viernes, 1 de agosto de 2025

Las élites actuales rusas .

 Unas élites rusas divididas sobre el levantamiento de las sanciones estadounidenses

¿Por qué se muestra Putin tan inflexible sobre Ucrania?

Borís Kagarlitski, intelectual marxista, es una figura destacada de la izquierda rusa. Desde la cárcel en la que se encuentra por su oposición a la guerra contra Ucrania, sigue reflexionando sobre el orden internacional. En este artículo coescrito con Alexéi Sajnín, un activista exiliado en Francia, detecta en las esferas de poder del país unas divisiones que podrían acentuarse.

por Alexéi Sajnín y Borís Kagarlitski


 agosto de 2025   

Cuando Donald Trump, al poco de tomar posesión como el 47.º presidente de Estados Unidos, abordó el expediente ucraniano, formuló importantes concesiones en favor de Moscú, como renunciar al proyecto de integrar Ucrania en la OTAN o reconocer formalmente Crimea como territorio ruso. Seis meses después, el Kremlin mantiene sus reivindicaciones territoriales sobre cinco regiones del país vecino y confía en seguir imponiendo a Kiev restricciones en materia de garantías de seguridad. La intransigencia rusa —a menudo explicada por la huida hacia delante de un solo hombre, Vladímir Putin— se explica mejor a la luz de los debates que ha suscitado la apertura estadounidense hacia el país. Se perfilan dos tendencias, pero ambas coinciden en un punto: no ceder en nada en lo relativo a Ucrania.

La situación no carece de ironía: con la adopción de tandas de sanciones masivas tras la invasión de 2022, Washington y Bruselas esperaban fracturar las esferas de poder. Por entonces era imposible imaginar una ruptura de los lazos económicos entre Moscú y el mundo occidental: el 35% del comercio exterior ruso se efectuaba con la Unión Europea (UE), 2,5 veces más que los intercambios entre Rusia y China. Rusia constituía el tercer socio comercial de la UE (297.000 millones de dólares), solo por detrás de Estados Unidos (747.000) y China (466.000) (1). En 2016, más del 70% de las inversiones directas rusas en el extranjero se hallaban en un país de la Unión Europea (al margen de paraísos fiscales o territorios que concentran sociedades de cartera financieras); el porcentaje era aún mayor si se incluía Chipre, Luxemburgo o los Países Bajos, que servían de plataforma para que los capitales del país pudieran evadir impuestos. En cuanto a los países que invertían en Rusia (sin contar, una vez más, los paraísos fiscales), a la cabeza de los mismos se hallaban el Reino Unido, Alemania y Francia, que poseían en torno a 33.000 millones de dólares en activos en Rusia (2). Muchos oligarcas y altos funcionarios, así como sus cónyuges e hijos, vivían o estudiaban en Londres, París o Niza.

En esta época, la oposición liberal apostaba por una escisión dentro de la clase dirigente. En 2023, Leonid Vólkov, el colaborador más cercano de Alexéi Navalny (muerto en la cárcel en febrero de 2024), así como otros representantes de organizaciones hostiles a la política del Kremlin, reclamaron en una carta dirigida a Josep Borrell —por entonces jefe de la diplomacia bruselense— el levantamiento de las medidas restrictivas contra algunos oligarcas que no habían apoyado la invasión de Ucrania. “Tenía la sensación […] de que, al crear un precedente, sería posible desencadenar una reacción en cadena de condenas públicas de la guerra y de divisiones en el interior de las élites rusas”, explicó Vólkov (3). Pero, tras algunos titubeos, la mayoría de los multimillonarios rusos regresaron al país y confirmaron su lealtad al Kremlin.

Desde 2022, dos son los discursos que dominan en las esferas del poder para justificar la invasión de Ucrania. Según el primero, Rusia se enfrenta a un Occidente hegemónico que se sirve de Ucrania como una herramienta para someter al país. La expresión “mayoría mundial”, sinónima de “Sur global”, constituye el meollo de esta narrativa. Moscú se vale de una retórica antiimperialista que recupera acentos del periodo soviético, pero a la que se propone dotar de una orientación antioccidental. Forjada por intelectuales y politólogos leales al Kremlin —como Serguéi Karagánov, director del Consejo de Política Exterior y Defensa—, esta es la tesis que en gran medida comparte el ministro de Asuntos Exteriores ruso Serguéi Lavrov. Así, en los documentos programáticos publicados en 2023 en la revista oficial del ministerio, Lavrov opuso los intereses de una “mayoría mundial que representa al 85% de la población del globo” a las “políticas neocoloniales” de un “pequeño grupo de Estados occidentales dirigidos por Estados Unidos” (4). El prestigioso círculo de reflexión Club Valdái también ha dedicado numerosas sesiones a este tema, a las que han sido invitados dirigentes de Estados asiáticos y africanos.

Un segundo discurso presenta a Rusia como una especie de arca de Noé de los valores tradicionales y cristianos de la civilización europea, “traicionados” por los dirigentes de Europa y Norteamérica. Esta doctrina ha sido desarrollada por intelectuales de extrema derecha como Alexánder Duguin: “Hay dos Occidentes —afirmó en un foro dedicado al mundo multipolar celebrado en Moscú en febrero de 2024—. El Occidente ‘globalista’ de las élites liberales y el Occidente tradicional que sufre el todopoderoso influjo del primero […] y trata de rebelarse allí donde puede… La victoria no supondrá la derrota del Occidente colectivo, sino su salvación, el regreso a sus propios valores, […] a sus raíces clásicas grecorromanas y cristianas” (5). Este enfoque mesiánico es el que promueven los intelectuales y articulistas de extrema derecha que gravitan en torno al oligarca Konstantín Maloféyev, propietario de la cadena de televisión Tsargrad y financiador de una vasta red de laboratorios de ideas ultraconservadores. También dispone de representantes en el aparato del Estado. Cuatro gobernadores regionales, la comisionada para los Derechos del Niño María Lvova-Belova (que además es su esposa) y el propio ministro de Asuntos Exteriores participaron en su Foro del Futuro 2050, celebrado el 9 y 10 de junio de 2025. El vice primer ministro (y actual ministro de Defensa) Andréi Beloúsov lleva desde 2023 declarando que Rusia puede convertirse en el “salvavidas” de las élites conservadoras europeas y estadounidenses (6).

Hasta hace poco, ambas teorías coexistían pacíficamente. Todo responsable político o intelectual leal al Kremlin era libre de elegir sus argumentos —“antiimperialistas” o “mesiánico-conservadores”— o en qué proporción combinarlos. Pero la perspectiva de un deal (‘acuerdo’) entre Putin y Trump ha convertido esos matices en líneas de fractura.

Alexánder Duguin se expresa en nombre del segundo grupo al insistir en las convergencias ideológicas entre el presidente ruso y una parte de los seguidores de Trump (7), pero afirma que un entendimiento con Washington responde, asimismo, al pragmatismo geopolítico. También critica firme, aunque prudentemente, a China. Según el teórico nacionalista, “el proyecto chino ‘Un Cinturón, Una Ruta’ y las demás iniciativas a escala planetaria de Xi Jinping (principio de un destino común de la humanidad) pueden ser vistos como otra versión de la globalización, ya no tanto americanocentrista como sinocentrista” (8). Un acuerdo con los Estados Unidos de Trump, en cambio, le permitiría a Rusia dotarse de aún mayor independencia en el marco de un “orden mundial de grandes potencias”. Ahora bien, el punto esencial de esa alianza con Estados Unidos con la que sueña Duguin y Maloféyev no implica concesión alguna sobre Ucrania. “El señor Trump debe entender que Ucrania, o bien será nuestra, o dejará de existir —insiste Duguin—. Si nos entregara Ucrania (¿a él de qué le sirve?), Trump podría dedicarse a la anexión de Canadá o Groenlandia. Incluso creo que podríamos proveerle de metales raros” (9).

Ahora bien, la perspectiva de un acercamiento con Estados Unidos —incluso sin compromiso alguno sobre Ucrania— ha despertado preocupaciones entre los hombres de negocios y los burócratas implicados en la cooperación económica con China y otros países del BRICS (Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica). China, que representaba entre el 15 y el 20% de los intercambios de mercancías con Rusia antes de 2022, llegó a suponer el 34% en 2024 (236.300 millones de dólares) (10). Entre los principales sectores reorientados hacia el socio chino se cuentan el complejo industrial-militar, el automovilístico, el de la logística y las telecomunicaciones. Los sectores energético y agroalimentario también están llevando a cabo grandes proyectos enmarcados en el giro hacia el este. Los grandes oligopolios rusos han seguido el ejemplo de Rosneft (petróleo), Gazprom o Rosatóm (nuclear), y suministran a Pekín materias primas con la ayuda del banco VneshTorg Bank (VTB). En la actualidad, el conjunto de los países del BRICS concentra la mitad del comercio ruso. Simultáneamente, los intercambios comerciales con Europa se han dividido entre tres. La perspectiva de un levantamiento de las sanciones, así como el posible regreso de las empresas occidentales al mercado ruso, han desasosegado a algunos círculos de la élite económica. Varios miles de millones de dólares en activos occidentales hallaron nuevos dueños entre los hombres de negocios más fieles al Kremlin (11) tras una fase de control temporal por parte de la Agencia Federal de Gestión del Patrimonio Público (Rosimúschestvo). Ahora bien, el inesperado deshielo con Estados Unidos ha suscitado el temor a una restitución de parte de esos activos a sus antiguos propietarios. Putin, con el fin de tranquilizarlos, se dirigió a finales de mayo a un selecto grupo de dueños de empresas, a quienes prometió que el Estado “no tolerará presiones sobre las empresas nacionales”. El presidente también hizo un llamamiento a “sofocar” Microsoft, Zoom y otros servicios que “actúan en contra de Rusia”. El discurso antiimperialista, profundamente arraigado en la cultura rusa, puede que se convierta en el instrumento ideal para expresar unas inquietudes cuyo origen es, en realidad, económico.

