lunes, 26 de septiembre de 2022

Desesperación estratégica europea.

 Desesperación estratégica 

18/09/2022 

 

 

Cuando los mejores son presa del extravío, quizá podemos concluir que las cosas no van realmente bien. A finales de julio, Wolfgang Schäuble concedió una entrevista al Welt am Sonntagun periódico dominical de centro-derecha. En ella renunciaba públicamente a su concepción, mantenida durante toda su vida, de una Kerneuropa franco-alemana, comprendida como el núcleo de Europa, confiando evidentemente en salvar, tras la guerra de Ucrania, lo que queda por salvar, si es que queda algo, de la posibilidad siempre remota de construir una Europa independiente dotada de una política de seguridad igualmente independiente. Lo que Schäuble, ahora una alta autoridad del Estado sin una función pública concreta y uno de los últimos políticos conservadores intelectualmente respetables en activo, trata de presentar en la entrevista es su concepción de una versión actualizada de su viejo concepto germano-gaullista de una Europa unida capaz de perseguir sus propios intereses. La versión propuesta en la entrevista , sin embargo, resulta tan alejada de la realidad que, viniendo de alguien conocido por su despiadado realismo político, puede leerse como el argumento subversivo de que con la guerra ucraniana la integridad de los sueños, no sólo de la derecha sino también de la izquierda, de una Europa dotada de  «soberanía estratégica», para expresarlo en palabras de Macron, se han convertido para siempre en quimeras. 

¿Qué sugiere Schäuble para convertir a Europa, ahora o nunca, en una potencia soberana después de la Zeitenwende [fase de transición]? Tras constatar que el tándem franco-alemán ha fracasado a la hora de evitar la guerra, o siquiera de tener una voz en ella, Schäuble sugiere ampliarlo para convertirlo en un triunvirato, en un directorio de tres miembros, invitando para ello a Polonia a unirse a Alemania y Francia «como miembro dotado de la misma importancia en la dirección de la unificación europea». Dado que «a tenor del Tratado de Lisboa la política de defensa recogida en el mismo no es adecuada para medirse con los desafíos actuales», el nuevo directorio operaría al margen de la Unión Europea. Francia, Alemania y Polonia invitarían a otros países europeos a unirse a ellos, para lo cual Schäuble acepta el concepto de «coalición de voluntarios». Este mismo principio, sugiere, debería aplicarse también a cuestiones como la política de inmigración y asilo. En efecto, este planteamiento daría lugar a una «Europa a la carta», una vez abandonado el supranacionalismo para sustituirlo por lo que en Bruselas, con una obligada expresión de disgusto, se denomina intergubernamentalismo. A largo plazo, tal planteamiento podría prescindir del establishment de Bruselas en su conjunto en favor de una alianza estratégica multinacional liderada por tres Estados-nación soberanos. 

Pero esto es sólo el principio. La principal tarea de este directorio de tres sería construir una defensa nuclear para Europa. En opinión de Schäuble, «dado que los ayudantes de Putin (¡!) nos amenazan cada día con un ataque nuclear, ahora está absolutamente claro [...] que necesitamos disponer de una fuerza de disuasión nuclear también a escala europea». Mientras Francia tiene las armas, Alemania tiene el dinero. «En nuestro propio interés, los alemanes debemos, a cambio de una disuasión nuclear conjunta, efectuar la correspondiente contribución financiera al poder militar francés [...]. Al mismo tiempo, debemos participar en una planificación estratégica de mayor envergadura acordada con París [...]. En cualquier caso, una capacidad de defensa europea es inconcebible sin la dimensión nuclear [...]». En repetidas ocasiones, Schäuble insiste en que nada de esto debe contradecir los compromisos europeos asumidos en el marco de la OTAN. «Lo que Francia debe conceder» a cambio de la cofinanciación alemana de su fuerza nuclear «es que todo debe encajar en la OTAN». De hecho, una de las razones que esgrime Schäuble en pro de la cooptación de Polonia en su directorio es que su presencia garantizaría que «la defensa europea no sería alternativa sino complementaria a la OTAN». La regla general, de acuerdo con Schäuble, «debe ser siempre: todo con la OTAN, nada contra ella». 

La propuesta de reorganización de Europa presentada por Schäuble debe entenderse como un intento desesperado de mantener viva una perspectiva mínimamente creíble de independencia estratégica europea. Sin embargo, los actos de fe que tiene que hacer para conseguirlo son enormes. Para acomodar el ascenso de Europa del Este como nuevo centro de poder europeo tras el ataque ruso a Ucrania, Schäuble invita a Polonia a unirse a Alemania y Francia como copotencia hegemónica europea, confiando en que ello, contra toda esperanza, la arranque de su relación simbiótica con Estados Unidos. (El gobierno polaco acaba de presentar a Alemania una factura de un billón de euros en concepto de reparaciones por la Segunda Guerra Mundial, esperando que ello le ayude a ganar las próximas elecciones). Schäuble también confía en que Francia acepte a un tercer país como cogobernante de Europa, después de que el actual liderazgo ejercido por ambos países haya fracasado, y que conceda a Alemania y Polonia lo que ha negado sistemáticamente desde la década de 1960 a Alemania sola, esto es, la capacidad de expresar su opinión sobre el uso del arsenal nuclear francés. 

Cuanto más se analiza la propuesta, más sorprendentes resultan las ilusiones que un veterano de la política europea como Schäuble se siente obligado a asumir para bosquejar algo parecido a un modelo de soberanía estratégica europea. Uno de los pilares del poder de Estados Unidos en Europa es la firma por parte de Alemania del Tratado de No Proliferación Nuclear de la década de 1960, que propició que Alemania dependiera para su defensa durante la Guerra Fría del paraguas nuclear estadounidense. En la actualidad, dicha dependencia se traduce en la presencia de un número desconocido de bombas atómicas estadounidenses en suelo alemán, junto con una licencia para que la Luftwaffe alemana transporte cabezas nucleares estadounidenses, bajo el mando de Estados Unidos, dirigidas contra objetivos elegidos por este país, utilizando aviones de combate comprados al mismo, lo que oficialmente se denomina «participación nuclear». No hay ninguna razón para creer que pueda convencerse a Estados Unidos, con o sin la OTAN, de que Alemania necesita participar también en la gestión de las cabezas nucleares francesas, aunque sea indirectamente pagando por ellas. Tampoco hay ninguna perspectiva de que Francia permita a Alemania y a Polonia expresar su opinión sobre cuándo debería ponerse en riesgo París por el bien de Berlín o Varsovia; en el pasado, los intentos franceses de hacer que Alemania compartiera los costes de la force de frappe [fuerza de choque] fueron abandonados en repetidas ocasiones cuando, a cambio de su participación, Alemania quiso simplemente echar un vistazo al catálogo de objetivos nucleares franceses. Y cabe también preguntarse cómo alguien con una experiencia y una carrea tan dilatadas como las de Schäuble puede confiar en que una política de seguridad europea codirigida por Polonia podría ser otra cosa que la extensión de la política de seguridad estadounidense, dados los dos objetivos principales de la política exterior polaca, esto es, la independencia de Alemania y la presencia contundente de Estados Unidos en Europa para mantener a Rusia a raya en lugar de confiar en los poco fiables vecinos europeos, que, a diferencia de la potencia estadounidense, podrían, a la hora de la verdad, temer por su propia seguridad. 

