martes, 23 de mayo de 2023

Mentiras piadosas estadounidenses

 Deuda, déficit y emisión monetaria

Mentiras piadosas estadounidenses

 

Por Alejandro Marcó del Pont  

 Los acreedores tienen mejor memoria que los deudores (James Howell)

 No existen diferencias entre mentiras blancas y mentiras negras, de hecho, son exactamente igual de falsas que las invenciones raciales. Las miradas étnicas consisten en tratar a una persona de manera no favorable por tener características asociadas con una raza; para algunos estos estereotipos definen su potencial perversidad. Las mentiras son consideradas un antivalor moral, casi siempre tiene una connotación negativa. Pero una mentira blanca no es los mismo que una mentira negra. La mentira blanca, como su color lo indica, tiene buenas intenciones, nunca un blanco podría dañar a los demás, tanto que hay mentiras blancas honestas. Las mentiras negras, por el contrario, se encuentran en el extremo opuesto. Se tratan de mentiras dichas para conseguir algún tipo de ganancia, son oscuras, misteriosas y dañan a terceros, son típicas del egoísmo.

 En el camino de las mentiras, el gran economista Friedrich List, acuñó una frase inspiradora para el comercio, “pateando la escalera”: “Una vez que se ha alcanzado la cima de la gloria, es una argucia muy común darle una patada a la escalera por la que se ha subido, privando así a otros de la posibilidad de subir detrás”. La idea, en este caso, tenía que ver con el comercio y con un proteccionismo inteligente, implementado por los británicos que, posteriormente, se promovería globalmente como: las ventajas del libre comercio. Esto ocurrió solo cuando Inglaterra tenía el monopolio y dominaba la producción. Lo mismo se podría decir acerca de la deuda, el déficit público, el déficit externo y la emisión monetaria: haz lo que digo, no lo que hago.

 El Tratado de Maastricht, denominado oficialmente Tratado de la Unión Europea, sentó las bases de la Unión Europea tal como la conocemos hoy. El déficit presupuestario anual de un país, según este tratado, no debe exceder del 3% del producto interior bruto y la deuda pública no debe superar el 60 % del PIB. Los datos del 2022 arrojan un déficit fiscal del 3.6% del PBI y una deuda del 91.6%, cuando en 2021 el déficit era del 5.1% y la deuda del 94.5%, es decir, se incumple de manera sistemática, pero los europeos son ampliamente flexibles en cuanto al desempeño de sus normas, siempre y cuando no sea del sur europeo.

 Estados Unidos es el rey del descontrol macroeconómico, pero sin mayores reprimendas ni amonestaciones de los organismos internacionales que tanta pulcritud fiscal y crediticia le reclaman a los países endeudados. Al igual que Europa, que debería autosancionarse por no cumplir con sus tratados, Estados Unidos debería implementar un plan de austeridad de magnitudes indescriptibles si cayera bajo la supervisión del FMI.

 Aquí se desata un debate realmente interesante para quienes quieren reflexionar sobre esta extraña y ambivalente mirada en cuanto a la aplicación de medidas de austeridad en países del sur global y el norte hegemónico, específicamente Estados Unidos, tan en boga por las magnitudes de su déficit fiscal, comercial y su infinita deuda. Al parecer la evaluación de los ajustes, déficit y endeudamiento son diferentes en el norte que en el sur, ¿o es posible que la austeridad tenga una agenda oculta?

 Comencemos por despejar algunas confusiones instaladas en los medios acerca de la deuda  americana y sus techos, el déficit, etc. Es claro que el problema es político, no económico, partiendo de la base que ningunos de los partidos estadounidenses tiene una ventaja apreciable sobre el otro para la presidencia, un golpe de efecto económico en campaña sería bienvenido, y no estoy hablando de las internas dentro de cada bloque, como detonaciones controladas a Trump por pagarle a una trabajadora sexual sin nombrar sus negocios con el Deep State, o los negocios con Ucrania y China de la familia Biden.

Con una recesión en puerta, un año de recortes de gasto –en atención médica, cupones de alimentos, seguro de desempleo, ayuda a estados y ciudades–, la discusión ronda justo para los republicanos en torno al paquete de medidas que se necesita para devolver a la presidencia a Donald Trump. Probablemente Biden también lo sabe, ya que sus índices de aprobación (entre 42 y 43%) son apenas iguales que los de Gerald Ford o Jimmy cacahuate Carter. (Como en Argentina, parecería que algunos jugadores clave están menos centrados en las elecciones que en buscar su próximo trabajo).

 En primer lugar, como cuestión legal, el Tesoro de los Estados Unidos está obligado a hacer los pagos. El límite máximo de la deuda no anula esta obligación. La Secretaria del Tesoro, Janet Yellen, no tiene discreción legal para detener los pagos o elegir qué pagar y cuál aplazar. Si no se realizan los pagos podría ser destituida por no cumplir con la constitución americana, que dice (Enmienda XIV (julio 9, 1868) sección 4):

 “La validez de la deuda pública de los Estados Unidos que esté autorizada por la ley, inclusive las deudas contraídas para el pago de pensiones y recompensas por servicios prestados al sofocar insurrecciones o rebeliones, será incuestionable…

 El techo de la deuda, por el contrario, es una ley, muy discutida, por cierto. Ordena al Tesoro no que deje de hacer pagos, sino que deje de emitir valores más allá del límite de 31,4 billones de dólares; que se deje de endeudar. Pero el Congreso de los Estados Unidos ha impuesto techos sucesivos a la deuda nacional, cada uno más alto que el anterior. Esos excesos requerían préstamos para cubrirlos. Los préstamos se acumularon para alcanzar techos sucesivos. Un ritual altamente político de amenazas y contraamenazas que acompañó cada aumento del techo requerido por la necesidad de endeudarse para financiar los déficits.

 Es economía elemental para cualquier país del mundo, si su Congreso aumentara los impuestos o redujera el gasto federal, o ambas cosas a la vez, no habría necesidad de pedir prestado y, por lo tanto, no sería necesario preocuparse por el límite máximo de los préstamos. El techo se volvería irrelevante o meramente simbólico. Entonces, el problema real es que, cuando el endeudamiento se acerca a cualquier techo, las opciones de política son estas tres: aumentar el techo (para pedir más prestado), subir los impuestos o recortar el gasto. Por supuesto, también serían posibles combinaciones de ellos.

 En contraste con esta realidad, en el mundo en general, ante los problemas de deuda, los políticos engañan durante el debate. Tanto políticos, principales medios de comunicación y académicos, simplemente omiten considerar los aumentos de impuestos, todo gira en torno a la austeridad, jamás en torno a incremento de impuestos a quienes más ganaron con estas crisis. Alguien tiene que pagar los ajustes, los ricos o los pobres. El Partido Republicano exige recortes de gastos o, de lo contrario, bloqueará la elevación del techo. Los demócratas insisten en que elevar el techo es la mejor opción y después discutir los recortes.

 Que el Gobierno discuta los techos de la deuda o el presupuesto son cosas diferentes. El Presidente muchas veces ha explicado que, a su entender, elevar el techo de la deuda no es una negociación, es una obligación el Congreso, siempre lo ha hecho, y el espera que cumplan con su deber, una vez más, de acuerdo con la Constitución y eso no es negociable. Por el contrario, discutir sobre el presupuesto es discutir sobre el gasto futuro, lo cual es apropiado para que la Casa Blanca y el Congreso debatan entre sí.

 Pero también hay evidencia por la cual los republicanos quieren agrupar las dos negociaciones. En las últimas décadas, cuando los dos partidos no pudieron llegar a un acuerdo presupuestario y el Gobierno cerró, el resultado generalmente ha sido una victoria para los demócratas. Esta no es la primera vez que puede haber cierres gubernamentales por falta de presupuesto, de hecho, si el Gobierno cerrara sería la vez número 21, desde Gerald Ford en 1976 a Donald Trump en el 2018.

 En el invierno de 1995 a 1996, el Gobierno cerró dos veces. Los republicanos en el Congreso aprobaron fuertes recortes a Medicaid y Medicare y cortes de impuestos destinados a personas con altos ingresos, esta idea se repitió en casi todos los cortes. El único cambio en un cierre mucho más largo ocurrió en el 2018 cuando Trump exigió fondos para un muro fronterizo con México, y el corte duró 35 días.

