Estanflación en Occidente y disputa por las materias primas en un mundo en guerra .
Gabriel Merino
En California, Estados Unidos, el litro de gasoil llegó a pagarse la exorbitante cifra de 2 dólares por litro, en un mercado que tradicionalmente tiene precios por debajo de la media mundial. Por su parte, la gasolina llegó a aumentar 60% en un año, aunque ahora esté retrocediendo junto con la caída de la demanda. Del otro lado del Atlántico la situación es más preocupante. Los precios del gas al mayoreo en Europa se acercan en promedio ya a los 200 euros por megavatio hora, frente a los 25 euros antes de la crisis. La inflación en Estados Unidos se situó en junio en 9,1% anual (cuarto mes consecutivo por encima del 8%) y en Europa 8,6%.
En ambos casos se trata de número que no se conocían en por lo menos tres o cuatro décadas. A ello se le agrega los dos trimestres de caída económica en EEUU (el primero de 1,6% y el segundo de 0,9%) y pronósticos recesivos en Europa para la segunda mitad del año, cuya tasa de interés negativa no sirvió para revertir el estancamiento estructural que se inició luego de la crisis de 2008.
Es decir, el Occidente geopolítico se encuentra, prácticamente, a las puertas de una estanflación, que expresa elementos coyunturales pero también cuestiones más de largo plazo.
En este escenario, Europa y EEUU se enfrentan a un conjunto de dilemas económicos y geopolíticos complejos. Entre otros, atacar la inflación subiendo las tasas de interés contribuye a un escenario recesivo, a la vez que puede hacer explotar la burbuja financiera (especialmente en bonos y tecnológicas) que se expandió en la última década de forma exorbitante, al calor de las tasas de interés por el suelo para evitar, justamente, una recesión mediante la financiarización de la economía.
Por otro lado, acordar con Moscú, desescalar la guerra económica a través de sanciones y frenar el proceso de desconexión económica con Rusia que golpea particularmente en el sector energético significaría tener que asumir una derrota estratégica en Ucrania, aceptando algunos de los objetivos fundamentales de Rusia, lo que incluye, entre otros, la integración del Donbás a su Federación, pero también las provincias de Jerson y Zaporiyia. Sería otro retroceso más en Eurasia que se sumaría a los de Afganistán, Irak y Siria.
La alta inflación es un fenómeno global, pero también tiene sus particularidades: mientras en América Latina los números tienden a ser más altos que en Occidente (con la gran excepción de Bolivia), en China, en cambio, la inflación de junio anualizada dio sólo el 2,5%.
Además, en relación a la inflación está el tema de la escasez, lo cual constituye un gran problema para los países periféricos y semiperiféricos con poca capacidad estatal para enfrentar estas situaciones, particularmente de productos básicos, que puede fácilmente convertirse en hambre. Lo más “triste” es que se trata de los países que en general producen dichos productos básicos, una muestra más de la dinámica desigual y combinada del capitalismo mundial, y de las relaciones de dependencia. Es el caso de Argentina y Brasil, potencias en la exportación mundial alimentos, pero que según la FAO se encuentran entre los países que tienen entre un 25 y 39% de la población con inseguridad alimentaria moderada o severa.
¿Cuáles son las causas?
Los medios “occidentales» dominantes parecieran afirmar a coro que la causa de todos los problemas es Putin. Sin embargo, el propio presidente de la Reserva Federal de EEUU observó que el problema de la inflación era anterior de la intervención de Rusia en Ucrania. De hecho, antes de la “operación militar especial” Estados Unidos ya tenía la inflación más alta en 40 años. También la propia BBC reconoce que “Incluso antes de que Vladimir Putin ordenara la ofensiva, a finales de febrero, la demanda mundial de gasoil ya excedía la oferta.” (15/06/2022)
La primer causa clave fue la Pandemia. El abrupto cierre de buena parte de la economía por el confinamiento produjo un desplome de la demanda —recordemos que el petróleo llegó a tener precios negativos (US$ -37)—, con una consecuente caída en producción e inversión. Eso luego se sentiría. Volver a poner en marcha «de golpe» la producción y logística mundial resultó complicado.
