DAVID TORRES
Las Fuerzas Aéreas tienen mala prensa en España, además de
mala suerte. Salen en las noticias únicamente para cagarla, cuando un grupo de
generales jubilados monta un videojuego de fusilar millones de españoles o cuando
un paracaidista se empotra contra una farola en un desfile de las Fuerzas
Armadas. Casi mejor la farola, porque repasar los mensajes del chat de amigos
del tiro en la nuca destapado por InfoLibre y el tono desenfadado con que
discutían alegremente el fusilamiento de 26 millones de compatriotas es como
leer los pensamientos de una banda de macacos del zoo despiojándose unos a
otros, cada chillido más fuerte que el otro (¡Uuuh!, ¡Uuuuuh!, ¡Uuuuuuh!) salvo
que los macacos suelen mostrar más respeto por la vida de sus semejantes y se
condecoran con plátanos en lugar de medallas. Más que Fuerzas Aéreas parecían
Fuerzas Arborícolas y la cosa derivó más aun hacia el planeta de los simios
cuando, saludando efusivamente al grupo, en el chat apareció Abascal, que no
hace mucho fue a Gibraltar a plantar una bandera y quitarle el trabajo a los
monos.
En España, en general, se fusila poco, muy poco. El paredón
es una de esas tradiciones perdidas españolas, como quemar herejes o arrancar
cabezas de pollos a mala leche, aunque todavía hay pueblos donde, por no perder
la costumbre, se arrancan cabezas de pollo estilo sacacorchos y todavía hay
generales que se excitan mucho imaginando fusilamientos a cascoporro. En el
primer tomo de sus Memorias no autorizadas, La cruda y tierna verdad,
Vilallonga cuenta que no tenía aún 16 años cuando, en plena guerra civil, su
padre le puso a las órdenes de un amigo, el coronel Joaquín Gual, para que se
fuese acostumbrando al ruido de los disparos y terminara de hacerse un hombre a
base de fusilar prisioneros en Mondragón. Al principio el chaval vomitaba y le
temblaban las manos, pero uno se acostumbra a todo después de dos semanas de
apiolar vascos y vascas, ya que el coronel, un exquisito homosexual mallorquín,
no hacía distinciones de género en los cadáveres.
En otros países a los generales les da por fusilar vecinos o
enemigos, quienes en estos casos suelen resultar sinónimos: desde siempre la
población limítrofe ha sido muy fusilable o muy fusible (no sé, tendría que
preguntar a un académico cuál es el término correcto, aunque yo creo que lo
correcto es no fusilar a nadie). En España, en cambio, los generales son más de
fusilar españoles, quizá por lo de que el roce hace el cariño, y tienen la
virtud de distinguir al primer golpe de vista entre españoles de bien y
españoles de mal, "los 26 millones de hijos de puta" de los que dice
el general arborícola Francisco Beca que no va a haber más remedio que darnos
matarile. "Hijos de puta" debe de ser el término técnico con el que
se nos conoce en las academias militares a los españoles de mal, aunque aquí
también habría que preguntar a un académico.
De momento, los generales arborícolas no han dado un golpe
de estado ni han fusilado a nadie, sólo han escrito una carta al rey Felipe VI
proponiendo lo primero y han hablado de lo segundo en un grupo de guasáp para
aficionados a la petanca militar, una especie de herriko taberna virtual con
muchas medallas, viseras y uniformes. Un grupo de guasáp, lo mismo que una
disputa en facebook o un linchamiento en twitter, es, en efecto, una taberna
mugrienta donde no sólo se oyen los pensamientos de los parroquianos sino que
luego se quedan grabados en la pizarra, junto a la lista de las tapas; una
especie de novela coral en marcha donde se transcriben literalmente los
monólogos interiores de un montón de fanfarrones y borrachos mientras van
expectorando sus flemas mentales. Lo que hubiera disfrutado Joyce prestándole a
Leopold Bloom un teléfono móvil y un uniforme de general del ejército español
en la reserva.
Muchos han comparado esta inocente afición de unos cuantos
generales por planear el fusilamiento de 26 millones de españoles con los
crímenes de esos raperos que desean la muerte a un guardia civil o de esos
humoristas que hacen bromas macabras con el jefe del estado. A ver si nos
enteramos que los militares ni hacen chistes ni hacen música: hacen la guerra,
cuando les dejan, y la Pascua Militar, una vez al año. En 1987 Jaime de Armiñán
retrató lo que viene a ser una turba de altos mandos de edad provecta en Mi
general, una cinta hilarante donde unos generales empiezan por asistir a un
cursillo de armas NBQ para ponerse al día y terminan por incorporar un aula de
colegio con sus riñas, motes, sabelotodos y chivatos.
Gracias a un chivato, precisamente, nos hemos enterado de
que en España un montón de generales arborícolas sueñan con fusilarnos a 26
millones por el bien de la patria. En esto, el general no resulta muy distinto
de algunos españoles, por ejemplo, yo mismo, que fusilo cada día en mi imaginación
a doce o trece personas, entre camareros, panaderos y editores, aunque
últimamente, con esto del estado de alarma, he bajado significativamente la
cuota. Es probable que esta tendencia me venga de familia, de un abuelo mío del
que hablé en Breve historia de España, el poema que abre mi libro, Horizonte de
sucesos, y que les pongo a continuación por el mismo precio:
https://blogs.publico.es/davidtorres/2020/12/03/los-generales-que-fusilaban-poco/
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