 El Fondo Monetario Internacional advirtió sobre “repercusiones muy graves” para Estados Unidos y la economía mundial si la nación no paga su deuda, instando a demócratas y republicanos a llegar a un consenso sobre el límite de la deuda. Las discusiones se están llevando a cabo en un momento muy difícil para la economía global; la evaluación del organismo es que habría repercusiones muy serias, no solo para EE.UU. sino también para la economía mundial en caso de default de la deuda de EE.UU. Lo extraño es el trato, el formato delicado y deslucido del organismo en como se dirige a los Estados Unidos, opuesto a las condicionalidades y recomendaciones a países endeudados. En este caso puede haber consecuencias para la economía mundial; al parecer el FMI no tiene la misma mirada para el déficit, la deuda y la emisión monetaria de un país que hace 50 años tiene déficit fiscal, como se ve en el cuadro, e incremento de deuda. 

 El FMI ha sido llamado el “ bombero de la crisis financiera” del mundo, en el que confían los países miembros para hacer frente a la deuda soberana paralizante y evitar que el contagio se propague por todo el sistema financiero mundial. Un país miembro (hay 189 miembros a partir de 2020) generalmente convoca al FMI cuando ya no puede financiar sus deudas o ante la posibilidad de una crisis. El Fondo extenderá un préstamo al Gobierno y ayudará a organizar un nuevo cronograma de pago de la deuda que el país pueda manejar. A cambio, el miembro acepta implementar reformas que el FMI diseña para rectificar su macroeconomía, con políticas comerciales, monetarias, fiscales, etc. Las condiciones de préstamo están diseñadas no solo para garantizar el reembolso de los préstamos, sino también para garantizar que el dinero prestado se gastará de acuerdo con los objetivos económicos establecidos. El FMI no puede imponer su voluntad a los países miembros; los países aceptan la asistencia financiera condicionada del fondo de “forma voluntaria”.

 Es más que obvio que el país tiene que solicitar ayuda al FMI, y Estados Unidos, inventor del organismo para endeudar y condicionar a los países, jamás pensará en pedir ayuda y menos recibir condicionalidades. Lo extraño es que el FMI no presione a los países del primer mundo con las medidas que usualmente pregona, que en general son primera plana del menú de salvataje. Uno de sus trabajos más difundidos, “Ajuste fiscal para la estabilidad y el crecimiento”, del año 2006, podía servir de recomendación en cada uno de los puntos para el gigante del norte, porque todo el índice, desde la página uno de dicho paper, ¿cuándo es necesario un ajuste fiscal?, hasta cómo debe llevarse a cabo el ajuste, se amolda a cada uno de los problemas americanos y las amargas soluciones del FMI.

 A menudo se ha denunciado al Fondo como el principal culpable de las fallidas políticas de desarrollo implementadas en algunos de los países del mundo. Se argumenta que muchas de las reformas económicas que el FMI requiere como condiciones para sus préstamos (austeridad fiscal, altas tasas de interés, liberalización del comercio, privatización y mercados de capital abiertos) a menudo han sido contraproducentes para las economías, y en algunos casos devastadoras para las poblaciones locales. En el caso de la economía americana, el proteccionismo es el que prima, los aranceles que restringen el comercio de algunos bienes centrales para su desarrollo ocultándose en la seguridad nacional, frenan la competencia, estimulan el déficit fiscal y el mayor endeudamiento.

 El Fondo también ha sido criticado sobre la base de la extralimitación o el «desplazamiento de la misión” en temas macroeconómicos que condicionan a los países, pero facilitan el negocio de las multinacionales americanas con negocios leoninos como privatizaciones, compras a precios de oferta de empresas o condicionamiento de deuda en moneda externa.

 Hay un trabajo sobre la austeridad, dentro de tantos, que llegó a la lista de los mejores libros de economía durante el año pasado, según el Financial Times. Se titula “El orden del capital: cómo los economistas inventaron la austeridad y allanaron el camino hacia el fascismo”, de Clara Mettei. El libro examina la relación entre el pensamiento económico, las políticas de austeridad y el ascenso del fascismo utilizando los registros históricos en Europa para argumentar que la austeridad (apretar el cinturón, recortar los programas gubernamentales, etc.) tiene menos que ver con los presupuestos y la deuda y más con hacer deliberadamente la fuerza laboral se sienta insegura.

 Mattei rastrea la austeridad moderna hasta sus orígenes en la Gran Bretaña y la Italia de entreguerras y revela cómo la amenaza del poder de la clase trabajadora en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial animó un conjunto de políticas económicas de arriba hacia abajo que elevaron a los propietarios, asfixiaron a los trabajadores e impusieron un régimen económico rígido y jerárquico. Esta lejana idea resulta muy presente en la austeridad actual.

 De todas maneras, la idea motora es que más allá de que Estados Unidos no solicite al FMI su ayuda, el organismo no sólo no criticó abiertamente las políticas económicas comerciales, deficitarias y de endeudamiento de la nación septentrional, cuando son uno de los mandamientos para los países en vías de desarrollo a los que les presta dinero, así como tampoco critica o se opuso a los préstamos improcedentes, como el argentino o préstamos fallidos de un país en guerra (Ucrania), cuya factibilidad de reintegro es absolutamente inviable. Por ende, el FMI y los préstamos para países en vías de desarrollo, donde se pueden sacar ventajas en cuanto a condiciones y condicionalidad, es una cosa, para el primer mundo o países desarrollados, es otra. En una las mentiras son negras para sacar beneficio, en el otro caso las mentiras se venden como blancas disfrazadas de salvataje económico. Las dos son políticas a conveniencia.

 Fuente: https://eltabanoeconomista.wordpress.com/2023/05/21/mentiras-piadosas-estadounidenses-deuda-deficit-y-emision-monetaria/

Nota  del blog 

Estados Unidos va dejando de ser lo que fue y sólo le queda la fuerza militar, pues ha traicionado el discurso liberal en que se amparaba ideológicamente. De ahí que hable de un mundo basado en reglas y no en el liberalismo económico, que eso precisamente es lo que está exigiendo China: un mundo en que los negocios puedan desarrollarse sin que se inmiscuya el proteccionismo de las sanciones. Ahora los estados Unidos tienen miedo de aplicar el liberalismo económico y han acallado a muchos Think Tanks liberales, ahora no le conviene.

(https://rebelion.org/estados-unidos-desacreditado-por-la-guerra-de-ucrania-y-las-sanciones-a-rusia/). 

domingo, 21 de mayo de 2023

La izquierda belicista europea.

 Cuando la izquierda europea dejó de ser pacifista en Ucrania.


Hasel- París Álvarez

Hace una década, la máxima preocupación de estos ecologistas era proteger al leopardo de la caza furtiva. Ahora ellos son los Leopard, los cazas y los furtivos

Se dice que la guerra de Ucrania ha transformado irreversiblemente el orden mundial, político y económico. Pero lo que más ha cambiado es la cultura izquierdista.

Al inicio de la guerra, el consenso occidental era no enviar a Ucrania armamento ofensivo, para evitar una escalada bélica. Nadie quería cruzar la delgada línea entre «ayudar a los ucranianos a defenderse» y «declararle la guerra a Rusia». Los rusos podrían responder atacando territorio de la OTAN, que a su vez iniciaría una III Guerra Mundial, con posibilidad de lluvia ácida.

Un año después, buena parte de las izquierdas europeas han cambiado el pacifismo y la neutralidad por el envío de tanques pesados, como los Leopard. Entre los gobiernos más comprometidos con esta operación hay varias socialdemocracias: España, Portugal, Alemania, Dinamarca, Noruega y Canadá. Con la escalada ya en marcha, Finlandia (otra socialdemocracia) está debatiendo enviar aviones de combate y entra en la OTAN.

