Y de repente, la profecía autocumplida se
cumplió. “El PT deja el gobierno después de 13 años” es la frase-slogan
de triunfo de un grupo político 4 veces derrotado en las elecciones y
estampado en este 31 de agosto de 2016 en el sitio de Globo, dejando
claro lo que estaba en juego en el impeachment de la presidenta Dilma
Rousseff.
La operación jurídico-mediática que viabilizó el
impeachment también explicitó un hecho conocido: el negocio de los
medios brasileros no es el periodismo ni las noticias, es la
construcción de crisis, inestabilidad y “normalidad”. Es lo que podemos
llamar también novelización de las noticias y una tentativa exhaustiva
de “dirección de realidad”.
Fue lo que vimos desde el editorial
del 1º de enero de 2015 de O Globo, que daba un ultimátum a la entonces
presidenta Dilma Rousseff, electa por 54 millones de votos: “Margen de
error para Dilma quedó estrecho”, y más tarde en los editoriales de
Folha de S. Paulo y de Estadão que pedían sin rodeos el impeachment y la
destitución de la presidenta. Los periódicos y los medios en unísono
hablando de una economía “en coma”, desempleo, insatisfacción de la
FIESP, de los empresarios, de los ricos y de la clase media en revuelta.
En este período, vivenciamos un Brasil apocalíptico diario con los
vaciamientos de Lava Jato, prisiones coercitivas, delaciones premiadas
en serie y primicias-bomba lanzadas en operaciones articuladas entre el
poder judicial, la policía y su brazo comunicacional, los medios. Una
narrativa histérica, novelizada y en trance, produciendo tempestades
emocionales que anunciaban el “Juicio Final”, expresión retomada por el
Estadão en su editorial del 31 de agosto celebrando la profecía
anunciada de la destitución de la presidenta de Brasil.
La
tempestad mediática fue calibrada y modulada, su velocidad e intensidad
fue dirigida, siendo desacelerada a partir del día 13 de mayo de 2016,
con Dilma ya alejada por el rito del impeachment. En el día de asunción
de Michel Temer como interino, la narrativa mediática en un pase de
magia se transformó, y ya el editorial de O Globo profetiza en sus
páginas el retorno a una súbita normalidad: “Optimismo con el nuevo tono
del Planalto”.
Las primicias-bomba desaparecen o disminuyen, la
histeria y el alarmismo da lugar a una prensa de “pacificación”
simbólica, como las operaciones “pacificadoras” en las favelas cariocas.
Producción de un discurso de seguridad artificial y que “calma” a
electores, empresarios, “calma al mercado” y dice que “ahora” todo está
bajo control con la llegada de un “operador político” confiable.
Todas las acciones de desmonte del interino Michel Temer fueron
saludadas por Globo en los cuadernos de Opinión, Economía, Editoriales,
como primicias positivas, a ser celebradas: “La acertada suspensión de
Ciencia sin Frontera”, “Conozca los absurdos que aún sobreviven en la
CLT”, “La crisis fuerza el fin injusto de la enseñanza superior
gratuita” fueron algunos titulares de lavado mediático del desmonte y
cambio abrupto del programa rubricado en 2014 por las urnas.
En
continuos “actos fallidos” y después de llamar a Temer “Presidente
electo”, O Globo se adelanta al juzgamiento en el senado y llama a Dilma
como “ex presidente” antes mismo de que el Senado la hubiera juzgado.
Sintomáticamente, en el día en que la presidenta de Brasil estaba
siendo juzgada y hacía su defensa durante 14 horas seguidas,
respondiendo sobre actos fiscales, economía, política, relaciones
internacionales, programas sociales, la Red Globo enseñaba a cocinar y
fritar huevo y a continuación exhibió la película “El hada de los
dientes” como si no tuviesen “nada que ver” con todo el proceso.
Una decisión no simplemente “comercial”, ya que interrumpieron su
programación y transmitían en pleno domingo la sesión que admitió el
impeachment de Dilma en la Cámara de Diputados, dando voz a los hombres
más rabiosos y los más retrógrados del parlamento. Ya el discurso de
defensa de la Presidenta en el Senado fue simplemente ignorado por el
canal abierto con mayor incidencia en la opinión pública, en un momento
histórico y decisivo para Brasil.
Si un impeachment no es
importante, ¿qué sería entonces un hecho periodístico? Se ignora la vida
de la polis, se ignora el hecho de que los canales abiertos constituyen
una concesión política. Éste es el poder de los medios en Brasil,
amplificar o silenciar los hechos. Decir qué es y qué no es lo
importante.
