Entrevista a la escritora Marta Sanz .
“No puedo separar la palabra patriarcado de la palabra capitalismo”
LUCÍA TOLOSA
CTXT .
Marta Sanz (Madrid, 1967) asegura que sus palabras no son
políticamente incorrectas, sino incorrectamente políticas. La escritora que hoy
me abre las puertas de su casa es una mujer elegante, lúcida y humilde a partes
iguales. Sanz, que prefiere navegar entre dudas y preguntas antes que hacerlo
con una maleta de ideas dogmáticas, es una persona despierta. Reivindica el
humor porque comprende su poder: por eso cultiva la ironía y nos regala textos
ácidos y punzantes. Ahora, Sanz vuelve al ruedo con Monstruas y Centauras. El
ensayo, publicado por Anagrama, reflexiona en torno a los principales
acontecimientos que han marcado la agenda feminista de los últimos meses.
Describe su libro como la digestión de tres acontecimientos
y una sentencia: el Me Too, la carta de las intelectuales francesas, la huelga
feminista del 8M y la sentencia de La Manada. ¿Qué propósito persigue? ¿Y qué
tal van sus jugos gástricos?
Hasta hace poco, yo era una mujer mucho más atemorizada,
insegura y dependiente del juicio ajeno de lo que soy ahora. En ese aspecto,
creo que he logrado una buena digestión. Ahora he aprendido a asimilar mucho
mejor todo, incluidas las críticas. He concebido Monstruas y Centaurascomo un
ensayo, intentando plantear preguntas respecto a lo que damos por supuesto y
pensamos que es la normalidad. Uno de mis objetivos es buscar las grietas de
esa normalidad, y lo hago decapitando ciertos tabúes e ideas que considero
monstruosas.
Asegura escribir desde la vindicación y reivindicar la duda.
Partiendo del hecho de que todavía no hemos alcanzado la
igualdad entre hombres y mujeres, y que todavía quedan muchas cosas por cambiar,
creo que la postura más realista e inteligente es la que parte de la reflexión.
Y sin duda, no hay reflexión. A mí no me gusta ser una mujer sectaria, rechazo
el dogmatismo. Me causa cierta inseguridad o perplejidad algunas estrategias
feministas con las que no me siento identificada, pero creo que eso no es malo.
Reflexionar sobre lo que nos causa asombro u miedo es necesario.
Insiste a menudo sobre el concepto del miedo. De hecho,
afirma que acude al 8M apesadumbrada. ¿No es necesario reivindicar la alegría
en la lucha feminista?
Cuando tú luchas, es porque tienes motivos para tener miedo.
Si luchas, no es porque la realidad sea un festival de luz y color, sino porque
te sientes amenazada y discriminada. Las mujeres hacemos de la necesidad virtud
y sacamos fuerzas de la flaqueza. Esto tiene que ver con identificar lo que nos
duele, y reconvertirlo en optimismo revolucionario para ir a la calle. Para
luchar es necesaria la alegría y el optimismo, pero desde un punto de vista
Gramsciano. Yo tengo muy asimilado el mantra de pesimistas del pensamiento y
optimistas en la voluntad. Lo que no hago es caer en la ingenuidad de pensar
que cuando se lucha, se hace desde la alegría.
He leído que no se identifica con la forma de empoderamiento
característico del pensamiento positivo.
A veces me parece algo ingenuo hablar de un empoderamiento
de las mujeres que resulta publicitario. Cuando se menciona el empoderamiento
característico del pensamiento positivo, yo veo los muslos prietos de Beyoncé,
o las declaraciones de Ana Patricia Botín diciendo que es feminista. Cuando
me fijo en
los referentes que
se asocian al
concepto de mujer empoderada en internet o la televisión,
veo que son mujeres en situación de privilegio dentro de la escala social.
Se da cuenta que el discurso de mujeres como Leticia Dolera
o Susana Griso suscita más interés que el de una Kelly o una profesora de
universidad. ¿Estamos convirtiendo el feminismo en un complemento estético?
