sábado, 12 de junio de 2021

Ken Loach .- Agenda oculta .

            

Con “Agenda oculta” Loach rompe fuego…

Por Pepe Gutiérrez-Álvarez  

 Vivimos en unos tiempos en los acontecimientos se archivan raudamente en la memoria, incluso entre el personal más involucrado. Hoy cuesta creer que en el momento de su estreno, Agenda oculta fue quizás la primera película que se atrevía a abordar frontalmente –lejos de los estereotipos conservadores sobre la perversión intrínseca del IRA– la cuestión de la independencia  irlandesa, un debate que ha ocupado a la izquierda británica a la que Loach pertenece.Como es sabido, la “cuestión irlandesa” es algo así como una historia de resistencia interminable, que ya tuvo un capítulo de gran trascendencia en los tiempos inmediatos de la Revolución Francesa (que fue interpretada en la isla como una «señal» liberadora)  Se trataba por lo tanto de un desafío  al gobierno de la Sra. Thatcher, que había tratado de «secar» sus trabajos documentales. Una idea de las dificultades que planteaba el guión los lo da el hecho de que Loach y Allen  tardaron tres años en encontrar un productor con las suficientes agallas –mérito del inquieto David Puttmann–, y la confianza en un material  tan candente. Se trataba de una investigación que aunque estaba publicada, fue fruto del esfuerzo del diputado laborista de izquierda Tony Benn, pero que, a pesar de todo, había pasado mediáticamente poco menos que inadvertido.

Se trataba de un proyecto erizado de dificultades. La política informativa oficial británica «respecto a Irlanda se ca­racteriza por la censura absoluta de las ideas republicanas. No recuerdo haber oído en todo el tiempo que llevo viendo televi­sión que se presentara un argumento convincente justificando la abolición de la partición y la reunificación de Irlanda. Yo creo que sí se pudiera escuchar este tipo de argumento expuesto de un modo coherente, cada vez que se discute sobre Irlanda en televisión, entonces la gente ya no tendría necesidad de pe­garse tiros en las rodillas».  A mediado  de los setenta, Loach  había intentado hacer algo junto con Jim Allen y Tony Garnett, y luego con Jeremy Isaacs a principios de los ochenta, y le acusaron «de querer meter a Sam Peckinpah en la política irlandesa». Consciente de lo que tenían entre manos, la redacción del guión fue asesorada por alguien que conocía los hechos narrados de primera mano.

Con Agenda oculta, Loach retomaba un viejo hilo de la izquierda británica desde los tiempos de Percy B. Shelley quien escribió que un país que oprimía a otro no podía ser libre.  Este hilo partía de un supuesto primordial: Irlanda perte­nece a los irlandeses, y por el principio enunciado por Shelley, se muestra la conexión entre la «agenda oculta» irlandesa con la británica, la misma «mano invisible» que actuaba bajo impunidad en Irlanda era la que movía los hilos de un golpe de Estado no menos oculto que –con Reagan al fondo–, daba paso al thatcherismo, y a la implantación de la «revolución conservadora» en Europa. La «agenda oculta», el  secreto de estado que desvela la cinta de Harris estriba en que existió una conspiración por parte de algunos políticos conservadores -fundamentalmente Alec Nevin-, quien con la ayuda de representantes po­licíacos, de las fuerzas de seguridad, y de la propia CIA, hizo todo lo posible para evitar que en los años 80, los laboristas tomaran el po­der legalmente, tal como predecían todas las encuestas. Un tercer criterio se refiere al concepto de «terrorismo». En algunas entrevistas (por ejemplo, con Antonio Castro en el Dirigido nº 198), Loach hace notar algunos líderes «que durante un tiempo estuvieron considerados como terroristas han acabado en muchas ocasiones como jefes de gobierno», y señala los casos del Eire o mejor en «el caso de Nelson Man­dela, por citar un ejemplo al que hace muy poco Margaret Thatcher acusaba de terroris­ta y ahora se dedica a ir dando confe­rencias por todo el mundo.  También recuerda que la palabra terrorista «no es útil porque valora y juzga y depende de quién lo diga, al tratarse de un concepto muy subjetivo puede tener muchos sentidos». Y como ejemplo indica que se «puede sostener que la colaboración de Ingla­terra en el bombardeo de Libia es terro­rismo, por eso se trata de una palabra que hay que utilizar con cautela».

