miércoles, 12 de julio de 2023

Cataluña y el esclavismo colonial.

 

Los indianos catalanes en el imperio negrero español


Fuentes: Viento Sur

La emisión del documental de TV3 Negrers. La Catalunya esclavista desató la tormenta perfecta para que todos los tabúes sobre la acumulación primitiva de capital en Catalunya salten por los aires. La apertura de este debate, que ha llegado para quedarse, ha generado una conmovedora actitud defensiva en el espectro conservador; basta con oír al periodista Jordi Basté despavorido ante los ataques a los intocables de la Barcelona modernista (RAC1, 23/02/2023).

No por esperada fue menos virulenta una reacción que pretendió sofocar el debate con ridiculizaciones ad hoc. Más sorprendente ha sido la estupefacción de una parte de la izquierda que ha llegado a tildar de “importación de los campus norteamericanos” la participación de la burguesía catalana en el tráfico de esclavos o minimizando su centralidad en la acumulación primitiva de capital.

Lo cierto es que las investigaciones históricas más recientes permiten afirmar que el alcance del tráfico de esclavos no sólo fue absolutamente determinante para la formación de la burguesía catalana y española, sino que también lo fue para la industrialización. Del tráfico de esclavos y de la mano de obra esclava en las plantaciones cubanas brotaron fortunas fabulosas que a finales del XIX migraron a Barcelona para invertirse en grandes fábricas y empresas inmobiliarias especulativas que cambiaron el aspecto de la ciudad.

«La esclavitud directa es el eje central de nuestra industrialización en la misma medida que la maquinaria, crédito, etc. Sin la esclavitud no se obtiene algodón, sin algodón no existe industria moderna. La esclavitud es lo que ha dado valor a las colonias; las colonias son las que han creado el comercio mundial; el comercio mundial es la condición necesaria para la maquinaria industrial a gran escala» (Marx, 1972: 21).

De tal modo que el hilo conductor que Marx vio con total claridad en la economía política del Imperio Británico aparece también aquí, desde las calles señoriales del Passeig de Gràcia hasta las fábricas tenebrosas del Vapor Vell de Sants o de l’España Industrial.

Y con la migración de capitales ensangrentados aparecía, de rebote, una burguesía feroz acostumbrada a dirigir la mano de obra con el látigo esclavista y con un despotismo absoluto que los convertía en virreyes de las fábricas metropolitanas, tal y como habían aprendido en las plantaciones coloniales. Como había visto agudamente el crítico de la economía política burguesa en un famoso capítulo sobre la acumulación originaria: “En general, la esclavitud encubierta de los obreros asalariados en Europa exigía, como pedestal, la esclavitud sans phrase [desembozada] en el Nuevo Mundo” (Marx, 1975: 949)

No podía ser de otra forma, dada “una cadena de producción en la que la disciplina por medio de la violencia era la norma que hacía funcionar el sistema” (Piqueras, 2021: 21). Una mentalidad burguesa formada por la experiencia de haberse enriquecido por medio de un auténtico “imperio negrero español”, como lo ha llamado José Antonio Piqueras (Piqueras 2021: 43).

Por eso, cuando nos adentramos en la acumulación de capital catalana y española rompemos uno de los principales mitos de la burguesía según el cual la industrialización habría sido fruto del propio ahorro, del acierto inversor y la predisposición para negocios bienaventurados en las Américas. Puesto que un cálculo a la baja sobre los beneficios del tráfico de esclavos español entre 1821 y 1867 lanza una estimación de 58 millones de dólares por 443.000 africanos deportados que podría ser de 130 millones de dólares según aquellos que computan 700.000 personas esclavizadas (Piqueras, 2011: 111).

Es decir, se mire como se mire, “España fue un actor histórico relevante tanto en relación con el tráfico de esclavos como en relación a la esclavitud colonial, en sus dominios americanos” (Rodrigo y Alharilla, 2022: 8), como ha concluido Martín Rodrigo. Un actor, España, del que Oriol Junqueras ya dijo que “los comerciales catalanes eran los máximos beneficiarios del sistema colonial español (…) desde principios del siglo XIX, la vieja clase dirigente cubana tuvo que recurrir a comerciantes hispánicos –muchos de ellos catalanes– para mantener el suministro de esclavos” (Junqueras, 2018: 62)

Detrás, pues, del simpático término de indiano radica el secreto vergonzante innombrable, como ha señalado uno de los máximos especialistas en la materia, el ya citado Piqueras: “El negrero es la representación más acabada del indiano al personificar como nadie el triunfo económico y el reconocimiento social, ya que la magnitud de los capitales reunidos raramente admite comparación” (Piqueras, 2021: 27).

Esta burguesía, premiada con títulos nobiliarios por la monarquía, encontrará sistemáticamente el apoyo de ésta para sus affaires desde el principio, con la cédula real del 28 de febrero de 1789 por la que Carlos IV liberalizaba el tráfico de esclavos. Las consecuencias de este apoyo estatal al negocio resultarán en que el 50% de los esclavos introducidos en la América española lo serán entre 1790 y 1867. Y del fruto de esta “deportación continuada y masiva” (Piqueras, 2021: 19) resulta un juicio inequívoco: “el trabajo forzado constituía una de las bases sobre las que se edificaba el capital industrial y financiero de la misma forma que había sido un apoyo fundamental en la primera acumulación a gran escala, comercial y dineraria” (Piqueras, 2021: 43).

¿Cuál fue la participación catalana? Pues las estimaciones más bajas indican que para el período de 1815-1820 un 21,7% de los barcos negreros responsables del tráfico de esclavos con Cuba eran catalanes. Si miramos los años 1821-1845 resulta que del total de barcos negreros capturados y juzgados por el tribunal de Sierra Leona, el 23% eran catalanes (Piqueras, 2021: 71).

Esta participación no quedaba enmarcada sólo en el tráfico, sino que también se incorporaba ávidamente a la propiedad de las plantaciones. Tal y como hará patente Pedro de Sotolongo, delegado de los grandes plantadores en Cuba, al recibir los refuerzos paramilitares, los pelayos, como los calificaba la prensa negrera, enviados desde Barcelona en 1869: “¿sabéis qué guarismo representan en Cuba las fortunas de los catalanes residentes aquí y ausentes hoy en Cataluña? Si posible fuera presentarlos serían asombrosos. Pues si una parte muy considerable de las riquezas de Cuba es propiedad de Cataluña, he ahí vuestro derecho a ser bien recibidos” (Maluquer, 1976: 46 y ss.).

No por casualidad el reformista José Manuel Mestre había descrito algunos años antes al ex secretario del Gobierno Superior de Cuba la existencia de un “omnipotente partido catalán” capaz de poner y sacar a capitanes generales. En el caso de la metrópoli, el omnipotente partido era capaz de asesinar a presidentes, Joan Prim, de derribar a monarquías, Amadeo de Saboya, y de tumbar al primer régimen democrático y popular, la Primera República. Ciertamente, la llamada revolución gloriosa de 1868 logró iluminar de forma fehaciente este secreto atronador, de tal modo que “el orden colonial quedaba revelado a ojos de propios y extraños con total claridad” (Piqueras, 2011: 237).

Por estos motivos, el movimiento obrero catalán combatía frontalmente “la esclavocracia”, como denunciaba la prensa satírica republicana a la burguesía monárquica. Un término que inspiró al gran historiador cubano Manuel Moreno Fraginals cuando lo llamaba, en relación con uno de los grandes negocios esclavistas, “sacarocracia”.

El árbol de la libertad de los negros: jacobinismo contra esclavismo

Junio de 1802, el genial militar que ha conducido a la proclamación de la Primera República negra de América es arrestado a traición por Napoleón, pero en una sola frase Toussaint L’Ouverture hace retumbar los miedos de la contrarrevolución:

“En me renversant, on n’a abattu à Saint-Domingue que le tronc de l’arbre de la liberté des Noirs; il repoussera par les racines, parce qu’elles sont profondes et nombreuses” [Derrocándome, sólo han talado el tronco del árbol de la libertad de los negros; volverá a brotar de las raíces, porque son profundas y numerosas] (Marius, 2002: 69).

Llevaba así hasta sus últimas consecuencias la premonición de Danton cuando la Convención Jacobina inicia la fase más espectacular de la Revolución Francesa. Una fase que se estrena con el decreto de abolición sin indemnización de la esclavitud en las colonias. Danton escribe el 4 de febrero –pluvioso en el calendario republicano– de 1794: “En jetant la liberté dans le nouveau monde, elle y portera des fruits abondants, elle y poussera des racines profondes” [Llevando la libertad al nuevo mundo, traerá frutos abudantes y hará brotar raíces profundas] (Marius, 2002: 68).

Unas raíces y unos frutos que comparten una misma savia jacobina regada con la alianza de los sans-culottes parisinos con los esclavos de Haití y Santo Domingo o, como dejara dicho el gran historiador C. L. R. James, “lo que las masas de Haití comienzan, las masas de París terminan” (James, 2022).

La concepción republicana de la fraternidad, que los jacobinos negros defenderán a ultranza, tendrá un eco abolicionista en las colonias y, al mismo tiempo, marcará uno de los combates más intensos de los jacobinos blancos en Francia. Ya que tanto en la Primera República Francesa (1792) como en la Segunda de 1848 el esclavismo y el antiesclavismo serán las consignas de batalla de la reacción y la revolución, en el agudo análisis de un observador alemán bastante barbudo:

«Bonaparte, que había subido al poder, halagando los más bajos instintos de los hombres, no puede mantenerse en él más que comprando día tras día a nuevos cómplices. Así, con la renovación de la trata de esclavos no ha restaurado sólo la esclavitud, sino que ha ganado a su causa a los plantadores. Cuanto hace degradar la conciencia de la nación es para él una nueva garantía de poder. Hacer de los franceses una nación que se entregue a la trata de esclavos será el medio más seguro de esclavizar a Francia, la cual, cuando fue ella misma, tuvo la valentía de proclamar ante la faz del del mundo entero: ¡Que perezcan las colonias, pero que vivan los principios! Una cosa al menos ha cumplido Bonaparte. La trata de esclavos se ha convertido en el grito de batalla entre los campos imperial y republicano. Si hoy la República Francesa se restaura, mañana España se verá obligada a abandonar el infame tráfico» (Marx, 1971: 100).

