El espejismo de un nuevo imperio europeo
Quinn Slobodian
22/06/2023
En el número de mayo y junio de la revista Foreign Affairs,
el historiador y comentarista británico Timothy Garton Ash planteaba un enigma:
a la luz de la guerra en Ucrania, ¿tendría la Unión Europea que volverse
"más imperial" para desprenderse por fin de su pasado imperial?
Con ello se refería a una UE que "ya no esté dominada
por un solo pueblo o nación", pero que también dependa menos de las
decisiones unánimes de los Estados miembros. Esto podría lograrse ampliando la
llamada votación por mayoría cualificada en el Consejo Europeo, que requiere la
aprobación del 55% de los Estados miembros en lugar de la unanimidad. De este
modo se reducirían las posibilidades de que dirigentes sin escrúpulos como el
húngaro Viktor Orbán desvíen a la UE de una política exterior consensuada por
la mayoría. El resultado es que la UE podría absorber las antiguas colonias y
cuasicolonias del imperio soviético-ruso y quizás —se puede leer entre líneas,
aunque a duras penas— hacer realidad la visión que para muchos nunca llegó a
desaparecer: un Sacro Imperio Romano Germánico resucitado, descentralizado,
pluralista y libre de aranceles.
Merece la pena preguntarse cuáles son, según Garton Ash, las
condiciones que integran esta visión de una UE neoimperial.
Su primera sugerencia es que Europa debería prestar atención
a su propio pasado colonial. Cita el trabajo pionero de los historiadores
suecos Peo Hansen y Stefan Jonsson sobre la sorprendente popularidad que tuvo
la idea de "Eurafrica" en la década de 1950. Cuando se firmó el Tratado
de Roma en 1957, el 90% de la superficie de la Comunidad Económica Europea
estaba en África, y muchos políticos veían las colonias como apéndices
permanentes. Pero la atención de Garton Ash a la persistencia de los imperios
ultramarinos de Europa hasta la década de 1970 acaba siendo poco más que una
parada rápida de camino al lugar donde "la lente del imperio es aún más
reveladora": con el Estado conocido como Rusia, antes Unión Soviética y
ahora Rusia de nuevo.
Garton Ash merece ser felicitado por abordar el tema del
imperio. Plantear los orígenes coloniales de la UE es suficiente para levantar
suspicacias en los seminarios y think tanks del continente europeo. Pero no
debería. Los orígenes coloniales de la UE son un hecho; la cuestión es qué hacer
con ellos. En un reciente libro, la historiadora Megan Brown va un poco más
allá al describir a Argelia como "el séptimo Estado miembro" en los
inicios de Europa. Los franceses querían que sus posesiones de ultramar
formaran parte de la nueva Europa. Adaptando una famosa formulación del
historiador económico británico Alan Milward, Europa no se diseñó para rescatar
al Estado-nación, sino al Estado-nación imperial.
No se cambió el imperio por Europa; el objetivo era
conservar ambos. La idea es que las colonias se beneficiarían de las
transferencias económicas financiadas parcialmente por las potencias que habían
perdido sus imperios —incluida Alemania Occidental, que aportó 200 millones de
dólares para un fondo de desarrollo—.
Asumir estos hechos como reales no tiene por qué implicar
que la UE está podrida hasta la médula. También pueden ilustrar cómo la
independencia en un mundo interconectado siempre fue una cualidad muy relativa,
y que imperio y nación nunca fueron simples elecciones binarias. En Capital e
ideología (2019), el economista francés Thomas Piketty se basó en la obra del
historiador Frederick Cooper para explorar la posibilidad de la federación de
África Occidental, propuesta que fue debatida por pensadores como el escritor
senegalés Léopold Senghor tras la Segunda Guerra Mundial. El próximo libro de
Cooper, coescrito con Jane Burbank,
historiadora especialista en Rusia, lleva por título Posibilidades
Post-Imperiales: Eurasia, Eurafrica, Afroasia.
Incluso después de la independencia, Argelia no estaba
necesariamente entusiasmada con romper las conexiones con su antigua metrópoli.
Mantener algún tipo de trato preferente tenía muchas ventajas. Tiempo después
llegarían más acuerdos comerciales de este tipo. Así, el Convenio de Lomé de
1975 concedió un trato especial a las antiguas colonias europeas,
permitiéndoles evitar la competencia de otros proveedores a bajo precio. Los
plátanos de las Islas de Barlovento en el Caribe, por ejemplo, eran más baratos
que los de la empresa estadounidense Chiquita, debido a que la Política
Agrícola Común de la UE se extendía de manera transoceánica para abarcar a los
nuevos Estados independientes. Pensemos también en el franco CFA, la moneda
vinculada primero al franco y luego al euro, que todavía se utiliza en 14
países africanos. El CFA, que en su día significó Colonias Francesas de África,
significa ahora Comunidad Financiera de África. ¿Es una reliquia del imperio o
un medio de estabilizar las economías locales para tranquilizar a los
inversores internacionales? Es, por supuesto, ambas cosas.
Visto desde otra perspectiva, Eurafrica nunca murió. Francia
tiene más de 3.000 soldados en África y ha intervenido en el África poscolonial
más de tres docenas de veces. Frontex, la agencia de fronteras de la UE, tiene
previsto ampliar su presencia en países africanos. Además, en el continente
siguen existiendo enclaves españoles y ciudades portuarias autónomas —Ceuta y
Melilla— y cada vez son más los Estados africanos que ofrecen la “ciudadanía
por inversión” (citizenship by investment), incluso cuando muchas élites
poscoloniales esconden su riqueza en Mayfair Property y en cuentas bancarias
suizas.
