entre los influyentes “blogueros militares”, muchos de los cuales han visto en un posible acercamiento con Washington no solo una amenaza para la soberanía del país, sino también la voluntad de convertirlo de nuevo en un apéndice de Occidente proveedor de materias primas. Siguiendo la misma línea de pensamiento —aunque con un estilo más frío—, Fiódor Lukiánov, redactor jefe de la revista Russia in Global Affairs, califica de “error estratégico” una cooperación con la Casa Blanca en detrimento de las relaciones con el Sur global: “Si Rusia se acoge al aperturismo de Trump y se aparta de sus socios no occidentales, reforzará el estereotipo según el cual pone la aprobación de Occidente por encima de todo. […] Una clara victoria [en Ucrania] consolidaría su rango de potencia en un mundo multipolar. Si fracasa en su propósito de sacar partido de este momento —cayendo en la trampa de un nuevo compromiso con Occidente—, Rusia se arriesga a perder sus ganancias estratégicas”.

Desde el principio de la guerra, las autoridades rusas han tratado de eliminar toda señal de desacuerdo en el seno de la sociedad y, sobre todo, de la clase dirigente. Pero las ofertas estadounidenses han disipado al instante esta ilusión de unidad, perfilando la posibilidad de un enfrentamiento —de momento, solo retórico— entre las tendencias “proestadounidenses” y “prochinas”..

https://mondiplo.com/por-que-se-muestra-putin-tan-inflexible-sobre



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