Privatizaciones: como si no hubiera un mañana (I)
El Estado empezó a desprenderse hace 30 años de sus bancos y
de sus empresas de energía, telecomunicaciones y transportes. Los gobiernos de
González iniciaron el proceso, que tuvo su auge con Aznar y ha culminado en las
legislaturas de Zapatero y Rajoy.
ANA TUDELA
“Este Gobierno no cree en las privatizaciones”. Mandíbula al
suelo. Mirada alrededor. Sí, es la planta 17 de Torre Espacio y el que habla es
Josep Piqué, ministro de Industria en la época más desaforada de venta de
empresas públicas que ha conocido España, la del primer Gobierno Aznar
(1996-2000); coautor del mapa que convirtió en poco más de tres años de
“inmediatamente privatizables” en privatizadas las llamadas joyas de la abuela
y hoy consejero delegado de OHL. [Abandonó OHL en junio de 2016 y entró en el
de Seat en enero de 2017]. El Gobierno que ocupa actualmente el palacio de La
Moncloa es del mismo partido que entonces pero, comenta Piqué: “No tengo claro que sea del mismo signo
político”. La operación de venta del 49% de Aena cerrada recientemente, la
primera venta de una gran empresa pública desde los tiempos de Aznar, le sabe a
poco. “Eso no es una privatización, es lo que los franceses llaman abrir el
capital. El Estado sigue siendo dueño del 51%”, argumenta. Nada que ver con su
etapa en el primer Gobierno de Aznar. ¿Qué ocurrió entonces?
Año 1996. El Partido Popular llega al poder y se encuentra
la puerta abierta. Los gobiernos socialistas de Felipe González se han
encargado de abrir el melón de la venta al capital privado de participaciones
en grandes empresas públicas, no solo en pérdidas como Seat, vendida al grupo
Volkswagen, sino también algunas de las que, lejos de suponer un lastre para el
Estado, daban altos beneficios. Por aquello de la crítica mutua (el
bipartidismo se ha creído siempre eterno), los populares dirán que aquellas
ventas socialistas por partes no tenían más sentido que hacer caja. La realidad
es que, cuando llega el PP al Gobierno, de Telefónica queda ya solo un 21% en
poder del Estado; de Argentaria, un 28,1%; de Repsol, un 10%; de Gas Natural (a
quien se le vendió la pública Enagás creando un monopolio gasístico de facto),
un 3,8%... Sigue siendo mayoritario el capital público en Tabacalera (52,4%) y
sobre todo en la pieza más valiosa del joyero: Endesa, en la que el Estado
mantenía el 67% del capital.
CON EL CAMINO DESBROZADO, EL PP ACOMETE LAS PRIVATIZACIONES
DEFINITIVAS COMO QUIEN SE ARRANCA UN DIENTE CON UNA CUERDA ATADA A UN PICAPORTE
Con el camino desbrozado, el PP acomete las privatizaciones
definitivas como quien se arranca un diente con una cuerda atada a un
picaporte. Rápido. De raíz. Sin vuelta atrás. No lo vendieron todo pero
vendieron mucho, empresas de todo tipo enajenadas por adjudicación, subasta o
en la Bolsa mediante OPV. Y lo importante, pusieron en manos privadas la
totalidad (salvo porcentajes residuales en la mayoría de los casos) de los
sectores estratégicos en tiempo récord. En cuestión de meses, los
representantes del sector público salieron de los consejos de administración de
Endesa o Telefónica, las empresas que daban luz y telefonía a los ciudadanos,
dejando como único objetivo de los gestores desde ese momento uno: aumentar su
beneficio. No sería la última vez que un político se sentaba en las plantas
nobles de esas y otras privatizadas. Sus sillones han sido el mullido
aterrizaje de decenas de ellos, protagonistas en muchos casos de las normativas
que han convertido esas empresas en máquinas de hacer dinero. La diferencia: ya
no tomaban parte en los consejos como representantes del Estado. Se habían
convertido, por arte de su paso por la Administración pública, en valiosos
consejeros, con el cuajo de lucir en la pechera el título de independientes.
