08-09-2016 |
Los medios brasileros construyeron una narrativa novelizada del impeachment
Brasil de Fato
Y de repente, la profecía autocumplida se
cumplió. “El PT deja el gobierno después de 13 años” es la frase-slogan
de triunfo de un grupo político 4 veces derrotado en las elecciones y
estampado en este 31 de agosto de 2016 en el sitio de Globo, dejando
claro lo que estaba en juego en el impeachment de la presidenta Dilma
Rousseff.
La operación jurídico-mediática que viabilizó el impeachment también explicitó un hecho conocido: el negocio de los medios brasileros no es el periodismo ni las noticias, es la construcción de crisis, inestabilidad y “normalidad”. Es lo que podemos llamar también novelización de las noticias y una tentativa exhaustiva de “dirección de realidad”.
Fue lo que vimos desde el editorial del 1º de enero de 2015 de O Globo, que daba un ultimátum a la entonces presidenta Dilma Rousseff, electa por 54 millones de votos: “Margen de error para Dilma quedó estrecho”, y más tarde en los editoriales de Folha de S. Paulo y de Estadão que pedían sin rodeos el impeachment y la destitución de la presidenta. Los periódicos y los medios en unísono hablando de una economía “en coma”, desempleo, insatisfacción de la FIESP, de los empresarios, de los ricos y de la clase media en revuelta.
En este período, vivenciamos un Brasil apocalíptico diario con los vaciamientos de Lava Jato, prisiones coercitivas, delaciones premiadas en serie y primicias-bomba lanzadas en operaciones articuladas entre el poder judicial, la policía y su brazo comunicacional, los medios. Una narrativa histérica, novelizada y en trance, produciendo tempestades emocionales que anunciaban el “Juicio Final”, expresión retomada por el Estadão en su editorial del 31 de agosto celebrando la profecía anunciada de la destitución de la presidenta de Brasil.
La tempestad mediática fue calibrada y modulada, su velocidad e intensidad fue dirigida, siendo desacelerada a partir del día 13 de mayo de 2016, con Dilma ya alejada por el rito del impeachment. En el día de asunción de Michel Temer como interino, la narrativa mediática en un pase de magia se transformó, y ya el editorial de O Globo profetiza en sus páginas el retorno a una súbita normalidad: “Optimismo con el nuevo tono del Planalto”.
Las primicias-bomba desaparecen o disminuyen, la histeria y el alarmismo da lugar a una prensa de “pacificación” simbólica, como las operaciones “pacificadoras” en las favelas cariocas. Producción de un discurso de seguridad artificial y que “calma” a electores, empresarios, “calma al mercado” y dice que “ahora” todo está bajo control con la llegada de un “operador político” confiable.
Todas las acciones de desmonte del interino Michel Temer fueron saludadas por Globo en los cuadernos de Opinión, Economía, Editoriales, como primicias positivas, a ser celebradas: “La acertada suspensión de Ciencia sin Frontera”, “Conozca los absurdos que aún sobreviven en la CLT”, “La crisis fuerza el fin injusto de la enseñanza superior gratuita” fueron algunos titulares de lavado mediático del desmonte y cambio abrupto del programa rubricado en 2014 por las urnas.
En continuos “actos fallidos” y después de llamar a Temer “Presidente electo”, O Globo se adelanta al juzgamiento en el senado y llama a Dilma como “ex presidente” antes mismo de que el Senado la hubiera juzgado.
Sintomáticamente, en el día en que la presidenta de Brasil estaba siendo juzgada y hacía su defensa durante 14 horas seguidas, respondiendo sobre actos fiscales, economía, política, relaciones internacionales, programas sociales, la Red Globo enseñaba a cocinar y fritar huevo y a continuación exhibió la película “El hada de los dientes” como si no tuviesen “nada que ver” con todo el proceso.
