UE: La guerra de clases del COVID
Yanis Varoufakis
Por mucho tiempo se ha descrito la crisis del euro que
estalló hace una década como un choque entre el norte frugal y el sur
derrochador del continente. En realidad, fue en esencia una cruda guerra de
clases que dejó a Europa, incluidos sus capitalistas, muy debilitada frente a
los Estados Unidos y China. Peor todavía, la respuesta de la Unión Europea a la
pandemia, incluido el fondo de recuperación de la UE que se está debatiendo, no
hará más que intensificarla y asestar otro golpe al modelo socioeconómico
europeo.
Si algo hemos aprendido en las últimas décadas es que no
tiene sentido centrarse aisladamente en la economía de un país determinado.
Hubo un tiempo en que el dinero fluía entre países principalmente para
financiar el comercio y la mayor parte del consumo beneficiaba a los
productores locales, condiciones en las cuales se podían evaluar las fortalezas
y debilidades de una economía nacional. Pero ya no es el caso. Hoy las
debilidades de, por ejemplo, China y Alemania están entrelazadas con las de
países como los Estados Unidos y Grecia.
La liberalización de las finanzas a principios de la década
de los 80, tras la eliminación de los controles de capitales que seguían en pie
en el sistema de Bretton Woods, posibilitó la generación de inmensos desequilibrios
comerciales financiados por ríos de dinero creado por el sector privado
mediante ingeniería financiera. La hegemonía de Estados Unidos creció a medida
que pasaba de tener un superávit comercial a un enorme déficit. Sus
importaciones mantienen la demanda global y se financian por el flujo de las
utilidades extranjeras que se transan en Wall Street.
El banco central de facto del mundo, la Reserva Federal
estadounidense, administra este extraño proceso de reciclaje. Y mantener una
creación así de notable –un sistema global en permanente desequilibrio- precisa
de la constante intensificación de la guerra de clases tanto en los países
deficitarios como en los que cuentan con superávit.
Todos los países deficitarios se parecen en un aspecto
importante: ya sean poderosos como Estados Unidos o débiles como Grecia,
parecen condenados a generar burbujas de deuda mientras sus trabajadores
contemplan impotentes cómo las áreas industriales se convierten en zonas
oxidadas de fábricas en decadencia. Cuando las burbujas estallan, los
trabajadores en el Medio Oeste o el Peloponeso quedan encadenados a sus deudas
y sufren una brusca caída en sus niveles de vida.
Si bien los países con superávit también se caracterizan por
una guerra de clases contra los trabajadores, difieren entre sí de manera
importante. Por ejemplo, China y Alemania. Ambos presentan grandes superávits
comerciales con Estados Unidos y el resto de Europa. Ambos limitan el ingreso y
la riqueza de sus trabajadores. La principal diferencia entre ellos es que
China mantiene enormes niveles de inversión a través de una burbuja crediticia
interna, mientras que las corporaciones alemanas invierten mucho menos y
dependen de burbujas crediticias en el resto de la eurozona.
La crisis del euro nunca fue un choque entre los alemanes y
los griegos (simplificación del supuesto y mítico choque entre norte y sur). En
lugar de ello, se originó en una intensificación de la guerra de clases al
interior de Alemania y Grecia a manos de una oligarquía sin fronteras que vive
de los flujos financieros.
Por ejemplo, cuando el estado griego entró en bancarrota en
2010, la austeridad impuesta a la mayoría de los griegos hizo maravillas para
restringir la inversión en el país. Pero hizo lo mismo en Alemania, al refrenar
indirectamente los salarios alemanes en momentos en que la emisión de dinero
del Banco Central Europeo hacía que se dispararan los precios de las acciones
(y los bonos de los directores germanos).
Se supone que la guerra de clases es más brutal en China y Estados
Unidos que en Europa. Pero la falta de unión política de Europa hace que esta
bordee el sinsentido, incluso desde la perspectiva de los capitalistas.
