Entrevista
a Xóse Manuel Beiras
VIRGINIA P. ALONSO Y
JUAN OLIVER.
Público .
Recibe a Público en su casa de Brión, a quince minutos en
coche de la capital de Galicia, y durante casi dos horas de entrevista en
gallego enciende seis o siete Benson&Hedges. Le acompañan en sus gestos y
hasta parecen indignarse y lanzar bocanadas con él cuando advierte de que la
izquierda está condenada a repetirse en sus fracasos si se niega a sí misma sus
principios más elementales en el combate contra la ultraderecha.
Beiras estructura su discurso en respuestas largas y
reflexivas pero suavizadas con una ironía tierna y cercana, con la que va
hilando su biografía con la historia, la economía, la filosofía, la geometría,
el cine, la literatura y la música, armadas en volutas azules que el viento
podría disipar pero que se asientan en un discurso tan inalterable como las
hermosas vistas del valle de A Mahía que se divisan desde su huerta. "Sí,
tengo 87 años y sigo fumando. Pero tengo los pulmones limpios".
Estamos en plena ola reaccionaria de ascenso de la extrema
derecha en Europa, pero en España las izquierdas han estado tirándose los
trastos a la cabeza hasta hace cinco minutos. ¿Esto tiene arreglo?
Primero habría que analizar por qué está ocurriendo esa
emergencia descarada del fascismo y de los neonazis, la fascistización del PP y
la aparición de Vox, que en realidad es un partido neonazi. Yo no les llamo
extrema derecha, son nazis. El fenómeno que representan está perfectamente
conceptualizado desde los años 20 y 30 del siglo pasado.
¿En qué sentido?
Este año se cumplen 90 años de El resistible ascenso de
Arturo Ui [la obra de Bertold Bretch que
narra el acceso al poder de un mafioso de Chicago] y de todo lo que vino
después: la quema del Reichstag alemán de la que se culpó al Partido Comunista
y la expulsión de sus ochenta y tantos diputados.
Esa expulsión la propusieron los nazis, que fueron quienes
habían quemado el Reichstag, y se ejecutó gracias al voto a favor de la SPD
[los socialdemócratas]. ¿Por qué emerge Vox como partido con representación
parlamentaria? Porque, como entonces, hay un momento en que al gran capital ya
no le sirven las reglas del juego.
El gran capital nunca asumió la democracia porque es
incompatible con sus intereses. Hace cien años, lo que estaba en el centro de
la estructura económica del sistema mundo era el capital monopolista de Estado.
Ahora se ha convertido en capital trasnacionalizado y financializado. De las
tres formas del capital -el comercial, el industrial y el bancario o
financiero-, el que tiene la hegemonía desde la época de Thatcher y Reagan es
el financiero.
En España, tras el susto de las elecciones de 2015, cuando
desaparece el bipartidismo y emerge Podemos, el capital bancario responde
montando un Podemos de derechas: Ciudadanos. El Banco Sabadell, ¿verdad? Luego
ocurre la traición de la cúpula felipista del PSOE en otoño de 2016, cuando
fuerzan la abstención para que siga gobernando Rajoy, que llevaba desde 2011
encabezando una dictadura de la oligarquía disfrazada de mayoría absoluta, que
no respetaba los derechos constitucionales y que los estaba derogando uno a uno,
vaciando de contenido los títulos Primero y Octavo de la Constitución. Es ahí
cuando descabezan a Pedro Sánchez. Al año siguiente, emerge Vox.
¿Por qué cree que la izquierda erró en su análisis y en su
respuesta a esa situación?
La izquierda rupturista estaba formada por aquel Podemos
inicial nacido de la rebelión cívica de 2011. Una rebelión que en realidad ya
había nacido en Galicia en 2002 con Nunca Máis, que fue su primera expresión
rotunda, y luego con la movilización contra la guerra de Irak en 2003. La
ciudadanía se sentía huérfana, "no nos representan", decían.
Y no era sólo el proletariado industrial, sino también las
clases trabajadoras y la pequeña burguesía, la estructurada en torno a los pequeños
empresarios y los autónomos. Esa rebelión cívica era rupturista, quería cambiar
el régimen porque advirtió que el régimen no servía para resolver los
problemas, sino sólo para ponerle cataplasmas.
Esa rebelión también provocó un cambio en las alianzas
políticas tradicionales de los nacionalismos y la izquierda.
Los pioneros fuimos ese segmento del BNG que decidimos
apostar por una alianza con la izquierda estatal que el Bloque rechazó. Si
hubiera llegado a aceptarla, Feijóo habría perdido las elecciones y el
nacionalismo en Galicia habría sido hegemónico.
Después llegaron las alianzas con las mareas municipales, no
sólo aquí: Barcelona, València, Madrid, Andalucía... Y Podemos decide que hay
que catapultar esa energía para cambiar la correlación de fuerzas en las
Cortes. En un principio lo consiguen, y de las elecciones de diciembre de 2015
salen unas Cortes en las que, sobre todo en el Congreso, desaparece el
bipartidismo e irrumpen las fuerzas nacionalistas progresistas: En Marea,
Bildu, ERC... Y después aparece Vox.
Esa irrupción no se traduce en un Gobierno de izquierdas. El
PP había ganado las elecciones con 123 escaños y Vox no tenía representación, y
aunque Ciudadanos tenía 40 diputados,
entre el PSOE, Podemos y sus aliados -ERC y EH Bildu- sumaban 172.
