Las predicciones de
Hannah Arendt
Por Aleardo Laría Rajneri
| 28/12/2023
El nacionalismo orgánico como origen del problema
Hannah Arendt (1908-1975) ha sido una de las intelectuales judías
más importantes del siglo XX. Sus obras, tituladas «Los orígenes del
totalitarismo» (1951), «La condición humana» (1958) y «Sobre la revolución»
(1963), la sitúan como una de las pensadoras más relevantes en el mundo
académico occidental. Su libro más polémico, «Eichmann en Jerusalén. Un estudio
sobre la banalidad del mal» (1961), es una muestra de su capacidad para
articular un análisis independiente y provocador, en el mejor sentido de la
expresión. Consideraba que la “solución final” ideada por Hitler desafiaba toda
racionalidad, porque esa maldad era “banal” en el sentido de que no tenía
raíces profundas y se había basado simplemente en ignorar la condición humana
de los judíos. Por ese motivo, sostenía que el juicio contra Eichmann no
debería haberse construido sobre la acusación de un crimen “contra el pueblo
judío”, sino “contra la humanidad”. Afirmaba que el derrumbe espiritual de
Europa era consecuencia de haberse plegado frente al sangriento ídolo de la
raza.
En época más reciente, bajo el título de «Escritos judíos»
(Paidós, 2009), se ha publicado una recopilación de notas periodísticas
escritas al final de la década del ‘40 dedicadas a la cuestión palestina.
Hannah Arendt había abandonado Alemania, su lugar de nacimiento, en 1937 (1) luego
de un breve arresto, motivo por el que las autoridades germanas le habían
retirado la ciudadanía. Refugiada en Francia, colaboró con el movimiento
sionista en la ayuda a los judíos que huían del nazismo, facilitando su
traslado a Palestina. Retenida luego en un campo de refugiados, consiguió huir
y partir hacia Estados Unidos en 1941. A partir de 1943, luego de romper con el
sionismo, publicó numerosas notas que fueron recogidas en la revista Aufbau de
los alemanes judíos, que son los textos que se reproducen en el libro que hemos
mencionado.
Lo que Hannah Arendt denomina el pecado original del
movimiento sionista es el nacionalismo orgánico promocionado por Theodor Herzl,
que consideraba el Estado-nación como la única alternativa que ofrecía la
modernidad para el desarrollo de los grupos humanos. En opinión de Arendt, “la
acción política judía significaba para Herzl encontrar un lugar en la
inamovible estructura de esa realidad, un lugar donde los judíos estuvieran a
salvo del odio y la posible persecución. Un pueblo sin país tendría que huir a
un país sin pueblo; allí los judíos, sin la carga de las relaciones con otras
naciones, podrían desarrollar su propio organismo aislado.[…] No se daba cuenta
de que el país con el que soñaba no existía, que no había ningún lugar en la
Tierra donde el pueblo pudiera vivir como el cuerpo nacional orgánico en el que
pensaba y que el desarrollo histórico real de una nación no tiene lugar entre
los muros cerrados de una entidad biológica”. Añadía que, “aun cuando hubiera
habido un país sin pueblo y las cuestiones de política exterior no se hubieran
planteado en la misma Palestina, el tipo de filosofía política profesado por
Herlz habría dado lugar a graves dificultades en las relaciones del nuevo Estado
judío con otras naciones”. En relación con la cuestión Palestina, consideraba
que la negativa a tener en cuenta a los grupos árabes con los que la nación
judía habría de coexistir inevitablemente había dado lugar a fatales
desencuentros, que condenaban al futuro Estado israelí al conflicto permanente
o a hipotecarse bajo la tutela de alguna potencia extranjera.
