Reseña de "Las almas del pueblo negro"
W. E. B. Du Bois en la lucha del pueblo negro contra el
capitalismo racial
Por Alejandro Pedregal, Ramón Pedregal Casanova
Fuentes: Rebelión
A lo largo de su extensa vida, W. E. B. Du Bois (1868-1963)
acompañó y actuó en diferentes etapas clave para el desarrollo del movimiento
negro antirracista, anticolonial y antiimperialista de Estados Unidos. El
comprometido humanismo de Du Bois se radicalizó con el paso de los años, hasta
abrazar el materialismo histórico al final de su vida, pero desde el principio
estuvo latente en él una crítica sin titubeos al capitalismo, al que observaba
como piedra angular de la particular forma racista que adoptaba en Estados
Unidos. A esa etapa temprana pertenece su libro Las almas del pueblo negro,
publicado ahora en castellano por Capitán Swing con traducción de Héctor Arnau,
una obra ineludible para comprender la crudeza del capitalismo racial estadounidense,
que Du Bois conoció bien en su experiencia vital.
Sociólogo, historiador y activista, Du Bois tuvo un origen
relativamente acomodado, considerando las condiciones propias de su pertenencia
racial a finales del siglo XIX. Además, fue el primer afroamericano en obtener
un doctorado por la Universidad de Harvard, después de lo cual desarrolló una
fructífera vida académica, actividad que compaginó con un compromiso firme en
favor de la lucha antirracista. Como parte de ésta, pronto se posicionó como
voz destacada contra el líder de las posiciones apaciguadoras y sumisas en el
movimiento negro, Booker T. Washington, a cuya controversia dedica dos de los
capítulos integrados en Las almas del pueblo negro.
El libro recoge catorce ensayos, algunos de los cuales
habían sido publicados previamente en la revista The Atlantic Monthly. De forma
significativa, Du Bois abre cada uno de los capítulos con dos epígrafes: uno
perteneciente a un poeta blanco y otro a un espiritual negro. Con esta
apertura, trataba de disputar desde el principio el racismo intrínseco a la
jerarquía con que tradicionalmente se asumía la producción cultural de las
distintas razas, al tiempo que cuestionaba la asociación de esta distinción a
concepciones de “alta” y “baja” cultura. Du Bois exponía así un aspecto crítico
que recorrerá toda su obra, algo que le dará la trascendencia que hoy se le
reconoce: la compleja relación que subyace entre los conflictos de raza y de
clase.
Una de las grandes contribuciones a la teoría crítica racial
de Las almas del pueblo negro aparece ya en su primer capítulo, donde se
subraya la noción de “doble conciencia”; idea que será también desarrollada en
obras tan relevantes para el pensamiento antirracista y anticolonial como los
clásicos Piel negra, máscaras blancas de Frantz Fanon o Atlántico negro:
Modernidad y doble conciencia de Paul Gilroy, ambos disponibles en castellano
en Ediciones Akal. Por “doble conciencia”, y en parte de modo autorrefleivo, Du
Bois se refiere a la experiencia post-esclavista de los afroamericanos en
Estados Unidos, que empujaba al pueblo negro a ser consciente de sí mismo, al
tiempo que debía serlo de cómo era observado en un ámbito de opresión
perpetuada. La brutalidad del contexto situaba al pueblo negro en una encrucijada
entre su herencia africana y la dominación europea.
Pero más allá de la riqueza de sus reflexiones, Las almas
del pueblo negro destaca por su carácter etnográfico, ya que en él Du Bois
recoge las experiencias de lucha que conoció en sus viajes a través del
territorio estadounidense, conviviendo con su pueblo, segregado y pauperizado
por el color de su piel. De este modo, por ejemplo, se detiene en la
significación que tuvo para éste el periodo que va de 1861 a 1872 y la creación
de la Oficina de los Libertos, así como la etapa posterior a la Proclamación de
Emancipación emitida por Abraham Lincoln en el Año Nuevo de 1863, con la que se
abolió la esclavitud en el Sur en plena Guerra Civil. Du Bois señala, con
afilada capacidad de análisis, tanto la continuidad de los obstáculos como la
necesidad de continuar con algunos de los avances iniciados. Entre sus apuntes
históricos sobre el sufrimiento negro, destaca la narración de cómo los
esclavos liberados debieron alistarse en el ejército durante la guerra para
poder comer, y cómo lo hicieron en tal cantidad que los propios generales,
viéndose incapaces de manejar la situación, acabaron empleándolos como carne de
cañón en el campo de batalla. Si en algún momento se pensó que aquello sería
tan sólo un problema coyuntural, muy pronto se vio que la situación adquirió
unas dimensiones que no se sabían o no se querían manejar.
