El panorama político italiano es de los más
complejos de las últimas décadas y puede dar distintos escenarios tras
las próximas elecciones
¿Berlusconi reloaded?
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Desde la defenestración de Silvio Berlusconi a
finales de 2011, los italianos no han vuelto a elegir un presidente de
Gobierno. Parece una
fake news, tan de moda en estos tiempos,
pero es la pura verdad. Tras la etapa del tecnócrata Mario Monti,
ninguno de los siguientes presidentes del Consejo –Enrico Letta, Matteo
Renzi y Paolo Gentiloni, los tres del Partido Democrático (PD)– se han
presentado como candidatos a la presidencia en unas elecciones. Y la
tragicomedia puede que continúe, ya que el probable ganador de los
comicios que se celebrarán el próximo 4 de marzo, el redivivo Berlusconi
–82 años en septiembre– está inhabilitado de por vida, a la espera de
una sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo
que podría permitirle volver a la política activa.
Efectivamente,
el panorama italiano es de los más complejos de las últimas décadas. No
faltan analistas, como Aldo Giannuli, que hablan de una verdadera
crisis del sistema político, tras el fracaso en diciembre de 2016 de la
reforma constitucional propuesta por Renzi. U otros que consideran que
la Segunda República –nacida después del escándalo de Tangentópoli a
principios de los años noventa– ha dejado espacio a una Tercera, cuyos
rasgos aún se desconocen.
Muchas son las incógnitas para un país
que lleva estancado desde hace al menos una década y mira cada vez más
con cierta nostalgia a los años de los Andreotti, Berlinguer y Craxi. El
reciente estudio del Instituto Nacional de Estadística (Istat) mostraba
una realidad desoladora: aunque el PIB haya mejorado (+1,6% en 2017),
la tasa de ocupación (58%) es la más baja de los países europeos. Desde
2008 han aumentado de manera exponencial las desigualdades, la
precarización del trabajo está en sus máximos históricos –gracias
también a la reforma del trabajo renziana, el
Jobs Act–, el paro
sigue por encima del 10%, la emigración juvenil es una sangría constante
y la fractura entre el norte y el sur –que según el estudio de la
Asociación para el desarrollo de la industria en el Sur de Italia
(Svimez) ha crecido la mitad de lo que hizo Grecia entre 2000 y 2013– es
cada vez más profunda.
El Rosatellum, las incógnitas de la nueva ley electoral
Las
próximas elecciones generales añaden aún más incertidumbre a un
panorama poco halagüeño. Los sondeos, que se deben coger con pinzas,
confirman en buena medida los resultados de las elecciones regionales
sicilianas del pasado octubre, al augurar una clara victoria del
centro-derecha que sumaría alrededor del 37% de los votos, seguido por
el M5E, que se convertiría en el primer partido con el 28%, y el
centro-izquierda que, con un PD en franco declive, podría llegar al 27%.
Se trataría de una victoria del dúo Berlusconi-Salvini, de un resultado
positivo, aunque no excelente, de los de Beppe Grillo y de una derrota
sin paliativos de un Renzi esclavo de su narcisismo y de una estrategia
suicida. Al margen de este sistema tripolar quedaría Liberi e Uguali
(LeU) –la alianza formada por Sinistra Italiana, Possibile y la escisión
de izquierdas del PD con dirigentes históricos procedentes del Partido
Comunista, como D’Alema y Bersani; LeU presenta como candidato al
presidente del Senado, Pietro Grasso, que ha recibido recientemente el
respaldo de Corbyn– que se quedaría con un 6%. Difícilmente entrarán en
el Parlamento la nueva lista de la izquierda que agrupa a diversos
movimientos, Potere al Popolo, apoyada internacionalmente por el francés
Mélenchon, y los neofascistas de Casa Pound, que con un 1-1,5% no
superarían la barrera del 3%.
