lunes, 26 de octubre de 2015

España .- Ante el 20-D .


Reino de España: 20-D ¿Y Europa?

G. Búster


 25/10/2015
  

“Usted miente, Sr. Rajoy”. Esta fue la frase más utilizada en la última sesión de control al gobierno de la X Legislatura. En medio de una tensión bronca, con los diputados del Grupo Popular aplaudiendo de pie cada una de las respuesta de Rajoy, nunca fue más patente su aislamiento político. Si se mantiene la tendencia  de las últimas encuestas -que parecen confirmar el fin del bipartidismo y la necesidad de coaliciones para alcanzar una mayoría absoluta en un parlamento dividido entre seis fuerzas significativas y otra serie de grupos menores- Rajoy es parte del problema de la derecha conservadora para mantener su actual hegemonía.

Pero la futura campaña electoral del PP fue desvelada, ahora que Arriola, el asesor áulico de Rajoy, ha vuelto a recuperar el timón tras purgar el fracaso de las elecciones municipales y autonómicas: “ustedes dejaron un país al borde del rescate, al borde de la quiebra, en recesión y en paro. Eso lo hemos arreglado nosotros una vez más y, por tanto, lo mejor que le puede ocurrir a España es que ustedes sigan ahí en la oposición durante muchos años”. La estrategia del miedo se ha convertido en la solución de Bruselas a la pregunta que Rajoy no supo responder hace unas semanas: ¿Y Europa?

La respuesta, lejos de ser un farol, responde a la naturaleza misma del “arreglo” del que se vanagloria Rajoy. Con una deuda soberana del 100%, un paro real del 24% -que no se prevé que caiga por debajo del 20% en la próxima legislatura- con una tasa de pobreza del 29%, y un mercado laboral corroído por la precariedad y la temporalidad involuntaria, el equilibrismo macroeconómico de Rajoy depende básicamente de dos variables externas: la política de “flexibilización cuantitativa” del Banco Central Europeo y la caída de los precios de los hidrocarburos. La actual tasa de crecimiento, superior al 2,7% del PIB, no ha sido capaz de recuperar los niveles de 2011 y pende sobre ella la amenaza de una nueva recesión internacional.  Por si faltaba algo, la advertencia de la Comisión europea de que el presupuesto aprobado agotando la legislatura necesitará nuevos recortes de 10.000 millones de euros para cumplir los objetivos del déficit fiscal en 2016, muestra hasta que punto, a pesar de contar con la mayor cuota de poder institucional desde 1978, el Partido Popular ha fracasado en sus objetivos.

Además de las malas políticas pro-cíclicas del Consenso de Bruselas que el Gobierno Rajoy ha aplicado con saña de alumno ejemplar, las raíces de su fracaso se hunden en la crisis del régimen del 78. La ruptura del pacto social ha provocado una erosión rápida de la capacidad de representación de los pilares políticos del régimen: el PP, el PSOE, pero también CiU en Cataluña. Ha bloqueado las posibilidades de reforma constitucional, llevándolo a un callejón sin salida institucional, como ha señalado Javier Pérez Royo. La crisis autonómica (tanto fiscal como soberanista) tampoco parece tener otra salida que una confrontación de legitimidades, aplazada por el momento por las crisis de hegemonía de los principales sujetos políticos que la dirigen: Rajoy y Mas. La corrupción, con su retahíla de juicios y procedimientos, en manos de un sistema judicial moldeado en el mismo sistema de cuotas del bipartidismo, parece desembocar en estos meses en un ajuste de cuentas del “capitalismo de amigüetes” que necesita de la ley del silencio y de las agradecidas puertas giratorias entre la gestión de lo público y lo privado. Hasta la válvula de seguridad del régimen que es la monarquía, a pesar de su renovación generacional,  sigue cuestionada, como demuestran las manifestaciones en los Premios "Princesa de Asturias".

El momento álgido de la crisis y de la resistencia social, 2012 y 2013, plantearon con fuerza la disyuntiva de “reforma o ruptura” del régimen del 78. El pulso entre la “reacción desconstituyente”, con una mayoría absoluta conservadora y con el apoyo de la UE, y las aspiraciones a un cambio en la correlación de fuerzas que abriese la posibilidad de “procesos constituyentes”, con una izquierda política desarbolada y unos movimientos sociales partidos por las propias consecuencias de la crisis, fue canalizado electoralmente en un largo ciclo en el que las esperanzas de plasmar una alternativa de cambio han ido mermando, a golpe de imposición de las estrategias del miedo.

El “asalto al Consenso de Bruselas” del gobierno de Syriza duró siete meses y acabó en la firma de un tercer memorándum humillante que obliga a Tsipras a gestionar las políticas de la Troika. Su resultado reforzó  a favor de las oligarquías neoliberales la correlación de fuerzas en la UE. Pero el fracaso de sus políticas para salir de la crisis y las consecuencias sociales de su aplicación han llegado a ser tan insostenibles en la periferia de la UE, que solo dos mes más tarde de la traición del referéndum griego, en Portugal se ha abierto la posibilidad de un gobierno socialdemócrata que, presionado por su izquierda, cuestione de nuevo la lógica del Consenso de Bruselas. La reacción institucional, tanto de la derecha portuguesa como de la europea es intentar volver a subordinar la democracia y la soberanía nacional al chantaje del Consenso de Bruselas. Pero al hacerlo, rompe abiertamente con el consenso social y político de postguerra, hasta el punto que el listón de la democracia se sitúa en el derecho a decidir si se continua o no en la UE.

La crisis social y política va para largo, tanto en el Reino de España como en Europa. Y pueden agravarse como consecuencia de una nueva recesión que amenaza en el horizonte. Este largo recorrido de la crisis se convierte en un factor determinante de polarización, que puede permitir una acumulación de experiencias sociales, la reorientación táctica y estratégica ante errores y dificultades, la paulatina acumulación de fuerzas y la construcción de nuevos sujetos políticos. Hemos vivido de manera trepidante parte de este recorrido desde el surgimiento del 15-M, las crisis del PSOE y de IU, la constitución de Podemos y la victoria de las candidaturas municipales por el cambio.

El espectacular ascenso de Podemos tras las elecciones europeas de 2014 ha puesto de manifiesto todas las ilusiones y limitaciones de la irrupción en la vida política de cientos de miles de nuevos actores sociales surgidos del 15-M y de la dura resistencia de los movimientos sociales de 2012-2013. La dirección de Podemos supo articularla verticalmente a través de los medios de comunicación social, movilizarla desde ellos, como en la Marcha del Cambio, pero ha encontrado enormes dificultades para articularla democrática, ideológica y organizatívamente. De hecho, en buena medida, el desarrollo de las iniciativas municipalistas para el cambio, que obtuvieron un éxito tan significativo en mayo del 2014, puso de manifiesto la tensión existente entre el núcleo organizativo de Podemos  y los núcleos de dirección políticos existentes (IC-V, IU, Anova, Compromís) o surgidos de movimientos sectoriales (Mareas, PAH..). El debate sobre la "democracia participativa" y la "unidad popular" se vio en buena medida cortocircuitado por las negociaciones entre aparatos por el control de las listas. Solo parcialmente, como en Barceloná en Comú, hubo una política de frente único de izquierdas que permitiese combinar la ampliación de la democracia participativa de base con unas negociaciones entre las distintas organizaciones de izquierda más transparentes y dependientes de sus bases.

El declive de Podemos en las expectativas de voto a partir del verano del 2015 –de ser la primera opción directa de voto a caer a la cuarta- es paralela a la progresiva rigidez organizativa, a la moderación de su programa electoral (en especial social, económico y su ambigüedad ante el derecho a decidir en las elecciones catalanas), y a la adaptación de sus objetivos estratégicos. Los decepcionantes resultados de la coalición Catalunya, Si que es Pot (CSQEP) en las elecciones autonómicas catalanas, han acentuado aún más este giro. De "asaltar los cielos" se ha pasado a "sacar más votos que el PSOE", hasta "consolidar Podemos para la guerra de trincheras". Esta última perspectiva -justificado en nombre del “realismo" y de las decisiones de la Asamblea de Vistalegre, que fueron adoptadas cuando se trataba de "asaltar los cielos"-  explica la ruptura de las negociaciones con IU. Es verdad que IU se encuentra en una crisis estructural y que carga con una "mochila" de conflictos fraccionales propios y del PCE que se hubieran trasladado a Podemos. Pero el fracaso de las negociaciones y la competencia electoral entre la "unidad popular" de Podemos y la "unidad popular" de la IU de Garzón suponen aceptar de antemano que ambas fuerzas se situarán electoralmente por detrás del PSOE con mucha menos capacidad para condicionar su política (el ejemplo de Portugal es clarividente en este sentido).

En este escenario (al que habría que añadir la zizagueante crisis de un PSOE escorado por su derecha hacia un "regeneracionismo" del régimen del 78), sectores importantes del "municipalismo del cambio" y de la izquierda de los movimientos sociales, empezando por Barcelona en Comú, además de organizaciones como Anova e IPV (más tras la negativa experiencia del desembarco de la dirección central de Podemos en CSQEP), están intentando constituir un tercer punto de referencia, apoyándose en la especificidad de sus mapas políticos autonómicos y la necesidad de dar respuestas diferenciadas a la cuestión nacional. Pero hay que señalar el fracaso de iniciativas unitarias en Euskadi y Navarra y que no se hayan ni planteado en Canarias.

El resultado del 20-D está aun abierto a dos meses de campaña y al balance de los votantes de tal cúmulo de experiencias en tan corto período de tiempo. Al inició de la campaña, el único partido en ascenso es Ciudadanos, que espera ser determinante en la formación de un gobierno de "cambio regeneracionista", términos que intentan definir el objetivo de un cambio de hegemonía en los marcos del régimen del 78. Prioritariamente con el PSOE, pero sin cerrarse al PP si así lo exigen los resultados electorales y el PSOE se desploma. El programa de cualquier gobierno de coalición, sin descartar que la única mayoría absoluta implique la suma de los diputados del PP y el PSOE, será cumplir los objetivos fiscales impuestos por la UE, moderando sus ritmos de aplicación y hacer de la "regeneración unitaria de España" su prioridad. El PP inicia la campaña en clara caída del 15-17% de sus votos, con el liderazgo de Rajoy cuestionado internamente (y por la UE), pero con expectativas de ser la fuerza más votada a pesar de todo. La crisis del PSOE continuará acentuándose en estos meses (fichaje de la ex UPyD Irene Lozano, cuestionamiento de Pedro Sanchez..). E IU entra en la campaña tras fracasos y crisis múltiples, apoyándose en una "unidad popular" ficticia y con Garzón como único referente de una apuesta en la que se juega su supervivencia contra el voto útil a Podemos, por lo que necesitará una dura diferenciación en la campaña. Su único aliado, tras perder en la práctica sus referencias gallegas y catalanas, son sectores de Comisiones Obreras.

Cualquiera que sea finalmente la fórmula de coalición gubernamental tras el 20-D, será incapaz de abordar desde la estabilidad política la aplicación-negociación de los ritmos de las políticas del Consenso de Bruselas o el desafío de un Parlament de Catalunya con mayoría soberanista, además de una larga lista de temas pendientes que deja en herencia el gobierno Rajoy (y que afecta a prácticamente todas las instituciones del estado). Con un bloqueo de la reforma constitucional por falta de las mayorías necesarias, el “regeneracionismo” por real-decreto puede dar un segundo aliento a las aspiraciones de ruptura y procesos constituyentes.

El 20-D abrirá por lo tanto una fase de transición –no una segunda Transición- en el pulso social, económico y político que se inició en mayo de 2010 con la sumisión de Zapatero al Consenso de Bruselas y que ha continuado el “cuatrienio negro” de Rajoy. La izquierda entrará en ella dividida socialmente –con un movimiento sindical desangrado en su capacidad de negociación colectiva por la contra-reforma laboral- y en abierta competencia, aunque con distinto peso, por su dirección política entre cuatro grandes sectores: PSOE, Podemos, las izquierdas municipalistas y nacionalistas, e IU. El primer problema práctico será como articular esos espacios políticos entrecruzados en grupos parlamentarios frente a una derecha, española y nacionalista, igualmente dividida. Y como reactivar y establecer lazos con unos movimientos sociales de resistencia a los nuevos recortes del estado de bienestar, anunciados por la Comisión europea antes mismo de las elecciones.

Los requisitos para ello serán un programa de emergencia para salir de la crisis social, una alternativa política al régimen del 78, unos mecanismos democráticos para articular unitariamente la diversidad de experiencias e identidades políticas, propuestas de gobiernos de izquierda capaces de cuestionar el Consenso de Bruselas y hacer renacer un movimiento de solidaridad europeo.


Nadie dijo que iba a ser fácil, aunque sea imprescindible. Pero esa debe ser nuestra respuesta a la amenazante pregunta ¿y Europa?






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 Una entrevista que da más tela ...

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