Una ‘Patria’ amnésica.
La construcción de esta obra coral se mueve básicamente en
el plano privado de las emociones que sacuden a sus protagonistas. Y ahí no hay
debate ideológico
Paco Roda
Llegó la serie Patria y la vi por ver si me había perdido
algo. Y siento que la novela ha pasado por una UCI terapéutico-asistencial.
Pero es el mercado, amigo. Porque la serie ha reblandecido hasta el merengue lo
que la novela, hasta donde pudo, fue capaz tensionarnos. Y ese es el triunfo de
Patria, que ha conseguido tranquilizar muchas conciencias confirmando a los
malos, pero también a los buenos. Como una epopeya definitiva que nos explicara
todo. Sin fisuras.
Sin embargo, antes de Patria hubo vida. El conflicto vasco
ha sido una de las tradiciones de la literatura vasca: El eco de los disparos
de Edurne Portela , Los turistas desganados de Katixa Agirre, Como si todo
hubiera pasado de Iban Zaldúa, Twist de Harkaitz Cano, Ehun metro de Ramón
Saizarbitoria, El comensal de Gabriela Ybarra, Agua turbia de Aingeru Epaltza,
o El amigo armado de Raúl Zelik, son solo algunos ejemplos que no han logrado
eso que alguien ha denominado ”el rompehielos contra el trauma de ETA”. Pero
igual tampoco hacía falta.
Personalmente, ni el libro ni la serie me han hecho vibrar.
Y eso es lo grave. No porque uno esté corrompido por el escepticismo bastardo,
ni porque reniegue de la palpitación de cierto músculo, sino porque Aramburu
tira de emotividad para hacerte de los suyos. Como ocurre con la superstición
del antibiótico.
Porque en Patria todo transcurre por dirección obligatoria.
Y Aramburu te lleva a una calle cerrada en el que las víctimas de ETA te
atrapan en un universo emocional de muy difícil salida. Eso o dejas de leer. Y
ahí explotas. Como si se te abriera una costura melodramática en el alma. Porque
sí o sí solo puedes emocionarte con el dolor de las principales víctimas, las
de ETA. Con las otras también, sí, pero por obligación del guion.
Porque la construcción de esta obra coral se mueve
básicamente en el plano privado de las emociones que sacuden a sus
protagonistas. Y ahí no hay debate ideológico. Como si ellos y ellas se
enfrentaran a su infinita negrura y
descomposición en una sociedad que les ha robado la tensión pública y política.
Como si esas violencias que hemos vivido no tuvieran espacio de reflexión en
Patria. Porque en esa Patria de Aramburu nadie indaga la razón última de sus
actuaciones. Y como ya dijera Ramón Zallo: “Se cierra el círculo narrativo de
la novela con la figura del arrepentimiento (y la ambigüedad sobre el perdón) simbolizado
en las consecuencias de la violencia y en la vida fracasada de Joxe Mari (el
militante de ETA). La cárcel cumple su función redentora-destructora personal y
su objetivo político de vencedores y vencidos. Michel Foucault lo tenía claro”.
Aramburu circunvala así el conflicto. Quizás respondiéndose
a sí mismo.
Y no digo que lo privado no interese resolverlo. Faltaría
más. Pero la trascendencia pública de la reparación y reconciliación ha de ser
socialmente prioritaria. Para construir un relato compartido. Porque no vale
pasar página desde lo privado sin politizar el gesto. También.
Desde 1977 la sociedad vasca, compleja que no acomplejada,
se movilizó a un lado y otro de ETA. Euskadi no fue un pesebre silencioso
Por otro lado, Aramburu presenta a la gente de ETA y el entorno abertzale de manera simplista, como deficientes, o con alguna tara psicológica, como si la inteligencia y la intelligentsia nunca hubiera estado cerca de ETA. Y no es verdad. Los principios de ETA estuvieron absolutamente intelectualizados: Txillardegi, Federico Krutwig, Emilio López Adán, Beltza, Joxe Azurmendi e incluso Oteiza diseñó una página de la revista Zutik. Aramburu casi caricaturiza y ridiculiza a los perpetradores y sus seguidores. Y ojo, con esto no pretendo justificar a ETA. Trato de explicar algo que falta en Patria. Algo que debería ir más allá de un relato literario. Porque tanto en literatura, como en el cine, la cosa va de eso. De sentir que no necesitas ni brújula, ni mapas ni puntos cardinales para estrellarte contra la realidad. Y en este sentido, Aramburu crea una Patria amnésica. Algo más evidente en la serie televisiva.
Porque Euskadi parece un territorio arrasado por la uniformidad, la inmovilización y acobardamiento de sus gentes. Como si Euskadi durante tiempos hubiera sido una dirección prohibida. Y no. Desde 1977 la sociedad vasca, compleja que no acomplejada, se movilizó a un lado y otro de ETA. Euskadi no fue un pesebre silencioso. Las luchas contra Lemoiz, la movilización de Lurraldea contra la autovía A15, el esfuerzo de Elkarri por su mediación en el conflicto o Gesto por la Paz, activo durante años, marcaron un tiempo tenso y de alta socialización. Otra cuestión es cómo se gestionó todo ese conglomerado y los cortocircuitos que generó. Asimismo parte del PNV y el socialismo guipuzcoano, especialmente, se movilizaron contra ETA. Así que no hubo cobardía comunitaria como muestra Patria.
Paco Roda es trabajador social e historiador.
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