El eje franco-alemán ¿existe?
03/09/2016
La Vanguardia.
Durante muchos años una Alemania que veía en Europa
la única posibilidad de recuperar su soberanía y una Francia que
temía dejarla sola formaron en común el gran eje de interés básico de la
Unión Europea. Eso ya no es así desde que Alemania superó aquel hándicap
con su reunificación nacional y comenzó a proyectar su soberanía sobre el
conjunto. Desde entonces, se disimula el divorcio que la crisis financiera del
2007-2008 certificó con toda claridad.
La canciller, Angela Merkel, y el presidente,
François Hollande, continuaron disimulando ese dato esencial en su
encuentro de ayer en Evian, dedicado a discutir sus últimas diferencias: sobre
el Brexit, cómo administrar la primera salida de un país del club vía un
referéndum que puede ser contagioso, especialmente en Francia, y qué hacer con
las negociaciones del polémico tratado comercial con Estados Unidos (TTIP por
sus siglas en inglés). No hubo mención a ninguno de los dos temas, en su
declaración final sin preguntas ante la prensa, más allá de la promesa de una
agenda “ambiciosa” para la cumbre de Bratislava del día próximo día 16 que
lidiará con el Brexit.
Disimular el divorcio resulta cada vez más difícil. La política
económica alemana perjudica a media Europa, porque es imposible generalizar el
excedente exportador de Berlín. La consecuencia es que por doquier asoma como
factor político lo que el desaparecido politólogo francés Franck Biancheri
anunció en 1998: los nietos de Pétain, Hitler, Mussolini, Horthy, Pilsudski y
otros protagonistas de la Europa parda de preguerra.
En la Europa del Sur las políticas de recortes que han
acompañado a la nacionalización de las pérdidas bancarias han acabado con el
sueño europeo en su primera e inocente versión: Europa ya se asocia a
perjuicios.
La integración de Europa del Este ha sido globalmente un
fracaso. El antiguo dominio soviético se ha convertido en algo muy parecido a
la periferia colonial subordinada del periodo de entreguerras.
Aún metida en los graves desórdenes ocasionados por la
quiebra financiera de hace ocho años, la Unión Europea “está dirigida por el
antiguo jefe de un paraíso fiscal (Jean-Claude Juncker); su banco central, por
un ex de la banca Goldman Sachs, responsable de la crisis financiera y del
camuflaje de las cuentas griegas (Mario Draghi), mientras sus 40.000
funcionarios cooperan con otros 40.000 miembros de grupos de presión del mundo
de los negocios”, resume la carta al director del lector de un medio de
comunicación parisino.
“Todo muestra que en la mayoría de los países europeos los
ciudadanos ya no aceptan ser gobernados por instancias no electas que funcionan
con toda opacidad”, señala en París el manifiesto de veinte intelectuales
eurocríticos que piden una reconstrucción europea en dirección a la democracia,
una economía viable y una independencia estratégica, en un momento en el que la
ausencia de esta ya tiene consecuencias con Rusia, cuyas sanciones tienen un
enorme coste para la economía europea.
¿Cómo gobernar esta crisis general y sin precedentes después
del Brexit? El mero disimulo del divorcio franco-alemán ya no alcanza para
nada. El referéndum británico “puede ser la ocasión para reorientar la
construcción europea articulando la democracia que vive en las naciones con una
democracia europea pendiente de construcción”, señala el mencionado manifiesto.
Nadie parece tener la receta para esa buena intención y el aparente eje
franco-alemán menos que nadie. François Hollande quiere que el Reino Unido se
vaya rápidamente; para el 2019 la ruptura debe estar consumada, dice. Angela
Merkel no tiene prisa. El francés quiere zanjar la kafkiana negociación del
TTIP; la alemana, no.
En el pasado, la influencia de Washington solucionó algunos
atascos. Hoy se constata la impotencia de ese factor: los británicos ignoraron
en junio el consejo de Obama contra el Brexit. La salida del Reino Unido priva
a Washington de su principal aliado y agente en Europa, y en lugar del TTIP lo
que asoma es algo parecido a una guerra comercial, una ambigua guerra
comercial. “Así se han abierto dos frentes al mismo tiempo, el caso Apple y el
TTIP”, explica un corresponsal alemán en Bruselas.
La reclamación de 13.000 millones de euros a Apple es lo más
serio que ha sucedido entre la UE y EE.UU. en este frente desde la bofetada que
supuso el millonario Dieselgate contra Volkswagen. La exigencia europea de que
Apple pague impuestos puede extenderse fácilmente a otras grandes empresas
estadounidenses como Starbucks, McDonald’s o Amazon, y “amenaza la inversión
extranjera, el clima de negocios en Europa y el espíritu de asociación
económica entre la UE y Estados Unidos”, advierte un portavoz del Departamento
del Tesoro en Washington.
Pero si lo de Volkswagen fue turbio (el fraude es
generalizado) lo de Apple no le va a la zaga: si muchas empresas
estadounidenses no pagan impuestos en Europa desde hace años es, entre otras
cosas, gracias a los paraísos fiscales de la UE, como Holanda, Irlanda o
Luxemburgo. La Comisión Europea y los mandatarios nacionales han consentido eso
siempre, y Jean-Claude Juncker, exministro de Finanzas y ex primer ministro de
un paraíso fiscal, tiene un gran protagonismo en ello. Como en el caso
Volkswagen, la pregunta para Apple es: ¿por qué ahora?
Boris Johnson: “Salimos de la UE pero no de Europa”
El ministro de Exteriores británico, Boris Johnson, aseguró
ayer en Bratislava: “Podemos estar saliendo de la UE pero no de Europa. El
Reino Unido, el Gobierno británico y la primera ministra, Theresa May, están
absolutamente comprometidos en la cooperación en política exterior, de
seguridad y defensa”.
y ver ..
Un puesto se salchichas paga más impuestos que una corporación
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