España, c’est moi
Miguel_Sánchez_Ostiz
Entre el España soy yo y los míos, y el después de nosotros
el diluvio transcurrió ayer el aburridísimo discurso de investidura de Mariano Rajoy. Volvió la burra
al trigo y Rajoy con su pasodoble patriótico: España y los españoles, los
españoles y España, el conjunto albardado de diversos galimatías de relleno
como bolas de malabarista. Humo. Humo y amenazas a quienes se atrevan a poner
en peligro la sagrada unidad de España y los derechos de todos los españoles
que van con ella porque sin ella no se entienden éstos. Tosco y cuartelero.
Da la impresión de que el libro de cabecera de Rajoy es la Anti-España de aquel
policía bellaco que inundó los cuarteles antes de 1936 con su basura
antimasónica, anticomunista y antisemita y siguió con el franquismo hasta que los guerrilleros
de Cristo Rey lo hicieron su ideólogo: Mauricio Carlavilla, alias Mauricio
Karl.
Ese discurso político del bien de España es rancio y está
manido, y sobre todo aburre porque no es más que una cortina de humo para
ocultar ambiciones personales y alguna tara «lombrosiana» porque si no, no se
entiende.
No es cierto que quien no está con ellos está contra sus
compatriotas, no; decirle “No” es estar contra él porque ha demostrado su
incapacidad manifiesta de gobernar como no sea desde el autoritarismo y la
mentira como método y la defensa únicamente de intereses de clase. Otro país es
posible y otra forma de convivencia y también de gobernar con la misma ciudadanía.
Recurrir ahora a la defensa de valores democráticos que han
demostrado no respetar –ejercicio de la ley Mordaza, arbitrariedades policiales
y judiciales incesantes– es cinismo malicioso, revela intención dolosa de
engañar, pero a eso ya estamos acostumbrados. Hablar en esos términos es estar
convencido de que nadie le va a reprochar falta de respeto a la ciudadanía, en
cuyo nombre total decía hablar o estar convencido de estar dirigiéndose a
débiles mentales.
Habló Rajoy largo y tendido de la creación de empleo y la
reducción del paro, falseando para
variar los datos que de manera machacona salen a la luz detrás de las consignas
oficiales, de forma que no le quedó más remedio que admitir de pasada pero de
forma expresa que el empleo creado carece de estabilidad y calidad, que es una
forma de decir que se está creando empleo basura. Ay, los lapsus de Rajoy, como
cuando después de hablar de la violencia de género, se refirió a «la violencia
doméstica», algo que a mi modo de ver revela en qué piensa en realidad. Y así
con todo. No se trata de buscarle tres pies al gato, porque no hay gato que
valga, hay muñeco de ventrílocuo que habla solo.
No se puede echar mano de la defensa de la soberanía
nacional cuando se está haciendo dejación continua de la misma y se amenaza con
seguir haciéndolo con una referencia al vuelo, como quien no quiere la cosa, al
TTIP.
Lo que no se puede negar es que fuera pródigo en
afirmaciones asombrosas, como la consolidación de un Estado del Bienestar que
«está entre los mejores del mundo». ¿Pero cómo se puede decir eso después de lo
perpetrado contra los servicios públicos en los últimos años? ¿Desfachatez? No,
inmoralidad arraigada tras cuatro años largos de gobierno en beneficio de una
casta y una clase social que ayer le aplaudía. ¿España un país puntero de
Europa? ¿Entonces cómo explica que los gobernantes de otros países le den la espalda
un día sí y otro también de manera ostentórea? Los votos no otorgan
credibilidad.
Apocalíptico y arrebatado Rajoy, mediocre sobre todo, que
para amedrentar a los votantes y a la ciudadanía en general amaga barruntos de
amenaza sobre el sistema de pensiones, sobre la educación y la sanidad ya
deterioradas por gente que estaba en la pasarela del Congreso exhibiendo sus
galas de personas adineradas, como el pánfilo del ministro de Educación o la
mema sonrisa satisfecha de Morenés cuando le alababan la defensa de los valores
que el partido en el Gobierno ha defendido con sus soldados y que no son otros
que la industria armamentística por él representada con eficacia…Será por todo
esto que uno de sus palmeros declaró que es tiempo de hombres de Estado y no de
niñatos, o sea tiempo de esa clase social. Sólo la desvergüenza pesebril te
puede llevar a afirmar tal cosa.
Nunca me había sentido tan ajeno a un discurso político, a
su banalidad y a las patrañas, como ayer. ¿Esperaba otra cosa? No, ni yo, ni
muchos de esos españoles a los que Rajoy se refería de manera machacona para
garantizar que solo él puede defenderles, protegerles, auparles. Antes de que
acabara de manera aburrida y roma su discurso podías estar seguro de que con un
gobierno como el que reclamaba para sí (que no proponía) el candidato ya
gastado por una legislatura de despropósitos, no nos espera más de lo mismo,
sino mucho peor.
(*) Miguel Sánchez-Ostiz es escritor y autor del blog Vivir
de buena gana. Su última obra publicada es El Botín (Pamiela, 2015).
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