“El grito de batalla entre los campos imperial y republicano”… Y si esta dinámica de feroz lucha de clases espolea a las Repúblicas de Francia no es menos cierto que la reencontramos con la misma intensidad en la Primera República española. La diferencia estriba en que la historiografía marxista y republicana francesa nos lleva décadas de ventaja en el estudio del republicanismo antiesclavista. Pero esto no significa que en Catalunya no haya existido un movimiento popular equiparable contra los traficantes de carne humana. Si los esclavistas se organizaban en lobbies, como el de Barcelona presidido por el inefable Joan Güell y Ferrer y Antonio López y López, los republicanos sacan a 14.000 manifestantes contra estos (Janué, 2022: 136). Pero es que las conspiraciones de los primeros serán las que harán caer la monarquía democrática mientras que el empuje de los segundos llevará a que la República se estrene con la abolición de la esclavitud en Puerto Rico. Desde las páginas de El Estado Catalán un joven Valentí Almirall marcará el tono intransigente que siempre ha caracterizado al jacobinismo autóctono:

«Si para conservar las Antillas debemos conservar la esclavitud; si de la integridad del territorio es condición precisa que se haga de los hombres cosas, que el látigo se levante por el hombre contra el hombre, que se pierdan las Antillas y que se resquebraje esa integridad» (Almirall, 1873: 1).

Así pues, pensar que el antiesclavismo es una moda importada de los campus norteamericanos, aparte de ser falso, es más bien propio de una forma de pensar en todo caso ajena a la republicana.

También, insistir en la matraca de que el tráfico de esclavos y las plantaciones coloniales no tuvieron ningún peso en la acumulación de capitales no sólo es una hipocresía, ya refutada, sino que ignora que la prepotencia de la burguesía esclavista llegaba al punto de edificar palacetes de estilo hacienda colonial con plantas de algodón esculpidas en la entrada, tal y como hizo Gaudí para los Güell en la mansión de Pedralbes.

Y más aún, como señaló Oriol Junqueras en Els catalans i Cuba (1998), los apellidos de esta burguesía resuenan en todos y cada uno de los golpes de Estado que desde 1874 hasta 1936, pasando por 1923, se han hecho contra toda revolución democrática y popular.

«Al llegar a cierto punto uno deja de defender cierta concepción de la historia para defender la historia misma”, y esto que dijo Edward Palmer Thompson para el movimiento obrero inglés nos vale para no confundir la historia de los carniceros de humanos con la nuestra. Dicho con las palabras que citaba un espantado Jordi Basté en la emisora de radio RAC1: “Debemos cargarnos Gaudí, los Güell, el cancionero colonial, todos los pilares simbólicos de la marca Catalunya y también de la marca Barcelona”. Una declaración que tiene la virtud de delimitar campos y comenzar a abordar la tarea de la reparación de los mayores agravios imperialistas con el mismo empeño reclamado por Francia Márquez, la vicepresidenta colombiana, en el Forum Permanente de Afrodescendientes de la ONU, donde reclamó “acciones reales y concretas de reparación histórica”» (1).

Albert Portillo es politólogo y miembro de la redacción de Debats pel demà.

Referencias

Almirall, Valentí (1873) “La cuestión de Cuba”, El Estado Catalán. Diario Republicano, Democrático, Federalista.

James, Cyril Lionel Robert (2022) Los jacobinos negros. Toussaint L’Ouverture y la Revolución de Haití. Iruñea: Katakrak.

Janué, Marició (2002) Els polítics en temps de revolució. La vida política a Barcelona durant el Sexenni revolucionari. Vic: Eumo Editorial.

Junqueras, Oriol (1998) Els catalans i Cuba. Barcelona: Pòrtic.

Maluquer de Motes, Jordi (1976) “La burguesía catalana y la esclavitud en Cuba: política y producción”, Revista de la Biblioteca Nacional José Martí (3a época).

Marius-Hatchi, Fabien (2002) “La Révolution caribéenne comme ultime rempart du droit naturel”, en Florence Gauthier (ed.), Périssent les colonies plutôt qu’un principe! Contributions à l’histoire de l’abolition de l’esclavage, 1789-1804. Paris: Société des études robespierristes.

Marx, Karl (1971 [1858]) “El gobierno británico y la trata de esclavos”. Londres: New York Daily Tribune, 18/06, en Marx y Engels, Acerca del colonialismo, Progreso, Moscú, pp. 96-101. Accesible en https://proletarios.org/books/Marx-Engels-Acerca_del_colonialismo.pdf.

(1972) “The Life-Destroying Toil of Slaves”, en Padover, S. (ed.). The Karl Marx Library, Vol. II: On America and the Civil War. Nueva York: McGraw-Hill.

(1975 [1867]) El Capital, Capítulo XXIV: La llamada acumulación originaria, I, 3. Madrid: Siglo XXI.

Piqueras, José Antonio (2021) Negreros: Españoles en el tráfico y en los capitales esclavistas. Madrid: Libros de la Catarata.

(2011) La esclavitud en las Españas. Madrid: Libros de la Catarata.

Rodrigo y Alharilla, Martín (ed.) (2022) Del olvido a la memoria. La esclavitud en la España contemporánea. Barcelona: Icaria.

Nota:

(1) https://www.youtube.com/watch?v=Md- tewFXvaUc

Fuente: https://vientosur.info/los-indianos-catalanes-en-el-imperio-negrero-espanol/

lunes, 10 de julio de 2023

El espejismo de un nuevo imperio europeo

 

El espejismo de un nuevo imperio europeo

Quinn Slobodian 

22/06/2023

 

En el número de mayo y junio de la revista Foreign Affairs, el historiador y comentarista británico Timothy Garton Ash planteaba un enigma: a la luz de la guerra en Ucrania, ¿tendría la Unión Europea que volverse "más imperial" para desprenderse por fin de su pasado imperial?

 Con ello se refería a una UE que "ya no esté dominada por un solo pueblo o nación", pero que también dependa menos de las decisiones unánimes de los Estados miembros. Esto podría lograrse ampliando la llamada votación por mayoría cualificada en el Consejo Europeo, que requiere la aprobación del 55% de los Estados miembros en lugar de la unanimidad. De este modo se reducirían las posibilidades de que dirigentes sin escrúpulos como el húngaro Viktor Orbán desvíen a la UE de una política exterior consensuada por la mayoría. El resultado es que la UE podría absorber las antiguas colonias y cuasicolonias del imperio soviético-ruso y quizás —se puede leer entre líneas, aunque a duras penas— hacer realidad la visión que para muchos nunca llegó a desaparecer: un Sacro Imperio Romano Germánico resucitado, descentralizado, pluralista y libre de aranceles.

 Merece la pena preguntarse cuáles son, según Garton Ash, las condiciones que integran esta visión de una UE neoimperial.

 Su primera sugerencia es que Europa debería prestar atención a su propio pasado colonial. Cita el trabajo pionero de los historiadores suecos Peo Hansen y Stefan Jonsson sobre la sorprendente popularidad que tuvo la idea de "Eurafrica" en la década de 1950. Cuando se firmó el Tratado de Roma en 1957, el 90% de la superficie de la Comunidad Económica Europea estaba en África, y muchos políticos veían las colonias como apéndices permanentes. Pero la atención de Garton Ash a la persistencia de los imperios ultramarinos de Europa hasta la década de 1970 acaba siendo poco más que una parada rápida de camino al lugar donde "la lente del imperio es aún más reveladora": con el Estado conocido como Rusia, antes Unión Soviética y ahora Rusia de nuevo.

 Garton Ash merece ser felicitado por abordar el tema del imperio. Plantear los orígenes coloniales de la UE es suficiente para levantar suspicacias en los seminarios y think tanks del continente europeo. Pero no debería. Los orígenes coloniales de la UE son un hecho; la cuestión es qué hacer con ellos. En un reciente libro, la historiadora Megan Brown va un poco más allá al describir a Argelia como "el séptimo Estado miembro" en los inicios de Europa. Los franceses querían que sus posesiones de ultramar formaran parte de la nueva Europa. Adaptando una famosa formulación del historiador económico británico Alan Milward, Europa no se diseñó para rescatar al Estado-nación, sino al Estado-nación imperial.

 No se cambió el imperio por Europa; el objetivo era conservar ambos. La idea es que las colonias se beneficiarían de las transferencias económicas financiadas parcialmente por las potencias que habían perdido sus imperios —incluida Alemania Occidental, que aportó 200 millones de dólares para un fondo de desarrollo—.

 Asumir estos hechos como reales no tiene por qué implicar que la UE está podrida hasta la médula. También pueden ilustrar cómo la independencia en un mundo interconectado siempre fue una cualidad muy relativa, y que imperio y nación nunca fueron simples elecciones binarias. En Capital e ideología (2019), el economista francés Thomas Piketty se basó en la obra del historiador Frederick Cooper para explorar la posibilidad de la federación de África Occidental, propuesta que fue debatida por pensadores como el escritor senegalés Léopold Senghor tras la Segunda Guerra Mundial. El próximo libro de Cooper, coescrito con Jane Burbank,  historiadora especialista en Rusia, lleva por título Posibilidades Post-Imperiales: Eurasia, Eurafrica, Afroasia.

 Incluso después de la independencia, Argelia no estaba necesariamente entusiasmada con romper las conexiones con su antigua metrópoli. Mantener algún tipo de trato preferente tenía muchas ventajas. Tiempo después llegarían más acuerdos comerciales de este tipo. Así, el Convenio de Lomé de 1975 concedió un trato especial a las antiguas colonias europeas, permitiéndoles evitar la competencia de otros proveedores a bajo precio. Los plátanos de las Islas de Barlovento en el Caribe, por ejemplo, eran más baratos que los de la empresa estadounidense Chiquita, debido a que la Política Agrícola Común de la UE se extendía de manera transoceánica para abarcar a los nuevos Estados independientes. Pensemos también en el franco CFA, la moneda vinculada primero al franco y luego al euro, que todavía se utiliza en 14 países africanos. El CFA, que en su día significó Colonias Francesas de África, significa ahora Comunidad Financiera de África. ¿Es una reliquia del imperio o un medio de estabilizar las economías locales para tranquilizar a los inversores internacionales? Es, por supuesto, ambas cosas.

 Visto desde otra perspectiva, Eurafrica nunca murió. Francia tiene más de 3.000 soldados en África y ha intervenido en el África poscolonial más de tres docenas de veces. Frontex, la agencia de fronteras de la UE, tiene previsto ampliar su presencia en países africanos. Además, en el continente siguen existiendo enclaves españoles y ciudades portuarias autónomas —Ceuta y Melilla— y cada vez son más los Estados africanos que ofrecen la “ciudadanía por inversión” (citizenship by investment), incluso cuando muchas élites poscoloniales esconden su riqueza en Mayfair Property y en cuentas bancarias suizas.