Así, Du Bois continúa relatándonos cómo el trabajo que se
había anunciado para el pueblo negro liberado después de la guerra, en el
periodo de la reconstrucción, acabó siendo irregular y a disposición de los
intereses de las élites blancas, lo que llevó al muy frecuente impago de
salarios. En muchos casos además, a la extrema precarización y
superexplotación, se unía la falta de toda formación económica y educativa de
un pueblo post-esclavizado, sometido a siglos de dominación y alienado de todo
nivel formativo, lo que afectaba a la escasa capacidad de planificación y
prevención en multitud de ellos.
Du Bois muestra en su recorrido cómo bajo esas condiciones
también se fueron entregando campos agrícolas y fincas confiscadas, se
aprobaron leyes en 1863 y 1864 sobre tierras abandonadas para arrendarlas por
periodos de apenas un año, en busca de algún relajo social. La situación se
consideró institucionalmente parte de la “problemática de los negros”. Y del
mismo modo, el autor nos muestra cómo a los militares aquellos mínimos avances
les parecerían excesivos, por lo que en agosto de 1864 tomaron el control de la
situación. Las tensiones provocarían una disputa constante, cargada de crudeza,
entre la presión por los avances sociales y las exigencias de las élites.
Bajo estas duras condiciones históricas Du Bois se pregunta
cómo es posible confeccionar mejoras sociales en una situación de desastre económico,
ante un cambio que no llegaba a los más necesitados. Y es ahí, en su polémica
con Booker T. Washington, donde Du Bois ubica la cuestión central de la
educación. En sus palabras, “la oposición a la educación del negro en el Sur
fue encarnizada al principio, materializándose en edificios calcinados,
cenizas, insultos y derramamiento de sangre, ya que el Sur creía que un negro
educado era un negro peligroso”. De esta forma, en la relación entre educación
y conciencia Du Bois encuentra el punto exacto sobre el que volverá a lo largo
de Las almas del pueblo negro, para señalar en él la aguja que debería guiar la
esperanza emancipadora de su pueblo.
Así, de múltiples formas, haciendo uso incluso de algún
recurso de ficción, Du Bois se detiene con pasión crítica en las muy diversas
maneras que han hecho desaparecer la autoestima del pueblo negro, en los mitos
y fabricaciones racistas que lo habían predispuesto a aceptar su subordinación,
su condición social de servicio al blanco. “El problema del siglo XX es el
problema de la línea de color”, indica Du Bois a este respecto, alertando ya
desde ese momento temprano del siglo XX sobre la necesidad para todo proyecto
emancipador de trascender todo conflicto entre razas (“más claras” y “más
oscuras”) que separe a la humanidad a lo largo y ancho del mundo. La
fragmentación de la conciencia negra participa de un modo de colonización
mental —a la que Malcolm X llamará “la mentalidad del esclavo” años más tarde—
que somete a buena parte del pueblo negro a un estado de sumisión; una sumisión
de tal grado que pareciera a veces imposible de trascender, señala Du Bois. Y
es ahí donde reconoce el mayor impedimento para la verdadera liberación de su
pueblo.
A partir de su propia experiencia, si bien privilegiada en
relación con la mayoría de su gente, Du Bois procura mostrar en diferentes
partes de Las almas del pueblo negro la importancia de reconocer las
características del mundo en que vive su pueblo, como condición imprescindible
para organizar la lucha por la emancipación ansiada, trascendiendo toda
conjetura genético-racista. Para Du Bois, la capacidad de superación histórica
del negro ante las dificultades señala al ánimo y disposición del colectivo
para la lucha, como principal herramienta de su pueblo frente a la dominación
blanca. Las debilidades, desconocimiento, dejadez, vagancia, todos y cada uno
de los mitos sesgados y segregados sobre los que las élites blancas habían
construido la identidad del pueblo negro, pesaban enormemente en la conciencia
del negro. Era, por tanto, lo primero de lo que debía desprenderse para avanzar
hacia su liberación; una liberación que sería también parte de la liberación de
toda la humanidad. Porque como dijo Dioniso Yupanqui ante las Cortes de Cádiz,
en el discurso que inspiró al del propio Marx ante la I Internacional, “un
pueblo que oprime a otro no puede ser libre”.
