domingo, 8 de noviembre de 2020

Lo que espera la izquierda progresista de Biden.

 EEUU: Lo que espera la izquierda progresista de Biden. Entrevista

Alexandria Ocasio-Cortez  

Fuente .  Sin Permiso.

Durante meses, la representante Alexandria Ocasio-Cortez ha sido una buena militante del Partido Demócrata y de Joseph R. Biden Jr. para derrotar al presidente Trump.

Pero el sábado, en una entrevista de casi una hora, poco después de que el presidente electo Biden fuera declarado ganador, Ocasio-Cortez ha dejado claras que las divisiones en el partido de las primarias todavía existen. Y descartó las críticas actuales de algunos miembros demócratas de la Cámara que culpan a la izquierda de la perdida de escaños importantes. Algunos de los miembros que han perdido, dice, se habían convertido en "patos de feria".

Estos son extractos editados de la conversación con Astead W. Herndon para el NYT.

 Ya tenemos una comprensión más completa de los resultados. ¿Cuál es tu interpretación general?

 La principal es que ya no estamos en una caída libre al infierno. Pero si vamos a recuperarnos o no es la cuestión central. Hemos frenado la caída. Y la pregunta es si y cómo nos vamos a recuperarnos.

Sabemos que la cuestión racial es un problema y que evitarla no resuelve ningún problema electoral. Debemos desarmar activamente el potente efecto del racismo en las urnas.

Pero también hemos descubierto que las políticas progresistas no perjudican a los candidatos. Todos los candidatos que copatrocinaron Medicare para todos en un distrito indeciso han conservado su escaño. Además, sabemos que copatrocinar el Green New Deal tampoco ha sido causa de derrota. Mike Levin fue uno de los copatrocinadores originales de la ley y ha conservado su escaño.

 En relación con tu primer punto, los demócratas han perdido escaños en unas elecciones en las que se esperaba que ganasen más. ¿Lo atribuyes al racismo y al supremacismo blanco en las urnas?

Creo que será muy importante cómo trata internamente el partido este tema y si va a ser honesto al realizar una verdadera autopsia y realmente indagar por qué las perdidas. Porque antes incluso de que tuviéramos datos sobre muchas de estas campañas electorales ya había quién señalaba con el dedo a los progresistas y acusaba al Movimiento por las Vidas Negras de tener la culpa.

He comenzado ha analizar en detalle esas campañas. Y el hecho es que he desbancado a otros demócratas en los últimos dos años. He derrotando las campañas dirigidas por el DCCC estos dos años. Así conseguí entrar en el Congreso. Así es como conseguimos que se eligiera a Ayanna Pressley. Así ganó Jamaal Bowman. Así lo consiguió Cori Bush. Así que sabemos cuales son los puntos vulnerables de las campañas demócratas.

Algunos de estos puntos débiles son ilegales. Son malas prácticas. Conor Lamb gastó $ 2,000 en Facebook la semana antes de las elecciones. No creo que nadie que no este en la web de una manera real en este Año de Nuestro Señor 2020 y pierde una elección pueda culpar a nadie más si ni siquiera está en la web.

Y hemos analizado muchos aspectos de estas campañas derrotadas, y la realidad del asunto es que si no estás invirtiendo $ 200,000 en Facebook para recaudar fondos, para convencer, para reclutar voluntarios, para convencer a la gente de que vote … la semana antes de las elecciones, no se está funcionando a toda máquina. Y ni una sola de estas campañas ha estado funcionando a toda máquina.

Bueno, Conor Lamb ganó. Lo qué estás diciendo es que ¿La falta de inversión en promoción digital y campañas han sido una causa más importante de la derrota de los  demócratas moderados que las políticas progresistas?

Esta gente están apuntando hacia los mensajes republicanos que realmente creen que han acabado con ellos, ¿verdad? Pero, ¿por qué son tan vulnerables a estas acusaciones?

Si no haces campaña puerta a puerta, si resulta que no estás en la web, si tus principales instrumentos de campaña son la televisión y el correo, es evidente que no estás haciendo una campaña a toda máquina. Simplemente no veo cómo alguien puede atreverse a hacer estas afirmaciones ideológicas cuando no ha realizado una campaña de verdad.

Nuestro partido ni siquiera esta en la web, no de una manera real que muestre su capacidad. Y así, sí, han sido vulnerables a esos mensajes, porque ni siquiera estaban en los medios donde estos mensajes han sido más potentes. Claro, puedes acusar al mensaje, pero han sido unos “patos de feria”, meros patos sentados de un tiro al blanco.

Barack Obama construyó con razón un equipo completo de campaña a nivel nacional sin depender del Comité Nacional Demócrata. Y cuando dejó de utilizarlo perdimos la mayoría de la Cámara. Porque el partido, por sí mismo, no tiene la capacidad mínima para ello, y no hay cantidad de dinero que pueda arreglarlo.

Si pierdo mi elección, salgo y digo: “Es culpa de los moderados. La causa es que no se nos permitió tener una votación sobre Medicare para todos ". Y abren mi caja de campaña y descubren que solo gasté $ 5.000 en anuncios de televisión la semana antes de las elecciones, ¿qué pasaría? Se reirían de mí. Y eso lo que esta ocurriendo cuando intentan responsabilizar al Movimiento por las Vidas Negras de su derrota.

¿Hay algo que te haya sorprendido en este martes electoral? ¿O reconsiderar tus puntos de vista previos?

La proporción del apoyo blanco a Trump. Creía que la votación estaba sellada, sin embargo, simplemente al verla, tenía esa sensación de darme cuenta del trabajo que ahora tenemos que hacer.

Tenemos que hacer mucho trabajo anti-racista, una campaña profunda puerta a puerta en todo el país. Porque si seguimos perdiendo sectores del electorado blanco y simplemente permitimos que Facebook radicalice a más votantes blancos, no hay suficientes personas de color y jóvenes que puedan compensar eso.

Pero el problema inmediato es que  creo que gran parte de la estrategia demócrata es evitar trabajar en ese sentido. Se limita a intentar no despertar al oso. Ese es su argumento con el  recorte de fondos a la policía, ¿verdad? No agitar el resentimiento racial. No creo que eso sea sostenible.

Hay mucho pensamiento mágico en Washington, que estas cosas solo incumben a gente especial que cae desde arriba. Año tras año, rechazamos la idea de que trabajen y lleven a cabo campañas sofisticadas con la excusa de que son personas mágicas y especiales. Quiero que la gente se quite estas gafas y se dé cuenta de cómo hacer las cosas mejor.

Si eres del DCCC y los candidatos titulares están siendo sangrados por los nuevos candidatos progresistas, quizás quiera utilizar alguna de esas firmas consultoras de campaña.. Pero en vez de hacer eso, las prohíbe. El DCCC ha prohibido todas y cada una de las mejoras agencias del país en organización digital.

La dirección y una parte del partido - francamente, gente en algunos de los puestos de toma de decisiones más importantes del partido – están tan cegadas por este sentimiento anti-activista que son ciegas ante los medios y ventajas que proporcionan.

Llevo dos años pidiendo al partido que me dejen ayudarles. Ese es otro de los motivos de mi indignación. He intentando ayudar. Antes de las elecciones, me ofrecí a ayudar a cada uno de los candidatos demócratas en distritos indecisos. Y todos ellos, menos cinco, rechazaron mi ayuda. Y los cinco de distritos vulnerables o indecisas a las que ayudé consiguieron la victoria o están camino hacia una victoria segura. Y todos los que rechazaron mi ayuda están perdiendo. ¡Y ahora nos culpan de su pérdida!