 La descolonización no consiste en interpretar el nivel correcto de culpa, ni en la sustitución de monumentos y exposiciones, ni en la creación de nuevas cátedras o grupos de investigación, ni siquiera en la repatriación de reliquias. No es un proyecto centrado principalmente en las palabras, las imágenes o los sentimientos, y tampoco puede tener un fin real y preciso.

 Como escribe Kojo Koram en Uncommon Wealth: Britain and the Aftermath of Empire (2022), el imperio "no fue sólo una gira mundial de quinientos años de ser malos con la gente morena (sic)". Conectó la maquinaria de las finanzas y la industria, y grabó sobre piedra las relaciones desiguales que persisten hoy en día, desde los paraísos fiscales hasta las zonas francas de exportación. También benefició a quienes no estaban directamente implicados. Garton Ash señala que muchos países de Europa del Este no tenían colonias propias, pero basta un poco de historia global para ver, como ha demostrado el sociólogo Gurminder Bhambra, que muchos millones de emigrantes de esa parte del mundo se beneficiaron de los territorios que fueron despejados y despojados. Mi bisabuelo abandonó su condición de campesino en la Galitzia de los Habsburgo para ocupar una parcela de tierra "libre" en el centro de Canadá, parcela que las tropas británicas se habían encargado de vaciar.

 En estos momentos, el imperio y la descolonización están más presentes de lo que es habitual. Con la Organización Mundial del Comercio en una situación de parálisis permanente, es el momento de agitar la geografía política mundial. El marco al que recurren los expertos y la clase política es sugerir que la humanidad tiene tan solo dos escenarios: la globalización posterior a 1989 o la vuelta al nacionalismo desde 2016. El historiador sólo ve imperios o naciones. Hace décadas, el politólogo Hedley Bull desaconsejaba la "tiranía de los conceptos y prácticas existentes" que dificultaban la posibilidad de identificar formas políticas emergentes. Ahora nos encontramos en ese punto de inflexión en el que las viejas formas mutan bajo nuevas condiciones.

 La renuencia de la mayoría de los gobiernos del mundo a aceptar el régimen de sanciones de la OTAN contra Rusia ha reavivado el debate, más propio de los años sesenta, sobre el "mundo no alineado". Algunos expertos en libre mercado piden "recuperar la unión polaco-lituana", una monarquía binacional con carácter electivo que duró desde 1385 hasta la década de 1790, mientras que otros abogan por un eje bilateral Estados Unidos-Reino Unido para reconstruir el orden de libre comercio. Otros consideran que el orden mundial se está descomponiendo en un puñado de bloques supervisados por "Estados de civilización". Las reflexiones sobre una "Eurasia" ampliada del filósofo de la corte de Vladimir Putin, Alexander Dugin, han influido en la extrema derecha mundial. Incluso el hermano más débil de la ficticia familia Roy en Succession ha entrado en el juego, susurrando en un episodio al presidente electo sobre una "alternativa pan-Habsburgo a la UE liderada por Estados Unidos".

 En un momento similar, hace casi un siglo, el economista austrohúngaro Karl Polanyi especuló con un futuro dominado por lo que él llamaba "imperios domesticados". Pensaba que el pensamiento Großraum de los nacionalsocialistas era mezquino en su jerarquía racial, pero defendible en su planteamiento de los límites territoriales. Un orden fascista circunscrito a Europa podría ser algo con lo que no quedaría más remedio que convivir. Al otro lado del Atlántico, Polanyi imaginó una Doctrina Monroe revivida, una de las primeras formulaciones de la política exterior estadounidense, vinculando las Américas y, en las "zonas coloniales", la tutela británica según el modelo sugerido por el estadista sudafricano del siglo XX Jan Smuts.

 Los imperios domesticados tuvieron un alto coste: la separación continental permanente. Polanyi imaginó estas unidades como autárquicas, libres del universalismo devorador del mundo propio del capitalismo y del socialismo. Las reflexiones sobre una UE postimperial no deben complacer las fantasías de algunos conservadores de Europa del Este de que el final de la Guerra Fría podría significar un cómodo "retorno a Europa" si eso significa dar la espalda al mundo a sus puertas. No sólo la UE tiene orígenes coloniales: el mundo entero los tiene. Como ha escrito Bhambra, el mayor obstáculo para entender la descolonización es la idea errónea de que los Estados europeos "son naciones y tienen imperios". Deshacerse de lo segundo les permitió acercarse más a lo primero. Abordar el pasado colonial de Europa exigirá algo más que un reconocimiento simbólico de los pecados pasados. Entre las soluciones más radicales figura la propuesta de Emily Tendayi Achiume, Relatora Especial de la ONU sobre racismo y discriminación racial, sobre la migración como descolonización: la libre circulación hacia la antigua metrópoli como la forma más eficaz de reparación. El pasado de Europa no es extraterritorial. Como dijo el político egipcio Hamdeen Sabahi en 2012: "El Mediterráneo es un lago".

 Quinn Slobodian  Profesor de Historia en el Wellesley College, Massachusetts. Es autor de "Globalists: The End of Empire and the Birth of Neoliberalism" (2018) y su último libro es "Crack-Up Capitalism: Market Radicals and the Dream of a World Without Democracy" (2023).

Fuente:

The New Statesman, 17/06/2023 https://www.newstatesman.com/the-weekend-essay/2023/06/europe-rotten-cor.

 

https://www.sinpermiso.info/textos/el-espejismo-de-un-nuevo-imperio-europeo

miércoles, 5 de julio de 2023

Nada es , como nos lo contaron.

 

 El disparate de Prigozhin

La prensa de Washington parece estar haciéndose a la idea de la enormidad del desastre en Ucrania, pero no hay pruebas públicas de que Biden y sus principales colaboradores comprendan la situación

Seymour Hersh 4/07/2023

El fin de semana del 24 y 25 de junio, la administración Biden tuvo unos días gloriosos. La actual situación provocada por el desastre en Ucrania desapareció de los titulares y fue sustituida por la “revuelta”, como decía un titular de The New York Times, de Yevgeny Prigozhin, jefe del grupo mercenario Wagner.

El foco de atención se desvió de la fallida contraofensiva ucraniana para centrarse en la amenaza de Prigozhin al control de Putin. Como decía un titular del New York Times: “La revuelta plantea una pregunta candente: ¿Podría Putin perder el poder?”. El columnista de The Washington Post David Ignatius hizo esta apreciación: “Putin miró al abismo el sábado y parpadeó”.

El secretario de Estado, Antony Blinken –el portavoz del Gobierno en tiempos de guerra, que hace semanas habló orgulloso de su compromiso de no buscar un alto el fuego en Ucrania–, apareció en el programa Face the Nation de la CBS con su propia versión de la realidad: “Hace dieciséis meses, las fuerzas rusas estaban… pensando que borrarían del mapa a Ucrania como país independiente”, dijo Blinken. “Ahora, durante el fin de semana, han tenido que defender Moscú, la capital de Rusia, de mercenarios designados por el propio Putin… Ha sido un desafío directo a la autoridad de Putin… Muestra verdaderas fisuras”.

Blinken sugirió que la deserción del enloquecido líder de Wagner sería una bendición para las fuerzas militares de Ucrania

Blinken, que no fue cuestionado por su entrevistadora, Margaret Brennan, como bien sabía él que no lo sería –¿por qué si no iba a aparecer en el programa?–, pasó a sugerir que la deserción del enloquecido líder de Wagner sería una bendición para las fuerzas militares de Ucrania, cuya matanza por parte de las tropas rusas continuaba mientras él hablaba. “En la medida en que supone una verdadera distracción para Putin y para las autoridades rusas, que tienen que mirar –y de algún modo preocuparse– por su retaguardia mientras tratan de hacer frente a la contraofensiva en Ucrania, diría que esto crea incluso mayores oportunidades para que los ucranianos triunfen sobre el terreno”.

¿En ese momento Blinken hablaba en nombre de Joe Biden? ¿Debemos entender que eso es lo que cree el hombre al mando?

Ahora sabemos que la revuelta del crónicamente inestable Prigozhin se esfumó en un día, cuando huyó a Bielorrusia con la garantía de no ser procesado, y su ejército mercenario se mezcló con el ejército ruso. No hubo marcha sobre Moscú, ni una amenaza significativa para el gobierno de Putin.

Lástima de los columnistas de Washington y de los corresponsales de seguridad nacional que parecen depender enormemente de las reuniones informativas oficiales con funcionarios de la Casa Blanca y del Departamento de Estado. Teniendo en cuenta las conclusiones publicadas de esas sesiones informativas, dichos funcionarios parecen incapaces de ver la realidad de las últimas semanas, o el desastre total que ha recaído sobre la contraofensiva militar ucraniana.

Así pues, a continuación se ofrece una visión de lo que está ocurriendo realmente, que me fue facilitada por una fuente bien informada de la comunidad de la inteligencia estadounidense:

“He pensado que podía aclarar un poco las cosas. En primer lugar, y lo más importante, es que Putin está ahora en una posición mucho más fuerte. Ya en enero de 2023 nos dimos cuenta de que era inevitable un enfrentamiento entre los generales, apoyados por Putin, y Prigo, respaldado por extremistas ultranacionalistas. El viejo conflicto entre los combatientes de guerra ‘especiales’ y un ejército regular grande, lento, torpe y sin imaginación. El ejército siempre gana porque posee los activos periféricos que hacen posible la victoria, ya sea ofensiva o defensiva. Y lo que es más importante, controlan la logística. Las fuerzas especiales se ven a sí mismas como el principal activo ofensivo. Cuando la estrategia general es ofensiva, el gran ejército tolera su arrogancia y sus golpes de pecho en público porque las fuerzas especiales están dispuestas a asumir grandes riesgos y pagar un alto precio. Una ofensiva exitosa requiere un gran gasto en hombres y equipamiento. Una defensa exitosa, por otro lado, requiere administrar esos activos”.

“Los miembros de Wagner fueron la punta de lanza de la ofensiva rusa inicial en Ucrania. Eran los ‘'hombrecillos verdes’. Cuando la ofensiva se convirtió en un ataque total del ejército regular, Wagner siguió ayudando, pero, a regañadientes, tuvo que pasar a un segundo plano en el periodo de inestabilidad y reajuste posterior. Prigo, nada tímido, tomó la iniciativa de aumentar sus fuerzas y estabilizar su sector”.

