‘Islamoizquierdismo’: ¿el gobierno francés contra la Universidad?
Mercedes Yusta
El 16 de octubre de
2020 un profesor de secundaria de un instituto en un tranquilo pueblo de la
periferia parisina, Samuel Paty, era brutalmente asesinado por un musulmán
checheno radicalizado. En un país particularmente traumatizado por el
terrorismo islamista desde 2015, este nuevo asesinato ha reavivado viejas
polémicas, no solamente en lo que respecta a la confusión entre Islam e
islamismo, sino también a la propia manera de entender y explicar las causas de
estos acontecimientos. La respuesta inmediata por parte del presidente de la
República, Emmanuel Macron, ha sido prometer una ley “contra el separatismo”
que para muchos coarta gravemente la libertad de culto de la población
musulmana. Pero además, como en 2015, la polémica ha enfrentado al gobierno con
determinados sectores universitarios, en particular con representantes de
disciplinas que tratan de pensar y analizar las discriminaciones en la sociedad
francesa desde parámetros sociológicos de clase, género y raza, más
concretamente los denominados “estudios interseccionales”, que en un totum
revolutum junto con los estudios postcoloniales, decoloniales y de género son
periódicamente acusados en Francia de favorecer una fragmentación de la
sociedad francesa. Los intentos de las ciencias sociales de profundizar en las
causas de la radicalización de una minoría de la población musulmana y de poner
en relación dicha radicalización con parámetros sociológicos, como la clase
social o el origen étnico, y con las discriminaciones aparejadas a estos, han
sido acusadas desde el propio Gobierno de “hacer el juego” del islamismo, de
justificarlo, cuando no de legitimarlo. Y esto en un país en el que,
contrariamente a España, las polémicas universitarias trascienden rápidamente a
la opinión pública y tienen una decisiva influencia en los debates políticos.
La desconfianza entre los gobernantes franceses y
determinados sectores universitarios viene de lejos. En 2015, el entonces primer
ministro Manuel Valls apartaba de un revés cualquier intento de explicación
sociológica de las causas de los atentados afirmando estar “(…) harto de los
que buscan permanentemente excusas o explicaciones culturales o sociológicas a
lo que ha pasado. (…) No puede haber ninguna explicación que valga. Puesto que
explicar ya es un poco querer excusar”. Declaraciones que, por su
antiintelectualismo declarado (un antiintelectualismo que seduce a una parte de
la sociedad francesa y es la marca de fábrica del discurso de la extrema
derecha) suscitaron criticas acerbas de muchos investigadores, que se vieron en
el deber de precisarle que explicar las causas de un fenómeno es una de las
principales premisas para encontrar soluciones eficaces. Tras el asesinato de
Samuel Paty ha sido el turno del ministro de Educación, Jean-Michel Blanquer,
de realizar acusaciones mucho más concretas: “Hay un combate que debemos llevar
a cabo contra una matriz intelectual venida de las universidades americanas y
de las tesis interseccionales, que quieren esencializar las comunidades y las
identidades, en las antípodas de nuestro modelo republicano, que por su parte
postula la igualdad entre los seres humanos, independientemente de sus
características de origen, de sexo, de religión. Es el caldo de cultivo de una
fragmentación de nuestra sociedad y de una visión del mundo que converge con
los intereses de los islamistas. Esta realidad ha gangrenado en particular una
parte no desdeñable de las ciencias sociales francesas”.
Pasemos por alto la mala fe de un ministro que proviene de
las ciencias sociales (catedrático de universidad, es especialista en ciencias
políticas y en derecho público) y que siembra la confusión entre un fenómeno
social y su estudio, entre una construcción jurídica y la observación de la
realidad social. La gravísima acusación contra una parte de la investigación
francesa no pasó desapercibida y provocó una gran polémica en las universidades
y en los medios. El Gobierno, y en particular la ministra de Educación Superior
e Investigación, Frédérique Vidal, matizaron las declaraciones del ministro.
