Reino de España: 20-D ¿Y Europa?
G. Búster
25/10/2015
“Usted miente, Sr. Rajoy”. Esta fue la frase más utilizada
en la última sesión de control al gobierno de la X Legislatura. En medio de una
tensión bronca, con los diputados del Grupo Popular aplaudiendo de pie cada una
de las respuesta de Rajoy, nunca fue más patente su aislamiento político. Si se
mantiene la tendencia de las últimas
encuestas -que parecen confirmar el fin del bipartidismo y la necesidad de
coaliciones para alcanzar una mayoría absoluta en un parlamento dividido entre
seis fuerzas significativas y otra serie de grupos menores- Rajoy es parte del
problema de la derecha conservadora para mantener su actual hegemonía.
Pero la futura campaña electoral del PP fue desvelada, ahora
que Arriola, el asesor áulico de Rajoy, ha vuelto a recuperar el timón tras
purgar el fracaso de las elecciones municipales y autonómicas: “ustedes dejaron
un país al borde del rescate, al borde de la quiebra, en recesión y en paro.
Eso lo hemos arreglado nosotros una vez más y, por tanto, lo mejor que le puede
ocurrir a España es que ustedes sigan ahí en la oposición durante muchos años”.
La estrategia del miedo se ha convertido en la solución de Bruselas a la
pregunta que Rajoy no supo responder hace unas semanas: ¿Y Europa?
La respuesta, lejos de ser un farol, responde a la
naturaleza misma del “arreglo” del que se vanagloria Rajoy. Con una deuda
soberana del 100%, un paro real del 24% -que no se prevé que caiga por debajo
del 20% en la próxima legislatura- con una tasa de pobreza del 29%, y un
mercado laboral corroído por la precariedad y la temporalidad involuntaria, el
equilibrismo macroeconómico de Rajoy depende básicamente de dos variables
externas: la política de “flexibilización cuantitativa” del Banco Central
Europeo y la caída de los precios de los hidrocarburos. La actual tasa de
crecimiento, superior al 2,7% del PIB, no ha sido capaz de recuperar los
niveles de 2011 y pende sobre ella la amenaza de una nueva recesión
internacional. Por si faltaba algo, la
advertencia de la Comisión europea de que el presupuesto aprobado agotando la
legislatura necesitará nuevos recortes de 10.000 millones de euros para cumplir
los objetivos del déficit fiscal en 2016, muestra hasta que punto, a pesar de
contar con la mayor cuota de poder institucional desde 1978, el Partido Popular
ha fracasado en sus objetivos.
Además de las malas políticas pro-cíclicas del Consenso de
Bruselas que el Gobierno Rajoy ha aplicado con saña de alumno ejemplar, las
raíces de su fracaso se hunden en la crisis del régimen del 78. La ruptura del
pacto social ha provocado una erosión rápida de la capacidad de representación
de los pilares políticos del régimen: el PP, el PSOE, pero también CiU en
Cataluña. Ha bloqueado las posibilidades de reforma constitucional, llevándolo
a un callejón sin salida institucional, como ha señalado Javier Pérez Royo. La
crisis autonómica (tanto fiscal como soberanista) tampoco parece tener otra
salida que una confrontación de legitimidades, aplazada por el momento por las
crisis de hegemonía de los principales sujetos políticos que la dirigen: Rajoy
y Mas. La corrupción, con su retahíla de juicios y procedimientos, en manos de
un sistema judicial moldeado en el mismo sistema de cuotas del bipartidismo,
parece desembocar en estos meses en un ajuste de cuentas del “capitalismo de
amigüetes” que necesita de la ley del silencio y de las agradecidas puertas
giratorias entre la gestión de lo público y lo privado. Hasta la válvula de
seguridad del régimen que es la monarquía, a pesar de su renovación
generacional, sigue cuestionada, como
demuestran las manifestaciones en los Premios "Princesa de Asturias".
El momento álgido de la crisis y de la resistencia social,
2012 y 2013, plantearon con fuerza la disyuntiva de “reforma o ruptura” del
régimen del 78. El pulso entre la “reacción desconstituyente”, con una mayoría
absoluta conservadora y con el apoyo de la UE, y las aspiraciones a un cambio
en la correlación de fuerzas que abriese la posibilidad de “procesos
constituyentes”, con una izquierda política desarbolada y unos movimientos
sociales partidos por las propias consecuencias de la crisis, fue canalizado
electoralmente en un largo ciclo en el que las esperanzas de plasmar una
alternativa de cambio han ido mermando, a golpe de imposición de las
estrategias del miedo.