Al menos a nivel de la retórica, esas divergencias han empezado a manifestarse con mayor fuerza: “No vais a dirigir el planeta entre dos. Vendidos y traficantes, dispuestos a abandonar al ‘Sur global’ en cinco minutos a cambio de que os acaricien la mejilla: ¿qué vais a dirigir vosotros, malditos lamebotas estadounidenses?”, se indignó contra los apologistas de Trump el escritor y diputado Zajar Prilepin, miembro del partido Rusia Justa, aliado del poder. Sentimientos similares dominan entre los influyentes “blogueros militares”, muchos de los cuales han visto en un posible acercamiento con Washington no solo una amenaza para la soberanía del país, sino también la voluntad de convertirlo de nuevo en un apéndice de Occidente proveedor de materias primas. Siguiendo la misma línea de pensamiento —aunque con un estilo más frío—, Fiódor Lukiánov, redactor jefe de la revista Russia in Global Affairs, califica de “error estratégico” una cooperación con la Casa Blanca en detrimento de las relaciones con el Sur global: “Si Rusia se acoge al aperturismo de Trump y se aparta de sus socios no occidentales, reforzará el estereotipo según el cual pone la aprobación de Occidente por encima de todo. […] Una clara victoria [en Ucrania] consolidaría su rango de potencia en un mundo multipolar. Si fracasa en su propósito de sacar partido de este momento —cayendo en la trampa de un nuevo compromiso con Occidente—, Rusia se arriesga a perder sus ganancias estratégicas”.

Desde el principio de la guerra, las autoridades rusas han tratado de eliminar toda señal de desacuerdo en el seno de la sociedad y, sobre todo, de la clase dirigente. Pero las ofertas estadounidenses han disipado al instante esta ilusión de unidad, perfilando la posibilidad de un enfrentamiento —de momento, solo retórico— entre las tendencias “proestadounidenses” y “prochinas”..

https://mondiplo.com/por-que-se-muestra-putin-tan-inflexible-sobre



jueves, 31 de julio de 2025

Autoritarismo y democracia en el siglo XXI

 

Enzo Traverso: Autoritarismo y democracia en el siglo XXI

Martín Mosquera / Enzo Traverso

Entrevista con Enzo Traverso, que actualiza su análisis sobre el posfascismo. Reflexiona sobre el ascenso de las nuevas derechas y la crisis global de la izquierda

https://www.lahaine.org/mundo.php/enzo-traverso-autoritarismo-y-democracia-en-el

 

miércoles, 30 de julio de 2025

El capitalismo nihilista .

                                                                      


Nihilismo /neoliberalismo   /  


Iñaki Urdanibia

 

«El nihilismo, que en términos más actuales se puede nombrar neoliberalismo, es la captura de la vida por el resentimiento hacia todo lo que pueda evocar el deseo de construir una posibilidad nueva sin destruir el legado»

Ambos términos empiezan con ene al igual que la editorial, NED, que acaba de publicar un libro del ensayista y psicoanalista argentino Jorge Alemán (Buenos Aires, 1951): «Ultraderechas: Notas sobre la nueva deriva neoliberal». Cuarenta y seis iluminaciones componen la primera parte de la obra, Ultraderechas, y tres conferencias, Tres intervenciones, que son reunidas en la segunda, Ley, Ateísmo, Inteligencia Artificial.

El ensayista hilvana, con instrumental marxista, lacaniano y freudiano, diferentes niveles que confluyen en su caracterización de nuestro tiempo, caracterizado por el ascenso global de las nuevas derechas radicalizadas. No es solamente, como indicaba en la primera línea, que el nihilismo coincida con el neoliberalismo por la letra inicial, sino que su parentescos es tan estrecho que llegan a conformar un uno en estos tiempos de dominio de los Bolsonaro, Milei, Trump acompañados de los tecnoligarcas de Silicon Valley, no siendo estos últimos más que síntomas de una época en la que el neoliberalismo, carece de cualquier proyecto colectivo creíble; no son fruto solamente de la decadencia del modelo capitalista, que ha subsistido por medio de tanteos y pruebas de diferentes hábitos, sino que es el propio deterioro del sistema el que ha provocado esta situación de nihilismo total. Sobre tres ejes, entreverados, gira su interpretación de la época: la política, el psicoanálisis y la filosofía.

No hace falta ni decirlo, que la visión que ofrece Alemán no se basa en las esfera económica, sino que otorga esencial importancia, y cabida, a los aspectos del deseo, de la subjetividad, de los procesos de subjetivización que llevan a interiorizar en cada sujeto, una serie de valores -por calificarlos de algún modo- hasta el punto de considerarlos suyos, necesarios, suponiendo una incertidumbre en los ciudadanos acerca de la vida que desean llevar, en una carrera en la que el deseo acabe respondiendo, en su desbrujule, a la voz del amo…con la bandera, solapada, de la pulsión de muerte, que castra a los ciudadanos, imbuidos por los canto de sirena del único mundo real y posible, que embiste y trata de anular cualquier visión que contradiga la permanencia del sistema en curso y que proponga propuestas de cambio y emancipación. La ultraderecha es la expresión de este estado en declive, primando en sus postulados el odio (a los migrantes, a las mujeres, a la gente de izquierda…) hacia los no iguales, y alardeando también desde desprecio de la política, que traduce un miedo y un rechazo frontal del Otro, haciendo que con el propósito de anular a éste, al Otro, en sus diferentes expresiones y representaciones (el comunismo, Venezuela, los extranjeros, las vacunas, el populismo, las mujeres de gran personalidad política, el movimiento LGTBI), se someta ella misma en ese camino de destrucción, de sí misma; con el recurso a un darwinismo social apenas disimulado. Se diferencia el fascismo actual del clásico, en la medida en que el segundo cifraba sus objetivos en una recuperación del orden perdido, el posfascismo muestra sin ambages su carácter destructivo y nihilista; la motosierra de Milei, adoptada por otros personajes de diferentes lares, es la descarada exhibición de cortar con todo, llegando en su verborrea, al igual que el rubio superempresario que dirige caóticamente el país de las barras y estrellas, a predicar el vaciamiento del Estado, y embestir, al menos de boquilla, contra éste como si fuera un aparato de dominio absolutamente independiente de los grandes propietarios, etc. Esta verborrea contra todo, les conduce hasta pervertir el término libertario que lo emplean con pudor como expresión de sus posturas y modo de actuación. Funciona una maquinarias que tritura las relaciones de los individuos en el ágora, que queda disuelta en lo que hace al intercambio de ideas y a debate, dándose la circunstancia de hay ciertos dispositivos que funcionan como poderes con capacidad de subvertir los gobiernos, al convertir lo político en procesos judiciales por medio del acusaciones falsas, de mentiras e insultos repetidos una y otra vez, aireadas por los medios de esparcir odio; y los ciudadanos convertidos en sus propios esclavizadores al ofrecer sus datos de consumo, y otros, que servirán para su consiguiente formateo. Establece Alemán distinciones entre goce y el deseo, entre maquiavélico y maquiaveliano, masa y pueblo, deseo y pulsión, revolución clásica y actual y sus relaciones con el reformismo, insultos e insultos, diferentes populismos, explotación y opresión,y otras nociones, etc.

Si el capitalismo en su fase actual nada puede ofrecer como proyecto, esta carencia afecta igualmente a la izquierda a la que lanza un severa crítica, en la medida en que ha centrado sus esfuerzos transformadores y de lucha, en lo social y lo estructural, no tomando en cuenta los aspectos relacionados con el inconsciente del malestar que les invade, siendo en el terreno en que el deseo contacta con el miedo, y el narcisismo con la frustración, en donde echa sus raíces el odio político. En sus propuestas asoma el cruce entre Marx y Foucault Alemán sugiere que una política emancipadora que se precie ha de tomar en cuenta que el sujeto es moldeable y al ser como una esponja aprehende las coplas con las que se le bombardea a través de los diferentes medios, lo que hace que aún sin abandonar las luchas feministas, antirracistas y otras, vuelva a recuperar el concepto de hegemonía, que respete la pluralidad y la diversidad de ideas y propuestas siempre que estén encaminadas a la liberación, a sanear la relación con los otros, creando lazos de amistad y de preocupación por lo común. Señala en este orden de cosas la que el denomina la izquierda difícil que conlleva la emancipación difícil. Sus propuestas van por el camino de reivindicar una  izquierda lacaniana, un psicoanálisis que no persiga la domesticación (para ello ya están las terapias cognitivas, la autoayuda y el coach), convirtiéndose en un dogma, sino que persiga la construcción de un sujeto en todas sus potencialidades, el psicoanálisis como herramienta de la subversión….incidiendo en que «la verdadera lucha no es sólo económica sino libidinal», que se oponga al sometimiento y haga posible la emergencia del deseo, en este escenario – en que las redes se convierten nen pantallas de insultos permanentes- en que el neoliberalismo ha conseguido crear una depresión generalizada

Si lo que he presentado lo realiza el ensayista con una habilidad de ir entrelazando los diferentes flashes, los cuarenta y pico señalados, para componer el mapa de nuestro hoy en la primera parte, en la segunda, se presentan tres conferencias: en la primera, recurriendo a El proceso kafkiano, el autor señala que hoy nos encontramos con una versión más perversa de ese poder y esa ley, al darse una absorción por parte de la maquinaria de los sujetos, convirtiéndoles en responsables de su propia miseria. La segunda, se hurga en la situación creada por el monoteísmo, en la que se daba una visión de la verdad en términos de un fundamento último, lo que garantizaba el orden simbólico, tal garantía hoy, en la era neoliberal, el mercado ha ocupado el lugar con el horizonte de una acumulación permanente y en la promesa de satisfacción total. La irrupción de la Inteligencia Artificial, es el objeto de la tercera conferencia, incidiendo en que si el capitalismo ha encontrado en la digitalización una nueva frontera de explotación, con la IA, la automatización del deseo se vuelve posible. Echando mano de la crítica de la técnica de Martin Heidegger.