Con este tema tengo una posición ambivalente. Cuando veo una
bolsa con un eslogan feminista estampado pienso que al final todo puede
reducirse a un destello. Me da miedo que el sistema se nos coma con un aura de
buen rollo y de corrección política, que al final es la apisonadora del
pensamiento neoliberal. Pienso en los actores estadounidenses que hacen una
rifa para intentar paliar los daños por el Katrina, o cuando Antonio Banderas
organiza el festival Starlight, y eso se considera un gesto de compromiso. Creo
que estamos dejando que el concepto de militancia política se vea engullida por
el lado de aquel compromiso puntual. Pero por otro lado, cuando veo a Angelina
Jolie yendo a Somalia para colaborar pienso que podría no haberlo hecho. Pensar
esto me hace ser autocrítica conmigo misma.
Me interesa cómo trata el movimiento del #MeToo. Deja claro
que desconfía de las mujeres que lo impulsan.
Mantengo el miedo de que se neutralice el poder del
feminismo, pero a la vez soy consciente de que los altavoces de la lentejuela
tienen mucha repercusión. Tener un nivel de vida digno no te incapacita para la
crítica y la lucha política. De hecho, en mi libro digo que necesito a estas
hermanas para seguir adelante. De todos modos, hay algo muy injusto con
respecto al movimiento del #MeToo. Lo asociamos a las actrices que comienzan a
hacer reivindicaciones por la boca de Emma Watson, Asia Argento o Frances
MacDormand, pero el movimiento MeToo surge de antes, con Tarana Burke y tiene
que ver con el acoso y el abuso a las niñas en situaciones de desigualdad
flagrante y exclusión. Para mí es muy importante reivindicar una manera del
feminismo en la que la desigualdad de género está indisolublemente ligada a la
desigualdad de clase. El feminismo podría llegar a ser una palanca de
transformación integral de la sociedad, que también afecte al modelo económico,
al concepto de clase, a la desigualdad por razones de raza… Es algo
absolutamente integral.
Tengo entendido que no concibe que capitalismo y feminismo
puedan ir juntos. Siguiendo esa lógica, ¿una mujer que aboga por el capitalismo
no es feminista?
Lo que digo es que no puedo separar el feminismo de la
palabra patriarcado, y la palabra patriarcado de la palabra capitalismo. Si yo
no puedo separar el capitalismo del patriarcado, me cuesta mucho trabajo
entender como feministas a mujeres que están asumiendo de una manera totalmente
acrítica los códigos del capitalismo. Me refiero a mujeres que perpetran la
explotación y que, con su trabajo, agrandan
las brechas de la
desigualdad en todos
los ámbitos. Mujeres como Ana Patricia Botín o Angela Merkel, por
ejemplo. Mi concepto de feminismo es incompatible con estas mujeres, porque con
su trabajo están subrayando las bases que asientan su propia desigualdad.
El 8M hubo abucheos a las diputadas de Ciudadanos. ¿Considera
que hubo una falta de sororidad al abuchear a mujeres que apoyaban la
manifestación?
A mí por principio no me gusta abuchear a nadie, pero quiero
recordar que la manifestación del 8M estaba ligada a una huelga general
feminista. Las mujeres de Ciudadanos no fueron abucheadas ni como mujeres, ni
como feministas, fueron abucheadas como personas que no se habían adherido a
una huelga por la que todas estábamos en la calle y por la que muchas de
nosotras habíamos perdido dinero. Esa huelga fue un sacrificio para muchas de
nosotras. Fueron abucheadas porque se entendió que su postura era
inconsecuente.
En la lucha feminista hay un
sinfín de conflictos internos. La gestación subrogada
y la prostitución son dos ejemplos que se usan como armas arrojadizas.
¿Estamos cayendo en una jerarquización del feminismo?
Por eso creo que hay que hablar del feminismo desde la duda
y la incertidumbre. Yo estoy preocupada por lo que mencionas, creo que no
podemos entrar en una jerarquización del feminismo. Estoy convencida de que
puede ser un espacio muy plural, todas tenemos derecho a defender nuestra
ideología y nuestras ideas… pero al mismo tiempo yo reivindico mi derecho para
ser la feminista que soy. En el libro se recoge, por ejemplo, el caso de
Camille Paglia que representa el ejemplo de la feminista neoliberal. A mí me
parece estupendo, pero yo dejo claro que no comparto sus postulados.
