viernes, 12 de febrero de 2021

EEUU: desmontando el mito de los orígenes .


EEUU: desmontando el mito de los orígenes

 Iñaki Urdanibia  

Existe en/sobre el país de las barras y estrellas una versión consagrada que presenta su origen y el desarrollo como una situación idílica en la que no existían clases sociales, en la que sus habitantes avanzaban todos a una, en la que lo dominante era la armonía y el buen rollo, situación que ha perdurado a lo largo del tiempo. Tal visión escamotea los enfrentamientos, las flagrantes desigualdades, las violencias de unos sobre otros, etc. que se dieron desde los inicios y que han permanecido a lo largo de los siglos Se ignora, en esta versión consagrada por el uso y el abuso, que Inglaterra se deshizo de delincuentes, de los mendigos y demás personas de los márgenes, haciendo que bajase la tasa de parados al tiempo que se quitaba de en medio a los indeseables, considerados mera basura, a los que enviaba al otro lado del charco con la pretensión de que estos creasen un baluarte de representación de los intereses británicos; el nombre de algunas cárceles mencionadas en la obra –la londinense de Bridewell de manera especial-fueron la reserva que servía para la captación de los nuevos pobladores que iban a ser enviados al otro lado del Atlántico. Allá se dirigió lo peor de cada portal, y allá los que llegaron comenzaron a apoderarse de tierras, que desde luego no eran las propias del paraíso terrenal; los pocos que llegaron no tuvieron una vida fácil sino perlada de luchas, latrocinio y demás maravillas. Así la idílica historia de la fusión, y salvación, de John Smith por acto de la princesa india Pocahontas queda bien para Walt Disney, y sus historias edulcoradas, pero no para ser fiel con respecto a la realidad, que no respondía, desde luego, a un encuentro poco menos que fraternal sino a una empresa de exterminio de los indígenas, aniquilación que algunas historias no dudan en pintar como una simple aceptación de los nativos de la presencia, el poder y las ideas de quienes llegaban.

 Así pues las historias de los heroicos pioneros, de los fundadores, de los peregrinos misioneros, que son celebrados con sus respectivas conmemoraciones y fiestas ocultan el carácter de los nombrados, que no eran otros que los conocidos como basura blanca, timadores perezosos, comedores de arcilla y otras lindezas, que constituían la clase blanca, rural y pobre de la América profunda, que por una parte, con el paso de los años, se consideraba como figura de la autenticidad, al tiempo que suponían un caladero de votantes de la derecha extrema, concretamente muchos de los que otorgaron la presidencia a Donald Trump.

 Un sueño común, una empresa de todos con el fin de domar la tierra, tarea en la que aquel que más trabajase más propiedades tendría, lo que se traduce en las tan cacareadas mil maravillas de la igualdad de oportunidades en la que cada cual se hace y asciende en la medida en que trabaje más, obviando que eran los más desaprensivos, quienes no tenían escrúpulos los que ascendían a mayores cotas de propiedad y poder.

 La tarea de poner los puntos sobre las íes de este falaz retrato es llevado a cabo con cantidad de datos al apoyo por Nancy Isenberg en su «White Trash. Los ignorados 400 años de historia de las clases sociales estadounidenses», editado por Capitán Swing. Ya desde el título se nombra a esa escoria o basura humana, que no se ha de airear ya que no corresponde a la visión que del país se quiere vender y que no se corresponde de ninguna de las maneras con las hazañas de héroes, de seres valerosos, honestos y emprendedores que retrata y ensalza la historia oficial. La bandera de la libertad y de la igualdad de oportunidades merece otras figuras, y así se ha mantenido en la sombra a toda la franja de la población despreciada con una colección de epítetos de los que da sobrada cuenta la historiadora (mascamazorcas, catetos, palurdos, paletos, pies de barro, moradores de los pinares, destripaterrones, gañáne sureños, morralla humana, despojos, y algunos más además de los ya mentados líneas más arriba). Toda esta categoría social era considerada como una especie de raza defectuosa, un colectivos compuestos de desechos que no coincidía con la pretendida identidad americana y que no constituía más que una vergüenza que se debía ocultar.

