martes, 29 de octubre de 2019

Entrevista a Mario Tronti .


 



Entrevista con el filósofo, profesor y senador italiano que acaba de publicar nuevo libro



Gerardo Muñoz


Mario Tronti es uno de los grandes pensadores políticos italianos de nuestro tiempo, y por esta razón, es muy probable que no necesite mayor introducción. El padre del operaísmo italiano ha desarrollado una reflexión teórica política a lo largo del último medio siglo, en el que la transformación de la realidad se ha dejado acompañar por la transformación de las condiciones de un pensamiento bajo el signo del 'espíritu libre'. No es fácil encasillar a Tronti bajo etiquetas prefijadas, ya que a lo largo del tiempo sus intervenciones han ido mutando vertiginosamente; pasando desde la praxis comunista a la teología política, de los análisis sustentados de la clase obrera al momento actual, atravesado por la descomposición de los principios políticos que gramscianamente podemos llamar interregnum.

En Tronti, estamos ante la presencia de la mirada de un sabio realista que ha podido comprender la crisis de la legitimidad de Europa y las ruinas de las democracias europeas sin hipotecar su mirada en una filosofía de la historia compensatoria. Acaba de ser publicado Il Popolo Perduto: Per una critica della siniestra (Nutrimenti, 2019), donde repasa los pliegues del momento populista global. La crisis del PCI y la iglesia católica, el agotamiento de las élites políticas y el extravío del pueblo, la geopolítica atlántica, los residuos de la vieja figura del trabajador, las intuiciones antagonistas de Carl Schmitt, son algunos de los temas que atraviesan su nuevo libro. Pero, más allá de estas variaciones, Il popolo perduto es también el depósito de un estilo de pensamiento. El estilo operaísta sigue siendo, todavía hoy, la mediación que no renuncia a los abismos que se van abriendo en el presente. En la siguiente conversación, repasamos varios de los ejes de su libro, precisamente aquellos que abren pasajes para pensar el actual momento europeo.

-Prof. Tronti, ante todo quisiera agradecerle por su tiempo para discutir algunos aspectos de su último libro Il popolo perduto (2019). En este libro usted dice que el populismo condensa una "conexión pulsional" que explica la antipolítica de la derecha tanto en Europa como en Estados Unidos. Y, sin embargo, el populismo también ha tenido fuerza pulsional en la izquierda, si pensamos, por ejemplo, en Podemos, Syriza, así como las diversas experiencias de la llamada 'marea rosada' de ciclo progresista latinoamericano. ¿Podría elaborar un poco más esta relación entre populismo y su dimensión pulsional en una época donde el pueblo vuelve a ser evocado?





-El discurso en torno al populismo que ha invadido el debate público en nuestro tiempo ha generado muchas confusiones, y en realidad responde a una pregunta muy precisa: ¿qué es el pueblo hoy? Pero sabemos que las preguntas precisas requieren respuestas difíciles. Están aquellos que dicen que el pueblo ya ha dejado de existir, y que, por lo tanto, solo hay populismo. Este no es un argumento trivial. El pueblo de los llamados populistas contemporáneos', y de la difusión de opinión pública a través de los medios de comunicación, está inscrito en el sentido común que, al ser manipulado, deviene en un actor autónomo que demanda ser soberano a través de los propios mecanismos democráticos.

"Los populismos de izquierda, deben prestar atención a la actual composición emocional de eso que llaman pueblo"

La soberanía de los populistas contemporáneos ha descubierto que, en la época de la globalización, la dimensión de pueblo-nación se vuelve gente-nación. Esto finalmente supone una multitud de individuos alienados. Esta nueva forma - totalmente informe - es la que encontramos en las gradas de un estadio, cada uno en su sitio y que instintivamente se pone de pie cuando escucha el himno del equipo nacional. Por eso hoy conviene releer los estudios clásicos sobre la psicología de masas del siglo diecinueve, que tendrá su gran escenificación en la década del veinte, y que reaparece en los totalitarismos con una fuerte capacidad de integración en las nuestras democracias. Estas formas populistas son orgánicamente de derechas, aún cuando buscan generar un conflicto entre pueblo y élites. Pero la pulsión qualunquista es siempre una práctica antipolítica de la derecha, no podemos olvidarlo. Los populismos de izquierda, deben prestar atención a la actual composición emocional de eso que llaman pueblo. La tarea es fundamentalmente política. Y esto supone una reorientación del desconcierto de las masas. En otras palabras, necesitamos saber interpretar las necesidades reales de la gente común, como me gusta llamarle, ante el malestar de la vida cotidiana, de los miedos existenciales, de la inseguridad y de la demanda de protección.



Solo cabe dar soluciones concretas a estos dilemas. Y esto supone, por encima de todo, una nueva tarea ilustrada. Yo que he sido un enemigo existencial de la Ilustración, hoy, sin embargo, puedo decir que necesitamos una nueva Aufklärung. Solo así estamos en condiciones de poder denunciar el nuevo obscurantismo se esconde detrás de las situaciones actuales, que recae no en los políticos, sino los amos de la economía, en los magos del capital financiero y en los gurús informáticos. Estos son los verdaderos enemigos del pueblo. De ahí que necesitemos hacerle ver a la gente común que tienen que dar la batalla. En realidad, la posmodernidad es nuestro ancien régime. Y es por ello que debemos romper contra la ceguera y la falta de visión que marcan la distancia de nuestra época. ¿Quiénes serian hoy los sanctus para fomentar un asalto a la Bastilla? Sin duda alguna que no son los chalecos amarillos. Ellos solo pudieran devenir algo político si aparece una cabeza de mando en el interior de esa fuerza destituyente de la insurgencia. Deberían cambiar de color de los chalecos. Esto es, necesitamos unos chalecos rojos, portadores de una tradición de luchas del movimiento obrero, para quienes ya no harían falta casseurs. Esta tradición nos ha enseñado que aquellos que saben organizar la fuerza ya no necesitan de la violencia.

-Retomando la pregunta anterior sobre populismo, me pregunto si usted ve en la teoría de la hegemonía de Ernesto Laclau un marco limitado para la construcción de lo político, en la medida en que la estructura "equivalencial de las demandas" termina por reproducir la misma lógica del dinero. En este sentido, si bien su libro no fue escrito contra Laclau, me gustaría saber qué impresión le suscita esta forma de pensar el populismo como construcción hegemónica.

-Me he referido a Laclau en otros textos, a quien pude conocer personalmente en Roma cuando presentamos juntos la traducción italiana de La razón populista. Soy consciente de que, tanto en Italia como en Argentina, hay varias intervenciones que buscan elucidar nuestras diferencias y cercanías en torno a muchos problemas teóricos. Por ejemplo, yo rara vez he usado el concepto de hegemonía, mientras que Laclau le ha otorgado un lugar central en sus análisis políticos. Cuando Laclau habla de "lucha hegemónica", creo que comparto su razonamiento, ya que en ese vórtice se produce un antagonismo político que une pensamiento y acción. En el prólogo la segunda edición del libro Hegemonía y estrategia socialista (2001), escrito junto a Chantal Mouffe, nos dice que una relación hegemónica es una mediación por la cual "una fuerza social particular asume la representación de la totalidad".