Una decisión no simplemente “comercial”, ya que interrumpieron su programación y transmitían en pleno domingo la sesión que admitió el impeachment de Dilma en la Cámara de Diputados, dando voz a los hombres más rabiosos y los más retrógrados del parlamento. Ya el discurso de defensa de la Presidenta en el Senado fue simplemente ignorado por el canal abierto con mayor incidencia en la opinión pública, en un momento histórico y decisivo para Brasil.
Si un impeachment no es importante, ¿qué sería entonces un hecho periodístico? Se ignora la vida de la polis, se ignora el hecho de que los canales abiertos constituyen una concesión política. Éste es el poder de los medios en Brasil, amplificar o silenciar los hechos. Decir qué es y qué no es lo importante.
La novelización de la crisis
La novelización de la crisis, su amplificación, espectacularización, produjo una telenovela de lo real en la TV, en los editoriales, en los titulares de los periódicos y las revistas de la gran imprenta, explicitan así el devenir de los medios en partido, actuando como una de las grandes fuerzas de desestabilización política y de construcción de personajes y escenarios.
La performance admirable de la presidenta delante de sus acusadores, durante 14 horas, recibió de O Globo el sello de un personaje construido. En el editorial del día 31 de agosto y en los comentarios de Globo News, poco importaba el hecho, el juicio de valor ya estaba consensuado: “en la extensa parte de la sesión en que respondió las preguntas y críticas de los senadores, fue la Dilma de siempre: irritadiza, autoritaria, confusa”.
El editorial se apura a descalificar el “fantasioso “golpe parlamentario”” sustentado en una ficcional trama urdida en los resquicios del TCU, del cual se valió Eduardo Cunha para chantajear a la presidenta” y califica su propio texto como “el fiel resumen de lo que fue el embate de estos ocho meses”.
En los últimos 13 años, fuimos sometidos a una tempestad semiótica y cognitiva, una operación de ajusticiamiento mediático en tiempo real. Teniendo como eje al PT, un ex presidente y una presidenta, Lula y Dilma, los movimientos sociales y de izquierda, los activistas presentados como vándalos, matones, black blocs, la construcción de enemigos públicos número 1, que encarnan de forma alternada, pero constante, el lugar del mal a ser extinguido, depuesto, reprimido. Este linchamiento mediático, difamación, destrucción de reputaciones, exposición de la vida privada prepara el terreno para la aceptación de prácticamente cualquier maniobra jurídica o parlamentar en una operación vinculada.
La política es demonizada y se construye un campo negativo en el que líderes, militantes partidarios, activistas, el campo cultural comprometido, son vistos con sospecha, como “profesionales de la política” distintos del ciudadano “común”, pensado en la condición de platea o hincha. Esta estrategia mediática de polarización produce un debate pautado por la lógica de hinchadas de fútbol, con base en la intolerancia y en el odio, en la retórica de “nosotros” y “ellos”, los que tienen que ser vencidos.
Nosotros, los ciudadanos, los indignados, los espontáneos, y ellos, los militantes, los rojos, los “profesionales” de la política, los que tienen intereses, los aparateados, aquellos en los que no podemos confiar. Ése es el lugar del activismo en los titulares.
Esta polarización reductora, ya experimentada en las elecciones de 2014, llegó a su cúmulo con las infografías de los periódicos que presentaban la explanada de los Ministerios de Brasilia dividida en dos “alas” (contra y a favor del impeachment) por un muro, en la votación de admisibilidad del impeachment en la Cámara de Diputados el 17 de abril de 2016 y en la votación del Senado. Un “muro” que pasa a ser visto no como una aberración, sino como parte del paisaje de confrontación.
Manifestaciones conservadoras
Las manifestaciones conservadoras en las calles tuvieron comandos mediáticos activos que crearon un ambiente no simplemente para legitimar el impeachment, sino para acciones de persecución a los movimientos sociales: pedidos de prisión por el PSDB y DEM contra Guilherme Boulos, líder del MTST, asesinato de liderazgos del MST y de indígenas, demonización de los “rojos” y emergencia de un discurso fascista, con portavoces en el parlamento, en los medios y entre el empresariado.