Ucrania pide más: misiles de mayor alcance, buques de guerra, submarinos. Y, quizás en un futuro, como ha augurado Zelensky, «que los países miembros de la OTAN también envíen a sus hijos a morir en la guerra»

La progresía occidental ya pone más esfuerzo en mandar armamento al campo de batalla que en mandar diplomáticos a la mesa de negociaciones. Y ese paso no lo ha dado solamente la socialdemocracia, sino también varios partidos a su izquierda: desde la Lewica («izquierda») polaca hasta la danesa Rød-Grønne («roja y verde»), pasando por la Vasemmistoliitto («Alianza de izquierda») finesa y concluyendo con el espacio de Yolanda Díaz en España.

Además, la izquierda alemana, traumatizada con la «memoria antinazi» (como la izquierda española con su «alerta antifascista») y obsesionada con no repetir el pasado, ahora envía sus panzer en dirección a la estepa oriental como si estuviese en pleno 1941.

Otra novedad cultural: hace solamente un año, nuestras izquierdas estaban empeñadas en expulsar de la Unión Europea a Polonia, por no permitir que se casen sus homosexuales ni aborten sus mujeres. Ahora esa misma izquierda celebra el liderazgo europeo de Polonia, dispuesta a inmolar en el altar de la guerra sus tanques, sus aviones y, si fuera menester, sus homosexuales y sus mujeres.

La izquierda cosmopolita, sin-fronterista y postpatriótica, que nos decía que «la tierra no es de nadie más que del viento», de pronto quiere empeñar la vida y el patrimonio (ajenos) no solamente en nombre de la soberanía nacional ucraniana, sino de la reintegración territorial de hasta el último centímetro de Crimea. El propio ejército ucraniano afirma que nuestros tanques no bastan para alcanzar tal objetivo, lo cual hace aún más vana la esperanza de Occidente.

¡Qué decir de la socialdemocracia nórdica, allá en Suecia y Finlandia! Tanto que habían combatido la proliferación de armas atómicas, para acabar teniendo por principal aspiración engrosar la OTAN, que se compromete con ser «una alianza atómica hasta el día en que dejen de existir armas atómicas».

¿Y los Verdes en Alemania? Los primeros en hablar del calentamiento global se han convertido en los responsables primeros de calentar la Nueva Guerra Fría, con declaraciones como la de Annalena Baerbock: «Los europeos estamos en guerra contra Rusia». ¿Querrán compensar dicho calentamiento global buscando un invierno nuclear? Hace una década, la máxima preocupación de estos ecologistas y animalistas era proteger al leopardo de la caza furtiva. Ahora ellos son los Leopard, los cazas y los furtivos.

La izquierda internacionalista que criticaba el bloqueo a Cuba o a Palestina actualmente apoya el uso de sanciones como arma de guerra económica. La izquierda del Black Lives Matter está consiguiendo que tales sanciones dañen la capacidad de los países africanos de traer de Rusia alimentos básicos y fertilizantes agrícolas (en palabras de Macky Sall, líder de la Unión Africana).

La izquierda multicultural que predicaba la «alianza de civilizaciones» ya dedica casi el doble de presupuesto a la guerra que a ayudar a los países pobres del mundo.

Todo aquel con una mínima conciencia social en la segunda mitad del siglo XX sufrió el macartismo. Es decir, la persecución y la acusación falsaria de ser «prosoviético». Pues en pleno siglo XXI sus hijos repiten la idéntica acusación de «prorruso» contra todo aquel con una mínima conciencia geopolítica.

El progresismo bobaliconamente europeísta, que solía ser más bruselense que las coles, ahora aplaude un envío de tanques forzosamente impuesto al eje franco-alemán. Una victoria sobre la Unión Europea por parte de su rival (EEUU), su desertor (Reino Unido) y su bestia negra (Polonia). Todo ello en beneficio de que puedan vender nuestras armas países ajenos a las regulaciones de seguridad de la UE (Canadá, Noruega, Turquía). ¡Que suene el Himno a la Alegría!

Los que antaño se manifestaban contra la OTAN, por tratarse según denunciaban de una organización expansionista al servicio del imperialismo yanqui, hoy la ven con ojos cada vez mejores.

Putin es tan machuno y patriarcal, es tan caucásico (nunca mejor dicho) y tan contaminante (con todo ese petróleo y carbón y gas natural), que en comparación la OTAN empieza a resultarles «progresista». Al fin y al cabo, ahora en el Pentágono hay mujeres, incluso varias de ellas están «racializadas».

Los ejércitos otanistas ya no luchan por combustibles y tierras raras, como antes, sino para que Eurovisión y el ‘Kyiv Pride’ puedan celebrarse en la capital ucraniana. Por no hablar de las ventajas ecológicas: cuantos más Leopard pongamos a destruir y a ser destruidos, menos vehículos de altas emisiones quedan en activo. Y menos humanos con vida consumiendo recursos escasos.

¿Cómo ser progre hoy en día sin ser otanista?

Sin embargo, todas estas transformaciones en la izquierda parecen demasiado profundas como para ser una mera reacción a la Rusia de Putin [esa que, comparada con estas socialdemocracias, es mucho más progresista]. Aquí, en la España del PSOE, ya habíamos visto antes el milagro de la transustanciación. Pasar del OTAN no a estar directamente en primera línea de bombardeo sobre Yugoslavia.

Lo que está ocurriendo en las filas progresistas occidentales es, en realidad, la culminación de un proceso iniciado desde Mayo del 68 hasta la caída del muro de Berlín del 89.

Es la absoluta absorción de la izquierda por parte del capitalismo, al que ya no aspira seriamente a derribar. Solamente se busca hacerlo más políticamente correcto, más sostenible, más diverso e inclusivo.

La izquierda realmente existente ha quedado para aplicar el desmantelamiento productivo que dicte la transición energética del BCE. Y las recetas migratorias que dicte el FMI. Y la compra de coches que dicte la Agenda 2030 de la ONU. Y el «ser feliz sin nada» que dicte el Foro de Davos.

Como no puede ser de otra forma, la consecuencia de rendirse así al capitalismo es acabar también rendido ante su brazo armado: la OTAN. Primero la plata y luego el plomo. Y esto lo harán poco a poco sin excusa, o más rápido con la excusa de Rusia, de China o de la Cochinchina.

Podemos bautizar a esta progresía con el título de «izquierda leoparda», un hallazgo de Julián Jiménez. El profesor la define como «aquella que en Venezuela apoya a la extrema derecha diciendo que Maduro es un dictador, en Ucrania apoya a Azov con el mismo argumento y, en general, apoya a EEUU en cualquier conflicto».

Son «los Antonio Maestre, Pedro Vallín, Estefanía Molina, Santiago Alba, la intelectualidad de PRISA y El País«, que «están contra la guerra hasta que llega el PSOE al Gobierno y toca apoyar su acción militar, desde Afganistán a Libia».

El concepto de «izquierda leoparda» tiene algo de irónico. Rima con «rojipardo», que es precisamente el término peyorativo que esta izquierda usa para insultar a quien se salga de su estrechísimo marco mental, ya sea por la izquierda («roji-«) o por la derecha («-pardo»).

«Se ha llamado ‘tanquista’ a quien se solidariza con pueblos que realmente sufren tanques, invasiones y bloqueos»

También les gusta usar el mote de «tanquista». Un invento de liberales y progres británicos para descalificar a socialistas y comunistas. Se les asociaba con los tanques soviéticos en Budapest y los tanques chinos en Tiananmen, para así tacharlos de violentos enemigos del civilizado Occidente.

Todo esto en los años ochenta, mientras Margaret Thatcher mandaba armas nucleares contra los argentinos en Malvinas y vehículos blindados contra los mineros en su propio país. De manera trágica, se ha llamado «tanquista» precisamente a quien se solidariza con cubanos, vietnamitas, coreanos o sirios. Es decir, con pueblos que realmente sufren tanques, invasiones y bloqueos.

En un bello giro de la Historia, por fin se le puede llamar «tanquistas» a quienes realmente lo son y han sido siempre: la «izquierda leoparda». Lo merecen por sus queridos tanques Leopard, claro, pero también por sus semejanzas con el animal que les da nombre.

Es un depredador oportunista, capaz de tragarse cualquier cosa, especialista en adaptarse al entorno que sea. Mientras está el sol fuera, duerme sin importarle el ajetreo diurno, despertándose solamente para cazar en cuanto cae la noche.

