Diríase que el ejercicio se ha convertido en rito obligado para todo periodista que trabaje sobre asuntos europeos. Después de varias semanas, las columnas de los periódicos se han llenado de artículos cargando contra el ministro helénico de finanzas, Yanis Varoufakis. El último, el publicado por el diario francés de referencia, Le Monde, sobre “el ex asperante Monsieur Varoufakis”.
El tipo insoportable en Europa
El esquema de esos artículos suele ser el mismo: el hombre es, evidentemente, competente (resulta difícil poner en duda esa cualidad, salvo si se está dispuesto también a poner en duda la de los habituales “clientes” de los periódicos económicos), pero resulta insoportable y es una nulidad en las negociaciones.
Vienen a continuación abundantes citas emanadas de Bruselas, a fin de mostrar cómo, en efecto, este economista griego resulta “desagradable” a los ojos de las autoridades y los altos funcionarios europeos, con sus camisas multicolor, su tono docto y su “fuerte ego”.
Su crimen principal, a ojos de Bruselas, es el de no haber cambiado “para entrar en vereda”. Como “deplora una fuente europea” –citemos el artículo antes mencionado deLe Monde del pasado 12 de mayo—, se ha negado a seguir el camino de su predecesor Evangelos Venizelos, el presidente del PASOK, que, él sí, “cambió”.
Para terminar, el retrato ofrecido del ministro es el de “una estrella del rock”, el de un Ícaro mediático irresistiblemente atraído por el sol mediático. Entre líneas, el lector comprende que, si este Yani Varoufakis resulta tan insoportable, es porque no es otra cosa que un narciso superficial que hace su “show”. Su papel no habrá sido otro que el de agitar los brazos para hacer que las negociaciones se vuelvan tan atractivas como una serie norteamericana. En una palabra: este ministro no sino una especie de payaso, útil en un momento dado, pero cuyo tiempo habría ya pasado.
El storytelling europeo contra Yanis Varoufakis
Esa imagen ha venido siendo construida con sumo celo por el Eurogrupo y por la Comisión Europea desde los primeros días del gobierno de Tsipras. El presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, jamás ha ocultado que no logró digerir “la humillación” sufrida el 30 de enero, cuando Yanis Varoufakis, muy desenvuelto, lo sorprendió proclamando el fin de la Troika.
El punto culminante de esta storytelling fue la reunión de Riga del pasado 25 de abril, cuando el ministro griego fue acusado por sus 18 colegas de estar en el origen del bloqueo. Esa misma storytelling, cuidadosamente urdida por Jeroen Dijsselbloem la noche del 11 de mayo, remachó el clavo con la observación de “progresos” en las negociaciones una vez desaparecida la “estrella del rock”.
Pero todo eso no es sino una nube de humo. Alexis Tsipras estaba deseoso de privar rápidamente a los acreedores de uno de sus argumentos. Luego, en realidad, las negociaciones no han avanzado verdaderamente. La situación sigue siendo la misma: las negociaciones no avanzan más que cuando Grecia hace concesiones. Con o sin Yanis Varoufakis, los bloqueos siguen: Grecia sigue rechazando las “reformas” de las pensiones y del mercado de trabajo que le exigen sus acreedores.
Yanis Varoufakis no era, en realidad, el problema. El rechazo de su persona era el síntoma de un rechazo de la política del nuevo gobierno griego.
El amargo espejo levantado por el ministro ante sus colegas
La realidad del “problema Varoufakis” se halla, así pues, en otro lado. Y puede cifrarse en varios puntos.
El primero es la determinación del ministro-economista a poner a sus colegas ante sus responsabilidades. En 2010, Yanis Varoufakis se había opuesto a los “planes de rescate”, juzgando, no sin razón, que –como explicaba en su libro El Minotauro global— “los remedios aplicados por Europa son peores que la enfermedad”. Para él, resultaba urgente –y tal es la tarea que terminó encomendándole Tsipras— romper con la lógica del “programa” que ha llevado a Grecia a una espiral deflacionaria destruyendo gran parte de su capacidad productiva. De aquí los mazazos asestados a ese sistema desde los primeros días de gobierno: la negativa a discutir con la Troika, las exigencias de reestructuración de la deuda, el bloqueo del Eurogrupo en relación con la cuestión del “programa existente”.
