El disparate de
Prigozhin
La prensa de Washington parece estar haciéndose a la idea de
la enormidad del desastre en Ucrania, pero no hay pruebas públicas de que Biden
y sus principales colaboradores comprendan la situación
Seymour Hersh 4/07/2023
El fin de semana del 24 y 25 de junio, la administración Biden tuvo unos días gloriosos. La actual situación provocada por el desastre en Ucrania desapareció de los titulares y fue sustituida por la “revuelta”, como decía un titular de The New York Times, de Yevgeny Prigozhin, jefe del grupo mercenario Wagner.
El foco de atención se desvió de la fallida contraofensiva
ucraniana para centrarse en la amenaza de Prigozhin al control de Putin. Como
decía un titular del New York Times: “La revuelta plantea una pregunta
candente: ¿Podría Putin perder el poder?”. El columnista de The Washington Post
David Ignatius hizo esta apreciación: “Putin miró al abismo el sábado y
parpadeó”.
El secretario de Estado, Antony Blinken –el portavoz del
Gobierno en tiempos de guerra, que hace semanas habló orgulloso de su
compromiso de no buscar un alto el fuego en Ucrania–, apareció en el programa
Face the Nation de la CBS con su propia versión de la realidad: “Hace dieciséis
meses, las fuerzas rusas estaban… pensando que borrarían del mapa a Ucrania
como país independiente”, dijo Blinken. “Ahora, durante el fin de semana, han
tenido que defender Moscú, la capital de Rusia, de mercenarios designados por
el propio Putin… Ha sido un desafío directo a la autoridad de Putin… Muestra
verdaderas fisuras”.
Blinken sugirió que la deserción del enloquecido líder de
Wagner sería una bendición para las fuerzas militares de Ucrania
Blinken, que no fue cuestionado por su entrevistadora,
Margaret Brennan, como bien sabía él que no lo sería –¿por qué si no iba a
aparecer en el programa?–, pasó a sugerir que la deserción del enloquecido
líder de Wagner sería una bendición para las fuerzas militares de Ucrania, cuya
matanza por parte de las tropas rusas continuaba mientras él hablaba. “En la
medida en que supone una verdadera distracción para Putin y para las
autoridades rusas, que tienen que mirar –y de algún modo preocuparse– por su
retaguardia mientras tratan de hacer frente a la contraofensiva en Ucrania,
diría que esto crea incluso mayores oportunidades para que los ucranianos
triunfen sobre el terreno”.
¿En ese momento Blinken hablaba en nombre de Joe Biden?
¿Debemos entender que eso es lo que cree el hombre al mando?
Ahora sabemos que la revuelta del crónicamente inestable
Prigozhin se esfumó en un día, cuando huyó a Bielorrusia con la garantía de no
ser procesado, y su ejército mercenario se mezcló con el ejército ruso. No hubo
marcha sobre Moscú, ni una amenaza significativa para el gobierno de Putin.
Lástima de los columnistas de Washington y de los
corresponsales de seguridad nacional que parecen depender enormemente de las
reuniones informativas oficiales con funcionarios de la Casa Blanca y del
Departamento de Estado. Teniendo en cuenta las conclusiones publicadas de esas
sesiones informativas, dichos funcionarios parecen incapaces de ver la realidad
de las últimas semanas, o el desastre total que ha recaído sobre la
contraofensiva militar ucraniana.
Así pues, a continuación se ofrece una visión de lo que está
ocurriendo realmente, que me fue facilitada por una fuente bien informada de la
comunidad de la inteligencia estadounidense:
“He pensado que podía aclarar un poco las cosas. En primer
lugar, y lo más importante, es que Putin está ahora en una posición mucho más
fuerte. Ya en enero de 2023 nos dimos cuenta de que era inevitable un
enfrentamiento entre los generales, apoyados por Putin, y Prigo, respaldado por
extremistas ultranacionalistas. El viejo conflicto entre los combatientes de
guerra ‘especiales’ y un ejército regular grande, lento, torpe y sin
imaginación. El ejército siempre gana porque posee los activos periféricos que
hacen posible la victoria, ya sea ofensiva o defensiva. Y lo que es más importante,
controlan la logística. Las fuerzas especiales se ven a sí mismas como el
principal activo ofensivo. Cuando la estrategia general es ofensiva, el gran
ejército tolera su arrogancia y sus golpes de pecho en público porque las
fuerzas especiales están dispuestas a asumir grandes riesgos y pagar un alto
precio. Una ofensiva exitosa requiere un gran gasto en hombres y equipamiento.