No es difícil encontrar evidencias de cómo los capitalistas
alemanes derrocharon la riqueza extraída a las clases trabajadoras de la UE. La
crisis del euro provocó una masiva devaluación de un 7% de los superávits que
el sector privado alemán había acumulado desde 1999, ya que los dueños del
capital no tuvieron más alternativa que prestar estos billones a extranjeros
cuyos problemas subsiguientes llevaron a sufrir grandes pérdidas.
Este no es un problema alemán solamente, sino uno que afecta
a otros países con superávits de la UE. El periódico alemán Handelsblatt reveló
hace poco un notable revés. Mientras que en 2007 las corporaciones de la UE
ganaron cerca de €100 mil millones ($113 mil millones) más que sus contrapartes
estadounidenses, en 2019 la situación se había revertido.
Más aún, se trata de una tendencia en aceleración. En 2019,
las ganancias corporativas se elevaron un 50% más rápido en EE.UU. que en
Europa, y se espera que la recesión causada por la pandemia las afecte menos,
con una pérdida de 20% en 2020 comparada con un 33% en Europa.
El núcleo del enigma europeo es que, si bien es una economía
con superávits, su fragmentación asegura que las pérdidas de ingreso de los
trabajadores alemanes y griegos ni siquiera se conviertan en utilidades
sostenibles para los capitalistas europeos. En pocas palabras, tras la
narrativa de la frugalidad del norte acecha el fantasma de una explotación
inútil.
Los reportes de que el COVID-19 hizo que la UE elevara sus
apuestas son muy exagerados. La lenta muerte de la mutualización de la deuda
europea garantiza que al gigantesco aumento de los déficits fiscales nacionales
le siga una austeridad de proporciones equivalentes en cada país. En otras
palabras, aumentará la intensidad de la guerra de clases que ya ha socavado los
ingresos de las mayorías. “Pero ¿qué hay del fondo de recuperación de €750 mil
millones que se ha propuesto?”, se podría preguntar. “¿No es un paso adelante
el acuerdo de emitir deuda en común?
Sí y no. Los instrumentos de deuda en común son una
condición necesaria pero no suficiente para aliviar la guerra de clases
intensificada. Para desempeñar un papel progresista, la deuda en común debe
financiar a los hogares y las empresas más débiles en toda el área económica
común: tanto en Alemania como en Grecia. Y debe hacerlo automáticamente, sin
depender de la buena disposición de los oligarcas locales. Debe funcionar como
un mecanismo de reciclaje automático que traspase superávits a aquellos en
déficit dentro de cada ciudad, región y estado. Por ejemplo, en los EE.UU. las
estampillas de alimentos y los pagos de seguridad social apoyan a los más
vulnerables en California y Missouri, al tiempo que reasignan recursos netos de
un estado al otro sin la intromisión de los gobernadores estatales o los
burócratas locales.
En contraste, la asignación fija del fondo de recuperación
de la UE a los estados miembros hará que se enfrenten entre sí, ya que la
cantidad fija de dinero que se dé a Italia o Grecia se presenta a la clase
trabajadora alemana como un impuesto. Más todavía, la idea es transferir los
fondos a los gobiernos nacionales, lo que en la práctica equivale a confiar su
distribución a la oligarquía local.
Fortalecer la solidaridad de los oligarcas de Europa no es
una buena estrategia para empoderar a las mayorías del continente. Muy por el
contrario. Cualquier “recuperación” que se logre con esa fórmula defraudará a
los europeos y lanzará a la mayoría a un sufrimiento mayor.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
Yanis Varoufakis
Co-fundador del Movimiento por la Democracia en Europa (DIEM25), Yanis
Varoufakis es diputado y portavoz de este grupo en el Parlamento griego y
profesor de economía de la Universidad de Atenas. Ex-ministro del Gobierno de
Syriza, del que dimitió por su oposición al Tercer Memorándum UE-Grecia. Es
autor, entre otros, de El Minotauro Global.
Fuente:
https://www.project-syndicate.org/commentary/covid19-economic-recovery-class-war-by-yanis-varoufakis-2020-06/spanish
Fuente en castellano https://www.sinpermiso.info/textos/ue-la-guerra-de-clases-del-covid