Así es la «izquierda leoparda»: sus ojos están cerrados durante la jornada laboral, dejando hacer al mercado con indiferencia. Pero ¡ay cuando llega la noche oscura del imperialismo! Allí saca sus garras y colmillos.

Hasel- París Álvarez

almendron.com.

Cuando la izquierda europea dejó de ser pacifista en Ucrania – insurgente.org . Tu diario de izquierdas.

   Y ver   ..

La izquierda otanista (lahaine.org)    https://lahaine.org/gD9I



sábado, 20 de mayo de 2023

Bakhmut ha caído .

 

Bakhmut finalmente ha caído ante los rusos

La mayoría de las fuerzas restantes de Ucrania se retiraron antes del colapso de la ciudad de primera línea; El Grupo Wagner, clave para la victoria de Rusia

Por STEPHEN BRYEN

21 DE MAYO DE 2023

 Una vista aérea muestra el humo saliendo de la ciudad devastada de Bakhmut durante un ataque ruso. Imagen: Captura de pantalla / 93.a Brigada Mecanizada 'Kholodnyi Yar video / Folleto

El jefe del Grupo Wagner, Yevgeny Prigozhin, anunció hoy (20 de mayo) que todo Bakhmut ha sido tomado por las fuerzas de Wagner.

 También dijo que el 25 de mayo las fuerzas de Wagner entregarán el control al ejército ruso y se retirarán para descansar y volver a entrenar. Algunas fuerzas de Wagner se utilizarán en posiciones defensivas que no se enviarán de regreso para entrenamiento y descanso. 

 Bakhmut es una ciudad de 75.000 habitantes, al menos antes de la guerra, en la región de Donetsk y está estratégicamente ubicada. Se la conoce como “Ciudad de la Sal”, que se refiere a las enormes minas de sal subterráneas que en realidad se encuentran cerca de Soledar, que cayeron en manos de los rusos a fines de enero de este año.

Bakhmut también era un importante productor de vino, pero cuando los rusos tomaron Crimea, el suministro de uvas provenientes de Crimea terminó y el negocio del vino en Bakhmut se derrumbó. La ciudad es un importante nexo vial y también cuenta con importantes conexiones ferroviarias. Según informes recientes, las fuerzas de Wagner se sorprendieron al encontrar algunos civiles que aún vivían en la ciudad devastada.

 Prigozhin agradeció al presidente ruso Vladimir Putin. “Y gracias a Vladimir Vladimirovich Putin por darnos esta oportunidad y el alto honor de defender nuestra patria”. También agradeció a los generales Sergei Surovikin y Mikhail Mizintsev, quienes “hicieron posible llevar a cabo esta difícil operación”.

Surovikin es conocido como "General Armagedón", en referencia a su controvertida carrera. Después de tres meses de estar al mando de las fuerzas rusas en Ucrania, fue destituido. Se desempeñó como adjunto del Jefe del Estado Mayor General Valery Gerasimov y fue asignado para apoyar a las fuerzas de Wagner, aportando una importante habilidad de combate urbano al grupo. Surovikin es famoso, algunos dirían infame, por la batalla de Idlib, en Siria, que devastó la ciudad.

 El coronel general Mikhail Mizinstev también fue asignado a Wagner. Ha sido llamado el "Carnicero de Mariupol", donde dirigió el exitoso ataque a esa ciudad. Anteriormente, desempeñó un papel importante en la Batalla de Alepo, Siria. Al igual que su homólogo Surovikin, utiliza principalmente tácticas de tierra arrasada, con un éxito considerable.

 El papel de estos dos altos generales rusos en Wagner indica que el grupo ha hecho una transición completa de una organización militar “privada” a una parte de las fuerzas armadas rusas y, por lo tanto, sigue las decisiones del mando ruso en sus operaciones. Si bien Prigozhin es el rostro de Wagner, no tiene experiencia militar.

Las tácticas de Wagner se parecen mucho a los métodos que la Unión Soviética usó con éxito en la Segunda Guerra Mundial. Bakhmut, como Mariupol, fue, sin embargo, una especie de giro cuando el ejército ruso y Wagner asaltaron las ciudades en lugar de ser asignados para defenderlas.

La caída de Bakhmut es una victoria política para Prigozhin, quien muchos creen que se está posicionando para reemplazar a Putin. Su diatriba contra Putin la semana pasada, en la que acusó al "abuelo", también conocido como Putin, de ser un "gilipollas" sigue siendo un problema para él en los próximos días. La política rusa puede ser muy brutal, como muestra la historia.

 No existe una contabilidad final de las pérdidas de ninguna de las partes. Prigozhin elogió a los ucranianos que defienden la ciudad. La caída de Bajmut se produjo después de que la parte más fuertemente defendida de la ciudad, llamada Ciudadela, cayera ante las fuerzas de Wagner después de feroces combates y fuertes bombardeos de la artillería rusa.

Casi todas las estructuras en pie en Bakhmut han sido severamente dañadas o destruidas por completo. El ejército ucraniano de hecho voló varios edificios mientras se retiraban para que las fuerzas de Wagner no pudieran usarlos como plataformas de tiro. (Vea un breve video aquí sobre el anuncio de Putin).

No está claro qué próximos pasos llevará a cabo el ejército ruso. La noche anterior, Rusia llevó a cabo otro bombardeo a gran escala de objetivos ucranianos y también afirmó que derribó varios cohetes HIMARS y misiles de crucero Storm Shadow.

 Mientras tanto, los rusos destruyeron puentes clave hacia Chasiv Yar, la ciudad que abastece a las fuerzas ucranianas en Bakhmut y en los flancos de Bakhmut. Es posible que las fuerzas rusas persigan a Chasiv Yar como punto de partida para una carrera hacia el río Dnieper. Mucho depende de cómo se desarrolle la esperada ofensiva ucraniana.

 Todavía hay combates en el flanco norte de Bakhmut fuera de la ciudad, pero después de algunos avances del ejército ucraniano, los rusos ahora los están revirtiendo y recuperando el terreno perdido. La situación en dirección a Ivanjske, al sur de la ciudad, es menos clara, aunque parece que el empuje ucraniano ha perdido fuerza.

Si bien las fuentes ucranianas afirman que Bakhmut no era importante, la larga batalla de nueve meses fue ordenada por el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky, supuestamente en contra del consejo de sus comandantes militares.

Ahora circulan rumores no confirmados en Telegram Messenger, donde operan la mayoría de los blogueros rusos, de que el máximo general de Ucrania, Valerii Zaluzhny, podría estar muerto. Hace días que no se le ve ni se sabe nada de él.

 También es extraño que el propio Zelensky corriera a la reunión del G-7 en Hiroshima, Japón, justo cuando concluía una de las batallas más importantes de Ucrania. Existe la sensación, nada más que eso, de que existe una agitación política sustancial en Kiev que podría cambiar la dirección del país y la guerra.

 Stephen Bryen  es miembro principal del  Centro de Políticas de Seguridad  y del  Instituto Yorktown .  Sígalo en Twitter en @stevebryen.

 https://asiatimes-com.translate.goog/2023/05/bakhmut-has-finally-fallen-to-the-russians/



lunes, 15 de mayo de 2023

La IA: utopías y distopías dataístas.

 

  La historia del algoritmo. Los “fallos” de la Inteligencia Artificial

Julio César Guanche 

 La IA es tan buena como los datos que procesa. Un algoritmo mal diseñado difunde sesgos a escala. Dar por buenos los datos a procesar por la IA, sin someterlos a escrutinio crítico, es un sueño de la razón que produce monstruos sin cesar.

 En 2021 un hombre, afroamericano, fue arrestado en Michigan, y esposado frente a su casa delante de su familia. La orden de detención fue generada por un sistema de Inteligencia Artificial (IA), que identificó al sujeto como el comisor de un hurto. La IA había sido entrenada mayoritariamente con rostros blancos, y erró por completo al identificar al infractor. Probablemente, haya sido el primer arresto injusto de su tipo.

 Ese mismo año, en Holanda 26 mil familias fueron acusadas de fraude. El dato en común entre ellas era poseer algún origen migrante. El hecho llevó a la ruina a miles de inocentes, que perdieron casas y trabajos, obligados a devolver dinero de la asistencia social.