Por eso quiero que mis colegas comprendan que no somos el enemigo. Y que su base no debería ser el enemigo. Que el Movimiento por las Vidas Negras no debería ser el enemigo, que Medicare para todos no debería ser el enemigo. No se trata de ganar un debate. Sino de que si siguen equivocándose, quiero decir, simplemente están demostrando su propia inutilidad.

¿Qué expectativas tienes sobre la apertura de la administración Biden hacia la izquierda? ¿Y cuál es su estrategia para cambiarla?

No sé hasta que punto estarán abiertos. Y no es algo personal. Simplemente, la historia del partido es que las bases son importantes a la hora de ser elegidos, pero son olvidadas después.

Siento que el periodo de transición indicará si la administración Biden adoptará o no una estrategia más abierta y colaborativa, o si será una estrategia de contención y enfriamiento. Porque la transición de Obama marcó una tendencia para 2010 y fue la causa de algunas de las pérdidas demócratas en la Cámara. Fueron muchas de estas decisiones en el periodo de transición, y quién fue nombrado para puesto de dirección, lo que realmente determinó, como era de esperar, la estrategia de gobierno.

¿Y si la administración es hostil? ¿Si adoptan el punto de vista de John Kasich sobre quién debe ser Joe Biden? ¿Qué harás?

Bueno, no estaré muy animada, porque vamos a perder. Y así son las cosas. Estos nombramientos de transición, envían una señal. Determinan una narrativa de a quién atribuye la administración esta victoria. Y será realmente difícil después de que los activistas jóvenes inmigrantes ayudasen probablemente a ganar Arizona y Nevada. Va a ser realmente complicado después de Detroit y de que Rashida Tlaib fuera la que consiguiera los votantes en su distrito.

En realidad, es muy difícil recurrir a los no votantes cuando realmente sienten que nada cambia para ellos. Cuando realmente sienten que la gente no los ve, ni reconoce su participación.

Si después de que el 94 por ciento de Detroit fuera para Biden, si después de que los organizadores negros simplemente duplicaran y triplicaran la participación en Georgia, si después de que tanta gente organizase Filadelfia, el Partido Demócrata cree que fue John Kasich quién ganó estas elecciones, no puedo ni imaginar lo peligroso que eso es.

Estás diagnosticando tendencias a nivel nacional. Quizás eres la voz más conocida de la izquierda en la actualidad. ¿Qué podemos esperar de ti en los próximos 4 años?

No lo sé. Creo que probablemente tendré más respuestas a medida que avancemos en la transición y hacia el nuevo período. Cómo responda el partido influirá mucho en mi estrategia y en lo que siento que es necesario

Los dos últimos años han sido bastante hostiles. Externamente, hemos sido rentables. Externamente, ha habido un montón de ayuda, pero internamente, ha sido extraordinariamente hostil a cualquier cosa que huela a progresista. 

¿Está el partido dispuesto a sentarnos y trabajar colectivamente y pensar cómo vamos a hacer uso de los medios de todos en el partido? ¿O simplemente se van a limitar a doblar la presión en esta estrategia asfixiante? Eso determinará lo que haga.

¿Existe un escenario que sea lo suficientemente hostil como para que estemos hablando de una campaña para el Senado en un par de años?

Realmente no lo sé. Ni siquiera sé si deseo estar en política. Sabes, de hecho, en los primeros seis meses de mi legislatura, ni siquiera sabía si iba a postularme para la reelección este año.

¿De Verdad? ¿Por qué?

Es la tensión. Es el estrés. Es la violencia. Es la falta de ayuda de tu partido. Es tu propio partido que te considera el enemigo. Cuando sus propios colegas filtran de forma anónima a la prensa y luego se dan la vuelta y te acusan de decir lo que piensas con nombre y apellidos.

Decidí postularme para la reelección porque sentí que necesitaba demostrar que esto es real. Que este movimiento es real. Que no fui elegida por casualidad. Que la gente realmente necesita atención médica asegurada y que la gente realmente necesita que el Partido Demócrata luche por ellos.

Pero soy sincera cuando le digo a la gente que las probabilidades de que me presente a unas elecciones más importantes o de que me retire a una granja perdida son probablemente las mismas.

Alexandria Ocasio-Cortez  Miembro de los Democratic Socialist of America, es representante en la Camara por el 14ª distrito de Nueva York.(1)

Fuente:

https://www.nytimes.com/2020/11/07/us/politics/aoc-biden-progressives.html?action=click&module=Spotlight&pgtype=Homepage

Traducción:Enrique García para  Sin Permiso....

Nota del blog .-https://www.cuartopoder.es/analisis/2019/02/28/una-politica-para-todos-el-green-new-deal-de-alexandria-ocasio-cortez/


sábado, 7 de noviembre de 2020

¿Qué piensa hacer Joseph R. Biden en política exterior ?


23 ene. 2020 — Why America Must Lead Again. Rescuing U.S. Foreign Policy After Trump. By Joseph R. Biden, Jr. March/April 2020.


Para un versión en castellano poner este enlace en  google , sino sale aquí al picar ...traducir ..

https://www.foreignaffairs.com/articles/united-states/2020-01-23/why-america-must-lead-again

Nota del blog .- No olvidemos que  Biden  como Presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, apoyó las políticas del presidente George W. Bush, y reclamando tropas terrestres adicionales para Afganistán. Aunque se opuso inicialmente a una acción unilateral, no sin antes agotar todas las vías diplomáticas, en octubre de 2002 votó a favor de la resolución que autorizaba al Gobierno a utilizar la fuerza contra Irak. ​ Su apoyo fue crucial desde su condición de presidente del Comité de Relaciones Exteriores. Apoyó la expansión de la alianza de la OTAN en Europa del Este y su intervención en las Guerras Yugoslavas de la década de 1990.  Y utilizar la fuerza militar contra Slobodan Milošević.  Apoyo igualmente la intervención en Libia . Lo cual no quiere decir que no haya que celebrar  la derrota  de  lo que era el trumpismo internacional . Veremos.... 


viernes, 6 de noviembre de 2020

La máquina infernal .

 La máquina infernal

Editorial, por Serge Halimi, noviembre de 2020

La sociedad francesa, que ya se enfrenta a angustias sanitarias, ecológicas, económicas y sociales, está sufriendo una andanada de golpes en forma de atentados terroristas. Debido a ello, se la quiere movilizar para la “guerra”. Una vez más. Pero como el enemigo a menudo es indetectable, su destrucción reclama un arsenal cada vez más potente que el anterior. No –o todavía no– cañones y paracaidistas, sino nuevos ataques contra las libertades públicas. Porque ¿quién se atreve a defenderlas tras un atentado o durante una epidemia? Así pues, se imponen y aceptan restricciones sin debate. Nos dicen que solo se trata de un paréntesis; que lo veremos cerrado en cuanto acaben con el virus, o el terrorismo, y vuelvan los días felices. Pero los días felices no vuelven. Y sometida a ese régimen, una sociedad puede estallar.

 En semejante contexto, el crimen de un islamista fanático que, basándose en un testimonio engañoso difundido en las redes sociales, decapitó a un docente que no conocía, ha aturdido y sublevado a todo un pueblo. Un checheno sin vínculo estrecho con una organización terrorista; cómplices poco numerosos; apoyos casi inexistentes en el país: en otro tiempo, el asesinato de Samuel Paty habría sido una tragedia provocada por un demente. Pero se produce tras numerosos actos de terror islamista que una palabra o dos los relaciona entre sí: Salman Rushdie, 11 de septiembre, Bali, Madrid, Mohammed Merah, Charlie, Bataclan, Niza... Atentados sangrientos o amenazas de muerte dirigidos contra escritores, judíos, caricaturistas o cristianos y que también han acabado con la vida de musulmanes.