Este problema de lado de la oferta se dio junto a un enorme impulso estatal para sostener la demanda, provocando un fuerte desequilibrio. En este sentido, los bancos centrales de EEUU, UE y Japón emitieron casi US$ 5 billones, que a diferencia de la hiper-expansión financiera post-2008 no fue sólo a sostener y engrosar las burbujas para beneficio del poder financiero, sino también al bolsillo de los trabajadores.
En el caso del petróleo, una vez que tocó el piso de mayo de 2020, no ha dejado de tener una tendencia creciente, hasta alcanzar casi los 95 dólares por barril el 14 de febrero de 2022. A ello se le agrega que existe una nueva relación de fuerzas a nivel mundial, un avance de la multiplicad relativa, que se traduce en una mayor capacidad de la OPEP + Rusia para administrar la producción mundial e influir de forma decisiva en los precios. Ello se vio en la última semana cuando esta entidad sorprendió con un inesperado recorte de 100.000 barriles diarios, provocando una suba del precio del 4%.
La otra causa es la guerra en Ucrania, que es parte de un conflicto mundial, que articula elementos regionales y locales. Desde 2014 se desarrolla una Guerra mundial híbrida y por «pedacitos». De hecho desde entonces la guerra económica contra Rusia se expresó en 2754 sanciones, que en marzo de este año, a raíz de la intervención militar de Moscú, ya se habían duplicado. Vivimos una nueva escalada de un conflicto mundial. La Pandemia aceleró las tendencias de la transición geopolítica: el declive relativo de EEUU y el Norte Global y el ascenso relativo de China y potencias emergentes con centro en Eurasia. Con ello la Guerra Mundial Híbrida y Fragmentada (GMHyF) también cambió de fase e intensidad.
En otras palabras, el conflicto en Ucrania de Rusia vs la OTAN, que articula una guerra civil (desde 2014) y una guerra interestatal (desde 2022) es expresión de esta escalada de la GMHyF de baja intensidad a media. Y en toda guerra es crucial asegurar abastecimiento/reserva de materias primas. Es decir, hay una correlación histórica entre la guerra -particularmente aquellas guerras que son sistémicas, inherentes a las grandes transiciones histórico-espaciales de poder- y los precios de las materias primas.
Sin embargo, esto no es lineal y puede haber contratendencias coyunturales, como los períodos recesivos o los “alto el fuego. Además, hay que tener en cuenta que en la actualidad, aunque se trate de un conflicto sistémico que no va resolverse en el corto plazo -propia de la crisis de hegemonía y transición- la dinámica de esta GMHyF es distinta: resulta más volátil y fluctuante, aunque no pierde rasgos estructurales.La guerra económica contra Rusia
El otro elemento clave de esta guerra y del aumento de precios de las materias primas es la centralidad de la guerra económica contra Rusia. Las fuerzas dominantes en Washington y Londres entienden que es en la dimensión económica donde radica la principal debilidad de la potencia euroasiática y es allí donde desplegó su armas más potentes, arrastrando a Europa.
El problema de esta guerra económica de alta intensidad (con «toda la carne al asador», incluyendo la expulsión de la mayor parte de las entidades rusas del sistema de pagos internacional SWIFT) es que se hace sobre un gigante de las materias primas. Rusia es el primer exportador de Gas con nada menos que el 20% de la oferta mundial. Además es el segundo país exportador de petróleo (10%) y el primero de trigo (19%, a lo que se suma 10% de Ucrania). También es el principal exportador de fertilizantes (15,6%), el segundo de carbón, el tercer productor de oro, el segundo platino, el cuarto de plata y posee el 30% de los recursos naturales comprobados del mundo, en un país cuyas dimensiones equivalen a algo más de la novena parte de la tierra firme del planeta.