Desde su punto de vista, Loach entendía que «…hay una guerra contra los republicanos irlande­ses. Hay dos formas de lucha. En oca­siones, a la gente se le dispara y no se la detiene, como el caso clarísimo de Gi­braltar, de aquellos tres supuestos te­rroristas que no estaban armados ya los que se les disparó por la espalda. y luego está el trabajo sucio en el que una serie de grupos terroristas luchan con­tra otros grupos terroristas y esto en ge­neral si somos rigurosos habría que ca­lificarlo igualmente de terrorismo, de terrorismo de Estado…».

En un principio, la estructura narrativa de Agenda oculta está en la línea de otros títulos  clásicos del cine «político» (o sea, comprometido de izquierdas) como Z o Missing, los más representativos de Costa-Gravas cuya argumentación está concebida para confirmar los hilos que mueven el terrorismo de Estado, aunque su complejidad y su alternativa abierta, la hacen diferente. Cuando se estrenó, la prensa conservadora británica se movilizó airadamente y trató de contrarrestar su buena acogida incidiendo en este aspecto de cine «político», viniendo a decir que más que de un cine comprometido con una realidad (que no querían reconocer, ninguno entraba en los interrogantes de la situación irlandesa, simplemente distribuían los papeles), se trata de un cine «demagógico»; de una manera más bien sibilina, esta argumentación ha sido bastante repetida entre nosotros por lo que la artillería neoliberal vadeó la cuestión del rigor histórico para enfocar el intento de descrédito del film diciendo que se trataba de una apología indirecta del IRA. Naturalmente, este argumento sólo convenció a los que no necesitaban converse porque ya las cosas le debían de parecer bien. El fondo de la cuestión es que, como declaró el académico David Johnston:  «Irlanda es una herida en la psique de los británicos. Les resulta muy duro aceptar su culpabilidad en la presente situación…».  Superar esta campaña no fue uno de los méritos menores del filme; no son pocas las películas valiosas que se han quedado «embarrancadas» por lo mismo.

Loach que desde entonces,  no ha desaprovechado ninguna oportunidad para llegar a las revistas más convencionales, señalaba  en una de ellas que «cuando una película es etiquetada como política es más difícil distribuirla y la gente tiende a no ver­la»; ya que se creaba previamente un prejuicio, de un lado podía ser lo que vulgarmente se llama «una comida de tarro» (o sea afrontar algo que más bien se quiere ignorar), o bien se podía repudiar por cansancio, es cuando se comenta aquello de «bastante problemas tenemos ya en nuestra vida». Loach denunciaba también que con esta clasificación se trataba de estigmatizar el cine  de denuncia social.  Con ocasión de Lloviendo piedras, Loach respondió que el cine comercial dominante era tanto o más «político» que sus películas, y puso la serie Arma letal con Mel Gibson como ejemplo. De hecho, no había más que leer las declaraciones de su protagonista, Mel Gibson, para ver claro como este tipo de cine reafirma valores reaccionarios como el machismo, la violencia institucionaizada o  el maniqueísmo a favor del «orden» desde entonces neoliberal.