 Por ello, resulta palmaria la irresponsabilidad de aquellos que, en cuanto se dio a conocer la decapitación ocurrida en Conflans-Sainte-Honorine, se sobrepusieron rápidamente al horror para pregonar, erróneamente, que en materia de vigilancia y represión “no se ha hecho nada en treinta años”, y exigir que el Estado adopte medidas de excepción contra los musulmanes y los migrantes. La derecha habla de modificar la Constitución; el ministro del Interior se preocupa por “estantes de cocina étnica” en los supermercados; algunos periodistas reclaman que se silencie al Consejo de Estado, al Consejo Constitucional o al Tribunal de Justicia de la Unión Europea para que ya nada pueda obstaculizar las órdenes administrativas arbitrarias y las encarcelaciones motivadas por una simple ficha policial. Estos mismos añaden que hay que prohibir los “discursos del odio” en las redes sociales sin percatarse de que propagan discursos igual de tóxicos, pero en cadenas de información continua.

 El horror de un crimen habría podido favorecer el apoyo por fin unánime de la población a docentes a los que los sucesivos Gobiernos han sometido a recortes presupuestarios y entregado a las presiones de padres de alumnos menos preocupados por sus condiciones de trabajo que por el contenido de sus clases. En lugar de eso, resurge el discurso del “choque de civilizaciones”. Este solo podrá dividir todavía más a segmentos del pueblo francés que son sistemáticamente redirigidos –y no solo los integristas musulmanes o la extrema derecha– a su “comunidad”, su familia, su Dios (1). Es contra esa máquina formal contra la que “no se ha hecho nada en treinta años”.

 (1) Véase “‘Ahmadinejad, mon héros’”, Le Monde diplomatique, París, agosto de 2016. 

Serge Halimi  ...Director de Le Monde diplomatique.

https://mondiplo.com/la-maquina-infernal

jueves, 5 de noviembre de 2020

La cuestión del fascismo .

 La cuestión del fascismo. Bonapartismo y crisis contemporánea de la hegemonía neoliberal

NOAH BASSIL, KARIM POURHAMZAVI, GABRIEL BAYARRI

 Viento Sur

El estallido de la covid-19 ha provocado una nueva serie de debates sobre la naturaleza de la crisis del capitalismo y en lo que puede resultar. Los niveles de desempleo y la escala de la recesión económica son hasta ahora sólo comparables a la Gran Depresión de la década de 1930. Esto ha llevado a múltiples medios de comunicación y revistas occidentales influyentes como The Economist y Foreign Affairs a predecir el declive de la hegemonía estadounidense y, por tanto, la desaparición del orden mundial neoliberal surgido en la época de la crisis mundial de los años setenta. Esto plantea la cuestión de si el declive del orden mundial neoliberal ha surgido de la pandemia o si la crisis de hegemonía se produjo mucho antes de la actual propagación de la Covid-19.

 La noción de crisis de hegemonía o bonapartismo puede entenderse inicialmente a partir de los escritos de Karl Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Según Marx, el bonapartismo es un fenómeno político que pone fin a una época progresiva concreta como la Revolución francesa de 1789. Marx construye inicialmente la idea del Bonapartismo en el fin de una fase jacobina de la Revolución francesa, en el afianzamiento del Estado que representaba el interés de la élite burguesa y en el ascenso de Napoleón Bonaparte I en 1805-1814. El sobrino de Napoleón, Luis Bonaparte, en 1848-1852 pone fin a la revolución de 1848 aplica la “tragedia” original con la repetición de la historia en forma de “farsa”. Otro aspecto de este texto que hemos encontrado influyente es que Marx identifica la crisis de liderazgo de las clases dominantes como la condición crucial en la que se basó el ascenso de Luis Bonaparte. En este vacío, Luis Napoleón supo representarse a sí mismo como paladín ante grandes sectores de la población, especialmente los trabajadores rurales, que consideraban que el sistema político no reflejaba sus intereses.

 Los dos ejemplos de Marx ponen de relieve la forma en que un líder bonapartista se sitúa por encima de las clases y el conflicto de clases en una situación en la que ni la burguesía ni el proletariado pueden establecer un dominio sobre el otro. Es en esta situación, y donde hay una ausencia de equilibrio de poder entre las fuerzas en conflicto, lo que allana el camino para que surja un hombre fuerte como líder bonapartista que eventualmente devuelva el dominio a la burguesía.

 Los ejemplos mencionados anteriormente fueron centrales para otro pensador marxista, Antonio Gramsci. Para Gramsci, una élite gobernante es hegemónica o no hegemónica. La hegemonía para Gramsci implicaba la construcción de un sistema, material, institucional e ideológico que estaba en el interés de la clase dominante pero apoyado por una sección transversal de otras clases a través del consenso. Un sistema capitalista hegemónico es aquel en el que todo un sistema social se construye sobre la base de cómo beneficia mejor a la burguesía, especialmente a la fracción de capital que controla las alturas dominantes de la economía, mientras que presenta los beneficios de los capitalistas como el interés de todos. Cuando la fachada de este sistema se erosiona en momentos en que el sistema ya no puede ofrecer un mínimo de prosperidad o seguridad a las masas, puede surgir una crisis de hegemonía como en los años treinta, setenta y más recientemente, como sostenemos, desde la actual crisis financiera mundial desde 2008.

 La crisis de hegemonía se produce cuando las fuerzas en conflicto son incapaces de establecer un dominio sobre sus rivales. La “crisis”, como explica Antonio Gramsci, es “…lo que se llama “crisis de autoridad”. Si la clase dominante ha perdido su consenso, es decir, ya no es “dirigente” sino sólo “dominante”, ejerciendo únicamente la fuerza coercitiva, esto significa precisamente que las grandes masas se han desprendido de las ideologías tradicionales y ya no creen lo que antes creían, etc.

 La perspectiva de Gramsci sobre la hegemonía y la crisis de hegemonía se ha incorporado en varios campos para explicar los órdenes nacionales y mundiales, y las luchas que impregnan la política nacional y mundial.(Cox, 1982). Nuestra sugerencia aquí es que una combinación de Bonapartismo y Cesarismo proporciona una herramienta teórica útil para entender la actual crisis de hegemonía y la aparición de, lo que argumentamos, son los líderes neo-bonapartistas, siendo notables Donald Trump en EE UU o Jair Bolsonaro en Brasil.

 En los siguientes apartados reflexionamos utilizando como base contextual la crisis de la hegemonía neoliberal. El próximo artículo profundizará en las ideas planteadas en este artículo inicial. Los siguientes artículos examinarán la crisis de la hegemonía neoliberal a nivel mundial, en los EE.UU., en Brasil y en el Oriente Medio.

 Los fenómenos de Trump y Bolsonaro

 Este apartado aborda un tema que surgió en las discusiones de diferentes académicos sobre el lenguaje que se está utilizando para describir a los líderes populistas de derecha contemporáneos en este período de crisis del orden capitalista neoliberal. Un número significativo de académicos, incluyendo académicos marxistas, han etiquetado a Trump y Bolsonaro como fascistas 1/. Ninguno de nosotros llamaría a Trump o Bolsonaro fascistas o proto-fascistas. Esto no se debe a ninguna distinción que hagamos en cuanto a retórica, ideología o actitud. Consideramos que los intentos de definir a Trump, y a otros populistas de derecha de la misma clase, como fascistas o no, no están abordando el punto central. El punto no es si Trump y Bolsonaro son individualistas o colectivistas, o si emplean la demagogia, o que apuntan a las minorías para explicar el declive del pueblo, o volk. En muchos sentidos, tanto Trump como Bolsonaro reúnen suficientes de estas características para ser definidos como fascistas.