 Se trataba de un error que generó una “injusticia sin precedentes” en ese país. El gabinete renunció ante el escándalo. El diagnóstico del supuesto fraude lo elaboró una IA.

 La IA: utopías y distopías dataístas

Por más novedosa que sea la IA, no es nuevo el lugar de las matemáticas en el procesamiento de asuntos sociales.

 La filosofía rebosa de utopías dataístas. Para Tomás Moro, la instauración de un nuevo método de gobierno debía basarse en una herramienta que garantizara la excelencia en la administración de los negocios: las matemáticas. Con la IA, la utopía de “la buena administración de las cosas y el buen gobierno de las personas”, de Saint-Simon, promete una renovada oportunidad a través de algoritmos procesados por máquinas, no por gusto llamadas “ordenadores”.

 La IA supone la interacción entre un software que aprende y se adapta, un hardware con poder masivo de cómputo, y cantidades ingentes de datos. Ha sido definida como “una constelación de procesos y tecnologías que permiten que las computadoras complementen o reemplacen tareas específicas que de otro modo serían ejecutadas por seres humanos, como tomar decisiones y resolver problemas”.

 Son muchas sus ventajas: toma de decisiones informadas, gestión masiva de información, lucha contra la crisis climática, restauración de ecosistemas y hábitats, retardo de pérdida de biodiversidad, eficiente colocación de recursos sociales, mejora de ayuda humanitaria y de asistencia social, diagnósticos y aplicaciones de salud, control de flujos de tráfico, etcétera.

 Ahora, las distintas connotaciones políticas de los usos de las matemáticas han sido advertidas de muchas maneras. Engels le decía a Marx en 1881: “Ayer, por fin, encontré las fuerzas para estudiar sus manuscritos matemáticos y, aunque no utilicé libros de apoyo, me alegró ver que no los necesitaba. Lo felicito por su trabajo. El asunto está tan claro como la luz del día, así que no deja de extrañarme la forma en que los matemáticos insisten en mitificarlo. Debe de ser por su manera tan partidista de pensar”.

 Karl Popper, el autor de La sociedad abierta y sus enemigos, considerada la “biblia de las democracias occidentales” por Bertrand Rusell —él mismo matemático—, comenzó su carrera como profesor de matemáticas y física.

 El Leviatán, de Thomas Hobbes, un programa político de todo punto antirrepublicano, decía que un buen gobierno procede de la modelización sobre una máquina: “este gran Leviatán llamado REPÚBLICA o ESTADO no es otra cosa que un hombre artificial, aunque de estatura y fuerza superiores a las del hombre natural”.

 La IA, ese “hombre artificial”, promete ser neutral, pero es muchas veces parcial: produce así un “leviatán algorítmico”. Con frecuencia, opera con una caja negra: se conoce la información suministrada al algoritmo, pero se desconoce el proceso seguido por este para alcanzar determinado resultado. En esas condiciones, si existe discriminación, se ignora si se produjo sobre la base de sexo, etnia, color de la piel, edad, religión, ideología, u otra dimensión.

 Sin cajas negras  —en algunos países están siendo sometidas a regulación legal— sería posible identificar cómo un algoritmo discrimina. Por lo general, se debe a que la información sobre la que se entrenan los algoritmos es parcial, o a que estos reproducen sesgos discriminatorios preexistentes. No es posible obviar que la estructura histórica de la industria tecnológica está compuesta principalmente por hombres blancos, de estratos clasistas y marcos culturales bastante homogéneos entre sí.

 No obstante, la discriminación puede resultar también intencional. El odio, la división y la mentira son buenos para los negocios: multiplican los intercambios a monetizar. En este campo, la producción de discriminación se puede esconder bajo secreto empresarial.

 El racismo algorítmico

La noción de raza ocupa un papel central en la discriminación algorítmica.

 De esta centralidad da cuenta la Recomendación sobre la Ética de la Inteligencia Artificial, primer instrumento mundial sobre el tema, adoptada en noviembre de 2021 por 193 Estados miembros de la UNESCO. El documento procura, entre otros objetivos, asegurar la equidad y la no discriminación en la implementación de IA, en busca de evitar que se perpetúen las desigualdades sociales existentes, y de proteger grupos vulnerables.

 No hay forma científica de justificar la existencia de “razas” humanas. Todos los individuos del género humano cuentan con 99.99 % de genes y ADN idénticos.  Los rasgos que determinan el aspecto físico de las personas obedecen tan sólo a 0.01 % del material genético. El concepto de raza es resultado del racismo, no su origen.

 La IA cubre con un manto de ciencia su proceder en materia de raza —asegura que es una variable invisible— pero opera muchas veces con bases pseudocientíficas.

 El primer empleo formal del término “pseudociencia” se registra en 1824, para calificar la frenología. Los sistemas de reconocimiento facial que aseguran predecir peligrosidad, características o personalidad a partir de fotografías, reproducen lógicas de esa pseudociencia.

 Expresión de racismo científico, como fueron también la craneometría, la demografía racial y la antropología criminal, la frenología afirmaba la posibilidad de determinar el carácter y los rasgos de la personalidad, y de tendencias criminales, basándose en la forma del cráneo, la cabeza y las facciones. Hace bastante cuenta con nula validez científica.

 Sin embargo, según Achille Mbembe, el importante filósofo camerunés, “los nuevos dispositivos de seguridad [como el reconocimiento facial con uso de IA] vuelven a tener en cuenta elementos del pasado en regímenes anteriores: regímenes disciplinarios y penales del esclavismo, elementos de guerras coloniales de conquista y ocupación, técnicas jurídico-legales de excepción.”

 Hay pruebas a granel de ello. El sistema COMPAS, utilizado en Estados Unidos para  predecir reincidencia en delitos, ha sido cuestionado porque los acusados afroamericanos sufren el doble de probabilidades de ser  calificados de modo erróneo por el sistema. Un mismo curriculum vitae tiene 50% de posibilidades más de pasar a una entrevista de trabajo si el nombre del candidato es identificado por el algoritmo como europeo-americano, que como afroamericano.

 Joy Adowaa Buolamwini, una científica informática del Massachusetts Institute of Technology (MIT), a quien Netflix le dedicó el documental Coded Bias, ha evaluado varios sistemas de reconocimiento facial de empresas de vanguardia en el ramo. Su conclusión fue que las tasas de error en el reconocimiento para los hombres de piel más clara eran de no más de 1 %. A la vez, encontró que al tratarse de mujeres de piel más oscura los errores alcanzaban 35 %.

 Sistemas líderes de reconocimiento facial han sido incapaces de reconocer los rostros de Michelle Obama, Oprah Winfrey y Serena Williams. Twitter no pudo identificar a Barack Obama. Un rapero construido con Inteligencia Artificial fue “despedido” por reproducir estereotipos racistas. Tay, una IA concebida para tener interacciones “cool” con sus usuarios, en menos de 24 horas pasó de decir que los humanos eran “súper guay” a decir que “Hitler no hizo nada malo”. Personas de color de piel negro pueden no recibir en Facebook publicidad de venta de casas.

 ¿Es racista la IA?

Dejemos responder la pregunta a ChatGpt3:

 La IA es tan buena como los datos que procesa. Un modelo de algoritmo mal diseñado difunde sesgos a escala.  Al mismo tiempo, dar por buenos los datos a procesar por la IA, sin someterlos a escrutinio crítico, es un sueño de la razón que produce monstruos sin cesar.

 Las series de datos policiales, por ejemplo, responden a bases de información que han sido construidas, en muchos casos, con datos parciales, con prácticas legales que después dejaron de serlo, o con métodos desde entonces ilegales, en contextos comunes de racismo policial.

 El racismo es una herencia estructural, social y cultural que a la vez se reconstruye. El racismo es reinterpretado, evoluciona y se reproduce. No basta con un criterio de justicia como “no discriminación”, al procesar los datos, que mantenga anónimos los nombres implicados, e invisibilice los datos raciales, que entienda la justicia al modo de “tratar a todos como iguales”.

 Un caso conocido en Estados Unidos, mostró la incapacidad de ese criterio para producir resultados justos: un sistema de IA, para conceder préstamos bancarios, omitió nombres y cualquier dato que pudiese remitir al color de la piel. Sin embargo, el resultado produjo resultados marcadamente racistas.