Es que no se permite que haya un Gobierno de coalición de la
izquierda. Cuando en enero acordamos hacerle una propuesta a Pedro Sánchez, el
mensaje que se lanzó fue que Pablo Iglesias había empezado a reclamar carteras
determinadas.
Hizo mal en eso, pero ese día por la mañana se acordó una
comisión de trabajo para estudiar la forma de ese Gobierno de coalición. ¿Y qué
sucede? Que por la tarde Pedro Sánchez se reúne con ese catalán de Ciudadanos,
este... ¿Cómo se llama?
¿Se refiere a Rivera?
Sí, a ese... Miguel Primo de Rivera [risas].
Quiere decir Albert Rivera.
Albert Primo de Rivera, claro [risas]... ¿Y qué sucede
entonces?, decía. Que para poner a Patxi López de presidente de la Mesa del
Parlamento el PSOE accede a que la derecha tenga mayoría en ella. Una Cámara
con abrumadora mayoría de izquierdas y nacionalismos emancipadores, y en la
Mesa la que tiene mayoría es la derecha.
Fue esa misma Mesa la que retorció el reglamento para evitar
que En Marea, que tenía seis diputados, dos senadores y más del 15% de los
votos en todas las circunscripciones gallegas, tuviera grupo parlamentario
propio. A Compromís le sucedió lo mismo y se fue al grupo mixto, pero nosotros,
por lealtad, nos quedamos y acordamos que En Marea funcionaría dentro del grupo
de Unidas Podemos como subgrupo con libertad de voto.
¿Cómo fueron aquellas conversaciones?
Lo más increíble es que Felipe VII —yo le llamo así porque
Felipe VI fue en realidad Felipe González— recibe a Pablo Iglesias, que le dice
que apoya a Pedro Sánchez y que está dispuesto a ir a un Gobierno de coalición
con el apoyo de los nacionalistas vascos y catalanes. Después de comer, el
monarca recibe a Sánchez y éste le dice que está dispuesto a aceptar, pero que
primero hay que consultar al PP porque tenía más votos.
Felipe VII recibe a Mariano Rajoy, que le dice que no. Pero
el monarca propone a las Cortes a Rajoy para montar aquella situación de
impasse. Cuando la Constitución española no le atribuye la proposición a las
Cortes de un candidato, sino informar de las conversaciones a su presidente,
que es quien propone.
Y de ahí a las segundas elecciones.
Sí, empieza el follón. A Sánchez le dicen en septiembre que
tiene que abstenerse y él se niega. Tuvo agallas. Y empieza a articularse la
estrategia que acabaría tras la moción de censura de 2018 en un Gobierno de
coalición, que empieza a desmovilizar aquella rebelión cívica.
No se puede estar a la vez en el Gobierno y en la calle a no
ser que tengas una red como, por ejemplo, la que tenía la SPD a finales del
siglo XIX y principios del XX en Alemania en torno a su espacio político: los
sindicatos, las casas del pueblo, las organizaciones juveniles, culturales...
Podemos no la tenía, no se instaló en la sociedad. Tampoco En Marea.
Parece que la izquierda es más débil ahora que hace un siglo
frente al ascenso de los fascismos.
Ahora es mucho más peligroso. Yo lo explico como una
metáfora de geometría. Hay una máxima que dice que la historia siempre se
repite, que caló en la izquierda por una interpretación equivocada de El 18 de
brumario de Luis Bonaparte, de Carlos Marx. Cuando habla de la revolución de
1848, explica que la historia se repite primero como tragedia y luego como
farsa. Pero no se refiere a la propia historia, sino a sus personajes.
Quiero decir que la historia avanza en espiral, en tres
dimensiones. Si la proyectas sobre un plano verás un círculo que parece que se
repite, pero no, en realidad está en tres dimensiones y es una espiral. Ahora
estamos en la vertical de la Europa occidental de los años veinte y sobre todo
de los años treinta del siglo XX.
Con situaciones análogas en el contexto socioeconómico,
cultural, etcétera. Pero con la diferencia de que la potencia del gran capital
se ha multiplicado por varios millones. Hace un siglo no había ninguna compañía
trasnacional que tuviera más poder que un Estado. Hoy sí. Incluso con más poder
que los Estados Unidos, como vimos en la crisis de 2008.
¿Cómo se traslada esa reflexión a España?
Cuando en España llega un Gobierno progresista, tiene el
Gobierno, pero no tiene el poder. Yo le reconozco a Pedro Sánchez que ha sido
muy inteligente, porque que en esas circunstancias no puedes tomar medidas
rotundas que satisfagan a toda la ciudadanía que había participado en aquel horizonte
de combate rupturista.
Una ciudadanía que empieza a sentirse huérfana de nuevo,
pero que ya no está en aquella rebelión cívica. La dinámica sociopolítica pasa
de estar en la sociedad a estar en las instituciones. Es análogo a lo que
sucedió con el proceso de independentismo catalán.
¿Por qué?
Yo viví ese proceso y participé como observador en todas las
convocatorias de consultas municipales que se organizaron a partir de 2011 y
2012 en Catalunya. Era impresionante. El referéndum lo estaban impulsando los
ciudadanos, no los partidos. El único partido que estaba ahí metido eran las
CUP, pero sólo como elemento logístico porque tenían una organización local muy
extensa.