 Queremos examinar las condiciones necesarias para que el fascismo emerja plenamente. A pesar de estar en un momento de crisis, las condiciones aún no se han cumplido plenamente. El tema de la crisis es fundamental en este proyecto. La explicación de Gramsci de la crisis, su teorización de la hegemonía, y la articulación del fascismo como una forma de bonapartismo-cesarismo es de inmenso valor para nosotros como investigadores, y de la investigación sobre el actual malestar político.

 Trump y Bolsonaro significan un tiempo de crisis no resuelta donde en términos gramscianos “…lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede nacer; en este interregno aparece una gran variedad de síntomas mórbidos”. Por el momento, debemos detallar las razones por las que creemos que ni Trump ni Bolsonaro pueden ser llamados fascistas.

 Hay una tentación comprensible de usar la etiqueta de fascista para cualquier movimiento político o social que emplee el racismo y el miedo para oprimir los derechos de los trabajadores y de las minorías, y que valorice la nación y militarice la sociedad. Sin embargo, la izquierda debe usar la etiqueta juiciosamente y con una comprensión, y una memoria, de lo que enfrenta si se quiere diseñar un desafío viable. Es con esto en mente que invertimos tiempo en examinar este asunto.

 Definiendo el fascismo

 Uno de los análisis marxistas más potentes del fascismo es el de León Trotsky. Primero, en su formulación del fascismo demuestra que no todo líder o dictador de derecha puede ser clasificado como fascista. Trotsky ve a los fascistas como el último recurso de la clase capitalista. En su opinión, las clases dominantes les piden que protejan el orden imperante cuando “los recursos policiales y militares ‘normales’ de la dictadura burguesa, junto con sus pantallas parlamentarias, ya no bastan para mantener a la sociedad en un estado de equilibrio” y según él, ese es el momento en que “llega el turno del régimen fascista”(Trotsky, 2005: 18). Antonio Gramsci, cuya obra es central para conceptualizar el carácter de los líderes contemporáneos y para explicar su ascenso al poder, se refirió al fascismo en Italia como una “reacción capitalista fanfarrona” a los órganos de clase del proletariado” (Gramsci, 1978).

 El análisis de Gramsci sobre el fascismo italiano proporciona dos revelaciones fundamentales. La primera es que los orígenes de los fascistas son independientes de la clase capitalista. En cambio, según Gramsci, el fascismo parece haber sido impulsado por el miedo y el antagonismo de la pequeña burguesía hacia la creciente influencia de los movimientos obreros. En segundo lugar, Gramsci establece que la explotación instrumental del fascismo por parte del capitalismo en la lucha con los socialistas y los movimientos proletarios está en el centro del ascenso de los movimientos de la periferia al centro de la política italiana de manera que “…refuerza el sistema hegemónico y las fuerzas de coacción militar y civil a disposición de las clases dominantes tradicionales”(Gramsci, 1971: 120). Al igual que Trotsky, y antes que él, Gramsci sitúa el ascenso del fascismo en la crisis del capitalismo.

 Al examinar a Donald Trump en el poder, el académico estadounidense Dylan Riley (2019)comparte una posición sobre el fascismo similar a la propuesta por Trotsky y Gramsci. Se abstiene de referirse a Donald Trump como fascista porque a pesar de todo el errático derechismo de Trump no ha habido suspensión de las libertades burguesas. Tampoco ha habido un apoyo explícito y absoluto del Estado para que la derecha ataque violentamente a las movilizaciones anti-establishment de movimientos obreros y otros movimientos revolucionarios progresistas [6]. Riley percibe el fascismo como un último recurso de las clases dominantes capitalistas fatigadas por sus constantes luchas contra la agitación de las masas desde abajo. Estas luchas se intensifican, según Riley, a medida que la crisis de hegemonía se intensifica y puede conducir a una respuesta fascista cuando los intentos de la clase dominante de reformular la hegemonía fracasan. Volveremos a Riley cuando examinemos los aspectos bonapartistas de Donald Trump.

 Crucialmente, ni Trump ni Bolsonaro han suspendido la democracia liberal burguesa o desechado el estado de derecho. Si bien no hay pruebas de que ninguno de estos líderes se erigiera en baluarte de los esfuerzos por destruir la democracia o el estado de derecho si una amenaza significativa de la izquierda pusiera en peligro su riqueza y poder y el de sus aliados, esto no ha ocurrido todavía. Bolsonaro, y Brasil, es probablemente más sensible a desarrollar un régimen con elementos dictatoriales, dados sus antecedentes y sus elogios públicos a la dictadura militar de derecha pro-estadounidense de Brasil (1964-85). Sin embargo, incluso la instalación de una dictadura militar no produciría, por sí sola, un régimen fascista. No tenemos espacio aquí para un análisis en profundidad al respecto; no obstante, es importante señalar que para que surja el fascismo es necesario que se desmantelen otros aspectos del sistema burgués liberal, normalmente de forma violenta, incluidos los militares, la policía y otras instituciones encargadas de proteger los intereses del orden establecido. También es un requisito del fascismo, según Gramsci, que el líder, el partido y el movimiento superen el control de clase en el que se basó en la fase inicial de ascenso al poder. Esto aún no ha sucedido ni en los EE.UU con Trump ni en Brasil con Bolsonaro.

 La suspensión del actual sistema de gobierno burgués dependerá de la profundidad de la crisis hegemónica y de si esta crisis pone en peligro el sistema de las fuerzas contra-hegemónicas. Si esto sucede, entonces la matonería característica del fascismo podría ser desatada con el objetivo de anular a los movimientos revolucionarios. Elementos de esta táctica han sido evidentes en la década siguiente a la GFC (Global Financial Crisis), como demostrarán los siguientes ejemplos.

 En EE UU, tras la GFC y la aparición de los movimientos de Occupy hubo pruebas de que la clase dirigente se preparaba para un enfrentamiento. La creación del Tea Party en 2010 y desde entonces, la continua benevolencia de la clase dirigente hacia los grupos de derecha, de supremacía blanca, muestra que la clase dirigente tiene una estrategia para lidiar con la disidencia masiva de los trabajadores. Los eventos en Charlottesville en 2017 fueron una muestra de armas y en sí mismos probablemente no son una señal de que la ultraderecha sea una fuerza importante en la política de EE UU. Sin embargo, fue la forma en que ciertos segmentos de la sociedad estadounidense, especialmente el Presidente y los miembros del Partido Republicano, presentaron a la ultraderecha como víctimas iguales de la violencia antirracista y antifascista o antifa. Esto marcó el alcance de una alianza taciturna entre elementos de la clase dirigente estadounidense y la ultraderecha. En esta época de covid-19, el continuo apoyo a la derecha alternativa (alt-right) es una señal de que tal estrategia sigue en pie.

 En el caso de Brasil, los temores de la clase dirigente hacia los grupos más vulnerables, principalmente los pobres, los negros, las mujeres y la comunidad LGBTQ se han manifestado en el apoyo a Bolsonaro y a los extremistas de derecha. La retórica de la extrema derecha, en parte legado colonial y en parte influenciada por el programa anticomunista de la derecha de la guerra fría, se hizo más pronunciada en la esfera pública a partir de junio de 2013, cuando estallaron en todo el país una serie de manifestaciones. En el periodo previo a las elecciones de 2018, las manifestaciones reforzaron su carácter ultraconservador, de anticorrupción, pro-militarista y anti-establishment. Individuos e ideologías de extrema derecha existen cerca de la Presidencia y de la clase dirigente. Los que están en el poder no han permitido que los grupos de extrema derecha ejerzan una violencia extrajudicial generalizada para silenciar a los partidos progresistas y obreros, ni hay pruebas de que se haya suspendido el orden público.