 La investigación arrojó que la petición del código postal de su vivienda a cada sujeto involucrado en la investigación reintrodujo el racismo, aunque se hubiese pretendido expulsar la marca de la raza de los datos colectados. El código postal de zonas identificadas con mayorías de población afroamericana fue desfavorecido en comparación con los vecindarios cuyo código postal era identificada por el algoritmo como mayormente blancos.

 El presente es su historia: lo que se saca por la puerta, regresa por la ventana. La superación de la historia requiere hacerla visible, no lo contrario.

 Petición a la IA: retrato realista de los héroes cubanos de la independencia de 1868 y 1895, que incluya a Carlos Manuel de Céspedes, José Martí, Antonio Maceo y Guillermón Moncada.

El solucionismo tecnológico no es la solución

Las soluciones ofrecidas por máquinas tienen aureola de neutralidad ideológica, eficiencia tecnológica y cifran las nuevas capacidades para enfrentar antiguos problemas. La IA se presenta como gestión tecnológica de la organización de asuntos comunes. Es fácil enmarcarla dentro de la ideología no partidista del “solucionismo tecnológico”.

 Sin embargo, para Cathy O’Neil, matemática y activista estadounidense, los algoritmos resultan “opiniones encerradas en matemáticas”. Sin comprometerse con estadísticas conscientes de la noción de raza, sin hacer que los datos tomen en cuenta las diferencias socioeconómicas de grupos poblacionales frente a otros grupos, sin garantizar participación, control y transparencia en la recolección y uso de datos, el algoritmo pierde mucho de su fascinación tecnológica, y revela, bastante primitivamente, la naturaleza política del contexto en que funciona.

 La raza no existe, pero existe el racismo. La IA no es racista per se, pero produce resultados racistas. Sin hacerse cargo de la historia, el algoritmo es una opinión que codifica la exclusión y programa la discriminación dominantes en la historia inscrita en sus datos.

 Julio César Guanche  Jurista e historiador cubano, es miembro del comité de redacción de Sin Permiso.11/05/2023

Fuente:

https://oncubanews.com/opinion/columnas/la-vida-de-nosotros/la-historia-del-algoritmo-los-fallos-de-la-inteligencia-artificial/?fbclid=IwAR0f8adTKa6KqsneOzUEk7di9w5eEk2R-DfOLPkrRogp2q1Ipu3ECU_QAs8

domingo, 14 de mayo de 2023

La responsabilidad de los medios .

 Ante la guerra que se avecina, alzad la voz ahora



 


En 1935 se celebró en Nueva York el Congreso de Escritores Estadounidenses, al que siguió otro dos años después. Se convocó a “cientos de poetas, novelistas, dramaturgos, críticos, escritores de relatos y periodistas” para debatir el “rápido desmoronamiento del capitalismo” y la inminencia de otra guerra. Fueron eventos emocionantes que, según se cuenta, contaron con la asistencia de 3.500 personas y otras mil fueron rechazadas.

Arthur Miller, Myra Page, Lillian Hellman y Dashiell Hammett advirtieron que el fascismo iba en aumento, a menudo disfrazado, y que los escritores y periodistas tenían la responsabilidad de alzar la voz para denunciarlo. Se leyeron telegramas de apoyo de Thomas Mann, John Steinbeck, Ernest Hemingway, C Day Lewis, Upton Sinclair y Albert Einstein. La periodista y novelista Martha Gellhorn habló a favor de los desamparados y los desempleados y de “todos los que estamos bajo la sombra de un gran poder violento”

Martha, quien llegó a ser buena amiga mía, me dijo más tarde mientras bebía su habitual vaso de Famous Grouse con soda: «Sentía una inmensa responsabilidad como periodista. Había sido testigo de las injusticias y el sufrimiento causados por la Depresión, y sabía, todos sabíamos, lo que se avecinaba si no rompíamos el silencio». Sus palabras resuenan en los silencios de hoy, silencios llenos de un consenso de propaganda que contamina casi todo lo que leemos, vemos y escuchamos. Permítanme darles un ejemplo:

El “Peligro Amarillo”

El 7 de marzo los dos periódicos más antiguos de Australia, el Sydney Morning Herald y The Age, publicaron varias páginas sobre «la amenaza inminente» de China. Pintaron de rojo el Océano Pacífico. Los ojos chinos eran marciales y amenazantes. El Peligro Amarillo estaba a punto de caer sobre nosotros como por el peso de la gravedad.

No se dio ninguna razón lógica para explicar el supuesto ataque de China contra Australia. El «panel de expertos» no presentó ninguna prueba creíble. Uno de ellos es un exdirector del Instituto de Política Estratégica de Australia, una pantalla del Departamento de Defensa de Canberra, el Pentágono de Washington, los gobiernos de Gran Bretaña, Japón y Taiwán, y la industria bélica occidental.

«Beijing podría atacar dentro de tres años», advertían. «No estamos preparados». Se destinarán miles de millones de dólares a submarinos nucleares estadounidenses, pero eso, al parecer, no es suficiente. «Las vacaciones de Australia de la historia han terminado», sea lo que sea que eso signifique.

No existe ninguna amenaza para Australia, ninguna. El lejano «país afortunado» no tiene enemigos, y mucho menos China, su socio comercial más importante. Sin embargo, atacar a China, basándose en la larga historia de racismo de Australia hacia Asia, se ha convertido en una especie de deporte para los autoproclamados «expertos». ¿Qué piensan los chino-australianos al respecto? Muchos están confundidos y tienen miedo.

Los autores de este grotesco intento de agitar los ánimos y rendir pleitesía al poder estadounidense son Peter Hartcher y Matthew Knott, supuestamente «reporteros de seguridad nacional». Recuerdo a Hartcher por sus viajes pagados por el gobierno israelí. El otro, Knott, es la voz de los hombres con traje de Canberra. Ninguno de los dos ha visitado nunca una zona de guerra y sus extremos de degradación y sufrimiento humano.

¿Dónde están las voces que se oponen?

«¿Cómo llegamos a esto?» diría Martha Gellhorn si estuviera aquí. «¿Dónde están las voces que se oponen? ¿Dónde está la camaradería?»

Esas voces se escuchan en el samizdat de este sitio web y de otros. En literatura, personajes como John Steinbeck, Carson McCullers o George Orwell han quedado obsoletos. Ahora manda el posmodernismo. El liberalismo ha ascendido en su escala política. Una socialdemocracia antaño somnolienta, Australia, ha promulgado una red de nuevas leyes que protegen el poder secreto y autoritario e impiden el derecho a saber. Los denunciantes de conciencia son proscritos y juzgados en secreto. Una ley especialmente siniestra prohíbe la «injerencia extranjera» de quienes trabajan para empresas extranjeras. ¿Qué significa esto?

La democracia es ahora teórica; lo que existe es una élite empresarial todopoderosa fusionada con el Estado y las demandas de «identidad». Los almirantes estadounidenses cobran miles de dólares al día del contribuyente australiano por su «asesoramiento». En todo Occidente nuestra imaginación política ha sido pacificada por las relaciones públicas y distraída por las intrigas de políticos corruptos de muy baja estofa: un Boris Johnson, un Trump, un Sleepy Joe Biden o un Zelensky.

Ningún congreso de escritores en 2023 se preocupa por el «desmoronamiento del capitalismo» y las provocaciones letales de «nuestros» líderes. El más infame de ellos, Tony Blair, un criminal prima facie según los Valores de Nuremberg, es libre y rico. Julian Assange, que desafió a los periodistas a demostrar que sus lectores tenían derecho a saber, se encuentra en su segunda década de encarcelamiento.

El auge del fascismo en Europa es indiscutible. O del «neonazismo» o el «nacionalismo extremo», como prefieran. Ucrania, como colmena fascista de la Europa moderna, ha visto resurgir el culto a Stepan Bandera, el apasionado antisemita y asesino de masas que alabó la «política judía» de Hitler que masacró a 1,5 millones de judíos ucranianos. “Pondremos vuestras cabezas a los pies de Hitler», proclamaba un panfleto banderista dirigido a los judíos ucranianos.