Donde la entrevista de Schäuble se convierte definitivamente en un documento de desesperación y su triunvirato franco-alemán-polaco se revela como nada más que el espejismo de un viajero en el desierto a punto de deshidratarse, es al final de la misma, cuando intenta hacer creer al entrevistador y a sí mismo que su triple alianza nuclear intentaría establecer «una asociación con Rusia, siempre que este país respete las normas básicas de la cooperación entre socios». «Seguramente –afirma Schäuble– también los polacos estarán de acuerdo cuando decimos que la asociación con una Rusia comprometida con la renuncia al uso de la fuerza, con la inviolabilidad de las fronteras y con las normas fundamentales del derecho internacional es políticamente deseable. Con una Rusia así podemos y queremos cooperar de buena fe. Por supuesto, con Putin esto será difícil», pero no imposible, en su opinión. Schäuble no puede albergar duda alguna de que para Polonia y su protector, Estados Unidos, una arquitectura de seguridad negociada en Europa que incluya a Rusia es, en el mejor de los casos, una segunda opción; su resultado preferido de la guerra ucraniana es una Rusia derrotada y mantenida a raya por una fuerza militar superior. Europa, en este escenario, está dirigida, no por Alemania o Francia o por ambas, sino por Estados Unidos y ello no sólo en el continente euroasiático, sino también a escala mundial, en particular en relación con China, a la que Schäuble menciona sólo una vez de pasada. El hecho de que Schäuble pueda llegar a confiar en que sus repetidas garantías de que su triple alianza formará parte de la OTAN, llegando incluso a sugerir además que el Reino Unido (el autodenominado subcomandante de Estados Unidos a escala mundial) también debería desempeñar un papel en la misma, engañen a la potencia estadounidense, desafía toda comprensión. En realidad, que alguien como Schäuble se vea constreñido a propalar piadosas esperanzas de que Estados Unidos mirará hacia otro lado puede interpretarse como un indicio de la eficacia con la que la guerra de Ucrania ha desplazado el centro de la política europea de seguridad nacional hacia el este y, con ello, hacia el oeste, en dirección a Estados Unidos. 

Donde Schäuble, para variar, está en línea con el Zeitgeist [espíritu de los tiempos] europeo es cuando afirma que la Unión Europea, como organización internacional realmente existente, no juega ningún papel en su proyecto; en realidad, está explícitamente excluida de él. Lo que tiene en mente, sin decirlo, es lo que Macron, en sus momentos más exuberantes, denomina una refondation de Europa (por supuesto, hay pocas cosas que Macron no quiera refundar). Durante los últimos años, el equipo de von der Leyen y el «método comunitario» supranacional que administra han perdido rotundamente la reputación de la que gozaban entre los jefes de Estado y de gobierno europeos. La gestión de la pandemia por parte de Bruselas fue ampliamente considerada un desastre, a pesar de que fue Merkel quien le encargó la adquisición de las vacunas, tarea para la que no estaba preparada, a fin de evitar que Alemania fuera la primera en ser servida cuando se disponía a asumir la presidencia de la Unión Europea en el verano de 2020: el resultado fue el retraso de dos meses en la campaña de vacunación en el continente europeo. También se culpó a la UE de no haber almacenado máscaras y equipos protectores y, en general, de no estar preparada para gestionar una emergencia médica como la pandemia de la Covid-19, así como de intentar en vano que los Estados miembros cofirmantes del Acuerdo de Schengen mantuvieran sus fronteras abiertas durante el periodo de aumento de las tasas de contagio. A esto le siguió la toma de conciencia gradual de que el aclamado Next Generation European Union Corona Recovery Fund era demasiado pequeño y estaba gestionado de forma demasiado burocrática como para hacer algo por el país para el que principalmente estaba destinado, Italia, como demuestra la patética caída, tras sólo un año en el cargo, del caballero blanco de la UE, Mario Draghi, como primer ministro de su país. Añádase a esto el regateo con Polonia y Hungría sobre el «Estado de derecho» en un momento en que Europa del Este se estaba convirtiendo en el nuevo centro de gravedad de la UE, por no hablar de la ausencia total de esta cuando los Acuerdos de Minsk fracasaron y Estados Unidos asumió la gestión del conflicto con Rusia en torno a Ucrania. Una vez que la Realpolitik levantó su fea cabeza, la UE se convirtió rápidamente en una organización auxiliar de la OTAN, encargada, entre otras cosas, de idear sanciones contra Rusia, que en su mayor parte se volvieron contra ella, y de elaborar una política energética europea común, una misión imposible desde el principio. 

Para evaluar cómo el liderazgo europeo se ha deslizado hacia Estados Unidos y cómo la UE ha perdido el control sobre sí misma nada mejor que analizar su política de admisión de nuevos Estados miembros, la cual constituye un campo de batalla cada vez más enmarañado ligado al conflicto sobre quién dirige Europa y con qué propósito. En la década de 1990, Estados Unidos hizo saber que, como parte de su Nuevo Orden, la UE tenía que acoger a los antiguos miembros del Pacto de Varsovia (Polonia, Hungría, Chequia, Bulgaria y Rumanía) para fortalecerlos económicamente y reorganizarlos institucionalmente con el fin de anclarlos firmemente en «Occidente»; posteriormente, los Estados bálticos, que durante un tiempo formaron parte de la Unión Soviética, siguieron su ejemplo. En aquel momento también se esperaba que la UE admitiera a Turquía, cuyo principal mérito consistía en ser miembro de la OTAN desde hacía mucho tiempo, lo cual habría dado a «Europa» fronteras conjuntas con Siria, Iraq e Irán, además de una posible guerra con un Estado miembro de la UE, Grecia. La adhesión de Turquía fue impedida por Francia y la Alemania de Merkel, campeona mundial en el arte de la resistencia pasiva, aunque oficialmente Turquía sigue siendo candidata a la incorporación a la UE. 

La integración de los nuevos miembros de la UE constituye una ardua tarea para la burocracia de Bruselas, que debe enseñarles los entresijos del denominado acquis communitaire [acervo comunitario], el interminable conjunto de normas que los Estados deben aplicar como condición previa a la adhesión. Además, para afianzar su lealtad al capitalismo, los nuevos miembros deben recibir apoyo económico y cuanto más pobres y numerosos sean, mayores deben ser los fondos estructurales de la Unión destinados a los mismos, que son financiados con los respectivos presupuestos nacionales. Además, como tantas otras veces, el dinero puede o no comprar el amor, y los nuevos Estados miembros del Este tener sus propias ideas sobre cuándo deben seguir las órdenes de Bruselas y cuándo no. Así, los periodos de espera se han dilatado durante los últimos años, ya que las negociaciones se están alargando innecesariamente por la presión de los actuales Estados miembros. El último nuevo miembro de la UE fue Croacia, admitida en 2013, tras diez años de negociaciones y con sus reformas institucionales concluidas a satisfacción de Bruselas. En la lista de espera siguen Albania, Bosnia-Herzegovina, Kosovo, Montenegro, Macedonia del Norte y Serbia, los denominados Estados de los Balcanes Occidentales, cuyas perspectivas de ser admitidos en un futuro previsible es nula, después de que Francia se opusiera públicamente a su ingreso. 

Introduzcamos en la ecuación a Ucrania, que a través de su omnipresente presidente exige la plena incorporación a la UE de inmediato, tutto e subito, algo difícilmente realizable sin el estímulo de su aliado estadounidense, que necesita que alguien pague la reconstrucción del país una vez que la guerra concluya, si es que lo hace en algún momento. El 18 de junio, von der Leyen, vestida como tantas veces estos días de azul y amarillo, anunció en Twitter, sin miedo a parecer decadente o de mal gusto, que «los ucranianos están dispuestos a morir por la perspectiva europea. Queremos que vivan con nosotros el sueño europeo». Pero lo que parecía convertirse en un viaje por la vía rápida a Bruselas pronto se detuvo en seco. Aunque es evidente que los Estados de los Balcanes Occidentales debieron protestar, el factor crucial es que los actuales Estados miembros parecieron haberse dado cuenta de que la adhesión de Ucrania acabaría por hacer saltar por los aires el presupuesto de la UE, por no hablar del sistema político oligárquico ucraniano, que habría hecho que Polonia y Hungría, los archienemigos «antiliberales» de la mayoría liberal del Parlamento de la UE, parecieran democracias escandinavas. 

