¿Por qué sobrevive la
"historia desde abajo"?
Hernán Confino
La «historia desde abajo», promovida por intelectuales como
E.P. Thompson y Christopher Hill, modificó el modo de entender la historia
desde una perspectiva de izquierda. La historiografía asumió rigurosidad y
compromiso político, a la vez que evidenció que ciertas visiones «desde arriba»
omitían a actores populares trascendentales para comprender el pasado y el
presente. Los cambios globales en el mundo del trabajo y los desplazamientos
ideológicos podrían haber horadado este modo de pensar la historia. Sin
embargo, sus actualizaciones han mantenido viva a esta corriente que hace
historia «al ras del suelo».
Pronto vamos a desaparecer, severamente juzgados;/pero sobre
nuestra propia escoria se levantará/la obra de redención de los de abajo,/a la
que consciente o inconscientemente/todos hemos cooperado (Mariano Azuela,
Epistolario y archivo, 1991)
¿Quién extrae el cobre, el zinc, el cobalto, el oro y el
carbón?/¿Quién hace crecer los granos de soja y cacao?/¿Quién hace el silicio?
¿Quién cocina la cena?/¿Cuáles son sus relaciones y fuerzas de producción?
(Peter Linebaugh, «Tras la estela de Perry Anderson», Rey Desnudo, 2013)
Mariano Azuela nació en 1873, en Jalisco, México. Desde muy
joven se interesó por las dos actividades que lo acompañarían durante el resto
de su vida: la medicina y la literatura. La política lo alcanzó inmediatamente
después. La revolución mexicana de 1910 lo envolvió y Azuela comenzó a servir
como médico de la tropa de Julián Medina. El retrato más perdurable de su
experiencia revolucionaria, Los de abajo (1915), una suerte de etnografía
literaria de las huestes revolucionarias, es también la parábola de una
desesperanza. En medio de su experiencia, Azuela retrató en su diario de
campaña las diferencias internas que afligieron al bando insurgente. Si Los de
abajo despertó lecturas contrapuestas y fue entendida, alternativamente, como una
mordaz crítica al movimiento revolucionario o como un fresco descarnado de la
inequidad social del México de principios del siglo XX, sobre una cuestión no
hubo casi excepciones: la representación de «los de abajo» en la novela de
Azuela era casi tan rupturista como su contexto de producción. Azuela explicó,
tiempo después, las razones que habían motivado su particular retrato:
«Formando parte, como médico, de las fuerzas revolucionarias de Julián Medina,
compartí con aquellos rancheros de Jalisco y Zacatecas –ojos de niño y
corazones abiertos– muchas de sus alegrías, muchos de sus anhelos y muchas de
sus amarguras. Ahora han desaparecido casi todos ellos y quiero dedicar estos
renglones a esa casta indómita, generosa e incomprendida que, si sabía sonreír para
matar, sabía también sonreír para morir».
La novela de Azuela es única. La casta indómita, generosa e
incomprendida que evoca, en cambio, bien podría estar integrada por los muertos
cuyo recuerdo demandó Walter Benjamin en sus Tesis sobre el concepto de
Historia o por los constructores invisibles a los ojos de aquel obrero de los
versos de Bertolt Brecht que solo encontraba césares y reyes en su libro de
historia. También podría estar conformada por el campesino ludita que rescató
E.P. Thompson de la «prepotencia de la posteridad» o por los levellers y los
diggers sobre los que escribió Christopher Hill en El mundo trastornado. El
ideario popular extremista de la Revolución inglesa del siglo XVII (Siglo
Veintiuno, 1998). Ya como enfoque, detrás de las inconformidades de Benjamin o
Brecht, ya como tradición teórica, en las plumas de alto vuelo de Thompson y
Hill, la mirada desde abajo expresó, desde sus comienzos, una disconformidad
con la forma de narrar y de pensar el devenir histórico. Thompson lo planteó
contundentemente en su ensayo History from below [Historia desde abajo] (1966)
que, según Jim Sharpe, puso la historia desde abajo en la «jerga común de todos
los historiadores»: allí criticaba el lugar que la historiografía británica
había deparado a la «gente común», solamente «presentada como uno de los
problemas que el gobierno ha tenido que manejar». En este punto, el compromiso
político de Thompson no distaba mucho de las intenciones que habían animado las
intervenciones de Benjamin o Brecht en el período de entreguerras: la
disciplina histórica, antes que compendiar la historia de los grandes hombres y
sucesos, debía procurar la redención de los oprimidos, de los invisibles, de
los muertos.