Alrededor de 4,5 billones de pesetas (el equivalente a unos
27.000 millones de euros sin actualizar con el IPC) fueron ingresados por las
arcas públicas solo en la primera legislatura de Aznar en concepto de
privatizaciones, de los que más de 3,6 billones (21.600 millones de euros) se
lograron con operaciones de venta pública en la Bolsa (OPV). La cifra es más
del doble que la obtenida en los 13 años de Gobierno socialista pero, digan lo
que digan por ahí los que ligan las privatizaciones con el cumplimiento de los
objetivos de Maastricht, aquello no sirvió para reducir déficit más que de
forma indirecta (Europa no lo permitía, de hecho) ni la deuda pública española
dejó de crecer en términos absolutos. Sí lo hizo con respecto al PIB (hasta
situarse por debajo del 60% que marcaba la barrera de entrada en el euro), pero
porque era el PIB el que, superada la crisis del 93, crecía a un ritmo de entre
el 2,5% registrado en 1996 y el 5% de 1995 o del año 2000.
Si la economía iba tan bien, ¿por qué tanta prisa?
“Estábamos entrando en una fase del ciclo económico que permitía que los
mercados financieros y de valores absorbieran un proceso de privatizaciones muy
amplio. Había que aprovechar esa circunstancia”, comenta Piqué. “Las cosas que tienes
que hacer en política, si son significativas y profundas, hazlas al principio”,
añade. Sin duda. Fueron tan rápidos que parecía que el plan estuviese elaborado
desde tiempo atrás. Y, sin embargo, asegura Piqué, “no hubo mucha preparación.
Lo que hubo fue bastante osadía”.
Puede ser. Aunque haciendo un flash back a aquella época,
ahora, casi veinte años después, parezca más bien una operación sistemática en
la que el Gobierno primero colocó a sus allegados en las empresas que se iban a
privatizar, les permitió rodearse de consejeros independientes, seleccionados
en su mayoría por ellos mismos (lo que cuestionaba su independencia), así como
blindarse desde los estatutos con medidas como la obligación de llevar tres
años en el consejo para ser elegido presidente o bien lograr el apoyo de hasta
el 85%, como se estableció en Telefónica (75% en el caso de Argentaria). Cuando
sus chicos ya tenían el cinturón de seguridad puesto, despegaron las
privatizaciones definitivas.
HACIENDO UN FLASH BACK A AQUELLA ÉPOCA, AHORA, CASI VEINTE
AÑOS DESPUÉS, PAREZCA MÁS BIEN UNA OPERACIÓN EN LA QUE EL GOBIERNO COLOCÓ A SUS
ALLEGADOS EN LAS EMPRESAS QUE SE IBAN A PRIVATIZAR
No los seleccionó ni el Parlamento ni siquiera el Consejo de
Ministros. En reuniones en petit comité del entonces flamante vicepresidente
del Gobierno y ministro de Economía Rodrigo Rato y del propio Piqué, mantenidas
con Josep Vilarasau (director general de La Caixa) y Emilio Ybarra (presidente
del BBV) se eligieron, por ejemplo, a los presidentes de Telefónica y de
Repsol. El 5% que tenían tanto el BBV
como La Caixa en Repsol; así como el 5% de La Caixa y el 3% de BBV en
Telefónica en aquel momento bastaron para compartir con ellos el bastón de
mando. ¿Por qué?
El invento del núcleo duro y el poder de la banca
Los socialistas no solo inauguraron la era de las
privatizaciones. Felipe González puso a su Gobierno a trabajar en lo que, según
él, era una colaboración entre los sectores público y privado. El objetivo era
que determinadas entidades financieras se convirtieran en accionistas estables
y participasen en la gestión de las empresas que, estando participadas por el
Estado, perteneciesen a sectores con alta capacidad de desarrollo futuro. Así
se formaron los núcleos duros.
