J. A. Hobson, un precursor de la heterodoxia (II)
La lectura de este manifiesto permite comprobar que Hobson efectivamente había evolucionado desde el liberalismo al socialismo
Hobson fue uno de esos precursores, en gran parte ignorado hoy, pero que ha ejercido una influencia sobre muchos economistas, aunque sea difícil de evaluar. Encontramos rastros de ella esparcidos a lo largo del tiempo, teniendo en cuenta la longevidad y la prolijidad de Hobson [ver parte I: De Lenin a Keynes].
El legado de Hobson
Contribuciones multifacéticas
La obra monumental de Hobson es frecuentemente repetitiva y, a veces, oscura. Este es sin duda uno de los motivos, junto a la hostilidad de los ortodoxos, del relativo olvido en la que se la ha sumergido. Aunque Hobson es un arquetipo del subconsumismo, se pueden encontrar en sus contribuciones intuiciones a menudo deslumbrantes y premonitorias.
Quizás la más sorprendente sea este pasaje (p. 85-6) del libro de Hobson y Mummery, donde analizan el efecto dominó del aumento del consumo en la inversión, presagiando así lo que se llamará la teoría del acelerador, cuya formulación más elaborada será la de John M. Clark[v]. Es uno de los pocos lugares en los que Hobson esboza un modelo cuantificado, y podría decirse que su fuerza y su debilidad se encuentran sin duda en haber formulado un razonamiento coherente en términos literarios en lugar de presentarlos de una manera más formalizada.
Un buen ejemplo lo da un artículo de 1891[vi] en el que Hobson analiza el lugar de Inglaterra en la economía mundial, a partir de una comparación con la India. Compara la evolución relativa en cada país de los salarios y la productividad del trabajo (que él llama eficiencia) según un razonamiento perfectamente lógico que hoy expresaríamos en ecuaciones.
Pero este no es el único interés de este artículo porque explora de forma premonitoria una posible evolución de la economía mundial. Hobson se burla del comerciante británico para quien todo está muy bien: “La India debería ser, por toda la eternidad, un enorme campo de cultivo de cereales y algodón exportado a Inglaterra y pagado con productos manufacturados. ¡Qué solución más sencilla y agradable se podría imaginar! Pero, ¿y si no es el destino eterno de la India proporcionarnos granos y materias primas baratos? […] ¿Está realmente excluido que India pueda convertirse en el Lancashire del Imperio Británico, o tal vez con China convertirse en el taller del mundo?” ¡El taller del mundo! La fórmula anticipaba los desarrollos posteriores en la economía mundial.
La respuesta de Hobson puede parecer, incluso en nuestros días, muy utópica. Se basa en un alegato, que podría calificarse de internacionalista, a favor de “la cooperación internacional encaminada a preservar y mejorar las normas laborales en todos los países” que también tendría la ventaja “de distribuir el producto de manera más igual y más equitativa entre los trabajadores y las otras partes interesada .
Contra la teoría neoclásica de la distribución
En sus primeros escritos, Hobson utilizó la teoría de la productividad marginal para establecer lo que llamó la “ley de las tres rentas”[viii]. Sin embargo, este mismo número del Quarterly Journal of Economics publicó un artículo de otro Jhon que también se refería a una “ley de la renta”[ix]. Esta coincidencia llevó a los editores de la revista a explicar la publicación de dos artículos “con conclusiones esencialmente idénticas”: “después de enviar a la imprenta el artículo del Sr. Hobson, el profesor Clark nos informó que estaba escribiendo un artículo sobre la extensión de la conocida doctrina de la renta diferencial, que él puso a nuestra disposición. Por lo tanto, parecía que los dos autores, trabajando sobre el mismo tema de forma independiente y sin que ninguno de los dos conociera las investigaciones del otro, habían logrado simultáneamente una modificación importante de todas las teorías precedentes de la distribución”.
John Bates Clark escribirá unos años más tarde un libro que puede considerarse como fundador de la teoría neoclásica de la distribución[x]. En su prefacio, Clark menciona “muchas contribuciones específicas a la literatura de la teoría de la distribución” que no “tiene el placer de discutir” por falta de espacio. Obviamente, cita a Alfred Marshall y Frank W. Taussig pero también a Hobson.