Ese compromiso político convertido en tradición teórica, al
decir de Harvey Kaye, a través de la pluma de los historiadores marxistas
británicos incumbía directamente al oficio del historiador, que debía
prescindir de la derrota política como premisa explicativa del proceso
histórico y abstraerse de los modelos omnicomprensivos que consideraban el
devenir histórico, en el caso de la ortodoxia marxista, como un desarrollo
ontogenético de modos de producción. En su lugar, la investigación debía ir en
busca de la cotidianeidad, los hábitos e imaginarios de la «gente común»:
anteponer la explicación histórica a los modelos prescriptivos, saludar sus
actos resistentes pero sin silenciar los momentos de conformismo. En resumen,
la investigación debía iluminar el rol de «los de abajo» como actores del
pasado. Ese conocimiento de «los de abajo», entonces, posibilitaba la
transformación de las víctimas vencidas en actores conscientes de la historia.
La disciplina histórica transmutaba, así, en productora de teoría social y se
convertía en una herramienta política indispensable de la New Left británica,
ofreciendo una mirada emancipadora alternativa en tiempos en que la bipolaridad
de la Guerra Fría era presentada como única posibilidad explicativa. La
prescripción revolucionaria se volvía, en los renglones escritos por los
marxistas británicos, investigación empírica, conocimiento situado y
explicación histórica.
Estos planteos prefijaron buena parte del sentido de los
desarrollos posteriores de la historia social durante las décadas de 1970 y
1980, y despertaron ecos cada vez más críticos en la de 1990, a medida que
comenzaban a leerse intensivamente en las universidades argentinas y
latinoamericanas. Ahora bien, si los escritos «clásicos» sobre historia desde
abajo tenían interlocutores claros –dentro y fuera del marxismo– en el contexto
de la Guerra Fría, más trabajoso resulta dilucidar qué herramientas aporta hoy
este modo de interpretar, y escribir, la historia.
A principios del siglo XXI, horadada la etapa discursiva de
la explicación histórica, hubo un resurgimiento de la historia desde abajo. Si
bien la consideración del lenguaje como estructurante de la realidad histórica
(y no como mero reflejo exterior a ella) permitió una mayor densidad en el
estudio de los proyectos políticos alternativos, tuvo como saldo negativo,
según la historiadora italiana Simona Cerutti, «la disolución de ‘lo social’ en
sus dimensiones discursivas». La caída del Muro de Berlín no implicó el mutismo
de la historiografía ni el fin de las ideologías. La publicación en 2001 de
Essex Pauper Letters (1731-1837) del historiador británico Thomas Sokoll
habilitó a que Tim Hitchcock saludara, en su reseña sobre la obra, el
surgimiento de una «nueva historia desde abajo». Las cartas de los pobres
recopiladas por Sokoll demostraron «que los pobres reconocieron y utilizaron un
poderoso sentido de agencia en sus tratos con el Estado británico». La voz de
los pobres, puesta al servicio de la restitución de la racionalidad de esos
mismos pobres, recordaba la empresa de Hill sobre la revuelta dentro de la revolución
inglesa o los trabajos sobre la «economía moral de la multitud» de Thompson. La
historia debía escribirse «a ras del suelo». Este «resurgimiento», como no
podía ser de otro modo, alentó nuevas preguntas sobre la historia desde abajo
quizá porque, como dijo Marc Bloch en su relectura del afamado proverbio árabe,
«los hombres se parecen más a su tiempo que a sus padres».
En los últimos años, los debates sobre la historia desde
abajo se concentran en dos puntos centrales de su desarrollo previo: los actores
estudiados y la escala propicia para hacerlo. En cuanto al primer tópico, los
análisis se dirigen a problematizar aspectos centrales de este modo de entender
la historia. Detrás de la pregunta who is below? [quién está abajo], este
(re)enfoque de la historia desde abajo deconstruye la noción de agency, como
acción consciente pero también como capacidad de actuar, y complejiza la imagen
del todo social, más allá de la dicotomía entre patricios y plebeyos, o entre
burguesía y proletariado. Además, otras intervenciones de la última década se
preguntan por la posibilidad (y deseabilidad) de transcender la demarcación
socioeconómica en favor de incluir a las mujeres en el «abajo» de la sociedad
patriarcal. El giro espacial, «que suplantó en algunos casos la lucha de clases
por la lucha de los lugares», y el paradigma de la comunicación, que tanto
énfasis hizo en circuitos de sociabilidades, conspiran, tal como lo planteó
Cerutti, contra el entendimiento de agency como «contrahegemonía consciente».