Otro dato que muestra el poderío relativo de Rusia, aunque ocupe un lugar de semi-periferia en la economía capitalista mundial, es que se trata del segundo exportador de armas del mundo, siendo de primer nivel (o con características de centro) en la industria de la defensa, aeroespacial y cibernética.
La importancia relativa de la economía rusa se subestima en la prensa anglosajona. Se llegó a comparar con Italia tomando PIB nominal. Pero su importancia es mucho mayor en términos cualitativos. De hecho, si medimos su PIB de acuerdo al poder de compra real o paridad de poder adquisitivo, el tamaño de la economía de Rusia es similar al de Alemania, ocupando el sexto lugar a nivel mundial con 4,7 billones de dólares. Este último indicador, junto con la capacidad de producción soberana de alimentos, energía y armamentos son clave para los análisis estratégicos (aunque no haya que tomarlo como absoluto), especialmente en un país que es una potencia en la producción armamentística y, por lo tanto, no paga en divisas la adquisición de equipamiento, ni dependen de otra potencia.
Otro dato que da cuenta de cierta fortaleza relativa de la economía de Rusia —o resiliencia como se dice ahora— es que a diferencia de otras economías que fueron sometidas a guerra económica, ésta se fue recuperando ya desde 2018 a pesar de las sanciones, luego del golpe inicial de 2014 y 2015. Esto en parte se explica por las capacidades relativas de Rusia en el despliegue de una economía de guerra post 2014 — esto se ve en el nivel de sus reservas financieras o enun presupuesto que cierra en 44 dólares el barril de petróleo—, pero también y especialmente porque tiene en China, pero también en India y otros países de Eurasia, un gran colchón estratégico.
Estas fortalezas se reflejan en la moneda rusa, el rublo, que fue la que más se valorizó en el año. De la devaluación inicial, cuando llegó a alcanzar los 139 rublos por dólar (a principios de marzo) hoy la paridad está en 61, mucho mejor que antes de la intervención militar directa en Ucrania.
Ello no quiere decir que Rusia no tenga debilidades. Es una semiperiferia económica —aunque con alto grado de control soberano de su economía y capacidades estratégicas, no es comparable a otras semiperiferias como Brasil— y la desconexión con Europa, el embargo y aislamiento del Norte Global van golpearla. Se estima que este año su economía se contraerá 4%. Mucho menos de lo previsto inicialmente por Occidente, que se ilusionaba con caídas del orden del 15% o 20%, pero aún así resulta importante y detiene la dinámica de la recuperación de los últimos años. Además, resta saber si logra reorganizar la cadena de suministros para su industria dependiente del Norte Global.
La desconexión energética entre Occidente y Rusia
Aquí aparece otro elemento clave del actual descalabro de precios y en donde también se ve que esta guerra económica contra Rusia tiene un vuelto importante para el propio EEUU y UE (con un horizonte un tanto catastrófico para esta última): la cuestión de la “desconexión” energética entre Occidente y Rusia.
Esta desconexión es uno de los grandes objetivos geoestratégicos y económicos de EEUU y las fuerzas globalistas y atlantistas estadounidenses y británicas, que la Unión Europea adoptó como propios, dando cuenta de su subordinación estratégica. Es un gran triunfo, al menos coyuntural, de estas fuerzas en la búsqueda por sobre-extender y desequilibrar a Rusia (como recomendaba la Rand Corporation en 2019).
El problema son los costos de esta estrategia. Hasta el año pasado Rusia proveía el 41% del Gas, 27% del Petróleo y 47% del carbón que consumía Europa. Los 155 bcm de gas ruso no se consiguen en cualquier lado (EEUU envió 22bcm en 2021). Y se necesita infraestructura que tarda años en construirse. La dependencia energética de Europa con Rusia era y sigue siendo estructural. Para dar una idea de la importancia de Rusia vale decir que en el caso del petróleo le siguió como proveedor Irak con 9%, en el carbón Estados Unidos con 17% y en el gas Noruega con 16%. Tampoco resultará sencillo en el corto plazo para Rusia redireccionar semejante volumen de exportaciones, aunque se ve beneficiada por los precios.