En esta situación, fue Olaf Scholz quien, de nuevo con verdadero espíritu merkeliano, tiró del carro, exigiendo que la UE, antes de dejar entrar a ningún nuevo miembro, se sometiera a «reformas estructurales» de las que previsiblemente es incapaz. Una de sus propuestas se refería a la composición de la Comisión. Actualmente hay un comisario por cada Estado miembro, lo que suma un colegio de veintisiete, demasiado grande, como dice un adagio de Bruselas, para reunirse en pleno sin que los miembros utilicen prismáticos si quieren mirarse a los ojos. Sin embargo, ello no es razón para que los Estados miembros más pequeños insistan en que cada país debe tener un puesto en la Comisión, dado que la UE paga a sus comisarios bastante más de lo que los países más pequeños y pobres pagan a sus respectivos primeros ministros. 

La reducción del número de comisarios requerirá la modificación de los Tratados que cada Estado miembro debe aceptar. Además, en un discurso pronunciado a finales de agosto en la Universidad Carolina de Praga, que pretendía ser un complemento del pronunciado por Macron en la Sorbona en 2016, Scholz exigió disposiciones más estrictas sobre el Estado de derecho en los Tratados y poderes más eficaces para que la UE sancione a los Estados miembros por sus infracciones, a sabiendas de que esto sería inaceptable para Polonia y Hungría, y presumiblemente también para otros países. (Eludiendo tanto la UE como la OTAN, Scholz también sugirió un sistema conjunto de defensa aérea para Europa, creado por Alemania junto con los Estados miembros vecinos). Además, Scholz insistió en la votación por mayoría en el Consejo en lo concerniente a la política exterior de la UE, presumiblemente mediante votos ponderados por el tamaño de los respectivos países para evitar que el nuevo Ostblock [bloque de los países de Europa del Este] superara en votos a Alemania y Francia en nombre de Estados Unidos. Por supuesto, en la UE acabar con la unanimidad requiere unanimidad, un obstáculo que ni siquiera Angela Merkel había podido superar. 

Mientras tanto, en Alemania, la ministra de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, una de las Young Global Leaders del World Economic Forum de Davos, hace saber a la opinión pública alemana que la guerra en Ucrania puede durar muchos años todavía y que Ucrania seguirá necesitando apoyo económico y militar, incluido «armamento pesado», con toda seguridad durante 2023. Dejando a un lado a la honorable Marie-Agnes Strack-Zimmermann, diputada del FDP, el partido liberal alemán, por Düsseldorf, sede de Rheinstahl, una de las empresas armamentísticas más importantes del mundo, y presidenta de la Comisión de Defensa del Bundestag, los Verdes son sin duda los más militantes entre los políticos alemanes en su espíritu belicoso, ya que representan a una generación que estuvo exenta, y lo estará para siempre, del servicio militar, a diferencia de los despreciados pacifistas de antaño. Ello añade un sabor peculiar a las interminables expresiones de gratitud y admiración de los Verdes por los valientes ucranianos que «defienden nuestros valores», arriesgando sus vidas bajo un estricto régimen de servicio militar obligatorio. También ayuda a explicar su identificación incondicional con los objetivos bélicos del ala ahora gobernante del nacionalismo ucraniano (Baerbock: «Crimea pertenece a Ucrania [...]. Ucrania defiende también nuestra libertad, nuestro orden de paz. Y la apoyamos financiera y militarmente, mientras sea necesario. Y punto»). El envío de armas, mientras estos nuevos belicistas observan cómo se utilizan estas desde la seguridad de sus salas de estar (Twitter ofrece un increíble número de tuits de exultantes tuiteros alemanes repantigados en sus sillones celebrando los golpes de la artillería ucraniana contra los objetivos rusos, similares a los publicados por los videojugadores que informan de sus proezas conseguidas en las pantallas de sus ordenadores) es jaleado casi diariamente acompañado de la garantía, que se hace  eco de las declaraciones de Biden y su equipo, de que la OTAN, incluida Alemania, nunca enviará tropas a los campos de batalla de Ucrania donde los ucranianos «luchan y mueren por todos nosotros». Obviamente, ello contribuye a que estos nuevos partidarios de la guerra, que se saben al reparo de riesgo alguno para sí o para sus hijos, la alienten hasta la mismísima Endsieg [victoria final], insistiendo en que no puede haber negociaciones sobre el fin de la misma antes de que ésta haya terminado con la incondicional retirada rusa. 

Hasta ahora, la llegada de los Verdes al gobierno alemán, el reverdecimiento de lo que los alemanes solían llamar Friedenspolitik  [política de paz], ha tenido un éxito notable. El espacio para el debate público legítimo sobre la paz y la guerra se ha reducido drásticamente. El jefe del servicio de seguridad nacional alemán, la orwellianamente denominada Bundesamt für Verfassungsschutz [Oficina para la Protección de la Constitución], aseguró públicamente al gobierno que vigilará a todos los que afirmen que el ataque ruso a Ucrania podría haber estado relacionado con la acumulación previa de recursos militares estadounidenses en torno a Rusia; en otras palabras, a todos los Putinversteher  [comprensivos con Putin]. Como el evangelio, la prensa, de calidad o no, recita como sabiduría última de las relaciones internacionales, olvidada por los pacifistas sentimentales como Willy Brandt, el viejo adagio romano, si vis pacem para bellum. Se trata de proscribir la idea más reciente, que se remonta en parte nada menos que al mismísimo Friedrich Engels, de que con el armamento moderno, prepararse para la guerra puede desencadenar una carrera armamentística que precisamente consigue lo contrario de la paz. La acumulación sin precedentes de recursos militares por parte de Estados Unidos durante las dos primeras décadas del siglo XXI, incluida la dotación de armamento a Ucrania desde 2014, que supuso sin riesgo de exagerar la preparación para la guerra más impresionante de la historia, fortalecida además por la denuncia de todos los tratados de control de armamentos de la época de la Guerra Fría, no debe mencionarse nunca en este contexto. De hecho, cualquier cosa que se refiera a la prehistoria de la guerra es anatema, especialmente las negociaciones de Minsk y los meses del invierno de 2021, excepto ese momento mítico en el que «Putin», quien quiera que sea y por la razón que fuere, descubrió su odio genocida hacia todo lo ucraniano. Otro artículo de fe, que constituye una prueba ideal de credo quia absurdum [creo porque es absurdo] para mostrar la consabida lealtad, es que Rusia, que no pudo conquistar Kiev, situada a menos de 160 kilómetros de la frontera rusa, invadirá y conquistará, si se le permite sobrevivir a la guerra en Ucrania, Finlandia, los países bálticos y Polonia, a los que seguirán Alemania y, por qué no, el resto de Europa occidental sin más razón para ello que su total desprecio del modo de vida europeo. 