“El ejército regular agradeció la ayuda. Prigo y Wagner, como es habitual en las fuerzas especiales, acapararon la atención y se llevaron el mérito de detener a los odiados ucranianos. La prensa se lo tragó todo. Entretanto, Putin y el gran ejército cambiaron lentamente su estrategia de pretender la conquista ofensiva de la gran Ucrania por la defensa de lo que ya tenían. Prigo se negó a aceptar el cambio y continuó la ofensiva contra Bajmut. Ahí radica el problema. En lugar de crear una crisis pública y someter al imbécil [Prigozhin] a un consejo de guerra, Moscú simplemente retuvo los recursos y dejó que Prigo agotara sus reservas de hombres y armas, condenándolo a la retirada. Al fin y al cabo, por muy astuto que sea financieramente, es el expropietario de un carrito de perritos calientes sin logros políticos ni militares”.

“Lo que nunca supimos es que hace tres meses sacaron a Wagner del frente de Bajmut y lo enviaron a un cuartel abandonado al norte de Rostov del Don [en el sur de Rusia] para desmovilizarlo. La mayor parte del equipo pesado se redistribuyó y la fuerza se redujo a unos 8.000 efectivos, 2.000 de los cuales partieron hacia Rostov escoltados por la policía local”.

“Putin respaldó plenamente al ejército que dejó que Prigo hiciera el ridículo y desapareciera en la ignominia. Todo ello sin sudar la gota gorda militarmente ni provocar un enfrentamiento político con los fundamentalistas, que eran ardientes admiradores de Prigo. Bastante astuto”.

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Existe una enorme brecha entre la forma en que los profesionales de la comunidad de inteligencia estadounidense evalúan la situación y lo que la Casa Blanca y la supina prensa de Washington proyectan a la opinión pública al reproducir acríticamente las declaraciones de Blinken y sus cohortes de halcones.

Las estadísticas actuales sobre el campo de batalla que me fueron comunicadas sugieren que la política exterior general de la administración de Biden puede estar en peligro en Ucrania. También plantean dudas sobre la implicación de la alianza de la OTAN, que ha estado proporcionando a las fuerzas ucranianas entrenamiento y armas para la actual contraofensiva, que va con retraso. Me han informado de que en las dos primeras semanas de la operación, el ejército ucraniano únicamente se ha apoderado de unos 114 kilómetros cuadrados de territorio anteriormente en poder del ejército ruso, gran parte de ellos en campo abierto. En cambio, Rusia ahora controla aproximadamente 103.600 kilómetros cuadrados de territorio ucraniano. Me han revelado que en los últimos diez días las fuerzas ucranianas no han conseguido abrirse paso a través de las defensas rusas de forma significativa. Únicamente han recuperado unos cinco kilómetros cuadrados más de territorio ocupado por Rusia. A ese ritmo, según un funcionario informado, los militares de Zelensky tardarían 117 años en librar al país de la ocupación rusa.

Rusia ahora controla aproximadamente 103.600 kilómetros cuadrados de territorio ucraniano

En los últimos días, la prensa de Washington parece estar haciéndose poco a poco a la idea de la enormidad del desastre, pero no hay pruebas públicas de que el presidente Biden y sus principales colaboradores en la Casa Blanca y ayudantes del Departamento de Estado comprendan la situación.

Putin tiene ahora a su alcance el control total, o prácticamente, de las cuatro regiones ucranianas –Donetsk, Kherson, Lubansk, Zaporizhzhia– que se anexionaron públicamente el 30 de septiembre de 2022, siete meses después de comenzar la guerra. El siguiente paso, suponiendo que no se produzca un milagro en el campo de batalla, dependerá de Putin. Podría simplemente detenerse donde está y ver si la Casa Blanca acepta la realidad militar y se busca un alto el fuego iniciando conversaciones formales para el fin de la guerra. El próximo mes de abril se celebrarán elecciones presidenciales en Ucrania, y el líder ruso podría quedarse quieto y esperar a que se celebren –si es

que se celebran–. El presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, ha dicho que no habrá elecciones mientras el país esté bajo la ley marcial.

Los problemas políticos de Biden, en cuanto a las elecciones presidenciales del próximo año, son graves y evidentes. El 20 de junio, el Washington Post publicó un artículo basado en una encuesta de Gallup bajo el titular “Biden no debería ser tan impopular como Trump, pero lo es”. El artículo que acompañaba a la encuesta, escrito por Perry Bacon, Jr., decía que Biden tiene “un apoyo casi universal dentro de su propio partido, prácticamente ninguno del partido de la oposición y cifras terribles entre los independientes”. Biden, como anteriores presidentes demócratas, escribió Bacon, lucha “por conectar con los votantes más jóvenes y menos comprometidos”. Bacon no tenía nada que decir sobre el apoyo de Biden a la guerra de Ucrania porque, al parecer, la encuesta no hacía preguntas sobre la política exterior de la administración.

El desastre que se avecina en Ucrania, y sus implicaciones políticas, deberían ser una llamada de atención para aquellos miembros demócratas del Congreso que apoyan al presidente pero no están de acuerdo con su voluntad de tirar muchos miles de millones de dinero a la basura en Ucrania, con la esperanza de un milagro que no llegará. El apoyo demócrata a la guerra es otro ejemplo de la creciente desvinculación del partido con la clase trabajadora. Son sus hijos los que han estado luchando en las guerras del pasado reciente y los que pueden estar luchando en cualquier guerra futura. Estos votantes se han alejado cada vez más a medida que los demócratas se acercan a las clases intelectuales y adineradas.

Si queda alguna duda sobre el continuo cambio sísmico en la política actual, recomiendo una buena dosis de Thomas Frank, el aclamado autor del bestseller de 2004 ¿Qué pasa con Kansas? Cómo los conservadores conquistaron el corazón de América, un libro que explicaba por qué los votantes de dicho estado se alejaron del partido demócrata y votaron en contra de sus propios intereses económicos. Frank volvió a hacerlo en 2016 en su libro Escucha, liberal: o, ¿qué pasó con el partido del pueblo? En un epílogo a la edición de bolsillo describió cómo Hillary Clinton y el Partido Demócrata repitieron –o amplificaron– los errores cometidos en Kansas cuando iban camino de perder unas elecciones seguras frente a Donald Trump.

Sería prudente que Joe Biden hablara claro sobre la guerra y sus diversos problemas para Estados Unidos, y que explique por qué los más de 150.000 millones de dólares que su administración ha invertido hasta ahora han resultado ser una pésima inversión.

 

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Este artículo se publicó originalmente en inglés en Substack . https://ctxt.es/es/20230701/Firmas/43449/Seymour-Hersh-guerra-Ucrania-Rusia-Putin-Biden-belicismo-Prigozhin.htm#md=modulo-portada-bloque:4col-t2;mm=mobile-medium

 Traducción de Paloma Farré.

lunes, 3 de julio de 2023

El método Meloni .

 

 El modelo Meloni

 Benoît Bréville,

 Julio de 2023

  Mondiplo. 

Las turbulencias del verano de 2022 son agua pasada. Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, amenazaba por entonces a los italianos con represalias si llevaban al poder a Giorgia Meloni. Ahora, las dos dirigentes, una de derechas, la otra de extrema derecha, se muestran sonrientes ante los fotógrafos, intercambian cortesías en las redes sociales y se van de viaje juntas a Túnez. La presidenta del Consejo de Ministros italiano, a la que se tildaba de “populista”, “iliberal” y “posfascista”, se ha convertido en pocos meses en un socia seria y razonable.

 

Meloni descubrió rápidamente cómo operar esa metamorfosis. Tan pronto como se instaló en el Palacio Chigi, elaboró un plan de rigor presupuestario, recortó el gasto social y cesó en sus críticas al yugo de Bruselas; medidas imperativas para obtener el maná del plan de recuperación (191.000 millones de euros de aquí a 2026). También ha reafirmado su adhesión a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y exigido sanciones más drásticas contra Moscú y armas más sofisticadas para Kiev. En definitiva, se ha unido al discurso dominante. “No hay nadie que milite más por Europa y el euro que Giorgia Meloni”, aplaude el ensayista francés Alain Minc (FigaroVox, 8 de junio de 2023). “Actualmente, defiende con pasión a Kiev en todos sus discursos. Ya no se la oye criticar a la Unión Europea ni a la OTAN. En unos meses, se ha desembarazado de su imagen extremista”, se regocija el politólogo liberal Dominique Reynié (Le Figaro, 11 de junio de 2023).

 

Así se obtiene el diploma europeo de respetabilidad. El beneficiario debe respetar dos valores cardinales: la austeridad y el atlantismo. Una vez cumplidas esas condiciones, Meloni puede proseguir con las declaraciones xenófobas, estigmatizar a las personas lesbianas, gais, bisexuales y trans, agitar el fantasma del “gran reemplazo”, restringir el acceso al aborto, tratar de modificar la Constitución en un sentido autoritario, controlar los medios de comunicación y aherrojar las instituciones culturales. Le siguen abriendo todas las puertas. Su visita el pasado 20 de junio a París, donde fue calurosamente recibida por el presidente francés, “ha permitido crear convergencias”, asegura el Elíseo.

 

El modelo Meloni, nacionalista pero europeísta y atlantista, se expande por el continente desde la agresión rusa contra Ucrania. Gracias a sus éxitos electorales, la extrema derecha ya dirige varios países en coalición con los conservadores: Italia, Suecia, Finlandia y puede que pronto España. Estas alianzas ya no suscitan especial indignación. En 2000, cuando ministros de extrema derecha entraron en el gobierno austriaco, los otros catorce Estados de la Unión suspendieron todo contacto bilateral oficial con Viena y redujeron los intercambios diplomáticos a las cuestiones técnicas. La presidenta del Parlamento de Estrasburgo, afiliada al Partido Popular Europeo (PPE), anunció incluso que no volvería a poner los pies en Austria mientras la extrema derecha estuviera en el poder. Desde octubre de 2022, el actual líder del PPE, Manfred Weber, ha viajado cinco veces a Roma para cortejar a Meloni, una aliada de peso de cara a las elecciones europeas de 2024. Radicalización de la derecha en materia de inmigración; derechización de la extrema derecha en materia de economía y política exterior: así se perfila el rostro de la nueva Europa...