Sin embargo, en realidad todo son
cábalas: los porcentajes de voto pueden sufrir cambios notables en
cuanto a la asignación de los escaños gracias a la nueva ley electoral
aprobada el pasado mes de octubre. El
Rosatellum, así conocida por el nombre del diputado democrático Ettore Rosato, que como las anteriores, el
Porcellum y el
Italicum,
puede que sea considerada inconstitucional por la magistratura en los
próximos meses, es una mezcla del sistema proporcional (con que se
elegirán el 61% de los diputados, con listas cerradas, sin la
posibilidad del
voto disgiunto y con la barrera del 3% para los
partidos y del 10% para las coaliciones) y del mayoritario (con que se
elegirán el 37% de los diputados en circunscripciones uninominales)
tanto para la Cámara como para el Senado. Además, los partidos y las
coaliciones no deben presentar un candidato a la presidencia, como en el
pasado, sino sólo un “jefe político”, lo que explica que el
centro-derecha pueda mantener el nombre de Berlusconi. Si a esto le
añadimos la incógnita del nivel de abstención –en 2013 votó el 75%, pero
en las administrativas celebradas en los últimos cuatro años no se
llegó en muchos casos ni al 50%– entendemos que es extremadamente
difícil prever cómo quedará el nuevo Parlamento. Los últimos sondeos,
publicados el 16 de febrero, apuntan al 34% de abstención y muestran
cómo más del 30% de italianos no ha decidido aún su voto.
El regreso de Berlusconi y la radicalización del centro-derecha
Todo
apunta, no obstante, a que serán tres los posibles escenarios, que
tendrían siempre a Berlusconi como eje. En el primer caso, el
centro-derecha conseguiría la mayoría absoluta en el Parlamento –no es
fácil, pero no es imposible– y tendría que escoger a un presidente,
teniendo en cuenta la inelegibilidad del ex
Cavaliere. Se habla de
algún perfil prestigioso, pero círcula cada vez más el nombre de
Antonio Tajani, actual presidente del Parlamento Europeo, que permitiría
a Berlusconi –que se presenta ahora como un baluarte del europeísmo
liberal contra el populismo de los
grillini– un mayor
acercamiento a las instituciones comunitarias. Es sintomático que
Merkel, con quien el multimillonario de Arcore nunca tuvo buenas
relaciones, haya dejado de criticarle. Mucho dependerá de qué porcentaje
de votos obtengan los partidos que forman la coalición: según los
sondeos, Forza Italia llegaría al 15-17%, la Liga Norte al 12-15% y
Fratelli d’Italia –la derecha hija de Alianza Nacional y nieta del
Movimiento Social Italiano– el 5%. Sin embargo, el reciente atentado
contra migrantes en Macerata –llevado a cabo por un neofascista
vinculado al partido de Salvini– puede modificar la situación: se ha
desatado una ola de xenofobia y el tema de la inmigración, que ha copado
todas las primeras páginas, será monotema hasta el 4 de marzo.
Lo
que es cierto es que la distancia entre Forza Italia y la Liga Norte
marcará la etapa post-electoral, tanto si el centro-derecha obtiene la
mayoría absoluta como si no llega a los 316 diputados en el Parlamento.
El joven y mediático líder leguista, Matteo Salvini, que ha llevado a
cabo una lepenización del partido fundado por Bossi, no abandona su
proyecto de OPA sobre el centro-derecha para la etapa
post-berlusconiana. Un proyecto que, aunque Forza Italia quedase primera
dentro de la coalición, muestra un cambio de época, como apuntaba
recientemente Michele Prospero: en comparación con el pasado, la
componente empresarial-berlusconiana ha pasado a ser más subalterna en
la coalición respecto a la hegemonía cultural y organizativa de las
derechas más radicales, que sumarían el 20% de los votos. En los
anteriores gobiernos de centro-derecha (1994, 2001-2005 y 2008-2011),
era Berlusconi quien detentaba la centralidad, mientras las derechas
eran percibidas como algo marginal. Ahora es justo al revés. Sin Salvini
y Meloni, el ex
Cavaliere sería irrelevante. Tanto que la Liga ha
conseguido imponer sin muchas dificultades a su candidato, Attilio
Fontana, en Lombardía –donde se votará también para las regionales–
asegurándose otros cinco años el control de la región más rica de la
península.
Gran coalición o ingobernabilidad
El segundo posible escenario sería el pacto del Nazareno
bis,
es decir un gobierno de gran coalición al estilo alemán entre el PD y
Forza Italia que podría confirmar Gentiloni, figura política al alza,
como presidente de Consejo. Muchos apuestan por esta solución, que
calmaría a quienes en Bruselas ven con preocupación la participación de
Salvini en el gobierno italiano. Para que esta opción sume deberá haber
algún apoyo o alguna abstención, lo que es toda una incógnita, aunque
sabemos que el transformismo es una tradición política del
Belpaese.
