El aterrador aumento del silencio mediático sobre las noticias incómodas
Recientemente informamos sobre el cambio radical en las declaraciones de un testigo clave en el caso Assange. Fue una bomba que echó por tierra el expediente de Estados Unidos contra el fundador de WikiLeaks. La noticia se difundió ampliamente en las redes de prensa alternativa. Pero en los medios de comunicación tradicionales, ni una palabra.
Caitlin Johnstone
Dos organismos de supervisión de los medios de comunicación, Media Lens y Fairness & Accuracy In Reporting (FAIR), han publicado artículos acerca del silencio total en los grandes medios sobre la revelación del periódico islandés Stundin de que una acusación sustitutiva de EE.UU. en el caso contra Julian Assange se basó en el falso testimonio de Sigurdur Thordarson, un sociópata diagnosticado y pederasta convicto.
Alan MacLeod, de FAIR, escribe que “hasta el viernes 2 de julio, no ha habido literalmente ninguna cobertura en los medios corporativos; ni una palabra en el New York Times, Washington Post, CNN, NBC News, Fox News o NPR”.
“Una búsqueda en línea de ‘Assange’ o ‘Thordarson’ no dará lugar a ningún artículo relevante de fuentes del establishment, ya sea en Estados Unidos o en otros lugares de la Anglosfera, incluso en plataformas centradas en la tecnología como The Verge, Wired o Gizmodo”, añade MacLeod.
“No hemos encontrado ni un solo informe de ninguna cadena o periódico ‘serio’ del Reino Unido”, dice el informe de Media Lens.
“Para aquellos que todavía creen que los medios de comunicación proporcionan noticias, por favor, lean esto”, tuiteó el periodista australiano John Pilger en relación con el informe de Media Lens. “Habiendo liderado la persecución de Julian Assange, la ‘prensa libre’ guarda un silencio uniforme ante la sensacional noticia de que el caso contra Assange se ha derrumbado. Una vergüenza para mis colegas periodistas.”
Como ya comentamos el otro día, este extraño y espeluznante apagón mediático tiene paralelismos con otro apagón total sobre una noticia importante que también implicaba a WikiLeaks. A finales de 2019, el portal fundado por Assange publicaba múltiples documentos de denunciantes de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) que revelaban que la dirección de la organización manipuló activamente la investigación sobre un supuesto ataque con gas cloro en Douma, Siria, en 2018, para apoyar la narrativa del gobierno estadounidense sobre la acusación, y sin embargo los medios de comunicación no quisieron abordarlo. Un reportero de Newsweek renunció a su cargo durante este escandaloso apagón y publicó los correos electrónicos de sus editores que le prohibían cubrir la historia con el argumento de que ningún otro medio importante había informado sobre ella.
No se equivoquen, esto es ciertamente un fenómeno nuevo. Si no me creen, contrasten el bloqueo de estas historias con la cobertura de los medios de comunicación de masas sobre las revelaciones de WikiLeaks unos pocos años antes. La prensa se entusiasmó con las publicaciones de 2016 de los correos electrónicos del Partido Demócrata y colaboró activamente con WikiLeaks en la publicación de las filtraciones de Chelsea Manning en 2010. Incluso las filtraciones más recientes de Vault 7, publicadas en 2017, recibieron una gran cobertura mediática.
Sin embargo, ahora todas las historias relacionadas con WikiLeaks que resultan incómodas para el imperio centralizado de Estados Unidos se mantienen cuidadosamente fuera de la atención de los medios de comunicación, con una uniformidad y consistencia sorprendentes que nunca antes habíamos experimentado. Si el entorno mediático de hoy hubiera existido diez o quince años antes, es posible que la mayoría de la gente ni siquiera supiera quién es Assange, y mucho menos la importante información sobre los poderosos que WikiLeaks ha sacado a la luz.
