Declaraciones al semanario francésMariannerecogidas por Bertrand Rothé y Hervé Nathan
Marianne: En su último ensayo,Oú en sommes-nous?,
afirma usted que la crisis de las democracias en los países avanzados
no es en primer lugar producto de las desigualdades de ingresos o de
patrimonio, como dicen los economistas, sino ante todo consecuencia del
bloqueo del sistema educativo. ¿Cómo llega usted a esta conclusión?
Emmanuel Todd:Es
algo más matizado. En un primer momento, la democracia es producto del
desarrollo de la educación. En el siglo XIX y hasta mediados del siglo
XX, la alfabetización masiva ha permitido, ha vuelto inevitable la
generalización del sufragio universal. Luego la masificación de los
estudios secundarios ha acompañado a la profundización de la democracia.
A la inversa, hoy en día, el sistema educativo crea y justifica las
desigualdades económicas. En el fondo, estamos todos estupefactos por la
debilidad de las reacciones ante la explosión de las desigualdades de
ingresos y de patrimonio. La nueva estratificación educativa creada por
el desarrollo de la enseñanza superior lo explica. En una sociedad
occidental tipo, básicamente, un tercio de los jóvenes realizan estudios
superiores completos. Otro tercio no los acaba o se detiene al terminar
la secundaria. Y el último tercio queda trabado en un nivel cercano a
la primaria. Como la selección se pretende racional y justa,
meritocrática, la gente de abajo y la de arriba ya no pueden impugnar el
nuevo orden social. Admiten las desigualdades económicas. Un
subconsciente social de desigualdad guía nuestras elecciones
económicas.
¿Dice
usted que se ha hecho creer que las desigualdades económicas eran
consecuencia del nivel de inteligencia revalidado por la estratificación
escolar?
Exacto.
Es eso, el trabajo del inconsciente social. Todo empezó en los Estados
Unidos. Este país va en cabeza en materia educativa desde principios del
siglo XX. Fue el primero en incrementar la enseñanza secundaria de
masas, y ampliar luego el acceso a los estudios superiores. Ahora bien,
este desarrollo se detuvo brutalmente a mediados de los años 60 con el
esquema un tercio-un tercio-un tercio para cada nueva generación. La
guerra de Vietnam ilustró el nuevo enfrentamiento cultural: los obreros
estaban en los arrozales, los estudiantes dispensados del servicio
militar se manifestaban en los campus. Desde entonces, el sistema no se
ha movido más que en una dimensión: las mujeres han rebasado a los
hombres en términos de rendimiento educativo. Pero, atención, en mi
opinión, eso no quiere decir que la pausa sea definitiva. La Historia
nos enseña también que en ciertos estadios del desarrollo pueden existir
fases. Como ha sido el caso en Europa Occidental tras la alfabetización
de masas, entre 1910 y 1950.
Las
encuestas de opinión constatan el papel de primer orden de esta
estratificación educativa. Es la variable más eficaz para explicar las
últimas elecciones en Francia, en Gran Bretaña y en Estados Unidos. La
estratificación educativa, más que la posición económica, explica el
surgimiento de lo que se llama, con condescendencia, populismo. La
cuestión de un efecto perverso del orden meritocrático se plantea por
fin. ¡Ya era hora! Yo había abordado por primera vez esta cuestiónL´Illusion économique, publicado ¡en 1997!
Pero,
desde hace dos siglos, las sociedades se dividen, grosso modo, entre un
proletariado, clases medias, una élite. Entonces, ¿qué es lo que
cambia?
La
diferencia está en el número: ese tercio de la población. Antes, los de
formación superior no representaban más que un débil porcentaje y
tenían necesidad de los demás para vivir. En esta época, cuando
escribías un libro, no podías contentarte con dirigirte a las élites;
para tener un público, tenías que dirigirte a la gente corriente,
simplemente alfabetizada. Hoy en día, las nuevas élites de masas, con un
tercio de la población, pueden vivir en una burbuja. El separatismo
social se funda en este número. Hoy en día, si haces una película,
puedes muy bien no dirigirte más que al 30% de la población que ha
cursadoestudios
superiores. Los políticos han entendido esto. Macron no se dirige más
que a esta población, es ella la que lo ha elegido. Eso es lo que nos
aleja cada vez más del sueño de emancipación de mayo del 69 y nos acerca
a la desintegración social.
Los
sistemas culturales de lo alto, lo mediano y lo bajo se ignoran cada
vez más, tienden incluso a despreciarse. Hay por tanto urgencia de
escapar al aislamiento, investigar una nueva fusión sociocultural,
inventar las políticas económicas que permitan una coexistencia
fraternal entre gente que ha cursado estudios primarios y los que han
seguido estudios superiores. Salir del enfrentamiento entre elitismo de
masas y populismo minoritario. En Francia estamos todavía en el grado
cero de la investigación de una solución.
El
enfrentamiento televisivo entre Le Pen y Macron fue su trágica puesta
en escena. Marine Le Pen, como invadida de la inferioridad educativa su
electorado obrero, no dominaba ninguno de los temas, mientras que su
rival daba la impresión de pasar por enésima vez su examen oral en la
ENA [Escuela Nacional de Administración, centro de formación de las
élites burocráticas francesas], repitiendo por lo demás una vulgata
económica que lleva a Francia al desastre y que él no es capaz de
criticar. ¡No he dicho nunca que la gente con educación superior sea
inteligente de modo superior!
