Sobre antisemitas, antimasónicos y antibolcheviques
Por Salvador López Arnal
| 16/12/2023 |
( Reseña de Arquitectos del terror. Franco y los artífices
del odio (Debate, 2021), de Paul Preston, traducción de Jordi Ainaud i Escudero
)
Nuevo paseo de Paul Preston, siempre muy documentado, por el
corazón de nuestras peores tinieblas. Libro dedicado a los historiadores
Francisco Espinosa Maestre y Ángel Viñas, ni el título –Arquitectos del terror–
ni el subtítulo –Franco y los artífices del odio- son exagerados. Porque fue
eso: barbarie, impiedad, odio y terror (En una carta a Mola de julio de 1937,
Juan Yagüe, ministro del Ejército del Aire con Franco, comentaba: “Soy
optimista […] La juventud está en la calle y matan y mueren por sus ideales; terminarán
triunfando los mejores, los más fuertes, los más valientes y estos gobernarán
con autoridad por haber escalado los puestos con valor y sangre”).
Componen este ensayo del gran hispanista e historiador
inglés un prólogo, ocho capítulos, las notas, la bibliografía, los
agradecimientos y un muy útil índice alfabético (más una selección de
fotografías, p. 288 y ss, que no hay que pasar por alto).
A grandes rasgos, señala el autor en el prólogo, el libro
trata “de cómo las noticias falsas contribuyeron al estallido de una guerra
civil”. Retoma aquí las cuestiones planteadas por él mismo en El holocausto
español, ampliando especialmente el segundo capítulo: “Teóricos del
exterminio”. En un país con una ínfima presencia de judíos (unos 6 mil calcula
Preston en 1936) y un número poco mayor de masones, “resulta sorprendente que
una de las justificaciones fundamentales de una guerra civil que se cobró la
vida de medio millón de españoles fueran los supuestos planes de dominación
cultural de lo que se dio en llamar “el contubernio
judeo-masónico-bolchevique”.
En todo caso, Arquitectos del terror no es propiamente una
historia del antisemitismo ni de la antimasonería en España. Tampoco del
contubernio. El libro “adopta la forma de estudios biográficos de los principales
individuos antisemitas y antimasónicos que propagaron el mito del contubernio y
de los personajes centrales que pusieron en práctica los horrores que dicho
mito justificaba”. A ellos se dedican seis capítulos; dos capítulos más
“abordan cuestiones de contexto relativas a Franco y su círculo, y su
convicción de la existencia de tal contubernio”.
El primero de ellos, “Fake news y Guerra Civil” examina la
relación entre el general golpista y el contubernio. Analiza los motivos que
explican su ferviente adopción y posterior aplicación de la idea. “Los
personajes clave son su cuñado y mentor político, Ramón Serrano Suñer, el
psiquiatra Antonio Vallejo-Nájera y el pediatra y profesor universitario
Enrique Suñer Ordóñez”.
El segundo capítulo, “El policía”, trata de Mauricio
Carlavilla, “uno de los propagandistas más desagradables del contubernio”. De
uno de sus libros, llegaron a venderse unos cien mil ejemplares. Corrupto, fue
“un elemento clave en el intento de asesinar al presidente del gobierno democrático
Manuel Azaña”.
El tercer capítulo, “El sacerdote”, analiza la vida del
padre Juan Tusquets. Entre los fieles lectores de sus ensayos sobre el
contubernio: Franco y Mola. Activo propagandista de la sublevación militar de
1936, su praxis es una demostración de la falaz idea, extendida entre la
historiografía nacionalista y en la cultura del nacional-secesionismo, que la
guerra civil española no fue una contienda que se libró “para anular las
reformas educativas y sociales de la Segunda República democrática y para
combatir su cuestionamiento del orden establecido” (así lo señala Preston),
sino una guerra de España (sin más matices) contra Cataluña (con ausencia
también de ellos).
El cuarto capítulo, “El poeta”, tiene como protagonista a
José María Pemán, uno de los principales propagandistas de las bondades de la
dictadura del general Primo de Rivera. Se erigió en orador público oficial de
los generales sublevados. Tras la derrota del nazismo, “se transformó en la
cara moderada del régimen franquista. Reescribió con diligencia su pasado
radical y fue honrado por el rey Juan Carlos, I”. La deconstrucción de Preston
del personaje es excelente, deslumbrante en muchas ocasiones. “Como hemos
visto, en Cádiz, la derecha local sigue venerando a José María Pemán, no como
el artífice del odio que, sino como un paladín de la reconciliación. Así
perviven las mentiras.”
