Macron en su torre de marfil
Rafael Poch
Eurasia .
A falta de respuestas contra la protesta social, el
Presidente francés lanza una nueva campaña electoral que bautiza como “gran
debate”, con la represión como incierta solución última.
En Francia todo
transcurre según lo previsto. En su mensaje a la nación de fin de año y con el
show del “grand debat” organizado, Macron y sus aliados políticos y mediáticos,
confirman su impotencia y su incapacidad para entender la situación.
Desde hace diez semanas, el movimiento nacional republicano
de protesta en pro de una mayor equidad, contra la injusticia y la degradación
de la vida -eso es lo que son los gilets jaunes– pide un cambio de política. El
Presidente responde al clamor “Macron dimisión” reivindicando a fin de año los
“logros” de su mandato entre los que incluye sin la menor vergüenza, la “acción
para erradicar la gran pobreza”, la “reforma del subsidio de paro y del sistema
de pensiones” y la “mejora de nuestros hospitales”. Confirma que no habrá
cambio (“No vamos a deshacer lo que se ha realizado en dieciocho meses”) y
tiene la desvergüenza de advertir a los ciudadanos que no olviden que, “no se
construye nada sobre las mentiras”. Cada vez que abre la boca, aumenta el
agravio.
Después de especular sobre el desinflamiento del movimiento,
el corrupto complejo mediático recrudece su virulenta campaña. En su editorial
del 24 de diciembre Le Monde denunciaba, “las violencias y actos antisemitas”
de los gilets jaunes y apelaba a, “movilizar a partidos y sindicatos” contra
ellos. Desde France-Info se ha llamado a prohibir las manifestaciones. Desde
Radio Classique el ex ministro Luc Ferry anima a usar “el cuarto ejército del
mundo” contra el movimiento y a los policías agredidos a hacer uso de sus armas
contra los manifestantes. Le Parisien encuentra las “convergencias” de la
izquierda con el Frente Nacional en el movimiento y comentaristas estrella
como Christophe Barbier llaman
simplemente a la “detención de sus líderes”… No es de extrañar que los medios
sean objeto de una creciente inquina popular que, simplemente, reconoce a sus
enemigos entre los perros guardianes del (regresivo) orden establecido.
Manifestarse en Francia se ha convertido en algo
verdaderamente peligroso y arriesgado. La actuación de la policía, de una
violencia inusitada y que deja un balance de decenas de heridos y mutilados, no
es objeto de informe ni mucho menos denuncia en los medios. Quien no participa
directamente, no sabe de qué se trata. Pese a ello, el nivel de movilización,
sin ser masivo, se mantiene. No presenta signos de agotamiento. Parece haber
llegado para quedarse. Que la ola se convierta en inundación puede depender de
circunstancias fortuitas, de chispas de indignación imprevisibles a las que la
situación está enteramente abierta.
En este contexto Macron ha lanzado una frenética campaña de
imagen. Lo que llama “gran debate” es una especie de campaña electoral y de
imagen, con grandes reuniones con alcaldes, estrictamente organizadas desde
arriba por el ministerio del interior y los prefectos, con varias sesiones
maratonianas y televisadas en diversos puntos de Francia, diseñadas para lucir
al personaje, complicar toda crítica, y
siempre rodeadas de impresionantes despliegues policiales para impedir
todo contacto, protesta o acceso de los gilets jaunes. El testimonio del
alcalde René Revol, define este show como una campaña electoral a cuenta del
contribuyente. Con ella Macron espera concentrar el voto de la derecha de cara
a las elecciones europeas.
En política exterior, otro show: la firma, el martes, de un
fantasmagórico acuerdo con Merkel que incluye el compromiso francés de,
“admitir a Alemania como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU”
y hacer de ello una “prioridad” de su diplomacia, sin que nada de todo ello haya
sido debatido siquiera por la Asamblea Nacional… Pero todo eso no cambia lo
esencial: meras tácticas para ir tirando que evidencian la ausencia de
estrategia.
A falta de cualquier veleidad de cambio político, a Macron
solo le queda ese tacticismo y una deriva autoritaria que tiene un gran campo
por delante, vía la redición del Napoleón le petit de Victor Hugo.
Según el diagnóstico del sociólogo Laurent Mucchielli, la
irritación y el enfado de los gilets jaunes tiene que ver con, “una evolución a
la vez económica (el retroceso o estancamiento de la capacidad adquisitiva),
social (el aumento de las desigualdades, las dificultades de vivienda, de
acceso a la universidad y la desaparición de los servicios públicos de
proximidad), territorial (el desclasamiento real o así percibido de los
habitantes de las periferias urbanas y de los rurales) y político”. El
macronismo no tiene respuestas a eso, ni voluntad alguna de cambio. Por eso, si
el movimiento se mantiene -y nada hace pensar en lo contrario- lo único que le
queda es una represión de resultado más que incierto.
(Publicado en Ctxt)
No hay comentarios:
Publicar un comentario