También hemos percibido un fuerte olor de esta nueva tendencia en el bloqueo casi total de la sorpresa de octubre pasado de Hunter Biden, que sólo se convirtió en primicia porque beneficiaba a una de las dos facciones políticas principales de Estados Unidos. Después de que el New York Post diera a conocer la historia, vimos a las figuras de los principales medios de comunicación explicarse públicamente entre sí, sobre el por qué estaba bien no cubrirla, con razonamientos muy variados, desde que es una pérdida de tiempo, pasando porque es demasiado complicado y que no es nuestro trabajo investigar estas cosas, hasta el famoso “Debemos tratar las filtraciones de Hunter Biden como si fueran una operación de inteligencia extranjera, aunque probablemente no lo sean” del Washington Post.
Quien se atrevió a publicar las filtraciones en cualquier lugar cerca de una cámara de eco liberal dominante fue golpeado hasta la sumisión por el rebaño, y sin ninguna razón legítima fue tratado como una completa nimiedad, en el mejor de los casos, y como una siniestra operación rusa, en el peor. Y es entonces cuando, en abril de este año, Hunter Biden reconoció que, después de todo, las filtraciones podrían haber salido de su ordenador portátil y no de alguna operación psicológica del GRU [Inteligencia Militar Rusa].
Y creo que todo ese calvario nos da algunas respuestas a esta nueva e inquietante dinámica de supresión total de noticias importantes. El año pasado, Stephen L. Miller, de The Spectator, describió cómo se formó el consenso entre la prensa dominante desde la derrota de Clinton en 2016, de que es su deber moral no criticar al oponente de Trump y suprimir cualquier noticia que pueda beneficiarlo.
“Durante casi cuatro años, los periodistas han avergonzado a sus colegas y a sí mismos por lo que llamaré el dilema de ‘pero sus correos electrónicos’”, escribe Miller. “Aquellos que informaron diligentemente sobre la inoportuna investigación federal acerca del servidor privado de Hillary Clinton y el vertido de información clasificada, han sido expulsados y apartados de la mesa de los chicos simpáticos del periodismo. Centrarse tanto en lo que, en su momento, fue un escándalo considerable, ha sido tachado por muchos medios de comunicación como un error garrafal. Creen que sus amigos y colegas ayudaron a poner a Trump en la Casa Blanca al centrarse en un escándalo de Clinton que no era de gran magnitud, cuando deberían haber destacado las debilidades de Trump. Es un error que ningún periodista quiere repetir”.
Una vez que se ha aceptado que los periodistas tienen no solo el derecho sino el deber de suprimir noticias que son veraces y de interés periodístico, con el fin de proteger una agenda política, se está en aguas abiertas en términos de manipulación propagandística flagrante. Y vimos cómo la prensa dominante fue empujada a alinearse con esta doctrina a raíz de las elecciones de 2016.
Este empujón nunca fue la historia más importante del día, pero fue constante, contundente y extremadamente dominante en las conversaciones que los periodistas de grandes medios tenían entre sí, tanto en público como en privado, a raíz de las elecciones de 2016. Incluso antes de que se emitieran los votos, vimos a gente como Matt Yglesias, de Vox, y Scott Rosenberg, editor de Axios, avergonzar a los periodistas de los medios masivos por centrarse en el escándalo de los correos electrónicos de Hillary Clinton, y después de que se desatara la histeria de Trump, esto se tornó mucho más agresivo.
En 2017 vimos cosas como que Jennifer Palmieri, muy cercana a Clinton, se lamentaba melodramáticamente por la fijación de los medios con las publicaciones de WikiLeaks, a pesar de los intentos desesperados de la campaña de Clinton por advertirles que se trataba de una operación rusa (una afirmación que al día de hoy sigue sin tener ninguna prueba). Expertos liberales como Joy Reid, Eric Boehlert y Peter Daou (antes de su conversión a la izquierda) estaban constantemente intimidando a la prensa en Twitter por cubrir las filtraciones.