La descolonización no consiste en interpretar el nivel
correcto de culpa, ni en la sustitución de monumentos y exposiciones, ni en la
creación de nuevas cátedras o grupos de investigación, ni siquiera en la
repatriación de reliquias. No es un proyecto centrado principalmente en las
palabras, las imágenes o los sentimientos, y tampoco puede tener un fin real y
preciso.
Como escribe Kojo Koram en Uncommon Wealth: Britain and the
Aftermath of Empire (2022), el imperio "no fue sólo una gira mundial de
quinientos años de ser malos con la gente morena (sic)". Conectó la
maquinaria de las finanzas y la industria, y grabó sobre piedra las relaciones
desiguales que persisten hoy en día, desde los paraísos fiscales hasta las
zonas francas de exportación. También benefició a quienes no estaban
directamente implicados. Garton Ash señala que muchos países de Europa del Este
no tenían colonias propias, pero basta un poco de historia global para ver,
como ha demostrado el sociólogo Gurminder Bhambra, que muchos millones de
emigrantes de esa parte del mundo se beneficiaron de los territorios que fueron
despejados y despojados. Mi bisabuelo abandonó su condición de campesino en la
Galitzia de los Habsburgo para ocupar una parcela de tierra "libre"
en el centro de Canadá, parcela que las tropas británicas se habían encargado
de vaciar.
En estos momentos, el imperio y la descolonización están más
presentes de lo que es habitual. Con la Organización Mundial del Comercio en
una situación de parálisis permanente, es el momento de agitar la geografía
política mundial. El marco al que recurren los expertos y la clase política es
sugerir que la humanidad tiene tan solo dos escenarios: la globalización
posterior a 1989 o la vuelta al nacionalismo desde 2016. El historiador sólo ve
imperios o naciones. Hace décadas, el politólogo Hedley Bull desaconsejaba la
"tiranía de los conceptos y prácticas existentes" que dificultaban la
posibilidad de identificar formas políticas emergentes. Ahora nos encontramos
en ese punto de inflexión en el que las viejas formas mutan bajo nuevas
condiciones.
La renuencia de la mayoría de los gobiernos del mundo a
aceptar el régimen de sanciones de la OTAN contra Rusia ha reavivado el debate,
más propio de los años sesenta, sobre el "mundo no alineado". Algunos
expertos en libre mercado piden "recuperar la unión polaco-lituana",
una monarquía binacional con carácter electivo que duró desde 1385 hasta la
década de 1790, mientras que otros abogan por un eje bilateral Estados
Unidos-Reino Unido para reconstruir el orden de libre comercio. Otros
consideran que el orden mundial se está descomponiendo en un puñado de bloques
supervisados por "Estados de civilización". Las reflexiones sobre una
"Eurasia" ampliada del filósofo de la corte de Vladimir Putin,
Alexander Dugin, han influido en la extrema derecha mundial. Incluso el hermano
más débil de la ficticia familia Roy en Succession ha entrado en el juego,
susurrando en un episodio al presidente electo sobre una "alternativa
pan-Habsburgo a la UE liderada por Estados Unidos".
En un momento similar, hace casi un siglo, el economista
austrohúngaro Karl Polanyi especuló con un futuro dominado por lo que él
llamaba "imperios domesticados". Pensaba que el pensamiento Großraum
de los nacionalsocialistas era mezquino en su jerarquía racial, pero defendible
en su planteamiento de los límites territoriales. Un orden fascista circunscrito
a Europa podría ser algo con lo que no quedaría más remedio que convivir. Al
otro lado del Atlántico, Polanyi imaginó una Doctrina Monroe revivida, una de
las primeras formulaciones de la política exterior estadounidense, vinculando
las Américas y, en las "zonas coloniales", la tutela británica según
el modelo sugerido por el estadista sudafricano del siglo XX Jan Smuts.
Los imperios domesticados tuvieron un alto coste: la
separación continental permanente. Polanyi imaginó estas unidades como
autárquicas, libres del universalismo devorador del mundo propio del
capitalismo y del socialismo. Las reflexiones sobre una UE postimperial no
deben complacer las fantasías de algunos conservadores de Europa del Este de
que el final de la Guerra Fría podría significar un cómodo "retorno a
Europa" si eso significa dar la espalda al mundo a sus puertas. No sólo la
UE tiene orígenes coloniales: el mundo entero los tiene. Como ha escrito
Bhambra, el mayor obstáculo para entender la descolonización es la idea errónea
de que los Estados europeos "son naciones y tienen imperios".
Deshacerse de lo segundo les permitió acercarse más a lo primero. Abordar el
pasado colonial de Europa exigirá algo más que un reconocimiento simbólico de
los pecados pasados. Entre las soluciones más radicales figura la propuesta de
Emily Tendayi Achiume, Relatora Especial de la ONU sobre racismo y
discriminación racial, sobre la migración como descolonización: la libre
circulación hacia la antigua metrópoli como la forma más eficaz de reparación.
El pasado de Europa no es extraterritorial. Como dijo el político egipcio
Hamdeen Sabahi en 2012: "El Mediterráneo es un lago".
Quinn Slobodian
Profesor de Historia en el Wellesley College, Massachusetts. Es autor de
"Globalists: The End of Empire and the Birth of Neoliberalism" (2018)
y su último libro es "Crack-Up Capitalism: Market Radicals and the Dream
of a World Without Democracy" (2023).
Fuente:
The New Statesman, 17/06/2023 https://www.newstatesman.com/the-weekend-essay/2023/06/europe-rotten-cor.
https://www.sinpermiso.info/textos/el-espejismo-de-un-nuevo-imperio-europeo
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