Cuando los independentistas ganan las elecciones de 2017 y
convocan el referéndum, la dinámica política pasa de la sociedad civil a las
instituciones, a la Generalitat, que está dentro del marco del Estatut de
Autonomía de Catalunya y de la Constitución española que precisamente el
independentismo quiere trascender. Pretendieron la independencia rompiendo las
mismas instituciones que ellos dirigían.
Así les cayó la que les cayó, y por eso la sociedad civil
empezó a desorganizarse y a desmovilizarse. Hay que tener en cuenta todo eso
para entender lo que pasa después de 2018 en el conjunto del Estado, la
hostilidad brutal y el acoso sistemático que puso en estado de sitio no sólo al
Gobierno de coalición, sino a la mayoría progresista de la Cámara de Diputados.
Sumar ha anunciado que lleva en su programa una consulta
popular sobre lo que se decida en la mesa de diálogo con Catalunya. Después de
ese proceso del que usted ha hablado, da la impresión de que Sumar nace con
miedo. No hace ni una sola mención al referéndum.
Es que Sumar ya había desertado cuando era Unidas Podemos.
Yo no hablo mal de Yolanda Díaz, pero es que la historia es la que es. Ella
estuvo en Alternativa Galega de Esquerdas (AGE) y luego en En Marea, que tenía
cinco diputados en el Congreso y cuyos estatutos decían que las decisiones
políticas que tenían que seguir los representante en las Cortes las tomaba el
órgano colegiado de En Marea en Galicia.
De esos cinco diputados, dos provenían del espacio
nacionalista, pero no del espacio dogmático, sino del abierto a alianzas.
Estaban en minoría. Los otros tres, entre ellos Yolanda Díaz, se pasaron los
estatutos de En Marea por el arco de triunfo. Funcionaron en clave de Pablo
Iglesias, no en clave de En Marea. Y con el referéndum de Catalunya, se bajaron
los pantalones. Ese otoño yo tuve un cristo gordo con Pablo Iglesias por ese asunto.
¿Pesaron también las cuestiones personales?
No lo lean así, pero ellos acababan de empezar en verano un
proyecto para sacar un libro colectivo [Repensar la España plurinacional, con
participación de Xavier Doménech, Dominique Saillard, Enric Juliana, Irantzu
Mendia y los propios Beiras e Iglesias, entre otros] para el que me pidieron un
ensayo.
El libro salió en septiembre y no me invitaron a la
presentación en Madrid. Y en el periodo entre las elecciones de 2017 en
Catalunya y el referéndum adoptaron una postura neutral, cuando en esa
situación ser neutral era estar a favor de quienes se querían cargar el
proceso.
Un día llamé a Pablo y le dije: "Oye, ¿pero tú has
leído mi artículo?". Me dijo que sí, y hasta me mandó fotos del libro
abierto en esas páginas. "Pues estáis haciendo todo lo contrario", le
respondí. No tuvieron narices para apoyar el proceso independentista de
Catalunya, no entendieron algo crucial por lo que nosotros ya nos habíamos
jugado el tipo en el Bloque y que derivó en lo que fue primero AGE y luego En
Marea.
¿Cómo relaciona usted ese proceso de AGE y En Marea con
lo que en su opinión no entendieron
Pablo Iglesias y Yolanda Díaz?
Vamos a ver. Hay que hacer política analizando dos sistemas
de ejes de abscisas y coordenadas. Uno, la estructura de clases, es decir
izquierda y derecha. El segundo: cuando se trata de una nación sin Estado, los ejes
son la nación sometida y el Estado que somete. Hay que situar la expresión de
las posiciones políticas en esos dos sistemas de coordenadas y luego
superponerlos. Porque puedes llevarte sorpresas.
El nacionalismo gallego siempre tuvo muy claro que para
ganar esa guerra había que dar la batalla decisiva en las instituciones
centrales del Estado. Nosotros teníamos muy claro por qué habíamos hecho esa
alianza. Si los vascos, que habían optado por la lucha armada, habían sido
derrotados; si los catalanes, tras un proceso cívico absolutamente ejemplar, no
sólo no lo consiguieron sino que sus líderes acabaron en la cárcel... O tienes
alianzas con la izquierda estatal, sobre todo si es una izquierda rupturista, o
no puedes dar esa batalla. Eso fue lo que nosotros sí entendimos.
¿Se trató entonces de una reflexión científica, digamos,
basada en el análisis histórico de lo que había sido el nacionalismo gallego?
El nacionalismo gallego quizá lo entendió mejor que el resto
porque siempre fue menos fuerte y porque nunca fue un nacionalismo burgués.
Siempre fue un nacionalismo democrático, republicano y popular, que nació con
la revolución gallega de 1846.
En La era de la revolución, donde Eric Hobsbawn analiza la
historia política de Europa desde la Revolución Francesa de 1789 hasta la de
1848, en el último capítulo explica que esta última no fue una erupción
volcánica imprevista, sino que hubo un proceso de erupciones que arrancan de la
de 1830 y que una de ellas, que menciona como precedente, es la rebelión
popular gallega de 1846.
Era un nacionalismo republicano, conectado con la lucha de
los agraristas, de los siervos contra los señores, de los foreros contra los
foristas. Un tipo como Alfredo Brañas, que era nacionalista conservador, que
era regionalista, de derechas, católico, defendía a los siervos frente a los
señores, e invocaba el ejemplo de Irlanda.
¿Esas claves históricas se pueden seguir aplicando hoy ?