Para los colegas de Yanis Varoufakis, esta puesta en causa de la lógica en acto desde 2010 resulta inaceptable. Por lo pronto, porque esa lógica es el cemento del Eurogrupo, el cual jamás ha entonado un mea culpa en relación con esa política. Pero sobre todo porque esa política ponía en cuestión otra storytelling europea: la de la recuperación de la economía griega gracias a las “reformas que traen por fin buenos frutos”. Pero, como buen economista que es, Yanis Varoufakis sabe perfectamente que esta “recuperación” es frágil y de fachada. Luego de un desplome económico inédito en tiempos de paz, sólo un esfuerzo de inversiones masivas a escala europea, junto a una reestructuración a gran escala de la deuda, puede realmente contribuir a reflotar el país. Pero esa visión se opone al pensamiento dominante en el Eurogrupo: la purga es necesaria y debe aplicarse hasta el final para que venga “el crecimiento sano”.
Yanis Varoufakis es, pues, dentro del Eurogrupo, un cuerpo ideológico extraño que les pone enfrente el odioso espejo de los errores de la Europa posterior a 2010. Al reclamar un cambio de la política seguida en Grecia, el ministro heleno se convierte en la insoportable mala consciencia que viene a quebrar el mito de la radiante recuperación supuestamente operada por la austeridad.
Y lo que es peor: se empeña en ello. Aquí está todo el sentido de las lamentaciones de la “fuente europea” citada por Le Monde: en 2011, también Evangelos Venizelos había tratado de poner en guardia contra esos errores. Pero, felizmente, había entrado en vereda. Y había podido continuarse con esa política insensata que ha arruinado a Grecia.
Cuatro años después, Yanis Varoufakis no puede aceptar cometer el mismo error. Por eso hacía falta librarse de él.
La obsesión por la justicia social
¿A qué esa terquedad? Principalmente, porque el ministro tiene una obsesión –segunda falta a ojos de los acreedores—: la de la justicia social. Su posición es que la austeridad practicada durante 5 años en Grecia ha sido sobre todo a costa de los más pobres.
Por lo demás, las investigaciones hechas han venido a darle la razón. Él sabe que la naturaleza de la posible recuperación no lograría invertir eso, razón por la cual reclama una acción urgente. De aquí su insistencia, durante los dos primeros meses de gobierno, en incorporar a las discusiones del Eurogrupo el tratamiento de “la urgencia humanitaria”. Su ambición es visiblemente política: el desarrollo de la pobreza y de la pauperización de las clases medias hacen evidentemente el juego a los extremos.
La posición del ministro griego es bien sencilla: Europa debe utilizar la victoria de Syriza como una oportunidad para escuchar propuestas “moderadas”, a fin de evitar tener que tratar con los extremos del tipo Alba Doarda. El pasado 5 de febrero, ante Wolfgang Schäuble, puso así en guardia:
“Cuando regrese a casa esta noche me encontraré ante un Parlamento, la tercera parte del cual está formada no por un partido neonazi, sino por un partido nazi.”
Pero este discurso resulta inaudible en el seno del Eurogrupo, que juzga que los griegos están ya en manos de extremistas a los que hay que liquidar (en abril pasado, un alto funcionario declaró que Alexis Tsipras debe romper con su ala izquierda). Los ministros de la zona euro no ven las alertas sobre Alba Dorada sino como un chantaje para arrancarles concesiones.
Para los europeos, lo que es sobre todo un error es el tratamiento “social” de la pobreza. Aquí también, la ideología va a tope. En la visión del Eurogrupo, la lucha contra la pobreza viene naturalmente después, es sólo una consecuencia del saneamiento y de la liberalización de la economía. Esos dos elementos crean la riqueza que, al final, se derramará hasta llegar a las capas más bajas de la economía. La paciencia es, pues, una obligación. Más aún: cualquier tratamiento “social” de este problema frena la mutación “estructural” necesaria al incrementar el papel del Estado y crear distorsiones en el mercado del empleo.