 La relación entre la Presidencia y los elementos fascistas de extrema derecha con los militares en Brasil es obvia. Por el momento, como en el caso de Trump en EE UU, el estado de derecho y las instituciones formales del Estado siguen protegiendo los intereses de las clases dirigentes, evitando la necesidad de formalizar a los elementos de extrema derecha como parte del aparato estatal y de desatar la violencia típica del fascismo. Al mismo tiempo, hay elementos sistémicos en la democracia burguesa liberal que impiden a los movimientos de extrema derecha actuar con impunidad. Además, especialmente en EE UU, hay un apoyo significativo de las élites corporativas, especialmente de los partidarios del Partido Demócrata tras la derrota de la figura contrahegemónica de Bernie Sanders, primero en 2016 y de nuevo en 2020, y la reanudación de la política normal como las opciones corporativas preferidas para la Presidencia.

 Mientras algunas de estas fuerzas continúen manteniendo un equilibrio que asegure la salvaguardia de los intereses de la élite y otras instituciones protejan los derechos de los representantes de la clase obrera y las minorías, el orden actual debería estar a salvo de una toma de poder fascista. Es este equilibrio el que, mientras escribimos, significa que ni EE.UU ni Brasil han avanzado abiertamente hacia la solución fascista, incluso existiendo elementos del fascismo, así como pruebas de que tanto Trump como Bolsonaro no sólo tienen simpatías por los agitadores de extrema derecha, sino que se adhieren a muchas de las mismas ideologías y tácticas de los movimientos de extrema derecha. No ofrecemos predicciones sobre si el fascismo llegará en EE UU. o en Brasil. Lo haga o no, el fascismo dependerá del equilibrio de fuerzas, especialmente de la capacidad de las fuerzas antifascistas para unirse y de los acontecimientos que aún están por ocurrir. Por el momento, el líder carismático sigue siendo ascendente y en el próximo artículo exploraremos las condiciones en las que el líder carismático emerge.

 Covid-19: Brasil y el cesarismo regresivo de Jair Messias Bolsonaro

 Era 18 de marzo de 2020, y el presidente brasileño Jair Messias Bolsonaro había convocado una conferencia de prensa, junto con sus ministros, para discutir la situación de la pandemia de covid-19 en Brasil. El Presidente trató de volver a ponerse su mascarilla médica frente a los medios de comunicación. Al no poder hacerlo, Bolsonaro colocó la máscara sobre los ojos, cubriéndoselos, en lugar de la boca y la barbilla. Esta imagen se convirtió en un símbolo que representaba la ignorancia e incompetencia con la que el Presidente de la República estaba manejando la pandemia de covid-19.

 El Presidente demostró una vez más que su lealtad era la de los grandes grupos empresariales del país, aunque fuera a costa de la salud de sus compatriotas. Bolsonaro animó a los brasileños a salir a las playas, a ir de compras y a los bares y restaurantes. Su actitud desdeñosa ante la pandemia mundial era evidente en la forma en que la describía: “El coronavirus es sólo una pequeña gripe”, “debido a mi historia como atleta, si la contrajera no tendría que preocuparme”2/, o “los brasileños deberían ser estudiados. Nunca se infectan. Vemos a la gente nadando en las alcantarillas, y salen y no les pasa nada”.

 A medida que el impacto de la pandemia en Brasil se intensificó, los nombramientos del gobierno de Bolsonaro parecían desmoronarse, perdiendo a sus dos ministros de Salud y Justicia en sólo una semana. ¿Pero cómo había llegado a la presidencia un líder así? Para entenderlo, debemos estudiar el apoyo que dio forma al proyecto de extrema derecha que es el fenómeno conocido como Bolsonarismo.

 Brasil, el mayor país sudamericano con casi 210 millones de habitantes, es también un ejemplo de cómo la clase dirigente ha rediseñado los símbolos del neoliberalismo en los últimos años. A pesar de los altos índices de desigualdad y racismo estructural y de los enormes índices de violencia 3/, los brasileños eligieron al ultraderechista Jair Messias Bolsonaro como presidente de la República en 2018. El proyecto de Bolsonaro de construir una hegemonía consistía en un proyecto cultural, político y económico alineado: la articulación de los grandes terratenientes en el sector agrícola del país, las iglesias evangélicas y el ejército, un bloque de poder capaz de activar mecanismos de barbarie. Sus intereses están muy alejados de los de las clases populares. Se consideran defensores de un proyecto político caracterizado por la privatización de los servicios públicos, el racismo postcolonial, el ataque a las minorías y el uso de la violencia contra las regiones periféricas y las zonas habitadas por las clases populares.

 Sin embargo, la contradicción evidente se justificaba diciendo que Bolsonaro era un “hombre del pueblo”, es decir, un hombre que podía poner “orden en la casa” frente a la corrupción de la clase política. Bolsonaro había sido diputado durante 27 años, pero consiguió transmitir esta imagen de persona normal, y sus defectos y su retórica violenta fueron una reafirmación de que, como hombre normal, era una persona imperfecta. Las características autoritarias de esta figura no se interpretaron como una amenaza a las libertades individuales, sino que sus simpatizantes vieron en él una figura autoritaria contra el enemigo o, en términos gramscianos, como un cesarismo regresivo capaz de superar las partes en conflicto del establishment, siendo una manifestación y supuesta solución a una crisis orgánica. Bolsonaro se presentó como una figura mesiánica, un mesías en el que poner la fe y la esperanza. Bolsonaro había articulado una frontera de identificación política: el “buen ciudadano”, que sería cualquier votante suyo, contra los “bandidos”. Los bandidos serían cualquier persona en su contra que, a través de un proceso de higienización característico del fascismo, no sería una persona con “sustancia moral digna”, es decir, una persona que pudiera ser atacada y eliminada (Cardoso de Oliveira, 2002).

 El cesarismo regresivo de la figura de Bolsonaro se justificaba, por lo tanto, por las clases populares a través de la metáfora de la guerra (Lakoff, 1996): según esta metáfora, Brasil se encontraría en una guerra santa de moralidad y buena ciudadanía, y sólo un héroe, con rasgos estrictos y autoritarios, tendría la capacidad de hacer esa guerra y liberar a Brasil del infierno. Una vez construida esta metáfora, el miedo se apoderó de la población, sometiéndose emocionalmente aún más a la figura autoritaria de Bolsonaro y dando lugar a una falsa nostalgia: nostalgia de los tiempos gloriosos, de los militares del golpe de Estado de 1964 y del “pequeño-gran hombre” (Adorno, 1950) en líderes que, como Hitler o Mussolini, representaban las imperfecciones más cotidianas ligadas a los rasgos mesiánicos construidos desde la época de César.

 ¿Qué hacemos en tiempos de coronavirus?

La actual epidemia de COVID-19 ha sido tratada por los líderes de la extrema derecha mundial como una “pequeña gripe” (en el caso de Bolsonaro), un racismo hacia los asiáticos al llamar a la epidemia el “virus chino” (en el caso de Trump), construyendo una metáfora de la guerra, no contra el virus, sino contra los cuerpos portadores, es decir, principalmente los pobres y/o inmigrantes. Ambos discursos son un ejemplo de cómo estos líderes, construidos sobre la retórica anti-establishment, son en última instancia representantes del orden financiero, de un neoliberalismo moribundo a partir del cual debemos construir alternativas.

 Otros representantes de la extrema derecha, como el presidente indio Narendra Modi o el presidente filipino Rodrigo Duterte, están utilizando castigos físicos, como el encarcelamiento en jaulas para perros o la amenaza de ser fusilados si no cumplen con las medidas establecidas 4/.

 Nos encontramos en un momento histórico en el que los progresistas deben luchar contra la crisis hegemónica del neoliberalismo que representan estas figuras. En este momento, las acciones de cada uno de nosotros pueden tener una trascendencia para las próximas décadas. Tal vez este texto sirva para aclarar los procesos de construcción de estos líderes autoritarios de la extrema derecha, y desenmascararlos, entendiendo en un momento de pandemia los verdaderos poderes fácticos que representan. En estos tiempos se está demostrando que estos líderes representan un cesarismo quimérico, una forma de populismo sin compromiso nacional-popular ni lazos de solidaridad internacional, que abandona a las clases populares al monstruo del neoliberalismo.

