jueves, 17 de septiembre de 2020

Bankia no debe fusionarse con CaixaBank .

  

Por qué Bankia no debe fusionarse con CaixaBank

Se pretende diluir Bankia en una entidad mayor, lo que avanza en la liquidación de cualquier presencia pública en el sector bancario, dejando a España como una anomalía en el panorama europeo

Manuel Nolla

Plataforma en defensa de la Banca Pública

 

 

Queremos centrarnos en que estamos ante la traca final del proceso de entrega al negocio privado de lo que resta de banca pública. Los "expertos" se fijan en si la operación es rentable para unos u otros atendiendo al valor de las acciones, esa es la pretensión empresarial que guía este proceso de fusión. Ante ese objetivo, los llamados liberales, en un alarde de contradicción, no se quejan de la patada a la competencia que significa tanta concentración y tanta ayuda pública. Ya se liquidó el sector social que significaban las Cajas, en un proceso de saneamiento de prácticamente todo el sector bancario (aunque nadie hable de ello). Solo se habla de las Cajas que una vez saneadas se le regalaron a las grandes entidades privadas. A modo de ejemplo, la entidad resultante de la fusión de las Cajas Gallegas se rescató con 9.404 millones, se vendió a un empresario venezolano en 2013 por 1003 millones, que desde entonces ha recogido 3.556 millones de beneficios. En 2013, el Banco de Valencia recibió 13.750€ del Estado y se le regaló a la Caixa por un euro. Ese es el rescate que "no iba a costar ni un euro". Excede de la dimensión de este artículo explicar la enormidad de las diferentes ayudas que la banca recibió y recibe del BCE y del gobierno.

 

Nos dicen que los bancos ya tenían un problema de rentabilidad porque en 2019 ganaron "solo" 18.931 millones. ¿Por qué tienen que repartirse beneficios si unas entidades los consiguieron gracias a nuestras ayudas? Porque no es de ahora. Preparémonos, porque antes de la crisis del COVID ya veníamos denunciando que amenazaba una nueva crisis financiera.

 

La banca hoy

Los servicios bancarios son hoy imprescindibles y la actividad financiera tiene un creciente papel en las economías. Un problema: la banca necesita dar la seguridad de nuestros depósitos, pero la competencia por el máximo beneficio accionarial a corto plazo lleva a las entidades a asumir riesgos que minan su estabilidad. Si tienen garantizado que vendrá el Estado a salvarlas, (con la excusa de una catástrofe al ser demasiado grandes), tendrán menos freno y pueden asumir acciones arriesgadas, que son las más rentables. Así llegan las crisis. Esto se combina con una precaución excesiva, paralizante a veces cuando lo que hace falta es salir de la crisis, o desatendiendo la reorientación de la economía y sectores esenciales, pero con perspectivas menores en cuanto a rentabilidad inmediata.

 

En la reciente historia bancaria se han evidenciado prácticas poco éticas con los intereses de su clientela o abusivas (preferentes, clausulas suelo, gastos de hipotecas, manipulación de los índices de referencia, elusión de impuestos en paraísos fiscales, etc.). Por ello, resulta necesario introducir el interés público en una actividad como la bancaria, que es hoy asimilable a un servicio público.

 

¿Por qué una banca pública?

Porque las regulaciones se han manifestado insuficientes para controlar los peligros expresados anteriormente y hace falta un elemento de moderación y de referencia en las prácticas privadas, tendentes a la especulación y al oligopolio.

 

La historia de la banca pública en Europa demuestra su importancia, por su mejor servicio a la economía de las gentes y de sus países. La BP es (como el FMI reconoció que jugó en la crisis de 2008) un elemento de estabilización. Más necesaria hoy, en un momento de crisis en el que el BCE ha rebajado varias de las exigencias regulatorias que se pusieron aprendiendo de la crisis anterior.

 

Se pueden orientar las políticas crediticias hacia las necesidades más acuciantes de la economía española, como la transición energética y ecológica; la atención a la España vaciada; el tratamiento preferencial a las pequeñas y medianas empresas; la promoción pública de vivienda en alquiler; la atención a los procesos de reindustrialización consensuados, etc.

 

Esperamos que sea simple desconocimiento del presidente del gobierno decir que para banca pública ya está el ICO. El ICO es una simple agencia de inversión que actúa a través de la banca privada. No interactúa con el cliente. No capta recursos de clientes como sí hacen las bancas públicas en los países de nuestro entorno.

 

Si la política económica ha de ser de reconstrucción con ingentes cantidades de fondos públicos, ¿por qué tienen que canalizarse únicamente a través de entidades privadas que la condicionan con sus intereses?, ¿por qué se desprecian los fondos internos orientados desde una banca pública?

 

¿Bancos grandes o libre competencia?

La realidad es que hay múltiples ejemplos de entidades pequeñas que vienen solventando los problemas mucho mejor, pero la tendencia natural del sistema a la concentración quiere justificar la necesidad de bancos grandes para mejorar la rentabilidad. Aparecen los bancos que se llaman "sistémicos" porque son "demasiado grandes para caer", obligándonos a rescatarlos. Negocio seguro y mayor capacidad de presión sobre los poderes públicos…

 

En España ya teníamos un grado de concentración superior al del resto de países de la Eurozona El Banco de España en 2018 alertaba ante la elevada concentración bancaria en nuestro país: "cuantos menos bancos y más grandes existan, más fácil es comportarse de una forma no competitiva y por tanto obtener rentas de monopolio u oligopolio".

 

De 62 entidades que había en 2006 quedaran 16 a principios de 2013.

En aquel momento, la cuota de mercado, de los cinco mayores bancos era en España del 58%, una concentración que superaba con creces el 39% existente en el Reino Unido, el 41% de Italia y el 48% de Francia y casi duplicaba el 32% existente en Alemania. Se ponen fácilmente de acuerdo y sin competencia se abusa del cliente.

 

Se volverán a perder puestos de trabajo, que no solamente significarán las habituales ayudas públicas a las prejubilaciones. (Por cierto, ¿se cuentan estas entre los costes de la operación?). También significa perder puestos de atención al cliente, profundizar en el abandono de la España vaciada o de los sectores con exclusión tecnológica.

 

Ahora se pretende diluir Bankia en una entidad mayor, lo que avanza en la liquidación de cualquier presencia pública en el sector bancario, dejando a España como una anomalía en el panorama europeo, que tiene importante presencia pública en el sector.

 

Es indignante que esto vuelva a hacerlo un partido socialista. Y ello en un momento de grave crisis, en el que se pone de manifiesto el valor de lo público, en la sanidad, la enseñanza… Justo en un momento en que el papel de lo público para definir e impulsar sectores estratégicos se considera esencial y el Estado debe aumentar su capacidad de intervención si quiere impulsar las transiciones tecnológicas y medioambientales anunciadas.

 

Un gobierno que ha permitido una gestión de Bankia mas orientada a organizar su privatización que a cumplir sus obligaciones y usar su 61,8% de presencia en Bankia para ejercer como un verdadero banco público, ¿que hará si se queda minoritario con un 15% de un banco privado? La voracidad privatizadora no se quedará allí, no vaya a ser que el ejercicio de esa minoría permita algo de coherencia en el comportamiento de la nueva entidad.

 

No es esta una cuestión que competa sólo al ministerio de Economía, también, al menos, a los Ministerios de Trabajo, Hacienda, Consumo y Seguridad Social. Pero, sobre todo, nos compete a todos y exigimos que se abra un debate público.

miércoles, 16 de septiembre de 2020

El complot contra Libia .

 

Una conspiración criminal Obama-Biden-Clinton

El complot contra Libia

Eric Draitser  

Fuentes: Counterpunch

Foto: Obama, Joe Biden y Hillary Clinton en la Casa Blanca (Pete Souza, fotógrafo oficial de la Casa Blanca. CC BY 2.0)

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

El sofocante sol del desierto se cuela a través de las rejillas del ventanuco. Un ratón atraviesa velozmente el agrietado suelo de cemento y el sonido de voces lejanas hablando en árabe ahoga el sonido de sus patitas. Charlan en un dialecto de Libia occidental diferente del dialecto oriental más utilizado en Bengasi. A lo lejos, más allá del resplandeciente horizonte se encuentra Trípoli, la joya de África, ahora sometida a una guerra perpetua.

Esta fría y húmeda celda de un viejo almacén en Bani Walid, no encierra contrabandistas, violadores o asesinos. Aquí hay simples africanos  procedentes de Nigeria, Camerún, Chad, Eritrea y otras partes del continente capturados por traficantes cuando buscaban una vida libre de guerra y de pobreza, el fruto podrido del colonialismo angloamericano y europeo. Las marcas de ganado grabadas sobre sus rostros cuentan una historia mucho más trágica que cualquiera de las historias producidas por Hollywood.

Son esclavos: seres humanos comprados y vendidos como mano de obra. Algunos irán a trabajar a la construcción y otros a los campos. Todos se enfrentan a la realidad de una servidumbre forzada, una pesadilla lúcida convertida en su realidad cotidiana.

Esta es Libia, la auténtica Libia. La Libia levantada sobre las cenizas de una guerra de Estados Unidos y la OTAN que depuso a Muamar el Gadafi y al gobierno de la Yamahiriya Árabe Libia [el Estado de las masas]. La libia fracturada en facciones beligerantes, cada una apoyada por diversos actores internacionales cuyo interés por el país es cualquier cosa menos humanitario.

Pero esta Libia no es producto de Donald Trump y su banda de degenerados fascistas. Fue el gran humanitario Barack Obama, junto a Hillary Clinton, Joe Biden, Susan Rice, Samantha Power y su armonioso círculo de paz de intervencionistas liberales, quien trajo esta devastación. Con encendidos discursos sobre libertad y autodeterminación, el Primer Presidente Negro y sus camaradas franceses y británicos de la OTAN desataron los perros de la guerra en una nación africana que gran parte del mundo consideraba un ejemplo de desarrollo económico y social.

Este artículo no es un mero ejercicio periodístico para documentar uno de los innumerables crímenes ejecutados en nombre del pueblo estadounidense. Este no es el caso. Aquí se trata de que nosotros, la izquierda de Estados Unidos contraria a la guerra, observemos a través de las grietas del artificio imperial –desmoronado por la podredumbre interna y la decadencia política– para encender una luz en la penumbra de la era Trump que ilumine directamente el corazón de la oscuridad.

Hay verdades que deben ser esclarecidas para que no queden enterradas como tantos cuerpos en la arena del desierto.

La guerra de Libia: Una conspiración criminal

Para comprender la enorme criminalidad de la guerra de EE.UU.-OTAN contra Libia es preciso desentrañar una historia compleja en la que participan actores tanto de Estados Unidos como de Europa que, literalmente, conspiraron para desencadenar esta guerra, y al mismo tiempo desvelar la presidencia inconstitucional e imperial encarnada por el propio Mr. Hope and Change (1).

Al hacerlo descubrimos un panorama completamente contradictorio con el relato dominante sobre buenas intenciones y malos dictadores. Porque si bien Gadafi ha sido presentado como el villano por excelencia de esta historia contada por los escribas del Imperio en los grandes medios de comunicación, de hecho las verdaderas fuerzas malévolas son Barack Obama, Hillary Clinton, Joe Biden, el expresidente Nicholas Sarkozy, el filósofo francés metido a aventurero neocolonial Bernard Henry-Levy y el exprimer ministro británico David Cameron. Fueron ellos, no Gadafi, quienes libraron una guerra descaradamente ilegal montada sobre pretextos falsos en beneficio de su propio engrandecimiento. Fueron ellos, y no Gadafi, quienes conspiraron para hundir a Libia en el caos y en una guerra civil de la que todavía no ha salido. Fueron ellos quienes golpearon los tambores de guerra mientras proclamaban paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad.

Quizás la guerra de EE.UU. y la OTAN contra Libia sea uno de los casos más atroces de agresión e ilegalidad cometidos por Estados Unidos en la historia reciente. Claro que ese país no actuó solo. Un amplio electo de personajes interpretó su papel correspondiente porque tanto británicos como franceses estaban ansiosos por reafirmar también su dominio sobre una nación muy lucrativa emancipada del control europeo por el  malvado Gadafi. Y todo esto ocurrió apenas pocos años después de que el exprimer ministro británico y criminal de la guerra de Irak Tony Blair se reuniera con Gadafi para anunciar una nueva era de apertura y cooperación mutua.

La historia da comienzo con Bernard Henry-Lévy, el filósofo, periodista y diplomático aficionado que se creía un espía internacional. Como no pudo llegar a Egipto a tiempo de reforzar su ego capitalizando el levantamiento popular contra el dictador Hosni Mubarak, centró rápidamente su atención  en Libia, donde se estaba produciendo una revuelta en el vivero anti-Gadafi de Bengasi. Tal y como informó Le Figaro, Henry-Lévy consiguió reunirse con el entonces presidente del Consejo Nacional de Transición (CNT) Mustafa Abdul Jalil, antiguo ministro de Gadafi convertido en cabeza del Consejo contra Gadafi. Pero Henry-Lévy no pretendía únicamente entrevistarle para su periódico francés, sino contribuir al derrocamiento de Gadafi y, con ello, convertirse en una estrella internacional.

Rápidamente Henry-Lévy echó mano de sus contactos franceses y consiguió el teléfono del presidente Sarkozy para preguntarle sin rodeos si estaría de acuerdo en reunirse con Abdul Jalil y con la dirección del CNT. Pocos días después Henry-Lévy y sus colegas llegaron al palacio del Elíseo con la dirección del Consejo Nacional de Transición. En medio de la conmoción absoluta de los libios allí presentes, Sarkozy les informa de que planea reconocer al CNT como legítimo gobierno de Libia. Henry-Lévy y Sarkozy ya habían, al menos en teoría, depuesto al gobierno de Gadafi.

Pero las victorias militares de Gadafi, y la posibilidad muy real de que pudiera salir victorioso del conflicto complicaban las cosas, pues el público francés ya conocía el plan y estaba arremetiendo, con razón, contra Sarkozy. Henry-Lévy, siempre oportunista, avivó el fervor patriótico anunciando que, sin la intervención de Francia, la bandera tricolor que ondeaba sobre los hoteles de cinco estrellas de Bengasi quedaría manchada de sangre. La campaña de relaciones públicas se puso en marcha mientras Sarkozy daba vueltas a la idea de una intervención militar.

No obstante, Henri-Lévy tenía que interpretar un papel más importante: atraer a la maquinaria de guerra estadounidense al complot. Con ese fin, organizó la primera de varias conversaciones a alto nivel entre representantes de la administración Obama y los libios del CNT. Y, sobre todo, puso en marcha la reunión entre Abdul Jalil y la secretaria de Estado Hillary Clinton. . Aunque esta se mostró escéptica durante la reunión, sería cuestión de meses que junto a Joe Biden, Susan Rice, Samantha Power y otros planificara la ruta política, diplomática y militar hacia el cambio de régimen en Libia.

Estados Unidos se une a la contienda

Si la maquinaria política, diplomática y militar de Estados Unidos no se hubiera puesto en marcha, no habría habido guerra en Libia. En este aspecto, a pesar de la relativamente escasa intervención militar de EE.UU., la guerra de Libia fue una guerra estadounidense. Es decir, la guerra no habría sido posible sin la colaboración activa de la administración Obama junto a la de sus homónimos franceses y británicos.

Como Jo Becker del New York Times explicó en 2016, Hillary Clinton se reunió con Mahmud Jibril, un prominente político libio que se convertiría en el nuevo primer ministro de la Libia post-Gadafi, y sus socios, con el fin de asesorar a la facción que pretendía obtener el apoyo de EE.UU. La función de Clinton, según Becker, era “calibrar el peso de los rebeldes a quienes apoyamos” –una pretenciosa manera de decir que Clinton asistió a esa reunión para determinar si el grupo de políticos que hablaba en nombre de diversas voces contrarias a Gadafi (que incluían desde los activistas por la democracia hasta descarados terroristas afiliados a las redes globales del terror) era merecedor del apoyo de Estados Unidos con dinero y armamento.

La respuesta, en último término, fue un rotundo sí.

Pero es evidente que, como con todas las desventuras belicistas de Estados Unidos, no existía un consenso sobre la intervención militar. Como explica Becker, parte de la administración Obama tenía dudas sobre la consecución de una fácil victoria y sobre las repercusiones políticas del conflicto. Una de las principales voces discrepantes, al menos según Becker, era la del antiguo secretario de defensa Robert Gates. Aunque él mismo no es ninguna paloma, a Gates le preocupaba que la actitud de halcón de Clinton y Biden respecto a Libia provocara en último término una pesadilla política al estilo de Irak, que si duda acabaría creando un Estado fallido y luego abandonado, exactamente lo que ocurrió después.

Es importante apuntar que Clinton y Biden eran dos de las principales voces favorables a la agresión y a la guerra. Ambos apoyaron la zona de exclusión aérea desde el principio y ambos defendían la intervención militar. De hecho, ambos habían visto con agrado cada crimen de guerra cometido por Estados Unidos en los últimos 30 años, incluyendo el que tal vez sea el crimen de guerra más atroz cometido por Bush contra la humanidad, lo que llamamos la segunda Guerra de Irak.

Como explicó el antiguo lacayo de Clinton (subdirector de personal de planificación política) Derek Chollet: “[Libia] parecía un caso sencillo”. Chollet, uno de los principales participantes en la conspiración estadounidense para llevar la guerra a Libia que posteriormente pasó a servir directamente a Obama en el Consejo de Seguridad Nacional, pone inadvertidamente en evidencia la arrogancia imperial del campo intervencionista liberal de Obama-Clinton-Biden. Es obvio que al considerar a Libia “un caso sencillo” quería decir que era un candidato perfecto para la operación de cambio de régimen cuyo principal beneficio sería impulsar políticamente a quienes lo respaldaron.

Chollet, como muchos estrategas de la época, veían a Libia como una oportunidad de película para convertir las manifestaciones y revueltas de 2010-2011, que pronto se conocerían como la Primavera Árabe, en capital político para el campo Demócrata de la clase dominante de Estados Unidos. Clinton adoptó rápidamente la misma posición, que pronto se convirtió en el consenso de toda la administración Obama.

Las cuentas de la guerra de Obama

Uno de los mitos más perniciosos de la guerra de EE.UU. en Libia es la idea –propagada sumisamente por los cabilderos-periodistas de los principales grandes medios– de que fue una guerra barata que no costó casi nada a Estados Unidos. No hubo pérdida de vidas estadounidenses en la propia guerra (Bengasi es otra mitología que desvelaremos más adelante), y tuvo un coste muy limitado en términos del “tesoro”, por usar esa despreciable frase imperialista.

Pero aunque el coste total de la guerra palidece en comparación con los crímenes a escala monumental de Irak y Afganistán, los medios con los que fue financiada han costado mucho más que dólares a EE.UU.; la guerra en Libia fue una empresa criminal e inconstitucional que preparó el camino para la presidencia imperial y el poder ejecutivo sin restricciones. Como informó en aquella época el Washington Post:

Al observar que Obama había declarado que la misión podría costarse con el dinero ya asignado al Pentágono, [el antiguo portavoz de la cámara de representantes] Boehner presionó al presidente para saber si solicitarían al Congreso más dinero.

Las operaciones militares imprevistas que exigen desembolsos como los realizados en Libia suelen requerir asignaciones suplementarias, ya que no entran en el presupuesto principal del Pentágono. Esa es la razón por la que los fondos para Irak y Afganistán van aparte del presupuesto regular del departamento de defensa. Los costes adicionales para algunas de las operaciones en Libia fueron mínimos… pero los desembolsos en armas, combustible y equipamiento perdido son otra cosa.

Como la administración Obama no solicitó asignaciones al Congreso para financiar la guerra, hay pocos documentos escritos que permitan saber el verdadero coste de la guerra. Al igual que el coste de cada bomba, avión de combate y vehículo de apoyo logístico desaparece en el abismo del olvido contable del Pentágono, lo mismo ocurrecon cualquier apariencia de legalidad constitucional. En esencia, Obama contribuyó a establecer una presidencia sin ley que no solo no tuvo ningún respeto por las cuentas y balances exigidos por la constitución, sino que ignoró por completo el Estado de derecho. En realidad, algunos de los delitos de los que son culpables Trump y su fiscal general son consecuencia directa de la participación de la administración Obama en la guerra de Libia.

Entonces, ¿de dónde provino el dinero y adónde fue?  Eso es algo que todo el mundo se pregunta, excepto los palurdos que creen a pie juntillas las palabras del Pentágono. Según afirmó el portavoz del Pentágono a la CNN en 2011, “a fecha de 30 de septiembre el departamento de defensa gastó en las operaciones en Libia 1.100 millones de dólares. Esto incluye las operaciones militares diarias, municiones, la retirada de los suministros y la asistencia humanitaria”. Para ilustrar la absoluta imposibilidad orwelliana de discernir la verdad, el vicepresidente Joe Biden duplicó esa cifra en declaraciones a la CNN, al señalar que “la alianza de la OTAN funcionó como se supone que debe hacerlo, compartiendo los costes. En total nos costó 2.000 millones de dólares y ninguna vida estadounidense”.

La triste evidencia es que no hay manera de saber cuánto se gastó, aparte de confiar en la palabra de quienes llevaron adelante la guerra. Sin supervisión del Congreso ni registros documentales claros, la guerra de Libia desaparece en el agujero de la memoria, y con ella la idea de que existe una separación de poderes, una autoridad del Congreso para declarar la guerra o una constitución que funcione.

La guerra sucia de Estados Unidos en Libia

Aunque lo que queda en la memoria de la mayor parte de los estadounidenses en relación con Libia es el teatro político resultante del ataque a las instalaciones de EE.UU. en Bengasi que causó la muerte a varios ciudadanos de este país, incluyendo al embajador Stevens, este hecho no es ni mucho menos el más relevante. Desde una perspectiva estratégica, el auténtico legado probablemente sea la utilización por parte de EE.UU. de grupos terroristas (y de los insurgentes que surgieron de ellos) como combatientes en su nombre. Porque si bien los grandes medios de comunicación contaron que las protestas y levantamientos espontáneos provocaron el derrocamiento de Gadafi, lo cierto es que fue una red informal de grupos terroristas la que realizó el trabajo sucio.

Aunque gran parte de esta historia reciente ha quedado enterrada por la desinformación, la mitología elaborada por el establishment y la sucia manipulación de la verdad, las informaciones publicadas cuando los hechos tuvieron lugar fueron asombrosamente acertadas. Por ejemplo, el New York Times informaba así de una de las principales fuerzas sobre el terreno apoyadas por EE.UU. durante la guerra en 2011:

“El Grupo Islámico Combatiente Libio se creó en 1995 con el objetivo de destituir al coronel Gadafi.  Empujados a las montañas o al exilio por las fuerzas de seguridad libias, los miembros del grupo fueron de los primeros en unirse para luchar contra las fuerzas de seguridad de Gadafi […] Oficialmente el grupo ya no existe, pero sus antiguos miembros están luchando principalmente bajo la dirección de Abu Abdallah Assadaq [alias Abdelhakim Belhadj]”

Incluso entonces, los estrategas de Washington mostraron su malestar al considerar que la aceptación por parte del gobierno de Obama de un grupo terrorista con conocidos vínculos con Al Qaeda podía ser un error garrafal. “Los servicios de inteligencia europeos, estadounidenses y árabes reconocen su preocupación por la influencia que antiguos miembros del grupo puedan ejercer en Libia tras la desaparición de Gadafi, y están evaluando su influencia y cualquier vínculo residual con Al Qaeda”, como señaló el Times.

Es evidente que quienes estaban al corriente dentro de las diversas agencias de inteligencia de EE.UU. eran bastante conscientes de a quién estaban apoyando, o al menos de los elementos que probablemente participarían en alguna operación estadounidense. En concreto, Estados Unidos sabía que las zonas de las que provenían las fuerzas opositoras a Gadafi eran un vivero de actividades criminales y terroristas.

En un estudio de 2007 titulado “Los combatientes extranjeros de Al Qaeda en Irak: Una primera mirada a los archivos de Sinjar” que analizaba los orígenes de diversos grupos criminales y terroristas activos en Irak, el Centro de Combate del Terrorismo con sede en la Academia Militar de West Point concluía que:

“Casi el 19 por ciento de los combatientes de los archivos de Sinjar proceden exclusivamente de Libia. Además, Libia ha contribuido con más combatientes per cápita que cualquier otra nacionalidad, incluyendo Arabia Saudí […] El aparente aluvión de reclutas libios desplazados a Irak puede estar relacionado con el vínculo cada vez más estrecho de Grupo Islámico Combatiente Libio (LIFG, por sus siglas en inglés) con Al Qaeda, que culminó cuando dicho grupo se unió oficialmente a Al Qaeda el 3 de noviembre de 2007 […] Las ciudades de las que procedía un mayor número de combatientes eran Derna (Libia) y Riad (Arabia Saudí), con 52 y 51 combatientes respectivamente. Derna, con una población de 80.000 habitantes (frente a los 4,3 millones de Riad) aporta con diferencia el mayor número de combatientes per cápita del archivo de Sinjar”.

Entonces era de sobra conocido que la mayoría de las fuerzas opositoras a Gadafi procedían de la región en la que se encuentran Derna, Bengasi y Tobruk –la “Libia Oriental” a la que se suele considerar anti-Gadafi– y que existía una alta probabilidad de que entre las filas reclutadas por Estados Unidos hubiera muchos miembros de Al Qaeda y otros grupos terroristas. En todo caso, Estados Unidos prosiguió en su empeño.

Tomemos el caso de la Brigada de los Mártires 17 de Febrero, encargada por Estados Unidos de vigilar la instalación de la CIA en Bengasi en la que murió el embajador Stevens. El  diario Los Angeles Times informaba en 2012:

“A lo largo del pasado año, cuando la milicia encargó a dos de sus miembros colaborar en la protección de la misión estadounidense en Bengasi, el personal de seguridad estadounidense les entrenó sobre el uso de armamento, la seguridad de las entradas, la escalada de muros y el combate cuerpo a cuerpo […] La milicia negó rotundamente haber apoyado a los atacantes, pero reconoció que su extensa fuerza aliada del gobierno, conocida como la Brigada de los Mártires 17 de Febrero, podía incluir elementos antiamericanos […] Se considera a dicha brigada como una de las milicias más preparadas de Libia Oriental”.

Pero no fueron únicamente el LIFG y los grupos aliados a Al Qaeda los que se unieron a la contienda gracias a la alfombra roja cubierta de sangre extendida por Washington.

El general Jalifa Hifter, un antiguo aliado de Estados Unidos, y su denominado Ejército de Liberación Nacional Libio llevaban preparándose sobre el terreno desde 2011 y estaban considerados como una de las principales fuerzas en liza por el poder en la Libia posterior a la guerra. Hifter cuenta con un prolongado y sórdido historial de colaboración con la CIA en sus intentos por derrocar a Gadafi en la década de los 80 antes de ser convenientemente reubicado cerca de Landley, Virginia [sede de la CIA]. El New York Times informaba en 1991:

“La operación paramilitar secreta puesta en marcha en los meses finales de la Administración Reagan proporcionó asistencia y entrenamiento militar a unos 600 soldados libios que estaban entre los capturados durante el combate fronterizo entre Libia y Chad en 1988 […] Fueron entrenados por oficiales de inteligencia estadounidenses en sabotaje y otras técnicas de guerrilla, según los oficiales, en una base próxima a Yamena, la capital del Chad. La idea de usar a los exiliados encajaba perfectamente en el afán de la Administración Reagan por derribar al coronel Gadafi”

Hifter, el cabecilla de esta iniciativa fracasada, era conocido como el “hombre clave” de Libia, ya que había formado parte de numerosos intentos de cambio de régimen, incluyendo el intento fallido de derrocar a Gadafi en 1996. Por tanto, su llegada en 2011, en el apogeo de la revuelta, señaló una escalada del conflicto, al convertirlo en una operación internacional. Es irrelevante si Hifter trabajaba directamente con la inteligencia estadounidense o si simplemente complementaba los esfuerzos de EE.UU. al continuar su guerra personal de décadas contra Gadafi. Lo que importa es que Hifter y el Ejército de Liberación Nacional Libio, como el LIFG y otros grupos, se convirtieron en parte del esfuerzo general desestabilizador que consiguió derribar a Gadafi y creó el caótico infierno que es la Libia moderna.

Ese es el legado de la guerra sucia de Estados Unidos en Libia.

El pasado es prólogo

Es septiembre de 2020. Estados Unidos está centrado en la elección entre un criminal anaranjado fascista y un Demócrata de derechas de la vieja escuela criminal de guerra. Si el futuro con Donald Trump  vaticina caos y desorden, con Joe Biden vaticina estabilidad, orden y un regreso a la normalidad. Si Trump es el virus, Biden debe ser la cura.

Es septiembre de 2020. Libia se encamina a su octavo año de guerra civil. Los mercados de esclavos como el de Bani Walid son tan habituales como lo eran los centros de alfabetización de jóvenes en tiempos de Gadafi. Las bandas armadas y las milicias ejercen el poder incluso en zonas nominalmente bajo control del gobierno. Un señor de la guerra se reagrupa en el este y mira a Rusia, Arabia Saudí, Egipto y Emiratos Árabes en busca de ayuda.

Es septiembre de 2020 y la guerra de Estados Unidos y la OTAN en Libia se ha desdibujado y convertido en un recuerdo lejano mientras otros temas como Black Lives Matter y el asesinato policial de jóvenes negros han captado la imaginación y el discurso del público.

Pero, en realidad,  estos temas están unidos por el vínculo de la supremacía blanca y el odio a la negritud. La Libia que era conocida como “la joya de África”, un país que acogía a muchos trabajadores migrantes subsaharianos y mantenía su independencia de Estados Unidos y las antiguas potencias coloniales, ya no existe. En su lugar ahora se levanta un Estado fallido que refleja el perverso racismo anti-negro suprimido a la fuerza por el gobierno de Gadafi.

Libia como modelo global de explotación y desechabilidad del cuerpo negro.

Si entornamos ligeramente los ojos podremos ver al presidente Joe Biden reuniendo de nuevo a la vieja banda. Hillary Clinton es bienvenida como una voz influyente en el Despacho Oval para dar voz a las ideas perturbadas del cadáver viviente que actúa como comandante en jefe. Derek Chollet y Ben Rhodes ríen juntos mientras piden otra ronda en su garito preferido de la capital, y brindan por el restablecimiento del orden en Washington. Barack Obama es la eminencia gris oculta tras el resurgimiento de la estructura dominante liberal-conservadora.

Pero en Libia no hay vuelta atrás, no es posible arreglar el pasado para escapar del presente.

Puede que ocurra lo mismo con Estados Unidos.

N.deT.: La campaña presidencial Obama se basó en los conceptos de “hope” (esperanza) y “change” (cambio), de ahí que se le conozca irónicamente con ese sobrenombre.

Eric Draitser es un analista político independiente y colaborador de CounterPunch Radio. Puede encontrar sus artículos, podcasts, poemas y más en patreon.com/ericdraitser. Se le puede contactar en ericdraitser@gmail.com

Fuente: https://www.counterpunch.org/2020/09/08/the-plot-against-libya/

 https://rebelion.org/el-complot-contra-libia/

Nota el blog . El embajador muerto en  Bengasi  según otras noticias los reclutaba para  Siria . Y del oro de Gadafi nada se  supo, solo una nota  que leí  que hicieron reparto entre franceses en ingleses .

martes, 15 de septiembre de 2020

¿Una revolución de colores en Bielorrusia?

 

¿Una revolución de colores en Bielorrusia?

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Desde hace varias semanas se han producido una serie de protestas fuertes en Bielorrusia como consecuencia de las elecciones en las que el presidente Alexander Loukachenko fue reelegido con el 80% de los votos. La oposición liderada por Svetlana Tikhanovskaïa no reconoció el resultado de las elecciones, bajo el pretexto de un supuesto fraude y llamó a protestas en contra del gobierno con el apoyo explícito de la Unión Europea y particularmente los gobiernos de extrema derecha de los países bálticos, Polonia y Hungría.


 BORIS DIFFER

¿De dónde viene Loukachenko?

 

Loukachenko fue elegido de manera sorpresiva en el verano de 1994 derrotando al candidato social-demócrata que quería un acercamiento con el bloque occidental, y al representante de la nomenklatura poscomunista que habían permitido el desmembramiento de la URSS en 1991. Loukachenko fue elegido sobre la base de un programa centrado en la preservación de un sector público predominante en la economía, las prestaciones sociales heredadas de la URSS, la rehabilitación del pasado soviético, la celebración del papel de los ex-combatientes durante la Segunda Guerra Mundial y de los constructores del país en el período de posguerra, el desarrollo de industrias de alta tecnología creadas durante el período soviético, el rechazo a la OTAN y una política de cooperación con los países del espacio postsoviético y con los miembros de los países no alineados.

Este programa se ha mantenido como popular hasta la fecha de hoy, aunque una parte de la población se ha cansado de un sistema que privilegia el paternalismo a la democracia participativa. Está claro que hoy, varias potencias extranjeras desean provocar un cambio de régimen en Bielorrusia y empujan en este rumbo, lo que explica las presiones y las tentativas de manipulación de la opinión pública en Europa y Estados Unidos. En esta situación es muy importante tratar de evitar el flujo de desinformación y las exageraciones de la evolución real de la opinión pública en Bielorrusia.

Cuando la población eligió a Loukachenko en el 1994, lo hizo como reacción y rechazo a la política de empobrecimiento, privatizaciones y desmantelamiento de todo el legado soviético producto de la Perestroika y el Glasnost. Deseaba poner fin a las privatizaciones, a la polarización social en curso, al desarrollo de la criminalidad proveniente de la Rusia yeltsiniana, al reino de los oligarcas y a la fragmentación de la Unión Soviética. Claramente, era un voto pro-soviético aún cuando Loukachenko nunca ha tenido la intención de reconstruir un partido comunista ni seguir el desarrollo de una sociedad socialista. Se puede considerar la elección de 1994 como un pragmatismo de orientación social respetuoso de la herencia soviética.

 

Características del régimen político en Bielorrusia

 

Bielorrusia en la actualidad tiene un sistema fuertemente centralizado alrededor del poder ejecutivo (presidencial) que lleva a cabo una política paternalista de protección social y desarrollo económico bajo el impulso más o menos eficiente del Estado. Deja un espacio de desarrollo paralelo para el sector privado, pero sin favorecer demasiado el surgimiento de una nueva clase capitalista.

Este sistema deja poco lugar a las iniciativas procedentes de la sociedad civil y no contribuye a la politización de la población, por lo que se puede entender, hasta hace poco, una cierta pasividad del cuerpo social, las organizaciones, sindicatos y partidos políticos. Loukachenko se ha negado a la creación de un partido de masas que podría constituir su base militante, aunque ha logrado el apoyo de partidos como el Partido Comunista de Bielorussia que se mantienen, sin embargo, como autónomos frente al campo de acción presidencial.

 

Sobre la naturaleza de las manifestaciones actuales

 

Aún cuando existe una fracción de la población que está cansada del gobierno de Loukachenko, la organización de las protestas ha sido preparada por ONG ya muy conocidas. Desde hace quince años, jóvenes bielorrusos participan en seminarios de formación para la manipulación de la muchedumbre, bajo la tutela de organizaciones como la Fundación Soros, o la organización serbia Otpor surgida en el transcurso del derrocamiento de Milosevic, con el concepto de «revolución no violenta». Hasta hace poco no se había logrado un movimiento fuerte de protestas. Recientemente, la parte de la población que rechaza el paternalismo se ha manifestado con más fuerza. Pero fue sobre todo cuando se desató una represión fuerte e inesperada hacia los manifestantes, justo después de las elecciones, lo que empujó a una parte importante de la población hacia el movimiento de protestas. Esas protestas no fueron tan masivas como se ha querido presentar por los medios de comunicación occidentales.

No debe ser excluida la posibilidad de que la brutalidad con la que actuó la policía, desconocida hasta la fecha, haya sido provocada por funcionarios corrompidos hasta un cierto grado por oligarcas capitalistas rusos que desean aprovechar el descontento para empujar a Loukachenko en los brazos de Putin. Estos, como sus equivalentes en occidente, quieren poner  fin al “insolente” modelo bielorruso donde industrias muy desarrolladas pertenecen al Estado y funcionan muy bien.

Los oponentes sostienen que han logrado el apoyo de la mayoría de la población, y algunos sondeos muestran que, en Minsk, entre el 45% y el 50% de la población habría girado a favor de la oposición, más o menos heterogénea. Pero en la provincia la situación es muy distinta, donde la mayoría absoluta de la población respalda al gobierno de Loukachenko. Aun así, deja a la oposición un margen de maniobra de un millón de habitantes en la capital. Si bien Loukachenko ha perdido el apoyo de una parte de los obreros, la manifestación del 16 de agosto a Minsk ha logrado movilizar a decenas de miles de manifestantes. En todo el país se han dado grandes marchas a favor del gobierno. Estas contra-protestas han sido tardías porque la población no está acostumbrada a movilizarse, lo que constituye una de las principales debilidades del gobierno actual, de la cual es el propio responsable.

En las regiones de Brest y Grodno, se constató la entrada de manifestantes desde Polonia y Lituania con el respaldo de estos dos gobiernos, lo que explica las maniobras militares realizadas por el gobierno bielorruso.

 

La oposición rusa y occidental al modelo bielorruso

 

La industria y la agricultura bielorrusa producen mucho más que solo papas, como se quiere hacer creer en Occidente para ocultar las grandes capacidades tecnológicas que han sido desarrolladas desde la época soviética y también durante el gobierno de Loukachenko en el poder. Camiones gigantescos para las minas, tractores de alta calidad, industria espacial, informática, industria militar avanzada, etc. Una economía insolente a los ojos de los capitalistas para quienes la propiedad pública tiene que ser necesariamente asociada con atraso e ineficiencia. Además China, el nuevo enemigo decretado por EE.UU, ha apostado mucho a las capacidades productivas y científicas de Bielorrusia y gracias a su posición geográfica de puerta de acceso hacia Europa occidental, se ha vuelto imprescindible quitarle esa oportunidad, incluso si eso presupone dejarles parte del pastel a los oligarcas rusos. Los capitalistas saben cooperar para destruir a un sistema que limita sus ganancias, para después desgarrase entre ellos mismos y controlar el mercado. Todavía no es el caso de Bielorrusia, y así se ha mantenido desde hace 30 años, lo cual es muy irritante para las élites capitalistas europeas.

A pesar de las tensiones que se han producido entre Bielorrusia y Rusia desde hace varios años, la integración estratégica de los dos países es sólida y es difícil imaginar un desacoplamiento militar. Rusia no ha permitido que Bielorrusia entre en la OTAN. Moscú no necesita intervenir militarmente porque el ejército bielorruso está intrínsicamente integrado en las estructuras occidentales del ejército ruso, por lo tanto, es poco probable que llegue a apoyar a los sectores de la oposición y romper su lazo con el hermano eslavo. Por supuesto, esta situación ha dado a Rusia un papel central de mediador en la crisis actual. Los dirigentes occidentales más moderados saben que no pueden ignorar los intereses estratégicos de Rusia y que un cambio político en Minsk no podría abrir la vía a una integración del país a la OTAN. En cambio, los partidarios del “Deep State” no tienen ningún límite en sus apetitos y están dispuestos a arriesgar una guerra mundial para expandir su “espacio vital”, siendo la baja tendencial de la tasa de ganancia su principal motor.

A pesar de ello existen en Rusia capitalistas partidarios de la caída del gobierno de Loukachenko como el poderoso oligarca bielorruso establecido en Rusia, Dimitry Mazepin, patrón de la empresa rusa Ouralchem. Desde hace varios años este magnate desea adquirir la empresa bielorrusa estatal de Soligorsk, cuyo valor es estimado en 150 mil millones de dólares, pero se ha enfrentado al rechazo continuo de las autoridades de Minsk.

Según fuentes cercanas al poder en Minsk, Mazepin destinó mucho dinero para comprar a altos funcionarios bielorrusos dispuestos a cambiar de bando, con el objetivo de asegurar una privatización del país para repartirlo entre capitalistas rusos y occidentales. Las manifestaciones actuales son una bendición para esos capitalistas porque empujan al gobierno de Loukachenko hacia Rusia, donde la influencia de los oligarcas es suficiente para presionar al Kremlin con el fin de forzar al gobierno bielorruso a abandonar su principio de Estado Social y la defensa de la propiedad pública de las empresas clave de la economía. Para el Kremlin, el objetivo es obligar a Minsk a abandonar su modelo social, abriendo el país a privatizaciones masivas sin tener que lidiar por otro lado con una revolución de colores deseada por los sectores más extremistas en el oeste. En total, la KGB bielorrusa estima que 1800 millones de dólares han sido enviados a Bielorrusia en los últimos cinco años tanto por Rusia como por el Oeste para comprar altos funcionarios favorables a la integración con Rusia o a las organizaciones de oposición atadas a los intereses occidentales. Surgió así una tanda de burócratas corruptos que tienen más intereses en la privatización que en su propio mantenimiento en puestos gubernamentales menos remunerados.

 

La OTAN dividida entre partidarios del «putsch» y los «moderados»

 

El ministro bielorruso de asuntos exteriores, Vladimir Makeï, en particular, pero también otros cuadros importantes del país, están visiblemente en el bando pro-occidental y muy ligados al Reino Unido que está activamente involucrado en el apoyo a los movimientos de protesta. Putin había advertido a Loukachenko desde hace tiempo sobre esos vínculos con la potencia británica, pero este último se ha negado a limpiar su gobierno del «clan» pro-anglosajón, porque pensaba necesario mantener el equilibrio con los partidarios de la unión con Rusia. La embajada inglesa en Varsovia juega un papel central en orquestar las protestas en Minsk, en cooperación con los polacos y los países bálticos. Se sabe que las potencias occidentales están dividas entre un ala «moderada» que quiere preservar canales de negociación y cooperación con Minsk y Moscú, y una ala extremista, intervencionista, decidida a exacerbar todos los conflictos posibles en un mundo donde el sistema dominante está atascado en su propia crisis económica y sanitaria.

Francia y Alemania serían los moderados, incluyendo excepcionalmente a la administración Trump, mientras los partidarios extremistas se encuentran en Inglaterra y en lo que el New York Times llama el «Deep State»: los estados bálticos, Polonia, Hungría y la República Checa. Del lado ruso ocurre lo mismo, los oligarcas y los ministros de tendencias mundialistas ejercen una fuerte presión sobre Minsk, mientras los ministros del bando estadista y «patriota» son más favorables a la moderación con el gobierno de Loukachenko. Rusia ha perdido mucho dinero por apoyar a Bielorrusia, pero la principal razón se encuentra en la importancia de las industrias bielorrusas para la economía rusa, como la industria militar, espacial, el sector agro-industrial y la investigación científica. Loukachenko tiene, por lo tanto, mucho peso para imponer sus deseos a Putin en tiempos de paz. Debilitado por la crisis política, se vuelve dependiente del apoyo de Moscú para prolongar su estancia a la cabeza del Estado, y es muy dudoso que China esté dispuesta a respaldarlo cuando necesita mantener ante todo su alianza estratégica con Rusia e Irán, lo que hace a la posición bielorrusa secundaria en ese gran juego geopolítico.

La naturaleza del intento de cambio de régimen sigue un patrón similar al utilizado recientemente en Venezuela y Bolivia y marca claramente el uso sistemático de la teoría revolucionaria con fines de negocio por el imperialismo occidental. Urge desarrollar la lucha social y la solidaridad entre los pueblos para desactivar estos mecanismos de injerencia continua.

 

 

 

Comparación entres fotos actuales e históricas de las manifestaciones en Minsk donde se viralizó el uso de la bandera rojiblanca utilizada por el gobierno de colaboración con la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. La extrema derecha europea empuja el uso de símbolos relacionados con el nazismo como en el caso de Ucrania.

 

Editado por América Rodríguez para Investig’Action.

Fuente: Alainet 

lunes, 14 de septiembre de 2020

Militarizando la pandemia .

 


Militarizando la pandemia: Cómo los estados de todo el mundo eligieron respuestas militarizadas

  Andrew Metheven  

  “Dispárenles hasta que estén muertos”

 Estas fueron las órdenes del presidente filipino Rodrigo Duterte, sobre la forma en la que los soldados y el gobierno de los países deberían utilizar un enfoque «similar al de la ley marcial» para hacer cumplir el estricto confinamiento impuesto para limitar el impacto de la pandemia de coronavirus. Pronto se produjeron historias de abusos y asesinatos policiales por infracciones del confinamiento por cuarentena, entre ellas el tiroteo de un hombre en estado de embriaguez, jóvenes encerrados en una jaula para perros y presuntos infractores del toque de queda detenidos sin comida ni agua. Más de 1.000 personas en Filipinas han sido detenidas por infringir las condiciones del confinamiento, y Human Rights Watch ha criticado al Gobierno por utilizar tácticas similares a las de su «guerra contra las drogas», en la que la policía ha matado a miles de personas, incluyendo registros casa por casa, alentando a los vecinos a denunciar a otros en su comunidad de los que sospechen que tienen síntomas de Covid-19.

 Estos prácticas no se limitan a Filipinas – varios gobiernos han sido criticados por Michelle Bachelete, representante al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos quien dijo que «los poderes de emergencia no deberían ser un arma que los gobiernos puedan esgrimir para reprimir la disidencia, controlar a la población e incluso perpetuar su tiempo en el poder». Comprender la naturaleza militarizada de estos confinamientos y cierres nos ayuda a entender la naturaleza de la policía militarizada y la amenaza que supone para el bienestar y la libertad de nuestras comunidades, y por qué hay que resistirla y desafiarla. Fuera de las zonas de guerra reales, los encuentros con las fuerzas policiales pueden ser la experiencia más directa de la militarización para muchas personas, que están afectando a la vida de un gran número de personas. Antes de que se produjera la pandemia estaba claro que el militarismo se estaba normalizando cada vez más; ahora, teniendo en cuenta las enormes amenazas de la pandemia, los riesgos de una violencia extrema a manos de las fuerzas policiales militarizadas de todo el mundo se vuelven aún más extremos.

Cuando hablamos de «militarización», nos referimos a los estados que utilizan prácticas, sistemas, estrategias y mentalidades similares a las utilizadas por los ejércitos que participan en la guerra. La «mentalidad guerrerista» ha sido un tema impulsado por instructores que imparten talleres para las fuerzas policiales en los Estados Unidos, en los que se describe un enfoque de la labor policial que considera que los miembros de las comunidades son una amenaza que hay que contrarrestar y controlar, dando prioridad a los métodos violentos -incluso letales- para gestionar los conflictos y creando una mentalidad de «nosotros contra ellos». Este enfoque, unido a las armas de uso militar y a menudo a una deficiente rendición de cuentas, es una mezcla tóxica en cualquier situación, y muchos gobiernos de todo el mundo han respondido a la pandemia del coronavirus con bloqueos impuestos por las fuerzas policiales militarizadas.

La militarización va más allá de los actos individuales de violencia; se basa en una compleja e intrincada red de sistemas y estructuras. La violencia militarizada es organizada, deliberada y despersonalizada, impulsada por valores patriarcales y racistas, y la mayoría de las veces se dirige a los sectores más pobres y desfavorecidos de nuestras sociedades.

 Más allá de la violenta imposición de toques de queda y cierres, la militarización también se produce cuando los militares gestionan la respuesta de los estados a la pandemia. Entre los ejemplos de países en los que esto está ocurriendo se encuentra Indonesia, donde varios generales retirados ocupan puestos clave en la toma de decisiones, incluyendo el ministro de sanidad y el jefe del grupo de trabajo que coordina la respuesta del gobierno. Por lo tanto, no es de extrañar que el gobierno esté utilizando cientos de miles de efectivos para hacer cumplir las normas sobre el distanciamiento social y el uso de máscaras.

La militarización que vemos que se está llevando a cabo a través de la pandemia no salió de la nada, es un síntoma de mentalidades militarizadas profundamente arraigadas. Podemos verlo en el lenguaje empleado en la respuesta de los estados al virus: «pie de fuerza», «reunir a las tropas». Los valores del militarismo impulsan la retórica en la respuesta, que a su vez apoya las respuestas militarizadas y, en última instancia, permite la violencia y la opresión.

 Hay una variedad de formas en que los gobiernos militarizaron su respuesta a la pandemia. Comprenderlas nos ayuda a construir una imagen de cómo opera el militarismo, e identificar las oportunidades para desafiarlo.

 El Salvador

Human Rights Watch ha informado de que las fuerzas policiales de El Salvador han «detenido arbitrariamente a cientos de personas en nombre de la aplicación de restricciones» y que el presidente del país, Nayib Bukele, ha utilizado Twitter y los discursos difundidos a nivel nacional para alentar «el uso excesivo de la fuerza y la aplicación tapabocas, aunque esto no era un mandato del gobierno, o por salir a comprar comida o medicinas.

 Sudáfrica

En marzo, las fuerzas policiales de Sudáfrica dispararon balas de goma a los compradores que hacían fila frente a un supermercado de Johannesburgo cuando entró en vigor el confinamiento allí. En los vídeos se veía a policías y soldados fuertemente armados patrullando los barrios muy pobres donde los residentes tienen una capacidad limitada para aislarse, golpeando a las personas con látigos. En abril, los servicios de seguridad fueron acusados de matar a tantas personas por no cumplir el confinamiento como las que el propio virus había matado. Collins Khosa fue asesinado por las fuerzas de seguridad en su propia casa el 10 de abril después de que los soldados descubrieron lo que creían que era un vaso de alcohol en su patio (Sudáfrica prohibió la venta de alcohol durante el confinamiento).

 Thato Masiangoako, investigador del Instituto de Derechos Socio-Económicos de Sudáfrica, dijo a Reuters que «Esta brutalidad y violencia no es nada nuevo. Lo que es nuevo es que durante este encierro, se ha puesto más énfasis en estos abusos… Las fuerzas de seguridad se desplegaron principalmente en las zonas negras pobres como los municipios de alta densidad. Las áreas más ricas han sido protegidas de la violencia.»

Sri Lanka

A mediados de mayo, más de 60.000 personas en Sri Lanka habían sido arrestadas por romper las restricciones del país. El inspector general ha restringido los derechos de los ciudadanos a la libertad de expresión, ordenando a la policía que detenga a quienes critican la respuesta del gobierno al coronavirus, incluyendo a los funcionarios que «regañan» y señalan «cuestiones menores». El grupo de trabajo del gobierno encargado de gestionar la respuesta a la pandemia está dirigido por el General Shavendra Silva, un comandante militar que, según Human Rights Watch, «se enfrenta a acusaciones creíbles de crímenes de guerra durante los últimos meses de la larga guerra civil de Sri Lanka».

 Serbia

Además de utilizar el ejército y las fuerzas policiales militarizadas para imponer violentamente las restricciones, los estados han utilizado una violencia similar para responder a las protestas contra su manejo de la crisis. En Serbia, el «hombre fuerte» Aleksandar Vucic fue criticado por haber celebrado elecciones el 21 de junio -en las que su Partido Progresista Serbio obtuvo una victoria aplastante pero fue boicoteado por los partidos de la oposición- y por haber agravado la crisis al flexibilizar las normas sobre las grandes reuniones, antes de imponer un estricto toque de queda tras ganar las elecciones. Los manifestantes que exigían su dimisión intentaron asaltar el edificio del Parlamento, pero fueron golpeados y gaseados por la policía antidisturbios, que tomó como objetivo a los periodistas y atacó indiscriminadamente a las personas que no representaban ninguna amenaza y que estaban muy lejos de la protesta. La policía disparó bengalas a corta distancia desde vehículos y golpeó personas sentadas en bancos de un parque.

 Si no es militarismo, ¿entonces qué?

Los Estados optan por respuestas militarizadas debido a un amplio número de razones: porque otros sistemas y estructuras se ven privados de recursos; muchos consideran que los militares son ingeniosos, decisivos y eficaces en formas que los sistemas civiles/no militares nunca podrán ser; la violencia y la amenaza de violencia es una forma eficaz de crear miedo manteniendo el control; por la creencia de que, en una emergencia, la única opción de los Estados es utilizar medios coercitivos y autorizados para hacer cumplir las medidas que, en última instancia, beneficiarán a sus ciudadanos…

A medida que los movimientos de todo el mundo presionan para lograr una recuperación ecológica al enorme impacto económico, también deberíamos aprovechar la oportunidad para considerar cómo y por qué muchos estados recurrieron a esas respuestas militarizadas a la pandemia, y cuáles serían nuestras alternativas. Los militares despilfarran enormes cantidades de recursos que podrían haberse utilizado, durante muchos años, para construir sistemas de atención sanitaria y social más sólidos. El Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo estima que el gasto mundial en el sector militar en 2019 ha sido de 1.917.000 millones de dólares, el nivel más alto desde 1988 y un aumento del 3,6% respecto a los niveles de 2018. Cuando se inyectan cantidades tan enormes de recursos en los ejércitos no es sorprendente que dominen los enfoques y las narrativas militarizadas, pero debemos ser claros: el militarismo no es la única opción, los enfoques militarizados no son alternativas neutrales a los sistemas que deberían ser gestionados y administrados por civiles, y debemos seguir impulsando enfoques para la gestión de emergencias que sean equitativos y justos.

 Translated by

Natalia García (ES)

 Fuente: https://wri-irg.org/es/story/2020/m

 

https://www.antimilitaristas.org/Militarizando-la-pandemia-Como-los-estados-de-todo-el-mundo-eligieron.html

sábado, 12 de septiembre de 2020

La crisis del liberalismo occidental .

 La luz que se apaga: Cómo Occidente ganó la Guerra Fría pero perdió la paz  eBook: Krastev, Ivan, Holmes, Stephen: Amazon.es: Tienda Kindle

 Y ver  un explicación del libro   por uno de los autores ..


 Ver artículo de Estephen Holmes. 


https://www.letraslibres.com/espana-mexico/revista/explicando-europa-del-este-la-imitacion-y-sus-descontentos

Y ver una entrevista con el otro autor Ivan Krastey

https://elcultural.com/ivan-krastev-solo-el-espiritu-critico-puede-salvar-la-democracia

 

 

Nota del blog.-

Lo que pasa es, que esto que dicen los autores en los enlaces que pongo solo es una parte del libro. Luego hablan  de Putin , Trump y Chi Jinping . La mejor parte  es  la de Trump. De Putín hacen   más bien una caricatura . Y de Jinping  están impresionados .Estephen Holmes trabajó para la Fundación  Soros en Rusia y Ivan Krastey  es un politólogo e intelectual liberal búlgaro. De mucho prestigio entre los liberales  Se echa de menos que  explicaran lo del Brexit ..O  explicarnos a Boris Johnson . Ya que  a Trump si lo analiza  y no es el este . El libro tiene unos límites   de interpretación ,ya que es  como un tratado de psicología política y como liberal muy centrado en los líderes nacional populistas , como si lo económico y social  no se tuviera cuenta. Y los pueblos menos . Lo fase neoliberal del liberalismo actual creador de fuertes desigualdades  ,ni se nombra ,ni existe .Al final  se  parece más a un libro de autoayuda liberal no solo para el Este , sino de ellos mismos .Como una penitencia . Recordemos que la Fundación Soros fue expulsada  de Hungría . Y en Rusia eran felices con Yeltsin . Sobre todo cuando bombardeo el primer  Parlamento elegido democraticamente por   salir mayoría roja y oponerse a las reformas salvajes . Putin al final es como si el diablo  se les hubiera escapado de la botella. Y cuando  les protesta porque  la OTAN llega a sus fronteras solo busca conflictos y amenazar a Occidente . Las sanciones contra  Rusia no existen .De todos modos  de los paises del Este solo citan Polonia y Hungria como iliberales , los demas no existen. Y como si en Polonia el trasfondo católico y religioso de  la propia  revolución democrática  hubiera sido superado .Y Ucrania   solo sale,  porque  Putin se apodero de Crimea. Con lo felices que eran a partir  de las revoluciones  de colores y todo volvia   ser como debia haber sido, lo anterior era anormal . Y ahora les salieron rana , como los rusos.. 

La conclusión final y lo digo yo y no ellos ,  sería que el muro también se les  cayó encima , todos sabemos que cuando existía el Imperio Soviético ,Occidente competía con ellos , en estado social y en libertades  , caído este ,  el capitalismo  occidental ya no  necesitan alternativa . Es lo que hay . .Y lo que decían los soviéticos  de Occidente , era tan verdadero como lo que podían decir el Occidente de ellos . El liberalismo no deja de ser una utopía pero lo niegan ,  y se les   convertió en una distopía del capitalismo tardio. El  comunismo existio pero el capitalismo hacen como si no. Jamas lo nombran y menos asociado al liberalismo. Todo lo explica la psicología política. 

Y respecto a la inmigraciones exteriores lo mismo . Las guerras de los americanos y  Occidente en lo que llevamos  de siglo han provocado  sobre 50 millones  de desplazados y muchos vienen a Europa  , a sus antiguas metrópolis ex coloniales. La destrucción de Irak , Libia , Siria y más  tuvo sus consecuencias . Y la mayoría además  eran justificadas para imponer la democracia liberal , ya que después  del 89  se sintieron triunfadores ¿ Pero a qué liberal le importa eso ?.No es solo una crisis del liberalismo sino del estado democrático liberal que ya no controla a sus fuerzas económicas , ni las globales .De ahí el miedo a China  .Una cosa era USA en los años 50  con un PIB mundial de casi el 50% y otra cosa es ahora con 18% o menos con la crisis . Ya no tienen potencia  para hacer lo mismo .La excepción americana se ha derrumbado y ya no son  ejemplo para nadie. Y ellos bien lo saben. Al final también es una crisis de Occidente .Y no precisamente de la que hablo Spengler . Al fin y al cabo “Occidente”, es  un eufemismo ideado para no hablar de las formaciones sociales que se extendieron de manera colonizadora por todo el mundo ,esclavizando y explotando al resto del planeta. De ahí su apogeo. Y lejos estamos  de aquella época  que los presidentes describían a EEUU en la Guerra Fría como el faro de la esperanza en el mundo como   una "City  on a Hill" .   

 LDM.