El artículo de 1891 de Hobson fue seguido unos meses más tarde por otro que introdujo un “elemento de monopolio”[xi], apartándose así de la hipótesis de la competencia pura y perfecta. Unos años más tarde, Hobson expuso su propia teoría de la distribución en The Economics of Distribution[xii], publicado en 1900. No hizo alusión a Clark y centró su crítica en Eugen Böhm-Bawerk[xiii], otro promotor del valor-utilidad, al que dedica todo un apéndice en el que encontramos este juicio definitivo: “declarar que es evidente que el valor de los bienes de producción depende de la utilidad marginal de los bienes de consumo que se utilizan para fabricar, es uno de los las peticiones más curiosamente atrevidas que me he encontrado en los anales de la carencia de lógica”.
La crítica de Hobson a la teoría de la distribución neoclásica se basa en dos argumentos esenciales, que no han perdido nada de su pertinencia. La primera es que no se puede distinguir la contribución de cada factor de producción: “cuando es esencial para la productividad que la tierra, el capital y el trabajo cooperen, es imposible atribuir a uno de ellos un producto basado en el supuesto de productividad distinta”.
Esta objeción de Hobson a la que Mark Blaug vuelve en detalle en su magistral retrospectiva[xiv] llevó a Alfred Marshall, el principal economista de la época, a reformular ciertas proposiciones de sus Principios[xv], en los que dedica varias notas críticas a Hobson. Su irritación con este “engreimiento” aparece en una carta del 13 de mayo de 1900 dirigida al economista estadounidense Edwin R.A. Seligman: “Hobson es hábil, pero su prisa desalentadora molesta a quien trabaja lentamente. En consecuencia, he añadido más explicaciones sobre este tema, en la cuarta edición”[xvi].
La segunda crítica de Hobson es que la distribución del excedente resulta de las relaciones de fuerzas (bargaining power) que conduce a situaciones de monopolio en lugar de una competencia pura y perfecta. Por lo tanto, “la teoría de que el interés propio ilustrado de los productores mantiene los precios normales al nivel de los costos de producción y que, por lo tanto, todos los beneficios de las mejoras industriales modernas se transmiten a la comunidad de consumidores, debe considerarse completamente infundada”. Una vez más, ¿cómo no hacer una relación con los estudios contemporáneos sobre los efectos, particularmente en Estados Unidos, de la concentración de empresas en la distribución de la riqueza producida?[xvii]
Hobson volverá a esta crítica en 1914 en Work and Wealth[xviii]. Parte de una cita de Chapman, uno de los defensores de la teoría marginalista, quien extrae de ella el núcleo sustantivo: “la teoría se limita, por tanto, a afirmar que todo individuo tenderá a recibir un salario igual, ni más ni menos, a su valor, es decir, al valor de su producto marginal. Para obtener más, debe incrementar su valor, por ejemplo, trabajando más duro, es decir, aumentando su contribución a la producción”[xix].
El comentario de Hobson es mordaz y adopta un punto de vista de clase: “Esta teoría renueva el argumento en contra de los trabajadores que asaltan los baluartes del capital. La amplia aceptación que ha ganado el marginalismo en la academia se explica, según Hobson, por el hecho de que sus defensores deducen del mismo “preceptos prácticos bastante aceptables para los dirigentes políticos y los hombres de negocios que buscan señalar la imperfección, los efectos perversos, y, en última instancia, la inutilidad de todos los intentos de las clases trabajadoras de obtener salarios más altos u otras mejoras costosas de sus condiciones de empleo”.
Crítica de la apología
Hobson denunció constantemente el carácter apologético de la economía oficial de su época. En Free-Thought in the Social Sciences[xx], cita una posición categórica de Wicksteed (“el autor de la presentación más completa e ingenua del marginalismo” según él): “no hay una sola persona capaz de comprender los hechos, que podría argumentar que después de que cada factor de producción haya sido remunerado según la distribución marginal, quedaría un residuo o un excedente que podría distribuirse o apropiarse. Las concepciones tan vagas como apasionadas de un residuo inapropiado deben ser desterradas para siempre al limbo de las fantasías etéreas”[xxi].