 Noah Bassil y Karim Poumhamzavi son profesores e invetigadores del Departamento de Historia Moderna, Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Macquerie de Sydney. Gabriel Bayarri es doctorando en antropología y sociología en la misma Universidad .y en la Universidad Complutense de Madrid. Los tres forman parte del Research into Global Power, Inequality and Conflict (RGPIC) de la Universidad Macquerie de Sydney..

 Se puede consultar este trabajo original en inglés en el blog del RGPIC en:

 https://rgpic.wordpress.com/ Contacto: mecentre@mq.edu.au

 Notas

 1/ Destacamos aquí algunos ejemplos de eminentes eruditos de los que hemos aprendido mucho, y tenemos mucho que aprender, incluyendo a Samir Amin https://monthlyreview.org/2014/09/01/the-return-of-fascism-in-contemporary-capitalism/ ; William E. Connolly, ‘Trump, the Working Class, and Fascist Rhetoric,’ Theory and Event, 20:1, 2017; Manuel Castells, http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=24300 ; John Bellamy Foster, Trump in the White House: Tragedy and Farce (2017).

 2/ Meses después, Bolsonaro contrajo la COVID-19, recibiendo el alta tras varias semanas ingresado.

 3/ En 2017, el número de homicidios en Brasil había aumentado a 63.880 anualmente, un incremento de más del 37,5% con respecto a 2007. Para este año, Brasil tenía un promedio de 175 homicidios por día. Fuente: Brazilian Institute of Geography and Statistics (IBGE).

 4/ Según informes de Human Rights Watch.

 Referencias

 Adorno, Th. W. et al. (1950) The Authoritarian Personality – Studies on Prejudice. New York, Harper & Brothers.

 Algar, H. (2002). Wahhabism: A Critical Essay. New York: Oneonta.

 Cardoso de Oliveira, Luis Roberto (2002). Direito Legal e Insulto Moral – Dilemas da Cidadania no Brasil, Quebec e EUA. Rio de Janeiro: Relume-Dumará.

 Cox, R. (1982). Gramsci, Hegemony and International Relations: An Essay in Method. Millennium – Journal of International Studies. Vol. 12. No. 2, pp 162-175.

 Gramsci, Antonio (1971) Selections from the Prison Notebooks: translated and edited by Quintin Hoare (Lawrence and Wishart: London, 1971)

 Gramsci, Antonio (1978) ‘The Two Fascisms’ in Selections from Political Writings (1921-1926). Londres:Lawrence and Wishart; originalmente publicado en Ordine Nuovo, 25 de agosto de 1921.

 Gramsci, Antonio (1987) Cuadernos de la cárcel. en Portantiero, J. C. y De Ipola, E. Estado y sociedad en el pensamiento clásico. Antología conceptual para el análisis comparado. Buenos Aires, Cántaro. (1ª ed. 1948)

 Hanieh, A. (2018). Money, Markets, and Monarchies: The Gulf Cooperation Council and the Political Economy of the Contemporary Middle East. New York: Cambridge University Press.

 Lakoff, G. (1996). Moral politics. Chicago: University of Chicago Press.

 Riley, Dylan (1919) “¿Qué es Trump?”, New Left Review, 114, pp. 7-36.

 Trotsky, Leon, Fascism: What is it and How to Fight It, edited by A. Banerjee and S. Sarkar (Delhi, India: Aakar Books, 2005), p. 18 [Edición en castellano: La lucha contra el fascismo, Barcelona, Fontamara, 1980].

  Fuente ..

 https://vientosur.info/la-cuestion-del-fascismo-bonapartismo-y-crisis-contemporanea-de-la-hegemonia-neoliberal/?fbclid=IwAR1QQFMZfBPm4Q9j7fFEAjnVw-VW9YYMF3DlvwYEeyrNy0ng

Nota del blog .-Decia en el post anterior ." En  sistema liberal la democracia de masas están privadas a veces  de espíritu democrático. Y busca  un líder  carismático...Eso ya lo sabemos.  ¿A qué viene ocultarlo  ahora? El refinado arte de la mentira y el torcimiento del significado de  las palabras   se llama fascismo y eso  es lo que ha hecho Trump  todo el tiempo mientras muchos lo tomaban por loco, cuando sus  palabras era su recurso del método fascista. Y para no nombrar esa palabra   se utiliza un eufemismo  se   le suele llamar  nacional populismo. El no utilizar el término real es otra formar  de negación  de lo evidente  en este proceso de fascistización de las masas en nombre de la libertad. Y su repetición no es una farsa sino una tragedia ". El proceso del fascismo norteamericano repito  ..es la  fascistización de las masas en nombre de la libertad.  Cosa que  para un liberal se le hace incomprensible . Y lo mismo esta haciendo Vox  aquí .Y uno recuerda las palabras de Thomas Man , "si alguna vez aparece el fascismo en USA lo hará en nombre de al libertad ", cada vez  que un democrata hace una propuesta , los republicanos trumpistas  responden . ¡Libertad !.

¿ Utilizará Trump el lawfare contra Biden?

¿ Utilizará  Trump el lawfare contra  Biden?

LDM.

Lo que antes repitió en el SUR,  el lawfare o golpe toga contra Lula u otros, ahora se  puede aplicar y suceder  en el NORTE. Como bien explicó Hannah Arendt en sus libros sobre  el Totalitarismo,  que lo que se aplicó en colonias y en  la periferia luego se aplicó en el centro con el   nazismo  de los años 30. Recordemos  al igual como la UE mira para otro lado o incluso lo justifica como en Bolivia  y mientras pasaba en SUR y ahora se  le puede repetir en sus narices o en sus países . Un caso claro de "lawfare" tan   típico  de jueces  sudamericanos  para  acabar con líderes de izquierda, se traduce por guerra jurídica o guerra legal. Es significativo que el término "guerra jurídica", que surgió hace una década, se utilice generalmente para tipificar "el esfuerzo por conquistar y controlar pueblos indígenas mediante el uso coercitivo de medios legales.” Tampoco en USA les falta experiencia , recordemos  la vez que los  republicanos norteamericanos se lo  aplicaron a Gore.

Cuándo surge el 'lawfare'? El concepto nace en Sudáfrica con el proceso del Apartheid y los juicios en contra de los líderes, entre ellos Mandela. Ajuste que se impone en la escena a golpes de toga. Como en  Brasil con la Lava Jato alineada con el imperialismo por la estrategia del lawfare contra  Lula, Correa o Evo.

En  sistema liberal la democracia de masas están privadas a veces  de espíritu democrático. Y busca  un líder  carismático...Eso ya lo sabemos.  ¿A qué viene ocultarlo  ahora? El refinado arte de la mentira y el torcimiento del significado de  las palabras   se llama fascismo y eso  es lo que ha hecho Trump  todo el tiempo mientras muchos lo tomaban por loco, cuando sus  palabras era su recurso del método fascista. Y para no nombrar esa palabra   se utiliza un eufemismo  se   le suele llamar  nacional populismo. El no utilizar el término real es otra formar  de negación  de lo evidente  en este proceso de fascistización de las masas en nombre de la libertad. Y su repetición no es una farsa sino una tragedia.

 Si gana Biden, Trump dirá que es un presidente "ilegítimo". ¿Dónde hemos oído algo similar?

miércoles, 4 de noviembre de 2020

Uno de los mayores problemas de la democracia estadounidense es que no es democrática.