En este plan, Yanis Varoufakis se impuso finalmente a los acreedores, y la ley fue aprobada. Pero esa victoria no dejó de ser parcial: la lucha contra la pobreza tiene que pasar por un cambio integral de política, es decir, por la puesta integral en cuestión de la lógica del programa.
Un problema personal que oculta una abismo ideológico
Tercer punto de ruptura con Yanis Varoufakis: él ha pagado en realidad por su coherencia. El ministro heleno jamás se ha apartado de sus objetivos. Hasta este lunes 11 de mayo por la noche, en que ha repetido que las dos “líneas rojas” de Atenas representaban el fin del círculo vicioso deflacionario y el mejor reparto del esfuerzo. En suma: los dos puntos de ruptura precedentes.
En sus listas de reformas, todas rechazadas por el Eurogrupo, Varoufakis nunca ha dejado de tener en cuenta esos dos elementos : mejor justicia en el reparto del impuesto, lucha contra la evasión fiscal de las empresas y de los más favorecidos, facilitación de la recuperación mediante la puesta por obra de un tratamiento de los atrasos fiscales para las PYMES y los particulares…
El núcleo del rechazo de esas listas, como el del rechazo que despierta el propio Varoufakis, no se halla en realidad en las camisas de fantasía con que viste el ministro, ni en su aspecto desenvuelto de estrella del rock. Se halla en los fundamentos ideológicos. Los acreedores europeos se niegan a admitir los errores pasados, porque entonces lo que se hundiría irremisiblemente son los fundamentos mismos de su lógica económica. Simplemente, no pueden admitir las posiciones de Yanis Varoufakis. Por eso buscan desacreditarle permanentemente. No es nada personal.
Las lecciones del François Hollande en 2012
Pero muchos se preguntan por el estilo demasiado “agresivo” del ministro griego. La crítica es frecuente: a Yanis Varoufakis le faltaría “sentido político”, no habría sabido adaptarse a las reglas en vigor en Bruselas para sortearlas.
Pero eso queda fácilmente desmentido por el precedente francés. Como el propio Varoufakis puso de relieve diez días antes de las elecciones griegas, en una entrevista concedida a La Tribune, lo que ocurrió luego de las elecciones que llevaron a Hollande al poder en Francia lo marcó profundamente: Hollande “no intentó nada” contra la lógica austeritaria. De golpe, la estrategia de compromiso del presidente francés en 2012, saldada con un patente fracaso (el famoso “pacto del crecimiento”, cuya existencia está todavía por probar) se convirtió en la estrategia a evitar por excelencia.
Frente a un bloqueo de todo punto ideológico, el ministro griego ha buscado forzar la decisión tomando con antelación medidas fuertes, como la disolución unilateral de la Troika. El éxito de esta estrategia no es seguro, pero lo que es claro es que ha puesto a los europeos en la embarazosa situación de confrontarles con las consecuencias últimas de su propia cerrazón.
La realidad de la estrategia europea
En realidad, tras ese endurecimiento, lo cierto es que la posición de Yanis Varoufakis es una de las más moderadas en el seno de Syriza. El ministro griego nunca ha sido favorable a la salida del euro, siempre ha propuesto una solución europea al problema griego.
Alexis Tsipras habría podido nombrar, por ejemplo, a Costas Lapavitsas, un economista de Syriza claramente partidario de la anulación de la deuda y de la salida del euro. Los acreedores habrían entonces entrado en pánico.
Al tratar de destruir a Yanis Varoufakis, los europeos han revelado su objetivo: no encontrar en modo alguno un “compromiso” razonable, sino atravesarse en el camino de un gobierno que no les conviene. Como subraya el propio Yanis Varoufakis en el prefacio a la edición francesa de su Minotauro global: la Unión Europea ha llegado a habituarse desde hace mucho a considerar la democracia como un lujo y una pérdida de tiempo.”
Romaric Godin es un periodista económico que trabaja para el medio francés La Tribune.
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