Es por este motivo que, si bien aún cargado del idealismo
propio de la obra temprana de Du Bois, Las almas del pueblo negro subraya
repetidamente la importancia para el pueblo negro de acceder a medios
educativos y culturales esenciales para su liberación. Esta posición en su
momento resultó fundamental para hacer frente a los postulados condescendientes
dominantes, como eran los de Booker T. Washington, quien insistía en la
necesidad de integrar al pueblo negro por medio de la formación meramente
técnica, que respondiera a las demandas de las élites capitalistas blancas.
Como gran humanista, Du Bois ve en la educación integral la esperanza de alejar
al pueblo negro de las mezquindades a las que históricamente le había empujado
la segregación. La necesidad de crear centros de enseñanza y universidades
propias, entre otras instituciones, que diesen fundamento a los propósitos de
liberación, aparece como un aspecto central en la obra, como muestra Du Bois
cuando expresa:
“Enseñar a los pensadores a pensar —un conocimiento
necesario en una época de lógica vaga y negligente—; y quienes tengan un
destino más difícil han de tener una educación aún más cuidada para pensar
acertadamente. (…) Y el producto final de nuestra educación no ha de ser un
psicólogo o un albañil, sino un hombre. Y para hacer hombres, debemos tener
ideales, objetivos de vida ambiciosos, puros y edificantes; no la sórdida
obtención de dinero, ni las manzanas de oro. El trabajador tiene que trabajar
por la gloria de su labor manual, no solo por la paga; el pensador tiene que
pensar a favor de la verdad, no por la fama. Y todo esto solo se logra mediante
la lucha y el anhelo humanos, la enseñanza y la educación incesante, al
fundamentar la razón en la honradez y la verdad en la búsqueda libre, sin
impedimentos, de la verdad, al fundamentar la escuela pública gratuita en la
universidad, y la escuela taller en la escuela pública gratuita, y tejer así un
sistema, no una distorsión, y producir un nacimiento, no un aborto”.
Du Bois recoge también en Las almas del pueblo negro algunas
de las vivencias que experimentó viajando en el “tren segregado”, con el que
recorrió buena parte del territorio estadounidense. En aquellos eran vagones
para negros, en los que se viajaba en las peores condiciones posibles, Du Bois
supo de hermanos a los que llevaban encadenados, de la vida desgraciada de su
pueblo, de las enfermedades y el hambre que les acosaba, expresiones de la violencia
estructural a la que veían abocadas sus vidas. Y así lo plasma cuando escribe
sobre “un hombre pardo, harapiento, de rostro grave: Esta tierra era un pequeño
infierno. He visto negros caerse muertos en el surco, se les echaba a un lado
de un puntapié. El arado nunca se detenía. Y en el pabellón para castigados
corría la sangre a borbotones”.
Du Bois veía cómo el Sur blanco se servía del racismo como
trinchera desde la que legislar con severidad contra el pueblo negro, como fue
con las leyes Jim Crow de segregación, que se extendieron por casi un siglo,
más allá de su propia vida. Éste era el marco que perpetuaba la subordinación
de los afroamericanos, el dominio del blanco sobre el negro, hasta el punto de
pauperizar sus condiciones de trabajo y el acceso a éste hasta el extremo,
empujando a muchos a resignarse y volver a aceptar diversas formas de
esclavitud, aunque ahora fuese ilegal. Así, Du Bois contempla esta situación
ruinosa y se hace eco de las persecuciones, linchamientos y ahorcamientos que
sufre su pueblo constantemente, especialmente en el Sur. Y frente a ello, se
detiene en el contraejemplo maravilloso que representa para la historia el
control y desarme del comercio de esclavos en Haití, tras el primer
levantamiento triunfante de éstos —episodio vibrante que más tarde narraría con
brillantez C. L. R. James, en su siempre necesario Los jacobinos negros:
Toussaint L´Ouverture y la Revolución de Haití—. Pero además, en una
contribución significativa sobre la complejidad y la dimensión que implica la
sumisión de su pueblo, Du Bois señala con agudeza a la tendencia expansiva e
inevitable del capitalismo hacia el imperialismo, donde todos los seres humanos
son cosificados como instrumentos y recursos mercantiles al servicio del
monopolio, utilizados en base a los dividendos que la explotación de sus vidas
pueda dejar en caja.