Ni que decir tiene, la Sra. Thatcher, que acabaría mostrando su verdadero rostro en el “caso Pinochet”,   también tenía sus preferencias en el cine (político), no fue por casualidad que en su momento se hizo una  foto con Ronald Reagan asistiendo pletóricos al estreno de una de  aventuras de James Bond, el agente «con licencia para matar», concretamente en la horrible Moonraker (Lewis Gilbert, 1979), con comunistas surgidos del Museo de los Horrores. La lista de cine «comprometido» con los valores reaccionarios sería interminable, en parte porque el cine es una industria en la que los beneficios (y los intereses del Estado) tienen mayor peso que el del espectador individualizado, y en parte también porque las historia  y por ende, las interpretaciones dominantes, es los que corresponden a la clase dominante; aunque también es cierto que, por lo general el cine ha estado más a la izquierda que sus productores, y que la inteligencia de los grandes cineastas también se ha traducido en saber llevar los argumentos hacia su terreno, parte del gran cine de Ford dan testimonio de ello.

En realidad, semejante prejuicio (al que no son ajenos muchos críticos que presumen estar, por supuesto, estar a la izquierda) reproduce un estereotipo según el cual las películas «políticas» son las de izquierda que critican esto o aquello, o sea se señalan en un discurso antagónico al orden existente. En realidad, se trata de algo en absoluto diferente a lo que ocurre en la vida social donde una huelga obrera –o cualquier movilización de protesta–, se significa según los empresarios y los medias como «política» —«nuestras huelgas son políticas, vuestra política es negocio», replicaba unos personajes de El Roto–, mientras que la –escandalosa– multiplicación de los beneficios de las grandes empresas, es como la vida misma, «natural». Así, una noticia que informe de estos beneficios tiene un tratamiento muy diferente a otra que ofrezca detalles de una huelga, con piquetes, cortes de tráfico. etc.

Con su éxito, Agenda oculta reabrió una vez más el debate sobre la eficacia de este cine «político»; un debate que no se plantea en la otra orilla. No solamente porque la derecha no se cuestiona la eficacia de «sus» películas, sino porque, cuando un título como Agenda oculta, les molesta, tampoco dudan en emplear la artillería. Sin embargo, resulta habitual encontrar entre los críticos una suma de reservas. Primero desdeñando películas como las citadas de Costa-Gravas, algunos además con especial saña (sin dejar por ello en asegurar que se sitúan a la izquierda), y después negando su eficacia. Una secuencia de este debate acompañó durante los años ochenta toda la filmografía de oposición al “apartheid”, cuando, al mismo tiempo, Pretoria trataba de hacerle la vida imposible a estas películas, y desde la resistencia que promovía una campaña internacional por el aislamiento del régimen, las valoraba muy altamente por más que se orientaban hacia la «mala conciencia» del blanco; la «mala conciencia» no era suficiente, pero era mucho mejor que no tener ninguna conciencia.

Sería  muy arduo entrar de pleno en una cuestión que atraviesa la historia del cine, y en la que persiste un hilo muy preciso, el que mueve a la industria y al poder hacer todo lo posible para que no se repita el «escándalo» de Intolerancia, donde el ambivalente Griffith tomaba partido a favor de unos huelguistas. Otro hilo nos lleva a lo propiamente cinematográfico, una película reaccionaria puede ser una maravilla, y viceversa, sin embargo, aún así, ambas lo serán «a pesar de»…El nacimiento de una nación es una maravilla a pesar de su repulsivo contenido; el Parnell, de John M. Stahl, fue lamentablemente una mala película a pesar de la nobleza de sus intenciones y del equipo que la realizó. Se discute su eficacia, convence, repiten los argumentos. Esta es una simplificación de «esteta». Los ya convencidos son una minoría, y la convicción no le exonera de una confrontación crítica. Agenda oculta llegó a miles, sino a millones de personas, buena parte de las cuales tenían una idea muy primaria o esquemática sobre la situación irlandesa (y británica), y el singular «thriller» de Loach amplió considerablemente sus puntos de mira, su percepción e información. Agenda oculta no les enseña donde están los buenos y donde los malos, les cuenta una historia que no les permite aburrirse, y les plantea una suma de cuestiones, les deja con el interrogante en la boca. Loach toma partida, se decanta, pero su opción respira autenticidad. Además, no niega la existencia de otras razones, y debate con ellas.