 El mito fundacional, que todavía es mantenido en alto, necesitaba, y necesita, además de ser representado con el recurso a seres normales y valientes dispuestos a la aventura, llevados de la mano de Dios que dio el privilegio a algunos de pertenecer a ese gran país, cantinelas que son aireadas por los líderes políticos, por distintos predicadores y, lo que es más significativo por los propios textos legales que rigen el país del tío Sam; y es que, según dicen dios está con ellos, y…así cualquiera; mas si los que llegaban estaban pertrechados de armas para imponer su orden, aunque tal posesión se disfrazase con el pretendido cuidado de la familia, de enfrentarse a posibles peligros animales o humanos, su posesión significaba amenaza y poder. El retrato pone el énfasis en la idea presente en el discurso presentado de la ausencia de clases sociales, como si éstas fuesen una manía, o característica, de la abandonada Inglaterra, con sus monarcas, sus aristócratas, y sus burgueses. La nueva tierra no conocía tales divisiones, ni jerarquías, sino que era un amplio espacio de igualdad, siempre abierto a la mejora personal y social, sin reparar en la honda huella británica en lo que hace a la figura del yeoman, pequeño terrateniente rural. El funcionamiento de los primeros núcleos establecidos por los colonos ya recurría a sacar provecho de seres inferiores como los niños, los criados o los mismos esclavos. Tal dinámica no cesó sino que se consolidó a lo largo de los años, los cuatrocientos que estudia la obra. El sueño americano era, persiste como, una verdadera pesadilla para muchos. A los jóvenes, hijos de mendigos, de maleantes y demás morralla, se les ofrecía la posibilidad de buscar una nueva vida con el fin de evitar acabar como sus progenitores; facilidades les eran concedidas para dar el paso, mas a la llegada la igualdad era pura ficción, ya que había una capa de seres que habiendo llegado con anterioridad habían impuesto sus normas y condiciones; el desarrollo debía producirse, para resultar competitivos, en las ciudades y quienes restaban pegados a las labores agrícolas quedaban sumidos en el atraso, no solo económico sino también en lo que hacía a oportunidades, acceso a la educación y a la cultura. La flecha del desarrollo económico iba a caer en manos de grandes comerciantes, agricultores y ganaderos de alto copete, junto a las de los constructores, y en manos de todos ellos quedaban las oportunidades, las ventajas y las mejores tierras y condiciones de vida; así pues, la tierra no era para quien la trabajara sino para aquellos, terratenientes, que se habían hecho con ella y que necesitaban mano de obra para cultivarla, mano de obra que era reclutada entre quienes llegaban en las sucesivas hornadas. Si digo reclutada caigo en un eufemismo de tamaño XXL, ya que de hecho eran empujados, quitándoseles las pequeñas parcelas de tierra con las que se habían hecho.

 Tres bloques (Partir de cero en un mundo nuevo, La degeneración de la raza norteamericana, El cambio de imagen de la escoria blanca) y más de setecientas páginas, con veinte ilustraciones de mapas, retratos, láminas, paisajes y el reflejo de encuentros de personalidades políticas con la franja social de la que se habla, componen la exhaustiva obra de la profesora que combina el rigor con una prosa que convierte la historia, perlada de datos, nombres, propios, anécdotas, en una obra entretenida como puede serlo una amena obra de narrativa.

 La obra es de gran aliento tanto en lo que hace a la profundidad con que se tratan los asuntos visitados como por la extensión temporal abarcada: desde la fundación hasta la actualidad pasando por la Guerra de Secesión en la que hasta los esclavos corrieron mejor suerte que los white trash en los que se centra la obra, por la Gran Depresión, con la cantidad de parados y la falta de expectativas de cara a hallar trabajo se dispararon, y avanza también por las diferentes contiendas electorales. Se repasan los tiempos de diferentes presidentes y el hilo conductor que subyace. No carece de interés, en general nada de lo expuesto, la reconversión u ocultamiento, de sus orígenes, a la que hubieron de recurrir ciertas luminarias del arte, de la cultura y de la política, para triunfar como fueron los casos de Elvis Presley, y otros seres procedentes del medio campesino, como Lyndon B.Johnson, que hubieron de cambiar de vestimentas, de aspecto y modos de peinarse para colarse en el circo americano.