Y Jorge Alemán señala el propósito de su libro, advirtiendo que «no es solo un análisis, sino una advertencia. La ultraderecha es un síntoma del fracaso de las democracias neoliberales y de la incapacidad de construir un horizonte alternativo. Pero no basta con denunciarlo: es necesario pensar cómo salir de este tiempo, cómo sostener un deseo que no quede capturado por la lógica del goce mortífero»

 

https://kaosenlared.net/nihilismo-neoliberalismo/



lunes, 28 de julio de 2025

Indignidad europea ante el engaño trumpista

  

Indignidad europea ante el engaño trumpista

 

Por Juan Torres López

 

| 29/07/2025 |  

 La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el de Estados Unidos, Donald Trump, acaban de escenificar una auténtica y desvergonzada obra de teatro.

 Como ha hecho con otros países, Donald Trump no ha buscado ahora con la Unión Europea un buen acuerdo comercial para los intereses de la economía estadounidense, como él se empeña en decir. Y en lo que ha cedido von der Leyen no es en materia arancelaria para evitar los males mayores de una escalada de guerra comercial, como afirman los dirigentes europeos. El asunto va por otros derroteros.

 Los aranceles del 15 por ciento acordados para gravar casi todas las exportaciones europeas los pagarán los estadounidenses y, en algunos casos, con costes indirectos aún más elevados.

 Eso pasará, entre otros productos, con los farmacéuticos que se ven afectados. Puesto que en Estados Unidos no hay producción nacional alternativa y siendo generalmente de compra obligada (los economistas decimos de muy baja elasticidad de la demanda respecto al precio) los consumidores terminarán pagando precios más elevados. Suponiendo que fuese posible o interesara la relocalización de las empresas para irse a producir a Estados Unidos (lo que, desde luego no está nada claro), sería a medio plazo (lo expliqué en un artículo anterior).

 Los aranceles a los automóviles europeos serán del 15 por ciento, pero los fabricantes estadounidenses deben pagar otros del 50 por ciento por el acero y el cobre, y del 25 por ciento por los componentes que adquieren de Canadá y México. Sería posible, por tanto, que los coches importados de la Unión Europea sean más baratos que los fabricados en Estados Unidos y que a los fabricantes de este país les resulte mejor producirlos en Europa y llevárselos de vuelta. Además, la mayoría de los automóviles de marcas europeas que se venden en Estados Unidos se fabrican allí, de modo que no les afectarán los aranceles, mientras que en Europa apenas se venden coches estadounidenses, no por razones comerciales sino más bien culturales o de gustos. Otros productos en los que Europa tiene ventajas, como los relativos a la industria aeroespacial y algunos químicos, agrícolas, recursos naturales y materias primas no se verán afectados.

 En realidad, en términos de exportación e importación de bienes generales, el «acuerdo» no es favorable a Estados Unidos. Como explicó hace unos días Paul Krugman en un artículo titulado El arte del acuerdo realmente estúpido, el que suscribió con Japón (y se puede decir exactamente lo mismo ahora del europeo y de todos los demás) «deja a muchos fabricantes estadounidenses en peor situación que antes de que Trump iniciara su guerra comercial».

 No obstante, todo esto tampoco quiere decir que Europa haya salido beneficiada. Las guerras comerciales no suele ganarlas nadie, y muchas empresas y sectores europeos (los del aceite y el vino español, por ejemplo) se verán afectados negativamente. Pero no perderán porque Trump vaya buscando disminuir el déficit de su comercial exterior, sino como un efecto colateral de otra estrategia aún más peligrosa.

 La realidad es que a Estados Unidos no le conviene disminuirlo porque este déficit, por definición, genera superávit y ahorro en otros países que vuelve como inversión financiera a Estados Unidos para alimentar el negocio de la gran banca, de los fondos de inversión y de las grandes multinacionales que no lo dedican a invertir y a localizarse allí, sino a comprar sus propias acciones. El déficit exterior de la economía estadounidense no es una desgracia, sino el resultado deliberadamente provocado para construir sobre él un negocio financiero y especulativo de colosal magnitud.

 Lo que verdaderamente busca Estados Unidos con los «acuerdos» comerciales no es eliminar los desequilibrios mediante aranceles. Eso es algo que no se ha conseguido prácticamente nunca en ninguna economía). El objetivo real de Estados Unidos es hacer chantaje para extraer rentas de los demás países, obligándoles a realizar compras a los oligopolios y monopolios que dominan sus sectores energético y militar y, por añadidura, humillarlos y someterlos de cara a que acepten más adelante los cambios en el sistema de pagos internacionales que está preparando ante el declive del dólar como moneda de referencia global.

 En el «acuerdo» con la Unión Europea (como en los demás), lo relevante ni siquiera son las cantidades que se han hecho públicas. Los aranceles son una excusa, un señuelo, el arma para cometer el chantaje. Lo que de verdad importa a Trump no es el huevo que se ha repartido, sino el fuero que acaba de establecer. Es decir, la coacción, el sometimiento y el monopolio de voluntad que se establecen, ya formalmente, como nueva norma de gobernanza y dominio de la economía global y que Estados Unidos necesita imponer, ahora por la vía de la fuerza financiera y militar debido a su declive como potencia industrial, comercial y tecnológica.

 Siendo Donald Trump un gran negociador, si quisiera lograr auténticas ventajas comerciales para su economía no habría firmado lo que ha «acordado» con Europa (y con los demás países), ni hubiera dejado en el aire y sin concretar sus aspectos más cuantiosos. La cantidad de compras de material militar estadounidense no se ha señalado: «No sabemos cuál es esa cifra», dijo al escenificar el acuerdo con von der Leyen. El compromiso de compra de 750.000 millones de dólares en productos energéticos de Estados Unidos en tres años sólo podría obligar a Europa a desviar una parte de sus compras y tampoco parece que se haya concretado lo suficiente. Y la obligación de inversiones europeas por valor de 600.000 millones de dólares en Estados Unidos es una quimera porque la Unión Europea no dispone de instrumentos (como el fondo soberano de Japón) que le permitan dirigir inversiones a voluntad y de un lado a otro. Además, establecer esta última obligación sería otro disparate si lo que de verdad deseara Trump fuese disminuir su déficit comercial con Europa: si aumenta allí la inversión europea, disminuirán las compras de Europa a Estados Unidos, y lo que se produciría será un mayor déficit y no menor.

 Lo que han hecho von der Leyen y Trump (por cierto, en Escocia y ni siquiera en territorio europeo) ha sido desnudarse en público. Han hecho teatro haciendo creer que negociaban cláusulas comerciales, pero en realidad se han quitado la ropa de la demagogia y los discursos retóricos para mostrar a todo el mundo sus vergüenzas manifestadas en cinco grandes realidades:

 1. El final del gobierno de la economía global y el comercio internacional mediante reglas y acuerdos y el comienzo de un nuevo régimen en el que Estados Unidos decidirá ya sin disimulos, a base de chantaje, imposiciones y fuerza militar.

 2. A Estados Unidos no le va a importar provocar graves daños y producir inestabilidad y una crisis segura en la economía internacional para poner en marcha ese nuevo régimen. Quizá, incluso lo vaya buscando, lo mismo que buscará conflictos que justifiquen sus intervenciones militares.

 3. La Unión Europea se ha sometido, se arrodilla ante el poder estadounidense y renuncia a forjar cualquier tipo de proyecto autónomo. Como he dicho, a Trump no le ha importado el huevo, sino mostrar que Europa ya no toma por sí misma decisiones estratégicas en tres grandes pilares de la economía y la geopolítica: defensa, energía e inversiones (en tecnología, hace tiempo que perdió el rumbo y la posibilidad de ser algo en el concierto mundial). Von der Leyen, con el beneplácito de una Comisión Europea de la que no sólo forman parte las diferentes derechas sino también los socialdemócratas (lo que hay que tener en cuenta para comprender el alcance del «acuerdo» y lo difícil que será salir de él), ha aceptado que la Unión Europea sea, de facto, una colonia de Estados Unidos.

 4. Ambas partes han mostrado al mundo que los viejos discursos sobre los mercados, la competencia, la libertad comercial, la democracia, la soberanía o la paz eran lo que ahora vemos que son: humo que se ha llevado el viento, un fraude, una gran mentira.

 5. Por último, han mostrado también que el capitalismo se ha convertido en una especie de gran juego del Monopoly regido por grandes corporaciones industriales y financieras que han capturado a los estados para convertirse en extractoras de privilegios, en una especie de gigantescos propietarios que exprimen a sus inquilinos aumentándoles sin cesar la renta mientras les impiden por la fuerza que se vayan y  les hablan de libertad.

 La Unión Europea se ha condenado a sí misma. Ha dicho adiós a la posibilidad de ser un polo y referente mundial de la democracia, la paz y el multilateralismo. Ahora hace falta que la gente se entere de todo esto y lo rechace, lo que no será fácil que suceda, pues a esos monopolios se añade el mediático y porque, como he dicho, esta inmolación de Europa la ha llevado a cabo no sólo la derecha, sino también los socialistas europeos que, una vez más, traicionan sus ideales y se unen a quien engaña sin vergüenza alguna a la ciudadanía que los vota.

 

Fuente: https://juantorreslopez.com/indignidad-europea-ante-el-engano-trumpista/

domingo, 27 de julio de 2025

El capitalismo de guerra quiebra la Europa social .

 

                                           


Recortes para la guerra

 Eduardo Luque

26 julio, 2025

EUROPA SE BLINDA POR FUERA PERO SE DESMANTELA POR DENTRO

 Durante años, la Unión Europea cultivó una imagen de potencia civilizadora, fundamentada en el respeto al derecho internacional, la cohesión social y la defensa del Estado de bienestar. No obstante, esa representación empieza a resquebrajarse. Una parte creciente de la ciudadanía europea comienza a tomar conciencia de la falsedad de ese relato: los llamados “valores europeos” no son principios universales, sino una retórica que encubre una lógica de expolio promovida por las élites financieras en detrimento de las mayorías sociales.

Desde su fundación, la UE se estructuró sobre la hegemonía alemana en el continente y fue concebida, en buena medida, como un dispositivo para neutralizar posibles insurrecciones populares que, durante la Guerra Fría, veían en la URSS una alternativa política y social. Como explicó David Harvey, para sostener las estructuras de dominación sobre las clases subalternas, tanto dentro como fuera de Europa, fue necesario «embridar al capitalismo» mediante nuevas modalidades de saqueo neocolonial. Los sistemas de bienestar que beneficiaron a sectores amplios de la población europea se alimentaron, durante décadas, de los excedentes generados por esa lógica de desposesión.

 Hoy, ese orden muestra signos evidentes de agotamiento. El Sur Global comienza a abrirse paso, mientras emergen nuevas formas de multilateralismo que cuestionan los pilares del neoliberalismo global. En su intento de preservar la hegemonía, este revela cada vez con mayor crudeza su rostro autoritario: reprime los conflictos sociales con violencia, guarda silencio ante el genocidio palestino y tolera la violación sistemática de los derechos humanos. Las instituciones diseñadas para sostener ese poder —desde el FMI y el G7 hasta el Banco Mundial— atraviesan una crisis sistémica. En este contexto, la UE no puede seguir presentándose como un proyecto de paz surgido de las cenizas de dos guerras mundiales. Más bien fue un instrumento de continuidad para extender el modelo de dominación sobre sus antiguas colonias.

 Hoy, la deriva autoritaria se hace patente en la normalización institucional de la extrema derecha, fenómeno que remite a los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Es la respuesta del capitalismo a su propia crisis: reducir la soberanía popular, transferir el poder a élites políticas desconectadas del control democrático y reforzar mecanismos de exclusión social.

 Aunque la Unión Europea proclama defender los derechos de sus ciudadanos, los hechos desmienten esa afirmación. Su creciente dependencia del militarismo, su subordinación estratégica a la OTAN y, en última instancia, a los intereses de Estados Unidos, ponen en evidencia la renuncia efectiva a la “autonomía estratégica” tantas veces invocada. Dicha renuncia se concreta en tres planos fundamentales: el militar, el fiscal y el político.

La reciente cumbre del G7 ha sellado esta rendición: bajo presión directa o indirecta de Washington, los países europeos han renunciado a imponer nuevos o antiguos impuestos a gigantes estadounidenses como Google, Amazon, Apple o Microsoft, empresas que operan en suelo europeo y acumulan beneficios millonarios sin aportar proporcionalmente a las arcas públicas. El coste de esta cesión se calcula en más de 80.000 millones de euros anuales, que Europa deja de ingresar.

 Simultáneamente, los líderes europeos han ratificado el objetivo de destinar el 5 % del PIB al gasto militar, lo que supone que uno de cada cinco euros del presupuesto anual deberá orientarse a armamento, defensa y producción militar. Esta reconfiguración del gasto público no solo altera la arquitectura fiscal de los Estados, sino que redefine las prioridades éticas y políticas del proyecto europeo.

 Francia ilustra con crudeza esta transformación. El gobierno derechista de François Bayrou, designado para liderar el ajuste, ha anunciado recortes por 42.000 millones de euros en 2026 y una cifra similar para 2027, al tiempo que aumenta el presupuesto militar. Entre las partidas sacrificadas se cuentan los subsidios energéticos para pensionistas, la congelación de las pensiones —el llamado “año blanco”—, la reducción del empleo público, la privatización de servicios esenciales, y recortes en sanidad pública y transición ecológica…. Se trata de un ajuste brutal, ejecutado mientras el país —como buena parte del continente— se desliza hacia una forma de empobrecimiento estructural.

 Las analogías históricas se imponen. En los años previos a la Revolución francesa, especialmente 1787 y 1788, Francia vivió los llamados “veranos sin sol”: crisis climáticas, malas cosechas, inflación galopante y una política fiscal regresiva que exprimía al pueblo para financiar guerras imperiales, mientras las clases privilegiadas permanecían al margen de la miseria. Thomas Jefferson, desde París, describía en 1787 la escena con amargura: “multitudes de condenados pisoteadas bajo los pies”. Hoy, la historia no se repite, pero rima. En lugar de aristócratas, hay corporaciones. En vez de castillos, sedes fiscales en Irlanda, Luxemburgo o Países Bajos. Y en lugar de guerras dinásticas, un rearme atlantista impulsado por Washington y seguido sumisamente por Bruselas, que desmantela el Estado social para alimentar al complejo militar-industrial.

 La UE, por boca de sus líderes, invoca la llamada “economía de guerra”. No es una excepción transitoria: es la nueva doctrina económica europea, una especie de “keynesianismo militar”. Incluso organismos comunitarios han advertido que este giro compromete de forma directa la financiación de políticas ambientales y sociales. Pero sus advertencias caen en saco roto. El Parlamento Europeo ha pedido incluso una expansión “drástica” del gasto militar, financiada mediante bonos europeos. No se trata de una medida de emergencia: es una reorientación estructural.

 El riesgo no es únicamente fiscal. Es político y social. Francia, por su historia de lucha, su tejido sindical y su memoria revolucionaria, representa el punto más inflamable del continente. Pero lo que allí sucede no es una excepción: es el síntoma de una enfermedad generalizada. La Europa social está siendo desmantelada en silencio, con la coartada permanente de amenazas externas —Rusia, China, terrorismo, inmigración— que sirven para justificar lo injustificable.

 Las élites parecen no comprender que la historia tiene umbrales. Cuando se deja sin calefacción a los ancianos, sin vivienda a los jóvenes y sin sanidad a los trabajadores, no hay cohesión social que resista. Y cuando, al mismo tiempo, se exime de impuestos a quienes más se benefician del sistema y se refuerza el aparato represivo, la ruptura no es solo posible: es inminente.

 La advertencia de Jefferson no es solo una imagen del pasado. Es una señal para nuestro presente. Europa se blinda por fuera, pero se desmantela por dentro. Y cuando el escudo se convierte en espada, no tarda en volverse contra los suyos.

 

https://www.elviejotopo.com/topoexpress/recortes-para-la-guerra/


 Y VER .-El militarismo alemán 

https://observatoriocrisis.com/2025/07/26/goethe-y-la-locura-del-militarismo-alem

La encrucijada Occidental.

  Trump y Occidente en una encrucijada

27 julio, 2025  

 ANDREAS MYLAEUS, Abogado Estadounidense Experto en Geopolítica

 

Algunos de los miembros más leales de la OTAN y de Estados Unidos, ahora comprenden que son sólo herramientas y víctimas de un imperio que agoniza lentamente.

 El 13 de julio de 2024, el mundo entero presenció el puño en alto de Donald Trump y escuchó sus palabras: «¡Lucha! ¡Lucha! ¡Lucha!» y «Dios me salvó por una razón» durante un intento de asesinato en un mitin de campaña en Butler, Pensilvania.

 Durante sus campañas presidenciales, habló de poner fin a las guerras “interminables” o “eternas” y declaró que eliminar a los “belicistas y globalistas que ponen a Estados Unidos en último lugar” sería una de las prioridades de su segundo mandato.

 El «elegido» se convirtió así en símbolo de un punto de inflexión: el fin de las guerras cinéticas había llegado y sería reemplazado por una estrategia de «negociación». El mundo comenzó a adaptarse a la idea que la política estadounidense seguiría la filosofía relativamente no bélica descrita por Trump en su libro «El arte de negociar» : Negociar con ahínco para sacar el máximo provecho; tener siempre varias opciones bajo la manga; promocionarse como una marca para ganar poder de negociación; asumir riesgos, pero de tal manera que se pierda lo menos posible; presionar al oponente y aprovechar el impulso, pero no malgastar dinero en guerras.

 Muchos creyeron en estas promesas. Sin embargo, ahora se ha descubierto, que estas ilusiones no se correspondían ni se corresponden con la realidad actual. Más bien, eran producto del taller de propaganda de la ingeniería social (un método para influir en las personas). El modelo histórico clásico de esta metodología es David Rockefeller y sus círculos.

 Rockefeller

 Cualquiera que haya recorrido el mundo durante un tiempo y haya estado atento recordará el postulado «Debemos tener gente en todos los bandos». Esto se atribuye a David Rockefeller con razón. Fue un gran maestro de las redes y la ingeniería social.

 Recuerde su papel en la Fundación Rockefeller, el Consejo de Relaciones Exteriores (CFR), la Comisión Trilateral y las reuniones de Bilderberg.

 Rockefeller afirmó repetidamente que él y su familia apoyaban a instituciones globales «para promover la cooperación internacional». Esta frase, por ejemplo, se ha hecho famosa:

 “Algunos incluso creen que formamos parte de una camarilla secreta que trabaja en contra de los intereses de Estados Unidos, tachándonos a mí y a mi familia de ‘internacionalistas’ y de conspirar con otros en todo el mundo para construir una estructura política y económica global más integrada: un solo mundo, por así decirlo. Si esa es la acusación, me declaro culpable y estoy orgulloso de ello”.

 David Rockefeller no inventó a Brzezinski , pero lo promovió institucional y estratégicamente a través de sus redes: primero a través del Consejo de Relaciones Exteriores, luego, específicamente, a través de la Comisión Trilateral. Allí, Brzezinski tuvo la oportunidad de implementar sus ideas. Se convirtió en asesor de campaña de Lyndon B. Johnson de 1966 a 1968 y en asesor de seguridad nacional del presidente estadounidense Jimmy Carter de 1977 a 1981. Su libro » El Gran Tablero de Ajedrez: La Primacía Estadounidense y el Futuro del Orden Mundial» , sobre la estrategia geopolítica anglosajona, sigue siendo un clásico hoy en día.

 Rockefeller y Kissinger no eran una pareja de mentor y alumno en el sentido tradicional. Sin embargo, Kissinger ascendió en las filas del Consejo de Relaciones Exteriores (CFR), en el que Rockefeller desempeñó un papel destacado como financista.

 Kissinger escribió para Foreign Affairs , la revista insignia del CFR. Juntos, combinaron intereses bancarios, política petrolera, la Guerra Fría y la globalización. El viaje de Rockefeller a China en 1973 con Kissinger para explorar la posibilidad de establecer relaciones económicas se hizo famoso. Kissinger era asesor de Seguridad Nacional de Nixon en aquel entonces. Tras su etapa en el gobierno, Kissinger fundó una consultora (Kissinger Associates), donde los contactos de Rockefeller le abrieron puertas clave.

 La red Rockefeller y sus sucesores actuales continúan persiguiendo los viejos objetivos imperialistas financieros, como lo hacen hoy.

 Donald Trump, la cabeza parlante del establishment recién disfrazada

 Durante la campaña electoral de Donald Trump contra Joe Biden, convergieron varios problemas clave para los círculos que gobiernan Estados Unidos: a ojos de la población local, la casta política establecida había llevado al país a la ruina, se había deslegitimado y había perdido toda confianza.

 La población estaba cansada de la guerra. Al mismo tiempo, el inminente escenario apocalíptico de una crisis financiera debido a los déficits presupuestario y comercial de Estados Unidos se hacía cada vez más evidente.

 Se necesitaba una figura que encarnara auténticamente la desconfianza del establishment político y se presentara como un outsider que » drenaría el pantano”. También debía dar la impresión de que revertiría la desindustrialización de la economía, combatiría eficazmente los déficits presupuestario y comercial, y pondría fin a las «guerras eternas».

 No hubo intención de resolver seriamente ninguno de estos problemas. Todo lo que se hizo fue instalar un nuevo títere que fingiera hacerlo.

 Para acabar de verdad con la evidente deslegitimación de la casta política gobernante, habría sido necesario reformar la estructura básica del sistema político existente. Nadie con influencia, ni dentro ni fuera de Washington, tenía interés en hacerlo: porque, en última instancia, todos vivimos de nuestros empleos, necesitamos seguir recibiendo el apoyo del Estado y podemos llenarnos los bolsillos; después, el diluvio.

 Los déficits presupuestarios y comerciales no pueden resolverse sin una pérdida fundamental de poder por parte del imperio financiero, además de los cambios técnicos y sociales casi insuperables que serían necesarios para lograrlo. Por lo tanto, apuestan a postergar el asunto un poco más, con la esperanza de encontrar financieros que mantengan el sistema en marcha por  un tiempo lo más largo posible .

 Por esto vemos cada día que las guerras no están siendo terminadas por la actual administración estadounidense, sino que están siendo alimentadas con un celo diabólico.

 El fraude se está haciendo conocido.

 Aparentemente hay cierta tranquilidad entre los votantes de Trump. Pero, algunos de sus más destacados propagandistas lo atacan ferozmente. El coronel retirado Lawrence Wilkerson afirma que el movimiento MAGA está comenzando a dividirse » desde el corazón «.

 El conocido presentador de televisión y comentarista político estadounidense Tucker Carlson, quien apoyó firmemente a Trump durante la campaña electoral, lo ataca actualmente por diversas razones. Por ejemplo, se opone a los intentos de Trump de encubrir su propia participación en el turbio caso Epstein y a su negativa a publicar los archivos pertinentes.

 Carlson continúa denunciando la agresiva política bélica de la administración Trump. En este contexto, entrevistó al senador texano Ted Cruz , uno de los aliados más importantes de Trump en la iniciativa para un cambio de régimen en Irán, en la que el senador fue prácticamente destruido intelectualmente .

 Pero Tucker Carlson no está solo. Muchos señalan que Trump no ha cumplido ninguna de sus promesas de campaña, especialmente en lo que respecta al fin de las guerras lideradas por Israel.

 La representante republicana de Georgia, Marjorie Taylor Greene (MTG), rompió recientemente de forma sorprendente con Donald Trump, a pesar de haber sido una de sus más fieles seguidoras durante mucho tiempo. Declaró al Times que los estadounidenses están «cansados» de conflictos en países lejanos. Condenó enérgicamente el anuncio de Trump de suministrar armas a Ucrania a través de la OTAN. Afirmó que esto traiciona el principio de «Estados Unidos primero». En su opinión, Trump se arriesga a arrastrar a Estados Unidos a otra guerra. Habla de una promesa incumplida.

 En junio, pidió que no se lanzaran bombas sobre Irán y criticó a Trump por ordenar ataques aéreos contra instalaciones nucleares iraníes. Describió esto como una promesa incumplida y un incumplimiento de su compromiso de no librar nuevas guerras.

 Estos ataques abiertos a la trayectoria de Trump demuestran que existen importantes fisuras en el movimiento «América Primero». Greene se opone abiertamente a la política exterior de Trump y a parte de su política económica. Si bien enfatiza que aún apoya personalmente a Trump, sus críticas demuestran que su bando, antes unido, amenaza con desmoronarse.

 Trump está perdiendo gente, está perdiendo su base, y esto sólo unos meses después de iniciado su segundo año en el cargo.

 Y esta erosión no se limita a Estados Unidos. La confianza en la disposición de la administración estadounidense y su portavoz, Trump, para participar en negociaciones serias es ahora nula a nivel internacional.

 Negociaciones Kabuki

 Observadores conocedores de la situación, como Gilbert Doctorow , aún asumen que Trump está interesado en normalizar las relaciones entre Estados Unidos y Rusia y que trabaja para lograrlo.

 El coronel Douglas Macgregor, durante mucho tiempo uno de los partidarios más leales de Trump, declaró el 15 de julio de 2025, en una entrevista con el juez Napolitano, que sus fuentes en la Casa Blanca le habían asegurado que las conversaciones informales entre los negociadores estadounidenses y rusos continuaban y avanzaban satisfactoriamente.

 Otros, como Pepe Escobar , comparan este circo ambulante de negociaciones con una forma de arte japonesa. El kabuki es una forma tradicional de teatro en la que los gestos dramáticos, las representaciones con máscaras y las reglas formales son importantes, pero el desenlace del drama está predeterminado.

 Los seductores sonidos de las gaitas de Steve Witkoff en Moscú y San Petersburgo no han producido más que intentos inútiles de apaciguar a Rusia con vagos anuncios de cooperación económica y, de ser posible, alejarla del bando chino.

 Pero el intento de atraer a Rusia con la zanahoria de los beneficios económicos y, si se porta bien, la flexibilización de las sanciones, es demasiado transparente. Al mismo tiempo, Keith Kellogg está jugando su papel en Kiev.

 Allí, la atención se centra en la cooperación entre los respectivos servicios de inteligencia, el endurecimiento de las sanciones contra Rusia, la expansión de la ayuda militar estadounidense y la imposición de máximas exigencias a Rusia, que debería rendirse de inmediato. No se habla en absoluto de normalización de las relaciones con Rusia.

 Rusia y Estados Unidos se reunieron en Estambul el 27 de febrero y el 10 de abril de 2025 con el objetivo de normalizar el trabajo de las misiones diplomáticas y mejorar las relaciones bilaterales. Como resultado de la última consulta, las partes acordaron simplificar la libertad de movimiento de los diplomáticos y desarrollar una hoja de ruta para los bienes diplomáticos rusos incautados.

 Sin embargo, el viceministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Alexéievich Ryabkov , declaró el 10 de julio de 2025 que se había producido una pausa técnica en el diálogo con Estados Unidos para restablecer las relaciones bilaterales. El Ministerio de Asuntos Exteriores ruso espera próximamente información concreta sobre la fecha de la próxima ronda de consultas.

 Personas con contactos con Ryabkov se enteraron que este diplomático dijo que, salvo «bellas palabras», no se ha producido ningún avance positivo en las conversaciones hasta el momento. Por ejemplo, los bienes inmuebles rusos confiscados por Estados Unidos no han sido devueltos. Tampoco se habla ya del establecimiento acordado de vuelos directos entre Estados Unidos y Rusia. ¡Adiós a los acuerdos o incluso a la normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Rusia!

 Fin del deshielo

 Pero lo que finalmente colmó el vaso fue la flagrante violación de la confianza de EEUU hacia Irán.

 El 22 de junio de 2025, bajo el nombre en clave «Operación Martillo de Medianoche», Estados Unidos llevó a cabo ataques aéreos contra tres instalaciones nucleares iraníes en Fordow, Natanz e Isfahán. Previamente, el 13 de junio, agencias de inteligencia occidentales habían lanzado un ataque sorpresa contra Irán.

 Sin embargo, en el verano de 2025, se produjeron esfuerzos diplomáticos y conversaciones paralelas entre Estados Unidos, el Congreso estadounidense e Irán en relación con el programa nuclear y las tensiones en Oriente Medio.