Un Estado binacional
En los artículos escritos entre 1942 y 1950, modificando una
opinión anterior, se inclinó por el apoyo a las propuestas de un Estado
binacional formuladas por Judah L. Magnes, presidente de la Universidad Hebrea
y del Partido Ihud (Unidad). Para Magnes, “una Palestina binacional podría
llegar a ser una antorcha de paz en el mundo”. En la visión de Arendt, el
derecho a ocupar unas tierras en Palestina no derivaba de unos “derechos
históricos”, adquiridos 2.000 años antes, sino más bien de ofrecer un modelo
alternativo al Estado-nación bajo nuevas formas políticas y sociales. En la
nota «Salvar a la patria judía», consideraba que los kibbutzin habían dado
lugar a “una nueva forma de propiedad, un nuevo tipo de explotación agraria,
una nueva forma de vida familiar y de educación infantil, así como nuevas
maneras de abordar los embarazosos conflictos entre la ciudad y el campo, entre
el trabajo rural y el industrial”. Añadía que “el autogobierno local y los
consejos mixtos judío-árabes, a nivel municipal y rural, en pequeña escala y
tan numerosos como sea posible, constituyen las únicas medidas políticas
realistas que pueden conducir finalmente a la emancipación política de
Palestina”. Esta nueva comunidad democrática ofrecía “una esperanza de
soluciones que serán aceptables y aplicables, no sólo en casos individuales,
sino también para la gran masa de los hombres de cualquier lugar cuya dignidad
y humanidad se ven tan seriamente amenazados por las presiones de la vida
moderna y sus problemas no resueltos”. Pero para alcanzar estos resultados,
Arendt consideraba que era indispensable integrar también a la población árabe:
“La idea de la cooperación judeo-árabe, aunque nunca se ha hecho realidad en
escala alguna y hoy parece estar más lejos que nunca, no es un ensueño
idealista, sino la escueta afirmación del hecho de que, sin ella, toda la
aventura judía está condenada”.
Cuando la Organización Sionista Mundial —en el congreso de
Atlantic City celebrado en octubre de 1944— hizo público un manifiesto por el
que declaraba la voluntad de establecer “una comunidad judía libre y
democrática” que “abarcase de forma indivisible e íntegra la totalidad de
Palestina”, Hannah Arendt escribe una nota crítica titulada “El sionismo, una
retrospectiva”. En esta, considera que “la resolución de Atlantic City ni
siquiera menciona a los árabes, de modo que estos sólo pueden elegir entre la
emigración voluntaria o su transformación en ciudadanos de segunda clase”.
Señala que “estos objetivos relativos a la futura constitución política de
Palestina coinciden totalmente con los objetivos de los sionistas extremistas”
y que la resolución de Atlantic City “asesta un golpe mortal a los partidos
judíos de Palestina que han predicado incansablemente la necesidad de un
entendimiento entre árabes y judíos”.
Arendt escribirá otro texto en 1950 bajo el título “¿Paz o
armisticio en Cercano Oriente ?”, en el que continúa llamando a un
entendimiento entre árabes y judíos. Allí considera que “el proyecto sionista
habría de conducir a una crisis moral y política” marcada por “el terrorismo y
el aumento de los métodos totalitarios que se toleran en silencio y se aplauden
en secreto”. De este modo se exacerbaría el antisemitismo en el mundo y se
habría perdido una oportunidad de ofrecer una solución para las décadas
venideras. Expresa la esperanza de que la ONU escuche las proposiciones de
Magnus basada en la federación de pequeños consejos judeo-árabes locales
fortalecidos por el respaldo provisional de una administración fiduciaria, lo
que suponía una solución más atractiva que la simple partición. Sostenía que
“la necesidad del entendimiento judeo-árabe puede demostrarse mediante factores
objetivos; su posibilidad es casi enteramente cuestión de sabiduría política
subjetiva y de personalidades. Su necesidad, basada en consideraciones
económicas, militares y geográficas, se dejará sentir a largo plazo o, acaso,
cuando sea demasiado tarde”.