El
tercer escenario sería el de la ingobernabilidad, donde nadie tiene una
mayoría clara y la correlación de fuerzas –o de impotencias– impide
pactos transversales. En ese caso, en el palacio Chigi [sede del
Gobierno] podría seguir el mismo Gentiloni con la tarea de reformar la
ley electoral hasta unos nuevos comicios dentro de un año. Sería la
llamada fórmula del “Gobierno del presidente”, un ejecutivo inspirado
por el presidente de la República, Sergio Mattarella, y apadrinado por
los poderes fuertes, tanto italianos –el expresidente Giorgio Napolitano
alabó Gentiloni– como europeos –Merkel, Macron y también Juncker se
dejaron fotografiar recientemente con el actual jefe de Gobierno.
Habría
un cuarto escenario, sobre el cual han corrido ríos de tinta, aunque
parece extremadamente improbable: un gobierno entre los Cinco Estrellas y
la Liga Norte, que pondría sobre la mesa el tema de la soberanía
nacional, el bloqueo a la inmigración y un posible referéndum sobre el
euro. El giro que han dado los
grillini en los últimos meses
parecería descartar esta hipótesis, pero todo dependerá de los
resultados electorales. El jefe político del M5E, Luigi Di Maio,
vicepresidente de la Cámara en la última legislatura, trabaja para
mostrar un nuevo perfil del Movimiento, más moderado e institucional: en
esta dirección se explica el nuevo Estatuto del partido, que abre por
primera vez a posibles alianzas post-electorales; el alejamiento de
Grillo, que ha abierto un nuevo blog desvinculándose, al menos
parcialmente, del M5E; y la presencia en las listas de figuras cooptadas
de la sociedad civil –destacan los pequeños empresarios– que han
sustituido a un número no desdeñable de los candidatos elegidos a través
del opaco proceso de selección interno, en el que han participado tan
sólo 40.000 simpatizantes y que ha desatado una retahíla de críticas. Di
Maio intenta vender la imagen de un futuro gobierno
grillino de
los “competentes”, obviando las muchas ambigüedades del M5E, a partir de
la posición sobre la inmigración y de la vergonzosa campaña en contra
de las ONG que operan en el Mediterráneo.
Hay quien tampoco descarta un quinto escenario: el de un gobierno que reuniría al PD, la izquierda y los
grillini.
De momento, parece sólo política-ficción, aunque, como bien sabemos,
los caminos son inescrutables, sobre todo en los palacios romanos. Pero
es impensable imaginar un partido cada vez más de centro como el PD, con
un Renzi que coquetea con Macron y hasta con Rivera, y que alaba la
tercera vía
blairiana, aliado con la izquierda, que no lo quiere
ver ni en pintura. Además, en la confección de las listas electorales,
el florentino ha marginado las oposiciones internas que quedaban en el
partido (el ministro de Justicia, Andrea Orlando y el gobernador de
Apulia, Michele Emiliano) y ha abierto la puerta a exberlusconianos como
Pierferdinando Casini y Beatrice Lorenzin. Parece que el tiro le saldrá
por la culata a Renzi, ya que los sondeos dan al PD el 22-23%: salvaría
los muebles, llegando al 27%, sólo gracias al aporte de la lista
+Europa, de la radical Emma Bonino. Eso sí, Renzi tendrá un grupo
parlamentario de fieles que no le pondrá pegas en el futuro. Lo que es
cierto es que el modelo prodiano [de Romano Prodi] del centro-izquierda
–con el que muchos todavía sueñan– no tiene posibilidades mientras Renzi
siga al mando, aunque en el Lacio, donde también se votará para las
regionales, LeU ha decidido apoyar la reelección del actual gobernador,
el democrático de izquierdas Nicola Zingaretti, que debería ganar, ya
que el centro derecha se presenta dividido.
A la espera de la
noche del 4 de marzo, no nos queda otra que recordar uno de los más
famosos aforismos del escritor Ennio Flaiano, histórico colaborador de
Federico Fellini: “la situación política en Italia es grave, pero no es
seria”.
Steven Forti es profesor de la Universitat Autònoma de
Barcelona e investigador del Instituto de Historia Contemporánea de la
Universidade Nova de Lisboa. Sus más recientes publicaciones son El proceso separatista en Cataluña. Análisis de un pasado reciente (2006-2017) (junto a A. Gonzàlez i Vilalta y E. Ucelay-Da Cal; Comares, 2017) y Ada Colau, la città in comune. Da occupante di case a sindaca di Barcellona (junto a G. Russo Spena; Alegre, 2016).
Fuente:
http://ctxt.es/es/20180228/Politica/18107/Italia-elecciones-Berlusconi-Renzi-Salvini-derecha-Forza-Italia-rosatellum.htm