A este intento de excomunión, la respuesta de Hobson es mordaz e insiste en el carácter apologético del marginalismo: “¡Dejemos de lado por el momento la cuestión de la verdad o falsedad de esta doctrina, y consideremos cuán perfectamente responde a las exigencias del conservadurismo! ¡Qué desmentido de las ganas y el odio de clase de los trabajadores, y qué iluminación de la locura y futilidad de sus huelgas de celo [ca ‘canny]! ¡Qué alivio por la compasión fuera de lugar que cruza la mente de muchos hombres poderosos cuando consideran la condición de las clases más pobres!”.
La teoría marginalista de Clark, Böhm-Bawert o Wicksteed hace un gran servicio a las clases propietarias: “el éxito de este nuevo método no se explica solo por la sed de conocimiento de los hombres de ciencia. Su conservadurismo inmanente se adapta no solo a las mentes académicas tímidas, sino también a las clases ricas en su conjunto: incluso si son indudablemente incapaces de captar todas las sutilezas, son lo suficientemente inteligentes como para apreciar sus conclusiones generales, ya que son popularizadas por la prensa […] Esta nueva doctrina les sirve sobre todo para desestimar la acusación que se hace contra los capitalistas de explotar al trabajo”.
No se podría decir mejor, y este comentario no ha perdido nada de su relevancia. También es cierto, quizás aún más hoy, del papel de las formalizaciones matemáticas a favor de un conservadurismo inmanente que no sería difícil de encontrar en la enseñanza contemporánea de la microeconomía: “No es indiferente observar que un gran número de jóvenes economistas de Inglaterra y Estados Unidos han recibido formación académica en matemáticas. El espíritu matemático, dedicado al estudio de las curvas de oferta y demanda, condujo rápidamente a la construcción de un sistema económico abstracto basado en las interacciones de unidades idénticas e infinitesimales que conducen a una nueva armonía económica”.
Un teórico del crecimiento
En una revisión de la Teoría general, Alvin Hansen cita los cáusticos comentarios de Keynes sobre el libro de Hobson y Mummery (“concesiones temporales a la razón”) y agrega este pérfido comentario: “Algunos podrían decir que esta caracterización del Sr. Keynes podría aplicarse a su propio libro”[xxii]. Hansen volverá sobre la contribución de Hobson más adelante, señalando que destacó, “mejor que sus predecesores, el papel del crecimiento, los cambios en la tecnología y el crecimiento de la población en la creación de oportunidades de mercado para la inversión”[xxiii] pero, curiosamente, le reprocha su tratamiento del consumo que no lograría relacionar con los ingresos. Este reproche es tanto más injustificado por cuanto que Hobson había explicado correctamente que la propensión a consumir depende del nivel de ingresos: “La proporción del ahorro generalmente está directamente relacionada con los ingresos, los más ricos ahorran el mayor porcentaje de sus ingresos, los más pobres el más pequeño”[xxiv]. De este modo, anticipó un elemento clave de la teoría keynesiana.
Hobson fue más allá al introducir la noción de equilibrio dinámico, sin duda inspirándose en la crítica dirigida a la teoría neoclásica por su amigo Thorstein Veblen (a quien había conocido en Estados Unidos y al que dedicó un libro[xxv]). Veblen comenta[xxvi] el libro de Clark sobre teoría económica[xxvii], constatando que la teoría marginalista es esencialmente estática. Baste citar a Clark: “una configuración dinámica es aquella en la que el organismo económico cambia rápidamente y, sin embargo, en todo momento durante sus cambios, permanece relativamente cerca de un determinado modelo estático”. Veblen ve bien lo que tiene de artificial esta pseudo-dinamización que no deja lugar a un desarrollo no proporcional al equilibrio inicial: “cuanto más dinámica es una sociedad, más tiende hacia el modelo estático hasta que, gracias a la acción de una competencia sin fricción se alcanza el estado estático, aunque su tamaño haya aumentado: dicho de otra forma, el estado dinámico acabado coincidiría con el estado estático”.
Para Hobson, por el contrario, el crecimiento equilibrado supone que existe una proporción adecuada entre ahorro y consumo que conduce a la “tasa máxima de consumo”. Pero la obtención de esta proporción no está garantizada automáticamente, porque el excedente ilegítimo (unearned), compuesto por rentas y superbeneficios, conduce a una mala distribución de la renta y a un exceso de ahorro que genera sobreinversión y reducción del poder adquisitivo. Es la fuente de recesiones y un “despilfarro económico”, cuyo resultado temporal es proporcionado por la inversión y las ventas en los mercados extranjeros. Así, los tres pilares del sistema económico de Hobson (excedente, subconsumo, imperialismo) están estrechamente relacionados, lo que permite a David Hamilton -de quien tomamos prestada esta presentación simplificada- observar que este diagrama teórico está “mucho más integrado que el de los economistas más famosos”[xxviii].