¿Las tuvieron ustedes en cuenta a la hora de tejer alianzas en AGE y luego
entre Anova y Podemos?
Los nacionalismos emancipadores son fundamentalmente de
izquierdas. Un proceso de emancipación nacional en el fondo siempre es un
proceso libertario. Marx y Lenin lo tenían muy claro. Yo nunca hablé de
nacionalismo español. Eso es chauvinismo. El nacionalismo de un país que tiene
un Estado propio y soberano es chauvinismo. Si sólo es nacionalista para
oprimir a otros, es nacionalismo imperialista.
¿Qué nos enseñaba a nosotros la historia reciente del Estado
español sobre las cuestiones nacionales?. Para el Estado español los vascos eran
terroristas; los catalanes, fenicios con los que se podía resolver todo con
dinero, y Galicia, una colonia a la que podían mandar a un virrey como Fraga,
como hizo Felipe González trucando las elecciones autonómicas de 1989.
En el caso catalán, los catalanes hicieron un Estatut muy
consensuado, con un referéndum en el que, por cierto, yo hice campaña por el
"no" con Carod Rovira... Un Estatut que luego se cargó el Tribunal
Constitucional. Pero oiga, ¿quién se cree usted para cargarse un texto aprobado
primero por el Parlament de Catalunya, luego por las Cortes Generales y luego
por la ciudadanía en referéndum? Los miembros del Tribunal Constitucional
tenían que estar en el trullo, procesados e inhabilitados de por vida. Un Estado
que hace eso no es un Estado democrático. Eso es lo que la izquierda no se
atreve a decir públicamente.
Uno de los puntos del acuerdo exprés que PP y Vox han
alcanzado en el País Valencià hace una referencia explícita a la retirada de
subvenciones a cualquier tipo de organizaciones que promuevan los Països
Cataláns. ¿Cómo pueden los nacionalismos de izquierda en esos territorios
plantar cara a eso que usted llama el chauvinismo españolista?
Quien debía plantarle cara es el poder judicial, si fuera
constitucionalista. Porque va contra la Constitución. Como cuando en Aragón
dicen que se van a cargar la enseñanza del aragonés. El artículo 3 de la
Constitución establece que el español es la lengua oficial del Estado, pero
también que los otros idiomas tendrán que ser promovidos, apoyados y amparados
por el Estado.
Están yendo contra la Constitución. El Tribunal
Constitucional debería entrar ahí por iniciativa propia. No hay que encargarle
ese trabajo a los nacionalistas, que bastante tienen. Lo que no funciona es la
Constitución.
¿No funciona la Constitución o no funciona la manera de
aplicarla?
La Constitución funciona cuando se la aplica. Si no, es
papel mojado. ¿En que año asesinó ETA a Ernest Lluch? Sobre el 2000, ¿no? Dos
días antes yo estaba dando una conferencia en la Universidad Autónoma de Madrid
y llevaba un librito editado por el Parlamento de Galicia con el Estatuto de
Galicia y con la Constitución. Durante el coloquio, leí algunos de los artículos
del Título Primero: la justicia, el sistema tributario, etcétera. "¿Este
está vigente?", preguntaba. "No", me respondían. "¿Y
éste". "Tampoco". "¿Y este otro?".
"Tampoco".
Los alumnos sabían que en pleno año 2000 muchos preceptos de
la Constitución no estaban vigentes. Al día siguiente me dieron la noticia del
asesinato de Lluch, éramos muy amigos desde los años sesenta y me fui a
Barcelona para asistir a la manifestación. Por eso lo recuerdo tan bien. Si la
Constitución ya no estaba vigente entonces, imagínense ahora. Los primeros que
se la pasan por el forro son los miembros del Tribunal Supremo y del Consejo
General del Poder Judicial. Tenían que estar todos en la cárcel.
¿Cómo deberían responder a eso la izquierda y los
nacionalismos?
En la izquierda caemos en la trampa que nos impone esa
dialéctica de los fascistas apoyada por las brunetes mediáticas, por la cúpula
del poder judicial y por buena parte de la magistratura. Mucha de la cual, por
cierto, es más fascista que el propio Fríjol [en gallego, feixó significa
fríjol, judía]. Y la izquierda sale a dar explicaciones. No hay que darles
explicaciones. No se puede razonar con una piedra, con un canto rodado, con una
planta. Es inútil.
Es entrar en su juego para acabar hablando de lo que ellos
quieren, cuando lo que habría que hacer es cortarles el discurso. No es
cuestión de derechas o izquierdas, sino de demócratas o antidemócratas. Lo que
está sobre la mesa es si sobrevive por lo menos una interpretación democrática
de la actual Constitución, y por lo tanto lealtad y fidelidad a la letra de la
Constitución, o si nos arrasan los que van a coger todo eso y van a convertirlo
en algo inexistente.
O sea, si vamos a tener un franquismo sin Franco, pero peor
que el de los años setenta. Porque en el franquismo de los años setenta la
gente tenía el horizonte de que aquello no podía durar, se estaba
descomponiendo. Y ahora no, ahora está empezando.
También. Y quien tiene la responsabilidad de lo que está
ocurriendo en Europa es la UE. ¿Cómo puede Borrell decir las barbaridades
belicistas que está diciendo? ¡Un socialdemócrata! Acabo de leer un artículo
sobre lo que pasó con Jürgen Habermas [el filósofo alemán que ha abogado por
las conversaciones de paz con Rusia para acabar con la guerra de Ucrania y que
ha sido duramente criticado]. Yo no estoy de acuerdo con la invasión de
Ucrania, pero es que ni la ONU ni la Unión Europea han puesto coto al proceso
que ha ido cercando a Rusia.