Aquí yo encuentro una profunda afinidad con el descubrimiento operaísta de la forma partido: esto es, la parcialidad, la clase, como índices de un saber mucho más efectivo que la totalidad que posee el enemigo. Después, es cierto que nuestros lenguajes y gramáticas divergen. En mi caso, ya no hablo de una radicalización de la democracia, sino de la necesidad de una crítica de radical de lo democrático. No me parece suficiente la transformación radical de las relaciones existentes de poder; al contrario, creo que debemos alcanzar una reversibilidad de la relación entre fuerza y poder entre los distintos partidos en pugna. Y no creo que esto pueda lograrse mediante una "cadena equivalencial" entre diversas luchas democráticas. Incluso a nivel empírico, las luchas contra el sexismo, el racismo, la discriminación sexual, o la defensa del medio ambiente, nunca consiguen por sí mimas la fuerza para destituir las bases operativas del sistema, puesto que carecen de un poder subjetivo de politización. Este es el problema. Por eso pienso que debemos hacer confluir nuestras energías alrededor de un proyecto constituyente ligado a la fuerza de una parte; de una parte, sin la cual ninguna acción destituyente de la totalidad tendría la posibilidad de realizar una práctica concreta.


-Sin lugar a dudas no eres un gramsciano, y podemos decir que en buena medida tu reflexión teórica a lo largo de décadas vinculada al operaismo ha sido una manera de pensar otro comienzo ajeno al del culturalismo como contra-hegemonía. Si como hemos dicho antes, el límite de Laclau es pensar la hegemonía como cierre equivalencial, obviamente que se corre el riesgo de una tecnificación de lo político. ¿No habría que pensar el conflicto justamente como lo que desborda a todo cierre, esto es, como un exceso capaz de transformar un espacio que ya no quede atrapado en el consenso?


-Ciertamente yo saldé mis cuentas con Antonio Gramsci hace mucho tiempo, en torno a los años cincuenta, incluso antes de la experiencia operaísta de los sesenta. La figura de Gramsci, el intelectual y político, fue fundamental para mi formación intelectual. Sentíamos una profunda admiración por Gramsci, sin lugar a dudas. Debo decir que los Quaderni fueron también mis pupitres de escuela. La distancia no es tanto con Gramsci como con el gramscianismo; esto es, con esa tradición que enfatiza lo nacional-popular, y en la cual se reconoció el idealismo historicista del marxismo italiano. A mí me sigue encantando el periodismo revolucionario del primer Gramsci. Solo fue más tarde fue que tuvo lugar mi distanciamiento del marxismo, no tanto de Marx. Para los grandes pensadores es siempre una maldición la creación de una doctrina o de grandes sistemas.

Desde luego, el reconocimiento internacional sobre del trabajo teórico de Gramsci es más que merecido. En algunas partes del mundo, cuyas condiciones históricas se asemejan a las que dieron lugar a su reflexión, todavía podría constituir una herramienta importante de análisis. Sin embargo, hoy veo límites desde nuestras realidades europeas. Y es aquí también donde situaría el problema de la hegemonía. Comparto la idea de que debemos superar el concepto, lo cual también implica superar el sentido hegeliano de la Aufhebung, esto es, ir más allá de la mera preservación de lo existente. Diría que hoy más que nunca necesitamos una batalla de ideas que pueda competir en el terreno cultural. Hoy se han impuesto ideas dominantes que provienen de las clases dominantes. Pero es igualmente cierto que la opción culturalista está dentro del actual aparato ideológico totalizador. Esta opción no es de Laclau, sino el peligro que corre todo gramscianismo dogmático.





Cuando Laclau elabora el proyecto de "construir un pueblo", él reclama una interpretación de la hegemonía cultural. Y, sin embargo, para poder realizarlo de manera concreta, debemos pensar y actuar como una parte de un pueblo. ¿Qué significa esto? En primer lugar, significa traer de la exterioridad política a una condición de separación objetiva, que ya no puede ser excluida de la administración del poder, de las decisiones del futuro; o, para decirlo en términos de Laclau, de la posibilidad de un sujeto antagónico. El populismo contemporáneo no es una forma de "construir la política". Esta intención, como bien dice Laclau, pertenece a una vieja concepción del populismo. En este sentido, los populismos contemporáneos son anti-políticos. A mí me parece que lo que Laclau y yo compartimos no es solamente el plano de la autonomía de lo político o de las subjetividades antagónicas; sino, también, que ahora el político debe construir pueblo, para así darle la forma a quienes permanecen excluidos. Podemos nombrar esa parte con una palabra que evoca antiguos acontecimientos de liberación: la forma partisana.


-En un momento de su conversación con Andrea Bianchi, usted se autodefine como un "revolucionario conservador" (revoluzionario conservatore), que recuerda a la categoría que Armin Mohler usara en su Die Konservative Revolution in Deutschland para describir a esa inteligencia reaccionaria crítica de los principios del liberalismo. ¿Pudiéramos decir, entonces, que su postura es análoga, pero desde la izquierda? Para llevar a cabo una transformación hoy, ¿necesitamos de una fuerza de conservación a contrapelo de lo que representa la actual anarquía del poder?



-En la definición del "revolucionario conservador" debemos señalar una cosa: el sustantivo es revolucionario y el adjetivo es conservador. El primero define, mientras que el segundo califica. Me gusta la figura retórica del oxímoron porque combina en una misma frase palabras que expresan conceptos opuestos. Me parece que aquí se produce un pensamiento fuerte, o al menos algo opuesto al pensamiento que yo siempre he intentado poner en práctica. O sea, he intentado sostener la contradicción, manejarla, y poder gobernarla. La contradicción es un tipo de realidad que constituye la división de lo social, y que es también lo que entendemos por capitalismo. Por eso la tarea del revolucionario es poder entender que toda división debe ser organizada como oposición. Para poder llevar esto a cabo debemos conocer muy bien al enemigo. Nunca hay que olvidarse de aquella máxima de Schmitt: "Solo puede conquistar aquel que conoce a su presa mejor que a sí mismo".

Y otra: "lo importante es permanecer incomprensible ante los enemigos". Solo de esta manera podemos encontrar en la contingencia las formas efectivas del conflicto. Esta es la razón por la que frecuento con regularidad a los grandes pensadores conservadores. La otra razón es que en este tipo de pensamiento siempre encontramos una reflexión sobre el estado concreto de las cosas. Una de la razones por las cuales normalmente la derecha suele derrotar a la izquierda, tiene que ver con la captura democrática en el consenso, donde siempre la derecha es realista, mientras que la izquierda ha sido ideológica. También subrayaría algo importante: en las personalidades aristocráticas de los pensadores conservadores encontramos una crítica radical de la mentalidad burguesa, la cual sigue constituida como la mentalidad dominante. El individuo burgués, normalizado, y semi-cultural es la figura antropológica a la que todavía hoy nos enfrentamos. En las democracias contemporáneas y sus ritos electorales, el sistema político representa ese universalismo de la clase media burguesa. En estas condiciones, la política no es, y no debe aspirar a ser, ni revolucionara ni una destitución anárquica del poder. Al contrario, es necesario intentar deconstruir el sentido al interior de ese universo, y esto se hace acentuando sus contradicciones. Por eso, no debemos esperar una crisis, sino que debemos provocar la crisis. Y esto solo puede realizarse desde lo alto del mando del gobierno.