Como es sabido, la relación entre lo local y lo universal puede ser a veces apabullante. Y aunque Agenda oculta no da un paso fuera de su contexto geográfico, no existe la menor duda que existían importantes paralelismos con otros acontecimientos similares como lo pudo ser el asesinato de Ben Barka, o más todavía, el complot para asesinar a J.F. Kennedy en Dallas.  Su estreno coincidió en nuestros lares con el escándalo del GAL en la época con el gobierno socialista de Felipe González, y no está de más anotar de que a pesar de su éxito festivalero –en San Sebastián inclusive–, la película tardó en estrenarse. De hecho, la película juzga  a través de unos hechos verificados las consecuencias de una concepción según la cual hay que «defender las democracias en las cloacas».

Esto no se interpretaba en la línea clásica de «limpiar los establos de Augias», que fue una de los trabajos más notable de Hércules, sino en sentido opuesto; en esconder los establos. Asesinar a ciudadanos en Irlanda del Norte por la espalda, acusándole –como en  el célebre «caso de Almería»– falsamente de te­rroristas, ofreciendo luego una versión oficial que en nada se ajusta a lo ocurrido, sir­viéndose para la faena de organizaciones paramilitares o parapoliciales, es algo a lo que no cabe considerar más que como terrorismo de Estado, y no como un gesto democrático «sucio».

Durante la crisis irlandesa, los servicios de seguridad británica,  concretamente el M 15 (el mismo que culparía a John Lennon de financiar a la cuarta y al IRA), se mostraron  dispuestos a hacer cual­quier cosa con tal de conservar sus se­cretos…Siguiendo la premisa de que antes de reconocer un error, mejor ampliarlo, el gobierno británico «liberal» no dudó en emplear toda clase de medios para conseguir estos objetivos, desde la calumnia a la intoxicación, pa­sando por el chantaje y la intimidación, sin descartar siquiera el asesinato.. Loach por el contrario, se afirmaba en el criterio de «que si uno acepta que la gente pueda ser asesinada sin ser detenida, y se acepta igualmente que la democra­cia pueda ser subvertida por los que teóricamente están encargados de de­fenderla, eso podría ser el principio del fascismo aunque es evidente que el fascismo necesita de otra serie de características para desarrollarse», no obstante, añade, «asesinar a la gente sin detenerla es una clarísima muestra de estado policí­aco».

Cuando se asesina en nombre de la democracia no se hace democracia, precisamente la democracia está, entre otras cosas, para evitar la impunidad de los que se amparan en el Estado para cometer los más viles delitos. Por todo lo que cuenta, no hay duda que entre nosotros fue muchas las personas que vieron Agenda oculta en clave GAL. En su opinión, se trata de una «película (que) trata de las diferencias entre la de­mocracia formal y la democracia real y visto desde otra vertiente, de las di­ferentes fórmulas posibles de terro­rismo de Estado».

Ken Loach piensa que los servicios secretos «están acostumbrados a trabajar bajo el paraguas de los llamados secretos de Estado muchas veces son ellos mismos Ios que aconsejan a los políticos en ese tema; que es preferible no hablar y que preferible que la gente ignore cuantas más cosas mejor. Evidentemente la utilización de este argumento contribuye a que los servicios secretos operen sin ningún tipo de control, lo cual es efectivamente perjudicial para la democracia».  No está de acuerdo en hablar abstractamente de «fascismo», cree que » habría que decir es que el Estado no es algo monolítico Existen efectivamente las instituciones democráticas, pero también las relaciones personales que existen en el poder, los servicios secre­tos, la corona, el ejército, etc. El tema es que cuando van a acceder al gobierno unas personas que no gustan a otro, o otros de los integrantes del Estado, al­gunos elementos del Estado actúan defendiéndose, y éste es el caso de Agenda oculta…».

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