Los problemas de EE.UU. tienen 400 años, no cuatro


 

Si el presidente pierde las elecciones, Estados Unidos se quedará sin un Trump al que echarle la culpa. En los últimos 30 años ha habido dos presidentes demócratas, con dos mandatos cada uno, y los temas estructurales que corrompen la democracia y la sociedad estadounidense, con la raza siempre en el centro, no han cambiado sustancialmente.




En Estados Unidos votaron por anticipado unos 90 millones de personas, con una participación final que puede llegar a ser la más alta desde 1908. Hay que darle gracias a Donald Trump por ello, un hombre que genera una lealtad feroz entre sus simpatizantes y moviliza a sus oponentes en la misma medida.

El país lleva cuatro años obsesionado con el inquilino de la Casa Blanca y existe el peligro de que los progresistas y liberales pongan toda su fe en la salida de Trump sin pensar en lo que va a hacer falta para arreglar Estados Unidos. Deshacerse de Trump es una cosa. Arreglar el país, otra.

Si Trump pierde, se hablará mucho de nueva normalidad y de la necesidad de un reajuste democrático. Se expresearán deseos de un retorno a las normas constitucionales y habrá peticiones por volver al civismo en el discurso público y sanar la polarización que hiere al país. Todo eso está bien y así es como tiene que ser, pero debería llegar con el reconocimiento de que Estados Unidos se rompió mucho antes de la elección de Trump y de que su salida no es ninguna garantía para la cura del país. Muchos de los problemas sistémicos que sufre EEUU son anteriores a Trump.

Su presidencia desagradable y disfuncional ha distraído la atención sobre muchos de los problemas fundamentales que llevan décadas, y hasta siglos, afligiendo a Estados Unidos. Pero eso no los ha hecho desaparecer.

Si el presidente pierde las elecciones, Estados Unidos se quedará sin un Trump al que echarle la culpa. Pero en los últimos 30 años ha habido dos presidentes demócratas, con dos mandatos cada uno, y los temas estructurales que corrompen la democracia y la sociedad estadounidense, con la raza siempre en el centro, no han cambiado sustancialmente. En los últimos meses, la atención ha estado puesta sobre la brutalidad y el racismo sistémico de gran parte del cuerpo de policía, pero el racismo en Estados Unidos no se limita a las fuerzas del orden y, de hecho, no se limita a nada.

Cuando Barack Obama fue elegido en 2008 se habló de la posibilidad de haber llegado a un Estados Unidos posracial. Pero en 2016 terminó su mandato de ocho años y el centro de estudios Pew Research Center (sin afiliación política) estimó que la riqueza media de los hogares blancos estadounidenses era de 171.000 dólares, 10 veces más que la de los hogares negros (17.100 dólares). La brecha con relación a 2007, un año antes de la primera presidencia de Obama, había crecido.

Se puede culpar a Trump de alimentar las tensiones raciales y de ayudar a los nacionalistas blancos, pero la brecha económica en términos raciales va más allá de su mandato. Como ha afirmado este año el think tank Brookings (sin afiliación política), «la brecha que hay entre la riqueza de hogares negros y blancos revela los efectos acumulados de la desigualdad y la discriminación, así como unas diferencias de poder y de oportunidades que se remontan al nacimiento de esta nación».

Después de Trump, Estados Unidos podría centrar su atención en el problema de la segregación escolar, pero no parece probable. Como escribieron en The New York Times en 2018 Elise Boddie, profesora de derecho de la Rutgers University, y Dennis D. Parker, de la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés), «ya nadie habla realmente de la segregación escolar». «Las tasas de graduación de los estudiantes negros en la escuela secundaria mejoraron significativamente durante el apogeo de los esfuerzos por teminar con la segregación escolar entre 1964 y los años 80». Según las estimaciones de Boddie y Parker, los actuales niveles de segregación escolar en Michigan, Nueva York, Illinois, Maryland y Nueva Jersey son «peores que en la antigua Confederación». Otras investigaciones lo confirman: la segregación escolar está en sus mayores niveles en décadas.

Luego está el tema de la desigualdad de ingresos, que ha aumentado en los últimos 40 años (también durante los 16 años de Bill Clinton y Barack Obama) debido al cambio tecnológico, a la globalización, y a la pérdida de poder de los sindicatos y de la negociación colectiva. Pew Research estima que entre 1980 y 2016 la desigualdad de ingresos en Estados Unidos aumentó un 20%. Según el Economic Policy Institute, un centro de estudios sin afiliación política ni ánimo de lucro, la remuneración de los directores ejecutivos en Estados Unidos ha crecido un 940% desde 1978. La remuneración típica de los trabajadores ha crecido un 12% durante el mismo período.

Pero en el centro de la disfuncionalidad estadounidense está su sistema electoral. Como escribieron en The New York Times Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, autores del ensayo ‘How democracies die’, la Constitución del país «fue diseñada para favorecer a los estados pequeños (o de poca población). A los estados pequeños se les dio la misma representación que a los estados grandes en el Senado y una ventaja en el Colegio Electoral. Lo que comenzó como una ventaja menor de los estados pequeños ha evolucionado, con el tiempo para convertirse en una gigantesca sobrerrepresentación de los estados rurales».

Todos los estados tienen dos senadores. Es decir, que los 40 millones de personas que viven en California (con un 39% de personas blancas) están representados por dos senadores, igual que las 570.000 personas del estado de Wyoming (blancos en un 92%). Eso significa que los votantes de los estados más viejos, rurales y blancos están significativamente sobrerrepresentados tanto en el Senado como en las elecciones presidenciales. Así se explica que de los casi 2.000 senadores que ha habido desde 1789, sólo 10 han sido afroamericanos.

No tiene visos de mejorar. Según el autor Ezra Klein, «para el año 2040, el 70% de los estadounidenses vivirá en los 15 estados más grandes. Eso significa que el 70% de la población de Estados Unidos estará representada por sólo 30 senadores, mientras que el 30% restante de la población de Estados Unidos estará representada por 70 senadores».

El sistema del colegio electoral en las elecciones presidenciales permite, y de hecho facilita, que los republicanos hayan ganado la Casa Blanca en 2000 y 2016 a pesar de que recibieron menos votos. Lo mismo ocurre actualmente en el Senado. Además, hay manipulación de distritos electorales y tácticas de supresión del voto generalizadas, especialmente entre las comunidades más pobres y las personas racializadas, como ha informado The Guardian a lo largo de un año de artículos. Como dice Klein, «uno de los mayores problemas de la democracia estadounidense es que no es democrática».

En la papeleta de las elecciones de este martes no aparecerá ninguno de estos problemas sistémicos que, como muchos otros, deforman la realidad estadounidense. La pregunta es si seguirán ahí mucho tiempo después de estas elecciones. Eliminar a Trump es un comienzo, pero algunos de los azotes que aquejan a Estados Unidos son tan antiguos como la esclavitud en estas tierras. Estamos hablando de 400 años, no de cuatro.

Traducido por Francisco de Zárate.

John Mulholland: Director de The Guardian en EE.UU.

Fuente: https://www.eldiario.es/internacional/elecciones-eeuu-2020/problemas-eeuu-400-anos-no-cuatro_129_6381630.html


martes, 3 de noviembre de 2020

Robert Fisk .- In memoriam

 

Robert Fisk y los periodistas que corren hacia el volcán

Robert Fisk siempre tenía muy claro qué es lo que debía contar. A veces, demasiado claro, pero esa es una tendencia muy habitual entre periodistas británicos. En algún lugar de Oriente Medio, alguien estaba intentando ocultar algo o que quedara enterrado bajo la montaña habitual de versiones, acusaciones o denuncias cruzadas. Los gobiernos eran el sospechoso habitual para él, un pronóstico con el que pocas veces te sueles equivocar.