Esto se intensificó aún más cuando periodistas de los grandes medios, como Amy Chozick del New York Times, y Jeffrey Toobin de CNN, dieron un paso adelante con degradantes mea culpas sobre lo mucho que lamentan haber permitido que el gobierno ruso los utilizara como peones involuntarios para elegir a Donald Trump con su información sobre hechos de interés noticioso basados en documentos completamente auténticos. Fue como un cruce entre la escena de confesión/ejecución de Rebelión en la Granja y la escena de expiación de Juego de Tronos.
Poco a poco, la creencia de que la prensa tiene la obligación moral de suprimir las historias de interés periodístico si existe la posibilidad de que puedan beneficiar a partes indeseables, tanto extranjeras como nacionales, se convirtió en la ortodoxia predominante en los círculos informativos de la corriente dominante. A mediados de 2018 presenciamos hechos como el de la reportera de la BBC Annita McVeigh regañando a un invitado por expresar su escepticismo sobre la culpabilidad del presidente sirio Bashar al-Assad en el incidente de Douma, con el argumento de que “estamos en una guerra de información con Rusia.” Ahora se da por sentado que la gestión de las narrativas es parte del trabajo.
De nuevo, este es un fenómeno reciente. Los medios de comunicación convencionales siempre han sido empresas de propaganda, pero se han basado en giros, distorsiones, medias verdades, coberturas desiguales y afirmaciones del gobierno repetidas acríticamente; no había estas barreras de información completas en todos los medios. Se veía que daban a las historias importantes una cobertura inadecuada, y algunos medios individuales omitían las historias inconvenientes. Pero siempre ocurría que alguien se lanzaba para aprovechar la oportunidad de ser el primero en informar, aunque sólo fuera por las audiencias y los beneficios.
Ahora las cosas no funcionan así. Una historia importante puede salir a la luz y sólo ser cubierta por medios de los que los partidarios de la corriente dominante se burlarán y descartarán, como RT o Zero Hedge.
La forma en que los medios han comenzado a ignorar las noticias importantes que son incómodas para los poderosos, no sólo en algunos sino en todos los principales medios de comunicación, es extremadamente preocupante. Significa que cada vez que hay una revelación inconveniente, las empresas de noticias dominantes simplemente fingen que no existe.
Pensemos seriamente en lo que esto representa, por un momento. Esto significa que los denunciantes y los periodistas de investigación saben que, independientemente de lo mucho que trabajen o del peligro que corran para hacer pública una información crítica, el público nunca se enterará, porque todos los principales medios de comunicación estarán unidos para bloquearla.
¿Queremos hablar de una amenaza a la prensa? Olvidémonos de encarcelar a los periodistas y a los denunciantes, ¿qué tal si todos los medios de comunicación con alguna influencia real se unen para simplemente negar la cobertura a cualquier información importante que salga a la luz? Esto es una amenaza para lo que la prensa es en esencia. Más que una amenaza. Es el fin. El fin de la posibilidad de que cualquier tipo de periodismo tenga algún impacto significativo.
El periodista que trabajó en el informe Stundin dice que pasó meses trabajando en esta historia, y seguramente habría esperado que sus revelaciones recibieran alguna cobertura en el resto de la prensa occidental. Los denunciantes de la OPAQ seguramente habrían esperado que sus revelaciones recibieran la suficiente atención como para marcar la diferencia, de lo contrario no habrían filtrado esos documentos con gran riesgo para ellos mismos. Lo que se está comunicando a los denunciantes y a los periodistas con estos silencios mediáticos, es que no se molesten. No habrá ninguna diferencia, porque nadie verá nunca lo que revelan.
Y si eso es cierto, bueno. Que Dios nos ayude a todos, supongo.
Ilustración de portada: Eric Drooker
Traducido del inglés por América Rodríguez y Edgar Rodríguez para Investig’Action
Fuente: Blog de Caitlin Johnstone