El País apuesta por la lista de confluencia del Ibex 35. Vota PSOE y Ciudadanos. Te desorinarás.
Suelen alegarse razones económicas, una coyuntura de peso que uno, a su juicio, no debería obviar. Pero ahí es donde entra el centro. A fin de devolvernos la esperanza, la bandera de un nuevo tiempo y de un renacimiento económico general hondea en las portadas, en los titulares. Es el centro: se alza como la única opción digna de crédito, como la auténtica hora de la verdad, mediodía de ensueño eclipsado tan sólo por la particular idiosincrasia del poder. De un poder que no muere, en cualquier caso. Un poder que, a semejanza de las fuerzas naturales, no descansa. Mientras el Partido Popular cae como vicario de lo viejo que es y Podemos, por su parte, como el de lo que aún es demasiado joven para vencer, el centro, defendido por El País, resiste. El centro, en definitiva, parece adquirir así la consistencia de los propios ritmos vitales. Unos deben dejar paso a los otros. Es el orden natural.
El País apuesta por PSOE y Cs
El centro como la hora de la verdad
La estrategia propagandística de El País funciona ya a toda máquina para reducir el potencial de Ciudadanos a una ocasional alianza con el PSOE. Ese torpe ejercicio de prendido, en los últimos tiempos, de todo obstáculo imaginable y avanza así, pues, libre de sospecha, en dirección a su única meta: el centro.
Ese centro, que ellos se avienen a identificar con seguridad, con igualdad, con estabilidad, no es sino la vieja y dulce promesa de todos estos Estados-Nación que se hacen llamar demócratas y que, en la historia de su decadencia, no se resignan a abandonar. Su cadáver rebota entre las cámaras, se rememora a menudo en la ONU y, a veces, parece incluso estar apareciéndose en nuestros sueños, signo de un mundo que podría haber llegado a ser.
¿De no ser por qué? Suelen alegarse razones económicas, una coyuntura de peso que uno, a su juicio, no debería obviar. Pero ahí es donde entra el centro. A fin de devolvernos la esperanza, la bandera de un nuevo tiempo y de un renacimiento económico general hondea en las portadas, en los titulares. Es el centro: se alza como la única opción digna de crédito, como la auténtica hora de la verdad, mediodía de ensueño eclipsado tan sólo por la particular idiosincrasia del poder.
De un poder que no muere, en cualquier caso. Un poder que, a semejanza de las fuerzas naturales, no descansa. Mientras el Partido Popular cae como vicario de lo viejo que es y Podemos, por su parte, como el de lo que aún es demasiado joven para vencer, el centro, defendido por El País, resiste. El centro, en definitiva, parece adquirir así la consistencia de los propios ritmos vitales. Unos deben dejar paso a los otros. Es el orden natural.
El País, sabio como la madre naturaleza misma, se arroga pues el don y el privilegio de poder colocar a cada uno en su sitio. A la hýbris de la izquierda no se le perdonará jamás haberse jugado todo a la carta de la novedad. Impertinente soberbia que, para un país decente como el nuestro, no merece sino nuestra más sincera aversión. Y al recalcitrante orgullo de la derecha popular, lo mismo –pero en sentido contrario: apestan a viejo, a enfermo y a podrido.
La igualdad, la estabilidad y la seguridad son supuestos principios ideológicos a los que la opinión pública nos tiene ya acostumbrados. Sin duda, su capacidad de atracción es enorme, pero es eso mismo lo que ha pervertido el discurso, lo que ha conducido a la capacidad crítica de los agentes implicados en el mismo a la debacle, induciendo a la disidencia a su miseria: a creerse en posición de rebatir a tales colosos, de hacerlo en sus mismos términos y en el espacio de sus propias certidumbres.
Baluartes de la burguesía, los principios de los que nos hablan El País y otros medios han de retumbar en nuestras cabezas por mucho tiempo. Hasta diciembre y más allá. Porque el dilema al que el modelo de partido supuestamente transversal se enfrenta: decidir por sí mismo o dejar que las bases decidan, no es un problema para El País. No lo es en absoluto. El País ya ha movido ficha, es una astuta computadora virtual y, por añadidura, tiene pila para rato.
Demócratas de este país, no os engañéis: la suerte está echada
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Metroscopia retuerce sus sondeos para promover una alianza PSOE-Ciudadanos
El centro como la hora de la verdad
Ese centro, que ellos se avienen a identificar con seguridad, con igualdad, con estabilidad, no es sino la vieja y dulce promesa de todos estos Estados-Nación que se hacen llamar demócratas y que, en la historia de su decadencia, no se resignan a abandonar. Su cadáver rebota entre las cámaras, se rememora a menudo en la ONU y, a veces, parece incluso estar apareciéndose en nuestros sueños, signo de un mundo que podría haber llegado a ser.
¿De no ser por qué? Suelen alegarse razones económicas, una coyuntura de peso que uno, a su juicio, no debería obviar. Pero ahí es donde entra el centro. A fin de devolvernos la esperanza, la bandera de un nuevo tiempo y de un renacimiento económico general hondea en las portadas, en los titulares. Es el centro: se alza como la única opción digna de crédito, como la auténtica hora de la verdad, mediodía de ensueño eclipsado tan sólo por la particular idiosincrasia del poder.
De un poder que no muere, en cualquier caso. Un poder que, a semejanza de las fuerzas naturales, no descansa. Mientras el Partido Popular cae como vicario de lo viejo que es y Podemos, por su parte, como el de lo que aún es demasiado joven para vencer, el centro, defendido por El País, resiste. El centro, en definitiva, parece adquirir así la consistencia de los propios ritmos vitales. Unos deben dejar paso a los otros. Es el orden natural.
El País, sabio como la madre naturaleza misma, se arroga pues el don y el privilegio de poder colocar a cada uno en su sitio. A la hýbris de la izquierda no se le perdonará jamás haberse jugado todo a la carta de la novedad. Impertinente soberbia que, para un país decente como el nuestro, no merece sino nuestra más sincera aversión. Y al recalcitrante orgullo de la derecha popular, lo mismo –pero en sentido contrario: apestan a viejo, a enfermo y a podrido.
La igualdad, la estabilidad y la seguridad son supuestos principios ideológicos a los que la opinión pública nos tiene ya acostumbrados. Sin duda, su capacidad de atracción es enorme, pero es eso mismo lo que ha pervertido el discurso, lo que ha conducido a la capacidad crítica de los agentes implicados en el mismo a la debacle, induciendo a la disidencia a su miseria: a creerse en posición de rebatir a tales colosos, de hacerlo en sus mismos términos y en el espacio de sus propias certidumbres.
Baluartes de la burguesía, los principios de los que nos hablan El País y otros medios han de retumbar en nuestras cabezas por mucho tiempo. Hasta diciembre y más allá. Porque el dilema al que el modelo de partido supuestamente transversal se enfrenta: decidir por sí mismo o dejar que las bases decidan, no es un problema para El País. No lo es en absoluto. El País ya ha movido ficha, es una astuta computadora virtual y, por añadidura, tiene pila para rato.
Demócratas de este país, no os engañéis: la suerte está echada
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