En la actualidad Bandera es venerado como un héroe en Ucrania occidental, y la Unión Europea y Estados Unidos han pagado decenas de estatuas suyas y de sus compañeros fascistas en sustitución de los monumentos a los gigantes de la cultura rusa y de otros que liberaron a Ucrania de los nazis originales.

En 2014, los neonazis desempeñaron un papel clave en un golpe de Estado financiado por Estados Unidos contra el presidente electo, Víktor Yanukóvich, acusado de ser «pro-Moscú». El régimen golpista incluía a destacados «nacionalistas extremistas», nazis en todo menos en el nombre.

Al principio la BBC y los medios de comunicación europeos y estadounidenses informaron ampliamente de ello. En 2019 la revista Time presentó las ‘milicias supremacistas blancas’ activas en Ucrania. NBC News informó: “El problema nazi de Ucrania es real”. La inmolación de sindicalistas en Odessa fue filmada y documentada.

Encabezados por el regimiento Azov, cuya insignia, el «Wolfsangel», se hizo tristemente célebre por las SS alemanas, los militares ucranianos invadieron la región oriental rusohablante de Donbás. Según Naciones Unidas, 14.000 personas murieron en el este. Siete años después, cuando Occidente saboteó las negociaciones de paz de Minsk, como confesó Angela Merkel, el Ejército Rojo invadió Ucrania.

Esta versión de los hechos no fue difundida en Occidente. Pronunciarla siquiera supone la acusación de “defender a Putin», independientemente de que el autor (como yo mismo) haya condenado la invasión rusa. Comprender la extrema provocación que suponía para Moscú una frontera armada por la OTAN, la misma frontera por la que invadió Hitler, es un anatema.

Los periodistas que viajaron al Donbas fueron silenciados o incluso acosados en su propio país. El periodista alemán Patrik Baab perdió su trabajo y a una joven reportera free lance alemana, Alina Lipp, le embargaron su cuenta bancaria.

En Gran Bretaña, el silencio de la intelectualidad liberal es el silencio de la intimidación. Temas de Estado como Ucrania e Israel deben evitarse si se quiere conservar un trabajo en el campus o una plaza de profesor. Lo que le sucedió a Jeremy Corbyn en 2019 se repite en los campus universitarios donde los opositores al apartheid de Israel son calumniados a la ligera como antisemitas.

El profesor David Miller, irónicamente la principal autoridad del país en propaganda moderna, fue despedido de la Universidad de Bristol por sugerir públicamente que los «activos» de Israel en Gran Bretaña y sus grupos de presión política ejercían una influencia desproporcionada en todo el mundo, un hecho del que existen numerosas pruebas.

La universidad contrató a un destacado abogado para que investigara el caso de forma independiente. Su informe exoneró a Miller en la «importante cuestión de la libertad de expresión académica» y concluyó que «los comentarios del profesor Miller no constituían un discurso ilegal». Sin embargo, Bristol lo despidió. El mensaje es claro: Israel tiene inmunidad, no importa el ultraje que cometa, y sus críticos deben ser castigados.

Hace unos años, Terry Eagleton, entonces profesor de literatura inglesa en la Universidad de Manchester, consideraba que «por primera vez en dos siglos, no hay ningún eminente poeta, dramaturgo o novelista británico dispuesto a cuestionar los fundamentos del modo de vida occidental».

Ningún Shelley habla en nombre los pobres, ningún Blake defiende los sueños utópicos, ningún Byron condena la corrupción de la clase dominante, ningún Thomas Carlyle o John Ruskin revela el desastre moral del capitalismo. William Morris, Oscar Wilde, HG Wells, George Bernard Shaw no tenían equivalentes hoy en día. Entonces vivía Harold Pinter, «el último en alzar la voz», escribió Eagleton.

¿De dónde procede el posmodernismo, el rechazo de la política real y de la auténtica disidencia? La publicación en 1970 del bestseller de Charles Reich, El reverdecer de América, ofrece una pista.  Estados Unidos se encontraba entonces en un estado de agitación: Nixon ocupaba la Casa Blanca, una resistencia civil, conocida como «el movimiento», había irrumpido desde los márgenes de la sociedad en medio de una guerra que afectaba a casi todo el mundo. En alianza con el movimiento por los derechos civiles, presentaba el desafío más serio al poder de Washington desde hacía un siglo.

En la portada del libro de Reich aparecían estas palabras: “Se avecina una revolución. No será como las revoluciones del pasado. Se originará en el individuo».

Por aquel entonces yo era corresponsal en Estados Unidos y recuerdo la ascensión de la noche a la mañana a la categoría de gurú de Reich, un joven académico de Yale. El New Yorker había publicado por entregas su libro, cuyo mensaje era que «la acción política y la verdad» de los años sesenta habían fracasado y sólo «la cultura y la introspección» cambiarían el mundo. Daba la impresión de que el hippismo se apoderaba de la clase consumidora.  Y en cierto sentido así era.

En pocos años, el culto al «yo» prácticamente había anulado el sentido de la solidaridad, la justicia social y el internacionalismo de muchas personas. Clase, género y raza estaban separados. Lo personal era lo político y los medios eran el mensaje. Ganad dinero, se decía.

En cuanto al «movimiento», su esperanza y sus canciones, los años de Ronald Reagan y Bill Clinton acabaron con todo eso. La policía estaba ahora en guerra abierta contra los negros; las tristemente célebres leyes de bienestar de Clinton batieron récords mundiales en el número de personas, en su mayoría negras, que enviaron a la cárcel.

Cuando ocurrió el 11-S, la fabricación de nuevas «amenazas» en la «frontera de América» (como llamaba al mundo el Proyecto para un Nuevo Siglo Americano) completó la desorientación política de quienes, 20 años antes, habrían formado una vehemente oposición.

Estados Unidos contra el mundo

En los años transcurridos desde entonces Estados Unidos ha entrado en guerra con el mundo. Según un informe ampliamente ignorado de Médicos por la Responsabilidad Social, Médicos por la Supervivencia Global y la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear, galardonados con el Premio Nobel, el número de muertos en la «guerra contra el terror» de Estados Unidos ha sido de «al menos» 1,3 millones en Afganistán, Irak y Pakistán.

Esta cifra no incluye los muertos de las otras guerras dirigidas y alimentadas por Estados Unidos en Yemen, Libia, Siria, Somalia y otros países. La cifra real, según el informe, «bien podría ser superior a 2 millones, aproximadamente diez veces mayor que la que el público, los expertos y los responsables de la toma de decisiones conocen y [es] propagada por los medios de comunicación y las principales ONG».

“Al menos» un millón de personas fueron asesinadas en Irak, dicen los médicos, el equivalente al 5% de la población.

La enormidad de esta violencia y sufrimiento parece no tener cabida en la conciencia occidental. “Nadie sabe cuántos» es el estribillo propagado por los medios de comunicación. Blair y George W. Bush –y Jack Straw, Dick Cheney, Colin Powell y Donald Rumsfeld entre otros– nunca corrieron el riesgo de ser procesados. El maestro de propaganda de Blair, Alistair Campbell, es celebrado como una «personalidad mediática».

En 2003, grabé una entrevista en Washington con Charles Lewis, el aclamado periodista de investigación. Hablamos de la invasión de Irak de unos meses antes. Le pregunté: «¿Qué habría ocurrido si los medios de comunicación más libres del mundo hubieran cuestionado seriamente a George W. Bush y Donald Rumsfeld e investigado sus afirmaciones, en lugar de difundir lo que resultó ser burda propaganda?». El respondió: “Si los periodistas hubiéramos hecho nuestro trabajo, es muy, muy probable que no hubiéramos ido a la guerra de Irak».

Hice la misma pregunta a Dan Rather, el famoso presentador de la CBS, que me dio la misma respuesta.  David Rose, del Observer, que había promovido la «amenaza» de Sadam Husein, y Rageh Omaar, entonces corresponsal de la BBC en Iraq, me dieron la misma respuesta. El admirable arrepentimiento de Rose por haber sido «engañado», hablaba en nombre de muchos periodistas que carecían de su valor para decirlo.

Merece la pena repetirlo: Si los periodistas hubieran hecho su trabajo, si hubieran cuestionado e investigado la propaganda en lugar de amplificarla, un millón de hombres, mujeres y niños iraquíes podrían estar vivos hoy; millones podrían no haber huido de sus hogares; la guerra sectaria entre suníes y chiíes podría no haber estallado, y el Estado Islámico podría no haber existido.