Sin embargo, a la mecha solo le faltaba una chispa para estallar. Y esa chispa
la ha puesto la propia ministra de Educación Superior declarando el 14 de
febrero en la cadena CNews (de orientación política similar a la americana Fox
News) que, en efecto, el “islamoizquierdismo” gangrenaba una parte de la
sociedad y de la universidad francesas, y declarando que iba a pedir al CNRS
(equivalente del CSIC español) una investigación para discernir qué, en los
saberes producidos y enseñados en la universidad francesa, era fruto de la
ciencia y qué de la militancia o de la ideología. El escándalo ha sido de tal
magnitud en las filas de los universitarios, ante la amenaza de una injerencia
del gobierno en las libertades académicas, que la propia Conferencia de
Rectores (que no es precisamente conocida por su izquierdismo) ha publicado un
comunicado pidiendo aclaraciones a la ministra y declarando que “no se puede
decir n’importe quoi” (que se podría traducir por “tonterías”). El CNRS, por su
parte, ha emitido otro comunicado declarando que no es su función inspeccionar
lo que se produce en las universidades (existen otras instancias para ello, en
particular el HCERES, equivalente de la ANECA en España) y que
“islamoizquierdismo” no corresponde a ninguna realidad científica conocida. Sin
embargo, el mal está hecho: una parte de la sociedad francesa, bombardeada por
los medios de comunicación, piensa que en las universidades francesas hay un
nido de intelectuales de izquierdas complacientes con el islamismo político y
que proporcionan a éste una justificación intelectual.
Detrás de la polémica sobre el “islamoizquierdismo” hay dos
elementos extremadamente preocupantes. Uno de ellos, el más evidente, es el
intento de domesticación por parte del poder político de una parte de los
universitarios e intelectuales franceses, cuando no de la institución
universitaria en sí misma. Esta polémica tiene lugar en un momento
significativo de la evolución de la enseñanza superior en Francia: el de la
aprobación de una ley extremadamente impopular entre los universitarios, la
llamada “Ley de programación de la investigación” que, en la práctica, supone
una pérdida de la autonomía de los investigadores y una sumisión de los objetos
de investigación a intereses marcados por la agenda política. Esta ley, llevada
adelante por Frédérique Vidal sin concertación y con la oposición de la mayoría
de la comunidad científica, ha sido aprobada en el Parlamento en plena crisis
de la Covid-19.
En este contexto, encender la polémica del
“islamoizquierdismo” supone una maniobra de distracción con respecto a las
fuertes oposiciones que esta ley ha encontrado en la comunidad universitaria.
Como también es una distracción con respecto a la errática gestión de la crisis
de la Covid-19 por parte de la ministra, que se ha caracterizado por su falta
de directivas claras, órdenes contradictorias que han llevado a diferentes
cambios de estrategia casi de una semana para otra y falta de previsión para
paliar las dificultades materiales de los estudiantes confinados. Y todo ello
como corolario a varios años de reformas aceleradas que han modificado
profundamente el paisaje de la universidad francesa y que, si bien han
favorecido la emergencia de grandes polos universitarios, lo han hecho a costa
de un empobrecimiento generalizado de las universidades.
Así, las declaraciones de la ministra añaden una capa más al
sentimiento de precarización y desclasamiento de muchos universitarios: la de
una amenaza a las libertades académicas. Y no hace falta recordar que dicha
amenaza ha sido uno de los primeros signos anunciadores del deslizamiento de
ciertas democracias hacia regímenes iliberales, como lo muestran los casos de
la Hungría de Orbán o la Turquía de Erdögan. Evidentemente, la historia
democrática de Francia es mucho más sólida que la de los dos países citados,
pero ello no ha impedido que las declaraciones de la ministra despierten ecos
inquietantes en universitarios exiliados en Francia, como la socióloga turca
Pinar Selek que, en una carta abierta a la ministra, declaraba estar viviendo
una “terrible pesadilla” y le recordaba el duro precio que tuvo que pagar por
la defensa de la autonomía de la producción científica.
