jueves, 3 de junio de 2021

El caso del Frente Nacional.

 'Qué hacer con la extrema derecha en Europa'

Guillermo Fernández-Vázquez


En este ensayo, el sociólogo e investigador en Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid toma el caso del partido de Marine Le Pen para analizar cómo la extrema derecha se ha hecho fuerte en la política europea. Centrándose en la campaña a las presidenciales francesas de 2017, el autor toma nota de las nuevas estrategias puestas en práctica por el partido, que le valieron los votos de 11 millones de franceses. Lo hace "para entender en profundidad el fenómeno que ha sacudido Europa", apunta la editorial, pero también "para pensar cómo revertirlo". 


_____
 
Lanzar «OPAs semánticas» a las palabras de la izquierda…

¿Puede un partido considerado históricamente como de extrema derecha, xenófobo, heredero de Vichy y de l’Algérie française convertirse en la fuerza política que vertebre una de las democracias más antiguas de Europa? Y en el caso de que así fuera: ¿qué ha cambiado en la franquicia de los Le Pen?

  Suele decirse que el Frente Nacional no ha cambiado, que sigue representando y portando en su mochila las mismas pesadas ideas que hace diez y veinte años. Uno de los mejores monográficos que se ha publicado hasta la fecha sobre el Frente Nacional de Marine Le Pen, titulado Les faux semblants du Front National: sociologie d’un parti politique, editado por Sylvain Crépon, Nonna Mayer y Alexandre Dézé, va en esta dirección. Los autores de este libro insisten en que, salvo en pequeños matices (como su relación con la comunidad judía o sus tímidas aperturas hacia el liberalismo moral), el FN continúa arrastrando las mismas ideas xenófobas y la misma visión esencializante de la nación y de la cultura francesas. En puridad, tienen razón: si alguien confía en que el FN se haya transformado en un partido de derecha al uso con alguna veleidad retórica producto de su pasado radical, seguramente se equivoque. Hay un hilo programático que une el Front National de Jean-Marie Le Pen con el FN de Marine Le Pen, una línea de continuidad que va desde la préférence nationale del padre a la priorité nationale de la hija.

¿Qué aporta entonces de novedoso Marine Le Pen como líder? «Sangre nueva, jóvenes cuadros que hablan bien en público, un discurso franco pero respetuoso, y un sentido del humor que pone a la audiencia de su parte», escriben Cécile Alduy y Stéphane Wahnich en una excelente obra dedicada al discurso frontista. Pero no solo eso: Marine Le Pen aporta sobre todo una estrategia muy ambiciosa. Allí donde el padre proyectaba construir una ciudadela de resistencia para el campo nacional, Marine Le Pen ordena salir del recinto amurallado para emprender la conquista y el pirateo del discurso del adversario. Alduy y Wahnich denominan a este procedimiento «OPAs semánticas contra el consenso republicano». Se trata de una técnica discursiva que consiste en el préstamo y desvío de conceptos históricamente extraños al corpus ideológico de la extrema derecha. Su objetivo apunta no solo a ocupar un terreno político favorable abandonado por la izquierda (el pueblo, los derechos sociales, la laicidad), sino también a modificar el sentido mismo de los términos acaparados.

El uso de estas palabras tiene como finalidad absolver al ciudadano francés de todo sentimiento de culpa si experimenta el deseo de votar al Frente Nacional. En esto el FN imita a la izquierda: «siempre tuvimos envidia de por qué la izquierda podía decir cosas que nosotros no, por qué a ella se le permitían cosas que nosotros simplemente no podíamos hacer. Y nos dimos cuenta de que era por la pátina de superioridad moral que su discurso había logrado adquirir a través del tiempo y que les concedía una ventaja de inicio», reconoce un cuadro frontista. «Así que teníamos que esforzarnos en hablar a los franceses desde un lugar que fuera moralmente irreprochable en términos de lo que se considera políticamente correcto».

El caso más depurado de OPA semántica es el operado sobre el concepto de laicidad. En primer lugar porque es una idea que el Frente Nacional histórico repele por completo ; y, en segundo lugar, porque Marine Le Pen al utilizarla trata por un lado de apropiársela y por otro lado de resignificarla enteramente. En el discurso habitual del FN la laicidad es un valor republicano en peligro. Aún más: es una seña de identidad francesa amenazada por el multiculturalismo anglosajón y por la acción cotidiana de un grupo social concreto: los musulmanes.