La demonización del “otro” fue materializada en un muro metálico que dividió la explanada de los Ministerios en dos, delimitando territorios en una guerra de hinchadas que respondía a un comando de escenarización. Un “politicódromo” para la transmisión en vivo por TV. El escenario fue montado para un espectáculo callejero, de conmoción y mediatización de un proceso político teniendo como combustible un discurso simplificado y selectivo en torno a la corrupción.
“Nosotros” los indignados, y “ellos”, los corruptos, ésta es la operación que viene siendo construida a largo plazo y que suponíamos que había llegado al paroxismo en las elecciones de 2014. Pero fue ahora que se consumó como golpe parlamentar, jurídico y mediático.
En un momento de crisis económica e insatisfacciones difusas, la demonización del otro encontró eco en una clase media conservadora, que desde 2014 asumió y resignificó como forma de distinción el discurso del racismo, del preconcepto contra minorías, la defensa de privilegios de clase y grupos, todo eso travestido en combate a la corrupción y al petismo.
El mismo proceso mediático que demonizó a Lula y Dilma, popularizó figuras como Eduardo Cunha, Aécio Neves y al propio Michel Temer. ¿Dónde están los titulares, los editoriales, la indignación, las brigadas anticorrupción a cada revelación del Lava-Jato que involucra al campo conservador?
El efecto mediático también coprodujo un ejército de trolls en las redes, la polarización exacerbada entre derecha e izquierda, discursos de odio, una derecha ostentosa que salió del closet corajuda por la demonización y elaboró sus propios medios: Revoltados On Line, Tv Revolta, las páginas del Movimento Brasil Libre (MBL), entre otras se tornaron la caricatura de un gran medio, un espejo amplificado que reflejó la nueva cara de la derecha y que tomó para sí las formas de acción, protestas, estrategias lingüísticas, mimética, que fueron durante décadas la marca de las izquierdas.
Guerrilla mimética
El golpe produjo esta nueva economía de los medios, una guerrilla mimética y nuevas narrativas. Cientos de nuevas iniciativas de medios libres en todo Brasil que están disputando las redes, las calles desde las manifestaciones de 2013. De forma activa e inédita, a punto de no distinguirse más de la propia fuerza de las calles, vimos emerger un conglomerado mediático caliente, afectivo, posicionado, como Media Ninja, Jornalistas Livres, Revista Fórum, blogueros, youtubers, artistas activistas como Gregório Duvivier, entre muchos otros, que expresan una indivisión entre medios y activismo, afectos, produciendo un cambio de lenguaje, en contraste con el ambiente “profesional” y “objetivo”, “aséptico” de las grandes corporaciones mediáticas. Desde 2013, los mediactivistas descifran el componente afectivo, intempestivo de las redes, con las emisiones en vivo, streamings, la viralización de memes, fotografías, posts, textos, afiches, producidos por los propios manifestantes y mediactivistas.
Operaciones de choque, disputa narrativa, procesos de subjetivación, que dejan los rastros de cientos de cinematógrafos activistas, fotógrafos “amadores” en las imágenes y en las narrativas, que se tornan también “historias de vida”.
Este proceso resultó en un flujo, una onda, un enjambre, una multitud-mediática que fue decisiva para la construcción de una narrativa victoriosa de que el proceso de impeachment fue en verdad un golpe parlamentar.
La destitución política de Dilma y la interrupción del ciclo de democratización de Brasil precisó de un operador jurídico-administrativo, un “crimen de responsabilidad”, un crimen de “gestión” sin acto criminal determinado que sin embargo sirvió de pruebas para sacar a su grupo de poder, pero la narrativa del golpe también se tornó victoriosa con el #NãoVaiTerGolpe y el #ForaTemer que se replicó por los medios internacionales.