La novelización de la crisis
La
novelización de la crisis, su amplificación, espectacularización,
produjo una telenovela de lo real en la TV, en los editoriales, en los
titulares de los periódicos y las revistas de la gran imprenta,
explicitan así el devenir de los medios en partido, actuando como una de
las grandes fuerzas de desestabilización política y de construcción de
personajes y escenarios.
La performance admirable de la
presidenta delante de sus acusadores, durante 14 horas, recibió de O
Globo el sello de un personaje construido. En el editorial del día 31 de
agosto y en los comentarios de Globo News, poco importaba el hecho, el
juicio de valor ya estaba consensuado: “en la extensa parte de la sesión
en que respondió las preguntas y críticas de los senadores, fue la
Dilma de siempre: irritadiza, autoritaria, confusa”.
El
editorial se apura a descalificar el “fantasioso “golpe parlamentario””
sustentado en una ficcional trama urdida en los resquicios del TCU, del
cual se valió Eduardo Cunha para chantajear a la presidenta” y califica
su propio texto como “el fiel resumen de lo que fue el embate de estos
ocho meses”.
En los últimos 13 años, fuimos sometidos a una
tempestad semiótica y cognitiva, una operación de ajusticiamiento
mediático en tiempo real. Teniendo como eje al PT, un ex presidente y
una presidenta, Lula y Dilma, los movimientos sociales y de izquierda,
los activistas presentados como vándalos, matones, black blocs, la
construcción de enemigos públicos número 1, que encarnan de forma
alternada, pero constante, el lugar del mal a ser extinguido, depuesto,
reprimido. Este linchamiento mediático, difamación, destrucción de
reputaciones, exposición de la vida privada prepara el terreno para la
aceptación de prácticamente cualquier maniobra jurídica o parlamentar en
una operación vinculada.
La política es demonizada y se
construye un campo negativo en el que líderes, militantes partidarios,
activistas, el campo cultural comprometido, son vistos con sospecha,
como “profesionales de la política” distintos del ciudadano “común”,
pensado en la condición de platea o hincha. Esta estrategia mediática de
polarización produce un debate pautado por la lógica de hinchadas de
fútbol, con base en la intolerancia y en el odio, en la retórica de
“nosotros” y “ellos”, los que tienen que ser vencidos.
Nosotros,
los ciudadanos, los indignados, los espontáneos, y ellos, los
militantes, los rojos, los “profesionales” de la política, los que
tienen intereses, los aparateados, aquellos en los que no podemos
confiar. Ése es el lugar del activismo en los titulares.
Esta
polarización reductora, ya experimentada en las elecciones de 2014,
llegó a su cúmulo con las infografías de los periódicos que presentaban
la explanada de los Ministerios de Brasilia dividida en dos “alas”
(contra y a favor del impeachment) por un muro, en la votación de
admisibilidad del impeachment en la Cámara de Diputados el 17 de abril
de 2016 y en la votación del Senado. Un “muro” que pasa a ser visto no
como una aberración, sino como parte del paisaje de confrontación.
Manifestaciones conservadoras Las
manifestaciones conservadoras en las calles tuvieron comandos
mediáticos activos que crearon un ambiente no simplemente para legitimar
el impeachment, sino para acciones de persecución a los movimientos
sociales: pedidos de prisión por el PSDB y DEM contra Guilherme Boulos,
líder del MTST, asesinato de liderazgos del MST y de indígenas,
demonización de los “rojos” y emergencia de un discurso fascista, con
portavoces en el parlamento, en los medios y entre el empresariado.
La demonización del “otro” fue materializada en un muro metálico que
dividió la explanada de los Ministerios en dos, delimitando territorios
en una guerra de hinchadas que respondía a un comando de escenarización.
Un “politicódromo” para la transmisión en vivo por TV. El escenario fue
montado para un espectáculo callejero, de conmoción y mediatización de
un proceso político teniendo como combustible un discurso simplificado y
selectivo en torno a la corrupción.
“Nosotros” los indignados, y
“ellos”, los corruptos, ésta es la operación que viene siendo
construida a largo plazo y que suponíamos que había llegado al paroxismo
en las elecciones de 2014. Pero fue ahora que se consumó como golpe
parlamentar, jurídico y mediático.
En un momento de crisis
económica e insatisfacciones difusas, la demonización del otro encontró
eco en una clase media conservadora, que desde 2014 asumió y resignificó
como forma de distinción el discurso del racismo, del preconcepto
contra minorías, la defensa de privilegios de clase y grupos, todo eso
travestido en combate a la corrupción y al petismo.
El mismo
proceso mediático que demonizó a Lula y Dilma, popularizó figuras como
Eduardo Cunha, Aécio Neves y al propio Michel Temer. ¿Dónde están los
titulares, los editoriales, la indignación, las brigadas anticorrupción a
cada revelación del Lava-Jato que involucra al campo conservador?
