Los bajos fondos de la industria farmacéutica .
Itinerario de un medicamento de uso corriente.
Los escándalos marcan el ritmo de la información sobre la
industria farmacéutica y focalizan la atención sobre sus excesos. Seguir el
recorrido de un medicamento sin historia, desde su creación hasta su
prescripción, muestra lo delgada que es la frontera entre las disfunciones y
las prácticas rutinarias.
Quentin Ravelli.
Fuente . Le Monde Diplomatique .
“Me di cuenta de que estaba “fichada”, que sabían
exactamente lo que yo prescribía”, se indigna una médica instalada en un barrio
elegante de París. “Yo era ingenua, no lo sabía. [Un día], una visitadora
médica me dijo: “¡Usted no prescribe mucho!” Me pregunté: “¿Cómo puede saber
ella eso?” La práctica de vigilancia, que sorprende a muchos médicos, está
orquestada por los servicios de marketing de los laboratorios. Para aumentar o
mantener sus cuotas de mercado, los grandes grupos farmacéuticos hacen alarde
de su ingenio. No dudan, por ejemplo, en modificar las indicaciones de sus medicamentos
para ganar nuevos clientes.
La Piostacina, considerada por ciertos médicos como “el
Rolls Royce del antibiótico de uso cutáneo”, y fabricada por Sanofi –el cuarto
grupo farmacéutico mundial por la cifra de negocios (30.000 millones de euros en
2011)–, ha corrido ese destino. Este antibiótico destinado durante mucho tiempo
al uso dermatológico, ha sufrido un “giro respiratorio”: ahora se utiliza
masivamente en los casos de infecciones broncopulmonares y
otorrinolaringológicas. Este altísimo uso, criticado por numerosos médicos y
denunciado por los poderes públicos, ha podido conducir a un sobreconsumo de
antibióticos, participando en el problema más vasto de reforzamiento de
resistencias bacterianas. Y ello supone un desafío importante a la sanidad
pública, responsable de setecientos mil muertos al año en el mundo (véase “La
otra pesadilla de Darwin”).
Para comprender la naturaleza versátil de la mercancía
médica, seguimos la vida de este medicamento ordinario, desde los laboratorios
de investigación hasta los visitadores médicos, pasando por la fábrica de
producción del principio activo (1). En cada etapa, la mercancía cambia de
nombre: los biólogos hablan de la bacteria Pristinae Spiralis, los químicos de
la pristinamicina fabricada por la bacteria, los visitadores médicos proclaman
los méritos de la “Pio” a los médicos, los empleados la llaman afectuosamente
“la Pristina”, incluso “el bicho”. A lo largo de esta cadena, el antagonismo
entre las necesidades del enfermo y los beneficios de la industria, entre el
valor de uso y el valor de cambio (2), no cesa de progresar.
Multiplica la oposición entre asalariados y dirigentes,
particularmente sensible en una empresa en plena reestructuración, donde los
asalariados han debido bloquear la supresión de puestos e imponer sus propias
concepciones del medicamento.
Un gran edificio de cristal de treinta y siete mil metros
cuadrados, que es la sede de Sanofi, evoca la transparencia y el respeto por
los pacientes, cuyas siluetas estilizadas rodeadas por un corazón azul se
destacan en lo alto del edificio. En el tercer piso de este edificio situado al
sur de París, se encuentran los servicios de marketing, donde están en plena
actividad los empleados que trabajan desde los años 1990 para introducir la
Piostacina en el mercado de las infecciones respiratorias. Con un éxito
evidente, puesto que desde el invierno de 2002 hasta el invierno de 2010 las
ventas para infecciones broncopulmonares dieron un salto de un 112%, mientras
que en el dominio dermatológico el incremento sólo fue de un 32,6%.
Este aumento no corresponde a una explosión del número de
enfermos o a una epidemia devastadora, sino a una estrategia comercial: el
mercado de las infecciones respiratorias representa un volumen de
prescripciones mucho más importante que el de las infecciones dermatológicas.
“Con los gérmenes que infectan los bronquios, el pulmón, los senos paranasales,
la Piostacina funciona muy bien”, recuerda un médico de la empresa. “Por esta
razón, la hemos desarrollado con esta indicación”. De la piel al pulmón, el
valor de cambio ha metamorfoseado el valor de uso, cuando debería ser la utilidad
del producto la que determinara su precio.
Los artífices de este giro terapéutico son los jefes de
producto, a menudo llamados “jefes productos”, empleados especializados en la
promoción de un único medicamento o de varios medicamentos con indicaciones
parecidas. Aquí, uno es “jefe producto Piostacina ”, “jefe producto Tavanic”,
“jefe producto antalgia” y hasta “jefe productos antipsicóticos”. Célia
Davos (2), la jefe de producto Piostacina, que se considera “muy orientada al
negocio”, describe lo que implica su tarea: “Tu trabajo consiste en seguir el
proceso de desarrollo del producto, seguir tu producto, ver a dónde va, según
sus competidores, según el mercado, según la patología, y poner todo en
práctica para maximizar la cifra de negocios”. Este puesto, situado en el
corazón mismo del servicio de marketing, a su vez en el centro de la sede
social, funciona como una plataforma giratoria a la que los empleados llegan de
los distintos servicios y pueden enseguida ser dirigidos hacia otros
horizontes, como directores, responsables del servicio de marketing, de la
comunicación, de los asuntos públicos o de las ventas.
Y sigue ……
https://mondiplo.com/los-bajos-fondos-de-la-industria-farmaceutica
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