El libro sobre el imperialismo ya contenía críticas acerbas al sistema económico. Hobson evoca así un estado de la sociedad en el que “la distribución no está ligada a las necesidades, sino que depende de otros factores que atribuyen a determinadas personas un poder adquisitivo que supera con creces sus necesidades e incluso sus posibles usos, mientras que otros se ven privados de los medios para satisfacer ni siquiera las necesidades de la integridad física”. El tema central de Hobson del exceso de ahorro y el superávit “no ganado” (unearned) -y por lo tanto ilegítimo- se refiere a las estructuras sociales, porque este exceso de ahorro está “constituido de rentas, de beneficios de monopolio y otras fuentes de ingresos que no son el fruto de un trabajo manual o intelectual y, por tanto, no tienen una razón legítima de ser”.
Este concepto de excedente se acerca bastante al que desarrollarán más tarde Baran y Sweezy en su análisis del capitalismo monopolista[xxix], aunque no se refieran a Hobson. Esto se evidencia en este pasaje: “El abuso o uso antieconómico del excedente es fuente de todo tipo de disfunciones […] El principal problema de la civilización industrial moderna es concebir medidas para asegurar que todo el excedente se dedique al progreso económico y social”[xxx].
El análisis dinámico de Hobson será desarrollado más – y puesto en ecuaciones – por Roy Harrod y Evsey Domar, los primeros teóricos del crecimiento[xxxi]. Domar rindió un fuerte homenaje a Hobson: “Los escritos de Hobson contienen tantas ideas interesantes que es una lástima que no se le lea con más frecuencia”[xxxii]. Domar hace un punto importante: Hobson, “contrariamente a la creencia popular”, no sostiene que la propensión a ahorrar sea siempre demasiado alta. Lo que propone es reducirla a un nivel “compatible con las necesidades de capital determinadas por el progreso tecnológico, una idea interesante y razonable”.
Como resultado, la comparación con Keynes sería incluso más ventajosa para Hobson: “Aunque Keynes y Hobson estudiaron el desempleo, en realidad abordaron dos problemas diferentes. Keynes analizó lo que sucede cuando los ahorros (del período anterior) no se invierten. El resultado es el desempleo, pero plantear el problema de esta forma fácilmente podría dar la impresión errónea de que si se invirtieran los ahorros, se aseguraría el pleno empleo. Por el contrario Hobson fue más allá y planteó el problema de esta forma: supongamos que los ahorros se invierten. ¿Podrán las nuevas fábricas vender sus productos? Esta forma de plantear el problema no era en absoluto, como pensaba Keynes, un error. Fue el planteamiento de un problema diferente, y quizás también más profundo”.
Otro economista va incluso más allá en su análisis detallado de la teoría del desempleo de Hobson: “[Él] analizó el problema del desempleo directamente desde el ángulo de los aspectos dinámicos del crecimiento [mientras que] el análisis de Keynes fue esencialmente de naturaleza estática”. En resumen, Hobson “puede haber visto la verdad de una manera oscura e imperfecta [como dijo Keynes en la Teoría General], pero parece haberla visto más completamente de lo que Keynes pensaba”. Finalmente, el socialista G.D.H. Cole, íntimo amigo de Hobson, llegó incluso a escribir: “en lo que a mí respecta, considero que lo que comúnmente se llama la revolución introducida por Keynes en el pensamiento económico y social fue más bien una revolución hobsoniana”[xxxiii].
Por una humanización de la economía
Hobson había sido influenciado por el humanismo de John Ruskin, a quien dedicó un libro[xxxiv] y encontramos rastros de él en el lugar que atribuye a la economía. Hobson aboga por reemplazar una “economía cuantitativa grosera” por una “economía más cualitativa basada en las capacidades adaptativas del arte humano”[xxxv]. Para él, “una economía política que tenga en cuenta el aumento directo de la riqueza material, pero no los efectos físicos y morales de este cambio en la comunidad, no puede pretender ser una ciencia capaz de producir verdades de importancia práctica para cualquier Estado o cualquier individuo”[xxxvi].