 

https://mondiplo.com/el-modelo-meloni

domingo, 2 de julio de 2023

Entrevista a Xóse Manuel Beiras

 Entrevista  a Xóse  Manuel Beiras     

 

 VIRGINIA P. ALONSO Y JUAN OLIVER.  

 Público .

 Recibe a Público en su casa de Brión, a quince minutos en coche de la capital de Galicia, y durante casi dos horas de entrevista en gallego enciende seis o siete Benson&Hedges. Le acompañan en sus gestos y hasta parecen indignarse y lanzar bocanadas con él cuando advierte de que la izquierda está condenada a repetirse en sus fracasos si se niega a sí misma sus principios más elementales en el combate contra la ultraderecha.

Beiras estructura su discurso en respuestas largas y reflexivas pero suavizadas con una ironía tierna y cercana, con la que va hilando su biografía con la historia, la economía, la filosofía, la geometría, el cine, la literatura y la música, armadas en volutas azules que el viento podría disipar pero que se asientan en un discurso tan inalterable como las hermosas vistas del valle de A Mahía que se divisan desde su huerta. "Sí, tengo 87 años y sigo fumando. Pero tengo los pulmones limpios".

Estamos en plena ola reaccionaria de ascenso de la extrema derecha en Europa, pero en España las izquierdas han estado tirándose los trastos a la cabeza hasta hace cinco minutos. ¿Esto tiene arreglo?

Primero habría que analizar por qué está ocurriendo esa emergencia descarada del fascismo y de los neonazis, la fascistización del PP y la aparición de Vox, que en realidad es un partido neonazi. Yo no les llamo extrema derecha, son nazis. El fenómeno que representan está perfectamente conceptualizado desde los años 20 y 30 del siglo pasado.

 ¿En qué sentido?

Este año se cumplen 90 años de El resistible ascenso de Arturo Ui  [la obra de Bertold Bretch que narra el acceso al poder de un mafioso de Chicago] y de todo lo que vino después: la quema del Reichstag alemán de la que se culpó al Partido Comunista y la expulsión de sus ochenta y tantos diputados.

 Esa expulsión la propusieron los nazis, que fueron quienes habían quemado el Reichstag, y se ejecutó gracias al voto a favor de la SPD [los socialdemócratas]. ¿Por qué emerge Vox como partido con representación parlamentaria? Porque, como entonces, hay un momento en que al gran capital ya no le sirven las reglas del juego.

El gran capital nunca asumió la democracia porque es incompatible con sus intereses. Hace cien años, lo que estaba en el centro de la estructura económica del sistema mundo era el capital monopolista de Estado. Ahora se ha convertido en capital trasnacionalizado y financializado. De las tres formas del capital -el comercial, el industrial y el bancario o financiero-, el que tiene la hegemonía desde la época de Thatcher y Reagan es el financiero.

 En España, tras el susto de las elecciones de 2015, cuando desaparece el bipartidismo y emerge Podemos, el capital bancario responde montando un Podemos de derechas: Ciudadanos. El Banco Sabadell, ¿verdad? Luego ocurre la traición de la cúpula felipista del PSOE en otoño de 2016, cuando fuerzan la abstención para que siga gobernando Rajoy, que llevaba desde 2011 encabezando una dictadura de la oligarquía disfrazada de mayoría absoluta, que no respetaba los derechos constitucionales y que los estaba derogando uno a uno, vaciando de contenido los títulos Primero y Octavo de la Constitución. Es ahí cuando descabezan a Pedro Sánchez. Al año siguiente, emerge Vox.

 ¿Por qué cree que la izquierda erró en su análisis y en su respuesta a esa situación?

La izquierda rupturista estaba formada por aquel Podemos inicial nacido de la rebelión cívica de 2011. Una rebelión que en realidad ya había nacido en Galicia en 2002 con Nunca Máis, que fue su primera expresión rotunda, y luego con la movilización contra la guerra de Irak en 2003. La ciudadanía se sentía huérfana, "no nos representan", decían.

Y no era sólo el proletariado industrial, sino también las clases trabajadoras y la pequeña burguesía, la estructurada en torno a los pequeños empresarios y los autónomos. Esa rebelión cívica era rupturista, quería cambiar el régimen porque advirtió que el régimen no servía para resolver los problemas, sino sólo para ponerle cataplasmas.

Esa rebelión también provocó un cambio en las alianzas políticas tradicionales de los nacionalismos y la izquierda.

Los pioneros fuimos ese segmento del BNG que decidimos apostar por una alianza con la izquierda estatal que el Bloque rechazó. Si hubiera llegado a aceptarla, Feijóo habría perdido las elecciones y el nacionalismo en Galicia habría sido hegemónico.

 Después llegaron las alianzas con las mareas municipales, no sólo aquí: Barcelona, València, Madrid, Andalucía... Y Podemos decide que hay que catapultar esa energía para cambiar la correlación de fuerzas en las Cortes. En un principio lo consiguen, y de las elecciones de diciembre de 2015 salen unas Cortes en las que, sobre todo en el Congreso, desaparece el bipartidismo e irrumpen las fuerzas nacionalistas progresistas: En Marea, Bildu, ERC... Y después aparece Vox.

 Esa irrupción no se traduce en un Gobierno de izquierdas. El PP había ganado las elecciones con 123 escaños y Vox no tenía representación, y aunque Ciudadanos tenía 40 diputados,  entre el PSOE, Podemos y sus aliados -ERC y EH Bildu- sumaban 172.

Es que no se permite que haya un Gobierno de coalición de la izquierda. Cuando en enero acordamos hacerle una propuesta a Pedro Sánchez, el mensaje que se lanzó fue que Pablo Iglesias había empezado a reclamar carteras determinadas.

Hizo mal en eso, pero ese día por la mañana se acordó una comisión de trabajo para estudiar la forma de ese Gobierno de coalición. ¿Y qué sucede? Que por la tarde Pedro Sánchez se reúne con ese catalán de Ciudadanos, este... ¿Cómo se llama?

 ¿Se refiere a Rivera?

Sí, a ese... Miguel Primo de Rivera [risas].

Quiere decir Albert Rivera.

Albert Primo de Rivera, claro [risas]... ¿Y qué sucede entonces?, decía. Que para poner a Patxi López de presidente de la Mesa del Parlamento el PSOE accede a que la derecha tenga mayoría en ella. Una Cámara con abrumadora mayoría de izquierdas y nacionalismos emancipadores, y en la Mesa la que tiene mayoría es la derecha.

Fue esa misma Mesa la que retorció el reglamento para evitar que En Marea, que tenía seis diputados, dos senadores y más del 15% de los votos en todas las circunscripciones gallegas, tuviera grupo parlamentario propio. A Compromís le sucedió lo mismo y se fue al grupo mixto, pero nosotros, por lealtad, nos quedamos y acordamos que En Marea funcionaría dentro del grupo de Unidas Podemos como subgrupo con libertad de voto.

 ¿Cómo fueron aquellas conversaciones?

Lo más increíble es que Felipe VII —yo le llamo así porque Felipe VI fue en realidad Felipe González— recibe a Pablo Iglesias, que le dice que apoya a Pedro Sánchez y que está dispuesto a ir a un Gobierno de coalición con el apoyo de los nacionalistas vascos y catalanes. Después de comer, el monarca recibe a Sánchez y éste le dice que está dispuesto a aceptar, pero que primero hay que consultar al PP porque tenía más votos.

Felipe VII recibe a Mariano Rajoy, que le dice que no. Pero el monarca propone a las Cortes a Rajoy para montar aquella situación de impasse. Cuando la Constitución española no le atribuye la proposición a las Cortes de un candidato, sino informar de las conversaciones a su presidente, que es quien propone.

 Y de ahí a las segundas elecciones.

Sí, empieza el follón. A Sánchez le dicen en septiembre que tiene que abstenerse y él se niega. Tuvo agallas. Y empieza a articularse la estrategia que acabaría tras la moción de censura de 2018 en un Gobierno de coalición, que empieza a desmovilizar aquella rebelión cívica.

No se puede estar a la vez en el Gobierno y en la calle a no ser que tengas una red como, por ejemplo, la que tenía la SPD a finales del siglo XIX y principios del XX en Alemania en torno a su espacio político: los sindicatos, las casas del pueblo, las organizaciones juveniles, culturales... Podemos no la tenía, no se instaló en la sociedad. Tampoco En Marea.

 Parece que la izquierda es más débil ahora que hace un siglo frente al ascenso de los fascismos.

 Ahora es mucho más peligroso. Yo lo explico como una metáfora de geometría. Hay una máxima que dice que la historia siempre se repite, que caló en la izquierda por una interpretación equivocada de El 18 de brumario de Luis Bonaparte, de Carlos Marx. Cuando habla de la revolución de 1848, explica que la historia se repite primero como tragedia y luego como farsa. Pero no se refiere a la propia historia, sino a sus personajes.

 Quiero decir que la historia avanza en espiral, en tres dimensiones. Si la proyectas sobre un plano verás un círculo que parece que se repite, pero no, en realidad está en tres dimensiones y es una espiral. Ahora estamos en la vertical de la Europa occidental de los años veinte y sobre todo de los años treinta del siglo XX.

Con situaciones análogas en el contexto socioeconómico, cultural, etcétera. Pero con la diferencia de que la potencia del gran capital se ha multiplicado por varios millones. Hace un siglo no había ninguna compañía trasnacional que tuviera más poder que un Estado. Hoy sí. Incluso con más poder que los Estados Unidos, como vimos en la crisis de 2008.

 ¿Cómo se traslada esa reflexión a España?

Cuando en España llega un Gobierno progresista, tiene el Gobierno, pero no tiene el poder. Yo le reconozco a Pedro Sánchez que ha sido muy inteligente, porque que en esas circunstancias no puedes tomar medidas rotundas que satisfagan a toda la ciudadanía que había participado en aquel horizonte de combate rupturista.

Una ciudadanía que empieza a sentirse huérfana de nuevo, pero que ya no está en aquella rebelión cívica. La dinámica sociopolítica pasa de estar en la sociedad a estar en las instituciones. Es análogo a lo que sucedió con el proceso de independentismo catalán.

 ¿Por qué?

Yo viví ese proceso y participé como observador en todas las convocatorias de consultas municipales que se organizaron a partir de 2011 y 2012 en Catalunya. Era impresionante. El referéndum lo estaban impulsando los ciudadanos, no los partidos. El único partido que estaba ahí metido eran las CUP, pero sólo como elemento logístico porque tenían una organización local muy extensa.