Ahondas en el concepto de sororidad. ¿Estamos confundiendo
sororidad con uniformidad?
El problema es que estamos atravesando tiempos muy oscuros,
en los que por culpa de la crisis, las conductas machistas se han radicalizado.
El colmo del ideal feminista tendría que ver con la posibilidad de ser mujer y
poder criticar a otras mujeres sin tener por ello ningún tipo de mala conciencia.
Eso sería lo deseable y lo correcto: que yo pudiera criticar a una mujer igual
que critico a un hombre porque verdaderamente hemos llegado a alcanzar un
estado de igualdad real. El problema es que no lo hemos alcanzado, y por tanto,
ahí siguen mis conflictos y los de otras muchas mujeres, que a veces no saben
cómo comportarse.
Sigue siendo polémico criticar ciertas actitudes machistas
que nosotras podemos perpetrar. ¿Por qué nos cuesta reconocer que sigue
habiendo mujeres machistas?
A las mujeres nos hace falta autocrítica. Una de las cosas
fundamentales que debemos plantearnos las mujeres es por qué deseamos las cosas
que deseamos. Hay muchísimas expectativas de felicidad femeninas que tenemos
interiorizadas por lo que una mujer debe ser en la sociedad. Hay algo evidente,
y es que todas las mujeres perpetuamos costumbres y comportamientos machistas
porque lo tenemos incorporado en el hipotálamo, pero yo no comparto ese
discurso misógino que nos describe como envidiosas y traidoras entre nosotras.
Profundiza en el concepto de víctima. El manifiesto de las
intelectuales francesas rechaza una supuesta infantilización de la mujer.
Creo que ahí hay un componente de clase clarísimo. Esto lo
explica Virginie Despentes, mejor que yo, cuando afirma que al escuchar a estas
mujeres hablar está oyendo a un grupo de mujeres ricas. Despentes dice que
estas mujeres hablan defendiendo los privilegios de sus hermanos y padres.
Estas intelectuales también denuncian que hay una pérdida de
libertad sexual, aseguran que se ha fomentado una ola de puritanismo.
A nosotras nos han enseñado a ser sexualmente complacientes
y a rentabilizar nuestras armas de seducción. Replantearnos determinadas cosas
no hace de nosotras unas puritanas, tan sólo nos permite reivindicar nuestro
propio placer. Por eso todo el discurso de la pérdida de la seducción y el
puritanismo es un discurso con el que yo no me identifico para nada. Por
ejemplo, Catherin Hakin habla de la rentabilización del capital erótico de las
mujeres como forma de empoderamiento femenino. ¿Se supone que yo tengo que
sacar la pantorrilla en el trabajo para manipular a mi jefe a través de mis
armas de mujer? Al final, esos códigos de fetichización terminan matándonos. Si
las mujeres mueren a manos de sus parejas, es en parte porque se ha asumido esa
idea de que la mujer está divinizada. De la divinización pasa a ser el
fetichito, y de ahí a ser la cosa, y una cosa puede romperse y no pasa nada.
Todo ese imaginario cultural de la seducción
que de alguna manera está implícito en la ideología de la carta de las
feministas francesas favorece la violencia contra la mujer.
Ahora todo se juzga desde un prisma moral.
Yo no creo que tengamos que volver a la época inquisitorial.
Tengo la impresión de que vivimos la cultura desde una perspectiva literal,
cuando la cultura es cualquier cosa menos literal. Cuando yo escribo una novela
protagonizada por una monja ninfómana que asesina, eso no hace de mí una monja
ninfómana que hace apología del asesinato. Una sociedad culta y libre debe
enseñar a leer a su ciudadanía, y enseñar a leer no se reduce a señalar textos,
sino también desarrollar estrategias de comprensión lectora. Debemos entender
los libros en su contexto y desarrollar un sentido crítico, entender los dobles
sentidos, las posibilidades de la ironía, el humor...