Visto así, el hecho de que el presupuesto especial de defensa de 100 millardos de euros, anunciado por el gobierno alemán a los tres días de iniciarse la guerra, no tendrá sus primeros efectos sobre el terreno hasta dentro de aproximadamente cinco años no significa que sea un despilfarro, sino únicamente que no tiene nada que ver con la guerra de Ucrania como tal. Para lo que Alemania se está preparando, siguiendo la demanda irrechazable de sus amigos estadounidenses, es para un mundo que se constituye en un gran campo de batalla a la espera impaciente de las intervenciones de la OTAN fuera de su área de operaciones tradicional en pro de la propagación de la democracia y de la oferta de oportunidades para que ciudadanos posheroicos y sobrealimentados defiendan los valores occidentales. A mediados de agosto, como otra muestra de su lealtad a Occidente, Alemania envió seis aviones de combate Eurofighter, en un viaje que los llevó por medio mundo y les obligó a pasar por la China continental y Taiwán, a Australia con el fin de efectuar maniobras conjuntas con Corea del Sur y Nueva Zelanda y de demostrar así la disposición alemana para una ulterior implicación militar. La prensa alemana informó bochornosamente para contextualizar la noticia de que «el nuevo concepto estratégico de la OTAN menciona a China como un desafío». Uno de los seis aviones de guerra resultó defectuoso y tuvo que ser devuelto a casa, pero los cinco restantes llegaron sanos y salvos a su lejano destino repostados en vuelo por un avión cisterna A330, lo que hizo que el Frankfurter Allgemeine Zeitung se sintiera orgulloso del estado de las fuerzas armadas alemanas. El viaje se produjo después de que el gobierno saliente de Merkel enviara una fragata, la Bayern, de gira por el Indo-Pacífico, antes conocido como el Mar del Sur de China, para mostrar tanto la lealtad transatlántica, como la resolución a la hora de intervenir en el Pacífico oriental. Y esto es todo por hoy en cuanto a la autonomía estratégica europea. 

  

  

Es un reconocido sociólogo de la economía alemán, director emérito del Instituto Max Plank para el estudio de las sociedades de Colonia. Con el agradecimiento a los compañeros de El Salto por compartir con SP esta traducción. 

Fuente: 

El Salto, julio-agosto de 2022 

Traducción: 

Carlos Prieto 

 

sábado, 24 de septiembre de 2022

La defensora del pueblo de Ucrania de Kiev mintió.

La defensora del pueblo de Ucrania 

admite que mintió sobre los rusos 

que cometen violaciones masivas 

para obtener más armas occidentales

11 June 2022

Fuente: alerta digital

Por Paul Joseph Watson.-

 Lyudmila Denisova, ex Comisionada Parlamentaria de Ucrania para los Derechos Humanos, ha admitido que mintió sobre los rusos que cometen violaciones masivas para convencer a los países occidentales de que envíen más armas a Ucrania. Denisova fue despedida por difundir mentiras, según ha comunicado el Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia

El miembro del Parlamento Pavlo Frolov acusó específicamente a Denisova de impulsar información errónea que «solo dañó a Ucrania» en relación con «los numerosos detalles de ‘delitos sexuales no naturales’ y abusos sexuales infantiles en los territorios ocupados, que no estaban respaldados por pruebas».

En una entrevista publicada por un medio de comunicación ucraniano, Denisova admitió que sus falsedades habían logrado su objetivo previsto.

«Cuando, por ejemplo, hablé en el parlamento italiano en la Comisión de Asuntos Internacionales, escuché y vi tanta fatiga de Ucrania, ¿sabes? Hablé de cosas terribles para de alguna manera empujarlos a tomar las decisiones que Ucrania y el pueblo ucraniano necesitan», dijo.

Denisova señaló que el Movimiento Cinco Estrellas de Italia estaba originalmente «en contra de la provisión de armas para nosotros, pero después de [su] discurso, uno de los líderes del partido … dijeron que nos apoyarán, incluso mediante el suministro de armas».

A pesar del hecho de que sus afirmaciones sobre la violación masiva eran falsas, fueron amplificadas repetidamente por medios de comunicación como CNN y el Washington Post.

«Los medios de comunicación se apresuraron a publicar las afirmaciones de BS de esta mujer, pero no les importó menos corregir el registro», escribe Chris Menahan.

De hecho, ha habido innumerables engaños y falsedades a lo largo de la guerra donde los llamados «verificadores de hechos» han sido notables por su ausencia.

Estos incluyen fugas de radiación en plantas nucleares sitiadas que resultaron no haber ocurrido, la completa desinformación de los medios de comunicación sobre lo que sucedió en Snake Island, el ‘Engaño del Fantasma de Kiev, así como el ‘ataque’ a un monumento conmemorativo del Holocausto que nunca sucedió.

y ver  https://es.theepochtimes.com/funcionaria-ucraniana-destituida-admite-que-exagero-sobre-violaciones-masivas-de-fuerzas-armadas-rusas_1003689.html

y ver https://www-newsweek-com.translate.goog/lyudmila-denisova-ukraine-commissioner-human-rights-removed-russian-sexual-assault-claims-1711680?_x_t

y ver https://www.grupormultimedio.com/crimenes-de-guerra-en-donbas-id1007908/

jueves, 22 de septiembre de 2022

Las consecuencias del colonialismo británico sobreviven a la reina Isabel II .

Las consecuencias del colonialismo británico sobreviven a la reina Isabel II

  Amy Goodman  y  Denis Moynihan

                                                           


Fuentes: Democracy Now! - Imagen: Soldados británicos participan en la represión contra el movimiento Mau Mau, Karoibangi, Kenia, 1954. Popperfoto/Getty Images

¿Cómo deberían ser las acciones de reparación y asunción de responsabilidad por el pasado colonial de Gran Bretaña signado por la esclavitud, los campos de concentración, las ejecuciones y las torturas?

“El sol nunca se pone en el Imperio británico” se ha dicho durante mucho tiempo en referencia a las colonias que el Reino Unido poseía en diversas partes del mundo. ¿La muerte de la reina Isabel II provocará una mayor reducción de ese imperio, teniendo en cuenta que muchas de las ex-colonias del Imperio británico que ahora conforman lo que se conoce como la Mancomunidad de Naciones debaten actualmente la posibilidad de cortar sus lazos con el Reino Unido de forma permanente? ¿Cómo deberían ser las acciones de reparación y asunción de responsabilidad por ese pasado colonial signado por la esclavitud, los campos de concentración, las ejecuciones y las torturas?

En 1947, en su cumpleaños número 21 y cinco años antes de ser coronada como reina, Isabel dijo: “Declaro ante ustedes que toda mi vida, sea larga o corta, estará dedicada a su servicio y al servicio de nuestra gran familia imperial a la que todos pertenecemos”.

Isabel pronunció este discurso en Sudáfrica, un país de la Mancomunidad Británica de Naciones, un año antes de que la minoría blanca impusiera las políticas racistas del apartheid sobre la mayoría negra y otras poblaciones no blancas. Durante los 50 años siguientes, el régimen del apartheid de Sudáfrica, que contó con el respaldo del Reino Unido y Estados Unidos, demostró que no a todas las personas que formaban parte de la “familia imperial” de la reina les fue bien.

Mukoma Wa Ngugi, docente de literatura en la Universidad de Cornell, dijo a Democracy Now!: “Me gustaría que se disuelva esta noción de la Mancomunidad de Naciones, de la Commonwealth. […] ¿‘Mancomunidad’? ¿A quién sirve esa mancomunidad?”.

Mukoma nació en Estados Unidos, pero se crió en Kenia, y es hijo del renombrado escritor keniano Ngũgĩ wa Thiong’o.

“El libro en el que estoy trabajando actualmente, que trata sobre las poblaciones africanas y afroamericanas, me llevó a Keta, en Ghana, una de las ciudades desde donde se embarcaba a los esclavos. Es un lugar que quedó muy decaído [por] el impacto, el trauma que dejó la esclavitud. Maya Angelou la consideraba una ciudad melancólica”.