 La autora llama la atención sobre toda la parafernalia que acompaña a las campañas electorales, que sirve para ver como los sectores que son disecados en la obra tragan los mensajes que se les transmiten por candidatos que con sus camisas de cuadros y en plena elaboración de hamburguesas en barbacoas ad hoc, aparentan ser uno más entre el común de los mortales. Aquí no se cumple aquello de el traje no hace al monje, del mismo modo que a este último no se le ha de juzgar por sus grandes palabras sino por sus hechos; en el caso más flagrante y último de la representación: el supermillonario Trump. La imagen señalada, acompañada de incendiarios discursos demagógicos y con tonos anti-sistema, desvía la atención, más allá de cualquier consideración de clases sociales, a señalar como culpables a los chupatintas, representados por las clases medidas urbanas (término engañoso si se parte de la inexistencia de clases, ya que si no hay clases altas, ni bajas, obviamente tampoco existen medias), y por toda una tropa de burócratas, periodistas, etc., que no hacen sino torpedear los planes contra la pobreza que proponen los diferentes presidentes, al quedarse ellos con los dineros que debían ir destinados a ellos, que han sido desplazados del sistema originario; tipo de pensamiento y sentimiento de no ser tenidos en cuenta, que produce oleadas de furia y descontento que se traduce en reclamaciones para ser tenidos en cuenta, del mismo modo que lo fueron en los tiempos fundacionales. Pensamiento que en las clases pobres del sur, en especial, han servido de bandera de enganche en la lucha contra la población negra y contra otros extranjeros de más al sur.

 Los datos cantan acerca de la enorme brecha que separa a los que más tienen de los que menos, cuyos ingresos se ven estancados a nivel de los que tenían en los sesenta, desigualdad que se traduce en aspectos como la salud, la educación o el acceso a la vivienda, situación que provoca descontento y resentimiento, a la par que el crecimiento del racismo no solo hacia los negros sino de manera muy especial, en los últimos tiempos, hacia los latinos, colectivo en el que Trump puso especial énfasis con su muro y sus delirantes declaraciones que ponía en el disparadero a tales personas como delincuentes, débiles, enfermos, mentirosos; este humus sembrado y puesto en marcha por la demagogia de algunos líderes políticos sirve a la descarada manipulación de los blancos pobres cuya ignorancia, su falta de remordimientos, su crueldad natural, tiene como único horizonte la reproducción de la identidad de su modo de vida. Lo decía con absoluto descaro Lyndon B. Johnson: «si llegáis a convencer al más miserable de los blancos que es superior al mejor de los hombres de color, no caerá en la cuenta de lo que hacéis en sus bolsillos. Desde el momento en que le hagáis mirar a alguien de arriba, vaciará incluso sus propios bolsillos en favor vuestro», clara política de distracción utilizada de manera descarada por el descarado Trump. Y las promesas de los Jefferson et alii por paliar la pobreza extendiendo el territorio hacia el Oeste, promoviendo una esperanza para una nueva vida que de hecho se limitó al cambio de lugar que no a la modificación de status, ni de clase, y a su acorralamiento por los poderosos asentados en dichos pagos. Y el individualismo rampante, el sálvese quien pueda que dificulta cualquier forma de unidad, ya sea sindical u otra, que siempre se ve afectada por las diferencias entre trabajadores cualificados y los zoquetes para la producción. No se obvian en la contundente obra los programas eugenésicos, promovidos por Jefferson, subrayando las diferencias naturales, adquiridas por medio de la herencia, lo que hace que, entre otras medidas, haya quienes propongan esterilizar a las mujeres pobres para que no hagan seres que continúen su miserable linaje…

 En fin, no continuaré resumiendo la enormidad de datos y situaciones que entrega Nancy Isenberg en su obra, que sin lugar a dudas deja claro como el agua cristalina que en los USA existen diferencias abismales entre las clases, a pesar de las jaculatorias de los Franklin, Jefferson y epígonos, y que los orígenes, a pesar de la tan cacareada igualdad de oportunidades, pesan como una losa que se ha de ocultar/ superar para salir a flote, y las cifras y los nombres propios cantan.

 La apabullante travesía concluye: « por molesto que resulte, la escoria blanca es uno de los hilos narrativos que integran el núcleo del relato nacional. La sola existencia de estas personas -prueba que a la sociedad estadounidense le obsesionan las mutantes etiquetas que signamos a los vecinos que deseamos ignorar. “No son como nosotros”. Pero sí que lo son; es más, nos guste o no, constituyen una parte fundamental de nuestra historia», y la profesora de Historia en la Universidad Estatal de Luisiana levanta sobrada acta de lo que dice.

https://kaosenlared.net/eeuu-desmontando-el-mito-de-los-origenes/


y ver https://conversacionsobrehistoria.info/2021/02/10/gente-sin-clase/

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