Pero
la ENA no es la única en ser cuestionada. Pone usted al día un nuevo
concepto, “academia”, que engloba el conjunto de las instituciones de
enseñanza superior…
La
enseñanza superior es sociológicamente disfuncional. Nuestro sistema
universitario ha perdido su función emancipadora. Ya no se encuentra
suficiente gente que tenga un espíritu libre y abierto. Se ha convertido
en una máquina de clasificar y la selección se realiza de acuerdo con
criterios de sumisión, de disciplina, de conformismo. Su función
consiste en reclutar buenos soldados.
Hay
una experiencia que he vivido a menudo en las universidades. Soy un
investigador heterodoxo, que dice cosas que no están en el programa.Con
frecuencia, los estudiantes son el peor de los públicos, con una
buenísima justificación: saben que no podrán utilizarme. Peor, notan
instintivamente que citándome en un concurso o en un examen correrían un
riesgo. Hay un pequeño cariz represivo en la educación superior.
¿Represivo o normativo?
Para
mí es la misma palabra. Pero normativo, por qué no…Tiene usted razón,
es mejor, es más sobrio y, como sucede a menudo, lo que es más sobrio es
más duro.
¿Y en Francia?
En
Francia este bloqueo apareció hacia mediados de los años 90. Pero nos
hemos convertido en campeones del conformismo meritocrático. Nuestro
sistema tiene raíces en el oxímoron del “elitismo republicano”. Desde
hace mucho tiempo, tenemos “centraliens” [ingenieros formadas en las
llamadas Escuelas Centrales] de superior inteligencia que difícilmente
se recuperan de haber fracasado en el Politécnico, olvidan el viejo
adagio: “Uno del Politécnico es el que lo sabe todo, absolutamente todo,
pero nada más”. De todos modos, la clasificación de las escuelas de
ingenieros guarda relación con el nivel de mates,fracción
insuficiente pero real de la inteligencia. En las ciencias humanas las
prohibiciones ideológicas son ley. En la cima, en el peor de los casos,
la selección de los “enarcas” [licenciados de la ENA] se ha convertido
en un vasto concurso de peloteo. Hay que preguntarse si nuestra
selección no envía a lo más alto de la jerarquía a los menos aptos para
el pensamiento individual.
¿Cómo
extrañarse de la progresiva compra por parte de élites extranjeras más
imaginativas, de todos los campeones industriales franceses, cuyos
ejemplos de actualidad son Alstom y los astilleros de Saint-Nazaire?
Se habla hoy de intensificar la selección en la entrada a la universidad en Francia. ¿Cómo interpreta usted esta evolución?
La interpreto como un intento de cerrarse sobre sí mismo del orden meritocrático.
¡Critica usted la meritocracia cuando se trata de un valor republicano!
Hay
que contar la historia de esta palabra. La inventó un genial sociólogo
inglés, Michael Young, que creó el concepto e hizo a la vez la crítica
del mismo. Escribió en 1958 un librito,The Rise of theMeritocracy,
que se presenta como una novela de ciencia-ficción escrita en 2033 que
anticipa la deriva del sistema. Al comienzo, la meritocracia es genial,
tiene usted razón, es republicana, respeta la igualdad de oportunidades.
Es progresista, y por tanto formidable…Salvo que, si se aplica el
concepto a fondo, al cabo de un cierto tiempo, se tiene un sistema
escolar que escoge a la gente en función de su inteligencia y se obtiene
una sociedad de jerarquías con sello oficial. La gente de arriba puede
sentirse intrínsecamente superior. Los de abajo ya no son parte de un
proletariado explotado, nacidos mal “por azar”: han pasado por una
máquina que les ha metido en la cabeza que eran inferiores. Por tanto,
se obtiene con la meritocracia un sistema de desigualdad con una gran
estabilidad ideológica y mental.
Pero
Young es todavía más genial cuando nos lleva a prever la deriva del
sistema. Las primeras generaciones meritocráticas se niegan a someter a
sus hijos al juego implacable de la clasificación social y hacen de todo
para protegerlos. Desarrollan estrategias para evitarlo, pagándoles
estudios que tienen en cuenta lo menos posible su nivel intelectual
real. Racionamiento y selección con certificado de conformismo acaban
por bloquear la máquina meritocrática. Cada vez más, gente
verdaderamente inteligente, rebeldes al orden intelectual establecido,
hombres de ideas, no pueden ya cursar estudios superiores y se acumulan
en lo más bajo o en medio de la sociedad para convertirse en cuadros de
la revolución futura. Ya ve usted, soy un optimista. No se detiene la
historia.
célebre historiador, demógrafo, sociólogo y politólogo francés,
recientemente jubilado del Instituto Nacional de Estudios Demográficos
de París. Entre sus obras más conocidas publicadas en español se
encuentran Después del imperio. Ensayo sobre la descomposición del
sistema norteamericano (Foca, Madrid, 2003), Encuentro de
civilizaciones, (Foca, Madrid, 2009), y Después de la democracia, (Akal,
Madrid, 2010).