Por lo tanto, asumir el funcionamiento democrático del gobierno se vuelve esencial a través de la conquista del consenso desde programas realistas. Yo he llegado a la conclusión que en estas condiciones históricas no hay otra manera que la forma reformista de la toma del poder. Solo desde ahí somos capaces de emprender una larga marcha revolucionaria. Primero ser reformistas, y solo después ser revolucionarios. Solo de esta manera ya no hay una confrontación directa, sino más bien una sucesión temporal entre el reformista democrático y el revolucionario conservador.


-Algunos lectores se han sorprendido de como en Il Popolo Perduto sigues los pasos de la figura de Benedicto XVI. Escribes: "Me impresionó algo que una vez Ratzinger dijera sobre su Iglesia: no se debería actuar por proselitismo sino por atracción". Obviamente, imposible no recordar aquí el ensayo de Giorgio Agamben sobre la relación entre el mal y fin de la legitimidad a partir del gran rechazo de Ratzinger ante los poderes de la Iglesia. Por lo tanto, me interesa preguntarte por la figura de Francisco, y si ves en el papado el arcano del liderazgo que pudiera movilizarse hoy contra la dominación técnico-económica de Occidente.


-Cuando el 10 de febrero de 2013 Benedicto XVI se dirigió a una delegación para anunciarles que a partir del 28 de febrero la Santa Sede heredada de San Pedro quedaría vacía, realmente tuvo lugar uno de los eventos más significativos de nuestro tiempo. Un evento que marca un punto alto de nuestra historia. Un acontecimiento que en una época como la nuestra, que carece de sentido histórico, ha sido incapaz de reconocer. Giorgio Agamben la lee correctamente situándolo en su sentido político como momento mesiánico en el fin de los tiempos. Aunque un libro que debemos releer hoy es Mysterium iniquitatis (1995) de Sergio Quinzio, un pensador que hubiese estado en condiciones de examinar este evento a la altura que se merece. Agamben repasa la decisión de Ratzinger como una tensión entre los principios de legalidad y legitimidad, y nos dice: "Los poderes e instituciones se encuentran carentes de legitimidad no porque hayan caídos a la ilegalidad, sino al revés, esto es, la ilegalidad hoy se generalizado de tal manera en nuestro tiempo porque los poderes ya han perdido todo sentido de legitimidad". Y esto es verdad.  Desde hace mucho tiempo yo he insistido que la actual crisis política en Occidente es menos una crítica de representación que una crisis de autoridad.

"La actual crisis política en Occidente es menos una crítica de representación que una crisis de autoridad"

No hay forma social sin haber antes decisión política. En este sentido, la autoridad es lo que reconoce al poder, y, por lo tanto, lo que lo legitima. Nada de esto tiene que ver con el autoritarismo. Entre autoridad y autoritarismo yace la misma diferencia que entre soberanía y soberanismo. La Iglesia Católica históricamente estuvo en condiciones de reconocer el poder, lo cual generó mucho proselitismo. Así, el plan del Papa alemán de regresar a una Europa cristiana terminó fracasando. De ahí que podamos decir que la idea romántica de Novalis de una Christenheit oder Europa ya se encuentra extinta en una Europa que existe entre la globalización y la secularización. El Papa argentino, quien viene del otro lado del mundo, es una nueva atracción para los más desventurados del mundo. En este sentido, hay que reconocer que la Iglesia es una gran escuela política, capaz de hacerle frente a la contingencia. Es decir, como institución ha sabido que es más útil tener al populismo político de Bergoglio que al programa de Ratzinger. Cuando el Papa Francisco se dirige hoy a los pobres, a los oprimidos, y a los humillados, notamos un contraste drástico con las víboras que se arrastran en el terreno de la economía, de la finanza, y de la tecnología. El éxito de Francisco es hablar una lengua de liberación en un mundo en que ya nadie puede hacerlo. En las homilías de los domingos los de abajo ahora se dan cuenta de que finalmente hay alguien que les habla directamente a ellos. Quienes están arriba se sienten tranquilos: siempre y cuando solo hable, todo está bien.


-Me gustaría insistir un poco más en la teología política. En los últimos años usted ha escrito mucho sobre el tema, pero también sobre la relevancia del pensamiento de Carl Schmitt, la cuestión del mito y del mesianismo. Ahora mismo en Estados Unidos, estamos viendo un renacimiento de un catolicismo anti-liberal ejerciendo influencias en la esfera pública, así como en el nuevo nacionalismo con luces de providencialismo. ¿Piensa que la teología política sigue siendo un horizonte para la transformación de nuestra época de absolutismo económico?


-Se ha comprobado que la teología política puede servirnos. Antes que nada, me ha servido a mí para llevar a cabo la lectura teórica del siglo veinte. El pasado siglo fue un siglo teológico-político. La oposición de dos grandes relatos ideológicos y su enfrentamiento encarnado, solo puede entenderse a la luz de la secularización de sus diversos conceptos teológicos. No es casualidad que la gran reacción al siglo veinte busque hacer borrón y cuenta nueva de los aparatos de su pensamiento. Por lo tanto, el siglo veinte fue el siglo que hizo historia y que, al mismo tiempo, llevó a la historia a su consumación. Desde mediados de los setenta, cuando los gloriosos treinta años llegaron a su fin, pudimos presenciar la descomposición del cadáver del mundo que fue celebrado durante las décadas ochenta y noventa. Esto suponía que lo teológico había sido extirpado de lo político. De esta manera, cualquier horizonte fuera del presente era inexistente. De ahí que el presente haya sido declarado como un régimen de la absolutización de lo inmanente. Hay que decir que lo que fue suprimido no fue tanto el afuera como algo más allá. There is no alternative! se repetía. Eso se volvió el lema de un mundo nuevo.

Esta situación es la fase de un enorme bloqueo. Respecto a cómo imaginar escapar de la forma social de dominación, ya no podemos decir que esté disponible un gramscianismo de guerra de movimiento o posiciones. El problema es mucho más complejo, puesto que simplemente no hay guerra. Por esta razón, tanto el movimiento como la posición se vuelven formas administradas de una fuerza siempre caída a la reacción. Sin lugar a dudas, esta es la nueva derecha, en el estilo de Donald Trump, en la cual ya no se cultivan proyectos totalitarios a la manera del siglo pasado. Los mecanismos democráticos contemporáneos siempre aseguran el consenso de antemano. Es cierto que hoy los viejos nombres cambian: lo que antes era soberanismo ahora es nacionalismo; lo que antes era racismo ahora es llamado nativismo; o lo que antes conocíamos por fundamentalismo ahora pasa por comunitarismo. No estoy seguro de cuanto durará esta ola reaccionaria, pero lo cierto es que no desaparecerá por sí misma. De nada vale denunciarla a gritos; se necesitan destrezas nuevas, inteligencia, y medios concretos para confrontarla. Ante todo, será necesario reconstruir un frente de lucha que pueda explicitar contradicciones del sistema, para de esta manera distinguir entre contradicciones centrales y marginales. Solo así podemos dotar de mayor nitidez a subjetividades antagonistas capaz de crear horizontes alternativos.