El “asalto al Consenso de Bruselas” del gobierno de Syriza
duró siete meses y acabó en la firma de un tercer memorándum humillante que
obliga a Tsipras a gestionar las políticas de la Troika. Su resultado
reforzó a favor de las oligarquías
neoliberales la correlación de fuerzas en la UE. Pero el fracaso de sus
políticas para salir de la crisis y las consecuencias sociales de su aplicación
han llegado a ser tan insostenibles en la periferia de la UE, que solo dos mes
más tarde de la traición del referéndum griego, en Portugal se ha abierto la
posibilidad de un gobierno socialdemócrata que, presionado por su izquierda,
cuestione de nuevo la lógica del Consenso de Bruselas. La reacción institucional,
tanto de la derecha portuguesa como de la europea es intentar volver a
subordinar la democracia y la soberanía nacional al chantaje del Consenso de
Bruselas. Pero al hacerlo, rompe abiertamente con el consenso social y político
de postguerra, hasta el punto que el listón de la democracia se sitúa en el
derecho a decidir si se continua o no en la UE.
La crisis social y política va para largo, tanto en el Reino
de España como en Europa. Y pueden agravarse como consecuencia de una nueva
recesión que amenaza en el horizonte. Este largo recorrido de la crisis se
convierte en un factor determinante de polarización, que puede permitir una
acumulación de experiencias sociales, la reorientación táctica y estratégica
ante errores y dificultades, la paulatina acumulación de fuerzas y la
construcción de nuevos sujetos políticos. Hemos vivido de manera trepidante
parte de este recorrido desde el surgimiento del 15-M, las crisis del PSOE y de
IU, la constitución de Podemos y la victoria de las candidaturas municipales
por el cambio.
El espectacular ascenso de Podemos tras las elecciones
europeas de 2014 ha
puesto de manifiesto todas las ilusiones y limitaciones de la irrupción en la
vida política de cientos de miles de nuevos actores sociales surgidos del 15-M
y de la dura resistencia de los movimientos sociales de 2012-2013. La dirección
de Podemos supo articularla verticalmente a través de los medios de
comunicación social, movilizarla desde ellos, como en la Marcha del Cambio,
pero ha encontrado enormes dificultades para articularla democrática,
ideológica y organizatívamente. De hecho, en buena medida, el desarrollo de las
iniciativas municipalistas para el cambio, que obtuvieron un éxito tan
significativo en mayo del 2014, puso de manifiesto la tensión existente entre
el núcleo organizativo de Podemos y los
núcleos de dirección políticos existentes (IC-V, IU, Anova, Compromís) o
surgidos de movimientos sectoriales (Mareas, PAH..). El debate sobre la
"democracia participativa" y la "unidad popular" se vio en
buena medida cortocircuitado por las negociaciones entre aparatos por el
control de las listas. Solo parcialmente, como en Barceloná en Comú, hubo una
política de frente único de izquierdas que permitiese combinar la ampliación de
la democracia participativa de base con unas negociaciones entre las distintas
organizaciones de izquierda más transparentes y dependientes de sus bases.
El declive de Podemos en las expectativas de voto a partir
del verano del 2015 –de ser la primera opción directa de voto a caer a la
cuarta- es paralela a la progresiva rigidez organizativa, a la moderación de su
programa electoral (en especial social, económico y su ambigüedad ante el
derecho a decidir en las elecciones catalanas), y a la adaptación de sus
objetivos estratégicos. Los decepcionantes resultados de la coalición
Catalunya, Si que es Pot (CSQEP) en las elecciones autonómicas catalanas, han
acentuado aún más este giro. De "asaltar los cielos" se ha pasado a
"sacar más votos que el PSOE", hasta "consolidar Podemos para la
guerra de trincheras". Esta última perspectiva -justificado en nombre del
“realismo" y de las decisiones de la Asamblea de Vistalegre, que fueron
adoptadas cuando se trataba de "asaltar los cielos"- explica la ruptura de las negociaciones con
IU. Es verdad que IU se encuentra en una crisis estructural y que carga con una
"mochila" de conflictos fraccionales propios y del PCE que se
hubieran trasladado a Podemos. Pero el fracaso de las negociaciones y la
competencia electoral entre la "unidad popular" de Podemos y la
"unidad popular" de la IU de Garzón suponen aceptar de antemano que
ambas fuerzas se situarán electoralmente por detrás del PSOE con mucha menos
capacidad para condicionar su política (el ejemplo de Portugal es clarividente
en este sentido).