Cuando los independentistas ganan las elecciones de 2017 y convocan el referéndum, la dinámica política pasa de la sociedad civil a las instituciones, a la Generalitat, que está dentro del marco del Estatut de Autonomía de Catalunya y de la Constitución española que precisamente el independentismo quiere trascender. Pretendieron la independencia rompiendo las mismas instituciones que ellos dirigían.

 Así les cayó la que les cayó, y por eso la sociedad civil empezó a desorganizarse y a desmovilizarse. Hay que tener en cuenta todo eso para entender lo que pasa después de 2018 en el conjunto del Estado, la hostilidad brutal y el acoso sistemático que puso en estado de sitio no sólo al Gobierno de coalición, sino a la mayoría progresista de la Cámara de Diputados.

 Sumar ha anunciado que lleva en su programa una consulta popular sobre lo que se decida en la mesa de diálogo con Catalunya. Después de ese proceso del que usted ha hablado, da la impresión de que Sumar nace con miedo. No hace ni una sola mención al referéndum.

Es que Sumar ya había desertado cuando era Unidas Podemos. Yo no hablo mal de Yolanda Díaz, pero es que la historia es la que es. Ella estuvo en Alternativa Galega de Esquerdas (AGE) y luego en En Marea, que tenía cinco diputados en el Congreso y cuyos estatutos decían que las decisiones políticas que tenían que seguir los representante en las Cortes las tomaba el órgano colegiado de En Marea en Galicia.

De esos cinco diputados, dos provenían del espacio nacionalista, pero no del espacio dogmático, sino del abierto a alianzas. Estaban en minoría. Los otros tres, entre ellos Yolanda Díaz, se pasaron los estatutos de En Marea por el arco de triunfo. Funcionaron en clave de Pablo Iglesias, no en clave de En Marea. Y con el referéndum de Catalunya, se bajaron los pantalones. Ese otoño yo tuve un cristo gordo con Pablo Iglesias por ese asunto.

¿Pesaron también las cuestiones personales?

No lo lean así, pero ellos acababan de empezar en verano un proyecto para sacar un libro colectivo [Repensar la España plurinacional, con participación de Xavier Doménech, Dominique Saillard, Enric Juliana, Irantzu Mendia y los propios Beiras e Iglesias, entre otros] para el que me pidieron un ensayo.

El libro salió en septiembre y no me invitaron a la presentación en Madrid. Y en el periodo entre las elecciones de 2017 en Catalunya y el referéndum adoptaron una postura neutral, cuando en esa situación ser neutral era estar a favor de quienes se querían cargar el proceso.

 Un día llamé a Pablo y le dije: "Oye, ¿pero tú has leído mi artículo?". Me dijo que sí, y hasta me mandó fotos del libro abierto en esas páginas. "Pues estáis haciendo todo lo contrario", le respondí. No tuvieron narices para apoyar el proceso independentista de Catalunya, no entendieron algo crucial por lo que nosotros ya nos habíamos jugado el tipo en el Bloque y que derivó en lo que fue primero AGE y luego En Marea.

 ¿Cómo relaciona usted ese proceso de AGE y En Marea con lo  que en su opinión no entendieron Pablo Iglesias y Yolanda Díaz?

Vamos a ver. Hay que hacer política analizando dos sistemas de ejes de abscisas y coordenadas. Uno, la estructura de clases, es decir izquierda y derecha. El segundo: cuando se trata de una nación sin Estado, los ejes son la nación sometida y el Estado que somete. Hay que situar la expresión de las posiciones políticas en esos dos sistemas de coordenadas y luego superponerlos. Porque puedes llevarte sorpresas.

 El nacionalismo gallego siempre tuvo muy claro que para ganar esa guerra había que dar la batalla decisiva en las instituciones centrales del Estado. Nosotros teníamos muy claro por qué habíamos hecho esa alianza. Si los vascos, que habían optado por la lucha armada, habían sido derrotados; si los catalanes, tras un proceso cívico absolutamente ejemplar, no sólo no lo consiguieron sino que sus líderes acabaron en la cárcel... O tienes alianzas con la izquierda estatal, sobre todo si es una izquierda rupturista, o no puedes dar esa batalla. Eso fue lo que nosotros sí entendimos.

¿Se trató entonces de una reflexión científica, digamos, basada en el análisis histórico de lo que había sido el nacionalismo gallego?

 El nacionalismo gallego quizá lo entendió mejor que el resto porque siempre fue menos fuerte y porque nunca fue un nacionalismo burgués. Siempre fue un nacionalismo democrático, republicano y popular, que nació con la revolución gallega de 1846.

 En La era de la revolución, donde Eric Hobsbawn analiza la historia política de Europa desde la Revolución Francesa de 1789 hasta la de 1848, en el último capítulo explica que esta última no fue una erupción volcánica imprevista, sino que hubo un proceso de erupciones que arrancan de la de 1830 y que una de ellas, que menciona como precedente, es la rebelión popular gallega de 1846.

Era un nacionalismo republicano, conectado con la lucha de los agraristas, de los siervos contra los señores, de los foreros contra los foristas. Un tipo como Alfredo Brañas, que era nacionalista conservador, que era regionalista, de derechas, católico, defendía a los siervos frente a los señores, e invocaba el ejemplo de Irlanda.

¿Esas claves históricas se pueden seguir aplicando hoy ? ¿Las tuvieron ustedes en cuenta a la hora de tejer alianzas en AGE y luego entre Anova y Podemos?

Los nacionalismos emancipadores son fundamentalmente de izquierdas. Un proceso de emancipación nacional en el fondo siempre es un proceso libertario. Marx y Lenin lo tenían muy claro. Yo nunca hablé de nacionalismo español. Eso es chauvinismo. El nacionalismo de un país que tiene un Estado propio y soberano es chauvinismo. Si sólo es nacionalista para oprimir a otros, es nacionalismo imperialista.

¿Qué nos enseñaba a nosotros la historia reciente del Estado español sobre las cuestiones nacionales?. Para el Estado español los vascos eran terroristas; los catalanes, fenicios con los que se podía resolver todo con dinero, y Galicia, una colonia a la que podían mandar a un virrey como Fraga, como hizo Felipe González trucando las elecciones autonómicas de 1989.

En el caso catalán, los catalanes hicieron un Estatut muy consensuado, con un referéndum en el que, por cierto, yo hice campaña por el "no" con Carod Rovira... Un Estatut que luego se cargó el Tribunal Constitucional. Pero oiga, ¿quién se cree usted para cargarse un texto aprobado primero por el Parlament de Catalunya, luego por las Cortes Generales y luego por la ciudadanía en referéndum? Los miembros del Tribunal Constitucional tenían que estar en el trullo, procesados e inhabilitados de por vida. Un Estado que hace eso no es un Estado democrático. Eso es lo que la izquierda no se atreve a decir públicamente.

Uno de los puntos del acuerdo exprés que PP y Vox han alcanzado en el País Valencià hace una referencia explícita a la retirada de subvenciones a cualquier tipo de organizaciones que promuevan los Països Cataláns. ¿Cómo pueden los nacionalismos de izquierda en esos territorios plantar cara a eso que usted llama el chauvinismo españolista?

Quien debía plantarle cara es el poder judicial, si fuera constitucionalista. Porque va contra la Constitución. Como cuando en Aragón dicen que se van a cargar la enseñanza del aragonés. El artículo 3 de la Constitución establece que el español es la lengua oficial del Estado, pero también que los otros idiomas tendrán que ser promovidos, apoyados y amparados por el Estado.

 Están yendo contra la Constitución. El Tribunal Constitucional debería entrar ahí por iniciativa propia. No hay que encargarle ese trabajo a los nacionalistas, que bastante tienen. Lo que no funciona es la Constitución.

¿No funciona la Constitución o no funciona la manera de aplicarla?

  La Constitución funciona cuando se la aplica. Si no, es papel mojado. ¿En que año asesinó ETA a Ernest Lluch? Sobre el 2000, ¿no? Dos días antes yo estaba dando una conferencia en la Universidad Autónoma de Madrid y llevaba un librito editado por el Parlamento de Galicia con el Estatuto de Galicia y con la Constitución. Durante el coloquio, leí algunos de los artículos del Título Primero: la justicia, el sistema tributario, etcétera. "¿Este está vigente?", preguntaba. "No", me respondían. "¿Y éste". "Tampoco". "¿Y este otro?". "Tampoco".

 Los alumnos sabían que en pleno año 2000 muchos preceptos de la Constitución no estaban vigentes. Al día siguiente me dieron la noticia del asesinato de Lluch, éramos muy amigos desde los años sesenta y me fui a Barcelona para asistir a la manifestación. Por eso lo recuerdo tan bien. Si la Constitución ya no estaba vigente entonces, imagínense ahora. Los primeros que se la pasan por el forro son los miembros del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial. Tenían que estar todos en la cárcel.

¿Cómo deberían responder a eso la izquierda y los nacionalismos?

En la izquierda caemos en la trampa que nos impone esa dialéctica de los fascistas apoyada por las brunetes mediáticas, por la cúpula del poder judicial y por buena parte de la magistratura. Mucha de la cual, por cierto, es más fascista que el propio Fríjol [en gallego, feixó significa fríjol, judía]. Y la izquierda sale a dar explicaciones. No hay que darles explicaciones. No se puede razonar con una piedra, con un canto rodado, con una planta. Es inútil.

 Es entrar en su juego para acabar hablando de lo que ellos quieren, cuando lo que habría que hacer es cortarles el discurso. No es cuestión de derechas o izquierdas, sino de demócratas o antidemócratas. Lo que está sobre la mesa es si sobrevive por lo menos una interpretación democrática de la actual Constitución, y por lo tanto lealtad y fidelidad a la letra de la Constitución, o si nos arrasan los que van a coger todo eso y van a convertirlo en algo inexistente.

 O sea, si vamos a tener un franquismo sin Franco, pero peor que el de los años setenta. Porque en el franquismo de los años setenta la gente tenía el horizonte de que aquello no podía durar, se estaba descomponiendo. Y ahora no, ahora está empezando.

También. Y quien tiene la responsabilidad de lo que está ocurriendo en Europa es la UE. ¿Cómo puede Borrell decir las barbaridades belicistas que está diciendo? ¡Un socialdemócrata! Acabo de leer un artículo sobre lo que pasó con Jürgen Habermas [el filósofo alemán que ha abogado por las conversaciones de paz con Rusia para acabar con la guerra de Ucrania y que ha sido duramente criticado]. Yo no estoy de acuerdo con la invasión de Ucrania, pero es que ni la ONU ni la Unión Europea han puesto coto al proceso que ha ido cercando a Rusia.