La voz de Du Bois se alza en las páginas de Las almas del
pueblo negro como la de una lucha colectiva que nunca se rinde, como aún hoy no
deja de mostrarnos el movimiento negro en las calles de Estados Unidos. Se
trata de una lucha que nos enseña cómo, entre aquella vida cenagosa, crecía la
esperanza y se luchaba por ella. En la palabra de Du Bois está la voz de
multitudes, llamando a la vida y a su emancipación, de madres a hijos y de
padres a hijas, de generación en generación. Es la vida en resistencia que el
propio Du Bois observó y experimentó a lo largo de su travesía. Y al acabar su
narración, el autor nos interpela sin tapujos:
“Oh, Dios lector, escucha mi grito; no permitas que este
libro mío caiga en lo estéril del desierto de este mundo. Qué le broten, gentil
lector, de sus hojas pensamientos vigorosos y acciones sensatas para recoger la
maravillosa cosecha. (Que los oídos de un pueblo culpable tiemblen con la
verdad y setenta millones de hombres anhelen la justicia que exalta a las
naciones, en este triste día en que la hermandad humana no es más que una burla
y una trampa). Siendo así, que cuando te parezca bien la razón infinita despeje
la maraña y estas marcas torcidas en la frágil hoja no sean en realidad EL
FIN”.
Así pues, Las almas del pueblo negro nos da la ocasión de
conocer las raíces del territorio por el que aún hoy se extienden las más
crueles formas de racismo. Se trata de un libro esencial para descubrir cómo se
expresa ese pasado trágico en la farsa actual, así como para entender qué
podemos esperar del capitalismo racial y sus formas de dominación colonial e
imperial al que Du Bois se enfrentó hasta el final de sus días.
Foto de Du bois con familia , el primero a la derecha
Du Bois entonces. Du Bois hoy.
Las almas del pueblo negro resulta una obra clave para
entender la evolución indivisible que se desarrollaría entre Du Bois y el
movimiento antirracista en Estados Unidos. Poco después de publicarlo, Du Bois
se implicaría de manera cada vez más decidida en la lucha por los derechos
civiles, primero a través del Movimiento del Niágara en 1905, para después
convertirse en el único fundador afroamericano de la Asociación Nacional para
el Progreso de las Personas de Color (NAACP, por sus siglas en inglés) en 1909.
Dentro de esta organización, Du Bois editó su revista mensual, The Crisis,
tribuna desde la que intervino sobre los temas centrales del movimiento y
pensamiento antirracista, en una evolución no exenta de las contradicciones y
controversias propias tanto de su condición social como de la subalternidad del
movimiento. A través de este medio, Du Bois mostraría, con el desarrollo de su
prosa, su apertura y profunda capacidad crítica, resultado del diálogo orgánico
y su compromiso activo.
De este modo, por medio de la relación entre su actividad
militante y su trabajo teórico en contra de toda discriminación racial, y ante
los múltiples linchamientos que experimentaba el pueblo negro y la segregación
que perpetuaban las leyes Jim Crow, Du Bois acabó convirtiéndose en una figura
pionera del panafricanismo y en favor de la descolonización de África. Con el
paso de los años, y especialmente después de viajar a la URSS a finales de los
años 20, creció su interés por la obra de Marx y Lenin y comenzó a vislumbrar
en el socialismo un camino para la igualdad racial; igualdad que entendía cada
vez más intrínsecamente ligada al fin de la explotación proletaria.
Con una extensa obra ya publicada a sus espaldas, incluida
la que algunos consideran su obra maestra, Black Reconstruction in America
(1935), Du Bois formaría parte de la delegación de la NAACP en el Congreso de
San Francisco de 1945, a partir del cual se fundaría la ONU. En él, dio voz a
la propuesta por la igualdad racial y contra el colonialismo, que tan sólo
recibiría el apoyo de la URSS, China e India. Y fue así como, a pesar de haber
apoyado la intervención estadounidense en la Primera Guerra Mundial, Du Bois
evolucionaría hacia posiciones pacifistas, hasta involucrarse desde el
principio en el movimiento contra la fabricación y uso de armas nucleares.