Pero, al final, ¿quién precisa al gobierno?
Los pobres, las minorías, el ciudadano común, todos los que dependen de infraestructura instalada, de la protección de los derechos, de un Estado que asegura el mínimo: vivienda, salud, educación, cultura, jubilaciones.
Es un hecho que el golpe jurídico-mediático tornó superfluo, como fuerza simbólica, al gobierno de Michel Temer. Precisan de él apenas como un operador del desmonte de un programa y la instauración de otro ciclo conservador y autoritario en Brasil, que comienza con una mancha de origen: la deposición de una Presidenta de la República en un proceso kafkiano y sin crimen. Es que, después que prefiguraron el apocalipsis, las elites precisan apenas de un presidente servil e invisible para volver a la “normalidad”.
Estamos viviendo simultáneamente el fin de un ciclo, pero también la emergencia de un nuevo ciclo de luchas y combates, en que tendremos que volver a defender los derechos más básicos que pensábamos conquistados, “éste golpe es machista, racista, misógino, homofóbico contra todas las minorías y contra los brasileros y brasileras” como acusó Dilma Rousseff en su discurso de despedida, pero también nos libera, con la instauración de un tiempo de excepción, para la desobediencia civil, la experimentación y la imaginación política.
La política fue secuestrada por una casta. El odio de la política viene de su separación en las calles, de los modos de ser y de lo cotidiano. Uno de los más increíbles efectos colaterales de esta crisis es haber colocado la política, lo político en la plaza pública. El ciclo de las manifestaciones de 2013 y el proceso del impeachment colocaron a la política al ras del suelo, el contragolpe habiendo formado un Frente de Diversidad, amplio, general e irrestricto y producido una guerrilla semiótica y una mimética, una diversidad de medios y de lenguajes ingobernables.
Ivana Bentes es profesora e investigadora de la Escuela de Comunicación de la UFRJ y autora de Mídia-Multidao: estéticas da comunicaçao e biopolíticas.
Traducción: Lucas Benielli Fuente: https:// brasildefato.com.br/2016/09/ 02/midia-brasileira-construiu- narrativa-novelizada-do- impeachment/
La operación jurídico-mediática que viabilizó el impeachment también explicitó un hecho conocido: el negocio de los medios brasileros no es el periodismo ni las noticias, es la construcción de crisis, inestabilidad y “normalidad”. Es lo que podemos llamar también novelización de las noticias y una tentativa exhaustiva de “dirección de realidad”.
Fue lo que vimos desde el editorial del 1º de enero de 2015 de O Globo, que daba un ultimátum a la entonces presidenta Dilma Rousseff, electa por 54 millones de votos: “Margen de error para Dilma quedó estrecho”, y más tarde en los editoriales de Folha de S. Paulo y de Estadão que pedían sin rodeos el impeachment y la destitución de la presidenta. Los periódicos y los medios en unísono hablando de una economía “en coma”, desempleo, insatisfacción de la FIESP, de los empresarios, de los ricos y de la clase media en revuelta.
En este período, vivenciamos un Brasil apocalíptico diario con los vaciamientos de Lava Jato, prisiones coercitivas, delaciones premiadas en serie y primicias-bomba lanzadas en operaciones articuladas entre el poder judicial, la policía y su brazo comunicacional, los medios. Una narrativa histérica, novelizada y en trance, produciendo tempestades emocionales que anunciaban el “Juicio Final”, expresión retomada por el Estadão en su editorial del 31 de agosto celebrando la profecía anunciada de la destitución de la presidenta de Brasil.
La tempestad mediática fue calibrada y modulada, su velocidad e intensidad fue dirigida, siendo desacelerada a partir del día 13 de mayo de 2016, con Dilma ya alejada por el rito del impeachment. En el día de asunción de Michel Temer como interino, la narrativa mediática en un pase de magia se transformó, y ya el editorial de O Globo profetiza en sus páginas el retorno a una súbita normalidad: “Optimismo con el nuevo tono del Planalto”.