Mukoma continuó: “De Keta fui a Bristol, en el Reino Unido. Bristol era un puerto de comercio de esclavos. […] [Actualmente] es una ciudad pujante. Mucha gente se enteró [del pasado esclavista de Bristol] cuando [un grupo de manifestantes] derribó la estatua de Edward Colston, uno de los traficantes de esclavos de la ciudad, [durante las protestas por la muerte de George Floyd en 2020]. Pero se pueden ver en ella los efectos de la esclavitud y del colonialismo. Podemos ver cómo se construyó la riqueza del Reino Unido”.

En 1952, Isabel estaba en Kenia cuando se enteró de la muerte de su padre, el rey Jorge VI, y se convirtió en reina. Kenia sufrió durante décadas el dominio colonial británico. Un movimiento de resistencia armada, conocido como “los Mau Mau”, se levantó contra el dominio británico en la década de 1950. Caroline Elkins, historiadora de la Universidad de Harvard, documentó la violencia cometida por el Reino Unido contra los kenianos en su libro “Ajuste de cuentas imperial. La historia no contada del gulag británico en Kenia” (Imperial Reckoning: The Untold Story of Britain’s Gulag in Kenya), ganador del Premio Pulitzer.

En conversación con Democracy Now!, Elkins expresó: “Como una forma de reprimir a los Mau Mau, cerca de 1,5 millones de kikuyu, o africanos, fueron recluidos en campos de detención o “aldeas de emergencia” cercadas con alambre de púa. […] Durante todo ese período se produjeron actos sistemáticos de violencia y tortura, así como también asesinatos y un encubrimiento generalizado [de todos estos actos]. En resumidas cuentas, durante el reinado de Isabel II, el régimen imperial cometió graves crímenes. De hecho, su foto estaba colgada en todos los campos de detención de Kenia donde se torturaba a las personas para exigirles lealtad a la corona británica”.

Muchos países aún intentan superar los impactos del colonialismo británico. David Comissiong, embajador de Barbados en la Comunidad del Caribe dijo a Democracy Now! en diciembre de 2021, poco después de que el país abandonara la Mancomunidad de Naciones, se declarara soberano y dejara de reconocer a la reina Isabel II como su jefa de Estado: “Las naciones y pueblos que anteriormente fueron esclavizados y colonizados, como los del Caribe –incluido Barbados—, se han insertado en ese orden internacional de una manera estructuralmente subordinada y bajo un régimen de explotación. […] Barbados fue la primera sociedad en la historia humana que se construyó totalmente sobre la base de la esclavitud: su economía, su sistema social, su ideología. Esa es nuestra historia. La familia real estuvo profundamente involucrada en el comercio de esclavos británico y en el sistema de esclavitud africano”.

El primer ministro del país caribeño de Antigua y Barbuda, Gaston Browne, anunció esta semana que el país realizará un referéndum dentro de tres años para decidir si corta totalmente los lazos con el Reino Unido.

Durante una entrevista con Democracy Now!, Dorbrene O’Marde, presidente de la Comisión de Reparaciones de Antigua y Barbuda y embajador extraordinario de Antigua, dijo esta semana: “[La reina Isabel II] logró ocultar la brutalidad histórica del imperio [británico] detrás de este barniz de grandeza, esplendor, pomposidad y gracia. Pero creo que […] tenemos que examinar esa historia de una manera mucho más profunda”.

El hijo mayor de la reina Isabel la ha sucedido y se ha convertido en el rey Carlos III. El nuevo monarca tendrá que afrontar los reclamos cada vez más crecientes para brindar reparación y asumir las responsabilidades por el largo período de explotación colonial que enriqueció al Reino Unido y a la familia real, incluido él mismo. La riqueza estimada de la familia Windsor es de miles de millones de dólares.

Dorbrene O’Marde agrega: “El plan de reparaciones de la Comunidad del Caribe (Caricom) se centra en el desarrollo […] de una región donde el dolor de la esclavitud y el genocidio aún persiste y continúa afectando la vida de la población caribeña en la actualidad. [El Reino Unido] ha cometido crímenes de lesa humanidad y existe una demanda moral y ética para que reconozca esos crímenes”.

El rey Carlos III debería atender el llamado de estos antiguos súbditos coloniales y responder por los innumerables daños infligidos en todo el mundo en nombre de la monarquía británica.


© 2022 Amy Goodman

Traducción al español de la columna original en inglés. Edición: Democracy Now! en español, spanish@democracynow.org

Amy Goodman es la conductora de Democracy Now!, un noticiero internacional que se emite diariamente en más de 800 emisoras de radio y televisión en inglés y en más de 450 en español. Es co-autora del libro “Los que luchan contra el sistema: Héroes ordinarios en tiempos extraordinarios en Estados Unidos”, editado por Le Monde Diplomatique Cono Sur.

Fuente: https://www.democracynow.org/es/2022/9/16/las_consecuencias_del_colonialismo_britanico_sobreviven .

lunes, 19 de septiembre de 2022

La excepcionalidad de la historia de España.

                                                                 


                                                                             Decálogo de la excepcionalidad de la historia de España

Fuentes: Nueva Tribuna


No entraré en una controversia historiográfica sobre si nuestra historia es la de un país normal o no, en relación a otros países de nuestro entorno europeo. Borja Riquer, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona, en un artículo de El País, titulado La historia de un país normal, pero no tanto, presenta un decálogo de rasgos peculiares de nuestra historia contemporánea. Obviamente se podría poner alguno más, pero este decálogo me parece bastante atinado para definir la excepcionalidad de la Historia de España y que para él y para mí también supusieron unos impedimentos que hipotecaron, hasta hace muy poco, una auténtica homologación a las pautas europeas. Los enuncia telegráficamente y los subrayo en negrita, mas yo trataré de ahondar, profundizar y explicitar ampliamente en algunos de ellos. Al final expondré unas reflexiones.

  1. Liberalismo decimonónico
  2. Movimiento antiliberal
  3. Nacionalización de los ciudadanos
  4. Imperio colonial
  5. El desastre de 1898
  6. Movimientos nacionalistas
  7. Nula presencia en la vida europea
  8. Guerra Civil
  9. Franquismo
  10. Democracias europeas

1. Liberalismo decimonónico

La debilidad política del liberalismo decimonónico, evidenciada por la fragilidad de las propuestas civilistas frente a un militarismo extremadamente poderoso. El protagonismo de los militares en la vida política española del XIX y del XX no tiene demasiados símiles europeos. Es cierto, pero además del ejército, yo también añado como graves obstáculos a la expansión del liberalismo, la Iglesia católica y la Monarquía. Hablaré sobre las tres instituciones.

Sobre el ejército. Según Josep M. Colomer en su libro España: la historia de una frustración, lo único que el ejército español nunca ha hecho es lo único que se espera de un ejército: defender el país de los ataques extranjeros. Derrotado en el exterior y también en el interior con los franceses en 1808 y 1823, además de controlar y perseguir a los propios españoles se dedicó a la actividad política. También es cierto que en gran parte como señala Stanley Payne, debido a la debilidad institucional del Estado, no necesariamente porque los militares fueran especialmente ambiciosos, sino porque la sociedad política se había derrumbado. Por ello, muchos militares se sintieron obligados a intervenir en política para sustituir a un gobierno inadecuado, según sus criterios naturalmente. Fue la insuficiencia institucional del Estado español la que estuvo en la raíz del problema militar. Y como consecuencia de ese papel fundamental de los militares en la política, eso obstaculizó el desarrollo de las instituciones civiles y confirmó la debilidad del Estado. Un círculo vicioso de difícil salida. Las diferentes formas de intervencionismo militar en la política fueron en los dos últimos siglos: pronunciamientos, golpes militares y guerras civiles. Desde el primer gobierno postabsolutista en 1834 hasta la muerte de Franco en 1975, de los 141 años en 70, el jefe de Gobierno fue un general. Espartero, Narváez, O´Donnell, Prim, Miguel Primo de Rivera, Berenguer, Aznar, Franco, Carrero Blanco… Durante el régimen de Franco 40 de los 114 ministros fueron militares. Entre 4 y 8 militares como promedio hubo en sus gobiernos. Cerca de 1.000 de los 4.000 procuradores en Cortes durante 25 años fueron militares. Para acabar, llegamos a 1981 con Armada, Tejero, Milans del Bosch… Y esto deja huella en nuestra historia. El estilo militar de tratar los asuntos públicos es el de «ordeno y mando», muy distante del de una democracia auténtica. Por ello, una de las tareas más complicadas tras la llegada de la democracia fue la de adaptar el ejército al nuevo sistema político, para que, sus miembros, como el resto de los funcionarios, se habituasen a cumplir las órdenes del gobierno de turno. Con ese objetivo hubo algunas reformas del general Manuel Gutiérrez Mellado con el gobierno de Suárez para poner a las Fuerzas Armadas bajo el control civil en 1976. En 1981 Leopoldo Calvo Sotelo en su gobierno nombró al civil Albert Oliart, como ministro de Defensa, en el primer gabinete en muchas décadas (probablemente el primero), en el que no hubo ningún militar. Igualmente las reformas de Narcís Serra con Felipe González, como los pases voluntarios a la Reserva, castigos por opiniones políticas, disminución de la edad de jubilación, etc. O la entrada en la OTAN, lo que supuso a los militares españoles el tener que convivir con los de otros países de una larga historia democrática. O la abolición del servicio militar obligatorio en 2002. Termino con una pregunta. ¿El ejército español se ha adaptado al sistema democrático?

Sobre la Iglesia católica. El liberalismo español no solo claudicó ante la Iglesia católica en la Constitución de Cádiz, lo hizo también en la primera mitad del siglo XIX a excepción en el terreno financiero. Ni se planteó la separación de la Iglesia y el Estado, ni se cuestionó la confesionalidad, ni se discutió el papel de las congregaciones religiosas en la enseñanza o en la beneficencia. El intento secularizador del Sexenio fracasó y con la Restauración volvió la confesionalidad con una tolerancia religiosa limitada. La Segunda República supuso el triunfo de postulados secularizadores. El golpe militar de 1936 vinculó su sentido al de una “Cruzada” en defensa de la religión católica y con el franquismo volvió la confesionalidad y la intolerancia. Curiosamente, antes de que finalizase el régimen, la libertad religiosa vendría de los cambios en la Iglesia con el Concilio Vaticano II al romper con su tradicional intransigencia y con su exigencia de que se le reconociera como única poseedora de la verdad. Esta postura eclesiástica tuvo como consecuencia indirecta que la Iglesia española pidiera al Estado un cambio en su confesionalidad, que solo culminará con la llegada de la democracia y la Constitución de 1978. Una confesionalidad camuflada, ya que un Estado «aconfesional» paga a los profesores de religión católica en los centros educativos para que impartan doctrina.

Sobre la monarquía. Como destaca el historiador Juan Pro: “la opción de mantener a los Borbones demostró ser un suicidio político para cuantos luchaban por las libertades y por un estado representativo”. Resultan excepcionales los acontecimientos relacionados con la Monarquía en España. Los Borbones fueron dos veces expulsados: la primera con Isabel II tras la revolución en 1868. La segunda, con Alfonso XIII, en 1931, tras unas elecciones municipales. Lo normal es que ya hubieran desaparecido definitivamente de nuestro panorama político. Pues, todo lo contrario. La dinastía borbónica en España tiene una gran capacidad de supervivencia. Vuelve una vez tras otra. Da igual los errores cometidos. Y vuelve a ser restaurada. En nuestra historia contemporánea en dos ocasiones por el estamento militar.

Hagamos una referencia a Isabel II que nos proporciona Isabel Burdiel en su artículo Isabel II. Un perfil inacabado. Es un despacho secreto y confidencial de 1854, que C. L. Otway, embajador británico en Madrid, envió a su ministerio.

“Es un hecho melancólico que el mal tiene su origen en la persona que ocupa la dignidad real, a quien la naturaleza no ha dotado con las cualidades para subsanar una educación vergonzosamente descuidada, depravada por el vicio y la adulación de sus cortesanos, de sus ministros y, me aflige decir, de su propia madre. Todos la guían y la influyen para sus propios intereses individuales, han planeado y animado en ella inclinaciones perversas, y el resultado ha sido la formación de un carácter tan peculiar que es indefinible y que tan sólo puede ser comprendido imaginando un compuesto simultáneo de extravagancia y locura, de fantasías caprichosas, de intenciones perversas y de inclinaciones generalmente malas”. Que estuviera al frente de la jefatura del Estado durante 25 años resulta lamentable, de ahí su expulsión en 1868. En España la mejor fábrica de republicanos son los Borbones. Isabel Burdiel la compara con la reina Victoria de Inglaterra. ¡Vaya diferencia! Esta última fortaleció y afianzó con su comportamiento personal y político la institución monárquica.

Alfonso XII, hijo de Isabel II, fue restaurado el 30 de diciembre de 1874 por el pronunciamiento del general Arsenio Martínez Campos en Sagunto, no sin que antes en enero de 1874 el general Pavía diera un golpe de Estado al entrar en las Cortes y poner fin a la Primera República.

Me fijaré ahora en el artículo La Monarquía malherida de Javier Moreno Luzón. Aunque España no entró en la Primera Guerra Mundial, siguió la pauta de la Europa sureña y, en vez de evolucionar hacia una monarquía parlamentaria, suspendió su ordenamiento constitucional en 1923 para instaurar una dictadura militar con respaldo del rey, Alfonso XIII. Como a otros de sus congéneres, esa apuesta le costó la corona, en su caso con la proclamación de una república democrática en 1931. La monarquía española era incompatible con la democracia. Sin embargo, y contra las tendencias coetáneas europeas, los Borbones volvieron a reinar en España. Una circunstancia excepcional que fue obra de otro militar, Francisco Franco. No quiso reponer al heredero de la dinastía, Juan de Borbón, con el que alternó aproximaciones y alejamientos, pero educó a su hijo y lo nombró sucesor a título de rey en 1969. Transformado en príncipe de España, un título nuevo, Juan Carlos no tenía más legitimidad que la franquista para llegar a la jefatura del Estado. Un pecado original difícil de diluir. Sin embargo, desde su atalaya reunió otras legitimidades: la dinástica, transmitida por su padre, y, sobre todo, la democrática, pues se avino a celebrar elecciones, legalizar partidos y elaborar una Constitución que le despojaba de las funciones heredadas de Franco a cambio de ratificarlo en el cargo. Por ello, durante dos décadas con gran apoyo mediático Juan Carlos I fue muy valorado, especialmente por su intervención el 23-F y como piloto de la transición. En el paso del siglo XX al XXI, estos mimbres de la imagen regia comenzaron a resquebrajarse. Aparecieron dudas sobre la Transición. En los círculos historiográficos se criticaban ya los excesivos elogios a Juan Carlos I como un «rey taumaturgo», del cambio político. Frente a la insistencia en los acuerdos entre las elites aperturistas del franquismo y las prudentes de la oposición, algunos investigadores mostraron el relieve de los movimientos sociales y políticos en el proceso. Lo cual apagaba el estrellato juancarlista. Más trascendencia tendrían las campañas por la recuperación de la memoria histórica, es decir, las demandas de reconocimiento de las víctimas del franquismo, olvidadas según sus promotores cuando el primer parlamento de la democracia amnistió a los represores. Esa falta de reparación suponía una democracia de mala calidad, con una gran influencia de fuerzas autoritarias sin depurar. En las versiones más militantes, Juan Carlos I no era sino la punta de lanza de esa operación conservadora. Si la Transición no parecía ya tan modélica, tampoco cabía ensalzar a su principal protagonista. Además, entre las izquierdas y los más jóvenes penetraba la convicción de que la república, rescatada del pasado cara el futuro, representaba mucho mejor sus ideales. Finalmente, la posición de Juan Carlos I se debilitó por la pérdida de su aura de ejemplaridad, según Isabel Burdiel, cuando «la monarquía ha perdido su discreto encanto y se ha convertido en materia de escándalo». La prensa rompió su complicidad anterior con la realeza y empezó a airear sus asuntos familiares y financieros.