Como no podía ser de otra manera, su actividad y compromiso
hizo a que el FBI le comenzara a espiar en 1942. Y ante el creciente macartismo
de postguerra, el acercamiento de Du Bois a figuras y organizaciones comunistas
llevaría a la NAACP a tomar distancias de él. Así, al convertirse en presidente
del Centro de Información de Paz (PIC, por sus siglas en inglés), creado con el
objetivo de promover la prohibición de armas nucleares, sufriría la persecución
definitiva del anticomunismo reinante, siendo juzgado en 1951 por su actividad
pacifista. La decepcionante falta de apoyo de la NAACP, le llevó a alejarse
paulatinamente de esta organización, mientras el calor que recibió de
organizaciones obreras, junto a la expansión asfixiante del macartismo,
acabaría por decidirle a afiliarse al Partido Comunista años más tarde.
Sin embargo, a pesar de haber sido condenado en el juicio de
1951, ya nunca dejaría de sufrir la persecución del gobierno estadounidense,
fuera del color que fuera, hasta el final de su vida. De este modo, al serle
confiscado el pasaporte después del juicio, no pudo participar en la histórica
Conferencia de Bandung en Indonesia de 1955, acto fundacional del proyecto del
Tercer Mundo. Para cuando recuperó su pasaporte, viajó a África en 1960,
primero para la creación de la República de Ghana y después para la toma de
posesión del primer Presidente de la Nigeria independiente, Nnamdi Azikiwe. Un
año más tarde, Du Bois trasladó su residencia a Ghana para hacerse cargo del
proyecto de la Encyclopedia Africana. Sin embargo, cuando un par de años más
tarde su salud comenzó a deteriorarse debido a su avanzada edad, Estados Unidos
le denegó la renovación de su pasaporte, en una última expresión del racismo
vengativo que gobernaba su país natal. Du Bois adoptaría la ciudadanía ghanesa
en respuesta, para morir pocos meses más tarde, a los 95 años.
Una semana después de su fallecimiento, en la Marcha sobre
Washington liderada por Martin Luther King, se pediría un minuto de silencio en
su memoria. La Ley de Derechos Civiles que un año más tarde alumbró aquella
movilización masiva, se hizo eco al fin de algunas de las reivindicaciones por
las que Du Bois dio su vida. Pero como las calles aún hoy claman en lucha, con
las leyes no es suficiente. Y de eso también dio cuenta Du Bois en su vida.
Con la publicación de Las almas del pueblo negro en
castellano, nuestro estudio del capitalismo racial estadounidense comienza a
saldar algunas importantes cuentas pendientes. Se trata de una lectura
imprescindible para alimentar nuestro conocimiento crítico del racismo y del
colonialismo que aún domina la práctica y los imaginarios políticos, sociales y
culturales en Estados Unidos. Pero además, la significación del libro de Du
Bois es de tal vigencia que hoy continúa inspirando la actividad teórica y
militante más combativa, no sólo de aquellos colectivos al frente de la lucha
contra esas plagas que perpetúan la segregación racial humana, sino también de
todos aquellos entregados a repensar los vínculos de esas luchas con las de
otras trincheras abiertas en favor de toda forma de emancipación. Ante la
compleja interrelación de crisis que acumula actualmente la humanidad, la
lectura de Du Bois hoy nos permite volver a explorar sus temáticas centrales
desde una perspectiva amplia, interseccional, totalizadora. Una perspectiva que
abarca, más allá de la raza, también cuestiones fundamentales para las batallas
de clase y género, así como por la justicia medioambiental y contra el
imperialismo; luchas todas ellas esenciales para combatir el proyecto del
capitalismo racial global contra el que Du Bois escribió y vivió.
Alejandro Pedregal es escritor, cineasta y profesor en la
Universidad Aalto, Finlandia. Su libro más reciente es Evelia: testimonio de
Guerrero (Akal/Foca, 2019). Contacto: @AlejoPedregal
Ramón Pedregal Casanova es autor de los libros: Gaza 51
días; Palestina. Crónicas de vida y Resistencia; Dietario de Crisis; Belver Yin
en la perspectiva de género y Jesús Ferrero; y Siete novelas de la Memoria
Histórica. Posfacios. Presidente de la Asociación Europea de Cooperación
Internacional y Estudios Sociales (AMANE), miembro de la Comisión Europea de
Apoyo a los Prisioneros Palestinos y del Frente Antiimperialista
Internacionalista (FAI).
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