"Se necesitan destrezas nuevas, inteligencia, y medios concretos para confrontar la ola reaccionaria"

La constelación teológica-política que a mí me parece correcta es la que se inicia con las correcciones de Walter Benjamin a Carl Schmitt, pasando por las enmiendas de Jacob Taubes a Benjamin y terminando con el pensamiento de Alexandre Kojeve. Un apocalipticismo desde arriba y desde abajo deben converger en un punto. En otras palabras, es necesario maniobrar entre el escathon y el katechon, aunque yo entiendo que la política no puede hacerse desde la teología política. Y, sin embargo, la teología política hoy merece, al mismo tiempo que otras figuras del pensamiento, tomarse muy en serio a la hora de pensar la naturaleza misma de acción. Para poder establecer condiciones fértiles de lucha, para decirlo con Benjamin, es necesario que la puerta por donde pudiera entrar el Mesías, siempre permanezca abierta.


-Me gustaría pasar al tema de la geopolítica. En su libro menciona que debemos ser críticos de la "mediación atlántica" si queremos pensar otro orden geopolítico para Europa. Pienso aquí que varias figuras de la izquierda en España - específicamente en un debate reciente sobre en torno al soberanismo italiano - han propuesto establecer una nueva relación con la Rusia de Putin, capaz de devolvernos al espacio de las soberanías nacionales. Por eso algunos han venido hablando en los últimos tiempos de la necesidad de afirmar un 'momento Polanyi' cuyo horizonte es la soberanía definida como proyecto de autodeterminación de los pueblos. ¿Qué piensa usted de esta estrategia nacionalista en la izquierda?


-La geopolítica es otro de los planos fundamentales de esa articulación de la lógica de la equivalencia de la cual habla Laclau. En la forma actual de la globalización, jamás se da un paso atrás, sino solo pasos hacia adelante. Por eso no podemos regresar a la nación sino ir hacia una forma supra-nacional. Una de las contradicciones más agudas del actual sistema tiene que ver con que estamos inmersos en una globalización económica que carece de una globalización con forma política. En otras palabras: existe un mundo con una forma económica financiera que carece de forma institucional. Recordemos que la sociedad capitalista es impensable sin el asenso del estado burgués, un elemento obvio para entender la génesis, el desarrollo y el momento de las crisis. Todo esto tuvo lugar desde la forma histórica del estado-nación. Pudiéramos decir que hoy los estados continentales cumplen la misma función, ya que la forma mundial mantiene una presencia fuerte en el espacio nacional. La confrontación entre Estados Unidos y China, que se intensificará en las próximas décadas, será el nuevo compás de este siglo. En realidad, esta es la nueva globalización política que está emergiendo.

Y esto tendrá dos consecuencias fundamentales: un nuevo mundo bipolar (y esto implica una nueva Guerra Fría), que obligará a tomar partido. A mí me parece que los sueños cosmopolitas no son de este mundo. El poder endurecido de Trump es más realista que el soft-power de Obama. Por lo tanto, en el actual contexto geopolítico el gran tema de la soberanía debe repensarse desde Europa. Lo que quiero decir es que debemos pensar seriamente el proyecto de la construcción de una soberanía europea a escala supranacional. Y me parece que una guerra de independencia pacífica contra el Atlantismo es una de las premisas ineludibles. La soberanía federal europea, incluyendo a Rusia, pudiera llenar el vacío que jugaron los países no-alineados durante el siglo veinte. En cuanto a Polanyi, tengo mis dudas.

"Debemos pensar seriamente el proyecto de la construcción de una soberanía europea a escala supranacional"

Sin embargo, soy consciente de que en la contingencia un uso estratégico de las contradicciones mundiales podría ser necesario. En realidad, la causa detrás del desorden mundial tiene que ver con la estructura económica financiera, la cual debe ser desmantelada. La pregunta por una novedad en lo social debe pensarse justo en este punto. Ya no podemos aspirar a gobernar y administrar la economía a nivel nacional. En ese sentido, veo al populismo de izquierdas como un elemento necesario, pero que debe estar en condiciones de organizarse a escala supranacional en una segunda fase. Nada cambiará si después de una catástrofe reapareciera el estado de excepción. Y, como sabemos, estas son las situaciones en las que emerge el liderazgo atizado por el decionismo puro.


-Una de las intuiciones más interesantes que usted ha desarrollado en los últimos años tiene que ver con su tesis sobre la crisis antropológica de las élites en Occidente. En Il Populo Perduto, usted llega a decir que ya no estamos en la estructura rotativa de la reproducción de élites, tal y como lo habían entendido Michels o Pareto, sino que en la actualidad opera una forma en la que el triunfador político ya no se preocupa por mantener el conflicto con su adversario. ¿No podemos decir justamente lo mismo para la izquierda, en cuanto a su incapacidad de construir élites políticas solventes? Ahora que este año se celebra el centenario de La política como vocación de Max Weber, ¿piensa usted que la izquierda debe encarar la crisis de los liderazgos en el presente? 


-El centenario de La política como vocación es una ocasión para reabrir la pregunta sobre qué es la política moderna. Ahora que hemos traspasado el umbral del siglo veinte, conviene preguntarnos si es posible leer la historia del presente con las herramientas de la tradición moderna que heredamos del realismo político de Maquiavelo a Hobbes, y de Schmitt a Weber. Mi respuesta es ciertamente que aún podemos hacerlo. Sin duda que es una tarea difícil en el campo de las ideas, puesto que uno tiene que también entrar en relación con el ambiente intelectual postmoderno, dominado por todo tipo de sombras, ya sean las anti-políticas o las post-políticas, las biopolíticas o las neosituacionistas, las neo-anarquistas o esas otras aspiraciones salvíficas de dicen querer "cambiar el mundo sin tomar el poder". Ante esto, la política moderna parece estar ya en otro plano. Y, sin embargo, lo cierto es que ninguna de estas posiciones parecen estar en condiciones de ejercer una crítica a la forma democrática dentro de los sistemas políticos contemporáneos. Hoy todos desean ser democráticos y progresistas.

"Hoy no hay pueblo ni élites; lo que hay es una opinión pública masificada, y grupos entregados al culto de la personalidad"

Todo indica que somos incapaces de ver cómo la degeneración totalitaria de las democracias vuelven a nutrir formas de vocación claramente reaccionarias. Al sistema vigente se la ha permitido ganar sin que apenas luchemos contra la continua crisis política entre el pueblo y sus élites. Lo diría así: la crisis de la política es verdadera, la crisis de la representación es falsa. En realidad, hoy no hay pueblo ni élites; lo que hay es una opinión pública masificada, y grupos entregados al culto de la personalidad, cuya forma democrática abiertamente manipula e influencia la opinión pública. En realidad, estamos ante un círculo vicioso que gira alrededor de sí mismo, y que ha sido capaz de estabilizar el sistema a partir de hábiles improvisaciones con nuevos protagonistas. Por eso hoy no solo existe la tarea de construir un pueblo, sino también la de reconstruir una élite. Si la crisis de la política es, ante todo, la crisis de la autoridad, entonces esto significa una crisis de las clases dominantes. La mediación del "mando" ha colapsado. Y cuando un derrumbe de este tipo ha tenido lugar, la tentación de construir uno nuevo desde el verticalismo consensual inevitablemente cobra mucho atractivo.

Pero esta forma siempre será una torre de Babel, donde la confusión de las lenguas impedirá que pueda darse la bases para una comprensión diáfana. Por eso le doy tanta importancia al problema de las élites. Necesitamos volver a estudiar a Pareto, Mosca, y Michels. En realidad, si hubiésemos prestado atención a sus lecciones, tal vez nosotros, los italianos, hubiésemos podido evitar el fascismo. Lo que quiero decir es lo siguiente: la única alterativa a un liderazgo carismático, es una clase dominante carismática, portadora de autoridad política y solvencia institucional, y sujeta a los mecanismos de circulación y sustitución controlados por organismos básicos de representación. Esta vía política intentaría superar la vieja democracia hacia un nuevo socialismo. Y esto no es una utopía, más bien quiere afirmar una forma de la profecía.


-Para terminar, una última pregunta que es de alguna manera ineludible, puesto que acaba de aparecer por primera vez en inglés ese libro que definió una época que fue Operai e capitale (1966). Para usted el operaísmo consistió, primero que todo, de un estilo político sobre la realidad y las tramas de la dominación. ¿Qué nos queda de este estilo en nuestro presente? ¿Podemos seguir hablando hoy de un estilo operaísta?

-La conquista teórico-práctica del operaísmo tiene que ver con su forma parcial, la cual permite construir saber y conflicto. En el actual momento epocal, es fundamental que trabajemos para desarrollar una nueva conciencia de la parte. Por eso tiene sentido hablar de un pueblo como parte, puesto de lo que se trata es de entregarle una definición de clase a la categoría de pueblo: esto es, definir su composición social, identificar sus estratificaciones; percepciones que hemos podido ver en la última crisis económica. Pero esta tarea no concluye ahí; ese es sólo su punto de partida. El propósito debe ser, en cada caso, el de reinscribir el conflicto de clases en el interior del pueblo. A esto me refiero cuando hablo de volver a dar un sentido de orientación en medio de una época de gran desorientación. Esto es lo que significa para mí la construcción de un pueblo hoy. También tenemos que trabajar desde arriba, entendiendo que la contingencia genera nuevas interrogantes. Sólo una fuerza subjetiva organizada a partir de estas condiciones puede transformar la pulsión de protesta en una nueva voluntad política antagonista. Me gustaría que las nuevas generaciones de jóvenes lean la experiencia operaísta de manera creativa: esto es, con la capacidad de evaluar qué permanece vivo, y de este modo renovar las herramientas de investigación y las formas de intervención en la parte. Sin lugar a dudas es un asunto muy difícil. Pero sólo lo difícil es lo que merece ser intentado.

 https://www.cuartopoder.es/ideas/2019/10/29/tronti-hoy-no-solo-existe-la-tarea-de-construir-un-pueblo-sino-tambien-la-de-reconstruir-una-elite-entrevista/

Marear la perdiz belga . .


Marear la perdiz belga . .

  LDM.

La única forma de extraditar a Puigdemont o otros es por malversación . pero entraran a examinar el juicio , por sedición no hay extradición en las eurordenes, pero pedir la extradicción solo por malversación no lo harán , ya no lo hicieron antes con Alemania.. ni con otros estados.. juzgar  solo por malversación después de sentencia canta . Habiendo condenado a los demás por sedición . Y Puigdemont era el jefe . Y el juez   español solo hace marear la perdiz a la turca. La  justicia es ciega y la venganza  más ciega todavía. Si los hubieran juzgado por  malversación y inhabilitado años  no tendrían problema ni políticos en la cárcel , que alimenta la protesta  y siguen los juicios .
 El juez belga aplazo la vista , para dar tiempo a Puigdemont  a defenderse y esperar la sentencia del tribunal  de Luxemburgo sobre el aforamiento de el y de Junqueras ; mientras la fiscalía  le acusa  de sedición  y malversación , pero la fiscalía no es  el juez  , como aquí también les acusaban  de rebelión y luego la sentencia fue  de sedición y  malversación . La malversación   solo son 3 años y las otros les cargaron entre 9 y 13  .Mientras  Calvo amenazo a Bélgica y recibió una respuesta. Que son los jueces y no lo estados ( o sea los políticos ) quienes  determinaran la situación de Puigdemont.
 Y  además , si lo de la sedición , es bien discutible ,  lo de la malversación lo mismo , lo había negado  el ministro de hacienda y Rajoy   y  solo encontraron recibos  ,pero no los pagos . Malversación tampoco existe como tal .
Ver .. las eurordenes ir hasta el final del texto para ver los casos de extradición
http://cort.as/-Skb7

La instrumentalización de la justicia .

El problema de la decadencia del Estado español: Gobernanza y poder judicial







La inteligencia colectiva de la transición española está en convulsión por una sentencia del Tribunal Supremo cuya principal virtud –sino la única–, ha sido la de impulsar el revoloteo indiscriminado de todo tipo de experto, analista, jurista y periodista; de élites y de masas populares que con razones y devociones cacarean y vociferan patrias y banderas, derechos y penas, con cierto desconcierto y perplejidad. En el país de los milagros transitorios del siglo XX –importante reservorio turístico de la Unión Europea–, el siglo XXI se perfila como el periodo de la eclosión de todas las burbujas. El sueño de riqueza pinchó en la crisis de 2008, luego emergió la corrupción política, y ahora el soberano Poder Judicial se ve ampliamente cuestionado tanto en su neutralidad técnica, como en su papel de mediador social.

La ley entre la barbarie y la esperanza

La Ley es un concepto con historia en España. Tiene un valor simbólico cargado de incongruencias, imposturas y barbaries, así como también de enormes aspiraciones de equidad y justicia. Del Tribunal de Orden Público se pasó a la Audiencia Nacional, y la transición heredó el mantra del viejo régimen de que la Ley está para respetarla cumpliendo acríticamente las interpretaciones, y resoluciones, del Poder Judicial. ¿Qué es la Ley? Parece una pregunta de fácil respuesta, por su aparente obviedad. Sin embargo, en la España del siglo XXI su respuesta presenta sus grandes dificultades ante la deriva de un constitucionalismo en progresiva degradación y general volatilización de garantías procesales (1). La Ley es, pues, un concepto complejo que obliga a interpretar tanto la realidad de los hechos como su ajuste, o desajuste, a la norma. Respetar la Ley, sólo implica respetar la norma; ese es el límite, y sin que ese respeto acoja la obligación de respetar acríticamente toda interpretación y aplicación de la misma.

Acatamiento, discrepancia y prudencia

Desde el primer momento muchos de los opinadores –llamémosle «legalistas ciegos»–, extienden ese límite al acatamiento acrítico de una sentencia sin más respaldo que el respeto ad hominem del tribunal que la dicta. Pero es un acatamiento en lealtad al monopolio de la institución que administra la Ley; no a la Ley. Lamentablemente éste puede ser un gran error del Presidente del Gobierno que se pronuncia antes de concluir el recorrido procesal ante el TC y el TEDH pese a que poca esperanza cabe albergar. Error, cuanto menos, de prudencia, pero también de ubicación y perspectiva. De ubicación por cuanto la supuesta separación de poderes no implica la subordinación del ejecutivo, sino su independencia; y de perspectiva por cuanto el PSOE defiende, supuestamente, una evolución de tipo federalista para la España de las autonomías. Falta de prudencia que, desde la perspectiva técnico–jurídica, va aflorando con el análisis de los críticos más incisivos que se adentran en el texto de la sentencia y la califican técnicamente de injusta en parámetros de una discrepancia muy tangencial al supuesto de la prevaricación.

El circo de los expertos y los opinadores de filias y fobias

Distintos juristas señalan quiebra del principio de legalidad, por cuanto no se ajusta a la legalidad –más que con fórceps–, tiene tintes políticos, es autoritaria, decimonónica, incompetente, instrumentaliza los hechos para construir una tesis condenatoria con uso de demasiados juicios de valor, estira y manipula los elementos del delito, es incongruente, desproporcionada, retórica militante, y puro simulacro de proceso judicial, etc. Incluso un creativo juez del TSJA innova el derecho y crea el delito del «alzamiento institucional» con séquito multitudinario, en puro éxtasis cristiano de cometa navideño (2). Luego, en el vagón de cola, se agrupan las filias y las fobias en fanatismos y conveniencias de todo signo sin más tesitura argumental que la que genera el grado de hostilidad que quiere proyectar el «opinante» hacia el campo contrario. En su gran mayoría se trata de actos retóricos de posicionamiento y reprobación sin más núcleo que la palabrería al uso en el espectro de adjetivos que va desde sentencia cruel y provocadora, hasta débil y entreguista pasando por toda cota de equilibrios.

¡Es el espectáculo, idiota!

En la prensa destaca el puro éxtasis de molturación y regurgitación de toda realidad televisiva, en un espectáculo de filias y fobias, sin reflexión. Si Pedro Sánchez no ejerce la independencia del poder ejecutivo con respecto al judicial, la prensa binaria española apenas muestra criterio de objetividad fuera del espectáculo que oscila de la pena al miedo donde las manifestaciones pacíficas carecen de interés por anodinas. En España no hay razón, sólo emoción; ¡Es el espectáculo; idiota! Sin duda, Vox, Ciudadanos y el Partido Popular crean las emociones que promueven el espectáculo, mientras la izquierda española sólo manifiesta contradicciones como su principal aporte al espectáculo mediático. Hoy «el pueblo» es el pueblo televisado, y el poder popular se encuentra mediado por el mercado de los consumidores de las ofertas de los medios privados de comunicación que transforman la ilustración en publicidad.

El presentismo de máxima audiencia y el orden decadente

Incluso la liturgia de la exhumación de Franco se exhibe como un espectáculo de dimensión histórica –just in time–, en un contexto de eruditos donde presente y pasado sólo se articulan sobre reproches morales coloreado con el numerito especial de un Tejero aclamado por los feligreses de Mingorrubio a la espera de la momia del dictador. La gran contradicción de la transición del 78 se muestra en el momento actual con la imagen de la salida de Franco del Valle de los Caídos al mismo tiempo que el Franquismo más primitivo se instala con fuerza en el Congreso de los Diputados. Las contradicciones y las incongruencias constituyen la tramoya habitual de una transición cuya oficialidad se aferra a la ilusión teatral de un lenguaje institucional y jurídico manifiestamente poético-emocional basado en la racionalidad instrumental de los poderes establecidos a los efectos de mantener a salvo el estatus quo sellado por el orden de la Constitución de 1978. Un orden que se encuentra tan momificado como el viejo dictador y en plena decadencia tanto interior como en comparación geopolítica con los parámetros internacionales que marcan la dirección de futuro en el siglo XXI.

El imperio de las lagunas

El poder legislativo difícilmente puede aportar gran influencia real en la abolición de normas y ordenamientos jurídicos que mejor salvaguardan los intereses de los estamentos sociales y económicos plenamente convencidos de que nada, ni nadie, debe entrar en conflicto con su voluntad hegemónica de llevar a cabo –sin alternativa–, las acciones que consideran que deben hacer. Las lagunas y ambigüedades de los textos legales refuerzan el papel interpretativo del poder judicial bajo una metodología elitista de elaboración de leyes que ningún partido cuestiona y la ciudadanía desconoce ampliamente.

La gobernanza de entelequias

El poder ejecutivo y administrativo se limita al ejercicio de un concepto tradicional de gobernanza donde una élite de meritocracia formalista se erige en minoría rectora de las instituciones al servicio del político de turno. Modelo que impide el desarrollo estable –e independiente–, del ejercicio de la función pública en los ámbitos municipales, autonómicos y estatales cuya gestión se ve caracterizada por la contingencia de la circunstancia y el afloramiento de un gigantesco mosaico de particularidades que degradan el sentido de lo común. La autonomía y objetividad del funcionario público español es una figura eminentemente ideal carente –en su gran parte–, de base ontológica. La corrupción es el síntoma más evidente de esta falta de autonomía y estrecha dependencia del «jefe» político.

La decadencia institucional

Sin embargo, la decadencia de las instituciones emanadas de la transición del 78 tiene su origen en la persistente falta de proyecto de la política española. Del pragmatismo felipista creador de burbujas pasamos al aznarismo imperial de autodestrucción masiva moderado con el austericidio de Rajoy. La derecha clama por el restablecimiento del elitismo perdido y la izquierda aboga por lo posible en un mundo de «circunstancias» adversas montados en el vagón de cola de una Europa en punto muerto frente a al potente renacimiento de Asia y la lánguida decadencia de la hegemonía norteamericana. La izquierda española palidece frente al modelo de Singapur forjado en torno a una idea de educación y formación que elimina el credo de la desigualdad de talentos y postula una enseñanza basada en la premisa de la igualdad de las personas toda vez que todos los seres humanos estamos dotados por igual de inteligencia y voluntad. Igualdad que traslada el centro de la institución educativa, al ciudadano estudiante, no para formarlo como futuro empleado, sino para impulsar sus propias potencialidades como futuro emprendedor. Frente a esta potente idea asiática de progreso como capacidad autónoma de emprendimiento, la izquierda española sólo presenta la idea de adaptación a lo que hay asumiendo la falacia neoliberal de que no hay alternativa. No promueve cambios legislativos relevantes ni se plantea el problema de la eficacia de los servicios públicos austerizados con relación a las necesidades de la ciudadanía; algo que se ve muy claro tanto en la educación –y la investigación–, como en la sanidad.

El sacro poder de la interpretación volitiva

El poder judicial es el más opaco de todos los poderes del Estado Español. El único que garantiza la inmunidad judicial de la oligarquía española tanto en sus formas de hacer, como en la protección de sus intereses y ganancias. Su potestad se limita a la interpretación de la Ley con tal fortuna que las propias leyes procesales presentan tal grado de elasticidad que entre ambigüedades y lagunas la voluntad del juez se erige sin dificultad en decisión para resolver el conflicto.

Negar la existencia de la prevaricación judicial en España es tan pueril como negar la existencia de oxígeno en un jardín botánico. Otra cosa es que los artículos 446 y 447 del Código Penal permitan a un ciudadano acreditar la prevaricación judicial en frontal obstrucción beligerante del Poder Judicial. No obstante, la idea de justicia se enuncia en la España del 78 bajo ese lenguaje poético jurídico de conveniencia a los propósitos y fines del sistema. Se trata de una retórica difusa, de conceptos vacíos, trazos irregulares y figuras discordantes que generan perplejidad bajo un pomposo ritual procesal en el que las palabras chocan unas con otras, como por ejemplo la broma inútil del denominado «incidente de nulidad de actuaciones».

El flogisto de los derechos fundamentales y el síndrome de Estocolmo

La propia idea de «derecho fundamental» puede convertirse en una macabra broma si un juez así lo estima por cuanto nadie sabe con certeza qué es un derecho fundamental, mucho menos el famoso «derecho a la tutela judicial efectiva» un derecho tan complejo como el propio universo y tan volátil como el flogisto de la alquimia medieval. Sólo los derechos de propiedad son acreditables bajo registro notarial, un privilegio legal del que claramente carecen los demás derechos. La sentencia del procés señala que el respeto a la Ley es problemático para cualquier político que pretenda encarnar y canalizar el espíritu y la voluntad de «el pueblo» real, toda vez que la retórica judicial encarna el concepto idealizado de «pueblo» en la figura del Rey que representa el estatus quo del sistema de poderes español que redactó la Constitución del 78. Así pues, mientras la derecha española se ve ampliamente refrendada en el Poder Judicial, la izquierda padece históricamente de algo muy parecido al «síndrome de Estocolmo». Ni siquiera el mundo universitario de las facultades de derecho estudia la realidad de las actuaciones jurisdiccionales del Poder Judicial, mucho menos la realidad de los procedimientos legislativos del Congreso; cómo surgen y quienes influyen.

La férula del absolutismo decimonónico

El Poder Judicial es absoluto, carece de contrapesos y sistemas eficaces de control. La racionalidad de sus resoluciones no es científica, sino instrumental toda vez que adapta los medios al fin que persigue a fin de ajustar la realidad a las exigencias de la norma. No es la norma lo que se viola, sino la realidad de los hechos la que se modula a conveniencia. Manipulación que se realiza al amparo de la regla arcaica de la «sana crítica». Un término del siglo XVII acuñado por los jesuitas franceses en la dialéctica de la contrarreforma. La arbitrariedad del Poder Judicial es tan «soberanamente habitual», pese a estar prohibida por el art. 3 de la Constitución Española que un juez de Jaén no tiene reparo alguno de expresar –ad pedem litterae–, en escrito procesal su personal sentimiento de «profundo odio» contra una empresa y su letrado que había presentado recurso de recusación contra el juez. Nadie concibe hoy en España que un empleado de Mercadona exprese su sentimiento de odio contra un cliente que manifiesta su queja. Su imagen de profesionalidad quedaría fulminantemente laminada por la propia filosofía de empresa. Mas allá del anecdotario de las anomalías relevantes, la actual configuración de todo el sistema judicial español –anquilosado en la alquimia de voluntades–, constituye un enorme lastre de inercia que impide seriamente el desarrollo de cualquier política emancipatoria que, cuanto menos, ponga freno al largo proceso de decadencia en el que se encuentra inmerso el Estado Español. Sin proyecto de futuro el presente se va descomponiendo en una larga sucesión de pasados que se agotan en sí mismos.

Notas:



Blog del Autor: https://lacalledecordoba21.blogspot.com/2019/10/el-problema-de-la-decadencia-del-estado.html

lunes, 28 de octubre de 2019

Un poema para Franco



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Un poema para Franco



 Joan Brossa 24/10/2019



 44 años después de su muerte, Franco fue exhumado del Valle de los Caídos, el monumento de ignominiosa infamia franquista, el pasado día 24 de octubre. ¡44 años! Había que esperar una campaña electoral. Se nos ha ocurrido que una forma de comentarlo es recordando este gran poema de Joan Brossa (traducido más abajo) que le dedicó al dictador el mismo día de su muerte. SP



Final!

-Havies d'haver fet una altra fi;

et mereixies, hipòcrita, un mur a

un altre clos. La teva dictadura,

la teva puta vida d'assassí,



quin incendi de sang! Podrit botxí,

prou t'havia d'haver estovat la dura

fosca dels pobles, donat a tortura,

penjat d'un arbre al fons d'algun camí.



Rata de la més mala delinqüència,

t'esqueia una altra mort amb violència,

la fi de tants des d'aquell juliol.



Però l'has feta de tirà espanyol,

sol i hivernat, gargall de la ciència

i amb tuf de sang i merda, Sa Excremència!-



Glòria del bunyol,

ha mort el dictador més vell d'Europa.

Una abraçada, amor, i alcem la copa!



¡Final!

-Deberías haber tenido otro final;

Te merecías, hipócrita, un muro en

Otro agujero. Tu dictadura,

Tu puta vida de asesino,



¡Menudo incendio de sangre! Podrido verdugo,

Te tenía que haber apaleado la dura

Oscuridad de los pueblos, dado a tortura,

Colgado de un árbol al final de algún camino.



Rata de la peor delincuencia,

Te pegaba otra muerte con violencia,

El final de tantos desde aquel mes de julio.



Pero la has tenido de tirano español,

Solo e hibernado, gargajo de la ciencia

Y con tufo a sangre y mierda. ¡Su Excremencia!



Gloria de la chapuza,

Ha muerto el dictador más viejo de Europa.

¡Un abrazo, amor, y levantemos la copa!

Joan Brossa (1919-1998). Poeta

Fuente:

AAVV

sábado, 26 de octubre de 2019

Evo de nuevo


Evo de nuevo
Por Juan Manuel Karg 
RT.
Evo Morales Ayma ganó sus cuartas elecciones consecutivas a la presidencia de Bolivia: venció por 47,07% a 36,51% a su oponente Carlos Mesa, que desconoció los resultados y denunció un presunto fraude sin mostrar evidencias firmes del mismo. Hay algunos datos importantes para dar contexto a la noticia: el Movimiento al Socialismo venció en 242 municipios, es decir el 85% de los mismos; Morales logró la mayoría en Diputados y Senadores; y la diferencia entre los dos principales candidatos fue de aproximadamente 650 mil votos. Es decir: el líder cocalero no ganó por poco ni por asomo, tal como pretendieron hacer creer algunos medios concentrados del continente.
Mesa se apalancó en informes preliminares de las misiones electorales de la Organización de Estados Americanos y la Unión Europea para intentar el desconocimiento. Tanto la OEA como la UE cuestionaron que el TREP no haya cargado el domingo la totalidad de las actas: la transmisión llegó al 83%, cifra mayor que el 70% de la carga en 2014 y el 80% en 2016. Luego se habló de un supuesto cambio en la tendencia de la votación, cosa que no existió: Morales aumentó la diferencia unos 3,5% visto y considerando que, al igual que lo que luego pasó en el Cómputo General, el TREP cargó en primer lugar los distritos urbanos, donde el voto anti Evo es fuerte. 
La OEA llegó a un extremo en su posicionamiento: recomendó una segunda vuelta que violaría a la propia Constitución del Estado Plurinacional de Bolivia, que establece que, cuando un candidato saca más de 40% y 10% de distancia respecto a su principal oponente, resulta presidente electo. Y, para colmo, hizo esa recomendación antes de que se conozcan los datos finales, cuando todavía se estaban cargando actas. La dinamitación que los gobiernos conservadores hicieron de Unasur imposibilitó que haya en La Paz una Misión Electoral independiente, autónoma, que pueda caracterizar el proceso electoral considerando las propias particularidades de ese país: cualquiera que haya cubierto elecciones previas en Bolivia sabe que siempre el voto rural ingresa más tarde, por las propias condiciones geográficas de ese país. 
¿El gobierno de Morales explicó mal lo sucedido con el TREP entre domingo y lunes? Sin dudas. Y eso creó susceptibilidades, dentro y fuera de Bolivia. ¿Alcanza eso para denunciar un supuesto fraude, sin mostrar elementos contundentes que prueben esto? No. No alcanza. Y además hay una paradoja adicional: a esta altura, sin actas irregulares en manos, la oposición boliviana se aferra a denunciar que Morales no podría haber sido candidato, visto y considerando el referéndum del 21 de febrero de 2016. Ese argumento es rebatido fácilmente por el oficialismo: fue el propio Luis Almagro, secretario general de la OEA, el que validó la candidatura de Morales meses atrás, luego de que la justicia boliviana haga lo propio. Y además Mesa aceptó este marco general para concurrir a las elecciones. Es decir: aceptó unas normas que ahora, con los números de la elección en mano, no le resultan adecuadas .
Se abre un escenario complejo para Bolivia, país que parecía estable en un contexto regional de alta combustión: la interpretación de esta elección se terminará saldando en las calles y las cancillerías. En las primeras, muestran músculo tanto el oficialismo -La Paz- como la oposición -Santa Cruz-. De lo que se trata allí es de evitar que la violencia escale. En la esfera diplomática, en tanto, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador en México ya saludó el triunfo del MAS e hizo lo propio el bloque de diputados perteneciente al Frente de Todos de Argentina, lo que se suma al reconocimiento de los gobiernos de Cuba y Venezuela.
Los gobiernos conservadores de la región ya probaron el desconocimiento, cuando reconocieron a Juan Guaidó en Venezuela. Nueve meses después, los resultados son magros: Nicolás Maduro sigue en Miraflores e incluso acaba de ingresar al Consejo de DDHH de la ONU. Guaidó no gobierna el territorio sobre el que dice tener potestades ejecutivas. Cualquier reconocimiento que no sea a Morales, triunfador de acuerdo al Órgano Electoral Plurinacional, puede ser un nuevo salto al vacío para estos gobiernos y para la región en su conjunto. América Latina no necesita injerencia en los asuntos internos de los países, sino que sean los propios pueblos los que determinen quienes son sus legítimos gobernantes. 
Por Juan Manuel Karg
Politólogo UBA / Analista Internacional

 Nota del Blog  .-
Este articulo de RT  no se diferencia mucho  de este del País , pero el País lo esconde .. y no lo puso en primera página y es curioso los comentarios contra el periodista,  se  ve que desmiente  su sectarismo ..predeterminado además    y sino debían demostrar lo contrario.
 Ya es típico  ,si la derecha gana no hay fraude  ,solo si gana la izquierda,  de todos modos habrá recuento .

Comunicado abierto En defensa de la democracia, no al golpe de Estado.
 y ver ..


https://www.lahaine.org/mm_ss_mundo.php/agitando-el-fantasma-del-fraude


Elecciones en Bolivia .

Evo gana y Bolivia también


CELAG

Evo Morales, luego de catorce años de gestión, obtiene una votación muy importante, 46,8% de los votos, y gana en primera vuelta.

Bolivia vuelve a elegir como primera fuerza política al MAS, de Evo Morales. Con datos escrutados al 95% del sistema TREP (Transmisión de Resultados Electorales Preliminares), el presidente indígena logra el 46,8% de los votos, con una diferencia de 10,1 puntos con respecto al siguiente candidato más votado, Carlos Mesa (36,7%); el tercer lugar lo ocupa contra todo pronóstico el pastor evangelista coreano Chi Hyung Chung, quien obtuvo un 8% de los sufragios -y que supuso la novedad con un discurso ultraconservador-; el gran perdedor es Oscar Ortiz, el Bolsonaro de Santa Cruz, quien solo obtuvo un 4%.
Por tanto, se confirma ya que Evo Morales será el próximo presidente de Bolivia para los próximos años al haber obtenido en esta primera vuelta más del 40% de los votos y más de diez puntos de ventaja sobre el siguiente candidato.
Hay dos aspectos muy significativos a destacar en esta cita electoral. Por un lado, Evo Morales, luego de catorce años de gestión, obtiene una votación muy importante, 46,8% de los votos; y además logra la mayoría absoluta en las cámaras de diputados y senadores. Definitivamente, el exdirigente cocalero continúa siendo el líder que mejor sintoniza con los sentidos comunes de los bolivianos (nacionalizaciones, bonos sociales, soberanía), y también con las preocupaciones cotidianas presentes en el “metro cuadrado” de cada ciudadano. La cuestión económica (ingreso, consumo, ahorro) también es crucial en la valoración positiva de su gestión. Evo Morales sigue teniendo un bloque sólido de votos muy fieles que conforman la identidad política predominante en el país.
Por otro lado, hay que resaltar la consolidación del voto útil anti Evo en el arco opositor. Mesa, el segundo en disputa, captó buena parte del electorado de Ortíz. Esto ya se podía observar en la última encuesta Celag: Mesa tenía una imagen positiva muy baja (33%) y, en cambio, su techo electoral era del 40%. ¿Cómo se explica esto? Porque el voto útil anti Evo estaba muy latente en esta elección. Casi la mitad de los no votantes de Evo estaba dispuesta a cambiar de candidato con el único objetivo de evitar su victoria. En otras palabras, es como si buena parte del espíritu de la segunda vuelta ya hubiera estado presente en esta primera vuelta. El votante anti Evo más fundamentalista apoyó al segundo contendiente. Y aun así, a pesar de esta concentración del voto anti Evo, Carlos Mesa quedó a una considerable distancia del actual –y también próximo- presidente.
Hay que evitar caer en la trampa de considerar a los no votantes de Evo Morales como un bloque monolítico. Se diferencian, al menos, dos importantes grupos al interior de esa bolsa de votantes. Un grupo que estaría conformado por la ciudadanía de voto más volátil, menos fiel, quizás más despolitizada en un sentido partidario, más aspiracional y que no suele dar “cheques blancos” para siempre. Y otro grupo que sí conforma una identidad política clara “anti Evo”, caracterizado más por el odio, por la discriminación racial, por la pertenencia a una clase socioeconómica más afín a los principios neoliberales, y también con un fuerte componente regionalista (especialmente en el caso de Santa Cruz).
A partir de aquí, una vez que termina el tempo electoral, la política sigue su curso. Los partidos opositores desconocen los resultados tal como lo vienen advirtiendo desde hace semanas, e incluso meses. Seguramente, como así lo hiciera en otros momentos, la facción más anti Evo forzará acciones no democráticas y violentas para intentar desestabilizar el país. Su mayor capacidad para lograr este objetivo se concentra en Santa Cruz. Y probablemente se volverán a repetir escenas vividas en los primeros años de gobierno del MAS. De esta manera, se constata que el tema regionalista cruceño es un tema no saldado en Bolivia a pesar de los múltiples intentos por resolverlo. Pero también hay que destacar que hay otra parte de la ciudadanía que, aunque no votase a Evo, lo que desea es continuar con su vida de la manera más normal posible.
Al otro lado de la disputa está Evo Morales, quién consolida una victoria importante y que desde ahora en adelante deberá afrontar el desafío de emprender las transformaciones económicas, sociales e institucionales que le exige el pueblo boliviano. Y al mismo tiempo, tendrá que gestionar un tiempo inmediato de alta tensión política en las calles, y quizás, también con cierta presión internacional. No obstante, Evo Morales ya ha demostrado en más de una ocasión que es capaz de superar momentos muy adversos. Lo hizo antes de ser presidente y también durante su gestión.
Fuente: http://www.celag.org/sobre-las-elecciones-en-bolivia

 Notas  del blog .-

  


La corrupción de Carlos Mesa: espejo de la clase media ...




   y ver ….

Tras el triunfo de Evo, EEUU gesta y financia ... - La Haine