Dentro de un discurso que parece republicanamente impecable, Marine Le Pen reinterpreta la ley de 1905 que en Francia establece la separación de la Iglesia y el Estado en un sentido que se dirige solo (o muy particularmente) a los musulmanes. Es una laicidad a la contra de una comunidad concreta. «Prohibiré los signos religiosos ostentosos a todos los usuarios de los servicios públicos. Yo no tengo por qué saber la religión de la viajera que está a mi lado en el tren», declara Marine Le Pen en Nantes el 25 de marzo de 2012. Fíjense cómo, en un discurso general sobre la laicidad, señala una figura específica y connotada muy negativamente en las sociedades occidentales posteriores a los atentados del 11S: mujer, musulmana, con velo. Durante el mismo mitin también apunta a las etiquetas halal para la carne, al velo en las universidades o a los rezos colectivos en la calle como atentados contra la laicidad republicana. Lo decisivo es que esta reinterpretación de la laicidad republicana como extendida a todo el espacio público (la calle, el metro, la playa o los parques) supone de facto la restricción de la libertad religiosa a la mera esfera privada. Al menos para los musulmanes; o, mejor dicho, especialmente para los musulmanes.

La «OPA semántica» frontista al concepto de laicidad hace de esta un mecanismo defensivo para impedir la desnaturalización de la sociedad francesa. Para aislar y controlar a la población musulmana. Esa que, como señala el argumentario lepenista (pero también, ojo, el del centro-derecha), ejerce una presión constante sobre el modo de vida francés a través de las reivindicaciones «religioso-comunitarias» en el día a día. No debe extrañar entonces que la palabra laicidad en boca de Marine Le Pen esté siempre asociada a las palabras violación, amenaza, «comunitarismo», sometimiento, violaciones, inmigración o paz civil. Es un muro contra lo bárbaro, lo extranjero o lo de fuera. Pero es que además la laicidad, tal como la reformula el Frente Nacional, no es una conquista política producto de luchas concretas, sino un rasgo esencial, sustantivo y ahistórico de la cultura francesa. Es decir: un elemento diferencial e identitario.

Esta reinterpretación culturalista e identitaria de la idea de una República laica permite al FN dar un paso más: vincular la defensa de la laicidad con la reivindicación de la raíz judeo-cristiana del hecho francés. «Yo no determino mi pensamiento político en función de la religión a la que pertenezco (…). Pero si una religión nueva multiplica las reivindicaciones que hieren las costumbres, los códigos, los modos de vida, los hábitos, de un país fundado desde hace muchos años sobre valores judeo-cristianos; entonces sí, eso genera un problema», declara abiertamente Marine Le Pen12. A juzgar por la presidenta del Frente Nacional, el hecho francés es, por tanto, irremediable e indefectiblemente (¡aquí la Historia sí cuenta!) judeo-cristiano. Por eso los portavoces del partido pueden rasgarse las vestiduras ante «las ocupaciones del espacio público» por parte de los musulmanes y, al mismo tiempo, defender los belenes cristianos en ayuntamientos e instituciones públicas, o también las procesiones de Semana Santa. Porque, como señalan a menudo en sus mítines, en el fondo la cultura laica francesa no es más que una secularización de los principios fundantes de la civilización cristiana.

Lo que durante todos estos años Marine Le Pen ha aprendido de su padre es que las palabras son fundamentales en política. Lo son cuando de lo que se trata es de provocar y ganar presencia mediática; pero también lo son cuando se pretende hegemonizar los conceptos que conforman el sentido común republicano. Las «OPAs semánticas» toman como punto de partida la enseñanza de 2002: es imposible ganar unas elecciones oponiéndose diametralmente a los significantes estructurantes de una comunidad política. Para vencer hay que robarle las palabras al adversario, hay que poder atacarle en su propio vocabulario resignificado y modulado a tu manera. Porque así es como una fuerza política outsider puede llegar a graduar las lentes conceptuales con las que la mayor parte de los ciudadanos vemos el mundo.

No hay comentarios: