Indignidad europea ante el engaño trumpista
Por Juan Torres López
| 29/07/2025 |
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen,
y el de Estados Unidos, Donald Trump, acaban de escenificar una auténtica y
desvergonzada obra de teatro.
Como ha hecho con otros países, Donald Trump no ha buscado
ahora con la Unión Europea un buen acuerdo comercial para los intereses de la
economía estadounidense, como él se empeña en decir. Y en lo que ha cedido von
der Leyen no es en materia arancelaria para evitar los males mayores de una
escalada de guerra comercial, como afirman los dirigentes europeos. El asunto
va por otros derroteros.
Los aranceles del 15 por ciento acordados para gravar casi
todas las exportaciones europeas los pagarán los estadounidenses y, en algunos
casos, con costes indirectos aún más elevados.
Eso pasará, entre otros productos, con los farmacéuticos que
se ven afectados. Puesto que en Estados Unidos no hay producción nacional
alternativa y siendo generalmente de compra obligada (los economistas decimos
de muy baja elasticidad de la demanda respecto al precio) los consumidores
terminarán pagando precios más elevados. Suponiendo que fuese posible o
interesara la relocalización de las empresas para irse a producir a Estados
Unidos (lo que, desde luego no está nada claro), sería a medio plazo (lo
expliqué en un artículo anterior).
Los aranceles a los automóviles europeos serán del 15 por
ciento, pero los fabricantes estadounidenses deben pagar otros del 50 por
ciento por el acero y el cobre, y del 25 por ciento por los componentes que
adquieren de Canadá y México. Sería posible, por tanto, que los coches
importados de la Unión Europea sean más baratos que los fabricados en Estados
Unidos y que a los fabricantes de este país les resulte mejor producirlos en
Europa y llevárselos de vuelta. Además, la mayoría de los automóviles de marcas
europeas que se venden en Estados Unidos se fabrican allí, de modo que no les
afectarán los aranceles, mientras que en Europa apenas se venden coches
estadounidenses, no por razones comerciales sino más bien culturales o de
gustos. Otros productos en los que Europa tiene ventajas, como los relativos a
la industria aeroespacial y algunos químicos, agrícolas, recursos naturales y
materias primas no se verán afectados.
En realidad, en términos de exportación e importación de
bienes generales, el «acuerdo» no es favorable a Estados Unidos. Como explicó
hace unos días Paul Krugman en un artículo titulado El arte del acuerdo
realmente estúpido, el que suscribió con Japón (y se puede decir exactamente lo
mismo ahora del europeo y de todos los demás) «deja a muchos fabricantes
estadounidenses en peor situación que antes de que Trump iniciara su guerra
comercial».
No obstante, todo esto tampoco quiere decir que Europa haya
salido beneficiada. Las guerras comerciales no suele ganarlas nadie, y muchas
empresas y sectores europeos (los del aceite y el vino español, por ejemplo) se
verán afectados negativamente. Pero no perderán porque Trump vaya buscando
disminuir el déficit de su comercial exterior, sino como un efecto colateral de
otra estrategia aún más peligrosa.
La realidad es que a Estados Unidos no le conviene
disminuirlo porque este déficit, por definición, genera superávit y ahorro en
otros países que vuelve como inversión financiera a Estados Unidos para
alimentar el negocio de la gran banca, de los fondos de inversión y de las
grandes multinacionales que no lo dedican a invertir y a localizarse allí, sino
a comprar sus propias acciones. El déficit exterior de la economía
estadounidense no es una desgracia, sino el resultado deliberadamente provocado
para construir sobre él un negocio financiero y especulativo de colosal
magnitud.
Lo que verdaderamente busca Estados Unidos con los
«acuerdos» comerciales no es eliminar los desequilibrios mediante aranceles.
Eso es algo que no se ha conseguido prácticamente nunca en ninguna economía).
El objetivo real de Estados Unidos es hacer chantaje para extraer rentas de los
demás países, obligándoles a realizar compras a los oligopolios y monopolios
que dominan sus sectores energético y militar y, por añadidura, humillarlos y
someterlos de cara a que acepten más adelante los cambios en el sistema de
pagos internacionales que está preparando ante el declive del dólar como moneda
de referencia global.
En el «acuerdo» con la Unión Europea (como en los demás), lo
relevante ni siquiera son las cantidades que se han hecho públicas. Los
aranceles son una excusa, un señuelo, el arma para cometer el chantaje. Lo que
de verdad importa a Trump no es el huevo que se ha repartido, sino el fuero que
acaba de establecer. Es decir, la coacción, el sometimiento y el monopolio de
voluntad que se establecen, ya formalmente, como nueva norma de gobernanza y
dominio de la economía global y que Estados Unidos necesita imponer, ahora por
la vía de la fuerza financiera y militar debido a su declive como potencia
industrial, comercial y tecnológica.
Siendo Donald Trump un gran negociador, si quisiera lograr
auténticas ventajas comerciales para su economía no habría firmado lo que ha
«acordado» con Europa (y con los demás países), ni hubiera dejado en el aire y
sin concretar sus aspectos más cuantiosos. La cantidad de compras de material
militar estadounidense no se ha señalado: «No sabemos cuál es esa cifra», dijo
al escenificar el acuerdo con von der Leyen. El compromiso de compra de 750.000
millones de dólares en productos energéticos de Estados Unidos en tres años
sólo podría obligar a Europa a desviar una parte de sus compras y tampoco
parece que se haya concretado lo suficiente. Y la obligación de inversiones
europeas por valor de 600.000 millones de dólares en Estados Unidos es una
quimera porque la Unión Europea no dispone de instrumentos (como el fondo
soberano de Japón) que le permitan dirigir inversiones a voluntad y de un lado
a otro. Además, establecer esta última obligación sería otro disparate si lo
que de verdad deseara Trump fuese disminuir su déficit comercial con Europa: si
aumenta allí la inversión europea, disminuirán las compras de Europa a Estados
Unidos, y lo que se produciría será un mayor déficit y no menor.
Lo que han hecho von der Leyen y Trump (por cierto, en Escocia
y ni siquiera en territorio europeo) ha sido desnudarse en público. Han hecho
teatro haciendo creer que negociaban cláusulas comerciales, pero en realidad se
han quitado la ropa de la demagogia y los discursos retóricos para mostrar a
todo el mundo sus vergüenzas manifestadas en cinco grandes realidades:
1. El final del gobierno de la economía global y el comercio
internacional mediante reglas y acuerdos y el comienzo de un nuevo régimen en
el que Estados Unidos decidirá ya sin disimulos, a base de chantaje,
imposiciones y fuerza militar.
2. A Estados Unidos no le va a importar provocar graves
daños y producir inestabilidad y una crisis segura en la economía internacional
para poner en marcha ese nuevo régimen. Quizá, incluso lo vaya buscando, lo mismo
que buscará conflictos que justifiquen sus intervenciones militares.
3. La Unión Europea se ha sometido, se arrodilla ante el
poder estadounidense y renuncia a forjar cualquier tipo de proyecto autónomo.
Como he dicho, a Trump no le ha importado el huevo, sino mostrar que Europa ya
no toma por sí misma decisiones estratégicas en tres grandes pilares de la
economía y la geopolítica: defensa, energía e inversiones (en tecnología, hace
tiempo que perdió el rumbo y la posibilidad de ser algo en el concierto
mundial). Von der Leyen, con el beneplácito de una Comisión Europea de la que
no sólo forman parte las diferentes derechas sino también los socialdemócratas
(lo que hay que tener en cuenta para comprender el alcance del «acuerdo» y lo
difícil que será salir de él), ha aceptado que la Unión Europea sea, de facto,
una colonia de Estados Unidos.
4. Ambas partes han mostrado al mundo que los viejos
discursos sobre los mercados, la competencia, la libertad comercial, la
democracia, la soberanía o la paz eran lo que ahora vemos que son: humo que se
ha llevado el viento, un fraude, una gran mentira.
5. Por último, han mostrado también que el capitalismo se ha
convertido en una especie de gran juego del Monopoly regido por grandes
corporaciones industriales y financieras que han capturado a los estados para
convertirse en extractoras de privilegios, en una especie de gigantescos
propietarios que exprimen a sus inquilinos aumentándoles sin cesar la renta
mientras les impiden por la fuerza que se vayan y les hablan de libertad.
La Unión Europea se ha condenado a sí misma. Ha dicho adiós
a la posibilidad de ser un polo y referente mundial de la democracia, la paz y
el multilateralismo. Ahora hace falta que la gente se entere de todo esto y lo
rechace, lo que no será fácil que suceda, pues a esos monopolios se añade el
mediático y porque, como he dicho, esta inmolación de Europa la ha llevado a
cabo no sólo la derecha, sino también los socialistas europeos que, una vez
más, traicionan sus ideales y se unen a quien engaña sin vergüenza alguna a la
ciudadanía que los vota.
Fuente: https://juantorreslopez.com/indignidad-europea-ante-el-engano-trumpista/
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