Si proyectamos esta verdad sobre las guerras de rapiña desencadenadas desde 1945 por Estados Unidos y sus «aliados», la conclusión es sobrecogedora. ¿Se habla alguna vez de esto en las facultades de periodismo?

Hoy en día, la guerra por los medios de comunicación es una tarea clave del llamado periodismo dominante, que recuerda a la descrita por un fiscal de Núremberg en 1945: “Antes de cada gran agresión, con algunas pocas excepciones basadas en la conveniencia, iniciaban una campaña de prensa calculada para debilitar a sus víctimas y preparar psicológicamente al pueblo alemán… En el sistema de propaganda… la prensa diaria y la radio eran las armas más importantes”.

El belicismo del premio Nobel de la Paz

Uno de los hilos persistentes en la vida política estadounidense es un extremismo sectario que se acerca al fascismo. Aunque se le atribuye a Trump, fue durante los dos mandatos de Obama cuando la política exterior estadounidense coqueteó seriamente con el fascismo. De esto apenas se informó.

“Creo en el excepcionalismo estadounidense con cada fibra de mi ser”, dijo Obama, que expandió un pasatiempo presidencial favorito, los bombardeos, y los escuadrones de la muerte conocidos como ‘operaciones especiales’ como ningún otro presidente lo había hecho desde los inicios de la Guerra Fría.

Según un estudio del Council on Foreign Relations, en 2016 Obama lanzó 26.171 bombas. Es decir, 72 bombas cada día. Bombardeó a los más pobres y a la gente de color: en Afganistán, Libia, Yemen, Somalia, Siria, Irak y Pakistán.

Cada martes, según el New York Times, seleccionaba personalmente a quienes serían asesinados por misiles de fuego infernal disparados desde drones. Se atacaba a bodas, funerales, pastores y a quienes intentaban recoger los trozos de cadáveres que adornaban el «objetivo terrorista».

Un destacado senador republicano, Lindsey Graham, estimó con satisfacción que los drones de Obama habían matado a 4.700 personas. “A veces matas a gente inocente, algo que yo odio – dijo– pero hemos eliminado a algunos miembros muy importantes de Al Qaeda».

En 2011, Obama declaró a los medios de comunicación que el presidente libio Muamar el Gadafi estaba planeando un «genocidio» contra su propio pueblo. “Sabíamos –dijo– que si esperábamos un día más, Bengasi, una ciudad del tamaño de Charlotte [Carolina del Norte], podría sufrir una masacre que habría repercutido en toda la región y manchado la conciencia del mundo».

Era una mentira. La única “amenaza” era la inminente derrota de los islamistas fanáticos por las fuerzas armadas libias. Con sus planes para resucitar en panafricanismo independiente, una moneda y un banco africanos, todo ello a partir del petróleo libio, Gadafi era considerado un enemigo del colonialismo occidental en el continente en el que Libia era el segundo Estado más moderno.

El objetivo era destruir la “amenaza” de Gadafi y su Estado moderno. Con el apoyo de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, la OTAN lanzó 9.700 operaciones contra Libia. Un tercio se dirigió contra infraestructuras y objetivos civiles, informó la ONU. Se utilizaron ojivas de uranio y los bombardeos arrasaron las ciudades de Misurata y Sirte. La Cruz Roja identificó fosas comunes y Unicef informó de que «la mayoría [de los niños asesinados] eran menores de diez años».

Cuando Hillary Clinton, la secretaria de Estado de Obama, fue informada de que Gadafi había sido capturado por los insurrectos y sodomizado con una bayoneta, se echó a reír y declaró a la cámara: “¡Llegamos, vimos y murió!”.

El 14 de septiembre de 2016 el Comité de Asuntos Exteriores de la Casa de los Comunes de Londres informó de las conclusiones de un estudio de un año de duración sobre el ataque de la OTAN a Libia, basado en lo que el estudio describió como un «arsenal de mentiras», incluida la historia de la masacre de Bengasi.

El bombardeo de la OTAN provocó un desastre humanitario en Libia, supuso la muerte de miles de personas y el desplazamiento de cientos de miles más, transformando a Libia del país africano con más alto nivel de vida en un Estado fallido devastado por la guerra.

Con Obama, Estados Unidos amplió las operaciones secretas de las «fuerzas especiales» a 138 países, es decir, al 70% de la población mundial. El primer presidente afroamericano lanzó lo que equivaldría a una invasión a gran escala de África.

Con reminiscencias del Reparto de África del siglo XIX, el Comando Africano de Estados Unidos (Africom) ha construido desde entonces una red de suplicantes entre los regímenes africanos colaboradores deseosos de recibir los sobornos y armamento estadounidenses. La doctrina «soldado a soldado» del Africom implica la participación de oficiales estadounidenses en todos los niveles de mando, desde general hasta suboficial. Sólo faltan los salacots.

Es como si la orgullosa historia de liberación africana, de Patrice Lumumba a Nelson Mandela, hubiera sido condenada al olvido por la élite colonial negra del nuevo amo blanco. La «misión histórica» de esta élite, advirtió el sagaz Frantz Fanon, es la promoción de «un capitalismo rampante aunque camuflado».

El año en que la OTAN invadió Libia, 2011, Obama anunció lo que se conoció como el «giro hacia Asia». Casi dos tercios de las fuerzas navales estadounidenses se trasladarían a Asia-Pacífico para «hacer frente a la amenaza de China», en palabras de su Secretario de Defensa. No había ninguna amenaza por parte de China; había una amenaza a China por parte de Estados Unidos: alrededor de 400 bases militares estadounidenses forman un arco que rodea el corazón industrial chino, lo que un oficial del Pentágono describió con orgullo como una “soga”.

Al mismo tiempo Obama colocó misiles en Europa Oriental apuntando hacia Rusia. Fue precisamente el beatificado premio Nobel de la Paz quien incrementó el gasto en cabezas nucleares hasta un nivel superior al de cualquier otra administración estadounidense desde la Guerra Fría; eso después de haber prometido en un emotivo discurso pronunciado en Praga en 2009 que “ayudaría a librar al mundo de las armas nucleares”.

Obama y su Administración sabían demasiado bien que el golpe de Estado que su secretaria de Estado adjunta, Victoria Nuland, fue a supervisar contra el gobierno de Ucrania en 2014 provocaría una respuesta rusa y probablemente llevaría a la guerra. Y así ha sido.

Nuestra propaganda

Escribo esto el 30 de abril, aniversario del último día de la guerra más larga del siglo XX, en Vietnam, de la que fui reportero. Yo era muy joven cuando llegué a Saigón y allí aprendí mucho. Aprendí a reconocer el zumbido característico de los motores de los gigantescos B-52, que dejaban caer desde lo alto de las nubes las bombas que provocaban una carnicería y no perdonaban a nada ni a nadie; aprendí a no apartar la vista ante un árbol calcinado festoneado con partes humanas; aprendí a valorar la bondad como nunca antes; aprendí que Joseph Heller tenía razón en su magistral novela Trampa-22 (Catch-22): que la guerra no era apta para personas cuerdas; y aprendí sobre «nuestra» propaganda.

A lo largo de toda esa guerra, la propaganda afirmaba que una victoria de Vietnam contagiaría su enfermedad comunista al resto de Asia, permitiendo que el Gran Peligro Amarillo se extendiera por el norte. Los países caerían en un efecto dominó.

El Vietnam de Ho Chi Minh salió victorioso y no ocurrió nada de lo anterior. En cambio, la civilización vietnamita floreció, lo cual resulta notable, a pesar del alto precio que tuvo que pagar: tres millones de muertos. Los mutilados, los deformes, los adictos, los envenenados, los desaparecidos.

Si los actuales propagandistas consiguen su guerra con China, esto será solo una fracción de lo que se avecina. Alzad la voz.

John Pilger es un periodista de investigación australiano residente en Londres galardonado con múltiples premios en Reino Unido. Se le puede seguir en su sitio web www.johnpilger.com

Fuente: https://www.counterpunch.org/2023/05/02/the-coming-war-speak-up-now/.

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo