La memoria de la revolución frente a la amenaza del fascismo
El fascismo se sirvió muchas veces de una retórica revolucionaria para presentarse no solo como un movimiento del pasado, sino también como uno del futuro y por ello mismo rupturista
Edgar Straehle
Fascismo y revolución
A veces se olvida que el fascismo se sirvió intencionadamente de una retórica en muchos casos revolucionaria. En tales ocasiones se quiso presentar no solo como un movimiento del pasado, sino también como uno del futuro y por ello mismo rupturista. En los años veinte del pasado siglo el aura que rodeaba a la palabra “revolución”, y esa retórica subversiva o transgresora que le podía acompañar, influyó en que la quisiera hacer suya. Se trata de un aspecto importante para comprender que, aunque haya muchos elementos en común, el fascismo no debe ser entendido mera o fundamentalmente como un movimiento reactivo o reaccionario. Si De Maistre definió célebremente su propia posición reaccionaria no como una Revolución contraria “sino lo contrario de la Revolución”, se podría decir que en este caso sucedió más bien al revés: en cierto sentido, la reacción fascista a la revolución se planteó a menudo en sí misma, y se quiso mostrar a nivel público como una revolución. Cuando menos, si bien pienso que no solamente desde una perspectiva como la estética o discursiva.
Esto no pasó desapercibido a unos cuantos contemporáneos. Por ejemplo, el gran poeta estadounidense Archibald MacLeish cargó tempranamente y con fuerza contra la peligrosa emergencia del fascismo, algo plasmado en escritos como su breve The Irresponsibles. A Declaration (1940), publicado en pleno apogeo del nazismo en Europa. En este contexto, resaltó el componente revolucionario del fascismo, pero en un sentido inequívocamente peyorativo: lo retrató como una revolución de lo negativo, como “una revolución de crueldad, astucia y desesperación”, cuyo único objetivo era el poder. Más que como una contrarrevolución la vio como una revolución contra (revolution against). Antes, Hermann Rauschning había destacado en su Revolución del nihilismo (1938), cuya edición británica llevó el título de Germany's Revolution of Destruction, que el nazismo era a la vez una revolución y una contrarrevolución. Antes que Hannah Arendt, también lo definió por su manera de funcionar como una suerte de revolución permanente (y nihilista) que no era fiel a ningún programa o doctrina. Para acabar, en esos mismos años Franz Neumann denunció en Behemoth (1942) que la retórica revolucionaria nacionalsocialista no era más que una burda apropiación de la fraseología marxista con el fin de atraer y seducir a la clase trabajadora. En su opinión, el objetivo era desarraigar el socialismo mediante un proceso de trasmutación por el que se reinterpretaba y rearticulaba el marco marxista desde un prisma nacionalista y racista. Al respecto escribió que “la nueva ideología nacionalsocialista es a todas luces una tergiversación de la ideología marxista” para atraer a la clase trabajadora.
No se puede dar cuenta aquí de una retórica revolucionaria fascista que se manifestó de múltiples maneras y acusó no pocas modulaciones, contradicciones y/o tensiones internas. El propio carácter plural y proteico de los diferentes fascismos, con no pocos cambios según la geografía y las coyunturas temporales, imposibilita explicar adecuadamente en unos párrafos lo que merecería un libro entero. De hecho, la misma palabra “fascista” no deja de ser problemática como término común.
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