Ojo, no cercando a Putin, sino a Rusia. Porque todo lo que
se le achaca a Putin viene de los años noventa, de Yeltsin. ¿Quién desmanteló
el entramado estatal de la economía rusa? ¿Quién impulsó a los nuevos
oligarcas? ¿Putin? No, esa es la herencia de Yeltsin.
Toda esa literatura y esa narrativa cinematográfica sobre el
caos nuclear en Rusia, con misiles y bombas nucleares circulando por el mercado
negro de armamento de medio mundo, ¿de dónde viene? De la época de Yeltsin, que
montó la contrarrevolución de lo que se llamaba el Partido Yanqui en Moscú. La
historia es la que es, pero eso no se ve reflejado en los medios ni se debate
en las organizaciones políticas de izquierda.
Hablaba de Habermas. ¿Cree que en Europa hay una suerte de
persecución contra la intelectualidad que no suscribe el relato oficial sobre
la guerra de Ucrania, y que la izquierda la ampara?
Voy a ponerles un ejemplo. Mi pareja y yo somos melómanos a
tope, estamos suscritos a canales de música clásica y somos muy admiradores de
un director ruso extraordinario, Valeri Guérguiyev. Fue quien mantuvo viva la
orquesta del Teatro Mariinski de Leningrado —o de San Petersburgo— durante los
años 90, y en los años 2000 dirigió en
la sala Pleyel de París la integral de sinfonías y conciertos para piano y para
violín de Prokófiev y la integral de Shostakóvich, sinfonías y conciertos para
violín, para piano, para violonchelo...
Pues bien, le invitaron a dirigir la London Simphony, una de
las mejores orquestas del mundo, y dirigía también una de las dos grandes
orquestas de Baviera. Cuando estalló la guerra de Ucrania, la dirección
administrativa de la orquesta le exigió que firmara un documento contra Rusia y
contra la guerra. Se negó, lo cesaron y desde entonces está desaparecido del
mapa. Ya no dirige, y en las televisiones europeas ni siquiera emiten
conciertos suyos anteriores a la guerra.
Díganme, cuando fue la invasión de Irak, ¿hubo algún caso en
el que se exigiera a algún director occidental que denunciase a la OTAN bajo
amenaza de quedarse sin trabajo? No, ¿verdad? Hay una inquisición que pesa
también sobre la izquierda. Es un peso tan brutal que, por ejemplo, obliga a
Pedro Sánchez a hacer lo que hizo con respecto a los saharauis, que es
absolutamente impresentable. ¿O es que el monarca marroquí es un demócrata
consumado? ¿Quién es más tiránico: ese monarca o Putin?
La izquierda política no se está dando cuenta de que está
equivocada. Porque lo más importante que está ocurriendo en el sistema mundo no
está ocurriendo en la guerra de Ucrania. Allí está ocurriendo lo más grave y lo
más peligroso, pero no lo más importante.
¿Y qué es lo más importante que está ocurriendo?
El fin de la hegemonía del dinosaurio norteamericano, que ya
está herido de muerte y que enfrenta el peligro de la desdolarización de la economía mundial con el
Nuevo Banco del Desarrollo del BRICS, en el que participan potencias
demográficas y económicas como Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, que
preside Dilma Rousseff, y al que otros países como Argentina, la Colombia de
Petro y Venezuela ya han dicho que están interesados en entrar.
Si potencias de esas dimensiones económicas y demográficas
deciden dejar de funcionar en dólares en sus transacciones comerciales,
financieras y monetarias, la hegemonía de Estados Unidos habrá terminado. Ese
es el factor que está provocando el nerviosismo de Estados Unidos con China, no
Taiwán. Pero la izquierda europea no se está enterando. Es elemental, pero yo
no veo que haya ningún debate sobre eso, no lo mencionan ni siquiera en charlas
informales. Sólo Ucrania, Ucrania, Ucrania...
Al margen de ese nuevo orden económico mundial al que parece
que avanzamos, ¿cree que la izquierda española está contribuyendo por acción u
omisión a la distorsión del relato sobre Rusia y Ucrania?
Es que parece como si Rusia no fuera parte de Europa, o como
si Crimea no fuera parte de Rusia. Vamos a ver, ¿quién era Catalina la Grande?
Siglo XVIII, ¿quién era su ministro más eficaz, y que además fue su amante?
Grigori Potemkin. ¿Qué sucedía en Crimea en el siglo XVIII? Que era la puerta
de entrada a Europa de turcos y otomanos. La zarina, con Potemkin, elabora un
plan para repoblar y ordenar Crimea y taponar la entrada de los turcos.
¿Y qué tiene que ver eso con la Ucrania actual? Me explico:
en El acorazado Potemkin, la película de Serguéi Eisenstein de 1925, los
acontecimientos tienen lugar en Odesa, la tercera ciudad de Ucrania. ¿Acaso
estaba Eisenstein rodando en el extranjero una de las películas básicas sobre
la revolución soviética? Más aún, la Cantata Alexander Nevsky, de Prokófiev,
¿para qué fue compuesta? Para la película de Eisenstein de 1938 sobre Alexander
Nevsky, que en el siglo XIII organizó un ejército popular contra los caballeros
teutones, contra los cruzados. La batalla decisiva es la batalla del Lago
Peipus, por cierto muy parecida a la batalla de Azincourt que narra Shakespeare
en Enrique V.