A veces cuesta hacerlo. Hábleme del caso de La Manada. ¿Qué
destacaría de la forma en la que se ha tratado el caso?
A mí lo que me ha preocupado del tratamiento del caso es que
la mujer que había sido violada y maltratada, siendo una víctima, podía
sentirse criminalizada. También me preocupa que la violencia contra las mujeres
pueda servir de excusa para radicalizar posturas poco democráticas. Me
horroriza, por ejemplo, que se imponga un discurso xenófobo en nombre del
feminismo. El caso de Désirée Mariottini es un buen ejemplo: se subrayan
componentes que tienen que ver con la xenofobia y Salvini encuentra en eso
argumentos para su política xenófoba. En ese sentido tenemos que ser
extremadamente cuidadosas, y la prensa ejerce un poder enorme que tiene que
usar con muchísimo cuidado.
¿Qué opina del término “justicia patriarcal’’? ¿No es un
oxímoron?
Tendría que ser un oxímoron, igual que justicia de
privilegio. Y sin embargo son ejemplos de una realidad. Se supone que la
justicia tendría que ser ciega, pero la justicia todavía es un discurso hetero
patriarcal. Las mujeres tenemos que conquistar aún muchos territorios. En mi
libro pongo un ejemplo: el tema de los tribunales que juzgan casos de violencia
de género piden a las mujeres testimonios verosímiles, en lugar de pedir
testimonios verdaderos. ¿Cómo le puedes pedir eso a una mujer que acaba de ser
golpeada? Esa es una de las manifestaciones más claras de cómo el discurso de
la justicia es patriarcal.
Hablando de transformaciones, me interesa cómo afronta el
debate en el ámbito del lenguaje. El título de su libro Monstruas y Centauras
deja entrever su postura.
Si te soy sincera, a veces me siento incómoda utilizando
fórmulas del lenguaje inclusivo. Son fórmulas que hacen que todo sea más
difícil porque todo se hipertrofia. Pero a mí me gustan los gestos juguetones
del lenguaje y me gusta que no se considere el lenguaje una materia sacrosanta.
Yo le tengo respeto en la medida en que lo conozco, me apropio de él y puedo
jugar con él como herramienta política. Cuando la gente dice “es que el pobre
lenguaje no tiene la culpa de nada’’, yo pienso: tiene la culpa de todo.
Juguemos y utilicémoslo como herramienta política.
Construye realidad, inevitablemente.
Claro, y es permeable a las ideologías. El problema de toda
esta polémica es que no creo que el lenguaje le importe a tanta gente. Sólo les
importa perder un sitio determinado. Yo siempre pongo el ejemplo de Alicia en
el país de las maravillas, cuando un personaje le dice a la protagonista: “No
importa lo que las palabras signifiquen, lo que importa es saber quién manda”.
Lo que intentaba contar Lewis Carroll con aquella anécdota es que el lenguaje
está empapado del discurso del poder. El concepto de belleza, o el de igualdad,
va mutando a lo largo de la historia en función de quien mande. Igual que el
lenguaje es permeable para las cosas que pueden ser represivas, ¿por qué
nosotras no podemos jugar un rato con él para meter el dedo en el ojo a todos
esos lexicógrafos voluntarios a los que el lenguaje no les importa nada, pero
se sienten enormemente ofendidos cuando alguien dice portavoza? Yo siempre me
pregunto: ¿Les importa tanto el lenguaje o se trata de otro asunto?
Hablar con usted es muy parecido a leerla. ¿Qué
responsabilidad cree que tiene como escritora? ¿Cómo concibe la escritura?
Concibo la literatura como un proceso comunicativo. Me gusta
considerar a mis lectores personas inteligentes con las que puedo iniciar una
conversación. Lo que hacemos las escritoras es buscar las palabras más
adecuadas para transmitir cada una de esas ideas o incertidumbres. Esa es mi
responsabilidad, y no tengo más responsabilidad que abordar ese trabajo.
La autora
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