 El bombardeo de las instalaciones nucleares iraníes el 22 de junio de 2025 coincidió con negociaciones secretas entre representantes estadounidenses y diplomáticos iraníes para lograr una desescalada o, al menos, contener las llamadas tensiones «nucleares». Al mismo tiempo, sin embargo, el ejército estadounidense y algunos miembros de línea dura del gobierno estadounidense preparaban operaciones militares, que finalmente se llevaron a cabo.

 Este enfoque contradictorio constituyó una flagrante violación de los principios más fundamentales de la buena fe en las relaciones interpersonales. Todo negociador sabe que, incluso antes de la celebración de un contrato y durante las negociaciones, se puede incurrir en responsabilidad legal si, por ejemplo, se oculta información importante, se hacen declaraciones falsas o se actúa de forma deshonesta. Estos principios tienen por objeto proteger la confianza en las transacciones comerciales privadas e internacionales.

 Pero, claro, estos «dueños del mundo» afirman que estos principios solo se aplican a los «esclavos»: «Quod licet Iovi, non licet bovi» («Lo que se le permite a Júpiter no se le permite al buey»). Lo que se permite a los poderosos o privilegiados está prohibido o es imposible para la gente «normal».

 Esto recuerda mucho a la distinción entre ius divinum (derecho divino inmutable) e ius positivum (derecho secular) en el derecho canónico anterior. Hasta el siglo XIX, hubo canonistas que creían que los acuerdos entre una entidad no eclesiástica (el Estado) y la Santa Sede carecían de efecto vinculante para la Iglesia en virtud del derecho internacional. Como institución divina, la Iglesia no podía vincularse a tratados seculares en el cumplimiento de su misión. El bienestar de las almas (salus animarum) prevalecía sobre cualquier acuerdo secular. Si un concordato contradecía tal fin supremo, la Iglesia quedaba ipso facto exenta de él.

 El excepcionalismo político de motivación religiosa del » Destino Manifiesto » del siglo XIX es una copia burda de esta idea. Afirma que Estados Unidos tiene el destino divino de expandirse por Norteamérica y más allá.

 En esta representación alegórica del «Destino Manifiesto», la figura de Columbia personifica a Estados Unidos, que trae la «luz de la civilización» a los colonos estadounidenses en el Oeste y expulsa a los nativos americanos y a otros animales salvajes. Columbia tira de un cable telegráfico y sostiene un libro escolar en su mano derecha. Las autoproclamadas potencias mundiales de Occidente aún viven en un mundo de fantasía similar.

 Pero ahora incluso algunos de los compañeros más leales de la OTAN y de la maquinaria militar estadounidense están hartos; o deberíamos decir, finalmente comprenden que son sólo herramientas y víctimas de un imperio delirante que agoniza lentamente.

 Votando con los pies

 El Cuarteto Indopacífico (IP4) es una alianza informal entre Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda que participa regularmente en las cumbres de la OTAN desde 2022. Su objetivo es conectar los desafíos de seguridad en la región euroatlántica con los del Indopacífico. Estos cuatro países tienen una importancia estratégica fundamental para Occidente. Su alianza integra la dimensión indopacífica en el marco de la cooperación de la OTAN.

 A la cumbre de la OTAN en La Haya, celebrada los días 24 y 25 de junio de 2025, no asistieron los jefes de gobierno de Corea del Sur (el presidente Lee Jae Myung), Japón (el primer ministro Shigeru Ishiba) y Australia (Anthony Albanese).

 El primer ministro Ishiba canceló oficialmente su participación tan solo tres días antes de la cumbre. El Ministerio de Asuntos Exteriores japonés alegó vagas «circunstancias diversas» como motivo.

 El presidente Lee Jae Myung decidió no asistir debido a sus prioridades nacionales y a los acontecimientos en Asia Occidental. La tensión en la región se ha intensificado tras el ataque estadounidense a las instalaciones nucleares iraníes el domingo, mientras continúan las hostilidades entre Israel e Irán. También existe la preocupación de que se provoque a China o Rusia , especialmente tras los ataques estadounidenses contra objetivos iraníes.

 El primer ministro Albanese también canceló la cumbre poco antes. Además de las tensiones en Oriente Medio, se citaron como motivos las tensiones en materia de política comercial y de defensa con Estados Unidos, en particular en relación con los aranceles y otras exigencias.

 El Primer Ministro de Nueva Zelanda, Christopher Luxon, fue el único representante de los países IP4 que asistió.

 La ausencia de estos países no fue casualidad, sino una decisión conjunta y consciente, en gran medida debido a la postura agresiva de EE. UU. hacia Irán. Aliados anteriormente leales, que siempre habían sido confiables para Occidente, se oponen cada vez más a la continuidad de la política imperialista, ya que ven sus propios intereses vitales amenazados por la política occidental. Además, ven una alternativa real cada vez con mayor claridad.

 Los BRICS son el nuevo entorno post-Occidente

 Occidente cree estar inmerso en un nuevo «choque de civilizaciones», un eslogan acuñado por Samuel P. Huntington en la década de 1990. La mayoría global ve las cosas de forma completamente diferente. En su opinión, esto supone una ruptura con el pasado.

 Los BRICS no son una alianza confrontativa, sino que actúan por interés propio y buscan influencia global para lograrlo.

 Estos países se ven a sí mismos como parte de un nuevo orden mundial multipolar que no está centrado en Occidente.

 Serguéi Lavrov, ministro de Asuntos Exteriores ruso, habló en la 53ª Conferencia de Seguridad de Múnich en 2017 de un “orden mundial postoccidental” en el que cada país se define por su propia soberanía.

 En junio de 2017, el presidente chino, Xi Jinping, pronunció un discurso histórico en el Foro Económico BRICS, en el que cuestionó el dominio occidental de la economía global. Según su discurso, China pretende colaborar con sus socios para construir una nueva cadena de valor global mediante el reequilibrio de la globalización económica.

 Desde entonces, ha habido muchas declaraciones en la misma línea.

 El presidente ruso, Vladimir Putin, lo dejó claro :

 No trabajamos contra nadie; trabajamos en nuestro propio interés y en el de los estados miembros. Los BRICS no persiguen una agenda de confrontación.

 El ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, añadió una vez más:

 “Luchamos por un equilibrio de intereses, pero de ninguna manera contra nadie en Occidente”.

 Celso Amorim, fundador y diplomático brasileño del BRICS, destaca:

 “El BRICS no está contra Occidente; está a favor del equilibrio, del desarrollo, del multilateralismo y de la justicia social”.

 Un artículo del South China Morning Post lo expresa así :

 “Los BRICS no son antioccidentales; buscan un orden mundial más equitativo”.

 La revista Eurasia también lo resume sucintamente:

 “El sistema BRICS es ‘no occidental’, pero no ‘antioccidental’”.

 The Guardian comenta que los BRICS están construyendo una infraestructura financiera para “liberarse del sistema occidental”, una clara señal de un nuevo orden mundial descentralizado.

 En resumen: Los representantes de los países BRICS afirman claramente que no son antioccidentales, pero ya no son prooccidentales. Operan en un orden posoccidental y multipolar que, comprensiblemente, gana cada vez más apoyo.

 Así pues, querido Oeste: ha llegado el momento de tomar decisiones valientes.

 Parece que nadie en Occidente se atreve a tomar las difíciles decisiones que se avecinan. ¿No deberíamos estar retrocediendo? ¿Reconocemos los problemas que tenemos en nuestros propios países? ¿Estamos afrontándolos? ¿Estamos reformando la economía? ¿Estamos reformando nuestra forma de gobernar y estamos tomando un camino diferente? En otras palabras, ¿estamos dispuestos a renunciar a nuestro dominio político, financiero y militar sobre el mundo? Porque de eso se trata realmente.

 Vladimir Putin y Xi Jinping son educados. No presumen. No dicen que destruirán ni quebrantarán al otro bando. Son profesionales. No recurren a esa retórica. Pero debemos entender una cosa: hablan en serio. O son soberanos e independientes, o no existen. Lo mismo aplica a nosotros. En Occidente, también debemos emanciparnos del imperialismo financiero.

 La vida castiga a los que llegan tarde.

 Durante la caída del Muro de Berlín en 1989, Mijaíl Gorbachov advirtió indirectamente a Erich Honecker durante una visita de Estado a la RDA (octubre de 1989) que era necesario implementar reformas. Gorbachov declaró entonces:

 “Creo que los peligros sólo acechan a quienes no responden a la vida”.

 La historia nos enseña que quienes ignoran los cambios históricos se verán abrumados por ellos.

 ¿Alguien ahí afuera, en nuestro distante carrusel político, entiende eso?

https://observatoriocrisis.com/2025/07/27/occidente-en-una-encrucijada/

viernes, 25 de julio de 2025

La guerra contra los persas .

                                   

Objetivos alcanzados por los misiles iranís en Israel durante la guerra de los doce días (1).

La guerra contra los persas

Rafael Poch de Feliu 

Curiosa guerra la de los doce días contra Irán, en la que las tres partes implicadas, Israel, Estados Unidos e Irán, se declaran vencedoras. Falta un informe de daños fiable, pero es evidente que Irán ha sufrido: han devastado su sistema de defensa antiaéreo y sus infraestructuras, lo que agrava su frágil situación económica, y también han dañado sus instalaciones nucleares (no sabemos cuánto). El gobierno iraní admite todo eso. Pero aunque su economía esté muy tocada, en la población hay más apoyo al régimen que antes de esos doce días.