Pero sigo: ¿Dónde sucede la apoteosis de la película? ¡La
entrada en Kiev! [Risas] ¡Hasta podría ponerme en plan cabrón y decir que Putin
está haciendo lo que hizo Alexander Nevsky hace no sé cuántos siglos! Hay un
analfabetismo tan brutal, una falta de conocimiento y de memoria histórica en
los grupos dirigentes de la izquierda que a mí me entra pánico.
¿Eso se traslada a las referencias ideológicas? ¿Hay un
déficit ideológico y de solidez en la construcción intelectual del discurso de la
izquierda?
Sí. Desde el momento en el que el PC renunció a la lucha de
clases. Es como si un científico renunciase a la teoría de la atracción de los
cuerpos celestes de Newton, como si dijera que las teorías de Einstein son una
carallada o si le diera miedo citar lo que explicó Max Planck sobre las
funciones discontinuas, los cuantos, las leyes deterministas en la ciencia y en
la física...
¿Se imaginan a un físico diciendo una barbaridad así? Pues
hay dirigentes políticos que dicen barbaridades equivalentes, ya no sólo del
PP, sino de la izquierda. Y no pasa nada. Sí, hay una cobardía intelectual
pasmosa que me cabrea muchísimo y me pone los pelos de punta. ¿Dónde está la
fuerza alternativa a la barbaridad que se nos viene encima? Hay miedo a decir
que eres socialista, marxista, anticapitalista...
¿Pero la ciudadanía está preparada para recibir ese tipo de
mensajes? Si vemos la campaña del PP en las municipales, con el 'Que te vote
Txapote' , agarrándose a los apoyos de Bildu al Gobierno en el Congreso para
intentar romper la campaña... Eso cala en el electorado socialista.
Porque quien debería rebatirlo no tiene credibilidad. El BNG
empezó en el Parlamento de Galicia en 1985 con un diputado, que era yo. En
1989, cuando mandaron a Fraga aquí, fueron seis menos uno, el que nos robaron.
En 1993 pasamos a trece, que no fueron quince por muy poco. Y en 1997 dimos el
sorpasso al PSOE. ¿Cuál fue mi contribución en todo eso? Decir las cosas como
ustedes dicen que la ciudadanía no está preparada para entenderlas.
Eso de que el pueblo es ignorante es falso, es un montaje de
la derecha. Es cierto que ha habido un proceso de analfabetización ideológica y
política de las sucesivas promociones y generaciones de quienes no vivieron el
franquismo, y que no tienen antídotos contra lo que está pasando, porque nadie
se lo ha explicado. Hubo una amnistía que amnistió a los asesinos, se hizo
borrón y cuenta nueva con la historia, que acaba en la Guerra de Independencia.
Nada de la República ni de la historia del franquismo en la
enseñanza, como si la democracia la hubieran traído Juan Carlos y Felipe
González y las libertades ya estuvieran ahí. No, es al contrario. Los derechos
y las libertades se conquistan, pero o se ejercen sistemáticamente o se
pierden, que es lo que está pasando ahora.
Ha dicho que la democracia está en cuestión, ¿pero lo que
tenemos es de verdad una democracia plena?
El pacto de la reforma política, además de una aberración,
es una traición. Fue un pacto con el franquismo. Y no es exclusivo de España,
ha ido sucediendo en Occidente desde el final de la Segunda Guerra Mundial. A
medida que se extendía, el modelo de democracia occidental se vaciaba de
contenido. Cada vez más Estados democráticos y cada vez menos democracia en el
sentido filosófico de la Grecia clásica.
El mismo Aristóteles, que no era de izquierdas sino de
derechas, cuando definía democracia decía que no tenía que ver con la
aritmética electoral, sino con el poder del demos, en el sentido de la Atenas
de Pericles. Por cierto, ¿saben quién fundó y lideró en Atenas el Partido de
los Pobres, el primer partido de base equivalente a los Sans-culottes de la
Francia revolucionaria? Fue Aspasia, la amante de Pericles. No entiendo por qué
el feminismo no utiliza ese referente.
Pero quiero decir que la democracia consiste en eso. Lo otro
es un régimen de partidos y de elecciones libres, entre comillas. En el Estado
español no tenemos una democracia. No es un régimen democrático. La
Constitución es un diseño con normas democráticas, sobre todo en el Título
Preliminar y en el Título Primero, que cada vez se aplican menos. Pero no es
una democracia, ni siquiera una monarquía parlamentaria. Es una monarquía
constitucional.
Con la Constitución como una 'carta otorgada'.
Más bien diría que la carta otorgada son los estatutos de
autonomía. Por eso en Galicia no podíamos aceptarla, porque reivindicamos el
ejercicio de la soberanía popular, que somos un pueblo con identidad propia,
una nación con casi doscientos años de lucha cívica. Y eso que el nacionalismo
gallego nunca fue independentista, pese a que tuvo segmentos independentistas.
Yo me pasé decenios siendo respetuoso con el régimen de la
Constitución y del Estatuto, pero mi discurso siempre estuvo dirigido a
trascenderlo. Tú puedes optar en las Cortes españolas, y me refiero a Podemos
en 2015, 2016 y 2018, a entrar en un Gobierno. Y es cierto que se han hecho
muchas cosas positivas que no se hubieran hecho si no hubiera estado Podemos.