En este escenario (al que habría que añadir la zizagueante
crisis de un PSOE escorado por su derecha hacia un "regeneracionismo"
del régimen del 78), sectores importantes del "municipalismo del
cambio" y de la izquierda de los movimientos sociales, empezando por
Barcelona en Comú, además de organizaciones como Anova e IPV (más tras la
negativa experiencia del desembarco de la dirección central de Podemos en
CSQEP), están intentando constituir un tercer punto de referencia, apoyándose
en la especificidad de sus mapas políticos autonómicos y la necesidad de dar
respuestas diferenciadas a la cuestión nacional. Pero hay que señalar el
fracaso de iniciativas unitarias en Euskadi y Navarra y que no se hayan ni
planteado en Canarias.
El resultado del 20-D está aun abierto a dos meses de
campaña y al balance de los votantes de tal cúmulo de experiencias en tan corto
período de tiempo. Al inició de la campaña, el único partido en ascenso es
Ciudadanos, que espera ser determinante en la formación de un gobierno de "cambio
regeneracionista", términos que intentan definir el objetivo de un cambio
de hegemonía en los marcos del régimen del 78. Prioritariamente con el PSOE,
pero sin cerrarse al PP si así lo exigen los resultados electorales y el PSOE
se desploma. El programa de cualquier gobierno de coalición, sin descartar que
la única mayoría absoluta implique la suma de los diputados del PP y el PSOE,
será cumplir los objetivos fiscales impuestos por la UE, moderando sus ritmos
de aplicación y hacer de la "regeneración unitaria de España" su
prioridad. El PP inicia la campaña en clara caída del 15-17% de sus votos, con
el liderazgo de Rajoy cuestionado internamente (y por la UE), pero con
expectativas de ser la fuerza más votada a pesar de todo. La crisis del PSOE continuará
acentuándose en estos meses (fichaje de la ex UPyD Irene Lozano,
cuestionamiento de Pedro Sanchez..). E IU entra en la campaña tras fracasos y
crisis múltiples, apoyándose en una "unidad popular" ficticia y con
Garzón como único referente de una apuesta en la que se juega su supervivencia
contra el voto útil a Podemos, por lo que necesitará una dura diferenciación en
la campaña. Su único aliado, tras perder en la práctica sus referencias
gallegas y catalanas, son sectores de Comisiones Obreras.
Cualquiera que sea finalmente la fórmula de coalición
gubernamental tras el 20-D, será incapaz de abordar desde la estabilidad
política la aplicación-negociación de los ritmos de las políticas del Consenso
de Bruselas o el desafío de un Parlament de Catalunya con mayoría soberanista,
además de una larga lista de temas pendientes que deja en herencia el gobierno
Rajoy (y que afecta a prácticamente todas las instituciones del estado). Con un
bloqueo de la reforma constitucional por falta de las mayorías necesarias, el
“regeneracionismo” por real-decreto puede dar un segundo aliento a las
aspiraciones de ruptura y procesos constituyentes.
El 20-D abrirá por lo tanto una fase de transición –no una
segunda Transición- en el pulso social, económico y político que se inició en
mayo de 2010 con la sumisión de Zapatero al Consenso de Bruselas y que ha
continuado el “cuatrienio negro” de Rajoy. La izquierda entrará en ella
dividida socialmente –con un movimiento sindical desangrado en su capacidad de
negociación colectiva por la contra-reforma laboral- y en abierta competencia,
aunque con distinto peso, por su dirección política entre cuatro grandes
sectores: PSOE, Podemos, las izquierdas municipalistas y nacionalistas, e IU.
El primer problema práctico será como articular esos espacios políticos
entrecruzados en grupos parlamentarios frente a una derecha, española y
nacionalista, igualmente dividida. Y como reactivar y establecer lazos con unos
movimientos sociales de resistencia a los nuevos recortes del estado de
bienestar, anunciados por la Comisión europea antes mismo de las elecciones.
Los requisitos para ello serán un programa de emergencia para
salir de la crisis social, una alternativa política al régimen del 78, unos
mecanismos democráticos para articular unitariamente la diversidad de
experiencias e identidades políticas, propuestas de gobiernos de izquierda
capaces de cuestionar el Consenso de Bruselas y hacer renacer un movimiento de
solidaridad europeo.
Nadie dijo que iba a ser fácil, aunque sea imprescindible.
Pero esa debe ser nuestra respuesta a la amenazante pregunta ¿y Europa?
Una entrevista que da más tela ...