Soberanos o intervenidos
Por Rafael Cid
“Todos somos hijos del Diluvio Universal”
(Mircea Catarescu)
¡Eureka! Al fin un intelectual del régimen reconociendo
públicamente el fracaso de la
Transición y sus metástasis. Eso es lo que acaba de hacer
Santos Juliá en un artículo de opinión que lleva el teatral título de “Huelga
general de electores” (El País, 5/9/16)(1) Porque, sin de verdad pensar en las
consecuencias de sus actos, el historiador de cabecera del diario que preside
Juan Luis Cebrián acaba de proclamar la inanidad de origen de nuestra soberanía
popular, de la que “emanan todos los poderes del Estado” (Art.1 de la C.E.). Aunque para alcanzar
ese estado de lucidez mental haya necesitado echar mano del guirigay sobre la
investidura a la presidencia del gobierno. Gracias por venir.
Afirma Juliá que tenemos “un Parlamento carente de voz
propia, siempre bajo la férula del poder ejecutivo, y éste del poder
presidencial”. O sea, una democracia intervenida por la clase política y la
clase gubernamental. Mientras los electores, auténticos titulares de la cosa
pública, desaparecen del mapa político desde el momento en que introducen la
papeleta en la urna. Todo para el partido, nada sin el partido. Lástima que
Juliá se quede en la espuma de la actualidad sin remontarse a aquel tramposo
consenso del cambio para que lo principal siguiera igual, como el “gobierno del
cambio” que de nuevo sacan a la pista. El protocolario atado y bien atado al
que ahora PP y PSOE prometen alta fidelidad, a costa de negar cualquier posible
salida desde la izquierda y el derecho a decidir. ¡Vivan la caenas!
La
Transición no fue el paso de una dictadura a una democracia,
como tantos forofos, incluido el acreditado columnista de referencia, han
sostenido hasta la saciedad. Son dos conceptos incompatibles metafísicamente,
para los que no hay alquimista ni varita mágica que valga sin desnaturalizar
sus principios. Una aberración elevada al ridículo con la justificación
procedimental de que se hizo de “ley a ley”. Lastre cainita que aún impide,
entre otras muchas cosas, aplicar una decente ley de memoria histórica que
restablezca la verdad de los hechos. No hay puentes que crucen el abismo que
separa a un sistema criminal de otro que no utiliza a las gentes como escudos
humanos. Por eso el resultado fue un continuismo-turnismo vergonzante. El
gobierno del pueblo sin el pueblo.
Todo lo ocurrido desde las elecciones del pasado año
demuestra que tenemos una democracia supeditada a los aparatos de poder,
patentes y latentes. Gobierno en funciones por aquí y gobierno en funciones por
allá, pero el Parlamento, sede nominal de la soberanía, no está en funciones.
Entonces, ¿por qué no cumple el papel para el que fue constituido? ¿Acaso la
ciudadanía no merece que aquellos que fueron elegidos para representarla
cumplan su mandato? ¿A qué viene fiarlo todo a la investidura del presidente
cuando él y el gobierno son una simple emanación del Parlamento, que es quien
posee la potestad legislativa, mientras aquellos solo existen por delegación?
Tanta ofuscación solo puede explicarse por el empacho de poder de las cúpulas
de los partidos y por la escasa sensibilidad democrática de sus integrantes.
Con razón decía Lord Acton, en cita no abreviada: “el poder corrompe y el poder
absoluto corrompe absolutamente, por eso la mayoría de los políticos son malas
personas”.
Aunque igual que Santos Juliá se acaba de caer del guindo,
otros de su gremio persisten en hacernos comulgar con ruedas de molino. Como el
catedrático de Derecho Constitucional Jorge de Esteban, que desde la tribuna de
El Mundo no para de desbarrar, melonada tras melonada Para el que fuera
embajador ante el Vaticano por designación del gobierno socialista, el
Parlamento también está en funciones por “analogía con el gobierno” (sic).
Semejante bobada no solo alcanza publicidad en un rotativo de ámbito nacional
sino que además es utilizado por políticos, periodistas y gentes de peor vivir
como munición para sus chascarrillos en tertulias y teledebates. Un insulto en
toda regla para los millones de ciudadanos, votantes o no votantes, que pagan
(¿religiosamente?) la factura de las elecciones. Partida presupuestaria que, de
producirse unos terceros comicios, rondaría los 150 millones de euros, unos
25.000 millones de las antiguas pesetas para financiar “la fiesta de la
democracia”. Aunque mejor sería decir “la siesta de la democracia”.
Con ese panorama parece una provocación que el Parlamento ya
constituido siga los pasos del Gobierno de guardia, y se mantenga en la
práctica “fuera de juego”. Sobre todo por parte del bloque de la oposición al
PP, que podría trabajar en común para proponer leyes aperturistas que pongan en
evidencia la nula voluntad regeneradora de los conservadores (más allá de
acordar cambiar la fecha del 25-D) y su política del candado. No importa que
luego se estrellen con el veto en el Senado, donde el Partido Popular tiene
mayoría absoluta. Serviría para relanzar la iniciativa política al Parlamento y
demostrar la falsedad del enroque sobre el exclusivo troquel de la investidura.
Pero esa es la ruptura de mínimos entre los de abajo y los de arriba que el
formato de la Transición
evitó tomando como modelo aquella “democracia orgánica” de las Cortes
franquistas.
Claro que puestos a liarla, lo mejor es cuando a nuestros
pensadores se les ocurren ideas. Como la de “échese a un lado señor Rajoy”,
ahora ampliada a su contrincante Sánchez por expreso deseo de un Grupo Prisa
cada día más irrelevante. ¡Qué magistral lección de democracia! Mal que nos
pese, ambos fueron elegidos por la militancia de sus partidos (el secretario general
del PSOE en un proceso de primarias) y luego ratificados en sendas elecciones
(Rajoy en dos ocasiones y en línea ascendente de votos), y que ahora, desde los
púlpitos del sistema, se inste a descabalgarlos porque a unos señores que nadie
ha elegido no les petan, es de aurora boreal. Entonces lo llamaron consenso,
hoy lo dicen “patriotismo constitucional”. La última vez que los poderes
fácticos colocaron la diana sobre la cabeza de un presidente, primero se cobró
su dimisión (Adolfo Suarez a punta de pistola) y luego llegó Tejero y sus
tricornios. Lógicamente, el pueblo español del 23-F, mucho más súbdito que
soberano, no movió un dedo para defender a un Congreso de los Diputados que
sentía como un cenáculo de notables ajeno a sus preocupaciones. La herencia
recibida.
Publicado en KAOSENLARED
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