Sus opiniones han resultado premonitorias: “La esterilidad
cultural y política de las pequeñas naciones completamente militarizadas ha
quedado suficientemente probada por la historia. A largo plazo, sin embargo, el
Cercano Oriente, castigado por la pobreza, subdesarrollado y desorganizado,
necesita la paz tan perentoriamente como los judíos; necesita la cooperación
judía para llegar rápidamente a tener la fuerza que impida un vacío de poder y
asegure su independencia. En términos de política internacional, el peligro de
esta pequeña guerra entre dos pequeños pueblos es que inevitablemente tienta y
atrae a las grandes potencias a inmiscuirse, con el resultado de que los
conflictos actuales estallen porque pueden ventilarse mediante combatientes
interpuestos”. Por lo tanto, sostenía que “las buenas relaciones entre judíos y
árabes dependerán de un cambio de actitud recíproca, de un cambio en la
atmósfera reinante en Palestina y Cercano Oriente, no necesariamente de una
fórmula”. En relación con las guerras que habían provocado el problema de los
refugiados, consideraba que “independientemente de cómo se produjo su éxodo
(como consecuencia de la propaganda árabe sobre las atrocidades judías, o de
las atrocidades reales, o de ambas cosas), su huida de Palestina, preparada por
los planes sionistas de traslados de población a gran escala durante la guerra
y seguida por la negativa israelí a readmitir a los refugiados en su antiguo
hogar, hizo que la vieja queja árabe contra el sionismo resultara finalmente
verdadera: los judíos no pretendían otra cosa que expulsar a los árabes de sus
hogares. Lo que había sido el orgullo de la patria judía, a saber, que no se
había basado en la explotación, se convirtió en una maldición cuando llegó la
prueba definitiva: la huida de los árabes no habría sido posible ni habría sido
bien recibida por los judíos si hubieran vivido en una economía común”.
Buscaba una explicación ante “el fracaso judío y árabe a la
hora de ver a un vecino como un ser humano concreto”. En su opinión, una de
ellas era que “los judíos están convencidos, y así lo han anunciado muchas
veces, de que el mundo —o la historia, o una moralidad de orden superior— les
debe una reparación por las injusticias causadas durante dos mil años y, más
concretamente, una compensación por la catástrofe de los judíos europeos, que
en su opinión no fue simplemente un crimen de la Alemania nazi, sino de todo el
mundo civilizado. Los árabes, por otro lado, replican que dos injusticias no
hacen una acción justa y que “ningún código moral puede justificar la
persecución de un pueblo en el intento de reparar la persecución de otro”.
Como señala Hannah Arendt, sólo una voz llegó a alzarse en
protesta contra el tratamiento israelí de la cuestión de los refugiados árabes.
Fue la voz de Judah L. Magnes, quien escribió una carta al director de
Commentary en octubre de 1948 invocando su condición de judío y sionista para
manifestarse avergonzado por el tratamiento inferido a los refugiados. Sus
palabras mantienen plena actualidad: “Es lamentable que los mismos hombres que
podrían señalar la tragedia de los desplazados judíos como el principal
argumento en favor de la inmigración en masa a Palestina hayan de estar ahora
dispuestos, por lo que el mundo conoce, a contribuir a la creación de una nueva
categoría de desplazados en Tierra Santa”.
Fuente: https://www.elcohetealaluna.com/las-predicciones-de-hannah-arendt/
Nota del blog .(1) Ahí hay error , fue en
1933 , En 1932, Arendt ya pensaba en la
emigración, pero inicialmente se quedó en Alemania cuando su marido emigró a
París en marzo de 1933, y comenzó su actividad política. Por recomendación de
Kurt Blumenfeld, trabajó para una organización sionista, estudiando la
persecución de los judíos, que estaba en sus comienzos. Su casa sirvió de
estación de tránsito para refugiados. En julio de 1933 fue detenida durante
ocho días por la Gestapo. y emigró inicialmente a Francia, en 1933. En París,
sin papeles, volvió a trabajar para una organización sionista, entre otras
cosas, ayudando a jóvenes judíos a huir hacia Palestina. La ciudadanía se la retiran en 1937 .
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