Respecto a Israel, nunca había sufrido un ataque de tal envergadura. Se ha acabado el mito de su invulnerabilidad militar. Toda la ayuda antiaérea y de intercepción de Estados Unidos y las potencias europeas, con cazas, barcos e interceptores que se sumaron a su propio sistema, no ha impedido que su territorio fuera un coladero para los misiles del adversario. The Telegraph informaba el 5 de julio de que los misiles iraníes impactaron directamente en cinco instalaciones militares. Además, el combate parece haber revelado la fragilidad industrial del bloque occidental, como informó The Guardian el 8 de julio: el conflicto ha consumido el grueso de los misiles interceptores Patriot de Estados Unidos. El agotamiento de los stocks israelíes y americanos habría determinado el alto el fuego. En Israel, estricta censura de los daños encajados, revelador alcance de lo que el exanalista de la CIA Larry C. Johnson describe como “el síndrome Samsonite” (por el elevado número de ciudadanos israelís que hicieron las maletas hacia Chipre y otros lugares), y el habitual parte de victoria, pese a que el objetivo de la guerra ha fracasado:1) un cambio de régimen en Teheran, a la siria, 2) debilitar a los Brics, Rusia y China, y 3) difuminar el genocidio.

Respecto a Estados Unidos, no hay información de satélites que confirme la afirmación de Trump, y de los propios israelíes, de que el programa nuclear de Irán haya sido “devastado”. En lo que sí hay coincidencia es en el pronóstico de que esta guerra tiene futuro asegurado. “Ha sido la primera guerra directa entre Irán e Israel y probablemente no será la última”, dice Amos Yadlin, presidente del think tank israelí Mind Israel. “El alto el fuego es frágil y la guerra puede reanudarse en cualquier momento”, opina el politólogo irano-estadounidense Kaveh Afrasiabi. “La sensación en Teherán es que Israel volverá a atacar porque la primera agresión no ha acabado muy bien para ellos. Irán se prepara para responder con fuerza ante tal eventualidad”, dice Seyed M. Marandi, profesor de la universidad de Teherán. 

Más allá de estos pronósticos, la continuación de la guerra contra los persas se desprende del hecho de su contexto. Esta guerra forma parte de un movimiento general que define las actuales tensiones del mundo: el intento occidental de preservar militarmente su menguante hegemonismo y conjurar el ascenso de las nuevas potencias independientes que lo disputan, en primer lugar China, Rusia e Irán. 

En Washington, los generales han puesto fecha al futuro enfrentamiento militar con China y hasta en Berlín algunos generales desvergonzados e históricamente amnésicos anuncian una guerra con Rusia en los próximos años. En Moscú nadie cree en la mediación de Trump en la guerra de la OTAN contra Rusia en Ucrania. ¿Qué mediación puede haber en un conflicto del que se es parte? Lo de Trump no es más que un torpe ejercicio de economía de recursos. Estados Unidos no tiene fuelle para lidiar militarmente con los tres grandes países adversarios, así que transfiere, por lo menos parcialmente, a Europa el frente ruso, mientras Israel “hace el trabajo sucio por todos nosotros”, en palabras, que quedarán para la historia de la infamia, del canciller alemán Friedrich Merz, y los americanos se concentran en su batalla perdida contra China en Asia Oriental. El vector de presionar a Rusia en su entorno continúa a toda máquina, como puede apreciarse en Moldavia, Armenia y Azerbaiyán. En Teherán se cree que muchos de los drones que atacaron las provincias del norte y este del país el 13 de julio fueron lanzados desde Azerbaiyán… Así que todo eso tiene su propia geografía, pero forma parte del mismo conflicto fundamental que está subiendo en intensidad. 

Si la unidad de acción de Occidente (Estados Unidos, Unión Europea, Australia…) está clara, la de sus tres adversarios lo está menos. La relación ruso-iraní es ambigua como lo demuestra el hecho de que en los últimos años Moscú no haya suministrado sus cazas Su-35 ni sus sistemas de defensa antiaérea S-400 a Irán, cosa que sí ha hecho con India y Turquía, miembro de la OTAN. Tras la guerra de los doce días, los rusos han respondido con cierto rubor diciendo que los iraníes no solicitaron tal cooperación militar, algo que no parece muy creíble, y que el acuerdo bilateral en la materia con Teherán dice que “si una de las partes es atacada, la otra se compromete… a no ayudar al agresor”. Dicen que tal curioso articulado fue iniciativa de los iraníes para no irritar a los americanos, pero es un hecho que tampoco los rusos quieren irritar a los israelíes con quienes mantienen una relación importante y sutil, no solo por los casi dos millones de rusoparlantes, exciudadanos de la URSS, que viven en el Estado genocida. Rusia es aliado virtual de Irán en muchos aspectos pero también objeto de recelo histórico por su tradición imperial en el XVIII y XIX (conquista del Cáucaso y Transcaucasia de influencia y presencia persa), y sus diversas ocupaciones militares del país en el siglo XX, la última de ellas después de la Segunda Guerra Mundial. Respecto a China, su principal cliente petrolero, la relación es más fluida. Seguramente Pekín ya está haciendo lo que Moscú no ha hecho: suministrar sofisticados sistemas de defensa antiaérea. Con China hay más fluidez seguramente también porque tanto China como Irán pertenecen al pequeño grupo de las entidades políticas más ancianas de este mundo. Tradiciones políticas y culturales de civilización de más de tres mil años determinan cierta sintonía.

En ese mismo contexto civilizatorio, los delirios supremacistas bíblicos de Israel no deben impresionar demasiado a Irán. Después de todo, un emperador persa, Ciro el Grande, fundador de la dinastía aqueménida, es mencionado en la Biblia como liberador de los judíos de su cautiverio babilónico en el siglo VI antes de Cristo. Como sucede con los chinos, el milenarismo judío tampoco impresiona a los persas. El Zoroastrismo, o mazdeísmo, nacido seguramente entre 1400 y 1000 años antes de Cristo fue una de las primeras, si no la primera religión monoteísta. Su cosmología, cielo, infierno, purgatorio, paraíso (en antiguo persa “pardis” significa jardín), la idea de un profeta salvador y de un mesías nacido de una virgen, inspiró, o fue adoptada por el judaísmo y su posterior desviación sectaria, el cristianismo. Autores como R.C. Zaehner defienden que los mitos mazdeístas de la creación, el fin del mundo y el juicio final, en el que las acciones de cada uno son enjuiciadas después de la muerte, son anteriores a los judíos y que éstos las adoptaron tras su contacto con la cultura persa (Katouzian, 2009). 

Habiendo sufrido a lo largo de su larga historia las invasiones y dominios de árabes, turcos, mongoles y, más recientemente, de rusos, británicos y americanos, Irán siempre recuperó su autonomía política y preservó su cultura. A diferencia de los egipcios que perdieron su antigua identidad preislámica y se convirtieron en árabes, los persas continuaron siendo persas en el Islam. Persia fue dominada por grandes potencias, pero nunca colonizada. A diferencia también de muchos de sus vecinos de la región, su territorio no es producto del trazado occidental de las fronteras. Su sistema político fue casi siempre despótico, pero al mismo tiempo estuvo atravesado por todas las corrientes de pensamiento y fue muy permeable a ellas. Su fuerte identidad persa ha convivido con turcos azeríes (la mitad de los habitantes de Teherán lo son), turkmenos, kurdos, árabes, luros, baluchis y otros. Su confesionalidad chiíta no impide la existencia de comunidades sunitas (15% de la población), cristianas y judías. Irán tiene la mayor comunidad judía de Oriente Medio con entre 9.000 y 15.000 miembros, un diputado y decenas de sinagogas.

El Irán reciente

La identidad nacional de los persas no es sólo resultado de su patrimonio chiíta o preislámico, sino también de las experiencias del siglo XX, su revolución constitucional de principios de siglo, la amenaza imperial británica, rusa y americana, el movimiento nacional de Mossadeq, los traumas del golpe de 1953 y las dramáticas experiencias de la revolución de 1979 y de la guerra contra Irak, apoyado por Occidente.

Reza Shah (1878-1944): un mozo de cuadra que había alcanzado el generalato llegó al poder mediante un golpe de Estado en 1921 e instauró una monarquía militar que puso los cimientos de la primera estructura de gobierno centralizada en 2000 años de historia, extendiendo el uso de la lengua persa en un país de gran diversidad etnolingüística, junto con las carreteras y el ferrocarril. Su modernización autoritaria se impuso sobre un entramado despótico en el que los ministros del Shah, frecuentemente formados en Europa, se postraban ante él como “esclavos de su majestad” y cuya atmósfera era descrita por un funcionario británico diciendo que, “el gobierno tiene miedo del parlamento (majlis), el majlis tiene miedo del ejército y todos temen al Shah”. Los más estrechos colaboradores de aquel “rey de reyes” acababan frecuentemente en la cárcel o asesinados, como Abdul Hassan Diba, tío de la que más tarde sería emperatriz y esposa del último Shah, hijo de Reza, Mohammad Reza Pahlavi (1919-1980) derrocado por la revolución de 1979.

Como Ataturk algo después o el zar Pedro el Grande mucho antes, Reza Shah impuso códigos de vestimenta (pantalones y chaqueta) fomentando el afeitado de barbas y la moderación en la longitud del bigote. Concluida en 1930, la prisión de Qasr llegó a ser símbolo de su régimen. La llamaban faramushjaneh, la “casa del olvido” porque quienes ingresaban en ellas debían ser olvidados por la sociedad y borrar de su memoria el mundo exterior. El Shah modernizó Teherán, destruyendo la ciudad antigua, creando tiendas, cafés y cinco cines, cuyas primeras películas fueron Tarzán, la Fiebre del oro de Chaplin y Alí Babá y los cuarenta ladrones. En el resto del país, por primera vez el poder militar central se impuso sobre la tradicional fuerza militar tribal que reinaba en regiones sin control, se sometió al clero “supersticioso”, se abrieron escuelas, mejoró el estatuto de las mujeres, se eliminaron estructuras “feudales”, se crearon las primeras fábricas y, sobre todo, se unificó el país lingüística y culturalmente, fomentando la unidad y una identidad nacional. 