El Gas Natural Licuado estadounidense proveniente del fracking, al que ahora la propia UE se comprometió a apoyar/desarrollar para que le cubra sus necesidades energéticas tiene como horizonte el 2030 y es mucho más caro que el gas ruso directo por tuberías. Tanto el faltante como el aumento de los costos en el corto pero también en el mediano plazo, presionan sobre la competitividad de la industria europea. Fue el propio CEO de Volkswagen quién llamó a separar la estrategia europea de la estadounidense al calor de la enorme crisis de la industria alemana. Poco tiempo después dejó su cargo…
El embargo al petróleo ruso (se decidió reducir el 90% para fin de año) tiene efectos parecidos. Además se presenta la cuestión de qué hacer con las refinerías rusas en europa que destilan el 10% del combustible en Europa. De hecho, hoy tienen una enorme ventaja las refinerías que consiguen petróleo ruso con 30% de descuento. Ni que hablar, la ventaja de China y la India que se proveen de petróleo más barato, aumentando su competitividad global.
Los Estados Unidos y la UE bajo la conducción del establishment globalista quieren llevar adelante una enorme reestructuración geoeconómica, para asegurar a Europa como principal cabeza de puente euroasiática y construir un «Gran Occidente». Desconectar parece ser la clave. Pero la pregunta es cuánto aguantará Europa bajo estanflación. A las contradicciones en las clases y grupos de poder dominantes se suman crecientes manifestaciones nacionales en contra de la política de Bruselas, como recientemente se vio en República Checa, donde pedían seguir un camino más parecido al de Hungría.
Las ganancias económicas y estratégicas en la coyuntura fueron más que significativas desde la óptica geoestratégica de Washington y para las grandes transnacionales estadounidenses de la energía, como las tecnológicas en la Pandemia. El precio de las acciones de las petroleras de EEUU se dispararon en la bolsa ante la crisis de Ucrania.
Sin embargo, como viene sucediendo desde 2008, las consecuencias políticas, económicas y sociales de estas estrategias (ahora precios exorbitantes y escasez de los alimentos y la energía) terminan horadando su propia legitimidad política, agudizando las disputas entre fracciones de capital y las fracturas en los grupos dominantes, y agravando el malestar social en el Norte Global que alimenta el anti-globalismo.
América Latina
Para nuestros países exportadores de materias primas la gran cuestión es cómo aprovechar un escenario histórico de altos precios internacionales (más allá de las fluctuaciones coyunturales), a la vez que desacoplar los precios internos de los internacionales, ya que de lo contrario el escenario inevitable es de crisis social (al que se puede sumar el tema de la escasez). La cuestión central —como fue en la pandemia con algunas industrias y servicios— es quién/quiénes se apropia del excedente extraordinario y para qué se utiliza o se invierte. Ello tiene como trasfondo una gran puja distributiva por el excedente extraordinario -que es a la vez global y nacional- y una enorme puja política por proyecto de país.
Esta puja explotó hace unos meses en Ecuador, cuyo principal producto de exportación es el petróleo pero que sufrió un gran aumento de combustible. Dicha contradicción se había develado en octubre 2019 y recrudeció en el mes de junio de este año.
En este contexto cabe mencionar, como mencionó Evo Morales hace poco tiempo analizando la problemática de la inflación y el estancamiento económico de la Argentina, que la nacionalización de los hidrocarburos en Bolivia fue una de las claves de su milagro económico de los últimos 15 años. Desde allí se pudo redistribuir socialmente la renta hidrocarburífera y canalizar la misma hacia inversiones que procuren el desarrollo de las fuerzas productivas nacionales hacia mayores niveles de complejidad, a la vez que garantizar cierto nivel de ganancias para las transnacionales para asegurar acceso al capital y la tecnología más avanzada.