Esto lleva, por ejemplo, a que se desatienda la lucha de clases como motor de
la historia y se discuta la misma noción de «cultura popular»: ¿se precisa una
derrota previa para la reconstrucción desde abajo? ¿Debe esta cultura, para ser
considerada popular, haber sido invisibilizada? ¿Puede la cultura popular
despojarse de la lucha de clases en la que los marxistas británicos la habían
inscripto? Ciertamente, estas preguntas marchan en sintonía con la advertencia
premonitoria que oportunamente había lanzado Tony Judt a fines de la década de
1970, sobre los riesgos de una historia desde abajo despolitizada, que llevara
a la fragmentación de la comprensión histórica y transformara una mirada de la
acción (acción política de sus escritores y agency de sus objetos de estudio)
en una suerte de antropología cultural retrospectiva y nostálgica.
Por otro lado, la renovación historiográfica de la historia
desde abajo se da en solidaridad con otra perspectiva más reciente, heredera
consciente del mundo globalizado: la de la historia global. Quienes hacen
historia global debaten la viabilidad de considerar el surgimiento del
capitalismo como un fenómeno meramente nacional. La «historia global desde
abajo», entonces, desliza la mirada de la subalternidad hacia otros espacios y
enfoques de análisis. Entre estos, quizá el más relevante, por su ambiciosa
pretensión explicativa, sea el estudio de los vínculos y las circulaciones
atlánticas que tuvieron «los de abajo» entre los siglos XV y XVIII, y que
contribuyeron al surgimiento del capitalismo moderno. En 2000, un año antes de
la publicación del libro de Sokoll, dos historiadores thompsonianos, Peter
Linebaugh y Marcus Rediker, publicaron La hidra de la revolución. Marineros,
esclavos y campesinos en la historia oculta del Atlántico. Allí decían:
«Nuestro libro dirige la mirada desde abajo. Hemos intentado recuperar algo de
la historia perdida que habla de una clase multiétnica que fue esencial para el
surgimiento del capitalismo y de la economía global moderna». ¿Por qué esa
historia, esencial para el surgimiento del capitalismo, había sido
invisibilizada? Los historiadores sostenían una doble causalidad: en primer
punto, por la represión que habían sufrido los marineros, los esclavos y los
campesinos sobre los que trataba el libro. En segundo punto, «por la violencia
de la abstracción utilizada a la hora de escribir la historia». Las denuncias
historiográficas de Linebaugh y Rediker, deudoras de la crisis de los grandes
relatos pero también de las viejas peleas de Thompson con el estructuralismo,
eran absolutamente consistentes, por ejemplo, con las que había esgrimido éste
en La formación de la clase obrera en Inglaterra (1963). Se modificaba la
perspectiva, que ya no estaba puesta en la génesis del capitalismo inglés como
modelo clásico de acumulación originaria, sino en los contactos entre una
miríada de desposeídos que colmaron los barcos que, desde el siglo XVI,
triangularon entre Europa y América y fueron la tracción a sangre que precisó
el naciente capitalismo para su acumulación y despegue. La escala de indagación
cambiaba y focalizaba en intercambios y circulaciones. El proceso resultante,
por tanto, también se modificaba. La empatía por los vencidos, en cambio, se
mantenía intacta.
Si existe un hilo invisible que traza, a modo de «línea
torcida», algún tipo de genealogía entre las intervenciones de Azuela,
Benjamin, Brecht, Thompson, Hill, Sokoll, Hitchcock, Rediker y Linebaugh, este
se encuentra, no en el método ni en el registro, sino en las premisas políticas
que animan sus escritos. La mirada desde abajo muestra, como ninguna otra, que
la historia académica no puede, ni debe, escribirse desde la neutralidad.
Quizás por eso, como enfoque, la historia desde abajo ha logrado sobrevivir al
ocaso de su tradición teórica, fuertemente ligada a las disputas
político-intelectuales de la Guerra Fría que enmarcaron su surgimiento, y aún
es capaz, con una vitalidad que trasciende la melancolía de los anaqueles, de
dar cuenta de los proyectos políticos emancipadores que se alzaron en los
últimos siglos.
Cuando le preguntaron a Azuela para quién había escrito Los
de abajo, el escritor mexicano no dudó: «Salíamos con los jirones del alma que
nos dejaron los asesinos. ¿Y cómo habríamos de curar nuestro gran desencanto,
ya viejos y mutilados de espíritu? Fuimos muchos millares y para estos millares
Los de abajo (…) será obra de verdad, puesto que ésta fue nuestra verdad».
Justamente hoy, en un presente en el que es menos imaginativo pensar el fin del
mundo que divisar uno sin capitalismo, resulta aún más apropiado sumergirse en
la reconstrucción histórica de las luchas de nuestro pasado y arrebatar, desde
el suelo, las verdades humanas del fresco catastrófico que paralizó al ángel de
la historia.
Hernán Confino es
becario postdoctoral en el CONICET.
Fuente:https://nuso.org/articulo/la-historia-desde-abajo-notas-sobre-una-pervivencia/?utm_source=email&utm_medium=email