La otra cuestión, aún más preocupante, que se esconde tras
la polémica sobre el “islamoizquierdismo” es la posibilidad de que el gobierno
del presidente Macron haya decidido adoptar una estrategia de seducción del
electorado de la extrema derecha, “pescando” en sus aguas retóricas e
ideológicas. El concepto mismo de “islamoizquierdismo”, que recuerda al
“judeobolchevismo” movilizado en los años treinta, se expande en Francia
principalmente a través del trabajo de varios intelectuales de tendencia
conservadora que apuntan a una complacencia de cierta clase política e
intelectual con las derivas más radicales del islamismo político, un tema de
predilección de la extrema derecha. Es
cierto que en el pasado ciertas tendencias de la izquierda, principalmente la
izquierda altermondialista, pudieron ver en el islamismo un “aliado” en la
lucha contra el capitalismo y el imperialismo. Sin embargo, como señalaba
recientemente al periódico Le Monde el sociólogo Raphaël Liogier, “hay una
incongruencia en el hecho de que la expresión se generalice en el mismo momento
en el que ningún intelectual, de izquierdas o no, está fascinado por el islamismo”.
Más que designar un fenómeno real, “islamoizquierdismo” parece encarnar una
serie de fantasmas y miedos sobre los cuales surfean los políticos en busca de
rédito electoral, como el fantasma del “gran reemplazo” postulado por el
ideólogo de extrema derecha Renaud Camus, según el cual la población blanca
europea estaría siendo reemplazada por hordas de inmigrantes prolíficos, o la
visión de pesadilla que el escritor Michel Houellebecq, otro representante de
los acusadores del “islamoizquierdismo”, reflejaba en su novela Sumisión: la de
una Francia, y muy particularmente su universidad, sometida a los dictados del
islamismo político.
( Expresionismo alemán de George Grosz . Berlín 1883 -Berlín Oeste 1959)
Captura de pantalla del blog ultraderechista en el que se
publicaron los nombres de los 600 firmantes del manifiesto, a los que se define
como «600 izquierdistas(y algunos otros) cómplices del islam radical que pudren
la universidad y Francia (imagen: France 3)
Las consecuencias de las declaraciones de la ministra no se
han hecho esperar demasiado. El 21 de febrero, una página web de extrema
derecha publicaba los nombres de los 600 universitarios que, un día antes,
habían firmado un documento publicado en Le Monde pidiendo la dimisión de la
ministra, calificándolos de “cómplices del Islam radical que pudren la
universidad y Francia”. Varias universidades, como Toulouse o Paris 8 (uno de
cuyos profesores, Eric Fassin, lleva años recibiendo amenazas de muerte) han
denunciado los hechos y proporcionado protección jurídica a sus profesores.
Pero en realidad, si bien algunos intelectuales se sienten amenazados por la
polémica, sus víctimas más directas son probablemente otras: las poblaciones
discriminadas que son el objeto de los tan denostados estudios interseccionales
y postcoloniales, y que, ironías del destino, son justamente las que se han
servido históricamente de la universidad como ascensor social. Hay que recordar
que en Francia el sistema de enseñanza superior es doble y que las élites se
educan prioritariamente en las muy selectivas (y frecuentemente muy caras)
Grandes Ecoles: de hecho, muy pocos miembros de la clase política han puesto un
pie en una universidad (aunque, paradójicamente, no es el caso de los dos
ministros citados aquí, ambos catedráticos de universidad). Las universidades,
por su parte, acogen mayoritariamente a una población de origen popular y a
menudo pertenecientes a una segunda o tercera generación de origen inmigrante.
Las polémicas en torno al “islamoizquierdismo”, al apuntar a la vez a estas
poblaciones y a la institución que significa a menudo su única posibilidad de
promoción social, no hacen sino confortar el elitismo que gangrena a una parte
de la clase política francesa.
Fuente: Ctxt, 3 de abril de 2021
Mercedes Yusta Catedrática de la Université Paris 8 .
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