En Wealth and Life, aboga por una “humanización de la ciencia económica”. Nuevamente desafía “la tendencia general de los economistas de incluir sólo bienes materiales en la definición de riqueza” y propone un mejor criterio para evaluar el bienestar humano, que sería la cooperación social. “Los sentimientos, las creencias, los intereses, las actividades y las instituciones que llevan a los hombres a cooperar más estrecha, consciente y voluntariamente en trabajos lo más variados posible […] enriquecen la personalidad humana mediante el pleno desarrollo de su sociabilidad”[xxxvii]. Hobson introduce la noción de “Ley humana de distribución” que permite determinar la distribución óptima que conduce al máximo de utilidad humana. También en este tema Hobson prefigura debates completamente actuales sobre los fines de la actividad humana y sobre la medida del bienestar.
En Free-Thought in the Social Sciences[xxxviii], Hobson retoma una fórmula famosa: “el verdadero principio económico se expresa, por tanto, en la máxima De cada cual según sus capacidades (powers), a cada cual según sus necesidades”[xxxix] y esta es la función que asigna Hobson a la economía política: su “arte debe obviamente orientarse hacia el desarrollo de métodos que permitan la aplicación más completa posible de este principio”.
Un economista comprometido
Finalmente, Hobson no separó las elaboraciones teóricas de las propuestas programáticas. Su análisis de la distribución le llevó, por ejemplo, a concluir que no hay razón para “temer la expansión del gasto público financiado con un aumento de la fiscalidad, y que existen razones para nacionalizar los monopolios privados”[xl].
En 1925, el Partido Laborista Independiente publicó un libro programático que describía el “socialismo de hoy”[xli], firmado por Henry Brailsford, uno de los principales teóricos del ILP. Brailsford rindió homenaje a Hobson[xlii], así como a Sidney y Beatrice Webb, E.M.H. Lloyd[xliii] y Otto Bauer[xliv]. Este programa era radical: salario decente (living wage), nacionalizaciones (bancos, minas, energía, transporte, tierra), control sobre las importaciones y los precios de los alimentos.
Más tarde, en 1926, Hobson liderará el desarrollo, para el Independent Labour Party, de un manifiesto a favor de un salario decente[xlv] (living wage) que no será asumido por el Partido Laborista (al que el ILP estaba afiliado). La lectura de este manifiesto permite comprobar que Hobson efectivamente había evolucionado desde el liberalismo al socialismo.
Un llamamiento a la heterodoxia
Ciertamente Hobson no era marxista. Por ejemplo, desafió la teoría marxista del valor con argumentos bastante débiles (y contradictorios con su crítica de la teoría neoclásica): “Marx tenía razón al insistir en la idea de plusvalía [pero] no ha conseguido explicar por qué el factor trabajo por sí solo debe considerarse la fuente de todo el valor de las mercancías”[xlvi]. Asimila el valor-trabajo con el valor-utilidad: “debido a que no distingue entre las diferentes formas de ejercicio de la fuerza de trabajo, el tiempo de trabajo ya no es una medida de costo. Esa satisfacción abstracta es una medida de la utilidad”.
¡Nadie es perfecto! Sin embargo, este homenaje a Hobson está justificado: debería ocupar un lugar importante en la línea de economistas heterodoxos que han sacudido la ortodoxia económica dominante mostrando su dimensión apologética a favor del mantenimiento del orden social.
Este término ortodoxia fue, probablemente por primera vez, utilizado en este contexto por Sismondi, al que aparentemente Hobson no leyó. También él había decidido atacar “una ortodoxia, una empresa peligrosa tanto en filosofía como en religión”. Ya denunciaba a los científicos cuyas teorías “bien podrían incrementar la riqueza material, pero reducir la masa de los goces reservados a cada individuo […] tendían a hacer más rico al rico, [pero] también al pobre más pobre, más dependiente y más desfavorecido”[xlvii].
( Para ver las notas picar ahí )
http://alencontre.org/economie/histoire-economie-j-a-hobson-un-precurseur-de-lheterodoxie-2.html
Traducción: viento sur