Una defensa exitosa, por otro lado, requiere administrar esos activos”.
“Los miembros de Wagner fueron la punta de lanza de la ofensiva
rusa inicial en Ucrania. Eran los ‘'hombrecillos verdes’. Cuando la ofensiva se
convirtió en un ataque total del ejército regular, Wagner siguió ayudando,
pero, a regañadientes, tuvo que pasar a un segundo plano en el periodo de
inestabilidad y reajuste posterior. Prigo, nada tímido, tomó la iniciativa de
aumentar sus fuerzas y estabilizar su sector”.
“El ejército regular agradeció la ayuda. Prigo y Wagner,
como es habitual en las fuerzas especiales, acapararon la atención y se
llevaron el mérito de detener a los odiados ucranianos. La prensa se lo tragó
todo. Entretanto, Putin y el gran ejército cambiaron lentamente su estrategia
de pretender la conquista ofensiva de la gran Ucrania por la defensa de lo que
ya tenían. Prigo se negó a aceptar el cambio y continuó la ofensiva contra
Bajmut. Ahí radica el problema. En lugar de crear una crisis pública y someter
al imbécil [Prigozhin] a un consejo de guerra, Moscú simplemente retuvo los
recursos y dejó que Prigo agotara sus reservas de hombres y armas, condenándolo
a la retirada. Al fin y al cabo, por muy astuto que sea financieramente, es el
expropietario de un carrito de perritos calientes sin logros políticos ni
militares”.
“Lo que nunca supimos es que hace tres meses sacaron a
Wagner del frente de Bajmut y lo enviaron a un cuartel abandonado al norte de
Rostov del Don [en el sur de Rusia] para desmovilizarlo. La mayor parte del
equipo pesado se redistribuyó y la fuerza se redujo a unos 8.000 efectivos,
2.000 de los cuales partieron hacia Rostov escoltados por la policía local”.
“Putin respaldó plenamente al ejército que dejó que Prigo
hiciera el ridículo y desapareciera en la ignominia. Todo ello sin sudar la
gota gorda militarmente ni provocar un enfrentamiento político con los
fundamentalistas, que eran ardientes admiradores de Prigo. Bastante astuto”.
Existe una enorme brecha entre la forma en que los
profesionales de la comunidad de inteligencia estadounidense evalúan la
situación y lo que la Casa Blanca y la supina prensa de Washington proyectan a
la opinión pública al reproducir acríticamente las declaraciones de Blinken y
sus cohortes de halcones.
Las estadísticas actuales sobre el campo de batalla que me
fueron comunicadas sugieren que la política exterior general de la
administración de Biden puede estar en peligro en Ucrania. También plantean
dudas sobre la implicación de la alianza de la OTAN, que ha estado
proporcionando a las fuerzas ucranianas entrenamiento y armas para la actual
contraofensiva, que va con retraso. Me han informado de que en las dos primeras
semanas de la operación, el ejército ucraniano únicamente se ha apoderado de
unos 114 kilómetros cuadrados de territorio anteriormente en poder del ejército
ruso, gran parte de ellos en campo abierto. En cambio, Rusia ahora controla
aproximadamente 103.600 kilómetros cuadrados de territorio ucraniano. Me han
revelado que en los últimos diez días las fuerzas ucranianas no han conseguido
abrirse paso a través de las defensas rusas de forma significativa. Únicamente
han recuperado unos cinco kilómetros cuadrados más de territorio ocupado por
Rusia. A ese ritmo, según un funcionario informado, los militares de Zelensky
tardarían 117 años en librar al país de la ocupación rusa.