El quinto capítulo, “El mensajero”, se centra en un
aristócrata y terrateniente, Gonzalo de Aguilera, conde de Alba de Yeltes (“Un
terrateniente de la aristocracia con tierras en la provincia de Salamanca se
jactó ante unos extranjeros de que, el día en que había estallado la Guerra
Civil, había hecho que sus trabajadores se pusieran en fila, había escogido a
seis de ellos y les había pegado un tiro para escarmiento de los demás”). Los
que estuvieron a su cargo “estaban fascinados por su idea de que la represión
no era más que una labor de reducción periódica y necesaria de la clase
obrera”. Los pasajes finales del capítulo narran una tragedia familiar de
dimensiones shakesperianas.
El sexto capítulo, titulado “El asesino del Norte”, entre
los más logrados en mi opinión, se centra en el general Emilio Mola. Oficial
africanista (sus memorias “sobre su experiencia de combate se recrean en el
salvajismo”), su convencimiento “de la existencia del contubernio explica el
entusiasmo con el que supervisó el asesinato de miles de civiles como jefe de
Estado del Norte” (Duelen leer estas líneas de Preston: “La conspiración se vio
facilitada por la complacencia del Gobierno ante las repetidas advertencias. El
director general de Seguridad, José Alonso Mallol, trabajaba para combatir el
terrorismo falangista y vigilar las actividades de los oficiales hostiles. En
mayo entregó a Azaña y Casares Quiroga una lista de más de quinientos
conspiradores que, según él, debían ser detenidos de inmediato. Temerosos de
las posibles reacciones, Azaña y Casares no actuaron. Mallol señaló con el dedo
a Mola, pero nada se hizo al respecto. Poco después de que Casares fuera
nombrado presidente del Gobierno, hizo caso omiso de la información que le
proporcionó el comunista navarro, Jesús Monzón, que indicaba que los carlistas
estaban haciendo acopia de armas”).
El séptimo, “El psicópata del sur”, el que más ha
impresionado a este lector, está dedicado al general Gonzalo Queipo de Llano y,
por supuesto, pone los pelos de punta. No se pierdan detalle. Uno de los
salvajes arquitectos del terror más destacados y más corruptos. “A modo de
virrey el Sur, supervisó la brutal represión en Andalucía occidental y
Extremadura, que llevó a la muerte a más de cuarenta mil hombres y mujeres,
además de enriquecerse gracias a la represión”. Preston lo “despide” con estas
palabras: “Queipo murió el 9 de marzo de 1951. Franco no se dignó a asistir al
funeral, sino que envió en su lugar al ministro del Ejército, Fidel Dávila. El
hombre que había presidido el asesinato de decenas de miles de andaluces fue
enterrado vestido de penitente de la Cofradía de la Virgen de la Macarena.
Mentiroso, traidor y asesino, no hay motivo para sospechar que se arrepintiera
ni hiciera penitencia de ninguno de sus actos.”
El octavo capítulo, “La guerra interminable”, relata cómo
Franco y su círculo íntimo (Serrano Suñer, Carrero Blanco, Giménez Caballero)
continuaron propagando la noción de contubernio. El antisemitismo de Franco,
clave en su relación con Hitler, sobrevivió a la derrota del Reich e incluso
muchos años después. “El discurso antisemita siguió estando omnipresente en
España mucho después de la muerte de Franco. Su éxito comercial más espectacular
fue el enorme y fantástico tratado de Fernando Sánchez Dragó Gárgoris y
Habidis. Una historia mágica de España, publicado por primera vez en 1979.
Entre sus muchas ideas curiosas sobre la relación entre España y los judíos, se
encuentra la extraña tesis de que los propios judíos fueron responsables del
Holocausto.”
A excepción de Mola, muerto en 1937, y de Franco y
Carlavilla que nunca vacilaron en su antisemitismo, la mayoría de los citados
“recurrieron a mentiras e invenciones para reescribir su comportamiento
anterior”. Desmontar sus falsedades es otro de los objetivos fundamentales del
libro de Preston, un ensayo que se lee, además, como una buena novela.
El autor (o el traductor) usa en ocasiones la expresión
“regulares moros” (o afines) y también “izquierdistas” por ciudadanos de
izquierda. Debería corregirlas en futuras reediciones.
“Para viajar lejos no hay mejor nave que un libro”. Con esta
frase de Emily Dickinson se cierra el libro de Preston. Para viajar a momentos
de nuestra historia tan presentes en nuestro presente este libro es
imprescindible.
https://rebelion.org/sobre-antisemitas-antimasonicos-y-antibolcheviques/
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