Las primicias-bomba desaparecen o disminuyen, la histeria y el alarmismo da lugar a una prensa de “pacificación” simbólica, como las operaciones “pacificadoras” en las favelas cariocas. Producción de un discurso de seguridad artificial y que “calma” a electores, empresarios, “calma al mercado” y dice que “ahora” todo está bajo control con la llegada de un “operador político” confiable.
Todas las acciones de desmonte del interino Michel Temer fueron saludadas por Globo en los cuadernos de Opinión, Economía, Editoriales, como primicias positivas, a ser celebradas: “La acertada suspensión de Ciencia sin Frontera”, “Conozca los absurdos que aún sobreviven en la CLT”, “La crisis fuerza el fin injusto de la enseñanza superior gratuita” fueron algunos titulares de lavado mediático del desmonte y cambio abrupto del programa rubricado en 2014 por las urnas.
En continuos “actos fallidos” y después de llamar a Temer “Presidente electo”, O Globo se adelanta al juzgamiento en el senado y llama a Dilma como “ex presidente” antes mismo de que el Senado la hubiera juzgado.
Sintomáticamente, en el día en que la presidenta de Brasil estaba siendo juzgada y hacía su defensa durante 14 horas seguidas, respondiendo sobre actos fiscales, economía, política, relaciones internacionales, programas sociales, la Red Globo enseñaba a cocinar y fritar huevo y a continuación exhibió la película “El hada de los dientes” como si no tuviesen “nada que ver” con todo el proceso.
Una decisión no simplemente “comercial”, ya que interrumpieron su programación y transmitían en pleno domingo la sesión que admitió el impeachment de Dilma en la Cámara de Diputados, dando voz a los hombres más rabiosos y los más retrógrados del parlamento. Ya el discurso de defensa de la Presidenta en el Senado fue simplemente ignorado por el canal abierto con mayor incidencia en la opinión pública, en un momento histórico y decisivo para Brasil.
Si un impeachment no es importante, ¿qué sería entonces un hecho periodístico? Se ignora la vida de la polis, se ignora el hecho de que los canales abiertos constituyen una concesión política. Éste es el poder de los medios en Brasil, amplificar o silenciar los hechos. Decir qué es y qué no es lo importante.
La novelización de la crisis
La novelización de la crisis, su amplificación, espectacularización, produjo una telenovela de lo real en la TV, en los editoriales, en los titulares de los periódicos y las revistas de la gran imprenta, explicitan así el devenir de los medios en partido, actuando como una de las grandes fuerzas de desestabilización política y de construcción de personajes y escenarios.
La performance admirable de la presidenta delante de sus acusadores, durante 14 horas, recibió de O Globo el sello de un personaje construido. En el editorial del día 31 de agosto y en los comentarios de Globo News, poco importaba el hecho, el juicio de valor ya estaba consensuado: “en la extensa parte de la sesión en que respondió las preguntas y críticas de los senadores, fue la Dilma de siempre: irritadiza, autoritaria, confusa”.
El editorial se apura a descalificar el “fantasioso “golpe parlamentario”” sustentado en una ficcional trama urdida en los resquicios del TCU, del cual se valió Eduardo Cunha para chantajear a la presidenta” y califica su propio texto como “el fiel resumen de lo que fue el embate de estos ocho meses”.
En los últimos 13 años, fuimos sometidos a una tempestad semiótica y cognitiva, una operación de ajusticiamiento mediático en tiempo real. Teniendo como eje al PT, un ex presidente y una presidenta, Lula y Dilma, los movimientos sociales y de izquierda, los activistas presentados como vándalos, matones, black blocs, la construcción de enemigos públicos número 1, que encarnan de forma alternada, pero constante, el lugar del mal a ser extinguido, depuesto, reprimido. Este linchamiento mediático, difamación, destrucción de reputaciones, exposición de la vida privada prepara el terreno para la aceptación de prácticamente cualquier maniobra jurídica o parlamentar en una operación vinculada.