Con una inversión limitada de la que sacarían pingües
beneficios en forma de dividendos y plusvalías, las entidades financieras se
convirtieron en pieza clave del poder empresarial en la nueva España que se
preparaba para entrar en el euro. La estrategia de los núcleos duros y el
protagonismo de las entidades financieras se convertiría en marca España. No
solo en las privatizadas. BBV (después BBVA), presente de forma histórica en
empresas como Vidrala (de la que saldría en 2004), tomó posiciones en
Telefónica, Repsol, Iberdrola, Acerinox, Gamesa, Gas Natural, Iberia o
Sogecable. El Santander y el BCH también tejieron su red de participaciones
industriales centrándose en aquella segunda mitad de los noventa en Endesa,
Airtel (después intercambiada por un porcentaje en Vodafone), Cepsa, Unión Fenosa,
Retevisión (germen de Auna) o en Ono-Cableuropa. Caja Madrid, con Blesa al
frente, tomaría participaciones en Telefónica, Endesa, Iberia o Indra. Las
cajas vascas también apostaron por poner un andamio a sus resultados con
participaciones industriales. La BBK (hoy fusionada junto con Kutxa y Vital en
Kutxabank) apostó por Euskaltel, Retevisión, Iberdrola o Petronor. También se
unieron a los núcleos duros empresas que no pertenecían al sector financiero,
como algunas de las privatizadas o como El Corte Inglés que apostó, por
ejemplo, por Iberia. La entrada de la empresa de distribución y la de la caja
madrileña se hicieron en detrimento de la participación de los, hasta entonces,
únicos accionistas de referencia privados de Iberia: British Airways, con quien
acabaría fusionándose, y American Airlines.
LA ESTRATEGIA DE LOS NÚCLEOS DUROS Y EL PROTAGONISMO DE LAS
ENTIDADES FINANCIERAS SE CONVERTIRÍA EN MARCA ESPAÑA
La idea del núcleo duro ya se vio bien temprano que se iba
de las manos. La fusión del Santander y el BCH amplió de forma extraordinaria
su poder en el panorama empresarial e hizo saltar las alarmas en el Gobierno de
Aznar, que actuó en dos sentidos: aprobó una normativa que limitaba la
participación de una entidad financiera en dos empresas del mismo sector y
animó la fusión de Argentaria. Esta última entidad había sido diseñada por el
ministro de Economía socialista Carlos Solchaga sumando bancos públicos con la
intención expresa de privatizarla y crear con ella un contrapeso al poder creciente
del Santander y el BBV. El PP también mantuvo al principio su intención de
mantener Argentaria independiente, pero, ante el movimiento capitaneado por
Emilio Botín, cambió de planes y propició su unión con el BBV.
Los elegidos
Argentaria precisamente había sido uno de los primeros
destinos de los chicos de Rato. Apenas 15 días después de llegar al poder, el
PP sustituyó en la presidencia a Francisco Luzón por Francisco González. Luzón
no se fue a fundar Podemos ni era un quintacolumnista del comunismo metido en
la entidad. De hecho, fue rápidamente fichado por Emilio Botín y se encargaría
con el tiempo de convertir América Latina en la principal fuente de ingresos
del Santander. La única explicación para su salida cuando llegó el PP es que no
era de los suyos. Los elegidos.
Tras el de Argentaria vendría el nombramiento al frente de
Telefónica de Juan Villalonga, compañero de pupitre de Aznar en el Colegio
Nuestra Señora del Pilar, y de quien dicen que tuvo que hacer una ronda de
autobombo por La Caixa y el BBV para salvar las reticencias del presidente del
Gobierno a protagonizar un dedazo tan obvio. César Alierta, un hombre de Rato y
amigo de Francisco González, fue puesto al frente de Tabacalera. Alierta
preside Telefónica [abandonó la presidencia en marzo de 2016] desde que
Villalonga cruzó la línea roja y salió del círculo de los elegidos, allá por el
año 2000, y no dudó en devolverle el favor a Rato con este ya imputado por la
información ofrecida al mercado en la salida a Bolsa de Bankia. Alfonso Cortina,
presidente de Portland y consejero del BBV, fue por quien apostó también Rato
para situarlo al frente de Repsol y Rodolfo Martín Villa, ministro de UCD
durante la Transición, fue nombrado presidente de Endesa. En aquellos tiempos
tuvo lugar también el nombramiento de Miguel Blesa, inspector de Hacienda y
amigo y excompañero de piso de Aznar en Logroño, al frente de Caja Madrid. La
entidad financiera madrileña, gracias en buena medida a la gestión de Blesa,
lejos de protagonizar una privatización, se convertiría con el tiempo en
protagonista de todo lo contrario: una gran operación de nacionalización ya
dentro de Bankia, acometida por el Partido Popular en su vuelta al Gobierno.
Con los consejos casi totalmente renovados (al coincidir los
nombramientos de consejeros afines con la salida de los representantes del
Estado) y rodeados de sus elegidos, muy parda había que liarla para salir por
la puerta de aquellas empresas recién privatizadas.