2. Movimiento antiliberal

La existencia de un excepcional movimiento antiliberalel carlismo, que además de provocar tres conflictos civiles en el siglo XIX, estuvo presente en la guerra civil de 1936-1939. Es decir, que persistió más de un siglo, cosa que no sucederá, por ejemplo, ni con el miguelismo portugués ni con el legitimismo francés. Me parece impecable la visión sobre el carlismo de Josep Fontana en su libro Transformaciones agrarias y crecimiento económico en la España contemporánea, ya de 1975:

“En España la liquidación del Antiguo Régimen se efectuó mediante una alianza entre la burguesía liberal y la aristocracia latifundista, con la propia monarquía como árbitro, sin que hubiese un proceso paralelo de revolución campesina. Lejos de ello, los intereses del campesinado fueron sacrificados, y amplias capas de labriegos españoles (que anteriormente vivían en una relativa prosperidad y vieron ahora afectada su situación por el doble juego de la liquidación del régimen señorial en beneficio de los señores y del aumento de impuestos) se levantaron en armas contra una revolución burguesa y una reforma agraria que se hacían a sus expensas, y se encontraron, lógicamente, del lado de los enemigos de estos cambios: del lado del carlismo. Así se puede explicar lo que con el esquema francés resulta inexplicable: que la aristocracia latifundista se situase en España del lado de la revolución, y que un amplio sector del campesinado apoyase a la reacción. No podría entenderse correctamente la importancia que el carlismo tuvo en el siglo XIX español, si se ignorase esta raíz de revuelta campesina -no de revolución, puesto que carecía de soluciones para el futuro-, y se quisiese reducirlo al discutible y trivial problema jurídico de la sucesión, o al entusiasmo que pudieran suscitar personalmente tío y sobrina, que allá se andaban uno y otra en cualidades de gobernante. Eran dos concepciones distintas de cómo debía estar organizada la sociedad las que se enfrentaron en unas guerras civiles sangrientas, que fueron más que una simple pelea entre frailes montaraces y conspiradores de logia, como algunas caricaturas, de uno y otro lado, pretenden. Y en esas concepciones contrapuestas de cómo debía organizarse la sociedad, el problema de la tierra ocupaba un lugar central”.

Sin citarlo expresamente Fontana habla del fracaso de las desamortizaciones, tanto de la de Mendizábal, como de la Madoz, a la hora de crear una masa importante de campesinos propietarios, que hubiera generado una estabilidad en el campo español. Los grandes beneficiados fueron la aristocracia y la burguesía. Resulta fácil entender que los descendientes de ese campesinado sin tierras, luego se hicieran anarquistas, socialistas o comunistas. La evolución hubiera sido muy diferente de haberse llevado a cabo el programa del economista Flórez Estrada, que se opuso al de Mendizábal, que enlazaba con el espíritu de los ilustrados: desamortizar para reformar la estructura agraria. Su propuesta era arrendar en enfiteusis por cincuenta años a los mismos colonos que las estaban trabajando para la iglesia.

3. Nacionalización de los ciudadanos

La débil nacionalización de los ciudadanos a lo largo del siglo XIXresultado no sólo de las precariedades del propio Estado liberal, sino también de la ausencia de un proyecto nacionalista español con capacidad de generar un amplio e ilusionante consenso. En España esa emoción colectiva se sintió en la Guerra de la Independencia en 1808-1814, cuando el pueblo en armas luchó contra los ejércitos napoleónicos. La nación irrumpió. Mas los lazos de las uniones políticas, como los de las amorosas, no pueden darse por supuesto: han de ser renovados con alguna efusión. Y en España no han vuelto a producirse emociones semejantes a la de 1808-1814 en 200 años posteriores. Según Álvarez Junco la revolución liberal decimonónica sirvió para modernizar, uniformizar y centralizar el aparato estatal español, aunque fracasó a la hora de nacionalizar a las masas. El Estado español del siglo XIX no se preocupó por crear esas escuelas públicas donde habían de “fabricarse españoles”, como dice Pierre Vilar. Dejó que dominaran los colegios religiosos, más preocupados por fabricar católicos.

4. Imperio colonial

La pérdida de todo el imperio colonial, en dos fases (1824 y 1898), cuando la «norma» europea era lo contrario.

5. El desastre de 1898

El «desastre» de 1898 provocará una grave crisis de identidad, por lo que España entró en el siglo XX pasando de la consideración de «imperio arruinado a nación cuestionada». De ahí, el surgimiento el regeneracionismo, movimiento intelectual que entre los siglos XIX y XX medita objetiva y científicamente sobre las causas de la decadencia de España como nación. Conviene, sin embargo, diferenciarlo de la Generación del 98, con la que se le suele confundir, ya que, si bien ambos movimientos expresan el mismo juicio pesimista sobre España, los regeneracionistas lo hacen de una forma objetiva, documentada y científica, mientras que la Generación de 1898 lo hace en forma más literaria, subjetiva y artística. Su principal representante fue el aragonés Joaquín Costa.

Francisco Silvela el 16 de agosto de 1898, publicó en el periódico El Tiempo de Madrid, un artículo muy significativo del momento, titulado Sin pulso, que causó una gran conmoción en la opinión española.

Un breve fragmento: “Quisiéramos oír esas o parecidas palabras brotando de los labios del pueblo; pero no se oye nada: no se percibe agitación en los espíritus, ni movimiento en las gentes. Los doctores de la política y los facultativos de cabecera estudiarán, sin duda, el mal: discurrirán sobre sus orígenes, su clasificación y sus remedios; pero el más ajeno a la ciencia que preste alguna atención a asuntos públicos observa este singular estado de España: dondequiera que se ponga el tacto, no se encuentra el pulso…”

6. Movimientos nacionalistas

 España fue el único país europeo en el que surgirán a finales de siglo movimientos nacionalistas, precisamente en las áreas más dinámicas y desarrolladas (Cataluña y el País Vasco). Y el hecho de que estos movimientos se desarrollen notablemente a lo largo del siglo XX hasta convertirse en las fuerzas políticas mayoritarias en estos territorios, fenómeno sin parangón en la Europa actual. A la muerte de FrancoJuan J. Linz escribía, en el IV Informe Foessa, que España era «un Estado para todos los españoles, una nación-Estado para gran parte de la población, y sólo un Estado y no una nación para minorías importantes». Hoy, esas «minorías importantes», se han incrementado. Fijémonos en Cataluña y en Euskadi, tal como reflejan los resultados en las diferentes elecciones. Nueva mente insisto en el fracaso del proceso de nacionalización en España. Tomás Pérez Viejo, el fracaso de un Estado-nación se muestra cuando es incapaz de conseguir que todos sus ciudadanos se sientan parte de una misma comunidad nacional. Las naciones no son realidades objetivas, sino mitos de pertenencia que se construyen y renuevan en el tiempo. Ya lo dijo Renan en una conferencia de 1882. ¿Qué es una nación? La nación es un plebiscito cotidiano, pacto de convivencia renovado día a día y siempre contingente. Y algunos no entienden que ese sentimiento no se puede imponer ni por ley ni a banderazo limpio. De hacerlo así puede ser contraproducente.

7. Nula presencia en la vida europea

España ha tenido una casi nula presencia e influencia en la vida europea contemporánea: que desde 1814 no intervenga en ninguno de los numerosos conflictos continentales, como las dos Guerras Mundiales, y que hasta la década de los 80 del siglo XX no pertenezca a ninguna alianza ni diplomática, ni militar o ni económica. El aislamiento europeo de España fue superior incluso al de Portugal y Grecia. España se convirtió en el 16º miembro de la OTAN el 30 de mayo de 1982. Y la entrada en la Unión Europea se hizo efectiva en 1986, pero la firma del Tratado de Adhesión en Madrid se produjo en junio de 1985..

8. Guerra Civil

España es el único caso europeo de un país que en pleno siglo XX sufrió una sangrienta guerra civil, de 30 meses de duración, que acabará provocando una profunda ruptura interior. En todo caso, podría hablarse de una guerra civil en la antigua Yugoslavia. La Guerra civil supuso el acontecimiento más importante de nuestra historia del siglo XX, que ha dejado unas huellas imborrables, como estamos comprobando en las reticencias de amplios sectores políticos y ciudadanos ante las reivindicaciones del movimiento de la Memoria Histórica: o que el dictador Franco después de su muerte haya permanecido más de 40 años en el Mausoleo del Valle de los Caídos, como símbolo de su victoria y humillación de los vencidos, es una anomalía democrática. ¿Existe algún mausoleo de Hitler en Berlín, de Mussolini en Roma, de Pol Pot en Nom Pen, o de Videla o Galtieri en Buenos Aires? Parece más pertinente el término de guerra de España que el de guerra civil. Tal idea la sugiere el historiador David Jorge en el libro ‘Inseguridad colectiva. La sociedad de Naciones, la Guerra de España y el fin de la paz mundial’. Obviamente hubo una guerra civil entre españoles, que lucharon en diferentes ejércitos. Mas, es más apropiado el término de guerra de España, porque hubo una clara intervención internacional, fundamental en todas las fases del conflicto: en la preparación del golpe, en el desarrollo de la guerra, en su resultado final e incluso en el mantenimiento de la dictadura de Franco tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. En todos estos momentos, la dimensión internacional fue absolutamente decisiva. No se puede, por tanto, reducir el conflicto a una mera guerra civil. Se habla de guerra de Corea o de Vietnam, aunque también en ellas hubo un enfrentamiento civil. Recurriendo de nuevo a David Jorgeel término impuesto de «guerra civil» responde a unas razones determinadas, sobre todo del Reino Unido. Concretamente, fueron tres. Primera, preservar los intereses económicos y geoestratégicos del Imperio Británico en Riotinto, Gibraltar y Baleares. Segunda, según avanza la guerra, a Londres le interesa justificar la No Intervención. Quiso venderla como un éxito alegando que había logrado limitar el conflicto, a pesar de ser internacional, a las fronteras españolas. La tercera, terminada la Segunda Guerra Mundial, fue cuando más se enfatizó la idea de la ‘Spanish Civil War’. Servía perfectamente para separar la guerra española de la mundial y, así, justificar que los aliados no procedieran a liberar la España de Franco después de hacer lo propio con Italia, Alemania y Japón

9. Franquismo

El franquismo será el único régimen fascista de Europa nacido de una guerra civil. Además, el régimen de Franco tendrá una duración excepcional (casi el doble que el régimen de Mussolini y el triple que el de Hitler) y sólo desaparecerá tras la muerte del dictador. A Franco no le sobrevivió ni Salazar. El abandono de los aliados al Gobierno legítimo de la República sirvió para consolidar y mantener la dictadura franquista, lo que le llevó a Indalecio Prieto a decir con pleno acierto que la República fue vencida dos veces: por el fascismo en 1939 y por los aliados en 1945. He comentado antes que terminada la Segunda Guerra Mundial, fue cuando más desde el Reino Unido se enfatizó la idea de la ‘Spanish Civil War’. Servía perfectamente para separar la guerra española de la mundial y, así, justificar que los aliados no procedieran a liberar la España de Franco después de hacer lo propio con Italia, Alemania y Japón. Y por supuesto, el contexto geopolítico de la Guerra Fría, salvará al régimen y favorecerá una época de integración internacional, gracias al anticomunismo español EE.UU. se acercó al régimen y se firmó un acuerdo en 1953 a cambio de ayuda económica para España, EE.UU. establecía 4 bases militares en suelo español. Poco después España firmó un Concordato con la Santa Sede, en 1953 donde Franco concedía a la Iglesia católica numerosos privilegios a cambio de su apoyo y poder elegir candidatos a obispos (nacionalcatolicismo). En 1955 España entró en la ONU. (1)

10. Democracias europeas

España sólo se incorporará a los regímenes democráticos europeos de forma definitiva en la penúltima fase democratizadora, junto con Grecia y Portugal: es pertinente recordar que la primera fase es de antes de 1914; la segunda tuvo lugar en 1918; la tercera, en 1945; la cuarta, en 1974-1977, y la última se ha producido a partir de 1989.

Como colofón a lo expuesto me parece muy interesante la reflexión del catedrático de la Universidad de Zaragoza Manuel Ramírez en su libro España en sus ocasiones perdidas y la Democracia mejorable. Habla en 2000 de diferentes ocasiones perdidas de nuestra historia: la primera en 1812; la segunda en 1868-1874; y la tercera en 1931-1936. Y le preocupa, insisto lo escribe en el año 2000, hace 22 años, que la que llama democracia mejorable, sea la cuarta ocasión perdida de nuestra historiaY hoy Manuel Ramírez, ya desaparecido, si observara los problemas políticos, sociales y económicos en los que estamos sumergidos, de mayor enjundia y calado que en el 2000, su preocupación seguro que se habría incrementado de echar por la borda una nueva ocasión de nuestra historia. Lamentablemente no aprendemos los españoles de nuestra historia. Por ello, contaba Josep Fontana: En una ocasión un periodista preguntó a don Ramón Carande, maestro de historiadores: “Don Ramón, resúmame usted la Historia de España en dos palabras”. La respuesta de Carande no se hizo esperar: “Demasiados retrocesos”.

En uno de los párrafos de Mazurca para dos muertos, Camilo José Cela hace decir al personaje principal lo siguiente: España es un hermoso país, Moncha, que salió mal, ya sé que esto no se puede decir, pero ¡qué quieres!, a los españoles casi ni nos quedan ánimos para vivir, los españoles tenemos que hacer enormes esfuerzos y también tenemos que gastar muchas energías para evitar que nos maten los otros españoles”. Aunque son palabras escritas en el contexto de la última guerra civil, el veredicto de Cela tiene mucho de profundo dolor. ¡España como un hermoso país que salió mal! Por esto o por aquello. Palabras para que los españoles reflexionemos. Mas, como señala Garcés, uno de los personajes de la Velada de Benicarló de Azaña:: “La moderación, la cordura, la prudencia de que yo hablo, estrictamente razonables, se fundan en el conocimiento de la realidad, es decir, en la exactitud. Estoy persuadido de que el caletre español es incompatible con la exactitud: mis observaciones de esta temporada lo comprueban. Nos conducimos como gente sin razón, sin caletre. ¿Es preferible conducirse como toros bravos y arrojarse a ojos cerrados sobre el engaño? Si el toro tuviese uso de razón no habría corridas”.

NOTA  del  blog (1) Procesos de supernacionalización forzosa en las dictaduras de Franco y Miguel... (nuevatribuna.es)

Fuente: https://www.nuevatribuna.es/articulo/cultura—ocio/decalogo-excepcionalidad-historia-espana/20220917113914202900.html