Fisk recordaba obsesivamente la historia –no la de los últimos años, sino la que se prolongaba en el tiempo hasta la época en que los imperios británico y francés se repartieron sus zonas de influencia a través de la línea Sykes-Picot o el día en el que el rey saudí Abdul Aziz subió al barco USS Murphy para reunirse con Roosevelt– con la intención de avisar de que algo iba a acabar mal. Otros afirmaban que esta vez sería diferente. Tratándose de Oriente Medio, no es difícil saber quién estaba equivocado.

El periodista británico ha fallecido a los 74 años en una de sus visitas a Dublín. Su carrera es un recorrido por todas las guerras de Oriente Medio desde los años 70 y algunas en otras partes del mundo.


En el prólogo de su mejor libro ‘Pity the Nation. Lebanon at War’, ofrecía un apunte de lo que entendía como trabajo periodístico en esas condiciones:

«Creo que estaba en Líbano porque creía, de una forma no muy clara, que estaba siendo testigo de la historia, que vería con mis propios ojos una pequeña parte de los épicos acontecimientos que habían dado forma a Oriente Medio después de la Segunda Guerra Mundial. En el mejor de los casos, los periodistas se sitúan en los límites de la historia, como los vulcanólogos que se colocan en el borde de un volcán humeante, intentando ver por encima de la cresta, estirando el cuello para otear lo que ocurre dentro a través del humo y la ceniza. Los gobiernos se ocupan de que eso no cambie. Sospecho que de eso se trata en el periodismo, o que al menos así debería ser: observar y ser testigo de la historia y después, a pesar de los peligros y las limitaciones de nuestras imperfecciones humanas, registrar todo eso de la forma más honesta».

Antes había cubierto para The Times el conflicto del Ulster, donde había comprobado cómo el colonialismo deja heridas que pueden escupir sangre durante décadas o incluso siglos. En Beirut cubrió la permanente guerra civil desde sus orígenes y todas las intervenciones militares de potencias extranjeras, asumiendo grandes riesgos en los años 80 cuando los periodistas extranjeros eran candidatos automáticos al secuestro. Su amigo, el norteamericano Terry Anderson, de AP, pasó seis años y nueve meses secuestrado por una milicia chií proiraní. Llegó un momento en que sólo quedaban cuatro periodistas de medios occidentales en Beirut. Fisk era uno de ellos.

Cubrir esa guerra suponía ser testigo de un horrible catálogo de atrocidades. Otro de esos reporteros, el boliviano Juan Carlos Gumucio, que años después sería corresponsal de El País en Jerusalén, le acompañó en un viaje a Sidón donde se había descubierto otra fosa común llena de cadáveres. Gumucio hizo uno de esos comentarios típicos de él, entre irónico y desesperado: «¿Somos reporteros o analistas? Creo que me voy a convertir en un corresponsal de fosas comunes». Luego comprobaron que los huesos se remontaban a dos mil años atrás. Fue un inusual ejemplo de cómo el pasado se reunía con el presente, porque Fisk y Gumucio habían sido testigos de enterramientos masivos de otras víctimas más recientes.

Fisk fue de los primeros que entraron en el campamento de Chatila, habitado por refugiados palestinos, poco después de que lo abandonara la milicia falangista aliada de Israel. Lo que vieron primero fue un número infinito de moscas atraídas por la sangre. Muy pronto, descubrieron las consecuencias de la matanza que, junto a la ocurrida en el campamento de Sabra, definió las consecuencias de la invasión de Israel. Para vengar el asesinato de su líder, Bashir Gemayel, los falangistas asesinaron a sangre fría a entre mil y dos mil palestinos de forma metódica, con cuchillos, pistolas y fusiles, a jóvenes, mujeres, niños y abuelos, mientras las tropas israelíes contemplaban lo que sucedía desde sus puestos de observación en el exterior del campamento.

«Lo que encontramos en el campamento palestino de Chatila a las diez de la mañana del 18 de septiembre de 1982 no hacía imposible su descripción, aunque hubiera sido más fácil contarlo con la prosa fría de un examen forense. Había habido antes masacres en Líbano, pero raramente a esta escala y nunca observados de cerca por un Ejército regular y supuestamente disciplinado. En el pánico causado por la batalla, decenas de miles de personas habían muerto en este país. Pero esta gente, centenares de ellos, había sido eliminada a tiros cuando estaba desarmada. Esto era un asesinato en masa, un incidente –qué fácilmente usábamos la palabra ‘incidente’ en Líbano– que era también una atrocidad. Iba más allá de lo que los israelíes habrían llamado en otras circunstancias una atrocidad terrorista. Era un crimen de guerra».

En 2019 en el documental ‘This Is Not a Movie’ dedicado a su trabajo, recordó esa visita a Chatila y en The Independent dejó clara una lección: hay que escribir en detalle sobre esas matanzas para que años después la gente no las llame ‘supuestas matanzas’.

El periodista fue testigo de otras muchas masacres, y de las consecuencias que tuvieron. Estuvo en Siria cuando el Ejército aplastó la rebelión islamista en la ciudad de Hama en 1982. O en Afganistán donde el Ejército soviético bombardeaba los pueblos donde el mando militar creía que se escondían los muyahidines.

Fisk reunió toda una vida de trabajo en ‘The Great War for Civilisation: The Conquest of the Middle East’, un libro inmenso de más de mil páginas. Su extensión casi abruma al lector. Ahí volcó todo lo que había visto. Un periodismo para el que había que ser neutral, pero siempre «del lado de los que sufren». Eso te obliga a contar la verdad. Al menos, la parte de la verdad a la que tienes acceso.

Nunca fue muy popular para los gobiernos, empezando por el británico. Cómo iba a serlo si no se privaba de contar que Gran Bretaña aportaba a Arabia Saudí todo lo que necesitaban sus gobernantes: aviones de guerra, whisky y prostitutas. Sin hacer preguntas. Fisk se convirtió en un símbolo del periodista que destaca que las ocasiones en que un país occidental se ve castigado por el terrorismo que tiene su origen en Oriente Medio no acarrean más dolor que las muchas otras violencias de las que esos mismos países son responsables, bien por su pasado imperial o por las guerras iniciadas en el presente o el apoyo a regímenes dictatoriales a los que se sostiene por ser presuntamente el mal necesario, como está ocurriendo ahora en Egipto.

Ningún periodista está libre de cometer errores ni todas sus predicciones suelen cumplirse. Fisk los tuvo, porque no siempre el desenlace de un conflicto es el prólogo del siguiente. La historia no siempre se repite en cada país en calidad de maldición. En los últimos años, ya no veía los problemas de Líbano con los ojos distanciados de un reportero extranjero, sino como alguien que llevaba viviendo décadas en el país y ya no podía ocultar los sesgos normales. Ya no era un testigo, sino una parte interesada, como cualquiera de sus habitantes.

Pero muchos de los que le criticaron a partir de año 2000 no pueden presumir de haber estado más acertados que él después del derrocamiento de un dictador criminal como Sadam Hussein. Su experiencia como reportero es la que le sirvió para señalar que la invasión de Irak por EEUU sólo iba a perpetuar la violencia o a prolongarla con actores diferentes.

Es indudable que Fisk se acercó al volcán mucho más que los que le criticaban. Allí vio que la violencia ha sido una de las grandes herramientas de la historia en manos de los que tienen el poder. Y se ocupó de contar lo que vio para impedir que otros dijeran después que esos hechos no habían ocurrido.

From Beirut to Bosnia: The Martyr’s Smile. Primera parte. Un documental dirigido por Robert Fisk. Segunda parte: The Road To Palestine. Tercera parte: To the Ends of the Earth.

http://www.guerraeterna.com/robert-fisk-y-los-periodistas-que-corren-hacia-el-volcan/

    Nota del blog .. Artículos de  él ..