El Deutsche Bank o la transición hacia un “modelo bancario”
corrupto
El Deutsche Bank es todo un símbolo de Alemania, de su gran
poder industrial y vigorosa capacidad exportadora pero, desde que vendió su
alma al diablo se ha convertido en blanco de las críticas en el propio país.
nuevatribuna.es | Joaquín Rábago
El Deutsche Bank es todo un símbolo de Alemania, de su gran poder industrial y vigorosa capacidad exportadora pero, desde que vendió su alma al diablo y adoptó el modelo de banca anglosajona, se ha convertido en blanco de las críticas en el propio país.
Desde el comienzo de sus operaciones en 1870, el banco, fundado en Berlín por banqueros privados, se preocupó de dejar bien claro que le interesaba sobre todo el mundo de las empresas exportadoras.
En su estatuto fundacional se señala como uno de sus principales objetivos «el fomento y la facilitación de las relaciones comerciales entre Alemania, los otros países europeos y los mercados de ultramar». De ahí que abriese pronto sucursales en Londres, en Shanghái, en Yokohama y Buenos Aires y se dedicase a financiar empresas, gestionar ampliaciones de capital y a la emisión de bonos, contribuyendo a la competitividad internacional de la industria germana.
Desde entonces, ha mantenido como su primer objetivo el servir a la gran industria de su país aunque desde los primeros años ofreció también servicios a clientes particulares y después de la Segunda Guerra Mundial comenzó a diversificarse hacia la banca comercial.
Sin embargo, como señala Der Spiegel en un editorial que publica en su último número, poco a poco el negocio crediticio dejó de ser su principal preocupación y comenzaron a llevar la voz cantante los defensores de resituarlo en la órbita de labanca de inversión, con jóvenes banqueros buscando rápidos beneficios para el banco y los correspondientes bonos para ellos mismos.
«Sobre todo en los años salvajes que precedieron al estallido en 2008 de la crisis financiera, los banqueros de inversiones abusaron de su poder: engañaron, manipularon y se llenaron de paso los bolsillos. Y su incitador fue –él mismo lo ha reconocido– el copresidente actual, Anshu Jain».
(En 1998 el Deutche Bank adquirió el norteamericano Bankers Trust, especializado en productos derivados y operaciones de alto riesgo. Esa compra le convirtió en el mayor banco del mundo, pero con ella consiguió una ventaja añadida y deseada: escapar a los controles sociales que la participación de los trabajadores imponía en el modelo de cogestión, consideradas como “rigideces del sistema”.
La fusión con Bankers Trust, lo mismo que la planteada entre Daimler-Chrysler en el sector del automóvil, luego fracasada, o la producida entre Hoeschst-Rhône Poulenc en la industria química, fueron justificadas como exigencias de la globalización y como la única forma en que los primeros ejecutivos se podían liberar de los corsés del modelo participativo alemán. Ese modelo era un estorbo para desarrollar el poder omnímodo del primer ejecutivo, típico del modelo de gestión anglosajón, que está detrás de los escándalos de corrupción y de las ineficiencia ahora detectadas.)
Precisamente en 2008 pareció de pronto mostrar algo más de interés por la modesta clientela al adquirir el Postbank (banco de correos), negocio en el que su entonces presidente, Josef Ackermann, vio algo así como un contrapeso a los nuevos riesgos de la banca de inversiones. Sin embargo, bajo su doble presidencia actual, la del alemán Jürgen Fitschen y el británico de origen indio Anshu Jain, el Deutsche Bank ha vuelto a dar un salto atrás con el proyecto de venta del Postbank y la pérdida de en torno a 14 millones de pequeños clientes.
Como señala la prensa alemana, el Deutsche Bank seguirá contando con entre ocho y nueve millones de clientes particulares y prestando servicio a unas 12.000 pequeñas y medianas empresas, pero tendrá que ganar en eficacia, lo que significará el cierre de varios centenares de oficinas y una decidida apuesta por el sector digital.
Der Spiegel critica duramente el modelo que proyecta el actual equipo directivo y denuncia que la decadencia del otrora orgullo del mundo financiero alemán comenzó con la dedicación a la banca de inversiones de influencia anglosajona en un intento de emular al banco Goldman Sachs.
«El Deutsche Bank- continúa el editorial- sufre hasta hoy de la corrupción de costumbres derivada de la incorporación de los banqueros de inversiones. Y tiene que seguir pagando hoy sanciones de miles de millones por sus delitos de entonces. Hace tiempo que debería haberse dado cuenta de que está en un callejón sin salida porque se ha vuelto dependiente de los mismos que tanto contribuyeron a sus ganancias, pero que hoy son responsables de pérdidas astronómicas».
(El Deusche se ha visto involucrado en múltiples escándalos de manipulación y corrupción. Recientemente ha reconocido destinar 350 mill de € a abogados que le defienden de 6.000 demandas. En EEUU está imputado por su comportamiento con las subprime, producto típico de la banca de inversión que ocasionó la crisis financiero de 2008. El pasado mes de abril fue condenado a una multa de 2.300 mill de € por manipulación del Libor y otros tipos interbancarios.)
Alemania necesita, escribe la revista, un Deutsche Bank fuerte y tan internacional como todas esas empresas que han convertido al país en campeón de las exportaciones, pero no uno volcado en maniobras especulativas que con «fondos hedge y con otras sociedades financieras» pretenda hacer negocios rápidos «en los que el riesgo y los potenciales beneficios no guardan relación».
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