Las medidas más progresistas en defensa de la ciudadanía que hizo el Gobierno
de Sánchez fueron iniciativa de Unidas Podemos con el apoyo de ERC y Bildu.
Pero una cosa es eso y otra que renuncies a un discurso que
ponga el norte a medio plazo a trascender el actual régimen político. Porque si
no, la gente no sabe hacia dónde vas. Hay que hacer pedagogía, la izquierda
tiene que hacer pedagogía. Siempre.
¿Cómo se defiende mejor eso: votando a la izquierda estatal
o a los nacionalismos?
En las elecciones del 28M, ¿quién ha resistido mejor a la
avalancha de la ultraderecha?
No, ¿quién resistió mejor en la izquierda a la izquierda del
PSOE? En el eje de la contradicción de clase, Unidas Podemos, lo que hoy ya es
Sumar, no resistió a esa ofensiva. ¿Y quién no sólo resistió, sino que incluso
avanzó? EH Bildu y el BNG, en el eje nación sometida frente a Estado que
somete. No hablo de Catalunya, porque es mucho más complejo después de que el
Estado español desarbolara todo el independentismo, el independentismo burgués
de Junts y el progre de ERC, que no es propiamente obrero ni socialista.
Quiero decir que las posiciones más rotundamente opuestas en
su práctica interna, en su discurso frente al nazifascismo que viene, fueron EH
Bildu y el BNG. Porque son organizaciones de izquierda, tan de izquierda como
Sumar en su discurso, pero porque además defienden a pueblos que llevan siglos
de lucha y que tienen memoria del franquismo. Y en el caso de Galicia, del
fraguismo. El apoyo sociológico que tiene hoy el BNG es el apoyo del BNG más el
apoyo del nacionalismo que no estaba en el BNG y que se pasó a él cuando Unidas
Podemos reventó aquí por la traición de sus dirigentes, con el incumplimiento
de los acuerdos de los que he hablado antes.
Y en Euskadi, el PNV se ha puesto de acuerdo con el PSOE y
hasta con el PP para ponerle un dique de contención a EH Bildu. Significativo,
¿no? Claro que este PNV no es el de Arzalluz, Gorka Aguirre, Joseba Egibar,
Markel Olano... Ese PNV era otra cosa, un partido socialcristiano. ¿Les cuento
una anécdota?
Por favor.
Cuando tras las elecciones autonómicas de 1997 el
nacionalismo gallego empezó a cotizarse fuera, empezó nuestra relación con el
PNV. La primera vez que nos reunimos fue en Bilbo, en Sabinetxea, la sede del
PNV. Acudimos una delegación del BNG en la que había representantes de la UPG,
Pilar García Negro y Francisco García. Nos fuimos a comer y al volver,
Arzalluz, que no había estado por la mañana, estaba en la sala.
Su recibimiento fue más o menos así: "¿Qué, qué tal os
han dado de comer estos chicos? Porque si volvéis a Galicia diciendo que somos
unos meapilas, no pasa nada. Pero si volvéis diciendo que no os dimos bien de
comer, es una ofensa nacional" [risas]. Arzalluz era otra cosa. En el año
98, en el tiempo de Galeuscat [Galeuscat-Pueblos de Europa], nos hicimos muy
amigos, de mucha confianza. Mi pareja, Aurichu [la pintora Aurora Pereira] y
yo, incluso estuvimos en reuniones del Euskadi Buru Batzar [Comisión Central de
Euskadi, el órgano ejecutivo nacional del PNV].
Arzalluz llegó a decirme que el pacto con Aznar en 1996
había sido un error histórico. Y también que fue Pujol quien les arrastró a ese
pacto. Luego Pujol me dijo en una ocasión que tras las elecciones de ese año
[en las que el PP ganó sin mayoría absoluta con 156 escaños frente a los 141
del PSOE] había llamado inmediatamente a Felipe González para decirle que CiU
estaba dispuesta a renovar de inmediato el pacto de Gobierno del 93, y que sólo
haría falta que negociasen también con Izquierda Unida para tener mayoría
frente al PP de Aznar. La respuesta de González fue que no, que tenían que
pactar con Aznar. Y Pujol arrastró al PNV.
¿Fue porque González no quería gobernar sin ser la lista más
votada?
No, fue porque Felipe González era un sectario
anticomunista. Yo le conocí muy bien entre 1974 y 1976, lo que duró la
Conferencia Socialista Ibérica. Después creamos la Federación de Partidos
Socialistas del Estado Español, pero empezaron a sobornarlos uno a uno. Los
únicos que no nos dejamos sobornar fuimos el Partido Socialista Galego (PSG),
los únicos que no pactamos con el PSOE.
¿Sería factible repetir algo similar a Galeuscat, aquella
alianza entre el PNV, CiU y BNG que lideraban Arzalluz, Pujol y usted, cuando
las tres eran hegemónicas en los movimientos nacionalistas de Euskadi,
Catalunya y Galicia? ¿Serviría para combatir esa oleada ultraderechista de la
que habla?
Sí, pero no sería suficiente. Las izquierdas españolas de
audiencia estatal tendrían que asumir en la practica lo que declaran
verbalmente: que Galicia, Euskadi y Catalunya somos pueblos con historia
propia, naciones con derecho a la autodeterminación. Si asumieran eso no habría
independentismos porque todos somos pactistas en ese horizonte. Lo sé muy bien
porque lo he vivido desde los años sesenta como responsable de asuntos externos
del PSG.