La política es demonizada y se construye un campo negativo en el que líderes, militantes partidarios, activistas, el campo cultural comprometido, son vistos con sospecha, como “profesionales de la política” distintos del ciudadano “común”, pensado en la condición de platea o hincha. Esta estrategia mediática de polarización produce un debate pautado por la lógica de hinchadas de fútbol, con base en la intolerancia y en el odio, en la retórica de “nosotros” y “ellos”, los que tienen que ser vencidos.
Nosotros, los ciudadanos, los indignados, los espontáneos, y ellos, los militantes, los rojos, los “profesionales” de la política, los que tienen intereses, los aparateados, aquellos en los que no podemos confiar. Ése es el lugar del activismo en los titulares.
Esta polarización reductora, ya experimentada en las elecciones de 2014, llegó a su cúmulo con las infografías de los periódicos que presentaban la explanada de los Ministerios de Brasilia dividida en dos “alas” (contra y a favor del impeachment) por un muro, en la votación de admisibilidad del impeachment en la Cámara de Diputados el 17 de abril de 2016 y en la votación del Senado. Un “muro” que pasa a ser visto no como una aberración, sino como parte del paisaje de confrontación.
Manifestaciones conservadoras
Las manifestaciones conservadoras en las calles tuvieron comandos mediáticos activos que crearon un ambiente no simplemente para legitimar el impeachment, sino para acciones de persecución a los movimientos sociales: pedidos de prisión por el PSDB y DEM contra Guilherme Boulos, líder del MTST, asesinato de liderazgos del MST y de indígenas, demonización de los “rojos” y emergencia de un discurso fascista, con portavoces en el parlamento, en los medios y entre el empresariado.
La demonización del “otro” fue materializada en un muro metálico que dividió la explanada de los Ministerios en dos, delimitando territorios en una guerra de hinchadas que respondía a un comando de escenarización. Un “politicódromo” para la transmisión en vivo por TV. El escenario fue montado para un espectáculo callejero, de conmoción y mediatización de un proceso político teniendo como combustible un discurso simplificado y selectivo en torno a la corrupción.
“Nosotros” los indignados, y “ellos”, los corruptos, ésta es la operación que viene siendo construida a largo plazo y que suponíamos que había llegado al paroxismo en las elecciones de 2014. Pero fue ahora que se consumó como golpe parlamentar, jurídico y mediático.
En un momento de crisis económica e insatisfacciones difusas, la demonización del otro encontró eco en una clase media conservadora, que desde 2014 asumió y resignificó como forma de distinción el discurso del racismo, del preconcepto contra minorías, la defensa de privilegios de clase y grupos, todo eso travestido en combate a la corrupción y al petismo.
El mismo proceso mediático que demonizó a Lula y Dilma, popularizó figuras como Eduardo Cunha, Aécio Neves y al propio Michel Temer. ¿Dónde están los titulares, los editoriales, la indignación, las brigadas anticorrupción a cada revelación del Lava-Jato que involucra al campo conservador?
El efecto mediático también coprodujo un ejército de trolls en las redes, la polarización exacerbada entre derecha e izquierda, discursos de odio, una derecha ostentosa que salió del closet corajuda por la demonización y elaboró sus propios medios: Revoltados On Line, Tv Revolta, las páginas del Movimento Brasil Libre (MBL), entre otras se tornaron la caricatura de un gran medio, un espejo amplificado que reflejó la nueva cara de la derecha y que tomó para sí las formas de acción, protestas, estrategias lingüísticas, mimética, que fueron durante décadas la marca de las izquierdas.
