viernes, 11 de octubre de 2019

La mística del monte gallego .

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La mística del monte gallego





Galicia es monte, pero también es fuego. Con esta sentencia se podría caracterizar buena parte de la esencia de esta comunidad autónoma española. Hay algo en su idiosincrasia y en su cultura, que vive con la mirada siempre puesta en la naturaleza, una omnipresente fuerza que todo lo condiciona. El verdor silvestre asoma en todas partes, y, como tal, forma parte de la vida de los seres humanos con quienes convive. Porque el monte es, en el fondo, un ser más, un habitante más de esta zona de España, a la vez contenedor y contenido, al mismo tiempo paisaje y personaje. Y como tal, nace y muere, pero se perpetúa en el tiempo, sin que las amenazas de su destrucción reduzcan su poder de seducción, su mística, su magia. Elementos, todos ellos, que se relacionan de manera directa con la lumbre. Galicia es monte, pero también es fuego, un poder que lo arrasa todo, pero que a su paso no solo destruye, sino también da cabida a nuevos comienzos, significados, interpretaciones…

Oliver Laxe, probablemente el director gallego más relevante en el panorama actual del cine de autor, convierte este diálogo entre monte y fuego en el eje central de Lo que arde. La cinta, que se alzó con el premio del jurado en la sección Un Cetrain Regard del último festival de Cannes, y que recientemente se ha proyectado dentro de la sección Perlas del festival de San Sebastián, narra qué sucede cuando una persona condenada por haber provocado un incendio es puesta en libertad y vuelve a su pueblo. Es el caso de Amador (Amador Arias), un introvertido hombre que retorna a casa de su anciana madre, cargando a sus hombros la losa del estigma social, marcado de por vida por el pasado. Lejos de toda aproximación melodramática, y sin el menor interés por dar explicaciones, ni siquiera por plantear cuestiones, Laxe prescinde de cualquier lugar común de este tipo de historias y pone el foco en los ambientes rurales, las atmósferas, las dinámicas de interacción humana, y en cómo diferentes seres se desenvuelven en un terreno que define sus personalidades. Porque en última instancia, aunque la idea esté presente, Lo que arde no aborda si Amador era realmente culpable, o si la comunidad acepta o rechaza al señalado, sino cómo es el propio ambiente en sí, cómo es la comunidad rural gallega. O lo que es lo mismo, el realizador, quien ha escrito el guion junto con Santiago Fillol, toma una aproximación atípica al convertir en contexto lo que habitualmente es la trama, y, al mismo tiempo, en protagonista lo que normalmente funciona como contexto.

Al diálogo de fondo —la relación entre el monte y el fuego— se suma otro de tipo formal. Pudiendo explotar toda la belleza de la frondosidad gallega, Laxe opta por una aproximación parca en extravagancias formales. El retrato de los escenarios es puramente naturalista —entendido como exacerbación de los postulados del realismo—, en un ejercicio donde los actores se funden con los personajes que interpretan, hasta el punto de rozar las dinámicas del documental. El autor de Mimosas se aleja de todo preciosismo visual, tan tentador en estos casos, y con el que resultaría sencillo enmascarar una propuesta pobre tras una fotografía espectacular, lo que le otorga espacio al monte para que exprese toda su esencia por sí mismo, sin necesidad de enfatizar lo que ya se manifiesta de manera natural. A dicha aproximación  se contrapone un par de escenas donde se opta por lo opuesto, dando cabida a un formalismo poético dominado por lo simbólico. Es el caso del prólogo y el clímax, dos momentos donde el bosque parece transformarse, manifestándose en todo su ser la mística sobrenatural que durante el resto del filme solo se sugiere. Son dos explosiones de belleza expresiva imprescindibles para la construcción de un retrato poliédrico, esquivo y misterioso sobre el monte, en un ejercicio que aspira a retratar toda la complejidad de uno de los elementos más característicos de la cultura gallega.


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