La occidentalización era el envoltorio del despotismo con prioridad de lo militar sobre lo civil, completa ignorancia de la ley y la Constitución, asesinato de líderes de la oposición y generalización de la corrupción. 

Admirador de la Alemania nazi que, en vísperas de la II Guerra Mundial, era su primer socio comercial, Reza adoptó, en 1934, el nombre de Irán como el país origen de los arios. Con la invasión alemana de la URSS, soviéticos y británicos se hicieron con el control militar del país para disponer de un corredor terrestre de suministro alternativo a la peligrosa ruta marítima del norte del puerto de Arkhangelsk. Echaron al Shah pero conservaron su monarquía, que pasó a manos de su hijo Mohammad Reza, en 1941.

Mohammad Reza se estrenó como monarca constitucional poniendo fin al absolutismo de su padre –que murió en el exilio en Sudáfrica–, hasta que en 1953, instado por Inglaterra y Estados Unidos, dio un golpe de Estado contra su primer ministro Mohammad Mosaddeq, porque éste había nacionalizado la industria del petróleo en 1951 y era una figura demasiado independiente e incorruptible. El derrocamiento de Mosaddeq fue el primer golpe de Estado de la CIA y con él, el Shah restableció el régimen despótico de su padre y la autoridad indiscutible de la monarquía. El golpe asoció al Shah con los intereses petroleros ingleses y el imperialismo, y a su ejército con los servicios secretos británicos y la CIA. De paso, destruyó la oposición de izquierdas, lo que ayudó a reemplazar el nacionalismo, el socialismo y el liberalismo por el fundamentalismo islámico. Puede decirse por eso que las raíces de la revolución de 1979 se remontan a 1953 ( Abrahamian, 2008). 

Con su último Shah y lo que se denominó “revolución blanca”, Irán se convirtió en el cuarto productor mundial de petróleo, el segundo exportador, y principal gendarme regional subordinado a Israel y Estados Unidos. Su presupuesto militar se multiplicó por doce y su policía de Estado, la Savak, creada por el Mossad y el FBI, devino en un temible instrumento de represión y control, cuya acción alcanzaba hasta el pueblo más remoto, con entre 25.000 y 100.000 presos políticos en 1975. Formalmente existían dos partidos, (Irán Novin y Mardom), popularmente conocidos como el “partido del sí”, y el “partido del sí señor”. Paralelamente hubo grandes avances en sanidad y educación, el analfabetismo se redujo de casi el 80% al 60% y se multiplicó el número de estudiantes, 80.000 de ellos en el extranjero. En vísperas de la revolución, casi la mitad de la población tenía menos de 16 años y las desigualdades sociales se habían exacerbado. Los sectores intelectuales y obreros que concentraban el mayor descontento multiplicaron por cuatro su número. Pensada para prevenir una revolución roja, la “revolución blanca” del Shah creó las condiciones para una inusitada y desconcertante “revolución islámica”.

La revolución de 1979 combinó nacionalismo, populismo y radicalismo religioso. El sociólogo Alí Shariati, uno de los autores que mejor expresó el nuevo espíritu, tradujo a Sartre, Che Guevara y a Franz Fanon, recibió la influencia de la teología de la liberación y de los movimientos de liberación nacional. Shariati definió la esencia del chiísmo como la lucha contra la opresión, el feudalismo, el capitalismo y el imperialismo. Educado en Francia, y tras haber sido encarcelado dos veces, tuvo que marchar al exilio para establecerse en Inglaterra, donde murió tres semanas después de su llegada y dos años antes de la revolución, en lo que los iranís interpretaron como un asesinato de la Savak. Si el público de Shariati era la intelligentsia y la juventud estudiantil, el de Jomeini, confinado o exiliado desde 1963 por acusar al Shah de someterse al dictado de los americanos, acabó siendo el conjunto de la población que coreaba en las manifestaciones sus postulados: El islam pertenece a los oprimidos, no a los opresores / El Islam representa a los habitantes de las barriadas no a los de los palacios/ El Islam no es el opio de las masas / Los pobres mueren por la revolución, los ricos conspiran contra ella / Oprimidos del mundo, ¡uníos! / Oprimidos del mundo, cread un partido de los oprimidos / Ni Este ni Oeste, sino Islam / El Islam eliminará las diferencias de clase / El islam se origina entre las masas, no entre los ricos / En el Islam no habrá campesinos sin tierra

Como toda revolución, la iraní conoció enseguida la división y los enfrentamientos entre sus miembros, devoró a sus hijos e hizo suyos los métodos de tortura, ejecución y encarcelamiento de opositores que habían caracterizado al régimen anterior. La facción armada apoyada por el presidente Bani Sadr intentó tomar el poder en junio de 1981, asesinando a numerosas personalidades como el presidente de la Asamblea de expertos, el jefe del Tribunal Supremo, el jefe de la Policía, el de los tribunales revolucionarios, cuatro ministros, diez viceministros, un editor de periódico, veintiocho diputados, dos imanes y al presidente Mohamad Rajai, hiriendo, además, a dos importantes colaboradores de Jomeini, incluido su futuro sucesor como líder supremo, Rafsanjani. En el año y medio anterior, los tribunales ejecutaron a 497 opositores y en los cuatro años posteriores a aquel junio se ejecutó a 8.000 opositores, la mayoría de ellos antiguos revolucionarios. Occidente respondió a la revolución animando a Sadam Husein a iniciar su guerra contra Irán, de ocho años de duración (1980-1988), que produjo unos 200.000 muertos en Irán (la cifra de un millón de muertos habitualmente barajada no es correcta) y unió al país, aunque algunos grupos se aliaron con el enemigo. Concluida la guerra, una nueva ola de terror ahorcó en apenas cuatro semanas a 2.800 presos, lo que ocasionó la dimisión en protesta y el retiro del ayatollah Husein Montazeri que, desde 1979, estaba llamado a ser el sucesor de Jomeini. 

La revolución de 1979 dio lugar a un sistema sin precedentes que combinó el gobierno de los clérigos con la democracia, con tres poderes separados, incluido un presidente electo y un parlamento, así como un sistema de tutela clerical de rango superior sobre todo ello. En la práctica, este sistema ha producido un juego institucional y una alternancia entre conservadores y reformadores mayor y seguramente más vivo que el de los actuales Estados Unidos con el eterno gobierno del Estado profundo y la alternancia entre las dos facciones de lo que es en esencia un partido único absolutamente controlado por la minoría más rica. En Irán, el aperturista Hasán Rohaní (presidente de 2013 a 2021) sucedió al conservador Majmud Ajmadineyad (2005-2013), con cambios de fondo, bandazos y retrocesos más significativos que los Clinton y Obama respecto a los Bush o Trump. Bernard Hourcade, uno de los más conocidos especialistas franceses en Irán, define al régimen iraní como “una república vigilada que se demuestra capaz de cambios y evolución bajo la presión cada vez mayor de su población” (Hourcade, 2016). La siempre denostada, y con razón, situación de la mujer en Irán es manifiestamente más desahogada que en los países musulmanes de la región. El 60% de los estudiantes universitarios y el 40% de los médicos son mujeres en Irán y en general, la sociedad parece mucho más viva y rebelde en la reclamación de sus derechos. En 2003 The Economist observaba que “pese a ser un Estado islámico imbuido de religión y de simbolismo religioso, Irán es un país cada vez más anticlerical. En eso se parece a ciertos países católicos en los que la religión se da como cosa hecha, sin particular exhibición y con sentimientos ambiguos hacia el clero. Los iraníes tienden a burlarse de sus mullahs, con chistes sobre ellos y desde luego los quieren fuera de sus dormitorios. Su disgusto es particularmente vivo hacia el clero político”.

A principios del actual siglo el 70% de la población no observaba sus oraciones diarias y menos de un 2% acudía a las mezquitas los viernes. (Abrahamian, 2008). Reducir la crónica de ese país a las protestas populares contra el velo, la represión o el elevado número de ejecuciones (frecuente segundo puesto mundial después de China), es la receta segura para no entender nada sobre Irán. En lo que a mí respecta, eso es algo que percibí con bastante claridad en mi único contacto directo con políticos iraníes. Fue, durante varios años, en la Conferencia de Seguridad de Múnich, un cónclave atlantista organizado por las empresas armamentísticas alemanas al que se invitaba a algunos iraníes para mostrar un aparente pluralismo, absolutamente ausente del certamen. En medio de tanta estupidez imperial, las intervenciones de los iraníes solían ser las más interesantes y sofisticadas, y siempre eran ignoradas por el rebaño mediático allí congregado. 

Que un país de 92 millones de habitantes, más grande que la suma de España, Francia, Gran Bretaña y Alemania, con tal longeva tradición civilizatoria, que tiene frontera, terrestre o marítima, con quince países sin haber protagonizado ni una sola agresión ni invasión en los últimos doscientos años, y que propone desde hace décadas el establecimiento de una zona libre de armas nucleares en Oriente Medio, pase en Occidente por ser amenaza internacional, objeto de sanciones y bloqueos, y ahora de guerra, es mérito de nuestros medios de comunicación. 

Cuando se dice que Irán no es Irak, se entiende que el imperio, cuya capacidad de desastre nadie discute, tiene en los persas un adversario de otra entidad y calidad. Es dudoso que los enloquecidos criminales de Washington y Tel Aviv comprendan la diferencia.

Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona) fue corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania de la eurocrisis.

Fuente: https://ctxt.es/es/20250701/Politica/49705/imperios-combatientes-rafael-poch-persas-guerra-iran-revolucion-1979.htm

NOTA (1)  del blog  .- Video israelí  del impacto en la refinería 

 https://www.hispantv.com/noticias/defensa/618579/video-misiles-iranies-impactan-refineria-israel