Parda como aprobar planes escandalosos de stock options para
directivos y que estos saliesen a la luz en plena campaña electoral, por mucho
que se haya escrito del tema. Este país está curado de espanto de retribuciones
multimillonarias a ejecutivos de la gran empresa. Parda como intentar fusionar
Telefónica con una empresa pública como la holandesa KPN, poniéndose en contra
de todo el núcleo duro y parte incluso de los independientes, y al mismo tiempo
enfadar a Ana Botella, la influyente esposa de Aznar hoy alcaldesa de Madrid
[hasta junio de 2015], dejando a una de sus amigas más íntimas, Concha Tallada
(esposa de Villalonga hasta el año 2000 y compañera de Botella en el Colegio
Bienaventurada Virgen María), por una Miss México como Adriana Abascal.
Mientras Botella consolaba a Tallada, con quien acababa de fundar una empresa
de comercialización de arte, joyas y antigüedades, en aquel año 2000, la CNMV
reabría una investigación a Villalonga que desembocó en su renuncia. Mucho se
habló de en qué medida estuvo la mano de Aznar detrás de aquella actuación del
regulador de los mercados.
Sea como fuere, cuando se quiso buscar sustituto a
Villalonga, se comprobó lo bien que funcionaban los blindajes creados por los
elegidos. Intentar nombrar a alguien que no perteneciese ya al consejo suponía
un grave riesgo, puesto que había consejeros independientes que mantenían la
fidelidad a Villalonga, como Alberto Cortina y Martín Velasco. Este último,
amigo de Villalonga desde los tiempos en la consultora McKinsey, a pesar de
ocupar puesto de independiente había hecho fortuna en la controvertida venta a
Telefónica de Olé, el portal de Internet germen de Terra, así como con la
salida a Bolsa de esta última. Tampoco había dudado meses antes el presidente
de Campofrío, Pedro Ballvé, otro de los independientes de la era Villalonga, en
vender al grupo Telefónica un 5% de Telepizza, participación que la teleco
vendería años después perdiendo las dos terceras partes de lo pagado. El hecho
es que algunos de los llamados independientes podían impedir la mayoría
necesaria para nombrar al sustituto de Villalonga. Se habló de nombrar a Isidre
Fainé, presidente de La Caixa, vicepresidente de Telefónica y vicepresidente de
Repsol, que cumplía con el requisito de llevar tres años en el máximo órgano
ejecutivo de la compañía, pero eso habría podido molestar al BBVA. Aquella
situación y su cercanía a Rato convirtieron en presidente de Telefónica a César
Alierta.
¿Por qué cayó Villalonga? Otros sobrevivieron a
comportamientos cuestionables en el ámbito empresarial y ahí siguen. El propio
Alierta fue encontrado culpable de uso de información privilegiada durante su
etapa como presidente de Tabacalera, aunque tanto la Audiencia Nacional como el
Tribunal Supremo consideraron que el delito había prescrito. Al frente del BBVA
sigue Francisco González quien, siendo el presidente de la entidad pequeña en
la fusión entre BBV y Argentaria, fue el que permaneció al frente sin que se
conozca cuánto sabía el Gobierno, cuando animó la fusión, de la contabilidad
secreta en paraísos fiscales del BBV que llevó a los tribunales al expresidente
de la entidad, Emilio Ybarra, para luego quedar archivada por la Audiencia
Nacional. Para entonces Francisco González llevaba años disfrutando de la
presidencia del banco en solitario pactada desde la fusión. Hasta cuando la Fiscalía
Anticorrupción le pisó los talones por la venta de FG Valores y pidió a
Deloitte los soportes documentales de la auditoría de la sociedad, González
salió airoso debido a que la documentación ardió en la planta 23 del Windsor la
noche anterior a la fecha en la que iba a ser entregada.
Continuará
Ana Tudela es autora del libro Crisis S.A. El saqueo
neoliberal (Akal, 2014).
Ana Tudela es periodista, graduada de la Universidad
Complutense de Madrid en 1996. Autora del libro 'Crisis S.A. El saqueo
neoliberal' (Akal, 2014). Ha vivido la fundación de dos periódicos, el cierre
de uno de ellos y la fundación de la edición española de la revista Forbes. Ha
trabajado para el Opus, el liberalismo neocon y para un trotskista y nunca
habría adivinado quién iba a tratar peor a sus trabajadores. Intentó dejar el
periodismo y vivir del cuento pero no le ha resultado fácil. Ahora estudia
Economía a distancia.