Ojo, no cercando a Putin, sino a Rusia. Porque todo lo que se le achaca a Putin viene de los años noventa, de Yeltsin. ¿Quién desmanteló el entramado estatal de la economía rusa? ¿Quién impulsó a los nuevos oligarcas? ¿Putin? No, esa es la herencia de Yeltsin.

Toda esa literatura y esa narrativa cinematográfica sobre el caos nuclear en Rusia, con misiles y bombas nucleares circulando por el mercado negro de armamento de medio mundo, ¿de dónde viene? De la época de Yeltsin, que montó la contrarrevolución de lo que se llamaba el Partido Yanqui en Moscú. La historia es la que es, pero eso no se ve reflejado en los medios ni se debate en las organizaciones políticas de izquierda.

Hablaba de Habermas. ¿Cree que en Europa hay una suerte de persecución contra la intelectualidad que no suscribe el relato oficial sobre la guerra de Ucrania, y que la izquierda la ampara?

Voy a ponerles un ejemplo. Mi pareja y yo somos melómanos a tope, estamos suscritos a canales de música clásica y somos muy admiradores de un director ruso extraordinario, Valeri Guérguiyev. Fue quien mantuvo viva la orquesta del Teatro Mariinski de Leningrado —o de San Petersburgo— durante los años 90, y  en los años 2000 dirigió en la sala Pleyel de París la integral de sinfonías y conciertos para piano y para violín de Prokófiev y la integral de Shostakóvich, sinfonías y conciertos para violín, para piano, para violonchelo...

Pues bien, le invitaron a dirigir la London Simphony, una de las mejores orquestas del mundo, y dirigía también una de las dos grandes orquestas de Baviera. Cuando estalló la guerra de Ucrania, la dirección administrativa de la orquesta le exigió que firmara un documento contra Rusia y contra la guerra. Se negó, lo cesaron y desde entonces está desaparecido del mapa. Ya no dirige, y en las televisiones europeas ni siquiera emiten conciertos suyos anteriores a la guerra.

Díganme, cuando fue la invasión de Irak, ¿hubo algún caso en el que se exigiera a algún director occidental que denunciase a la OTAN bajo amenaza de quedarse sin trabajo? No, ¿verdad? Hay una inquisición que pesa también sobre la izquierda. Es un peso tan brutal que, por ejemplo, obliga a Pedro Sánchez a hacer lo que hizo con respecto a los saharauis, que es absolutamente impresentable. ¿O es que el monarca marroquí es un demócrata consumado? ¿Quién es más tiránico: ese monarca o Putin?

La izquierda política no se está dando cuenta de que está equivocada. Porque lo más importante que está ocurriendo en el sistema mundo no está ocurriendo en la guerra de Ucrania. Allí está ocurriendo lo más grave y lo más peligroso, pero no lo más importante.

¿Y qué es lo más importante que está ocurriendo?

El fin de la hegemonía del dinosaurio norteamericano, que ya está herido de muerte y que enfrenta el peligro de la  desdolarización de la economía mundial con el Nuevo Banco del Desarrollo del BRICS, en el que participan potencias demográficas y económicas como Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, que preside Dilma Rousseff, y al que otros países como Argentina, la Colombia de Petro y Venezuela ya han dicho que están interesados en entrar.

Si potencias de esas dimensiones económicas y demográficas deciden dejar de funcionar en dólares en sus transacciones comerciales, financieras y monetarias, la hegemonía de Estados Unidos habrá terminado. Ese es el factor que está provocando el nerviosismo de Estados Unidos con China, no Taiwán. Pero la izquierda europea no se está enterando. Es elemental, pero yo no veo que haya ningún debate sobre eso, no lo mencionan ni siquiera en charlas informales. Sólo Ucrania, Ucrania, Ucrania...

Al margen de ese nuevo orden económico mundial al que parece que avanzamos, ¿cree que la izquierda española está contribuyendo por acción u omisión a la distorsión del relato sobre Rusia y Ucrania?

Es que parece como si Rusia no fuera parte de Europa, o como si Crimea no fuera parte de Rusia. Vamos a ver, ¿quién era Catalina la Grande? Siglo XVIII, ¿quién era su ministro más eficaz, y que además fue su amante? Grigori Potemkin. ¿Qué sucedía en Crimea en el siglo XVIII? Que era la puerta de entrada a Europa de turcos y otomanos. La zarina, con Potemkin, elabora un plan para repoblar y ordenar Crimea y taponar la entrada de los turcos.

¿Y qué tiene que ver eso con la Ucrania actual? Me explico: en El acorazado Potemkin, la película de Serguéi Eisenstein de 1925, los acontecimientos tienen lugar en Odesa, la tercera ciudad de Ucrania. ¿Acaso estaba Eisenstein rodando en el extranjero una de las películas básicas sobre la revolución soviética? Más aún, la Cantata Alexander Nevsky, de Prokófiev, ¿para qué fue compuesta? Para la película de Eisenstein de 1938 sobre Alexander Nevsky, que en el siglo XIII organizó un ejército popular contra los caballeros teutones, contra los cruzados. La batalla decisiva es la batalla del Lago Peipus, por cierto muy parecida a la batalla de Azincourt que narra Shakespeare en Enrique V.

Pero sigo: ¿Dónde sucede la apoteosis de la película? ¡La entrada en Kiev! [Risas] ¡Hasta podría ponerme en plan cabrón y decir que Putin está haciendo lo que hizo Alexander Nevsky hace no sé cuántos siglos! Hay un analfabetismo tan brutal, una falta de conocimiento y de memoria histórica en los grupos dirigentes de la izquierda que a mí me entra pánico.

¿Eso se traslada a las referencias ideológicas? ¿Hay un déficit ideológico y de solidez en la construcción intelectual del discurso de la izquierda?

Sí. Desde el momento en el que el PC renunció a la lucha de clases. Es como si un científico renunciase a la teoría de la atracción de los cuerpos celestes de Newton, como si dijera que las teorías de Einstein son una carallada o si le diera miedo citar lo que explicó Max Planck sobre las funciones discontinuas, los cuantos, las leyes deterministas en la ciencia y en la física...

 ¿Se imaginan a un físico diciendo una barbaridad así? Pues hay dirigentes políticos que dicen barbaridades equivalentes, ya no sólo del PP, sino de la izquierda. Y no pasa nada. Sí, hay una cobardía intelectual pasmosa que me cabrea muchísimo y me pone los pelos de punta. ¿Dónde está la fuerza alternativa a la barbaridad que se nos viene encima? Hay miedo a decir que eres socialista, marxista, anticapitalista...

¿Pero la ciudadanía está preparada para recibir ese tipo de mensajes? Si vemos la campaña del PP en las municipales, con el 'Que te vote Txapote' , agarrándose a los apoyos de Bildu al Gobierno en el Congreso para intentar romper la campaña... Eso cala en el electorado socialista.

Porque quien debería rebatirlo no tiene credibilidad. El BNG empezó en el Parlamento de Galicia en 1985 con un diputado, que era yo. En 1989, cuando mandaron a Fraga aquí, fueron seis menos uno, el que nos robaron. En 1993 pasamos a trece, que no fueron quince por muy poco. Y en 1997 dimos el sorpasso al PSOE. ¿Cuál fue mi contribución en todo eso? Decir las cosas como ustedes dicen que la ciudadanía no está preparada para entenderlas.

Eso de que el pueblo es ignorante es falso, es un montaje de la derecha. Es cierto que ha habido un proceso de analfabetización ideológica y política de las sucesivas promociones y generaciones de quienes no vivieron el franquismo, y que no tienen antídotos contra lo que está pasando, porque nadie se lo ha explicado. Hubo una amnistía que amnistió a los asesinos, se hizo borrón y cuenta nueva con la historia, que acaba en la Guerra de Independencia.

Nada de la República ni de la historia del franquismo en la enseñanza, como si la democracia la hubieran traído Juan Carlos y Felipe González y las libertades ya estuvieran ahí. No, es al contrario. Los derechos y las libertades se conquistan, pero o se ejercen sistemáticamente o se pierden, que es lo que está pasando ahora.

 Ha dicho que la democracia está en cuestión, ¿pero lo que tenemos es de verdad una democracia plena?

El pacto de la reforma política, además de una aberración, es una traición. Fue un pacto con el franquismo. Y no es exclusivo de España, ha ido sucediendo en Occidente desde el final de la Segunda Guerra Mundial. A medida que se extendía, el modelo de democracia occidental se vaciaba de contenido. Cada vez más Estados democráticos y cada vez menos democracia en el sentido filosófico de la Grecia clásica.

El mismo Aristóteles, que no era de izquierdas sino de derechas, cuando definía democracia decía que no tenía que ver con la aritmética electoral, sino con el poder del demos, en el sentido de la Atenas de Pericles. Por cierto, ¿saben quién fundó y lideró en Atenas el Partido de los Pobres, el primer partido de base equivalente a los Sans-culottes de la Francia revolucionaria? Fue Aspasia, la amante de Pericles. No entiendo por qué el feminismo no utiliza ese referente.

 Pero quiero decir que la democracia consiste en eso. Lo otro es un régimen de partidos y de elecciones libres, entre comillas. En el Estado español no tenemos una democracia. No es un régimen democrático. La Constitución es un diseño con normas democráticas, sobre todo en el Título Preliminar y en el Título Primero, que cada vez se aplican menos. Pero no es una democracia, ni siquiera una monarquía parlamentaria. Es una monarquía constitucional.

 Con la Constitución como una 'carta otorgada'.

Más bien diría que la carta otorgada son los estatutos de autonomía. Por eso en Galicia no podíamos aceptarla, porque reivindicamos el ejercicio de la soberanía popular, que somos un pueblo con identidad propia, una nación con casi doscientos años de lucha cívica. Y eso que el nacionalismo gallego nunca fue independentista, pese a que tuvo segmentos independentistas.

 Yo me pasé decenios siendo respetuoso con el régimen de la Constitución y del Estatuto, pero mi discurso siempre estuvo dirigido a trascenderlo. Tú puedes optar en las Cortes españolas, y me refiero a Podemos en 2015, 2016 y 2018, a entrar en un Gobierno. Y es cierto que se han hecho muchas cosas positivas que no se hubieran hecho si no hubiera estado Podemos. Las medidas más progresistas en defensa de la ciudadanía que hizo el Gobierno de Sánchez fueron iniciativa de Unidas Podemos con el apoyo de ERC y Bildu.