Que lo hagan en la práctica y no sólo verbalmente es la
clave para parar al fascismo y trascender este régimen. Pero no hay síntomas de
que estén dispuestos a hacerlo. ¿Qué acaba de pasar en los ayuntamientos?
¡Parece que no se enteran! El PSOE está renunciando a gobernar en coalición con
los nacionalismos de izquierda. ¿Pero es que sois idiotas, no sabéis lo que se
os viene encima? Es una ceguera total. ¿Después de la hostia que se han llevado
no son conscientes de que hay que levantar baluartes, y no primar las
cuestiones de partido sobre la defensa contra ese enemigo común?
Hacen como la SPD alemana, que en 1933, después de la quema
del Reichstag, votó a favor de que se expulsara a los ochenta y tantos
diputados del Partido Comunista. Y después, ¿qué pasó? Por eso digo que estamos
en una situación análoga a la República de Weimar y a la República española.
Esta conversación deja un poco el ánimo por los suelos.
Es el pesimismo de la razón, como decía Gramsci. Pero yo
nunca cedí a la tentación de tenerle miedo a la realidad. Y hay mucho miedo a
la realidad en la izquierda, a analizarla y ver que es terrible. Porque frente
al pesimismo de la razón está el optimismo de la voluntad. La izquierda no
puede lograr las energías necesarias para enfrentarse a los brutales enemigos
que tiene si no hace dos cosas: primero una cura de humildad y, en segundo
lugar, explorar la realidad, reconocer que es terrible y, a partir de ahí,
buscar las fórmulas y las energías para enfrentarse a ella.
Pero parece que en el mes que les queda para las generales
ya no les va a dar tiempo...
Es que no están dispuestos a hacerlo. Pese a todo, yo no
pierdo la esperanza de que se consiga activar parte del voto de la izquierda
que se abstiene, aunque sólo sea para que haya una alternativa electoral que
una a todo ese caleidoscopio de grupos de izquierda, si son capaces de hacer el
discurso adecuado y darle credibilidad en la práctica.
¿Y cree que Sumar puede tener esa capacidad?
Sí, porque son inteligentes. Que sean miopes no significa que
sean tontos, sólo que necesitan las lentes adecuadas. Confío en que se den
cuenta de que no sólo se están jugando su propia piel, sino la de la gente del
común. Empezando por la más intoxicada y alienada. Alienación, otro término que
la izquierda ya no utiliza y que resulta fundamental para entender y explicar
muchas cosas.
¿Y usted qué cree que puede pasar?
Pues a lo mejor que ocurre la catástrofe. Y quizá entonces
la gente se dará cuenta de que o se pone en modo combate o sucederá aquello del
ensayo de Camus Ni víctimas ni verdugos. Llegará un momento en que no quedará
otro remedio que ser víctima o colaborar con tus propios verdugos. Un ejemplo:
cuando en la pasada campaña Ayuso salió con aquello de que en las listas de
Bildu había candidatos condenados por ETA, habría que haberle dicho:
"Oiga, usted es una asesina en serie, mató a siete mil personas
desvalidas, ancianas, que son más de diez veces los muertos de ETA en toda su
historia. Y está apoyando a quienes están matando a mujeres todos los días,
cientos de ellas al año". Pero lo que la izquierda respondió fue que si
ETA ya no existe, que si Bildu ha renunciado a no sé qué... Que no es eso,
coño.
Feijóo es un cipayo, tartufo, felón, ignaro y fascista. En
Madrid pensaban que era un moderado y que como nosotros, en Galicia, somos de
provincias, no nos enteramos de lo que pasa. Ni siquiera parte de la izquierda
sabía quién era. Y a mi edad digo: ¿cómo es posible? Verán, hay dos
contravalores o antivalores que están en la base de la ideología y la
cosmovisión del nazifascismo. Uno es la xenofobia y otro el nihilismo. Y me
preocupa que la gente se quede con el diagnóstico que hago de la situación en
vez de quedarse con lo que digo sobre lo que hay que enmendar y corregir para
enfrentarla. Porque eso conduce al nihilismo, es el caldo de cultivo del
nazismo y del fascismo.
Hay un fenomenal ensayo sobre eso, A violencia excedente, de
Francisco Sampedro, el catedrático de Filosofía. La xenofobia es la negación de
la alteridad, no pueden soportar que haya alguien distinto a ellos. Es lo que
ocurre con el chauvinismo español. Yo estuve en Madrid del 60 al 63, para hacer
mi tesis, vivía en el colegio mayor César Carlos y fui muy amigo del cura
Aguirre [Jesús Aguirre, duque consorte de Alba]. Salíamos, me presentaban a
gente y me preguntaban: "¿De dónde eres?". "Soy gallego",
respondía yo. "¡Ah, español, claro!". Esa es la incomprensión de la
alteridad: no, no eres gallego, eres español, a cojones.
Yo estoy dispuesto a ser ciudadano del Estado español, y
ciudadano europeo, pero a condición de que cuando digo que soy gallego nadie me
responda que, no que soy español. No. Entonces váyase usted a la mierda,
quédese con su España y que le den la independencia a Madrid: "Toma,
Ayuso, todo para ti. Ahí te quedas".
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