Rusia ahora controla aproximadamente 103.600 kilómetros cuadrados
de territorio ucraniano
En los últimos días, la prensa de Washington parece estar
haciéndose poco a poco a la idea de la enormidad del desastre, pero no hay
pruebas públicas de que el presidente Biden y sus principales colaboradores en
la Casa Blanca y ayudantes del Departamento de Estado comprendan la situación.
Putin tiene ahora a su alcance el control total, o
prácticamente, de las cuatro regiones ucranianas –Donetsk, Kherson, Lubansk,
Zaporizhzhia– que se anexionaron públicamente el 30 de septiembre de 2022,
siete meses después de comenzar la guerra. El siguiente paso, suponiendo que no
se produzca un milagro en el campo de batalla, dependerá de Putin. Podría
simplemente detenerse donde está y ver si la Casa Blanca acepta la realidad
militar y se busca un alto el fuego iniciando conversaciones formales para el
fin de la guerra. El próximo mes de abril se celebrarán elecciones
presidenciales en Ucrania, y el líder ruso podría quedarse quieto y esperar a
que se celebren –si es
que se celebran–. El presidente de Ucrania, Volodymyr
Zelensky, ha dicho que no habrá elecciones mientras el país esté bajo la ley
marcial.
Los problemas políticos de Biden, en cuanto a las elecciones
presidenciales del próximo año, son graves y evidentes. El 20 de junio, el
Washington Post publicó un artículo basado en una encuesta de Gallup bajo el
titular “Biden no debería ser tan impopular como Trump, pero lo es”. El
artículo que acompañaba a la encuesta, escrito por Perry Bacon, Jr., decía que
Biden tiene “un apoyo casi universal dentro de su propio partido, prácticamente
ninguno del partido de la oposición y cifras terribles entre los independientes”.
Biden, como anteriores presidentes demócratas, escribió Bacon, lucha “por
conectar con los votantes más jóvenes y menos comprometidos”. Bacon no tenía
nada que decir sobre el apoyo de Biden a la guerra de Ucrania porque, al
parecer, la encuesta no hacía preguntas sobre la política exterior de la
administración.
El desastre que se avecina en Ucrania, y sus implicaciones
políticas, deberían ser una llamada de atención para aquellos miembros
demócratas del Congreso que apoyan al presidente pero no están de acuerdo con
su voluntad de tirar muchos miles de millones de dinero a la basura en Ucrania,
con la esperanza de un milagro que no llegará. El apoyo demócrata a la guerra
es otro ejemplo de la creciente desvinculación del partido con la clase trabajadora.
Son sus hijos los que han estado luchando en las guerras del pasado reciente y
los que pueden estar luchando en cualquier guerra futura. Estos votantes se han
alejado cada vez más a medida que los demócratas se acercan a las clases
intelectuales y adineradas.
Si queda alguna duda sobre el continuo cambio sísmico en la
política actual, recomiendo una buena dosis de Thomas Frank, el aclamado autor
del bestseller de 2004 ¿Qué pasa con Kansas? Cómo los conservadores
conquistaron el corazón de América, un libro que explicaba por qué los votantes
de dicho estado se alejaron del partido demócrata y votaron en contra de sus
propios intereses económicos. Frank volvió a hacerlo en 2016 en su libro
Escucha, liberal: o, ¿qué pasó con el partido del pueblo? En un epílogo a la
edición de bolsillo describió cómo Hillary Clinton y el Partido Demócrata
repitieron –o amplificaron– los errores cometidos en Kansas cuando iban camino
de perder unas elecciones seguras frente a Donald Trump.
Sería prudente que Joe Biden hablara claro sobre la guerra y
sus diversos problemas para Estados Unidos, y que explique por qué los más de
150.000 millones de dólares que su administración ha invertido hasta ahora han
resultado ser una pésima inversión.
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Este artículo se publicó originalmente en inglés en Substack
. https://ctxt.es/es/20230701/Firmas/43449/Seymour-Hersh-guerra-Ucrania-Rusia-Putin-Biden-belicismo-Prigozhin.htm#md=modulo-portada-bloque:4col-t2;mm=mobile-medium
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