 Pero una cosa es eso y otra que renuncies a un discurso que ponga el norte a medio plazo a trascender el actual régimen político. Porque si no, la gente no sabe hacia dónde vas. Hay que hacer pedagogía, la izquierda tiene que hacer pedagogía. Siempre.

 ¿Cómo se defiende mejor eso: votando a la izquierda estatal o a los nacionalismos?

En las elecciones del 28M, ¿quién ha resistido mejor a la avalancha de la ultraderecha?

No, ¿quién resistió mejor en la izquierda a la izquierda del PSOE? En el eje de la contradicción de clase, Unidas Podemos, lo que hoy ya es Sumar, no resistió a esa ofensiva. ¿Y quién no sólo resistió, sino que incluso avanzó? EH Bildu y el BNG, en el eje nación sometida frente a Estado que somete. No hablo de Catalunya, porque es mucho más complejo después de que el Estado español desarbolara todo el independentismo, el independentismo burgués de Junts y el progre de ERC, que no es propiamente obrero ni socialista.

Quiero decir que las posiciones más rotundamente opuestas en su práctica interna, en su discurso frente al nazifascismo que viene, fueron EH Bildu y el BNG. Porque son organizaciones de izquierda, tan de izquierda como Sumar en su discurso, pero porque además defienden a pueblos que llevan siglos de lucha y que tienen memoria del franquismo. Y en el caso de Galicia, del fraguismo. El apoyo sociológico que tiene hoy el BNG es el apoyo del BNG más el apoyo del nacionalismo que no estaba en el BNG y que se pasó a él cuando Unidas Podemos reventó aquí por la traición de sus dirigentes, con el incumplimiento de los acuerdos de los que he hablado antes.

Y en Euskadi, el PNV se ha puesto de acuerdo con el PSOE y hasta con el PP para ponerle un dique de contención a EH Bildu. Significativo, ¿no? Claro que este PNV no es el de Arzalluz, Gorka Aguirre, Joseba Egibar, Markel Olano... Ese PNV era otra cosa, un partido socialcristiano. ¿Les cuento una anécdota?

Por favor.

Cuando tras las elecciones autonómicas de 1997 el nacionalismo gallego empezó a cotizarse fuera, empezó nuestra relación con el PNV. La primera vez que nos reunimos fue en Bilbo, en Sabinetxea, la sede del PNV. Acudimos una delegación del BNG en la que había representantes de la UPG, Pilar García Negro y Francisco García. Nos fuimos a comer y al volver, Arzalluz, que no había estado por la mañana, estaba en la sala.

 Su recibimiento fue más o menos así: "¿Qué, qué tal os han dado de comer estos chicos? Porque si volvéis a Galicia diciendo que somos unos meapilas, no pasa nada. Pero si volvéis diciendo que no os dimos bien de comer, es una ofensa nacional" [risas]. Arzalluz era otra cosa. En el año 98, en el tiempo de Galeuscat [Galeuscat-Pueblos de Europa], nos hicimos muy amigos, de mucha confianza. Mi pareja, Aurichu [la pintora Aurora Pereira] y yo, incluso estuvimos en reuniones del Euskadi Buru Batzar [Comisión Central de Euskadi, el órgano ejecutivo nacional del PNV].

 Arzalluz llegó a decirme que el pacto con Aznar en 1996 había sido un error histórico. Y también que fue Pujol quien les arrastró a ese pacto. Luego Pujol me dijo en una ocasión que tras las elecciones de ese año [en las que el PP ganó sin mayoría absoluta con 156 escaños frente a los 141 del PSOE] había llamado inmediatamente a Felipe González para decirle que CiU estaba dispuesta a renovar de inmediato el pacto de Gobierno del 93, y que sólo haría falta que negociasen también con Izquierda Unida para tener mayoría frente al PP de Aznar. La respuesta de González fue que no, que tenían que pactar con Aznar. Y Pujol arrastró al PNV.

 ¿Fue porque González no quería gobernar sin ser la lista más votada?

No, fue porque Felipe González era un sectario anticomunista. Yo le conocí muy bien entre 1974 y 1976, lo que duró la Conferencia Socialista Ibérica. Después creamos la Federación de Partidos Socialistas del Estado Español, pero empezaron a sobornarlos uno a uno. Los únicos que no nos dejamos sobornar fuimos el Partido Socialista Galego (PSG), los únicos que no pactamos con el PSOE.

 ¿Sería factible repetir algo similar a Galeuscat, aquella alianza entre el PNV, CiU y BNG que lideraban Arzalluz, Pujol y usted, cuando las tres eran hegemónicas en los movimientos nacionalistas de Euskadi, Catalunya y Galicia? ¿Serviría para combatir esa oleada ultraderechista de la que habla?

 Sí, pero no sería suficiente. Las izquierdas españolas de audiencia estatal tendrían que asumir en la practica lo que declaran verbalmente: que Galicia, Euskadi y Catalunya somos pueblos con historia propia, naciones con derecho a la autodeterminación. Si asumieran eso no habría independentismos porque todos somos pactistas en ese horizonte. Lo sé muy bien porque lo he vivido desde los años sesenta como responsable de asuntos externos del PSG.

 Que lo hagan en la práctica y no sólo verbalmente es la clave para parar al fascismo y trascender este régimen. Pero no hay síntomas de que estén dispuestos a hacerlo. ¿Qué acaba de pasar en los ayuntamientos? ¡Parece que no se enteran! El PSOE está renunciando a gobernar en coalición con los nacionalismos de izquierda. ¿Pero es que sois idiotas, no sabéis lo que se os viene encima? Es una ceguera total. ¿Después de la hostia que se han llevado no son conscientes de que hay que levantar baluartes, y no primar las cuestiones de partido sobre la defensa contra ese enemigo común?

 Hacen como la SPD alemana, que en 1933, después de la quema del Reichstag, votó a favor de que se expulsara a los ochenta y tantos diputados del Partido Comunista. Y después, ¿qué pasó? Por eso digo que estamos en una situación análoga a la República de Weimar y a la República española.

 Esta conversación deja un poco el ánimo por los suelos.

Es el pesimismo de la razón, como decía Gramsci. Pero yo nunca cedí a la tentación de tenerle miedo a la realidad. Y hay mucho miedo a la realidad en la izquierda, a analizarla y ver que es terrible. Porque frente al pesimismo de la razón está el optimismo de la voluntad. La izquierda no puede lograr las energías necesarias para enfrentarse a los brutales enemigos que tiene si no hace dos cosas: primero una cura de humildad y, en segundo lugar, explorar la realidad, reconocer que es terrible y, a partir de ahí, buscar las fórmulas y las energías para enfrentarse a ella.

 Pero parece que en el mes que les queda para las generales ya no les va a dar tiempo...

Es que no están dispuestos a hacerlo. Pese a todo, yo no pierdo la esperanza de que se consiga activar parte del voto de la izquierda que se abstiene, aunque sólo sea para que haya una alternativa electoral que una a todo ese caleidoscopio de grupos de izquierda, si son capaces de hacer el discurso adecuado y darle credibilidad en la práctica.

¿Y cree que Sumar puede tener esa capacidad?

Sí, porque son inteligentes. Que sean miopes no significa que sean tontos, sólo que necesitan las lentes adecuadas. Confío en que se den cuenta de que no sólo se están jugando su propia piel, sino la de la gente del común. Empezando por la más intoxicada y alienada. Alienación, otro término que la izquierda ya no utiliza y que resulta fundamental para entender y explicar muchas cosas.

¿Y usted qué cree que puede pasar?

 Pues a lo mejor que ocurre la catástrofe. Y quizá entonces la gente se dará cuenta de que o se pone en modo combate o sucederá aquello del ensayo de Camus Ni víctimas ni verdugos. Llegará un momento en que no quedará otro remedio que ser víctima o colaborar con tus propios verdugos. Un ejemplo: cuando en la pasada campaña Ayuso salió con aquello de que en las listas de Bildu había candidatos condenados por ETA, habría que haberle dicho: "Oiga, usted es una asesina en serie, mató a siete mil personas desvalidas, ancianas, que son más de diez veces los muertos de ETA en toda su historia. Y está apoyando a quienes están matando a mujeres todos los días, cientos de ellas al año". Pero lo que la izquierda respondió fue que si ETA ya no existe, que si Bildu ha renunciado a no sé qué... Que no es eso, coño.

Feijóo es un cipayo, tartufo, felón, ignaro y fascista. En Madrid pensaban que era un moderado y que como nosotros, en Galicia, somos de provincias, no nos enteramos de lo que pasa. Ni siquiera parte de la izquierda sabía quién era. Y a mi edad digo: ¿cómo es posible? Verán, hay dos contravalores o antivalores que están en la base de la ideología y la cosmovisión del nazifascismo. Uno es la xenofobia y otro el nihilismo. Y me preocupa que la gente se quede con el diagnóstico que hago de la situación en vez de quedarse con lo que digo sobre lo que hay que enmendar y corregir para enfrentarla. Porque eso conduce al nihilismo, es el caldo de cultivo del nazismo y del fascismo.

Hay un fenomenal ensayo sobre eso, A violencia excedente, de Francisco Sampedro, el catedrático de Filosofía. La xenofobia es la negación de la alteridad, no pueden soportar que haya alguien distinto a ellos. Es lo que ocurre con el chauvinismo español. Yo estuve en Madrid del 60 al 63, para hacer mi tesis, vivía en el colegio mayor César Carlos y fui muy amigo del cura Aguirre [Jesús Aguirre, duque consorte de Alba]. Salíamos, me presentaban a gente y me preguntaban: "¿De dónde eres?". "Soy gallego", respondía yo. "¡Ah, español, claro!". Esa es la incomprensión de la alteridad: no, no eres gallego, eres español, a cojones.

 Yo estoy dispuesto a ser ciudadano del Estado español, y ciudadano europeo, pero a condición de que cuando digo que soy gallego nadie me responda que, no que soy español. No. Entonces váyase usted a la mierda, quédese con su España y que le den la independencia a Madrid: "Toma, Ayuso, todo para ti. Ahí te quedas".

Xosé Manuel Beiras: "Vox emerge porque al gran capital ya no le sirven las reglas del juego" | Público (publico.es)