Guerrilla mimética
El golpe produjo esta nueva economía de los medios, una guerrilla mimética y nuevas narrativas. Cientos de nuevas iniciativas de medios libres en todo Brasil que están disputando las redes, las calles desde las manifestaciones de 2013. De forma activa e inédita, a punto de no distinguirse más de la propia fuerza de las calles, vimos emerger un conglomerado mediático caliente, afectivo, posicionado, como Media Ninja, Jornalistas Livres, Revista Fórum, blogueros, youtubers, artistas activistas como Gregório Duvivier, entre muchos otros, que expresan una indivisión entre medios y activismo, afectos, produciendo un cambio de lenguaje, en contraste con el ambiente “profesional” y “objetivo”, “aséptico” de las grandes corporaciones mediáticas. Desde 2013, los mediactivistas descifran el componente afectivo, intempestivo de las redes, con las emisiones en vivo, streamings, la viralización de memes, fotografías, posts, textos, afiches, producidos por los propios manifestantes y mediactivistas.
Operaciones de choque, disputa narrativa, procesos de subjetivación, que dejan los rastros de cientos de cinematógrafos activistas, fotógrafos “amadores” en las imágenes y en las narrativas, que se tornan también “historias de vida”.
Este proceso resultó en un flujo, una onda, un enjambre, una multitud-mediática que fue decisiva para la construcción de una narrativa victoriosa de que el proceso de impeachment fue en verdad un golpe parlamentar.
La destitución política de Dilma y la interrupción del ciclo de democratización de Brasil precisó de un operador jurídico-administrativo, un “crimen de responsabilidad”, un crimen de “gestión” sin acto criminal determinado que sin embargo sirvió de pruebas para sacar a su grupo de poder, pero la narrativa del golpe también se tornó victoriosa con el #NãoVaiTerGolpe y el #ForaTemer que se replicó por los medios internacionales.
Pero, al final, ¿quién precisa al gobierno?
Los pobres, las minorías, el ciudadano común, todos los que dependen de infraestructura instalada, de la protección de los derechos, de un Estado que asegura el mínimo: vivienda, salud, educación, cultura, jubilaciones.
Es un hecho que el golpe jurídico-mediático tornó superfluo, como fuerza simbólica, al gobierno de Michel Temer. Precisan de él apenas como un operador del desmonte de un programa y la instauración de otro ciclo conservador y autoritario en Brasil, que comienza con una mancha de origen: la deposición de una Presidenta de la República en un proceso kafkiano y sin crimen. Es que, después que prefiguraron el apocalipsis, las elites precisan apenas de un presidente servil e invisible para volver a la “normalidad”.
Estamos viviendo simultáneamente el fin de un ciclo, pero también la emergencia de un nuevo ciclo de luchas y combates, en que tendremos que volver a defender los derechos más básicos que pensábamos conquistados, “éste golpe es machista, racista, misógino, homofóbico contra todas las minorías y contra los brasileros y brasileras” como acusó Dilma Rousseff en su discurso de despedida, pero también nos libera, con la instauración de un tiempo de excepción, para la desobediencia civil, la experimentación y la imaginación política.
La política fue secuestrada por una casta. El odio de la política viene de su separación en las calles, de los modos de ser y de lo cotidiano. Uno de los más increíbles efectos colaterales de esta crisis es haber colocado la política, lo político en la plaza pública. El ciclo de las manifestaciones de 2013 y el proceso del impeachment colocaron a la política al ras del suelo, el contragolpe habiendo formado un Frente de Diversidad, amplio, general e irrestricto y producido una guerrilla semiótica y una mimética, una diversidad de medios y de lenguajes ingobernables.
Ivana Bentes es profesora e investigadora de la Escuela de Comunicación de la UFRJ y autora de Mídia-Multidao: estéticas da comunicaçao e biopolíticas.
Traducción: Lucas Benielli Fuente: https://