El efecto mediático también coprodujo un ejército de trolls en las
redes, la polarización exacerbada entre derecha e izquierda, discursos
de odio, una derecha ostentosa que salió del closet corajuda por la
demonización y elaboró sus propios medios: Revoltados On Line, Tv
Revolta, las páginas del Movimento Brasil Libre (MBL), entre otras se
tornaron la caricatura de un gran medio, un espejo amplificado que
reflejó la nueva cara de la derecha y que tomó para sí las formas de
acción, protestas, estrategias lingüísticas, mimética, que fueron
durante décadas la marca de las izquierdas.
Guerrilla mimética
El
golpe produjo esta nueva economía de los medios, una guerrilla mimética
y nuevas narrativas. Cientos de nuevas iniciativas de medios libres en
todo Brasil que están disputando las redes, las calles desde las
manifestaciones de 2013. De forma activa e inédita, a punto de no
distinguirse más de la propia fuerza de las calles, vimos emerger un
conglomerado mediático caliente, afectivo, posicionado, como Media
Ninja, Jornalistas Livres, Revista Fórum, blogueros, youtubers, artistas
activistas como Gregório Duvivier, entre muchos otros, que expresan una
indivisión entre medios y activismo, afectos, produciendo un cambio de
lenguaje, en contraste con el ambiente “profesional” y “objetivo”,
“aséptico” de las grandes corporaciones mediáticas. Desde 2013, los
mediactivistas descifran el componente afectivo, intempestivo de las
redes, con las emisiones en vivo, streamings, la viralización de memes,
fotografías, posts, textos, afiches, producidos por los propios
manifestantes y mediactivistas.
Operaciones de choque, disputa
narrativa, procesos de subjetivación, que dejan los rastros de cientos
de cinematógrafos activistas, fotógrafos “amadores” en las imágenes y en
las narrativas, que se tornan también “historias de vida”.
Este
proceso resultó en un flujo, una onda, un enjambre, una
multitud-mediática que fue decisiva para la construcción de una
narrativa victoriosa de que el proceso de impeachment fue en verdad un
golpe parlamentar.
La destitución política de Dilma y la
interrupción del ciclo de democratización de Brasil precisó de un
operador jurídico-administrativo, un “crimen de responsabilidad”, un
crimen de “gestión” sin acto criminal determinado que sin embargo sirvió
de pruebas para sacar a su grupo de poder, pero la narrativa del golpe
también se tornó victoriosa con el #NãoVaiTerGolpe y el #ForaTemer que
se replicó por los medios internacionales.
Pero, al final, ¿quién precisa al gobierno? Los
pobres, las minorías, el ciudadano común, todos los que dependen de
infraestructura instalada, de la protección de los derechos, de un
Estado que asegura el mínimo: vivienda, salud, educación, cultura,
jubilaciones.
Es un hecho que el golpe jurídico-mediático tornó
superfluo, como fuerza simbólica, al gobierno de Michel Temer. Precisan
de él apenas como un operador del desmonte de un programa y la
instauración de otro ciclo conservador y autoritario en Brasil, que
comienza con una mancha de origen: la deposición de una Presidenta de la
República en un proceso kafkiano y sin crimen. Es que, después que
prefiguraron el apocalipsis, las elites precisan apenas de un presidente
servil e invisible para volver a la “normalidad”.
Estamos
viviendo simultáneamente el fin de un ciclo, pero también la emergencia
de un nuevo ciclo de luchas y combates, en que tendremos que volver a
defender los derechos más básicos que pensábamos conquistados, “éste
golpe es machista, racista, misógino, homofóbico contra todas las
minorías y contra los brasileros y brasileras” como acusó Dilma Rousseff
en su discurso de despedida, pero también nos libera, con la
instauración de un tiempo de excepción, para la desobediencia civil, la
experimentación y la imaginación política.
La política fue
secuestrada por una casta. El odio de la política viene de su separación
en las calles, de los modos de ser y de lo cotidiano. Uno de los más
increíbles efectos colaterales de esta crisis es haber colocado la
política, lo político en la plaza pública. El ciclo de las
manifestaciones de 2013 y el proceso del impeachment colocaron a la
política al ras del suelo, el contragolpe habiendo formado un Frente de
Diversidad, amplio, general e irrestricto y producido una guerrilla
semiótica y una mimética, una diversidad de medios y de lenguajes
ingobernables.
Ivana Bentes es profesora e investigadora de
la Escuela de Comunicación de la UFRJ y autora de Mídia-Multidao:
estéticas da comunicaçao e biopolíticas.Traducción: Lucas Benielli Fuente:
https://brasildefato.com.br/2016/09/02/midia-brasileira-construiu-narrativa-novelizada-do-impeachment/